1. Desde mi silencio
Yo dije, en el pasado temprano. Quiero sentir el vibrato de la tierra. Tal vez para recordar, en ese
silencio eterno que se avecina, lo que fui pasando por ahí cerca. Un volver a lo que fue mi latir antes
de nacer. En una extensión brumosa. Acicalada. Y, recuerdo, por cierto hoy, ese tránsito aventajado.
En trajín envolvente. De silencio abigarrado, en nostalgias idas. He ido, siempre, por lo bajo del
espectro presente. Porque, siendo así, he sentido lo que ha sido, hasta ahora, palabras de aquí y de
allá. Y, como en simultánea, viviendo la vida mía con acezante temple del yo sin heredad amiga. Por
lo menos manifiesta. En lo que esto tiene de empuñadura apenas tenue. Casi sin rozar la vida de los
otros y las otras. No más, para el ejemplo, lo inmediato venidero puede dar cuenta de mis hechuras
un tanto brutales, como si estuviera prefigurando. Lo que seré en bajo tierra. Hablándole a quienes
había, en el entonces, sujetos hechos para la habladera. Y señalando a las mujeres que estuvieron
conmigo. En esos espacios plenos de una pulsión grata. Y, ahí, en ese mismo espacio, con el cual
dotaron a este yo insumiso. Oyendo lo que antes lo oí en físico. En ese tránsito espaciado, benévolo.
Y empecé a ver, desde el piso conmigo en su vertical. Y, con esas sombras que trajo la tierrita
misma. Y, yo, en esa vocinglería niños y niñas esplendorosas y esplendorosas, contándome los hechos
de allá afuera. En ese recreo libre. En las escuelitas. Jugando a la locura. En la cual yo era su
consejero. Y ellos y ellas, siendo potenciada habladuría.
Y, en ese dicho mío perentorio empecé a ajustar mis acciones. Para que todo quedara, después de
mí, como gobernanzas sinceras. Y, en ese sueñito de agosto 2, recreaba lo que podría ser. En ese
final amplio. A pesar de la estrechura medida con plomadas y estructura que encontré. Hoy, estoy
en eso. Suplicándole a la mujer que me soportó en los tiempos que dimos a volar, desde el primer
día. Diciéndole que me llevará allí. Que me dejara ser cuerpo, no polvo inmediato. En horno
crematorio con el poder del Sol, por la vía aciaga. Que me llevara, en romería estando ella conformada
por mis cercanos amores. Mi hija y mis hijos. Y allá en remoto físico a quien tanto quise. Y, la mujer
de ahora, con pañuelo de color negro. Porque negrura definí yo que fuera, el color punzante, por lo
sincero, no efímero.
Estando ya aquí, entonces, sigo en las palabras que ya dije. Este silencio me acompaña. Esta dejadez,
de física materia maleable. Creciendo casi en la exponencial. Carne de yugo nacida (…como escribió
Miguelito Hernández). Fueron pasando, pues los días y las noches en ese contar hasta siempre. Un
infinito mayúsculo. Y volé. Visitando a quienes están como yo. Ese cautiverio sensato. Afín con mi
percepción de vida. Que acaba tarde o temprano. Y volví a enterrar, mi yo mismo. Cansado de
visitar tantas fisuras. Hechas como obligatorias. En esa hendidura que define mi estancia lúgubre.
Más no ajena a los momentos vividos. Cuando fui lúcido sujeto viajero.
Los escucho, a los y las que pasan. Oigo sus palabras, en murmullo v incansable. Y, en esa dirección,
diré a mis cercanos que no dejen de transitar por ahí. Para seguir escuchando su palabrería Y sus
risas.