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EL PROFETA
MINISTERIO DE PREDICACION MAGNIFICARTE
Voz de Dios
“Nada realiza el Señor sin comunicarlos a sus
amigos los profetas”
“No siempre va a ser bien recibido porque depende las circunstancias comunes y personales del pueblo,
no por el rechazo y odio al mensaje debe acomodar el mensaje”
RESPONSABILIDAD
MANTENER FIRME LA PALABRA DEL SEÑOR
Características
• Valentía
• Obediencia
• Persistente
• Resistente
Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te
conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí. Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira
que no sé expresarme, que soy un muchacho.» Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo
te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -.
Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy
mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para peder y derrocar, para reconstruir y
plantar. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo, Jeremías?» «Una rama de
almendro estoy viendo.» Y me dijo Yahveh: «Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla.»
Nuevamente me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo?» «Un puchero hirviendo estoy
viendo, que se vuelca de norte a sur.» Y me dijo Yahveh: «Es que desde el norte se iniciará el desastre sobre todos los
moradores de esta tierra. Porque en seguida llamo yo a todas las familias reinos del norte - oráculo de Yahveh - y vendrán a
instalarse a las mismas puertas de Jerusalén, y frente a todas sus murallas en torno, y contra todas las ciudades de Judá, a
las que yo sentenciaré por toda su malicia: por haberme dejado a mí para ofrecer incienso a otros dioses, y adorar la obra de
sus propias manos. Por tu parte, te apretarás la cintura, te alzarás y les dirás todo lo que yo te mande. No desmayes ante
ellos, y no te haré desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de
hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o
del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para salvarte.
Jeremías 1
Misión de Jeremías
En medio de la confusión de una impía política de desesperación ante la cercanía de la
destrucción, el profeta de Anatot se yergue como “una columna de hierro, y un muro de
metal”. El profeta de la hora undécima tuvo la difícil misión, en vísperas de la gran
catástrofe de Sión, de proclamar el decreto de Dios de que en el futuro inmediato la ciudad
y el templo serían derribados. Desde la época de su primer llamado en visión a la función
profética, vio la vara de corrección en la mano de Dios, oyó la palabra que el Señor velaría
por la ejecución de su mandato (1,11ss.). Su constante afirmación fue que Jerusalén sería
destruida, el ceterum censeo del Catón de Anatot. Apareció ante el pueblo con cadenas
alrededor de su cuello (cf. caps. 27 y 28) para dar una drástica ilustración de la cautividad y
cadenas que predecía. Los falsos profetas sólo predicaban acerca de libertad y victoria,
pero el Señor dijo: “Libertad para vosotros de la espada, de la peste y del hambre” (34,17).
Estaba tan claro para él que la siguiente generación estaría implicada en el derrumbe del
reino que renunció al matrimonio y a fundar una familia (16,104), porque no deseaba tener
hijos que seguramente serían víctimas de la espada o se convertirían en esclavos de los
babilonios. Su celibato fue, por consiguiente, una declaración de su fe en la revelación que
se le hizo de la destrucción de la ciudad. Jeremías es así la contrafigura bíblica e histórica
de Casandra en los poemas homéricos, que previó la caída de Troya, pero no encontró
crédito en su propia casa, aunque su convicción fue tan fuerte que renunció al matrimonio y
a todas las alegrías de la vida.
Junto a esta primera tarea, probar la certeza de la catástrofe de 586, Jeremías tuvo el segundo
encargo de declarar que esta catástrofe era una necesidad moral, proclamarlo a los oídos del pueblo
como el resultado inevitable de la culpa moral desde los días de Manasés (2 Ry. 21,10-15); en una
palabra, explicar la Cautividad de Babilonia como un hecho moral, no meramente histórico. Fue sólo a
causa de que la testaruda nación se sacudió el yugo del Señor (Jer. 2,20) por lo que debió inclinar su
cuello bajo el yugo de los babilonios. Para despertar a la nación de su letargo moral, y hacer
preparación moral para el día del Señor, los sermones del predicador de arrepentimiento de Anatot
subrayaban esta relación causal entre castigo y culpa, hasta que se hizo monótono. Aunque fracasó
en convertir al pueblo, y desviar así por completo la calamidad de Jerusalén, sin embargo la palabra
del Señor en su boca se convirtió, para algunos, en un martillo que rompía sus corazones de piedra al
arrepentimiento (23,29). Así, Jeremías tuvo no sólo que “desarraigar y demoler”, también tuvo en la
obra positiva de salvación que “construir y plantar” (1,10). Estas últimas finalidades de los discursos
penitenciales de Jeremías aclaran por qué las condiciones religiosas y morales de la época se nos
pintan todas en el mismo tono oscuro: los sacerdotes no se preocupan de Yahveh; los mismos
dirigentes se extravían por extraños caminos; los profetas profetizan en nombre de Baal; Judá se ha
convertido en lugar de reunión de dioses extraños, el pueblo ha abandonado la fuente de agua viva y
ha provocado la ira del Señor por la idolatría y el culto de los lugares elevados, por el sacrificio de
niños, la profanación del Sabbath y por el falso sistema de pesar. Esta severidad en los discursos de
Jeremías los hace el tipo más destacado de declamación profética contra el pecado. Una hipótesis
bien conocida atribuye también a Jeremías la autoría de los Libros de los Reyes. En realidad el
pensamiento que forma la base filosófica de los Libros de los Reyes y la concepción subyacente en los
discursos de Jeremías se complementan mutuamente, puesto que la caída de los reyes se remonta en
uno a la culpa de los reyes, y en el otro a la participación del pueblo en esta culpa.
La vida de Jeremias
Vida de Jeremías
Se ha conservado un retrato de la vida de Jeremías mucho más exacto que de la vida
de cualquier otro vidente de Sión. Fue una cadena ininterrumpida de dificultades
interiores y exteriores continuamente crecientes, una genuina “Jeremiada”. Por causa
de sus profecías, su vida ya no estuvo segura entre sus conciudadanos de Anatot
(11,21ss.), y de ningún maestro probó ser más cierto el dicho de que “nadie es profeta
en su tierra”. Cuando trasladó su residencia de Anatot a Jerusalén aumentaron sus
problemas, y en la capital del reino se vio obligado a aprender mediante el sufrimiento
corporal que veritas parit odium (la verdad atrae odio sobre sí). El rey Joaquín nunca
pudo perdonar al profeta por amenazarle con el castigo por causa de su manía
desaprensiva de construir y por sus asesinatos judiciales: “Su entierro será el de un
borrico” (22,13-19). Cuando las profecías de Jeremías se leyeron ante el rey, se puso
tan rabioso que lanzó al fuego el rollo y ordenó la detención del profeta (36,21-26).
Entonces vino a Jeremías la palabra del Señor de que el escriba Baruc escribiera de
nuevo sus palabras (36,27-32). Más de una vez estuvo el profeta en prisión y con
cadenas sin que la palabra del Señor fuera silenciada (36,5ss.); más de una vez
pareció, según el juicio humano, condenado a muerte; pero, como un muro de metal, la
palabra del Todopoderoso fue la protección de su vida: “No temas... no prevalecerán:
pues Yo estoy contigo, dice el Señor, para librarte” (1,17-19).
La opinión religiosa que mantenía, de que sólo por un cambio moral podía una catástrofe en las
condiciones exteriores preparar el camino a una mejoría, le puso en amargo conflicto con los
partidos políticos de la nación. El partido de Sión, con su confianza supersticiosa en el Templo
(7,4), incitaba al pueblo a rebelarse contra Jeremías, porque, en la puerta y en el patio exterior
del templo, profetizaba el destino del lugar santo en Silo para la casa del Señor; y el profeta
estaba en gran peligro de muerte violenta a manos de los sionistas (26, cf. 7). El partido de los
amigos de Egipto lo maldijo porque condenaba la coalición con Egipto, y presentó también al rey
de Egipto la copa del vino de la ira (25,17-19); también lo odiaban porque, durante el sitio de
Jerusalén, declaró antes del acontecimiento, que las esperanzas puestas en el ejército de
socorro egipcio eran engañosas (36,5-9). El partido de los patriotas vociferantes calumniaba a
Jeremías como pesimista malhumorado (cf. caps. 27 y 28) porque se habían dejado engañar
respecto a la seriedad de la crisis por las palabras aduladoras de Ananías de Gabaón y sus
compañeros, y soñaban con la paz y la libertad mientras que el exilio y la guerra se estaban ya
acercando a las puertas de la ciudad. La exhortación del profeta a aceptar lo inevitable, y a
elegir la sumisión voluntaria como un mal menor que una lucha sin esperanza, se interpretaba
por el partido de la guerra como falta de patriotismo. Incluso en la actualidad, algunos
comentaristas desean considerar a Jeremías como un traidor a su país---Jeremías, que fue el
mejor amigo de sus hermanos y del Israelitaspueblo de Israel (2 Mac. 15,14), tan profundamente
sintió el bienestar y la aflicción de su tierra natal. Así fue Jeremías agobiado con las maldiciones
de todos los partidos como la víctima propiciatoria de la ciega nación. Durante el sitio de
Jerusalén fue condenado a muerte una vez más y arrojado a una fangosa mazmorra; esta vez
un extranjero le rescató de una muerte segura (c. 37 a 39).
de vuelta al pueblo a “los viejos caminos” (6,16), pero en esta empresa sentía como si estuviera
intentando llevar a cabo que “el etíope cambie su piel, o el leopardo sus manchas” (13,23). Oía los
pecados de su pueblo clamando por venganza al cielo, y expresa enérgicamente su aprobación del juicio
pronunciado sobre la ciudad manchada de sangre (cf. 6). Al momento siguiente, sin embargo, ruega al
Señor que aparte el cáliz de Jerusalén y lucha con Dios igual que Jacob por una bendición para Sión. La
grandeza de alma del gran sufriente aparece más claramente en las fervorosas plegarias por su pueblo
(cf. especialmente 14,7-9.19-22), que se ofrecían a menudo inmediatamente después de una vehemente
declaración del futuro castigo. Sabe que con la caída de Jerusalén el lugar que fue la escena de la
revelación y la salvación será destruido. Sin embargo, en la tumba de las esperanzas religiosas de Israel,
aún tiene la esperanza de que el Señor, no obstante todo lo que ha sucedido, llevará a cabo sus
promesas por respeto a su nombre. El Señor tiene “pensamiento de paz, y no de aflicción”, y dejará que
lo encuentren los que lo buscan (29,10-14). Como se cuidó de destruir, así se cuidará del mismo modo
de construir (31,28). El don profético no aparece con igual claridad en la vida de ningún otro profeta como
a la vez un problema psicológico y una tarea personal. Sus amargas experiencias interior y exterior dan a
los discursos de Jeremías un fuerte tono personal. Más de una vez este hombre de hierro parece en
peligro de perder su equilibrio espiritual. Pide el castigo del cielo para sus enemigos (cf. 12,3; 18,23).
Como un Job entre los profetas, maldice el día de su nacimiento (15,10; 20,14-18); le gustaría levantarse,
salir, y predicar a las piedras del desierto: “¿Quien me dará un alojamiento en el desierto... y dejaré mi
pueblo, y me separaré de él?”(9,2; texto hebreo, 9,1). No es improbable que el doliente profeta de Anatot
fuera el autor de muchos de los Salmos que están llenos de amargo reproche.
Tras la destrucción de Jerusalén, Jeremías no fue conducido al exilio
babilonio. Se quedó en Canaán, en el devastado viñedo de Yahveh, para que
pudiera continuar su función profética. Fue en realidad una vida de martirio
entre la hez de la nación que había sido dejada en su tierra. En fecha posterior
fue llevado a Egipto por judíos emigrantes (41-44). Según una tradición
mencionada en primer lugar por Tertuliano (Scorp. 8), Jeremías fue lapidado
en Egipto por sus propios compatriotas debido a sus discursos que
amenazaban con el futuro castigo de Dios (cf. Heb. 11,37), coronando así con
el martirio una vida de pruebas y dolores constantemente crecientes. Jeremías
no habría muerto como Jeremías si no hubiera muerto mártir.
El Martirologio Romano asigna su nombre al 1 de mayo. La posteridad buscó
expiar los pecados que sus contemporáneos habían cometido contra él.
Incluso durante la Cautividad de Babilonia sus profecías parecen haber sido la
lectura favorita de los exiliados (2 Crón. 36,21; Esd. 1,1; Dn. 9,2). En los libros
posteriores se puede comparar Eclo. 49,8ss.; 2 Mac. 2,1-8; 15,12-
16; Mt. 16,14.

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  • 1. EL PROFETA MINISTERIO DE PREDICACION MAGNIFICARTE
  • 2. Voz de Dios “Nada realiza el Señor sin comunicarlos a sus amigos los profetas” “No siempre va a ser bien recibido porque depende las circunstancias comunes y personales del pueblo, no por el rechazo y odio al mensaje debe acomodar el mensaje” RESPONSABILIDAD MANTENER FIRME LA PALABRA DEL SEÑOR
  • 4. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí. Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.» Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -. Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para peder y derrocar, para reconstruir y plantar. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo, Jeremías?» «Una rama de almendro estoy viendo.» Y me dijo Yahveh: «Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla.» Nuevamente me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo?» «Un puchero hirviendo estoy viendo, que se vuelca de norte a sur.» Y me dijo Yahveh: «Es que desde el norte se iniciará el desastre sobre todos los moradores de esta tierra. Porque en seguida llamo yo a todas las familias reinos del norte - oráculo de Yahveh - y vendrán a instalarse a las mismas puertas de Jerusalén, y frente a todas sus murallas en torno, y contra todas las ciudades de Judá, a las que yo sentenciaré por toda su malicia: por haberme dejado a mí para ofrecer incienso a otros dioses, y adorar la obra de sus propias manos. Por tu parte, te apretarás la cintura, te alzarás y les dirás todo lo que yo te mande. No desmayes ante ellos, y no te haré desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para salvarte. Jeremías 1
  • 6. En medio de la confusión de una impía política de desesperación ante la cercanía de la destrucción, el profeta de Anatot se yergue como “una columna de hierro, y un muro de metal”. El profeta de la hora undécima tuvo la difícil misión, en vísperas de la gran catástrofe de Sión, de proclamar el decreto de Dios de que en el futuro inmediato la ciudad y el templo serían derribados. Desde la época de su primer llamado en visión a la función profética, vio la vara de corrección en la mano de Dios, oyó la palabra que el Señor velaría por la ejecución de su mandato (1,11ss.). Su constante afirmación fue que Jerusalén sería destruida, el ceterum censeo del Catón de Anatot. Apareció ante el pueblo con cadenas alrededor de su cuello (cf. caps. 27 y 28) para dar una drástica ilustración de la cautividad y cadenas que predecía. Los falsos profetas sólo predicaban acerca de libertad y victoria, pero el Señor dijo: “Libertad para vosotros de la espada, de la peste y del hambre” (34,17). Estaba tan claro para él que la siguiente generación estaría implicada en el derrumbe del reino que renunció al matrimonio y a fundar una familia (16,104), porque no deseaba tener hijos que seguramente serían víctimas de la espada o se convertirían en esclavos de los babilonios. Su celibato fue, por consiguiente, una declaración de su fe en la revelación que se le hizo de la destrucción de la ciudad. Jeremías es así la contrafigura bíblica e histórica de Casandra en los poemas homéricos, que previó la caída de Troya, pero no encontró crédito en su propia casa, aunque su convicción fue tan fuerte que renunció al matrimonio y a todas las alegrías de la vida.
  • 7. Junto a esta primera tarea, probar la certeza de la catástrofe de 586, Jeremías tuvo el segundo encargo de declarar que esta catástrofe era una necesidad moral, proclamarlo a los oídos del pueblo como el resultado inevitable de la culpa moral desde los días de Manasés (2 Ry. 21,10-15); en una palabra, explicar la Cautividad de Babilonia como un hecho moral, no meramente histórico. Fue sólo a causa de que la testaruda nación se sacudió el yugo del Señor (Jer. 2,20) por lo que debió inclinar su cuello bajo el yugo de los babilonios. Para despertar a la nación de su letargo moral, y hacer preparación moral para el día del Señor, los sermones del predicador de arrepentimiento de Anatot subrayaban esta relación causal entre castigo y culpa, hasta que se hizo monótono. Aunque fracasó en convertir al pueblo, y desviar así por completo la calamidad de Jerusalén, sin embargo la palabra del Señor en su boca se convirtió, para algunos, en un martillo que rompía sus corazones de piedra al arrepentimiento (23,29). Así, Jeremías tuvo no sólo que “desarraigar y demoler”, también tuvo en la obra positiva de salvación que “construir y plantar” (1,10). Estas últimas finalidades de los discursos penitenciales de Jeremías aclaran por qué las condiciones religiosas y morales de la época se nos pintan todas en el mismo tono oscuro: los sacerdotes no se preocupan de Yahveh; los mismos dirigentes se extravían por extraños caminos; los profetas profetizan en nombre de Baal; Judá se ha convertido en lugar de reunión de dioses extraños, el pueblo ha abandonado la fuente de agua viva y ha provocado la ira del Señor por la idolatría y el culto de los lugares elevados, por el sacrificio de niños, la profanación del Sabbath y por el falso sistema de pesar. Esta severidad en los discursos de Jeremías los hace el tipo más destacado de declamación profética contra el pecado. Una hipótesis bien conocida atribuye también a Jeremías la autoría de los Libros de los Reyes. En realidad el pensamiento que forma la base filosófica de los Libros de los Reyes y la concepción subyacente en los discursos de Jeremías se complementan mutuamente, puesto que la caída de los reyes se remonta en uno a la culpa de los reyes, y en el otro a la participación del pueblo en esta culpa.
  • 8. La vida de Jeremias
  • 9. Vida de Jeremías Se ha conservado un retrato de la vida de Jeremías mucho más exacto que de la vida de cualquier otro vidente de Sión. Fue una cadena ininterrumpida de dificultades interiores y exteriores continuamente crecientes, una genuina “Jeremiada”. Por causa de sus profecías, su vida ya no estuvo segura entre sus conciudadanos de Anatot (11,21ss.), y de ningún maestro probó ser más cierto el dicho de que “nadie es profeta en su tierra”. Cuando trasladó su residencia de Anatot a Jerusalén aumentaron sus problemas, y en la capital del reino se vio obligado a aprender mediante el sufrimiento corporal que veritas parit odium (la verdad atrae odio sobre sí). El rey Joaquín nunca pudo perdonar al profeta por amenazarle con el castigo por causa de su manía desaprensiva de construir y por sus asesinatos judiciales: “Su entierro será el de un borrico” (22,13-19). Cuando las profecías de Jeremías se leyeron ante el rey, se puso tan rabioso que lanzó al fuego el rollo y ordenó la detención del profeta (36,21-26). Entonces vino a Jeremías la palabra del Señor de que el escriba Baruc escribiera de nuevo sus palabras (36,27-32). Más de una vez estuvo el profeta en prisión y con cadenas sin que la palabra del Señor fuera silenciada (36,5ss.); más de una vez pareció, según el juicio humano, condenado a muerte; pero, como un muro de metal, la palabra del Todopoderoso fue la protección de su vida: “No temas... no prevalecerán: pues Yo estoy contigo, dice el Señor, para librarte” (1,17-19).
  • 10. La opinión religiosa que mantenía, de que sólo por un cambio moral podía una catástrofe en las condiciones exteriores preparar el camino a una mejoría, le puso en amargo conflicto con los partidos políticos de la nación. El partido de Sión, con su confianza supersticiosa en el Templo (7,4), incitaba al pueblo a rebelarse contra Jeremías, porque, en la puerta y en el patio exterior del templo, profetizaba el destino del lugar santo en Silo para la casa del Señor; y el profeta estaba en gran peligro de muerte violenta a manos de los sionistas (26, cf. 7). El partido de los amigos de Egipto lo maldijo porque condenaba la coalición con Egipto, y presentó también al rey de Egipto la copa del vino de la ira (25,17-19); también lo odiaban porque, durante el sitio de Jerusalén, declaró antes del acontecimiento, que las esperanzas puestas en el ejército de socorro egipcio eran engañosas (36,5-9). El partido de los patriotas vociferantes calumniaba a Jeremías como pesimista malhumorado (cf. caps. 27 y 28) porque se habían dejado engañar respecto a la seriedad de la crisis por las palabras aduladoras de Ananías de Gabaón y sus compañeros, y soñaban con la paz y la libertad mientras que el exilio y la guerra se estaban ya acercando a las puertas de la ciudad. La exhortación del profeta a aceptar lo inevitable, y a elegir la sumisión voluntaria como un mal menor que una lucha sin esperanza, se interpretaba por el partido de la guerra como falta de patriotismo. Incluso en la actualidad, algunos comentaristas desean considerar a Jeremías como un traidor a su país---Jeremías, que fue el mejor amigo de sus hermanos y del Israelitaspueblo de Israel (2 Mac. 15,14), tan profundamente sintió el bienestar y la aflicción de su tierra natal. Así fue Jeremías agobiado con las maldiciones de todos los partidos como la víctima propiciatoria de la ciega nación. Durante el sitio de Jerusalén fue condenado a muerte una vez más y arrojado a una fangosa mazmorra; esta vez un extranjero le rescató de una muerte segura (c. 37 a 39).
  • 11. de vuelta al pueblo a “los viejos caminos” (6,16), pero en esta empresa sentía como si estuviera intentando llevar a cabo que “el etíope cambie su piel, o el leopardo sus manchas” (13,23). Oía los pecados de su pueblo clamando por venganza al cielo, y expresa enérgicamente su aprobación del juicio pronunciado sobre la ciudad manchada de sangre (cf. 6). Al momento siguiente, sin embargo, ruega al Señor que aparte el cáliz de Jerusalén y lucha con Dios igual que Jacob por una bendición para Sión. La grandeza de alma del gran sufriente aparece más claramente en las fervorosas plegarias por su pueblo (cf. especialmente 14,7-9.19-22), que se ofrecían a menudo inmediatamente después de una vehemente declaración del futuro castigo. Sabe que con la caída de Jerusalén el lugar que fue la escena de la revelación y la salvación será destruido. Sin embargo, en la tumba de las esperanzas religiosas de Israel, aún tiene la esperanza de que el Señor, no obstante todo lo que ha sucedido, llevará a cabo sus promesas por respeto a su nombre. El Señor tiene “pensamiento de paz, y no de aflicción”, y dejará que lo encuentren los que lo buscan (29,10-14). Como se cuidó de destruir, así se cuidará del mismo modo de construir (31,28). El don profético no aparece con igual claridad en la vida de ningún otro profeta como a la vez un problema psicológico y una tarea personal. Sus amargas experiencias interior y exterior dan a los discursos de Jeremías un fuerte tono personal. Más de una vez este hombre de hierro parece en peligro de perder su equilibrio espiritual. Pide el castigo del cielo para sus enemigos (cf. 12,3; 18,23). Como un Job entre los profetas, maldice el día de su nacimiento (15,10; 20,14-18); le gustaría levantarse, salir, y predicar a las piedras del desierto: “¿Quien me dará un alojamiento en el desierto... y dejaré mi pueblo, y me separaré de él?”(9,2; texto hebreo, 9,1). No es improbable que el doliente profeta de Anatot fuera el autor de muchos de los Salmos que están llenos de amargo reproche.
  • 12. Tras la destrucción de Jerusalén, Jeremías no fue conducido al exilio babilonio. Se quedó en Canaán, en el devastado viñedo de Yahveh, para que pudiera continuar su función profética. Fue en realidad una vida de martirio entre la hez de la nación que había sido dejada en su tierra. En fecha posterior fue llevado a Egipto por judíos emigrantes (41-44). Según una tradición mencionada en primer lugar por Tertuliano (Scorp. 8), Jeremías fue lapidado en Egipto por sus propios compatriotas debido a sus discursos que amenazaban con el futuro castigo de Dios (cf. Heb. 11,37), coronando así con el martirio una vida de pruebas y dolores constantemente crecientes. Jeremías no habría muerto como Jeremías si no hubiera muerto mártir. El Martirologio Romano asigna su nombre al 1 de mayo. La posteridad buscó expiar los pecados que sus contemporáneos habían cometido contra él. Incluso durante la Cautividad de Babilonia sus profecías parecen haber sido la lectura favorita de los exiliados (2 Crón. 36,21; Esd. 1,1; Dn. 9,2). En los libros posteriores se puede comparar Eclo. 49,8ss.; 2 Mac. 2,1-8; 15,12- 16; Mt. 16,14.