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ADOLFO L’ARCO




                               JESÚS SIEMBRA

                         UN GRANO DE TRIGO




                           Biografía de Victorine Le Dieu
                            (Sor Marie Joseph de Jésus)




                 Fundadora de las Religiosas de Jesús Redentor




                                           MONTE CARMELO




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu   2
TÍTULO ORIGINAL:
Gesù sotterra un chicco di grano

TRADUCIDO POR:
     María Ángeles Nistal García



     Con la licencia eclesiástica del Arzobispo de Burgos
     (4 de noviembre de 2004)




© 2004 by Editorial Monte Carmelo
P. Silverio, 2; Apdo. 19 - 09080 - Burgos
Tfno.: 947 25 60 61; Fax: 947 25 60 62
http://www.montecarmelo.com
editorial@montecarmelo.com
Impreso en España. Printed in Spain
I.S.B.N.: 84 - 7239 - 837 - 4
Depósito Legal: BU - 38 - 2004
Impresión y Encuadernación:
     “Monte Carmelo” - Burgos




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu   3
PRESENTACIÓN


    El mérito de este trabajo es de Mons. Galliano Moncelsi que ha hecho el archivo de Madre
Le Dieu, además de traducir y ordenar sus escritos. Este sacerdote, formado en la escuela de la
Fundadora, conoce de maravilla la vida cuyo estudio constituye el hobby de su existencia.
    El recopilador simplemente ha hecho saltar la chispa de la síntesis del material amplísimo y
excepcionalmente analítico, que ha sido preparado para la causa de beatificación.
     En su diario, la Madre, no sin humorismo, dice que habría preferido inventar una historia más
divertida que la suya. En realidad su diario es una lista interminable de tentativas fallidas que
desaniman al lector; pero en aquella serie de derrotas se descubre una mujer majestuosa, santa
y excepcionalmente simpática. Ella, bajo una lluvia obstinada de dificultades, camina hacia el
ideal orando, sonriendo, cantando: su cristianismo, para nada fácil, es exquisitamente feliz.
    El autor ha estudiado la manera de evidenciar la simpatía que irradia de esta hermana de
Job e iluminarle el hermoso rostro con la luz del Concilio Vaticano Segundo.




                                             Años felices

     La gran dama
     28 de julio de 1957. Dos religiosas de Jesús Redentor entrevistan en Aulnay a una viejecita
que ha conocido a su Fundadora: Céline Page, pequeña de estatura, delgada, con dos ojos
vivaces que brillan en el rostro arrugado y rosado; tiene 91 años pero conserva un recuerdo muy
vivo de todo.
    –Conocí a Madre Le Dieu cuando tenía 8 años. Ella vino a Aulnay con tres niños y dos
hermanas. La llamaban “la gran dama” porque era muy buena y todos querían conocerla. “¡Ella
era buena, era buena!”. Esta exclamación sale de los labios de la viejecita como un estribillo
durante toda la conversación.
     –Señora Céline, descríbanos la figura de la Madre.
     –Oh, sí; era alta, majestuosa, con ojos azules y muy expresivos, pero muy dulce. Vivía en la
planta baja de la casa donde trabajaba mi madre. En la iglesia se ocupaba de los niños. Nos
enseñaba a rezar y acompañaba nuestros cantos con el armonio. A mí me preparó para la
primera comunión junto a mis compañeras y compañeros. Si cometíamos alguna travesura, ella
nos hablaba dulcemente y el castigo consistía siempre en una pequeña oración a los pies de la
Virgen. Como premio nos llevaba a dar un paseo en barca por el canal y ella misma la conducía.
Éramos muy felices cerca de la buena Madre.
    Además Céline habla de la gran devoción de Madre Le Dieu al Santísimo Sacramento.
“Preparaba con alegría y entusiasmo los altares, que adornaba con manteles y flores con ocasión
de la Procesión del Corpus Christi y una vez preparó una carroza de honor para llevar al
Santísimo Sacramento, tirada por los jóvenes. Ante la Custodia iba el párroco en adoración”.
     Mientras habla, Céline dice cosas que revelan las óptimas cualidades de Madre Le Dieu
como experta educadora: “Trataba a los niños con dulzura y con el diálogo lograba que los más
rebeldes tuvieran mejores sentimientos”.
    Y he aquí la caridad que salía de su corazón como una ola de amor inmenso. “Apenas oía
que había un enfermo, iba personalmente a interesarse por su salud. Daba a los enfermos
pobres todas las medicinas necesarias y pedía a las hermanas que tuvieran con ellos las
máximas atenciones”.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                4
“Mi padre estuvo enfermo durante seis meses y, gracias a la buena Madre, no nos faltó de
nada. Nosotros éramos pobres. Mi madre trabajaba en el campo, yo cuidaba de mis hermanos y
hermanas, pero la buena “gran dama” nos proporcionó de todo”. La viejecita emocionada por la
dulce evocación concluye: “El amor a la Eucaristía y la bondad hacia los niños y los enfermos han
hecho de la gran dama una santa”.
    Victorine Le Dieu, después Sor Marie Joseph de Jésus, era realmente una majestuosa dama
de Jesús; sobre su rostro rosado brillaban dos ojos celestes y resplandecía la nobleza intrépida
de su estirpe normanda.
     Las generaciones de conquistadores habían impreso en aquellos rostros la huella del valor y
la aventura; los años y las fatigas no han podido con su dulzura evangélica, ya que ésta había
permanecido siempre en su rostro. En tanta compostura religiosa la maternidad espiritual se
manifestaba y se afirmaba solemne.
     Su primo Mons. Du Manoir, estudioso serio y apreciado corresponsal de la Semana
Religiosa, revela con cinco adjetivos el perfil de Madre Le Dieu: alta, distinguida, instruida, activa,
enérgica. Sor San Paul, que fue una de sus primeras hijas, nos dice que era también muy guapa.
      En la parte Nor-occidental de Francia destaca la península de Cotentin que se prolonga
hacia la Mancha, formando a la izquierda el amplio golfo de San Malo: al fondo del golfo se abre
una pequeña bahía de cuyas aguas aflora el Monte San Miguel. De frente a este histórico Monte
surge la ciudad de Avranche, donde nació Victorine Le Dieu de la Raudière, Fundadora de las
Religiosas de Jesús Redentor. Avranche fue fundada por los romanos que la llamaron Ingena,
nombre que fue sustituido por el de Abricantui cuando en la Edad Media se convierte en
fortaleza. Juan sin Tierra la destruyó en el año 1203. Luego renace con la llegada de S. Luis, rey
de Francia, pero cae bajo el dominio inglés hasta el 1450. Cinco siglos después revive los
horrores de la guerra: de hecho se encontró en medio del famoso desembarco de los aliados en
Normandía y desde allí inició la marcha hacia Berlín la división acorazada del general Patton.
Ahora las heridas han cicatrizado y la ciudad se presenta bella y risueña.
    En la época de Victorine, Avranche tenía cerca de ocho mil habitantes y entre las familias
más ilustres estaba la suya.
    Félix, el padre, funcionario de Hacienda, era un burgués muy distinguido y la madre, María
Teresa de Cantilly, pertenecía a la más alta nobleza.
     Cuatro hermanos Cantilly habían tomado parte activa en los motines de la revolución, y uno
de ellos había perdido la vida.


     Eterno idilio
     El matrimonio entre Félix y María Teresa resultó un eterno idilio. Aquellas dos vidas, hechas
realmente una para la otra, se unieron en el amor y en la fe para formar una familia cristiana
donde se armonizaban la bondad, el trabajo y la paz.
     El primer fruto de aquel amor fue Victorine que el día 22 de mayo de 1809 se encontró por
primera vez en el regazo de su madre en medio de la alegría de los familiares. Al día siguiente
fue bautizada.
    Esta santa mujer ha escrito un diario de casi seis mil páginas, lleno de fechas y de nombres.
Pues bien, entre las fechas, se distingue por su precisión y constancia la del matrimonio de sus
padres.
     La criatura se dio cuenta muy pronto que su felicidad nacía de aquella fuente. El Papa Juan
XXIII, que también festejaba con veneración el aniversario del matrimonio de sus padres, diría:
“Cuando la raíz es sana, el árbol crece aun entre las piedras”.
     “9 de agosto de 1808: fecha que nunca olvido: aniversario de la unión, tan acertada, de mis
santos padres. Ellos no me pueden ser indiferentes, sobre todo cuando llega este día.
Ciertamente gozan del premio de sus virtudes. Sin embargo no dejaré de rezar por ellos.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                     5
El Vicario General de Fréjus, que durante muchos años fue el confesor de mi padre,
viéndolo adormecerse en el Señor, me dijo que tuviera la seguridad de que recibiría de él
abundantes gracias. Lo mismo hubiera dicho de mi madre, si la hubiera conocido”.
     “Fecha muy querida e importante, de la que he hablado muchas veces y nunca lo he hecho
sin sentirme fuertemente emocionada. He rezado a mis queridos padres para que me concedan
la gracia de formar nuestra familia religiosa sobre principios sólidos y cristianos de los que ellos
nos han dado un constante ejemplo”.
     “Mis padres me habían hablado muchas veces de la alegre circunstancia de su matrimonio
por lo que me resultaba fácil reconstruir con alegría las imágenes del acontecimiento”. Y la
reconstrucción no debía resultarle difícil, porque en ella la poesía había nacido gemela de la
santidad.
     Su madre, la señora Mª Teresa, conservaba una poesía que la pequeña había compuesto
cuando apenas tenía cinco años. En ella, Victorine, cantaba el nacimiento de los gatitos. A los
diez años, formuló en graciosos versos una felicitación para los miembros de la familia. Las
expresiones más cariñosas se comprende que eran para el hermanito que apenas tenía un año.
Su primo Mons. Du Manoir escribe en la Semana Religiosa: “Victorine hablaba con ardor, y con
Ovidio podía repetir: Quidquid tentabam dicere versus erat: “todo lo que decía eran muchos
versos”. Ella, un día, me confiaba que en algunos momentos le parecía que habría hablado más
fácilmente en verso que en prosa. El devoto y elocuente padre Aurevilly no paraba de elogiar su
ingenio y su inspiración poética”.
    Sí, su espíritu se conservará afable y simpático hasta el final de su vida, sin ser acallado en
absoluto por su perfecto autocontrol.
     Leyendo su largo diario, se tiene la convicción de que, si la autora hubiera querido, habría
llegado a ser una célebre escritora de comedias brillantes.
     Si la poesía es, como dice Pascoli, recuerdo de cosas buenas grabadas en almas buenas,
Victorine escribió y vivió espléndidamente la poesía.
     Amor, alegría y poesía crearon el ambiente vital en el que nace, crece y se afirma, sanísima,
la persona de Victorine, que nunca tuvo complejo alguno.
     De niña, ya dialogaba con la madre con la que se sentía en perfecta sintonía. En ella
admiraba e imitaba un modelo de comportamiento. En su padre, la pequeña veía al hombre más
guapo y más bueno del mundo. El señor Félix a su vez era muy feliz de tener por hija a aquella
criatura. Según su padre, en aquel capullo humano, la belleza, la poesía y la bondad se habían
encarnado y hablaban con el encanto de la infancia. Victorine gozaba también del cariño de sus
hermanos, amaba y era amada por Eduardo, que tenía sólo un año menos que ella. Eran
compañeros de juego; en aquella naturaleza grandiosa y bajo la protección y guía de sus padres,
que estaban muy bien preparados, Victorine prodigaba sus cuidados y éste le concedía su
caballeresca protección.
     A su hermano Augusto lo acogió muy bien, hizo de mamá juiciosa porque ya había cumplido
los diez años. Guardó en el desván su última muñeca y comenzó a ayudar a su madre en los
quehaceres de la casa.
     La familia Le Dieu estaba muy unida, pero también abierta a una extensa parentela y a
numerosas amistades. Mantenían buenas relaciones con sus familiares y el padre poseía el arte
de hacer amigos. Su profesión le obligaba a continuos cambios de residencia, por lo que se
multiplicaban las relaciones humanas y se abrían más los horizontes en la mente de los niños.
     Los juegos, el estudio y la piedad se alternaban y se armonizaban muy bien en aquella casa
verdaderamente alegre. De adulta recordará su infancia como la época de los años risueños y la
definirá como la edad de oro. También fue afortunada por los maestros que tuvo. En una carta
escribía a Mons. Du Manoir: “Para mi consolación, todavía veo a la señorita Audran con aspecto
venerable y dulce, y a la que amaba con mi corazoncito de cinco años”.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                  6
O esposa de Jesús o la muerte
    A los doce años, después de una esmerada preparación y una ardiente espera, recibió la
Primera Comunión y se sintió toda de Jesús. Hubiera podido decir con San Pablo: “he sido
tomada por Cristo”. Su ardor Eucarístico se concretó en este propósito: “o esposa de Jesús o la
muerte”.
      En su alma la vocación religiosa resplandecía como el sol, pero se presentaba bivalente: de
hecho la adolescente se sentía atraída simultáneamente a la vida contemplativa y a la vida
misionera. Los padres eran excelentes cristianos, pero querían que su hija inteligente, rica y
guapa brillase en la sociedad y por eso estaban dispuestos a ponerle cualquier obstáculo para
impedirle que se “encerrara” en un monasterio. Especialmente su padre, sin ella, hubiera sentido
faltarle la vida. Por temor a que un instituto religioso hubiera podido ofrecer un ambiente
favorable a la vocación, decidieron hacerle estudiar en un colegio laico y eligieron el de Rennes,
donde tuvo por compañeras a dos hermanas del futuro general Ridouahle, que estaría al mando
de las tropas francesas en Roma.
    El tesoro de su corazón, que era la Eucaristía, se encontraba también en Rennes y junto al
Sacramento de la Confirmación avivaron la llama del amor de Dios.
     A los dieciocho años, en la lozanía de su primavera, está de nuevo con la familia, pero con la
juventud ha florecido también la vocación, que una sólida cultura ha hecho más consciente.
     Los padres son inamovibles, pero ella logra que le prometan que cumplidos los veinte años
la dejarán libre. El padre adoptó la táctica del temporizador, pero Victorine emitió los votos
privados e inició la práctica de la comunión cotidiana que era muy rara en aquella época. Los
enfermos y los niños gozaban del cuidado de aquella joven consagrada. En París pasó las fiestas
de Pascua de 1829, pero la magia de la capital no tuvo ninguna influencia en ella. Sólo recordará
el comportamiento religioso de algunas personas de la corte que seguían la solemne procesión
del Corpus Cristi.
     El año siguiente lo pasó en Poitiers, donde sufrió bastante cuando tuvo que asistir a los
sacrílegos atentados contra las iglesias, a la profanación del crucifijo que fue tirado y pisoteado
en las calles. Aquel fue el dolor más grande de su primera juventud.
      Con el corazón dolorido participó de las ceremonias religiosas, que fueron organizadas para
reparar el sacrilegio. En aquel fervor popular sintió nacerle en el corazón la vocación de alma
reparadora. En Poitiers conoció a la Condesa Lusignano e hizo grandes amistades con todas las
religiosas de la ciudad, de manera especial con las del Carmelo, por las que se sentía atraída.
Allí le llegó la noticia de que la Virgen se había aparecido a Sor Caterine Labouré.


     El futuro se quiebra
    La nueva ola de fervor mariano la preparó a la muerte de su hermano Eduardo, que murió el
18 de diciembre de 1830. A este joven universitario le fue truncada la vida a sus veinte años,
cuando tenía un futuro lleno de promesas y esperanzas. Para confortar a sus padres, abatidos
por el dolor, tuvo que olvidarse del suyo, que la acompañó durante toda la vida. Medio siglo
después, el sentimiento será tan vivo que escribe: “Querido hermano, pide por mí, que nunca he
dejado de amarte. Ayúdame y protégeme, como lo hacías siempre. Hace más de cincuenta años
que te he perdido y mi cariño hacia ti está siempre vivo. San Bernardo también amaba a su
hermano Gérard; Dios no condena el afecto que no nos aleja de Él”.
    Menos mal que su fe, que había crecido más que ella, le daba mucho consuelo. El final de
Eduardo la confortó tanto que la impulsaba a pensar que partía para gozar de una vida mejor.
    La muerte de su hermano la hacía más alérgica a las cosas de la vida mundana, pero al
mismo tiempo “su futuro se había quebrado”. Con la desaparición de Eduardo termina el vía lucis
y comienza el vía crucis. Las fiestas le gustan cada vez menos. De niña huía de ellas por instinto,
ahora las evita por convicción.
     La nobleza de la familia, la cultura, y el encanto llaman la atención del mundo que le sonríe y
le ofrece a manos llenas sus favores. Muchos años después anotará en su diario: “Se me


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presentaban perspectivas muy seductoras, que no se podían imaginar ni siquiera en una
situación como la mía. Pero yo no tenía ningún mérito en rechazarlas, porque me sentía inclinada
a pasar por alto, de manera natural todas las alegrías terrenas”. Así se explica la opinión poco
favorable a propósito de una poesía amorosa que un joven maestro compuso para ella: “Yo creo
que es bastante ridícula. El pobre maestro cree que ha compuesto una poesía maravillosa”.
     Jesús era el dueño absoluto de su corazón y ella, a toda costa, quería permanecer en su
seguimiento, pero ¿de dónde sacar fuerza para tocar el corazón de los padres, ya que había sido
roto por la muerte de Eduardo? Encontró un aliado en la persona del misionero padre Mesnildot,
que dirigía el instituto de Sta. Clotilde y había abandonado París por las revueltas políticas que
ocasionaron la caída de Carlos X.
       El óptimo sacerdote había llegado a ser padre espiritual de la familia Le Dieu. El padre,
después de tantas esperanzas y desilusiones, y viendo que su hija pierde la salud, le promete un
retiro breve en el Carmelo pero luego se arrepiente. Victorine está decidida a marchar sin su
permiso, cuando se presenta la ocasión de acompañar a su madre, que tiene que ir a París para
algunos asuntos. Y así, después de tantos anhelos, Victorine puede cruzar los umbrales de una
casa religiosa y retirarse algunos meses en las Agustinas de la calle des Sévres. El 28 de agosto
de 1833, la Virgen Morena, consoladora de los afligidos, la ve postrada a sus pies, renacida y
feliz.


     Flor blanca para la Virgen Morena
      La Virgen de Bonne Délivrance o Virgen Morena tiene una historia que Victorine conocía
muy bien. Ya en el siglo XI, en la Iglesia de San Etienne des Grès de París, una gran afluencia de
fieles se acercaban a la estatua milagrosa. Esta escultura parece de madera y, sin embargo, es
de piedra pintada, de un metro y medio de alta, tiene un velo blanco, un amplio vestido rojo y el
cetro en la mano. Con la mano izquierda sostiene al Niño Jesús, que apoya la manita sobre el
cuello de la Madre y con la derecha sostiene el mundo sobre el que se apoya una cruz.
      Ante esta estatua se postraron Santo Domingo, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino
y San Francisco de Sales. Este último, todavía estudiante de teología, turbado por una duda que
lo llevó casi a la muerte. Con la fuerza especulativa de su talento se había enredado en el océano
sin límites de la predestinación, que constituía el principal problema de la teología de la época. El
joven santo, que estudiaba la teología para vivirla, amenazó naufragar en la tormentosa duda:
“¿Me salvaré o me condenaré?”. Después de haber llorado muchas lágrimas ante aquella
estatua, formuló esta oración con mucho amor: “Virgen santa, Madre de Jesús y Madre mía, si
está predestinado que yo me condene, que se haga la voluntad de Dios, pero tú concédeme la
gracia de que aún en las penas eternas, yo continúe amando al Señor con todas las fuerzas de
mi alma”. Terminada la oración, el joven santo sintió circular por sus miembros un nuevo vigor y
se levantó completamente curado y sano.
     A los pies de aquella estatua muchos fundadores habían sido inspirados para crear su obra.
A los pies de aquella estatua se levantaron animosos el venerable Olier para fundar el seminario
de San Sulpicio, el Padre Charles Poullard para dar vida a los Padres del Santo Espíritu, San
Vicente de Paúl para lanzar a la conquista del mundo las Religiosas de la Caridad y los
Lazaristas. También Don Bosco vendrá a tomar fuerzas a los pies de la Virgen Morena.
      A la revolución no se le podía escapar la importancia de la estatua, que fue subastada
públicamente. La Condesa de Carignan, S. Maurice, la rescató comprándola como si fuera
mármol y la escondió en su casa, en la calle Notre Dame des Champs. Una vez pasada la
revolución, la Condesa donó la estatua a las Agustinas, que la entronizaron en su capilla el 1 de
julio de 1806.
     Victorine derrama su perfume virginal a los pies de la Madre del Santo Amor. El capellán de
las Agustinas, que a menudo contemplaba en oración a su hermana Sofía Barat, se conmovió del
ardor místico de nuestra joven, le concedió el permiso de emitir los votos perpetuos y la
encomendó a las religiosas, que le confiaron el oficio de ayudar a la sacristana.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                   8
Bajo la mirada de la Virgen Morena, sirviendo a su Esposo Divino, Victorine se sintió la reina
del universo: había encontrado su Tabor del cual sus padres habían intentado hacerla bajar.
     Los superiores le propusieron la vestición dos veces y ella hubiera aceptado si sus padres
no se hubieran opuesto por enésima vez. El padre, para hacerla volver, le prometió que, al cabo
de seis meses, la dejaría libre para seguir su vocación. No podían resistir vivir por más tiempo sin
Victorine. El Padre Barat le escribió un atestado en el que afirmaba “estar plenamente
convencido de que aquel viaje entraba dentro de los designios de Dios; que su vocación era
segura y que, cuando terminara la prueba, sólo una orden de los Superiores o la clausura de la
casa religiosa, a causa de la revolución, habría podido retenerla en el mundo”.


     Le dan con la puerta en las narices
      La joven, después de siete meses de vida religiosa, volvió con la familia, pero también con la
angustia en el corazón. La esperanza de que sus padres se rindieran de una vez a la voluntad de
Dios la mantenía en pie. Pasados los seis meses atendiéndolos con mucho cariño, Victorine
vuelve a la carga, y con gran consternación tuvo que leer una carta que le habían escrito las
Agustinas. En ella, las religiosas afirmaban que Victorine no tenía vocación, ni para su Instituto
religioso ni para ningún otro, “que si tuviera la ocasión buscara pronto un marido”. Esta última
frase revelaba que quien escribía debía tener una buena dosis de aspereza. Probablemente este
cambio de actitud de las religiosas fue debido al miedo. De hecho, un viento fuerte de tormenta
se hacía sentir contra las congregaciones religiosas y el padre de Victorine, que por su posición
social, tenía grandes amistades en muchos lugares, podía hacerles mucho daño.
     Ciertamente el señor Félix había escrito y mandado escribir cartas amenazantes. Victorine
quiere interesarse personalmente de la situación: afrontó un viaje clandestino, sufriendo los
rigores del invierno y la tortura de las carrozas, y se presentó en la calle des Sèvres.
     El encuentro, que debería haber sido una confrontación, ella lo describe así: “La Superiora
General que yo conocía ya no estaba; la que la sustituía se estaba muriendo, la maestra de
novicias que me había dirigido era superiora en una casa bastante lejos. Mandaron al recibidor a
una consejera que me recibió con una frialdad increíble; le expresé mi sincera intención por la
Congregación. “Si su director cree que usted está llamada a la vida religiosa que os lleve donde
quiera, pero aquí no será admitida”, así respondió la religiosa y, dándome la espalda, se fue.
Profundamente dolorida me arrodillé, pidiendo al buen Dios que me dijera Él mismo dónde tenía
que ir. Entré en la capilla... encontré de nuevo una gran paz y tuve la inspiración de ir a las
Carmelitas de la calle Vaugirard; pero, mientras iba caminando, pensé que sin una
recomendación no me recibirían; entonces recurrí al misionero francés Mesnildot, quien habiendo
vuelto a París vivía allí mismo y con el que mantenía una asidua correspondencia. Se sorprendió
mucho de lo sucedido, pero comprendió que el Señor no me llamaba a aquella Congregación; me
desaconsejó el Carmelo, pensando que mi familia se iba a oponer. “Dios la llama ciertamente,
hija mía, me dijo; y es necesario que se entregue totalmente a Él sin tardar. Pero los tiempos que
atravesamos exigen el consenso, al menos tácito de los padres. Conozco un santo lugar que no
les asustará tanto como la Clausura del Carmelo y ellos podrán verla y usted, si es necesario,
podrá salir. Yo les escribiré, torne a casa y prepárese para volver dentro de tres meses, porque
yo tendré que ausentarme; a mi vuelta la presentaré yo mismo”.
    Victorine comienza así el arte de saber esperar en oración, arte en el que será especialista
de excepción.


     ¿No tenía corazón?
      El Padre Mesnildot, haciendo uso de sus dotes de persuasión y de la autoridad espiritual de
que gozaba, les escribió una carta de súplica, pero los padres de Victorine fueron inamovibles;
sintieron alargarse un poco más la herida en su corazón. Victorine, aprovechando un viaje de su
madre, afrontó a su padre, que sin el apoyo de la mujer le parecía más débil. Sin embargo él se
revistió de autoridad para resistir mejor el ataque, y recurriendo al código civil, en el que se sentía




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                     9
competente, respondió en términos fríos: ”La ley ya no me da ningún derecho sobre ti. Puedes
irte de casa, pero debes saber que actúas contra la voluntad de tu padre”.
      La pobre Victorine se sirvió de dos amigas de su madre, pero ésta, por carta rogó a su hija
que esperara al menos hasta su vuelta para no dejar solo a su padre. Cuando la madre volvió,
ella estaba preparada para marcharse.
    Dios atrae con fuerza irresistible; después la gracia perfecciona, pero no debilita
absolutamente el vigor de la naturaleza, por eso el alma de Victorine estaba rota por dos fuerzas
que en aquel momento actuaban en sentido contrario.
     La madre abraza a su hija y con lágrimas y gemidos capaces de conmover los corazones
más duros, suplica a Victorine que no la abandone. De sus labios temblorosos emanan las
invocaciones más bellas, las mismas que usaba cuando de niña le sonreía en la cuna. La pobre
joven, que siente las lágrimas de su madre en sus inflamadas mejillas, se deshace del abrazo
para precipitarse por las escaleras, pero Augusto la frena. De hecho, su hermano con el vigor de
sus 17 años la coge por el brazo, chillando, llorando, invocando piedad. La pobre Victorine, que
siente en sus miembros un frío de muerte, retoma todas las fuerzas físicas y morales de las que
dispone en aquel momento de angustia suprema, se deshace de su hermano y sale precipitada
hacia la estación. ¿Y el padre? Se ha cerrado en su habitación y, en su dolor, rehusa ver a su hija
y le lanza una sonora maldición en lugar de la bendición que la pobrecilla ha implorado con
lágrimas. La hija, después de la muerte del padre, hace un comentario simpático recordando la
escena. “Pobre papá, es la única maldición que pronunció en toda su vida, porque era un santo;
me quería muchísimo”.
     Después de una noche entera de viaje llegó a París. ¡Qué noche aquella! En la diligencia,
que corría en la oscuridad, le venían a la mente imágenes cariñosas de sus seres queridos,
escenas muy bellas de su infancia. Los gemidos y llantos continuaban lacerando su alma, el
futuro perdía su encanto, la voz de Dios su vigor, y afloraba el remordimiento de haber sido
cruelmente inhumana. ¿No tenía corazón? Se podría decir que éste se había quedado en
Avranches. Bajó de la diligencia tambaleándose.
     Era el atardecer del 22 de mayo de 1836.


     El año de la esperanza y la desilusión
     Victorine comenzaba sus 27 años de edad en la calle, entre los relinchos de los caballos, en
la confusión ensordecedora de los pasajeros ajetreados e indiferentes unos de otros. Comenzaba
su cumpleaños mientras sus seres queridos gemían de dolor por su culpa. El Padre Mesnildot,
que la esperaba en la estación, la llevó a Santa Clotilde.
      Los primeros tiempos que Victorine pasó aquí no han dejado huella. Pero hay un detalle que
ilumina este período. Una gran cruz de madera extendía sus brazos sobre el verde del bosque en
el fondo del camino. Al lado de aquella cruz, la aspirante sacaba fuerzas para llevar la suya. La
hija, implorando el consentimiento, había escrito cartas llenas de ternura a sus adorables padres,
pero éstos se habían atrincherado en el silencio.
      El 2 de julio tuvo lugar la vestición religiosa que, para ella, estuvo envuelta en una profunda
tristeza y tuvo también un toque de tinte teatral.
     Evidentemente la tristeza derivaba de la ausencia querida por sus padres, que en aquella
ceremonia veían más que nada un funeral. Los colores del escenario estaban llenos de una
práctica muy en boga en aquel momento, pero que a Victorine no le gustaba. A menudo, las
aspirantes venían de familias más bien modestas y aquella renuncia tan lujosa resultaba falsa. La
aspirante se tenía que presentar delante del altar con trajes lujosos para manifestar mejor todo
aquello que dejaba. Victorine, que desde la Primera Comunión se vestía sencilla y modesta, se
tuvo que presentar ataviada de seda y oro, con vestidos y joyas de una señora más bien
desconocida. Pero bajo aquellos vestidos fingidos, había mucha sinceridad en la donación.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                 10
La íntima unión con Dios, el espíritu de mortificación y por supuesto el silencio cada vez más
angustioso de sus padres, hacen mella en el buen corazón y en el sistema nervioso, que también
puede quebrarse.


     La naturaleza se venga
     Cuatro días después de la vestición, la naturaleza se vengó. Una fiebre cerebral redujo a
Victorine casi a la muerte. Ella, con su estilo vivaz, escribe en su diario: “Enseguida avisaron a mi
familia. Mi pobre madre acudió a verme llevándome el voto positivo de mi padre, de no oponerse
más a mi vocación si Dios me conservaba la vida”. El primer peligro pasó. El señor Félix había
dicho burlándose: “Mejor muerta que monja”. Ahora, ante la muerte, exclama: “Jesús, cúramela y
yo te la doy”. Pero le costó.
    Ésta es la carta que, escrita por el marido, la madre entregó a su hija postrada en la cama
donde se debatía entre la vida y la muerte:
     “Le Havre, 17 de Julio de 1836.
     Mi querida Victorine, en este momento recibo una carta del capellán Faure en la que me
informa que estás enferma. Como sabes, estoy trabajando en Le Havre, y no pudiendo ir yo, tu
buena madre saldrá esta tarde en el primer coche para ir a verte y prestarte todos los cuidados
que necesites.
      Cuando te fuiste, nos dejaste a todos consternados, hiciste derramar muchas lágrimas a tu
madre, que nunca se resignará a tu ausencia. Tú conoces su gran sensibilidad y el apego
ilimitado a sus hijos.
      No te hablaré de mí: tu marcha me ha destrozado. Pero ahora quiero olvidar el pasado y
pedirte, si es posible, que tú hagas lo mismo. Por eso, mi querida Victorine, ahora sólo deseo que
estés tranquila y calmes tu ánimo para que se restablezca tu salud tan necesaria para nuestra
felicidad.
    Espero que Dios tenga piedad de nosotros; tu sacrificio no está todavía cumplido. Cualquier
cosa que ocurra, sea según su Voluntad.
    Te doy mi bendición, querida hija, y hoy te doy el beso que te negué cuando dejaste esta
casa.
     Mi querida Victorine, te abrazo con todo mi corazón.
     Tu afligido y siempre cariñoso padre Le Dieu”.
    Cuando la hija superó la crisis, la madre volvió a casa y se preparó para un nuevo sacrificio.
Para dar una sólida educación a su hijo Augusto lo llevó a un colegio; pero esta vez habían
escogido un Instituto religioso. No había peligro que en aquella cabeza loca despuntara una
vocación religiosa.
     La santa mujer, que había ido a París para acompañar a Augusto al colegio, fue a ver a su
hija para darle la alegría del consenso perfecto, se mostró animada y alegre, pero de vuelta a
casa el 23 de octubre fue truncada por una apoplejía fulminante. El pobre padre comunicó a los
superiores de Sta. Clotilde la enorme desdicha y se apresuró a decirles que, para no faltar a la
promesa que había hecho al Señor durante la enfermedad de su hija renunciaba, incluso, a verla.
Las religiosas, ante tan heroica renuncia y emocionadas por su gran dolor, animaron a la hija a ir
con el padre y quedarse algunos meses a su lado. Ella tiene la alegría de poder llevar en su casa
el hábito religioso. ¿Pero podría esto sustituir a la madre? ¿Y acaso el trauma de la separación
había sido extraño a aquella muerte repentina?


     El horóscopo
     Victorine recordará “de qué lágrimas mana” su vocación y “de qué sangre”, y por eso cada
día la vivirá más heroicamente.




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Los superiores comprensivos le prolongaron el permiso para asistir a su padre hasta que
éste no se trasladara a París. Luego, viendo su rostro marcado por el dolor, decidieron que la hija
se quedara definitivamente a su lado a no ser que quisiera casarse una segunda vez, cosa que él
no quería porque nutría un verdadero culto por la esposa fallecida.
     Así terminó el período tormentoso de una vida religiosa hecha de experiencias y pruebas. La
pobre Victorine tuvo que quitarse el hábito religioso, pero se llevó consigo el horóscopo que había
recibido en Sta. Clotilde la mañana en que, ya curada, se levantó de aquella cama en la que
esperaba la muerte. Ella llama horóscopo al texto de la Imitación de Cristo que había meditado
aquella mañana y que marcó uno de los períodos más fuertes de su existencia, que será
modelada perfectamente por aquella regla de vida. El horóscopo dice así: “Tú has de ser probado
aún en la tierra y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será
dada satisfacción cumplida.
    Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer cosas repugnantes a la naturaleza.
Conviene que te vistas de un hombre nuevo y te vuelvas un varón constante.
     Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres.
     Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te contenta, no se hará.
     Lo que dicen otros, será oído; tú pedirás y no alcanzarás.
     Otros serán grandes en boca de los hombres; de ti no se hará cuenta.
     A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil.
    Por eso se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco si lo sufres callando. En
estas y otras cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe ganarse
y mortificarse en todo.
    Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que en ver y sufrir cosas
repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece conforme y menos útil lo que te
manden hacer.
    Y porque tú, siendo inferior, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece
cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer.
     Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo
premio; y no te serán pesados, sino un gran consuelo de tu paciencia. Pues por esta poca
voluntad, que ahora dejas de grado, poseerás para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues,
hallarás todo lo que quisieres y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien, sin
miedo a perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna
contraria o propicia. Allí, ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie turbará o se opondrá
a tu deseo; sino que todas las cosas que apetezcas las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán
tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el
ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el
trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada”. Después de una
experiencia de pocos meses la vida religiosa se desvaneció como un sueño matutino. A los tres
años de asistencia filial y de intensa vida de oración, la salud de Victorine reclama el aire nativo.
La joven tuvo que dejar al padre en París para ir a Avranches. El Obispo quiere nombrarla
superiora de una nueva obra de caridad que aparentemente era muy interesante, pero poco
consistente. Victorine, de acuerdo con su padre y con los superiores de Sta. Clotilde, a los que
quería siempre obedecer, y cumplidos los treinta años, comenzó un nuevo estilo de vida.


     Ecce ancilla Domini
      Victorine tenía que dirigir un Instituto de Enseñanza y Educación para las hijas del pueblo,
Instituto que dependía contemporáneamente de las autoridades civiles y religiosas. La obra, por
tanto, sufría conflictos de dos poderes y terminó por deshacerse. Durante este tiempo ella
preparaba la vestición de tres aspirantes.




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Como recuerdo de aquel intento le quedó el anillo bendecido por el Obispo, en el que había
hecho grabar su lema: “¡Ecce ancilla Domini. Fiat!”.
    Recordando este período, ella escribirá en su diario: “Continuos sacrificios, sacrificios bajo
todas las formas y maneras”. Mientras tanto, pudo reunirse con su padre en Avranches donde su
abuela materna, que esperaba en oración a la hermana muerte, necesitaba de muchos cuidados.
    Victorine se transformó así en enfermera doméstica y tuvo para la anciana cuidados
maternos. A diario las dos compartían sus dones.
    La joven prodigaba cuidados y atenciones y la anciana los pagaba con oraciones,
bendiciones y sabiduría.
     Pasados algunos años de alegre y tierna confianza, la dulce abuela, rica en méritos y años,
entregó el alma a Jesús. Victorine la llora y la añora. Decenas de años después, hablaba de ella
en estos términos: ”Santa mujer, cuya virtud fuerte y pura ha sido y será siempre un ejemplo
eficaz”. Muerta su abuela, se dedicó en cuerpo y alma a crear la obra de la adoración que le
confió el Obispo de la diócesis, Mon. Robiou.
     Mientras tanto las espinas crecían más que las rosas. La vida de su hermano Augusto se
había reducido a una gran zarza llena de espinas. Éste, que había sido el ojo derecho de mamá y
seguía siendo el de papá, se había dado a la buena vida, y este hecho resultaba demasiado
amargo para los familiares. Dilapidaba el patrimonio entero, prometiendo un cambio que no
llegaba nunca, cuando fue herido por una enfermedad violenta y larga.
    Victorine, preocupada por la salud del cuerpo y del alma, fue a verle a Le Havre y estando
permanentemente junto al enfermo hizo el papel de hermana y sustituyó a la madre, que ya había
muerto: lo cuidó durante ocho semanas enteras sin descansar.
     Dos meses de sacrificios, de ternura y oraciones llevaron de nuevo el sol a aquella
conciencia caída en las tinieblas de muerte. A la santa enfermera doméstica, que tanto amaba a
Augusto, le pareció haberlo regenerado. Y de hecho, lo había regenerado a la gracia. El 30 de
diciembre de 1846 la muerte alcanzó a Augusto purificado ante Dios y pacificado con los
hombres. La oveja negra, convertida en ángel blanco.


     La concha y la perla
     La muerte de Augusto deja como única heredera del patrimonio a Victorine. Ella, que se ha
consagrado al Señor, desea ardientemente entregarle también sus bienes. Compra una bonita
casa, que debe ser como la concha que protege la perla, y la perla es para ella la capilla que será
destinada a la Adoración Eucarística. La casa está en función de la capilla y ésta, a su vez, en
función de la Adoración Reparadora.
     Los familiares no le ahorran críticas y burlas, y diversas personas de negocios, con los que
tuvo contacto por sus adquisiciones, hicieron grandes especulaciones comprendiendo que la
señorita cedía evangélicamente el vestido a quien le pedía el manto.
     La enfermedad del padre y las obras de caridad, que aumentaban de día en día, la obligaron
a renunciar a la Tercera Orden Carmelita, en la que había hecho la profesión.
     Acogió en casa a un tío enfermo. Era un buen hombre, pero se había formado una filosofía y
una religión a su uso y consumo.
    Los cuidados cariñosos y la piedad radiante de la sobrina trajeron luz y pusieron orden en el
caos mental por el que atravesaba aquel pobre hombre que reconoció sus errores y recibió la
comunión. Pocos días después, guiado por la oración de su sobrina, se presentaba sereno en la
casa del Padre.
     En este período de tiempo entró en la casa Le Dieu como sirvienta una joven y fue para ella
como la hermana menor. Su nombre, que no debemos olvidar, es Josephine James. Ahora el
único fin y la única ocupación existencial de la vida de Victorine era la Adoración Reparadora,
pero también trabajaba mucho en las obras de apostolado, colaborando de lleno con su prima
Águeda, con quien congeniaba muy bien.


JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                               13
Victorine, habiendo perdido ya toda esperanza de entrar en una congregación religiosa,
aspiraba sólo a tener el Santísimo Sacramento en su oratorio y, en todo caso, vestir un hábito
discreto y de corte religioso.
     Animada por el Obispo y los párrocos se dedicó en cuerpo y alma a organizar en la diócesis
un gran movimiento de Adoración Eucarística. Su oratorio debería ser el núcleo central, mejor
dicho, el corazón del fervor eucarístico a escala diocesana.
     Pero la salud del padre hizo que no pudiera realizar este proyecto. El Señor Félix necesitaba
aire cálido y por eso Victorine lo acompañó a Hyères en el sur de Francia a finales de 1853.


     El milagro firma el mensaje
     El clima mediterráneo de aquella ciudad resultó muy beneficioso para el padre pero
inclemente para la hija, que muy pronto estuvo a punto de perder la vida. Desde el lecho, que
creía de muerte, escribió al Obispo para encomendarle su proyecto de la Adoración Reparadora
perpetua y le suplicó que confiara esta tarea a las religiosas de la Esperanza.
     Después de casi cuatro meses de tratamiento los médicos le aconsejaron el aire de
montaña. ¿Qué mejor ocasión para visitar la Salette que, a pesar de las luchas y contradicciones,
atraía cada vez a más gente??
     El 19 de septiembre de 1846 la Virgen se había aparecido en el monte de la Salette a dos
pastorcillos. Los dos niños, al describir a la Virgen, se expresaban así: “Parece una madre
derrotada por sus hijos y huida al monte”. Sería difícil expresar mejor la angustia que la Virgen
siente ante el aumento del mal moral en el mundo.
     Por eso la Virgen, entre lágrimas, exhortaba a la conversión y a la penitencia. La autoridad
eclesiástica diocesana reconoció el carácter sobrenatural de la aparición, edificó en el monte un
santuario, y para su servicio, fundó la Congregación de los Misioneros de la Salette.
     El 20 de junio de 1854 Victorine, desahuciada por los médicos, emprende la peregrinación a
la Santa Montaña. Ella misma nos lo describe en su pequeña autobiografía:
     “El 20 de junio de 1854 me vistieron, me pusieron en una carroza, junto con mesas,
colchones y almohadas. Mi padre subió con la religiosa que me asistía desde el comienzo de mi
enfermedad y con otra persona muy querida. En la primera parada de Toulón a Marsella me
levanté y me sentí curada.
     Soporté el viaje, que duró dos días y una noche, y, llegada a la santa Montaña me
encontraba tan bien que ya no necesitaba de los cuidados de quienes me asistían, y así pude
volver a casa sola.
     En el otoño siguiente tuvimos que volver al sur. Estando mi padre en peores condiciones, mi
trabajo se duplicó y enfermé de nuevo.
      Durante los cinco meses que estuve enferma recibí varias veces la santa comunión por
viático.
     Los médicos probaron varios tratamientos y se vieron obligados a suspenderlos, ante mi
extrema debilidad. Desde hacía más de dos años tenía dañado el pulmón derecho y
expectoraciones de sangre, que me producían a menudo una fuerte anemia. Mis piernas,
cubiertas de sudor, estaban frías y como paralizadas. Mi voz, apagada casi totalmente y, a pesar
del régimen alimenticio tónico y reconstituyente observado día y noche, el pulso era muy débil.
     Decidimos un segundo viaje a la Salette y partimos hacía la mitad de julio de 1855. A duras
penas pude dar algunos pasos hasta el coche. Era por la tarde y temía una noche de fatiga, pero
la buena Madre no me hizo esperar su ayuda: desde el primer momento del viaje desaparecieron
la debilidad, los dolores y la expectoración de sangre de tal manera que al día siguiente, al llegar
a San Maximino, pude hacer la peregrinación a la gruta de Santa María Magdalena. Desde las
tres de la mañana hasta las diez de la noche he podido caminar, hablar y hasta cantar sin sentir
ningún malestar ni en el corazón ni en los pulmones y desde entonces ninguno de estos síntomas




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han vuelto a aparecer. Y como prometí en ese momento, volví nueve veces a la Salette en acción
de gracias. Transcurridos dos meses de estancia en ese santo lugar regresamos al sur”.
     Victorine, que había heredado de su madre la devoción a la Virgen, en el mensaje de la
Salette vio aprobada y confirmada su intuición fundamental: con Jesús Reparador reparamos los
pecados de los hombres. Y la Virgen, que ella sentía siempre cerca como Madre amantísima, se
le muestra como Reconciliadora.
     Con los pulmones nuevos respiraba el aire místico que emanaba de la Salette, cuando el
mundo católico fue inundado de un gran fervor mariano: Pío IX, el 8 de diciembre de 1854 había
proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Victorine, que se
encontraba en Hyères, no fue ajena a este gran fervor. Narramos el fragmento de sus memorias
en el que nos recuerda aquel acontecimiento, porque esto nos muestra la dialéctica dogmática de
la que Victorine estaba dotada.
     “Grandes fueron las fiestas y la alegría de aquel día cuando espontáneamente se iluminaron
todas las ventanas de las casas. Incluso algunos protestantes participaron en esta demostración
para honrar a la Madre de Dios.
    El mensaje de la Salette, aureolado por el entusiasmo místico de la proclamación del
dogma, se convirtió en el alma de su alma. De ahora en adelante la vida de Victorine será la
encarnación de este ideal: Reparación. “Sentí la necesidad de una inmensa reparación”.


     El amor de Dios puede renovar la tierra
      La dialéctica teológica, que funcionaba muy bien en el cerebro volcánico de nuestra apóstol,
cumplió este proceso lógico. La Virgen nos exhorta a la reparación, pero sólo Jesús es el
verdadero Reparador; por eso nosotros sólo podemos ser reparadores si nos unimos a Él. Él ha
reparado la humanidad pecadora mediante el misterio pascual que se representa y se ritualiza
únicamente en el Sacrificio Eucarístico. Por tanto sólo participando de forma consciente y activa
en el misterio eucarístico, podemos convertirnos en perfectos reparadores. La reparación
reclama el sacrificio y éste alcanza valor redentor sólo si se une al sacrificio de Jesús. Nosotros
participamos en el sacrificio de Jesús con la Santa Misa, que así viene a ser el centro del que se
irradia toda reparación y en el que convergen todos nuestros sacrificios cotidianos.
     Victorine descubre, adora y vive el enlace vital que media entre la reparación y la Eucaristía,
hasta el punto de instituir la Misa Reparadora. En realidad, toda Misa es reparadora, pero
Victorine, en el Sacrificio Eucarístico, quiere poner en evidencia el papel que cada fiel desea
asumir, participando activamente de la pasión de Jesús. Este movimiento de caridad reparadora,
que en la esperanza de Victorine está destinado a extenderse en la Iglesia entera, debe tener
como centro la Misa Reparadora cotidiana y ésta, a su vez, debe tener un santuario o al menos
una capilla.
   El alma eucarística se da cuenta de que la Eucaristía no se confía a cualquiera, por eso
comprende que, junto al oratorio, es necesaria también la comunidad que lo cuide.
     En otras palabras, la reparación exige la Misa, la Misa supone el oratorio y el oratorio
requiere la comunidad religiosa. En este orden de ideas, Victorine está dispuesta a establecer el
centro del Movimiento de Reparación Eucarística en la comunidad de las religiosas ya existente.
     Todas pueden participar en el movimiento, con tal que sepan adorar la Eucaristía y tengan
un corazón para amar y voz para implorar piedad. Sin distinción de sexo, edad, clase social o
profesión, todos pueden formar parte del movimiento eucarístico. La sirvienta puede arrodillarse
al lado del ministro, la virgen puede unirse a la madre, el sacerdote al peón, el religioso al
banquero, el viejo al joven, el abuelo a los nietos. Uno sólo es el denominador común: fervor que
estimula a la adoración de Jesús Eucarístico para reparar con Él, por Él y en Él. Para los que
quieren unirse a la cruzada eucarística, Victorine encuentra el nombre de: Hijos e Hijas de Jesús
Redentor y María Reconciliadora. Con este proyecto del Movimiento Eucarístico en el corazón,
Victorine visitó al Cura de Ars, al que se acercaba mucha gente atraída por lo sobrenatural.




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El sacerdote no tardó en percibir en aquella criatura un alma predestinada, lo escuchó con
mucha atención y se recogió más de lo habitual, levantó los ojos al cielo, llenos de inocencia, y
profetizó: “La obra, hija mía, será bendecida más de lo que uno puede pensar”.
     Por consiguiente, la realidad ¿hubiera superado la esperanza que en su alma era ilimitada?
¡El santo con más renombre de la época, con la fuerza de la profecía, había reconocido su
carisma! Victorine irá todavía dos veces más a ver al santo para buscar seguridad, y conseguirá
del Vicario Toccanier este certificado: “Misioneros de Ars por Trévoux (Ain). El que subscribe
declara haber procurado una audiencia a la señorita Le Dieu con el santo Cura, que
benignamente ha bendecido el proyecto de la Obra aprobada seis años después por el Sumo
Pontífice Pío IX”.
     Ars, 13 de Agosto de 1871
     Ab. Toccanier mis.párr.


     En diciembre de 1856 el Vicario del Cura de Ars le confirmará una vez más: “El santo Cura
pide por usted y por sus obras. Su corazón, tan inflamado de amor a Dios y al prójimo, goza con
el pensamiento del bien que son llamadas a hacer para mayor gloria de Dios y la edificación del
prójimo”.
     Victorine comenta: “¿Cuándo? ¿cómo? ¿con quién? No me hago ninguna pregunta. No
busco nada extraordinario ni siquiera el bien”. Pero cuando su obra corría peligro de muerte y el
desánimo llamaba a la puerta, la señorita Le Dieu sacaba fuerza del documento, afirmando con
vehemencia: “Los amigos de Dios no se confunden”. Durante la estancia en el sur el fervor
eucarístico relumbraba siempre más y Victorine consideraba la Obra Reparadora como el único
fin de su existencia.


     El verde eterno cubre el campo del Señor
      Se quedó a vivir en Fréjus con su padre donde surgió una profunda amistad con dos
familias: la de la señora Lagostena y la del Vicario general Barnieu. Estas amistades fueron de
gran consuelo para el anciano padre. En el jardín de su casa prepararon un oratorio, donde los
dos, padre e hija, pasaban largas horas en oración y contemplación. En este período de tiempo
se enfermó la chica que tenían con ellos, Josephine James y Victorine fue hermana y madre para
ella.
    No le resultó muy difícil presentarse al Vicario General e incluso al Obispo que se
entusiasmó de la obra y exhortó a Victorine a comenzar enseguida. Pero Victorine quiere caminar
siempre con pies de plomo.
     En 1856 se distinguen dos períodos: uno de desánimo y otro de entusiasmo. El primero lo
describe así: “He tenido que resignarme a la vegetación triste de una planta en suelo extranjero,
al cautiverio de un pájaro nacido libre al que encierran en una jaula estrecha. Me ha costado
mucho, pero me he sometido. Mi corazón se ha encogido y la lucha me ha vuelto el ánimo débil y
desconfiado; pero la gracia divina me ha dado una gran luz y me ha hecho comprender mi
nulidad y la de las criaturas. El amor de Dios puede renovar la tierra”.
     El período de entusiasmo fue animado por la carta apostólica, que Pío IX había enviado a
todos los Obispos del mundo. Las expresiones que más gustaban a Victorine eran las siguientes:
“El Señor cumple un designio lleno de sabiduría y la caridad cristiana se derrama siempre más
abundantemente; se manifiesta con esplendores siempre más fuertes, por medio de otras obras
que crea; piedras preciosas que cubren el campo del Señor como un verde eterno. Pero sólo
crecerán, se desarrollarán y producirán sus frutos si se nutren y fortifican en el espíritu de unidad,
que es propio de la religión católica.
    Para conservar esta unidad es necesario que dependan del Romano Pontífice, el cual desde
su cátedra suprema, regula y dirige las diferentes obras, de modo que, quedando cada una libre
de gobernar y administrar los propios asuntos, aprenda del Padre común lo que debe ser una
ventaja para la Iglesia universal, de la que Dios mismo le ha confiado el cuidado”. “Estos santos y


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nobles pensamientos han orientado constantemente todas mis acciones, antes y después de
aquel tiempo”.
    Esta exhortación pontificia multiplicó en el corazón de Victorine la pasión de la catolicidad
que se irradia de la cátedra del Vicario de Cristo. Su lema de alma reparadora será: nada sin el
Papa. Sí, su existencia ve desarrolladas en su integridad las tres dimensiones que la
caracterizan: Adoración Reparadora a Jesús Sacramentado; devoción filial a la Virgen
Reconciliadora; obediencia incondicional al Vicario de Jesucristo.


     En la montaña de la Salette, peregrina hacia la luz
     El 11 de junio de 1860 llegó la hora fatal: la muerte del padre. Después de una larga y
penosa enfermedad, el anciano patriarca, a la edad de ochenta años, con la bendición del
Obispo, acompañado por los amigos, confortado por la familia, pasó de la Iglesia que cree a la
Iglesia que ve. Él había servido y amado al Señor con todas sus fuerzas en la escuela de la hija
que se había convertido en madre espiritual. En los amigos dejó un recuerdo imborrable, en
Victorine una fuerte esperanza.
     El padre, que adora en el cielo, ahora está más cerca de la hija, que repara en la tierra. Esto
no quita que, abriendo nuevamente la tumba, se abrieran de nuevo los problemas; de hecho tres
meses después de la muerte del padre, Victorine escribe una poesía con título moderno
“angustia”. Siente una gran tristeza por encontrarse todavía en el mundo y es asaltada por un
deseo ardiente de entrar en algún convento de clausura. Tenía que reemprender el camino, pero
¿en qué dirección? Los superiores de Santa Clotilde la hubieran acogido con los brazos abiertos,
pero ella tenía la obligación de cuidar a dos huérfanas que habían estado al servicio de la familia.
     Una vez más subió al monte de la Salette, peregrina hacia la luz.
    El Superior, que la conocía desde hacía mucho tiempo, le había dicho: “No dude, usted
encontrará en la Salette un camino seguro porque Dios, que, en su bondad, a menudo se
manifiesta claramente también a los que huyen, no puede negarle esta gracia a usted, que lo
busca con tanto ardor y resignación”.
      Allá arriba, un joven sacerdote, al que todos veneraban y que también había sido curado por
la Virgen, la acogió con estas palabras: “La esperaba; desde hace muchos días el buen Dios me
pide una cosa por lo que he pensado enseguida en usted y he deseado verla. Por eso, creo que
la ha conducido hasta aquí. ¿Es libre y está dispuesta a abrazar la cruz y la locura de la cruz?”
     Victorine describe así la reacción que le produjo la llamada a subir al Calvario: “Mi corazón y
mi alma exultaron de alegría por esta invitación inesperada. Pareció que el velo estuviera
finalmente por rasgarse; que tendría que seguir a un nuevo apóstol. Con alegría y prontitud
respondí con mi estribillo: que era la esclava del Señor y que se cumpliera en mí su Palabra”.
     El santo sacerdote, de acuerdo con el Superior, le aconsejó un “retiro de amor y abandono”.
     Victorine, con la máxima generosidad, aceptó la prueba, que recuerda en su autobiografía:
“De nuevo me sometí al retiro más riguroso posible; también tuve el permiso de comer yo sola.
En completo silencio hice la oferta absoluta y resignada de todo mi ser, como si no hubiera tenido
ni pasado ni futuro, como si hubiera tenido que morir aquellos días. Terminado el retiro, la
palabra del ministro de Dios fue ésta: “Mi primer pensamiento, querida hija, ha sido el de haceros
quedar aquí, donde podría poner en práctica la Adoración Reparadora. Pero creo que estoy
plenamente convencido que Dios quiere que usted tome el camino donde lo ha dejado hace diez
años, es decir, ver si es posible establecer esta obra en vuestro pueblo, porque allí se difundirá la
gloria de Dios.
     No le mando que lo logre, sino que lo intente con su entrega generosa y con su obediencia a
la autoridad eclesiástica, cuya aprobación o rechazo serán para usted una señal clara de la
voluntad divina”.
     Creí que era mi deber recordarle las objeciones, en apariencia muy razonables para esta
obra y ante todo la debilidad física que a menudo traicionaba mi alma. “Esto no la incumbe,
prosiguió, Dios romperá el instrumento cuando no quiera servirse de él. Poco importa cuándo,


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poco importa dónde: ¡si los santos se hubieran quedado en consideraciones humanas no hbrían
hecho nada! Nadie mejor que usted es libre de consagrarse a Dios. Él la llama: camine
valientemente en paz, en su voluntad”.
     Bajó de la montaña con mucha luz en el corazón porque allí había recibido un mandato claro
y preciso.


     Sola solita a los pies del buen Jesús
     Pasando por París se encontró con S. Julián Eymard.
    Estas dos almas, abrasadas de amor eucarístico tanto una como otra, no podían no
entenderse.
     Jesús es Víctima y Sacerdote. San Paulino de Nola decía: “Víctima de su sacerdocio y
sacerdocio de su Víctima”. Estas dos almas eucarísticas eran a la vez también ellas víctimas y
sacerdotes; pero mientras en S. Julián primaba el carisma del sacerdote, en Victorine se
acentuaba claramente el de víctima. Cuando su lenguaje no era común, sin duda resultaba
complementario. La simple presencia de una, era muy elocuente para la otra alma eucarística.
Sea como fuere, el santo formuló su pensamiento también en términos de lenguaje común: “Hija
mía -dijo– usted está preparada espiritualmente para comenzar esta santa obra. Pida a su
Obispo únicamente el Smo. Sacramento para su oratorio y luego sola solita, a los pies del buen
Jesús, déjelo actuar. Él llamará a quien tenga que unirse a usted. No es usted quien tiene que
recoger todos los materiales para esta obra: dé solamente lo que tenga sin reserva. Aunque se
quede sola para dar gracias, habrá hecho lo que tenía que hacer, quizá Dios no cumpla su obra
hasta después de su muerte”. La respuesta de S. Julián Eymard parece más iluminadora que la
del Cura de Ars. Estaríamos tentados de afirmar que también en la santidad se necesita un
poquito de suerte. San Julián no había dado en el clavo: para realizar la obra de la Adoración
Reparadora, como primera condición se requería el permiso del Obispo para tener el Santísimo.
Él había sido muy explícito: “Pida al Obispo el Santísimo para su oratorio”. Victorine, sin poner
impedimentos, se presentó ante el Obispo, que desgraciadamente había sufrido una parálisis. Él
se limitó a bendecir y a confiar esto a su Consejo. En aquella época era muy difícil obtener el
permiso para tener el Santísimo en un oratorio privado.
     Los párrocos vieron con simpatía la obra de la Adoración Reparadora y apoyaron con
entusiasmo la petición. Pero la barca fue empujada hacia atrás en alta mar justo cuando creía
tocar la orilla. Los responsables, más o menos, razonaron así: El Obispo está a punto de morir y
no sabemos si la obra que estamos estudiando será del agrado de su sucesor, el cual podría
pensar que, durante la enfermedad de su predecesor, nosotros hemos abusado de nuestro
poder.
    El segundo Vicario General le sugirió que estableciera la obra en las Carmelitas de
Avranches, como una rama de su Instituto, pero la Congregación, aún sin rechazar la idea,
propuso a Victorine que por el momento comenzara la experiencia en su oratorio.


     Roma la llama
    En aquella época se había anunciado la canonización de los mártires japoneses y se
estaban organizando peregrinaciones a Roma.
     A Victorine se le despertó el deseo de visitar al Papa. El Vicario, que la estimaba mucho y
además sentía algún remordimiento por no haberla contentado, le sugirió que pidiera
directamente a Roma el permiso para tener el Santísimo en casa. La peregrina nos cuenta:
     “Valiéndome de gente que conocía al embajador francés en Roma, me decidí a hacer este
viaje que, a causa de una fuerte prueba, tuve que hacer sola pero con mucha alegría, esperanza
y abandono. Hubiera sido muy feliz de poderme arrojar como S. Ignacio a los pies del S. Padre,
renovar mis votos en sus manos y recibir de Él mi misión”.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                             18
A finales de mayo se fue a Roma. Para obtener la aprobación de su proyecto, ella tenía dos
caminos: el ordinario o el extraordinario. El ordinario consistía en presentar a la Congregación
competente la petición con el visto bueno del Obispo; pero este camino fue rechazado de entrada
porque Victorine sólo poseía recomendaciones, que no tenían nada que ver con el documento
episcopal que se requería de las congregaciones romanas. Quedaba el camino extraordinario:
pedir directamente al Papa la aprobación de la obra. Esta hipótesis contrariaba a Victorine, la
cual era alérgica por naturaleza a las recomendaciones que consideraba como una pantalla
interpuesta entre la libertad humana y la voluntad divina. El Carmelita, padre Eliseo, la animó en
este sentido: “Hay que ver si la idea viene de Dios; si viene de Dios, Él se la inspirará al Santo
Padre, sin que nadie le influya para bien o para mal”.
     Después de varias peripecias, Victorine envió la petición que, firmada por un sacerdote
francés, pasó a la mesa de Mons. Pacca.
     El cardenal Villecourt, para apoyar la petición, le escribió una recomendación, pero le rogó
que la usará sólo en caso de extrema necesidad. La nota decía graciosamente así: “La pía
suplicante merece, bajo todos los aspectos, que su petición sea escuchada”.
     Victorine, después de haber rezado mucho, escribió esta petición:
      Beatísimo Padre, dedicada completamente a la Adoración Reparadora, a la que he
consagrado la casa y una renta perpetua para mantenerla como mejor se pueda, la señorita Le
Dieu de la Ruaudière de la diócesis de Coutances y Avranches, humildemente postrada a los
pies de Su Santidad, osa pedir el Smo. Sacramento para el oratorio de su casa, la facultad de
celebrar el Santo Sacrificio todos los días del año con la bendición de la Píxide y la indulgencia
plenaria cotidiana para vivos y difuntos. Desea poder instituir la misma Obra con los mismos
privilegios y donde sea posible para la mayor gloria de Dios, la conversión de los pecadores y la
liberación de las almas del Purgatorio, y suplica a Su Santidad que, no obstante haya alguna
dificultad, la presente sea por usted aprobada y válida en perpetuo.
     Roma, 26 de Noviembre del año de gracia 1862.


     El día más hermoso de su vida
     Con aquella petición en la carpeta y con mucha esperanza en el corazón, después de
algunos meses de espera, el 15 de enero de 1863 subía las escaleras del Vaticano. A este punto
es importante ceder la pluma a la protagonista porque se trata del origen de su Congregación y
es justo que ella misma cuente cómo fue su nacimiento. Por otra parte el acontecimiento de este
día constituirá para ella la estrella polar de su borrascosa navegación.
    “A las tres de la tarde subía los peldaños de la sala de espera y los guardias de turno me
recogían el billete para la audiencia particular del Sumo Pontífice Pío IX.
     Desde el día antes, perfectamente tranquila, no hacía más que repetir al Señor que quería
obedecer incondicionalmente al veredicto que habría sido pronunciado sobre mi único deseo,
veredicto que lo habría realizado o lo habría hecho desaparecer como un sueño: ¡y este sueño
duraba más de treinta años! Ninguna prevención podía influenciar al juez supremo; nada había
llegado a él sino un simple nombre, completamente desconocido y que nadie había
recomendado. Yo iba a descubrir la voluntad del Maestro Jesús a los pies de su Vicario. Hay
muchas cosas que no se pueden explicar; no intentaré hacerlo, pero referiré simplemente
palabras y gestos grabados en mi memoria. No exagero nada: transcribo al pie de la letra las
palabras que hemos intercambiado; repito todo lo que he dicho ante Dios y por Dios. No había
preparado ninguna frase; mi confianza estaba puesta en el poderoso protector San José y, contra
toda esperanza, esperaba que mi petición fuera aceptada.
    Cuando se abrió el último portón todavía no había podido tener una visión del uso del
ceremonial. Pero mi alma lo habría adivinado aunque no hubiera tenido ni la mínima idea.
Cualquier corazón cristiano comprende que debe inclinarse ante el Sumo Pontífice. Yo habría
hecho más de las tres genuflexiones obligatorias si hubiera tenido que dar algún paso más.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                              19
Pero había llegado a los pies del Santo Padre y me estaba inclinando un poco más para
besárselos cuando él extendió su mano hacia mí, de tal modo que mis labios pudieron posarse
por un instante sobre el anillo del pescador y esto fue para mí un signo claro de la benevolencia
del Sumo Pontífice. Estaba muy emocionada, pero no turbada. Sin embargo, al principio, no pude
decir más que estas palabras: ”¡Santísimo Padre. Santísimo Padre!”
     –“Levántese, hija mía”, me dijo dándome una vez más a besar su mano.
     –“¿Tiene usted esposo?”
     –“No, santísimo Padre, Dios sólo”.
     –“Bien, hija mía, feliz usted por haberlo elegido”.
     –“No lo he elegido yo, santísimo Padre, sino que ha sido Él quien me ha llamado desde mi
infancia”.
     –“Bien, hija mía, séale fiel”.
    –“Santísimo Padre, sólo la obediencia a su voz, y a la de los guías que Él me ha dado, me
ha conducido hasta aquí”.
     “Sí, santísimo Padre, –continué con mayor confianza–, si hubiera seguido mi razón, desde
hace mucho tiempo, me hubiera refugiado en los Claustros del Carmelo; pero mi salud y mis
deberes familiares no lo permitieron al principio; y cuando me quedé más libre, la dirección
espiritual que Dios me ha dado, me ha impulsado a las obras de caridad en el mundo”.
     –“Sí, sí, a las obras de caridad en el mundo –replicó vivamente Su Santidad–, a las obras de
caridad”.
    –“Santísimo Padre, usted tiene el derecho de ordenármelo, he venido a sus pies para
obedecerlo como a Dios mismo”.
     Entonces le di una idea general de mi vida y de mi abandono a la santa obediencia, y añadí:
    “Santísimo Padre, yo puedo asegurar los medios para la Santa Misa, la bendición
reparadora y fondos para las personas que se encarguen de la Obra, pero teniendo ya una edad
avanzada y poca salud, siento la necesidad de retirarme para orar solamente”.
    “No, hija mía, –me dijo con mayor energía–, a las obras de caridad en el mundo. Es
necesario trabajar hasta el fin y probar nuestra fe con nuestra caridad”.
     Entonces, cada vez más llena de fe, de abandono y de caridad, sintiendo que tenía que
dejar aparte todo motivo personal y humano, ante la voluntad de Dios, respondí:
    “Santísimo Padre, entre Dios y yo no hay nadie sino usted y usted es la vía segura. Si es
necesario que renuncie al deseo de encerrarme en un claustro, usted concédame las gracias que
me podrán fortificar y ayudar para salvar almas”. Y diciendo esto, le presenté mi súplica.
     –“¿Sois muchas con esta idea? –me dijo–”.
     “Santísimo Padre, todavía estoy sola en mi casa, no habiendo querido recibir a nadie antes
de tener el Santísimo, base y vínculo de toda vida religiosa”.
    Su Santidad dio de nuevo una ojeada a mi petición desde su sitio, luego se acercó a una
ventana y la leyó por segunda vez con gran atención. Enseguida volvió a su escritorio, un mueble
bastante alto sobre el que el Santo Padre estaba antes apoyado y escribía al final de mi petición,
despacio y extensamente... Su sonrisa era tan benévola durante este acto que no pude pensar
en un rechazo. Y me devolvió el folio sonriendo aún.
     –“Santísimo Padre, –le dije–, veo que no me niega nada. Dígnese, pues, bendecir también
estas insignias de mi entrega al buen Dios: el anillo que lleva mi lema, y la cruz preparada por
mandato del Obispo. Le suplico enriquezca esta cruz con todas las gracias que usted concede a
las de los Misioneros. Que ella pueda ayudar a todos los fieles, a todos los moribundos que yo
pueda asistir en el futuro”.
    Hice observar a Su Santidad las palabras grabadas en la cruz en agradecimiento a Nuestra
Señora de la Salette por mi curación, y le dije que las reiteradas promesas del buen Cura de Ars


JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                              20
me hacían esperar que la Obra, que Su Santidad bendecía en ese momento, se establecería
también en la santa montaña. Le hablé del deseo que siempre había tenido, aunque me
consideraba indigna, de consagrarme especialmente a las misiones extranjeras.
     –“Siento verdaderamente en mi corazón –le dije– el valor, el abandono de S. Francisco
Javier, y desearía como S. Ignacio renovar mis votos a sus pies, porque como él, también yo
recibo del Sumo Pontífice mi misión. Me atrevo a suplicarle, santísimo Padre, que los reciba en
nombre del buen Dios, en el sentido más amplio”. Entonces tras una señal que hizo con la mano,
me arrodillé y los resumí en la misma fórmula de consagración de S. Ignacio que me vino a la
mente: “Recibid, oh mi Dios, toda mi libertad, mi memoria, mi inteligencia, mi voluntad, todo lo
que tengo. Todo lo que poseo es don de vuestra liberalidad; os lo ofrezco sin reserva, os dejo el
dominio; vuestro amor y vuestra gracia me enriquecen, no pido nada más”.
     Ya que Su Santidad parecía escucharme con caridad y con complacencia, le pedí poder
vestir el hábito religioso, preparado desde varios años como signo de mi consagración total a la
Adoración Reparadora. El Santo Padre me lo concedió.
     –“¡Santísimo Padre –dije finalmente llena de agradecimiento–, no creo tener nada más que
pedirle!”
    Su Santidad, sonriendo siempre como un buen padre, haciéndome una señal para retirarme,
me dio su última bendición y a besar prolongadamente su mano. Yo la tomé entre las mías con
una gran emoción y una dicha indecibles, y mis labios se posaron durante algunos segundos
sobre el santo anillo y en la venerable mano del Pontífice.
     Saliendo de allí me dirigí a la tumba de San Pedro, sobre la que deposité los muchos y
preciosos favores concedidos para tantas almas.
    Todavía sentía la necesidad de renovar mis votos y de encontrar ánimo para mi nueva tarea,
santa y difícil para mi debilidad y tan contraria a mi deseo de obedecer antes que mandar. Sólo el
buen Jesús puede guiarme y sostenerme. Su Sangre divina será ofrecida cada día y en perpetuo
con mis pobres medios. Él sólo puede dar gloria a Dios.
     Regresando de la audiencia, pegué el precioso pergamino sobre un papel y me dirigí a la
Cancillería a ver a Mons. Defallous para rogarle que pusiera en este documento los sellos que
probaran su autenticidad. “No tenemos este derecho –dijo, admirado por tales privilegios–, para
esto son necesarios los sellos de Su Santidad mismo”. Y me indicó a Mons. Pacca, como el único
que podía hacerlo. Volví al Vaticano: Mons. Pacca examinó durante largo tiempo el Rescripto y
me lo restituyó sellado con el doble sigilo pontificio.
      Mientras iba triunfante a ver y a dar gracias al buen padre Eliseo, al entrar en el Carmelo,
encontré al padre Domingo, teólogo riguroso y ordinariamente poco cortés, se sorprendió, y me
felicitó sinceramente y, emocionado, fue él mismo a buscar al Rvdo. padre General, llamándolo
en voz alta, para que viniese a compartir la alegría del suceso. También el buen padre José, otro
dignatario del Carmelo, me manifestó su sincera satisfacción y me dijo: “Quiero dar gracias a
Dios, celebrando siete veces el Santo Sacrificio por esta Obra”. Y me regaló un rosario,
diciéndome: “He aquí su primer rosario como Superiora General”.
      El Vicario General de Coutances, que al principio me había recomendado oficiosamente,
había escrito para que detuvieran todas mis gestiones. Mucha gente, sabiendo lo difícil que es
iniciar y sobre todo llevar a cabo estos asuntos, se maravillaron y se alegraron. Volví a ver al
cardenal Vicario y le dije: “Eminencia, sus oraciones han sido escuchadas”. Ante aquel acto del
Pontífice él se levantó con estupor y respeto.
     “¿Quién le ha dictado esta súplica? –preguntó–. Este Rescripto le concede todo cuanto es
posible conceder a una mujer. Con él se aprueba un Instituto con Superiora General, con facultad
reservada a los ordinarios, sin depender de otra congregación ya existente. No creo que haya
muchas comunidades con tantos privilegios concedidos por el Sumo Pontífice y escritos por la
mano de Pío IX. No creo que haya ningún obispo que rechace estos privilegios. No deje nunca –
dijo– el Breve en ninguna Curia: es el tesoro de su Congregación”.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                              21
El cardenal Villecourt, como todas las personas citadas anteriormente, reconoció esta vía
como providencial; luego, con una firmeza y una convicción cuyo recuerdo aún me conmueve,
añadió: “Recuerde, querida hija, que si usted, si yo, o cualquier otra persona, llamada a trabajar
en esta obra se considerara un miserable gusano de tierra, se verá anonadada. Dios sólo la
quiere y puede hacerla realidad. El cardenal Barnabo tomó la obra bajo su protección. “Nosotros
la favoreceremos en todo lugar” –me dijo Su Eminencia–, el cual, como un verdadero padre, tuvo
la bondad de recibirme y de discernir las ideas que había tenido sobre esta obra. Me animó a
iniciarla en Roma. Respondí: “aquí no tengo ningún medio, mientras en Francia ya tengo un
pequeño santuario y algunas amigas que me esperan para trabajar conmigo”.
      “Bien, dijo, conseguiremos del Santo Padre un edificio para esto”. El padre Villefort, después
de haber leído el Breve del Santo Padre, me dijo: “Cuando Su Santidad habla, y especialmente
cuando escribe, está muy inspirado. Esta aprobación es extraordinaria y es necesario comenzar
el trabajo. Siembre este granito, que se transformará en un gran árbol, en la tierra preparada
desde hace tiempo; más tarde usted trasplantará un ramito a Roma y quizá más lejos”.
    Él no quería que la Obra se iniciase en Roma porque Italia estaba muy agitada por
movimientos revolucionarios. Sin embargo, yo la habría comenzado, pero la malaria que me
había atacado de nuevo me obligó a volver a Francia. Pero siento siempre vivo en mí el deseo de
fundarla en Roma para depender directamente del Santo Padre.
     También fui presentada al cardenal Clarelli, prefecto de la Congregación de los Clérigos y
los Regulares. Me dijeron que el estudio de la situación, si bien muy temido, era indispensable
para poner en regla todas las gestiones. Él estudió con seriedad aquel documento, quizá el único
entre los que ordinariamente acostumbraba autentificar. Me lo devolvió diciendo: “Con este
Rescripto, el Sumo Pontífice concede todos los favores pedidos. Las obispos son libres de
acogerla en sus diócesis, pero no pueden impedirle que vaya a otro lugar. Su Santidad no fuerza
su voluntad ni su juicio, pero ellos no tienen nada que decir sobre el Breve, no pueden modificar
absolutamente vuestras Constituciones. ¡Es providencial! Hace dos años que Su Santidad no
aprueba ninguna institución nueva y ahora remite la vuestra a la prudencia del ordinario, en
cualquier lugar, siempre y con autorización. Si los obispos aceptan están dispensados de los
trámites requeridos para obtener estos mismos privilegios. Adelante, pues, dijo Su Eminencia con
mucha alegría, y nosotros, cuando llegue el momento, daremos nuestra aprobación”.


     Una canonización que precede al nacimiento
    El documento, que suscitó tanta admiración entre prelados y expertos, en un primer
momento parecía sencillo, y todavía más sencillas sonaban las palabras que Pío IX había escrito
de su puño y letra a la petición: “Devolvemos la petición con las facultades al juicio y a la
prudencia del Obispo, siempre que se trate de mujeres que vivan en comunidad”.
     Pero en realidad, para los expertos en derecho, aquellas expresiones eran también la
solemne aprobación de una congregación religiosa de mujeres. Se obtuvo así un hecho muy raro
y quizá único en la historia: la suprema aprobación de una congregación religiosa antes de que
naciera. El hecho hace pensar en lo que le sucedió a S. Juan Bautista, que fue canonizado antes
de su nacimiento.
     Por este motivo, aquellos dignatarios y aquellos expertos daban vueltas y vueltas al
documento que tenían en sus manos, leían y releían sin dar crédito a lo que veían, luego se lo
devolvían a la neofundadora con rostro estupefacto. Mons. Pacca fue el primero en maravillarse
antes de poner dos sigilos lacrados sobre la cinta que sujeta el breve al cartón: Sigillum
Bartholomaei Pacca. A la mirada de la neofundadora, aquellos circulitos de lacra tenían que
aparecer más hermosos que cualquier piedra preciosa. Ella se llevará el Breve siempre consigo y
lo amará quizá como ninguna mujer haya amado tanto la alianza matrimonial. En su escala de
valores, después de la Eucaristía y el Evangelio, estaba el Breve.
     En términos sencillos, en el coloquio con el Papa se había desatado este proceso lógico
confirmado por el soberano documento. Para la Obra de la Adoración Reparadora se necesita el
Santísimo, y para tener el Santísimo tiene que haber una comunidad de mujeres. Por tanto, se



JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                22
debe fundar esta comunidad. Pero como es necesario expresar la fe con obras de caridad, estas
religiosas no se limitarán solamente a la Adoración, sino que extenderán la reparación también a
las obras de caridad, según los tiempos y los lugares. Por consiguiente, su característica
consistirá en impregnar las obras caritativas del espíritu de reparación que toman de la
Eucaristía. El proyecto de Victorine había sido ampliado y concretado por el Vicario de Jesucristo.
      Ella quería la aprobación de la gran familia eucarística compuesta por Hijos e Hijas de Jesús
Redentor y María Reconciliadora, que constituían una especie de cruzada de oración, abierta a
todos los fieles; también deseaba el permiso de tener el Santísimo en diversos oratorios que se
abrirían como centros del movimiento. Sin embargo, Pío IX concede también la facultad de
fundar una congregación religiosa que presida el vasto movimiento eucarístico, y quiere que las
religiosas expresen la reparación eucarística también mediante obras de caridad, que deben ser
abiertas para adaptarse a las exigencias de la sociedad contemporánea. Victorine pensaba sólo
en una reparación contemplativa, Pío IX quiere que a la reparación contemplativa se añada una
reparación activa. Sin embargo, una y otra, deben salir de almas eucarísticas.
    Ahora, en el espíritu de la neofundadora, resplandecía con luz sobrenatural el proyecto que
había surgido de la síntesis armónica entre la espiritualidad de Victorine y la de Pío IX. Por eso,
Madre Le Dieu veneraba a Pío IX como fundador, o al menos como cofundador de su Obra.
    Ella comprendió muy bien que para fundar la Obra de la Adoración Reparadora no bastaba
con el Santísimo, sino que se necesitaban también religiosas que prodigaran cuidados de
esposas a Jesús Eucarístico. El Breve requería mujeres que vivieran una vida en común. De
acuerdo con esto, este proyecto no podía ser realizado por un Santo, como por ejemplo S. Julián
Eymard, porque se necesitaban religiosas y no religiosos.
    Madre Le Dieu era simpática cuando, con ojos llenos de entusiasmo y con acento
catedrático, repetía la frase del Breve: “mientras se trate de mujeres”.
      Todas las cosas de este mundo tienen sus límites, por eso también el Breve que, aún siendo
excepcional, tenía los suyos propios. Iniciaba una obra comenzando desde el tejado y otorgaba
distintivos de generalísimo cuando no había ni siquiera un soldado.
     Todos los privilegios que el Breve concedía a Madre Le Dieu, poniéndola bajo la
dependencia directa de la Santa Sede, en gran parte la hacía exenta de la autoridad de los
obispos. Esto estaba destinado a suscitar perplejidad o irritación en Francia, donde algunos
obispos respiraban aire galicano y por eso eran celosos de su autonomía.
     En la audiencia papal, Victorine había pedido y obtenido de Pío IX el permiso de vestir el
hábito religioso. La ceremonia fue celebrada por el padre Régis, procurador de los Trapenses, en
la capilla de las Religiosas de San José de la Aparición, como se revela en la declaración que
seguidamente éste le otorgó.


     ¡Gloria a Dios sólo!
     Todo por medio de María y San José


     Roma, 16 de Abril de 1863


     Revestida por el santo hábito religioso y por las insignias bendecidas por el Sumo Pontífice
Pío IX en la audiencia particular el 15 de enero de 1863,
    y autorizada verbalmente por Su Santidad a conservarlo y llevarlo como testimonio de mi
consagración total a la Obra de la Adoración Reparadora perpetua,
     he recibido con este hábito la preciosa bendición de mi Padre espiritual, que representa para
mí a Dios mismo, el Revd. Padre Régis, procurador de los Trapenses en Roma:
     He ido a la tumba de los santos apóstoles Pedro y Pablo para renovar el voto positivo hecho
a los pies del Santo Padre, el Papa, voto de abandono a la voluntad divina y de entrega absoluta



JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                               23
a todas las obras de fe y de caridad que me sean posibles, bajo la obediencia de los obispos
católicos, para la gloria de Dios y la salvación de las almas.
     Sr. M. J. de J. Le Dieu


     De todo lo cual doy fe y firmo la presente en la Trapa de Mortagne
     (Orne), 12 de Agosto de 1869.
     Fr. Régis Ab. Proc. Gen. de la Trapa.




                                          Nido en el mar
     Bajo las alas del arcángel
     Rica por su “tesoro”, la piadosa peregrina volvió a su Patria.
     Le parecía que había perdido una decena de años y tenía la impresión de caminar con el sol
bajo el brazo. Los hombres parecían más buenos, la creación más hermosa; hubiera dicho con
Dante: ”Incipit vita nova”, comienza una vida nueva.
    Con una carta de recomendación, escrita por el padre Eymard, se presentó enseguida al
nuevo Obispo; el anterior había fallecido.
     El santo sacerdote, entregándole la carta, le había descrito así a Mons. Bravard, su amigo:
“Es un hombre de buen corazón, un hombre decidido; pero hágale escribir todo lo que promete,
la memoria le puede traicionar”.
     A Mons. Bravard no le gustaba mucho el triunfalismo romano, del cual aquel Breve le
parecía bastante impregnado, y por eso la neofundadora tuvo una acogida más bien fría. Era la
primera helada que caía sobre las flores. De cualquier modo, el Obispo consultó a sus
consejeros y en enero de 1864, sin previo aviso, se presentó en el oratorio de Madre Le Dieu.
Claro que el Obispo había visto cientos de capillas más bonitas y más artísticas, pero una tan
exquisita y tan acogedora no la había visto nunca. Al encontrar todo en orden, él le dio vía libre.
     La Fundadora replica: “Excelencia, no sólo esperamos esto, sino que le pedimos que nos
indique el camino”.
     “Muy bien, pronto lo conocerá”.
     El día 31 de enero, el Obispo mandó el decreto de la fundación y un pequeño reglamento
que había redactado con diminuta caligrafía. Dos días después, conmemorando la Presentación
de la Virgen María al templo, Victorine inició la vida religiosa en el pequeño oratorio con una
postulante.
    El minúsculo brote tardaba en despuntar sobre el terreno, es decir, las vocaciones tardaban
en venir, porque al temor que la Madre tenía de asumir la guía de las almas se unía la frialdad
que mostraba el Obispo en relación a la Obra.
     De hecho, en aquel tiempo se presentaron jóvenes y nos ofrecieron casas.
    Madre Le Dieu informó al Obispo, rogándole que le dijera claramente si autorizaba la Obra,
porque desde hacía varias semanas esperaba su contestación a este respecto.
    El Obispo, molesto, respondió: “Yo deseo que sus designios sean los designios de Dios y
que se mantenga siempre fiel a la gracia divina para no desmerecer la predilección de la cual
usted cree ser objeto”. ¡Qué punzante aquel se “cree”! Luego intenta despedirla más
suavemente: “Si tiene prisa para decidir, le repetiré lo que ya he tenido el honor de decirle: vaya a
Roma o a cualquier otra diócesis de la que ya se ha hablado, si cree que allí las cosas serán




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                 24
según sus deseos. En cuanto a mí, tengo necesidad de ver bien claro en un tema tan importante;
para esto espero a que me venga la luz de lo alto”.
      Como se ve, “el Obispo no rechazaba nada, pero tampoco se concluía nada porque no nos
daba apoyo. Por miedo a carecer de paciencia, de resignación o de prudencia, esperaba entre un
paso y otro hasta que podía. ¡Cuánta lentitud, cuántos desengaños, cuántas pruebas de todos los
estilos!
     Pero, ¿qué hace? –me decía una persona que se interesaba por nosotras– ¿qué tengo que
decir a quien me pregunta por el sentido de su vida solitaria?
    “Diga que me preparo para morir”, y era verdad; durante todo el día sólo hacía esto,
abandonada cada vez más en la Divina Providencia”.
      El 7 de diciembre de 1864 salió a la luz otro documento que salpicaba destellos eucarísticos:
la ficha de inscripción de la Asociación de los Hijos de Jesús Redentor y María Reconciliadora.
     Los asociados se comprometían a recitar todos los días el Padre Nuestro y el Ave María o
las oraciones de la ficha y hacer una oferta para la Misa Reparadora. Ellos participaban de todas
las oraciones y de los méritos de los asociados y de muchas órdenes religiosas como los
Carmelitas, los Dominicos, los Franciscanos, los Cistercienses, los Trapenses. De alguna
manera la ficha era una especie de carnet que concedía el derecho de pertenecer a un grupo
eucarístico.
     Hacia finales de año una joven, que había oído hablar de la nueva institución, entró a formar
parte de la pequeña comunidad.


     Vestición y votos
     El año 1865 se inició con la misma fidelidad y abandono. El Obispo fue a visitar la casa y
prometió que entregaría el hábito religioso el día de la Purificación, pero, teniendo que
ausentarse, dio el encargo al párroco Barenton, que era el director. La ceremonia fue anticipada
al día 1 de febrero por la tarde. En ella participaron las religiosas del Carmelo y la familia;
alrededor de treinta personas llenaron el oratorio.
      Madre Le Dieu, que había recibido el hábito religioso de manos del padre Régis, pronunció
los votos con la fórmula que ella misma había preparado como expresión de la finalidad de su
Instituto.
     ¡Gloria a Dios sólo!
     Todo por el amor de Jesús.
     Todo por el honor de María.
     Todo bajo el patrocinio de San José.
     Yo, Victorine Le Dieu, en religión Sor Marie Joseph de Jésus, revestida hoy de las insignias
de Jesús Redentor y María Reconciliadora, quiero consagrarme de nuevo, en espíritu de justicia
y reconocimiento para toda la vida, con los votos constitutivos de la santa Congregación de la
Adoración Reparadora perpetua.
     Por esto prometo libremente y con todo el corazón y en las manos de nuestro director Mons.
Barenton, párroco de la Iglesia de la Virgen de los Campos, representante del romano Pontífice
Pío IX y de Dios mismo:
    1) los votos simples de pobreza, castidad y obediencia contenidos en el voto de obediencia
a nuestras Constituciones según la regla de San Agustín aprobada por la Santa Iglesia romana;
     2) el voto de absoluto abandono a los sagrados Corazones de Jesús y de María, de todos
los méritos y satisfacciones que podré adquirir con la gracia de Dios en la vida y en la muerte,
para que dispongan según su voluntad para la conversión de los pecados y el sufragio de las
almas del Purgatorio.




JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                               25
3) finalmente intento demostrar, franca y sinceramente, la más perfecta devoción y el amor
más filial a la cátedra de San Pedro, centro y vida de la fe católica y apostólica, rechazando con
horror la sombra de las herejías que se multiplican y disimulan de un modo tan deplorable bajo
diversas formas.


     Casa de S. José, Avranches, 1 de Febrero de 1865
     Sor Marie Joseph de Jésus Le Dieu
     Barenton can. párr. de la Virgen de los Campos


     Una maravilla del occidente
    Cuando en el Canal de la Mancha el cielo está sereno, a doce kilómetros de Avranches,
emergiendo del mar, se eleva la punta rocosa del Monte San Miguel.
    Como flores que brotan de la roca, anhelan al cielo de zafiro los cien pináculos de la basílica,
que es abrazada por la Abadía.
     En torno al solemne monumento, como arrodilladas en el verde, humildes y bonitas se
extienden las casitas de los pescadores. Cuando sube la marea, que en el Canal de la Mancha
alcanza los doce metros, la corta tira de tierra que une el Monte al continente queda casi
sumergida y entonces San Miguel emerge de las aguas aún más bello; entre los colores del cielo
y del mar brilla como una joya flotante. La deliciosa unión entre arte y naturaleza, la amplitud del
panorama, la magia de los colores del cielo, de la tierra y del mar hacen de San Miguel la
maravilla de Occidente.
     Victorine, tras cerrar los ojos a la luz de Avranches, entre las primeras imágenes, en su
fantasía poética, se graba aquella visión de ensueño.
     Desde el año 965 los Benedictinos de aquel Monte elevaban al cielo la oración litúrgica; la
revolución transformó la Abadía en un penal, primero para el clero que no había querido prestar
juramento a la República, y luego, para los presos civiles. Cuando en octubre de 1863 los
presidiarios fueron trasladados a las colonias, Madre Le Dieu pidió al gobierno la Abadía para que
fuera la cuna de la Obra Reparadora. Habló con su obispo, Mons. Bravard, que obtuvo del
Estado el Monumento en alquiler, pagando una cantidad puramente simbólica.
     Evidentemente, el Obispo creyó que aquel complejo de edificios tan amplios era demasiado
grande para una comunidad de pocas hermanas, y pensó llevar el Monumento al antiguo
esplendor benedictino. Según su objetivo allí debían surgir muchas obras, y el lugar restaurado
debería ser lugar de peregrinación y de turismo. Ciertamente las hermanas eran necesarias, pero
la señorita Le Dieu con pocas compañeras, ¿habría podido hacer frente a las necesidades que
para el nacimiento de aquel centro histórico se presentaban tan enormes?
     Con este fin él había fundado una Congregación de Misioneros Diocesanos. Las religiosas
eran indispensables allá arriba, pero era necesario un Instituto bien consolidado.
    ¿Cuáles eran las energías de las que disponía Sor Le Dieu con pocas compañeras que
parecían tener escasos recursos?
     Él llamo a la puerta de varias congregaciones obteniendo siempre resultados negativos.
     Ninguna superiora quería poner en peligro a sus hijas entre las murallas de un viejo penal,
por lo que el Pastor se replegó sobre Sor Le Dieu.
     Así se explican las largas y duras negociaciones entre la Fundadora y el Obispo.


     Unir el oficio de Marta con el de María
      Madre Le Dieu está convencida que el Monte San Miguel es el lugar más apto para su
Instituto, pero el Pastor duda que aquel Instituto sea de verdad querido por Dios. Él necesita una



JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                                26
comunidad religiosa en el interior del castillo para realizar diversas obras, pero Madre Le Dieu,
¿acaso no es una contemplativa que desea pasar su vida de rodillas ante el sagrario? Por eso le
escribe más bien en términos desalentadores: “Si voy al Monte San Miguel, como es probable,
necesitaré religiosas para la dirección: 1) de un albergue para mendigos; 2) de un orfanato para
chicos; 3) de una casa de ejercicios para mujeres”.
     Pero la Fundadora no es una mujer que pierde el ánimo; y así responde al Obispo: “Ya que
nuestra Obra puede prestarse tanto a la reparación de las almas y de los cuerpos como a la
reparación a Dios, nosotras estamos a su disposición, Excelencia, para las obras de caridad...
Distribuyendo oportunamente al personal podemos asegurar el cuidado y la atención a los niños y
ancianos”.
    Y en otra carta escribe: “Estaré contenta de poder liberaros del gasto del personal y de ver a
nuestra querida Congregación unir el oficio de Marta al de María, en lo que sea posible.
     La santa mujer quiere dejar bien claro las condiciones económicas antes de aceptar, porque
sabe que puede encontrarse sobre arenas movedizas, pero en el corazón tiene esta certeza: “El
buen Dios quiere que sea aquí la sede más importante de la Adoración Reparadora en Francia,
aquí deben nacer las dos bellas obras que faltan en la diócesis: los retiros particulares y el
albergue para los pobres. Sin embargo, Dios conoce la hora y los medios”. Esta certeza le lleva a
minimizar las dificultades: “Yo siempre pienso que el Monte sea la digna sede diocesana de la
Adoración Reparadora; que sea la primera obra que se instituya y que no será obstáculo para
ninguna otra. Es tan poco el espacio que ocuparemos en ese inmueble tan grande que
pasaremos desapercibidas. Una habitación para la cocina, una para el refectorio y el trabajo, una
para el dormitorio, un pequeño oratorio si no fuera posible ir a la Iglesia para el culto; esto es
todo”.
      El Obispo puede creer que Sor Le Dieu será capaz de unir el oficio de Marta y María, pero
nunca llegará a comprender que la primera obra que quiere implantar en el Monte San Miguel
sea la Adoración Reparadora. El proyecto del Obispo era bien diferente y la Fundadora, muy
inteligente, lo comprendió demasiado bien, lo expresa con tono irónico: “Pensó fundar una
congregación él mismo, hacer muchas especulaciones artísticas para restituir el lugar al primitivo
esplendor”. Claro que el Monte podía ofrecer buenas entradas de dinero para las obras de
caridad de la diócesis. Y de esto no se podía culpar al Obispo Mons. Bravard, que aceptó la
colaboración de Madre Le Dieu sólo cuando no le quedó más remedio. Por otra parte hubiera
sido deshonesto dejar fuera a quien antes había tenido la idea de rescatar a la fe al Monte San
Miguel.
     La Fundadora cuenta cómo fue la llegada a la nueva sede: ”El 15 de junio de 1865 dejamos
Avranches; estaba contenta, no obstante los obstáculos que ya preveía, pero que intentaba
manifestar lo menos posible a mis compañeras, las cuales, por su inexperiencia, hubieran podido
turbarse sin poder impedirlo.
    Ellas compensaban los defectos involuntarios con una voluntad verdaderamente dócil y con
una entrega verdaderamente heroica.
    Las dos primeras pueden ser definidas con estas palabras: un conjunto de sublime y de
absurdo.
      Sólo éramos cuatro, como había dicho el Obispo, pero la primera volvió a Avranches para
terminar la mudanza, así que me quedé con las otras dos durante muchas y muchas noches;
solas en aquel inmueble completamente aislado y sin puertas externas. Sólo Dios era nuestro
guardián, y Él nos preservó de ser molestadas. Lo primero que hicimos fue preparar la capilla en
el local más bonito. Con el mobiliario y los ornamentos del primer oratorio la preparamos tan bien
que el Obispo, que vino unos días después, quedó maravillado, la bendijo, celebró la primera
Misa y nos dejó el Santísimo. Para el servicio religioso fue encargado el antiguo capellán.
    Con mucha fatiga se desalojó y se limpió el resto del penal. Los malos olores, de los que se
habían impregnado las paredes y el suelo que, durante casi medio siglo, habían hospedado
doscientos hombres dedicados al humo y al vino, hacían que la casa fuera casi inhabitable, por lo
que se tuvo que echar cal y los locales tuvieron que estar abiertos hasta que fue posible, a pesar



JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu                              27
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Jesús sienbra un grano de trigo reajustad opara gloriatv11

  • 1.
  • 2. ADOLFO L’ARCO JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO Biografía de Victorine Le Dieu (Sor Marie Joseph de Jésus) Fundadora de las Religiosas de Jesús Redentor MONTE CARMELO JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 2
  • 3. TÍTULO ORIGINAL: Gesù sotterra un chicco di grano TRADUCIDO POR: María Ángeles Nistal García Con la licencia eclesiástica del Arzobispo de Burgos (4 de noviembre de 2004) © 2004 by Editorial Monte Carmelo P. Silverio, 2; Apdo. 19 - 09080 - Burgos Tfno.: 947 25 60 61; Fax: 947 25 60 62 http://www.montecarmelo.com editorial@montecarmelo.com Impreso en España. Printed in Spain I.S.B.N.: 84 - 7239 - 837 - 4 Depósito Legal: BU - 38 - 2004 Impresión y Encuadernación: “Monte Carmelo” - Burgos JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 3
  • 4. PRESENTACIÓN El mérito de este trabajo es de Mons. Galliano Moncelsi que ha hecho el archivo de Madre Le Dieu, además de traducir y ordenar sus escritos. Este sacerdote, formado en la escuela de la Fundadora, conoce de maravilla la vida cuyo estudio constituye el hobby de su existencia. El recopilador simplemente ha hecho saltar la chispa de la síntesis del material amplísimo y excepcionalmente analítico, que ha sido preparado para la causa de beatificación. En su diario, la Madre, no sin humorismo, dice que habría preferido inventar una historia más divertida que la suya. En realidad su diario es una lista interminable de tentativas fallidas que desaniman al lector; pero en aquella serie de derrotas se descubre una mujer majestuosa, santa y excepcionalmente simpática. Ella, bajo una lluvia obstinada de dificultades, camina hacia el ideal orando, sonriendo, cantando: su cristianismo, para nada fácil, es exquisitamente feliz. El autor ha estudiado la manera de evidenciar la simpatía que irradia de esta hermana de Job e iluminarle el hermoso rostro con la luz del Concilio Vaticano Segundo. Años felices La gran dama 28 de julio de 1957. Dos religiosas de Jesús Redentor entrevistan en Aulnay a una viejecita que ha conocido a su Fundadora: Céline Page, pequeña de estatura, delgada, con dos ojos vivaces que brillan en el rostro arrugado y rosado; tiene 91 años pero conserva un recuerdo muy vivo de todo. –Conocí a Madre Le Dieu cuando tenía 8 años. Ella vino a Aulnay con tres niños y dos hermanas. La llamaban “la gran dama” porque era muy buena y todos querían conocerla. “¡Ella era buena, era buena!”. Esta exclamación sale de los labios de la viejecita como un estribillo durante toda la conversación. –Señora Céline, descríbanos la figura de la Madre. –Oh, sí; era alta, majestuosa, con ojos azules y muy expresivos, pero muy dulce. Vivía en la planta baja de la casa donde trabajaba mi madre. En la iglesia se ocupaba de los niños. Nos enseñaba a rezar y acompañaba nuestros cantos con el armonio. A mí me preparó para la primera comunión junto a mis compañeras y compañeros. Si cometíamos alguna travesura, ella nos hablaba dulcemente y el castigo consistía siempre en una pequeña oración a los pies de la Virgen. Como premio nos llevaba a dar un paseo en barca por el canal y ella misma la conducía. Éramos muy felices cerca de la buena Madre. Además Céline habla de la gran devoción de Madre Le Dieu al Santísimo Sacramento. “Preparaba con alegría y entusiasmo los altares, que adornaba con manteles y flores con ocasión de la Procesión del Corpus Christi y una vez preparó una carroza de honor para llevar al Santísimo Sacramento, tirada por los jóvenes. Ante la Custodia iba el párroco en adoración”. Mientras habla, Céline dice cosas que revelan las óptimas cualidades de Madre Le Dieu como experta educadora: “Trataba a los niños con dulzura y con el diálogo lograba que los más rebeldes tuvieran mejores sentimientos”. Y he aquí la caridad que salía de su corazón como una ola de amor inmenso. “Apenas oía que había un enfermo, iba personalmente a interesarse por su salud. Daba a los enfermos pobres todas las medicinas necesarias y pedía a las hermanas que tuvieran con ellos las máximas atenciones”. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 4
  • 5. “Mi padre estuvo enfermo durante seis meses y, gracias a la buena Madre, no nos faltó de nada. Nosotros éramos pobres. Mi madre trabajaba en el campo, yo cuidaba de mis hermanos y hermanas, pero la buena “gran dama” nos proporcionó de todo”. La viejecita emocionada por la dulce evocación concluye: “El amor a la Eucaristía y la bondad hacia los niños y los enfermos han hecho de la gran dama una santa”. Victorine Le Dieu, después Sor Marie Joseph de Jésus, era realmente una majestuosa dama de Jesús; sobre su rostro rosado brillaban dos ojos celestes y resplandecía la nobleza intrépida de su estirpe normanda. Las generaciones de conquistadores habían impreso en aquellos rostros la huella del valor y la aventura; los años y las fatigas no han podido con su dulzura evangélica, ya que ésta había permanecido siempre en su rostro. En tanta compostura religiosa la maternidad espiritual se manifestaba y se afirmaba solemne. Su primo Mons. Du Manoir, estudioso serio y apreciado corresponsal de la Semana Religiosa, revela con cinco adjetivos el perfil de Madre Le Dieu: alta, distinguida, instruida, activa, enérgica. Sor San Paul, que fue una de sus primeras hijas, nos dice que era también muy guapa. En la parte Nor-occidental de Francia destaca la península de Cotentin que se prolonga hacia la Mancha, formando a la izquierda el amplio golfo de San Malo: al fondo del golfo se abre una pequeña bahía de cuyas aguas aflora el Monte San Miguel. De frente a este histórico Monte surge la ciudad de Avranche, donde nació Victorine Le Dieu de la Raudière, Fundadora de las Religiosas de Jesús Redentor. Avranche fue fundada por los romanos que la llamaron Ingena, nombre que fue sustituido por el de Abricantui cuando en la Edad Media se convierte en fortaleza. Juan sin Tierra la destruyó en el año 1203. Luego renace con la llegada de S. Luis, rey de Francia, pero cae bajo el dominio inglés hasta el 1450. Cinco siglos después revive los horrores de la guerra: de hecho se encontró en medio del famoso desembarco de los aliados en Normandía y desde allí inició la marcha hacia Berlín la división acorazada del general Patton. Ahora las heridas han cicatrizado y la ciudad se presenta bella y risueña. En la época de Victorine, Avranche tenía cerca de ocho mil habitantes y entre las familias más ilustres estaba la suya. Félix, el padre, funcionario de Hacienda, era un burgués muy distinguido y la madre, María Teresa de Cantilly, pertenecía a la más alta nobleza. Cuatro hermanos Cantilly habían tomado parte activa en los motines de la revolución, y uno de ellos había perdido la vida. Eterno idilio El matrimonio entre Félix y María Teresa resultó un eterno idilio. Aquellas dos vidas, hechas realmente una para la otra, se unieron en el amor y en la fe para formar una familia cristiana donde se armonizaban la bondad, el trabajo y la paz. El primer fruto de aquel amor fue Victorine que el día 22 de mayo de 1809 se encontró por primera vez en el regazo de su madre en medio de la alegría de los familiares. Al día siguiente fue bautizada. Esta santa mujer ha escrito un diario de casi seis mil páginas, lleno de fechas y de nombres. Pues bien, entre las fechas, se distingue por su precisión y constancia la del matrimonio de sus padres. La criatura se dio cuenta muy pronto que su felicidad nacía de aquella fuente. El Papa Juan XXIII, que también festejaba con veneración el aniversario del matrimonio de sus padres, diría: “Cuando la raíz es sana, el árbol crece aun entre las piedras”. “9 de agosto de 1808: fecha que nunca olvido: aniversario de la unión, tan acertada, de mis santos padres. Ellos no me pueden ser indiferentes, sobre todo cuando llega este día. Ciertamente gozan del premio de sus virtudes. Sin embargo no dejaré de rezar por ellos. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 5
  • 6. El Vicario General de Fréjus, que durante muchos años fue el confesor de mi padre, viéndolo adormecerse en el Señor, me dijo que tuviera la seguridad de que recibiría de él abundantes gracias. Lo mismo hubiera dicho de mi madre, si la hubiera conocido”. “Fecha muy querida e importante, de la que he hablado muchas veces y nunca lo he hecho sin sentirme fuertemente emocionada. He rezado a mis queridos padres para que me concedan la gracia de formar nuestra familia religiosa sobre principios sólidos y cristianos de los que ellos nos han dado un constante ejemplo”. “Mis padres me habían hablado muchas veces de la alegre circunstancia de su matrimonio por lo que me resultaba fácil reconstruir con alegría las imágenes del acontecimiento”. Y la reconstrucción no debía resultarle difícil, porque en ella la poesía había nacido gemela de la santidad. Su madre, la señora Mª Teresa, conservaba una poesía que la pequeña había compuesto cuando apenas tenía cinco años. En ella, Victorine, cantaba el nacimiento de los gatitos. A los diez años, formuló en graciosos versos una felicitación para los miembros de la familia. Las expresiones más cariñosas se comprende que eran para el hermanito que apenas tenía un año. Su primo Mons. Du Manoir escribe en la Semana Religiosa: “Victorine hablaba con ardor, y con Ovidio podía repetir: Quidquid tentabam dicere versus erat: “todo lo que decía eran muchos versos”. Ella, un día, me confiaba que en algunos momentos le parecía que habría hablado más fácilmente en verso que en prosa. El devoto y elocuente padre Aurevilly no paraba de elogiar su ingenio y su inspiración poética”. Sí, su espíritu se conservará afable y simpático hasta el final de su vida, sin ser acallado en absoluto por su perfecto autocontrol. Leyendo su largo diario, se tiene la convicción de que, si la autora hubiera querido, habría llegado a ser una célebre escritora de comedias brillantes. Si la poesía es, como dice Pascoli, recuerdo de cosas buenas grabadas en almas buenas, Victorine escribió y vivió espléndidamente la poesía. Amor, alegría y poesía crearon el ambiente vital en el que nace, crece y se afirma, sanísima, la persona de Victorine, que nunca tuvo complejo alguno. De niña, ya dialogaba con la madre con la que se sentía en perfecta sintonía. En ella admiraba e imitaba un modelo de comportamiento. En su padre, la pequeña veía al hombre más guapo y más bueno del mundo. El señor Félix a su vez era muy feliz de tener por hija a aquella criatura. Según su padre, en aquel capullo humano, la belleza, la poesía y la bondad se habían encarnado y hablaban con el encanto de la infancia. Victorine gozaba también del cariño de sus hermanos, amaba y era amada por Eduardo, que tenía sólo un año menos que ella. Eran compañeros de juego; en aquella naturaleza grandiosa y bajo la protección y guía de sus padres, que estaban muy bien preparados, Victorine prodigaba sus cuidados y éste le concedía su caballeresca protección. A su hermano Augusto lo acogió muy bien, hizo de mamá juiciosa porque ya había cumplido los diez años. Guardó en el desván su última muñeca y comenzó a ayudar a su madre en los quehaceres de la casa. La familia Le Dieu estaba muy unida, pero también abierta a una extensa parentela y a numerosas amistades. Mantenían buenas relaciones con sus familiares y el padre poseía el arte de hacer amigos. Su profesión le obligaba a continuos cambios de residencia, por lo que se multiplicaban las relaciones humanas y se abrían más los horizontes en la mente de los niños. Los juegos, el estudio y la piedad se alternaban y se armonizaban muy bien en aquella casa verdaderamente alegre. De adulta recordará su infancia como la época de los años risueños y la definirá como la edad de oro. También fue afortunada por los maestros que tuvo. En una carta escribía a Mons. Du Manoir: “Para mi consolación, todavía veo a la señorita Audran con aspecto venerable y dulce, y a la que amaba con mi corazoncito de cinco años”. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 6
  • 7. O esposa de Jesús o la muerte A los doce años, después de una esmerada preparación y una ardiente espera, recibió la Primera Comunión y se sintió toda de Jesús. Hubiera podido decir con San Pablo: “he sido tomada por Cristo”. Su ardor Eucarístico se concretó en este propósito: “o esposa de Jesús o la muerte”. En su alma la vocación religiosa resplandecía como el sol, pero se presentaba bivalente: de hecho la adolescente se sentía atraída simultáneamente a la vida contemplativa y a la vida misionera. Los padres eran excelentes cristianos, pero querían que su hija inteligente, rica y guapa brillase en la sociedad y por eso estaban dispuestos a ponerle cualquier obstáculo para impedirle que se “encerrara” en un monasterio. Especialmente su padre, sin ella, hubiera sentido faltarle la vida. Por temor a que un instituto religioso hubiera podido ofrecer un ambiente favorable a la vocación, decidieron hacerle estudiar en un colegio laico y eligieron el de Rennes, donde tuvo por compañeras a dos hermanas del futuro general Ridouahle, que estaría al mando de las tropas francesas en Roma. El tesoro de su corazón, que era la Eucaristía, se encontraba también en Rennes y junto al Sacramento de la Confirmación avivaron la llama del amor de Dios. A los dieciocho años, en la lozanía de su primavera, está de nuevo con la familia, pero con la juventud ha florecido también la vocación, que una sólida cultura ha hecho más consciente. Los padres son inamovibles, pero ella logra que le prometan que cumplidos los veinte años la dejarán libre. El padre adoptó la táctica del temporizador, pero Victorine emitió los votos privados e inició la práctica de la comunión cotidiana que era muy rara en aquella época. Los enfermos y los niños gozaban del cuidado de aquella joven consagrada. En París pasó las fiestas de Pascua de 1829, pero la magia de la capital no tuvo ninguna influencia en ella. Sólo recordará el comportamiento religioso de algunas personas de la corte que seguían la solemne procesión del Corpus Cristi. El año siguiente lo pasó en Poitiers, donde sufrió bastante cuando tuvo que asistir a los sacrílegos atentados contra las iglesias, a la profanación del crucifijo que fue tirado y pisoteado en las calles. Aquel fue el dolor más grande de su primera juventud. Con el corazón dolorido participó de las ceremonias religiosas, que fueron organizadas para reparar el sacrilegio. En aquel fervor popular sintió nacerle en el corazón la vocación de alma reparadora. En Poitiers conoció a la Condesa Lusignano e hizo grandes amistades con todas las religiosas de la ciudad, de manera especial con las del Carmelo, por las que se sentía atraída. Allí le llegó la noticia de que la Virgen se había aparecido a Sor Caterine Labouré. El futuro se quiebra La nueva ola de fervor mariano la preparó a la muerte de su hermano Eduardo, que murió el 18 de diciembre de 1830. A este joven universitario le fue truncada la vida a sus veinte años, cuando tenía un futuro lleno de promesas y esperanzas. Para confortar a sus padres, abatidos por el dolor, tuvo que olvidarse del suyo, que la acompañó durante toda la vida. Medio siglo después, el sentimiento será tan vivo que escribe: “Querido hermano, pide por mí, que nunca he dejado de amarte. Ayúdame y protégeme, como lo hacías siempre. Hace más de cincuenta años que te he perdido y mi cariño hacia ti está siempre vivo. San Bernardo también amaba a su hermano Gérard; Dios no condena el afecto que no nos aleja de Él”. Menos mal que su fe, que había crecido más que ella, le daba mucho consuelo. El final de Eduardo la confortó tanto que la impulsaba a pensar que partía para gozar de una vida mejor. La muerte de su hermano la hacía más alérgica a las cosas de la vida mundana, pero al mismo tiempo “su futuro se había quebrado”. Con la desaparición de Eduardo termina el vía lucis y comienza el vía crucis. Las fiestas le gustan cada vez menos. De niña huía de ellas por instinto, ahora las evita por convicción. La nobleza de la familia, la cultura, y el encanto llaman la atención del mundo que le sonríe y le ofrece a manos llenas sus favores. Muchos años después anotará en su diario: “Se me JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 7
  • 8. presentaban perspectivas muy seductoras, que no se podían imaginar ni siquiera en una situación como la mía. Pero yo no tenía ningún mérito en rechazarlas, porque me sentía inclinada a pasar por alto, de manera natural todas las alegrías terrenas”. Así se explica la opinión poco favorable a propósito de una poesía amorosa que un joven maestro compuso para ella: “Yo creo que es bastante ridícula. El pobre maestro cree que ha compuesto una poesía maravillosa”. Jesús era el dueño absoluto de su corazón y ella, a toda costa, quería permanecer en su seguimiento, pero ¿de dónde sacar fuerza para tocar el corazón de los padres, ya que había sido roto por la muerte de Eduardo? Encontró un aliado en la persona del misionero padre Mesnildot, que dirigía el instituto de Sta. Clotilde y había abandonado París por las revueltas políticas que ocasionaron la caída de Carlos X. El óptimo sacerdote había llegado a ser padre espiritual de la familia Le Dieu. El padre, después de tantas esperanzas y desilusiones, y viendo que su hija pierde la salud, le promete un retiro breve en el Carmelo pero luego se arrepiente. Victorine está decidida a marchar sin su permiso, cuando se presenta la ocasión de acompañar a su madre, que tiene que ir a París para algunos asuntos. Y así, después de tantos anhelos, Victorine puede cruzar los umbrales de una casa religiosa y retirarse algunos meses en las Agustinas de la calle des Sévres. El 28 de agosto de 1833, la Virgen Morena, consoladora de los afligidos, la ve postrada a sus pies, renacida y feliz. Flor blanca para la Virgen Morena La Virgen de Bonne Délivrance o Virgen Morena tiene una historia que Victorine conocía muy bien. Ya en el siglo XI, en la Iglesia de San Etienne des Grès de París, una gran afluencia de fieles se acercaban a la estatua milagrosa. Esta escultura parece de madera y, sin embargo, es de piedra pintada, de un metro y medio de alta, tiene un velo blanco, un amplio vestido rojo y el cetro en la mano. Con la mano izquierda sostiene al Niño Jesús, que apoya la manita sobre el cuello de la Madre y con la derecha sostiene el mundo sobre el que se apoya una cruz. Ante esta estatua se postraron Santo Domingo, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino y San Francisco de Sales. Este último, todavía estudiante de teología, turbado por una duda que lo llevó casi a la muerte. Con la fuerza especulativa de su talento se había enredado en el océano sin límites de la predestinación, que constituía el principal problema de la teología de la época. El joven santo, que estudiaba la teología para vivirla, amenazó naufragar en la tormentosa duda: “¿Me salvaré o me condenaré?”. Después de haber llorado muchas lágrimas ante aquella estatua, formuló esta oración con mucho amor: “Virgen santa, Madre de Jesús y Madre mía, si está predestinado que yo me condene, que se haga la voluntad de Dios, pero tú concédeme la gracia de que aún en las penas eternas, yo continúe amando al Señor con todas las fuerzas de mi alma”. Terminada la oración, el joven santo sintió circular por sus miembros un nuevo vigor y se levantó completamente curado y sano. A los pies de aquella estatua muchos fundadores habían sido inspirados para crear su obra. A los pies de aquella estatua se levantaron animosos el venerable Olier para fundar el seminario de San Sulpicio, el Padre Charles Poullard para dar vida a los Padres del Santo Espíritu, San Vicente de Paúl para lanzar a la conquista del mundo las Religiosas de la Caridad y los Lazaristas. También Don Bosco vendrá a tomar fuerzas a los pies de la Virgen Morena. A la revolución no se le podía escapar la importancia de la estatua, que fue subastada públicamente. La Condesa de Carignan, S. Maurice, la rescató comprándola como si fuera mármol y la escondió en su casa, en la calle Notre Dame des Champs. Una vez pasada la revolución, la Condesa donó la estatua a las Agustinas, que la entronizaron en su capilla el 1 de julio de 1806. Victorine derrama su perfume virginal a los pies de la Madre del Santo Amor. El capellán de las Agustinas, que a menudo contemplaba en oración a su hermana Sofía Barat, se conmovió del ardor místico de nuestra joven, le concedió el permiso de emitir los votos perpetuos y la encomendó a las religiosas, que le confiaron el oficio de ayudar a la sacristana. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 8
  • 9. Bajo la mirada de la Virgen Morena, sirviendo a su Esposo Divino, Victorine se sintió la reina del universo: había encontrado su Tabor del cual sus padres habían intentado hacerla bajar. Los superiores le propusieron la vestición dos veces y ella hubiera aceptado si sus padres no se hubieran opuesto por enésima vez. El padre, para hacerla volver, le prometió que, al cabo de seis meses, la dejaría libre para seguir su vocación. No podían resistir vivir por más tiempo sin Victorine. El Padre Barat le escribió un atestado en el que afirmaba “estar plenamente convencido de que aquel viaje entraba dentro de los designios de Dios; que su vocación era segura y que, cuando terminara la prueba, sólo una orden de los Superiores o la clausura de la casa religiosa, a causa de la revolución, habría podido retenerla en el mundo”. Le dan con la puerta en las narices La joven, después de siete meses de vida religiosa, volvió con la familia, pero también con la angustia en el corazón. La esperanza de que sus padres se rindieran de una vez a la voluntad de Dios la mantenía en pie. Pasados los seis meses atendiéndolos con mucho cariño, Victorine vuelve a la carga, y con gran consternación tuvo que leer una carta que le habían escrito las Agustinas. En ella, las religiosas afirmaban que Victorine no tenía vocación, ni para su Instituto religioso ni para ningún otro, “que si tuviera la ocasión buscara pronto un marido”. Esta última frase revelaba que quien escribía debía tener una buena dosis de aspereza. Probablemente este cambio de actitud de las religiosas fue debido al miedo. De hecho, un viento fuerte de tormenta se hacía sentir contra las congregaciones religiosas y el padre de Victorine, que por su posición social, tenía grandes amistades en muchos lugares, podía hacerles mucho daño. Ciertamente el señor Félix había escrito y mandado escribir cartas amenazantes. Victorine quiere interesarse personalmente de la situación: afrontó un viaje clandestino, sufriendo los rigores del invierno y la tortura de las carrozas, y se presentó en la calle des Sèvres. El encuentro, que debería haber sido una confrontación, ella lo describe así: “La Superiora General que yo conocía ya no estaba; la que la sustituía se estaba muriendo, la maestra de novicias que me había dirigido era superiora en una casa bastante lejos. Mandaron al recibidor a una consejera que me recibió con una frialdad increíble; le expresé mi sincera intención por la Congregación. “Si su director cree que usted está llamada a la vida religiosa que os lleve donde quiera, pero aquí no será admitida”, así respondió la religiosa y, dándome la espalda, se fue. Profundamente dolorida me arrodillé, pidiendo al buen Dios que me dijera Él mismo dónde tenía que ir. Entré en la capilla... encontré de nuevo una gran paz y tuve la inspiración de ir a las Carmelitas de la calle Vaugirard; pero, mientras iba caminando, pensé que sin una recomendación no me recibirían; entonces recurrí al misionero francés Mesnildot, quien habiendo vuelto a París vivía allí mismo y con el que mantenía una asidua correspondencia. Se sorprendió mucho de lo sucedido, pero comprendió que el Señor no me llamaba a aquella Congregación; me desaconsejó el Carmelo, pensando que mi familia se iba a oponer. “Dios la llama ciertamente, hija mía, me dijo; y es necesario que se entregue totalmente a Él sin tardar. Pero los tiempos que atravesamos exigen el consenso, al menos tácito de los padres. Conozco un santo lugar que no les asustará tanto como la Clausura del Carmelo y ellos podrán verla y usted, si es necesario, podrá salir. Yo les escribiré, torne a casa y prepárese para volver dentro de tres meses, porque yo tendré que ausentarme; a mi vuelta la presentaré yo mismo”. Victorine comienza así el arte de saber esperar en oración, arte en el que será especialista de excepción. ¿No tenía corazón? El Padre Mesnildot, haciendo uso de sus dotes de persuasión y de la autoridad espiritual de que gozaba, les escribió una carta de súplica, pero los padres de Victorine fueron inamovibles; sintieron alargarse un poco más la herida en su corazón. Victorine, aprovechando un viaje de su madre, afrontó a su padre, que sin el apoyo de la mujer le parecía más débil. Sin embargo él se revistió de autoridad para resistir mejor el ataque, y recurriendo al código civil, en el que se sentía JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 9
  • 10. competente, respondió en términos fríos: ”La ley ya no me da ningún derecho sobre ti. Puedes irte de casa, pero debes saber que actúas contra la voluntad de tu padre”. La pobre Victorine se sirvió de dos amigas de su madre, pero ésta, por carta rogó a su hija que esperara al menos hasta su vuelta para no dejar solo a su padre. Cuando la madre volvió, ella estaba preparada para marcharse. Dios atrae con fuerza irresistible; después la gracia perfecciona, pero no debilita absolutamente el vigor de la naturaleza, por eso el alma de Victorine estaba rota por dos fuerzas que en aquel momento actuaban en sentido contrario. La madre abraza a su hija y con lágrimas y gemidos capaces de conmover los corazones más duros, suplica a Victorine que no la abandone. De sus labios temblorosos emanan las invocaciones más bellas, las mismas que usaba cuando de niña le sonreía en la cuna. La pobre joven, que siente las lágrimas de su madre en sus inflamadas mejillas, se deshace del abrazo para precipitarse por las escaleras, pero Augusto la frena. De hecho, su hermano con el vigor de sus 17 años la coge por el brazo, chillando, llorando, invocando piedad. La pobre Victorine, que siente en sus miembros un frío de muerte, retoma todas las fuerzas físicas y morales de las que dispone en aquel momento de angustia suprema, se deshace de su hermano y sale precipitada hacia la estación. ¿Y el padre? Se ha cerrado en su habitación y, en su dolor, rehusa ver a su hija y le lanza una sonora maldición en lugar de la bendición que la pobrecilla ha implorado con lágrimas. La hija, después de la muerte del padre, hace un comentario simpático recordando la escena. “Pobre papá, es la única maldición que pronunció en toda su vida, porque era un santo; me quería muchísimo”. Después de una noche entera de viaje llegó a París. ¡Qué noche aquella! En la diligencia, que corría en la oscuridad, le venían a la mente imágenes cariñosas de sus seres queridos, escenas muy bellas de su infancia. Los gemidos y llantos continuaban lacerando su alma, el futuro perdía su encanto, la voz de Dios su vigor, y afloraba el remordimiento de haber sido cruelmente inhumana. ¿No tenía corazón? Se podría decir que éste se había quedado en Avranches. Bajó de la diligencia tambaleándose. Era el atardecer del 22 de mayo de 1836. El año de la esperanza y la desilusión Victorine comenzaba sus 27 años de edad en la calle, entre los relinchos de los caballos, en la confusión ensordecedora de los pasajeros ajetreados e indiferentes unos de otros. Comenzaba su cumpleaños mientras sus seres queridos gemían de dolor por su culpa. El Padre Mesnildot, que la esperaba en la estación, la llevó a Santa Clotilde. Los primeros tiempos que Victorine pasó aquí no han dejado huella. Pero hay un detalle que ilumina este período. Una gran cruz de madera extendía sus brazos sobre el verde del bosque en el fondo del camino. Al lado de aquella cruz, la aspirante sacaba fuerzas para llevar la suya. La hija, implorando el consentimiento, había escrito cartas llenas de ternura a sus adorables padres, pero éstos se habían atrincherado en el silencio. El 2 de julio tuvo lugar la vestición religiosa que, para ella, estuvo envuelta en una profunda tristeza y tuvo también un toque de tinte teatral. Evidentemente la tristeza derivaba de la ausencia querida por sus padres, que en aquella ceremonia veían más que nada un funeral. Los colores del escenario estaban llenos de una práctica muy en boga en aquel momento, pero que a Victorine no le gustaba. A menudo, las aspirantes venían de familias más bien modestas y aquella renuncia tan lujosa resultaba falsa. La aspirante se tenía que presentar delante del altar con trajes lujosos para manifestar mejor todo aquello que dejaba. Victorine, que desde la Primera Comunión se vestía sencilla y modesta, se tuvo que presentar ataviada de seda y oro, con vestidos y joyas de una señora más bien desconocida. Pero bajo aquellos vestidos fingidos, había mucha sinceridad en la donación. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 10
  • 11. La íntima unión con Dios, el espíritu de mortificación y por supuesto el silencio cada vez más angustioso de sus padres, hacen mella en el buen corazón y en el sistema nervioso, que también puede quebrarse. La naturaleza se venga Cuatro días después de la vestición, la naturaleza se vengó. Una fiebre cerebral redujo a Victorine casi a la muerte. Ella, con su estilo vivaz, escribe en su diario: “Enseguida avisaron a mi familia. Mi pobre madre acudió a verme llevándome el voto positivo de mi padre, de no oponerse más a mi vocación si Dios me conservaba la vida”. El primer peligro pasó. El señor Félix había dicho burlándose: “Mejor muerta que monja”. Ahora, ante la muerte, exclama: “Jesús, cúramela y yo te la doy”. Pero le costó. Ésta es la carta que, escrita por el marido, la madre entregó a su hija postrada en la cama donde se debatía entre la vida y la muerte: “Le Havre, 17 de Julio de 1836. Mi querida Victorine, en este momento recibo una carta del capellán Faure en la que me informa que estás enferma. Como sabes, estoy trabajando en Le Havre, y no pudiendo ir yo, tu buena madre saldrá esta tarde en el primer coche para ir a verte y prestarte todos los cuidados que necesites. Cuando te fuiste, nos dejaste a todos consternados, hiciste derramar muchas lágrimas a tu madre, que nunca se resignará a tu ausencia. Tú conoces su gran sensibilidad y el apego ilimitado a sus hijos. No te hablaré de mí: tu marcha me ha destrozado. Pero ahora quiero olvidar el pasado y pedirte, si es posible, que tú hagas lo mismo. Por eso, mi querida Victorine, ahora sólo deseo que estés tranquila y calmes tu ánimo para que se restablezca tu salud tan necesaria para nuestra felicidad. Espero que Dios tenga piedad de nosotros; tu sacrificio no está todavía cumplido. Cualquier cosa que ocurra, sea según su Voluntad. Te doy mi bendición, querida hija, y hoy te doy el beso que te negué cuando dejaste esta casa. Mi querida Victorine, te abrazo con todo mi corazón. Tu afligido y siempre cariñoso padre Le Dieu”. Cuando la hija superó la crisis, la madre volvió a casa y se preparó para un nuevo sacrificio. Para dar una sólida educación a su hijo Augusto lo llevó a un colegio; pero esta vez habían escogido un Instituto religioso. No había peligro que en aquella cabeza loca despuntara una vocación religiosa. La santa mujer, que había ido a París para acompañar a Augusto al colegio, fue a ver a su hija para darle la alegría del consenso perfecto, se mostró animada y alegre, pero de vuelta a casa el 23 de octubre fue truncada por una apoplejía fulminante. El pobre padre comunicó a los superiores de Sta. Clotilde la enorme desdicha y se apresuró a decirles que, para no faltar a la promesa que había hecho al Señor durante la enfermedad de su hija renunciaba, incluso, a verla. Las religiosas, ante tan heroica renuncia y emocionadas por su gran dolor, animaron a la hija a ir con el padre y quedarse algunos meses a su lado. Ella tiene la alegría de poder llevar en su casa el hábito religioso. ¿Pero podría esto sustituir a la madre? ¿Y acaso el trauma de la separación había sido extraño a aquella muerte repentina? El horóscopo Victorine recordará “de qué lágrimas mana” su vocación y “de qué sangre”, y por eso cada día la vivirá más heroicamente. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 11
  • 12. Los superiores comprensivos le prolongaron el permiso para asistir a su padre hasta que éste no se trasladara a París. Luego, viendo su rostro marcado por el dolor, decidieron que la hija se quedara definitivamente a su lado a no ser que quisiera casarse una segunda vez, cosa que él no quería porque nutría un verdadero culto por la esposa fallecida. Así terminó el período tormentoso de una vida religiosa hecha de experiencias y pruebas. La pobre Victorine tuvo que quitarse el hábito religioso, pero se llevó consigo el horóscopo que había recibido en Sta. Clotilde la mañana en que, ya curada, se levantó de aquella cama en la que esperaba la muerte. Ella llama horóscopo al texto de la Imitación de Cristo que había meditado aquella mañana y que marcó uno de los períodos más fuertes de su existencia, que será modelada perfectamente por aquella regla de vida. El horóscopo dice así: “Tú has de ser probado aún en la tierra y ejercitado en muchas cosas. Algunas veces serás consolado, pero no te será dada satisfacción cumplida. Esfuérzate, pues, y aliéntate así a hacer como a padecer cosas repugnantes a la naturaleza. Conviene que te vistas de un hombre nuevo y te vuelvas un varón constante. Es preciso hacer muchas veces lo que no quieres y dejar lo que quieres. Lo que agrada a otros, progresará; lo que a ti te contenta, no se hará. Lo que dicen otros, será oído; tú pedirás y no alcanzarás. Otros serán grandes en boca de los hombres; de ti no se hará cuenta. A otros se encargará este o aquel negocio; tú serás tenido por inútil. Por eso se contristará alguna vez la naturaleza; y no harás poco si lo sufres callando. En estas y otras cosas semejantes es probado el siervo fiel del Señor, para ver cómo sabe ganarse y mortificarse en todo. Apenas se hallará cosa en que más necesites morir a ti mismo, que en ver y sufrir cosas repugnantes a tu voluntad, principalmente cuando parece conforme y menos útil lo que te manden hacer. Y porque tú, siendo inferior, no osas resistir a la voluntad de tu superior, por eso te parece cosa dura andar pendiente de la voluntad de otro y dejar tu propio parecer. Mas considera, hijo, el fin cercano de estos trabajos, el fruto de ellos y su grandísimo premio; y no te serán pesados, sino un gran consuelo de tu paciencia. Pues por esta poca voluntad, que ahora dejas de grado, poseerás para siempre tu voluntad en el cielo. Allí, pues, hallarás todo lo que quisieres y cuanto pudieres desear. Allí tendrás en tu poder todo el bien, sin miedo a perderlo. Allí, tu voluntad, unida con la mía para siempre, no apetecerá cosa alguna contraria o propicia. Allí, ninguno te resistirá, ninguno se quejará de ti, nadie turbará o se opondrá a tu deseo; sino que todas las cosas que apetezcas las disfrutarás juntas, y llenarán y colmarán tus deseos. Allí te daré honor por la afrenta padecida, vestidura de gloria por la aflicción, y por el ínfimo lugar la silla del reino eterno. Allí se verá el fruto de la obediencia, aparecerá muy alegre el trabajo de la penitencia, y la humilde sumisión será gloriosamente coronada”. Después de una experiencia de pocos meses la vida religiosa se desvaneció como un sueño matutino. A los tres años de asistencia filial y de intensa vida de oración, la salud de Victorine reclama el aire nativo. La joven tuvo que dejar al padre en París para ir a Avranches. El Obispo quiere nombrarla superiora de una nueva obra de caridad que aparentemente era muy interesante, pero poco consistente. Victorine, de acuerdo con su padre y con los superiores de Sta. Clotilde, a los que quería siempre obedecer, y cumplidos los treinta años, comenzó un nuevo estilo de vida. Ecce ancilla Domini Victorine tenía que dirigir un Instituto de Enseñanza y Educación para las hijas del pueblo, Instituto que dependía contemporáneamente de las autoridades civiles y religiosas. La obra, por tanto, sufría conflictos de dos poderes y terminó por deshacerse. Durante este tiempo ella preparaba la vestición de tres aspirantes. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 12
  • 13. Como recuerdo de aquel intento le quedó el anillo bendecido por el Obispo, en el que había hecho grabar su lema: “¡Ecce ancilla Domini. Fiat!”. Recordando este período, ella escribirá en su diario: “Continuos sacrificios, sacrificios bajo todas las formas y maneras”. Mientras tanto, pudo reunirse con su padre en Avranches donde su abuela materna, que esperaba en oración a la hermana muerte, necesitaba de muchos cuidados. Victorine se transformó así en enfermera doméstica y tuvo para la anciana cuidados maternos. A diario las dos compartían sus dones. La joven prodigaba cuidados y atenciones y la anciana los pagaba con oraciones, bendiciones y sabiduría. Pasados algunos años de alegre y tierna confianza, la dulce abuela, rica en méritos y años, entregó el alma a Jesús. Victorine la llora y la añora. Decenas de años después, hablaba de ella en estos términos: ”Santa mujer, cuya virtud fuerte y pura ha sido y será siempre un ejemplo eficaz”. Muerta su abuela, se dedicó en cuerpo y alma a crear la obra de la adoración que le confió el Obispo de la diócesis, Mon. Robiou. Mientras tanto las espinas crecían más que las rosas. La vida de su hermano Augusto se había reducido a una gran zarza llena de espinas. Éste, que había sido el ojo derecho de mamá y seguía siendo el de papá, se había dado a la buena vida, y este hecho resultaba demasiado amargo para los familiares. Dilapidaba el patrimonio entero, prometiendo un cambio que no llegaba nunca, cuando fue herido por una enfermedad violenta y larga. Victorine, preocupada por la salud del cuerpo y del alma, fue a verle a Le Havre y estando permanentemente junto al enfermo hizo el papel de hermana y sustituyó a la madre, que ya había muerto: lo cuidó durante ocho semanas enteras sin descansar. Dos meses de sacrificios, de ternura y oraciones llevaron de nuevo el sol a aquella conciencia caída en las tinieblas de muerte. A la santa enfermera doméstica, que tanto amaba a Augusto, le pareció haberlo regenerado. Y de hecho, lo había regenerado a la gracia. El 30 de diciembre de 1846 la muerte alcanzó a Augusto purificado ante Dios y pacificado con los hombres. La oveja negra, convertida en ángel blanco. La concha y la perla La muerte de Augusto deja como única heredera del patrimonio a Victorine. Ella, que se ha consagrado al Señor, desea ardientemente entregarle también sus bienes. Compra una bonita casa, que debe ser como la concha que protege la perla, y la perla es para ella la capilla que será destinada a la Adoración Eucarística. La casa está en función de la capilla y ésta, a su vez, en función de la Adoración Reparadora. Los familiares no le ahorran críticas y burlas, y diversas personas de negocios, con los que tuvo contacto por sus adquisiciones, hicieron grandes especulaciones comprendiendo que la señorita cedía evangélicamente el vestido a quien le pedía el manto. La enfermedad del padre y las obras de caridad, que aumentaban de día en día, la obligaron a renunciar a la Tercera Orden Carmelita, en la que había hecho la profesión. Acogió en casa a un tío enfermo. Era un buen hombre, pero se había formado una filosofía y una religión a su uso y consumo. Los cuidados cariñosos y la piedad radiante de la sobrina trajeron luz y pusieron orden en el caos mental por el que atravesaba aquel pobre hombre que reconoció sus errores y recibió la comunión. Pocos días después, guiado por la oración de su sobrina, se presentaba sereno en la casa del Padre. En este período de tiempo entró en la casa Le Dieu como sirvienta una joven y fue para ella como la hermana menor. Su nombre, que no debemos olvidar, es Josephine James. Ahora el único fin y la única ocupación existencial de la vida de Victorine era la Adoración Reparadora, pero también trabajaba mucho en las obras de apostolado, colaborando de lleno con su prima Águeda, con quien congeniaba muy bien. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 13
  • 14. Victorine, habiendo perdido ya toda esperanza de entrar en una congregación religiosa, aspiraba sólo a tener el Santísimo Sacramento en su oratorio y, en todo caso, vestir un hábito discreto y de corte religioso. Animada por el Obispo y los párrocos se dedicó en cuerpo y alma a organizar en la diócesis un gran movimiento de Adoración Eucarística. Su oratorio debería ser el núcleo central, mejor dicho, el corazón del fervor eucarístico a escala diocesana. Pero la salud del padre hizo que no pudiera realizar este proyecto. El Señor Félix necesitaba aire cálido y por eso Victorine lo acompañó a Hyères en el sur de Francia a finales de 1853. El milagro firma el mensaje El clima mediterráneo de aquella ciudad resultó muy beneficioso para el padre pero inclemente para la hija, que muy pronto estuvo a punto de perder la vida. Desde el lecho, que creía de muerte, escribió al Obispo para encomendarle su proyecto de la Adoración Reparadora perpetua y le suplicó que confiara esta tarea a las religiosas de la Esperanza. Después de casi cuatro meses de tratamiento los médicos le aconsejaron el aire de montaña. ¿Qué mejor ocasión para visitar la Salette que, a pesar de las luchas y contradicciones, atraía cada vez a más gente?? El 19 de septiembre de 1846 la Virgen se había aparecido en el monte de la Salette a dos pastorcillos. Los dos niños, al describir a la Virgen, se expresaban así: “Parece una madre derrotada por sus hijos y huida al monte”. Sería difícil expresar mejor la angustia que la Virgen siente ante el aumento del mal moral en el mundo. Por eso la Virgen, entre lágrimas, exhortaba a la conversión y a la penitencia. La autoridad eclesiástica diocesana reconoció el carácter sobrenatural de la aparición, edificó en el monte un santuario, y para su servicio, fundó la Congregación de los Misioneros de la Salette. El 20 de junio de 1854 Victorine, desahuciada por los médicos, emprende la peregrinación a la Santa Montaña. Ella misma nos lo describe en su pequeña autobiografía: “El 20 de junio de 1854 me vistieron, me pusieron en una carroza, junto con mesas, colchones y almohadas. Mi padre subió con la religiosa que me asistía desde el comienzo de mi enfermedad y con otra persona muy querida. En la primera parada de Toulón a Marsella me levanté y me sentí curada. Soporté el viaje, que duró dos días y una noche, y, llegada a la santa Montaña me encontraba tan bien que ya no necesitaba de los cuidados de quienes me asistían, y así pude volver a casa sola. En el otoño siguiente tuvimos que volver al sur. Estando mi padre en peores condiciones, mi trabajo se duplicó y enfermé de nuevo. Durante los cinco meses que estuve enferma recibí varias veces la santa comunión por viático. Los médicos probaron varios tratamientos y se vieron obligados a suspenderlos, ante mi extrema debilidad. Desde hacía más de dos años tenía dañado el pulmón derecho y expectoraciones de sangre, que me producían a menudo una fuerte anemia. Mis piernas, cubiertas de sudor, estaban frías y como paralizadas. Mi voz, apagada casi totalmente y, a pesar del régimen alimenticio tónico y reconstituyente observado día y noche, el pulso era muy débil. Decidimos un segundo viaje a la Salette y partimos hacía la mitad de julio de 1855. A duras penas pude dar algunos pasos hasta el coche. Era por la tarde y temía una noche de fatiga, pero la buena Madre no me hizo esperar su ayuda: desde el primer momento del viaje desaparecieron la debilidad, los dolores y la expectoración de sangre de tal manera que al día siguiente, al llegar a San Maximino, pude hacer la peregrinación a la gruta de Santa María Magdalena. Desde las tres de la mañana hasta las diez de la noche he podido caminar, hablar y hasta cantar sin sentir ningún malestar ni en el corazón ni en los pulmones y desde entonces ninguno de estos síntomas JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 14
  • 15. han vuelto a aparecer. Y como prometí en ese momento, volví nueve veces a la Salette en acción de gracias. Transcurridos dos meses de estancia en ese santo lugar regresamos al sur”. Victorine, que había heredado de su madre la devoción a la Virgen, en el mensaje de la Salette vio aprobada y confirmada su intuición fundamental: con Jesús Reparador reparamos los pecados de los hombres. Y la Virgen, que ella sentía siempre cerca como Madre amantísima, se le muestra como Reconciliadora. Con los pulmones nuevos respiraba el aire místico que emanaba de la Salette, cuando el mundo católico fue inundado de un gran fervor mariano: Pío IX, el 8 de diciembre de 1854 había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios. Victorine, que se encontraba en Hyères, no fue ajena a este gran fervor. Narramos el fragmento de sus memorias en el que nos recuerda aquel acontecimiento, porque esto nos muestra la dialéctica dogmática de la que Victorine estaba dotada. “Grandes fueron las fiestas y la alegría de aquel día cuando espontáneamente se iluminaron todas las ventanas de las casas. Incluso algunos protestantes participaron en esta demostración para honrar a la Madre de Dios. El mensaje de la Salette, aureolado por el entusiasmo místico de la proclamación del dogma, se convirtió en el alma de su alma. De ahora en adelante la vida de Victorine será la encarnación de este ideal: Reparación. “Sentí la necesidad de una inmensa reparación”. El amor de Dios puede renovar la tierra La dialéctica teológica, que funcionaba muy bien en el cerebro volcánico de nuestra apóstol, cumplió este proceso lógico. La Virgen nos exhorta a la reparación, pero sólo Jesús es el verdadero Reparador; por eso nosotros sólo podemos ser reparadores si nos unimos a Él. Él ha reparado la humanidad pecadora mediante el misterio pascual que se representa y se ritualiza únicamente en el Sacrificio Eucarístico. Por tanto sólo participando de forma consciente y activa en el misterio eucarístico, podemos convertirnos en perfectos reparadores. La reparación reclama el sacrificio y éste alcanza valor redentor sólo si se une al sacrificio de Jesús. Nosotros participamos en el sacrificio de Jesús con la Santa Misa, que así viene a ser el centro del que se irradia toda reparación y en el que convergen todos nuestros sacrificios cotidianos. Victorine descubre, adora y vive el enlace vital que media entre la reparación y la Eucaristía, hasta el punto de instituir la Misa Reparadora. En realidad, toda Misa es reparadora, pero Victorine, en el Sacrificio Eucarístico, quiere poner en evidencia el papel que cada fiel desea asumir, participando activamente de la pasión de Jesús. Este movimiento de caridad reparadora, que en la esperanza de Victorine está destinado a extenderse en la Iglesia entera, debe tener como centro la Misa Reparadora cotidiana y ésta, a su vez, debe tener un santuario o al menos una capilla. El alma eucarística se da cuenta de que la Eucaristía no se confía a cualquiera, por eso comprende que, junto al oratorio, es necesaria también la comunidad que lo cuide. En otras palabras, la reparación exige la Misa, la Misa supone el oratorio y el oratorio requiere la comunidad religiosa. En este orden de ideas, Victorine está dispuesta a establecer el centro del Movimiento de Reparación Eucarística en la comunidad de las religiosas ya existente. Todas pueden participar en el movimiento, con tal que sepan adorar la Eucaristía y tengan un corazón para amar y voz para implorar piedad. Sin distinción de sexo, edad, clase social o profesión, todos pueden formar parte del movimiento eucarístico. La sirvienta puede arrodillarse al lado del ministro, la virgen puede unirse a la madre, el sacerdote al peón, el religioso al banquero, el viejo al joven, el abuelo a los nietos. Uno sólo es el denominador común: fervor que estimula a la adoración de Jesús Eucarístico para reparar con Él, por Él y en Él. Para los que quieren unirse a la cruzada eucarística, Victorine encuentra el nombre de: Hijos e Hijas de Jesús Redentor y María Reconciliadora. Con este proyecto del Movimiento Eucarístico en el corazón, Victorine visitó al Cura de Ars, al que se acercaba mucha gente atraída por lo sobrenatural. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 15
  • 16. El sacerdote no tardó en percibir en aquella criatura un alma predestinada, lo escuchó con mucha atención y se recogió más de lo habitual, levantó los ojos al cielo, llenos de inocencia, y profetizó: “La obra, hija mía, será bendecida más de lo que uno puede pensar”. Por consiguiente, la realidad ¿hubiera superado la esperanza que en su alma era ilimitada? ¡El santo con más renombre de la época, con la fuerza de la profecía, había reconocido su carisma! Victorine irá todavía dos veces más a ver al santo para buscar seguridad, y conseguirá del Vicario Toccanier este certificado: “Misioneros de Ars por Trévoux (Ain). El que subscribe declara haber procurado una audiencia a la señorita Le Dieu con el santo Cura, que benignamente ha bendecido el proyecto de la Obra aprobada seis años después por el Sumo Pontífice Pío IX”. Ars, 13 de Agosto de 1871 Ab. Toccanier mis.párr. En diciembre de 1856 el Vicario del Cura de Ars le confirmará una vez más: “El santo Cura pide por usted y por sus obras. Su corazón, tan inflamado de amor a Dios y al prójimo, goza con el pensamiento del bien que son llamadas a hacer para mayor gloria de Dios y la edificación del prójimo”. Victorine comenta: “¿Cuándo? ¿cómo? ¿con quién? No me hago ninguna pregunta. No busco nada extraordinario ni siquiera el bien”. Pero cuando su obra corría peligro de muerte y el desánimo llamaba a la puerta, la señorita Le Dieu sacaba fuerza del documento, afirmando con vehemencia: “Los amigos de Dios no se confunden”. Durante la estancia en el sur el fervor eucarístico relumbraba siempre más y Victorine consideraba la Obra Reparadora como el único fin de su existencia. El verde eterno cubre el campo del Señor Se quedó a vivir en Fréjus con su padre donde surgió una profunda amistad con dos familias: la de la señora Lagostena y la del Vicario general Barnieu. Estas amistades fueron de gran consuelo para el anciano padre. En el jardín de su casa prepararon un oratorio, donde los dos, padre e hija, pasaban largas horas en oración y contemplación. En este período de tiempo se enfermó la chica que tenían con ellos, Josephine James y Victorine fue hermana y madre para ella. No le resultó muy difícil presentarse al Vicario General e incluso al Obispo que se entusiasmó de la obra y exhortó a Victorine a comenzar enseguida. Pero Victorine quiere caminar siempre con pies de plomo. En 1856 se distinguen dos períodos: uno de desánimo y otro de entusiasmo. El primero lo describe así: “He tenido que resignarme a la vegetación triste de una planta en suelo extranjero, al cautiverio de un pájaro nacido libre al que encierran en una jaula estrecha. Me ha costado mucho, pero me he sometido. Mi corazón se ha encogido y la lucha me ha vuelto el ánimo débil y desconfiado; pero la gracia divina me ha dado una gran luz y me ha hecho comprender mi nulidad y la de las criaturas. El amor de Dios puede renovar la tierra”. El período de entusiasmo fue animado por la carta apostólica, que Pío IX había enviado a todos los Obispos del mundo. Las expresiones que más gustaban a Victorine eran las siguientes: “El Señor cumple un designio lleno de sabiduría y la caridad cristiana se derrama siempre más abundantemente; se manifiesta con esplendores siempre más fuertes, por medio de otras obras que crea; piedras preciosas que cubren el campo del Señor como un verde eterno. Pero sólo crecerán, se desarrollarán y producirán sus frutos si se nutren y fortifican en el espíritu de unidad, que es propio de la religión católica. Para conservar esta unidad es necesario que dependan del Romano Pontífice, el cual desde su cátedra suprema, regula y dirige las diferentes obras, de modo que, quedando cada una libre de gobernar y administrar los propios asuntos, aprenda del Padre común lo que debe ser una ventaja para la Iglesia universal, de la que Dios mismo le ha confiado el cuidado”. “Estos santos y JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 16
  • 17. nobles pensamientos han orientado constantemente todas mis acciones, antes y después de aquel tiempo”. Esta exhortación pontificia multiplicó en el corazón de Victorine la pasión de la catolicidad que se irradia de la cátedra del Vicario de Cristo. Su lema de alma reparadora será: nada sin el Papa. Sí, su existencia ve desarrolladas en su integridad las tres dimensiones que la caracterizan: Adoración Reparadora a Jesús Sacramentado; devoción filial a la Virgen Reconciliadora; obediencia incondicional al Vicario de Jesucristo. En la montaña de la Salette, peregrina hacia la luz El 11 de junio de 1860 llegó la hora fatal: la muerte del padre. Después de una larga y penosa enfermedad, el anciano patriarca, a la edad de ochenta años, con la bendición del Obispo, acompañado por los amigos, confortado por la familia, pasó de la Iglesia que cree a la Iglesia que ve. Él había servido y amado al Señor con todas sus fuerzas en la escuela de la hija que se había convertido en madre espiritual. En los amigos dejó un recuerdo imborrable, en Victorine una fuerte esperanza. El padre, que adora en el cielo, ahora está más cerca de la hija, que repara en la tierra. Esto no quita que, abriendo nuevamente la tumba, se abrieran de nuevo los problemas; de hecho tres meses después de la muerte del padre, Victorine escribe una poesía con título moderno “angustia”. Siente una gran tristeza por encontrarse todavía en el mundo y es asaltada por un deseo ardiente de entrar en algún convento de clausura. Tenía que reemprender el camino, pero ¿en qué dirección? Los superiores de Santa Clotilde la hubieran acogido con los brazos abiertos, pero ella tenía la obligación de cuidar a dos huérfanas que habían estado al servicio de la familia. Una vez más subió al monte de la Salette, peregrina hacia la luz. El Superior, que la conocía desde hacía mucho tiempo, le había dicho: “No dude, usted encontrará en la Salette un camino seguro porque Dios, que, en su bondad, a menudo se manifiesta claramente también a los que huyen, no puede negarle esta gracia a usted, que lo busca con tanto ardor y resignación”. Allá arriba, un joven sacerdote, al que todos veneraban y que también había sido curado por la Virgen, la acogió con estas palabras: “La esperaba; desde hace muchos días el buen Dios me pide una cosa por lo que he pensado enseguida en usted y he deseado verla. Por eso, creo que la ha conducido hasta aquí. ¿Es libre y está dispuesta a abrazar la cruz y la locura de la cruz?” Victorine describe así la reacción que le produjo la llamada a subir al Calvario: “Mi corazón y mi alma exultaron de alegría por esta invitación inesperada. Pareció que el velo estuviera finalmente por rasgarse; que tendría que seguir a un nuevo apóstol. Con alegría y prontitud respondí con mi estribillo: que era la esclava del Señor y que se cumpliera en mí su Palabra”. El santo sacerdote, de acuerdo con el Superior, le aconsejó un “retiro de amor y abandono”. Victorine, con la máxima generosidad, aceptó la prueba, que recuerda en su autobiografía: “De nuevo me sometí al retiro más riguroso posible; también tuve el permiso de comer yo sola. En completo silencio hice la oferta absoluta y resignada de todo mi ser, como si no hubiera tenido ni pasado ni futuro, como si hubiera tenido que morir aquellos días. Terminado el retiro, la palabra del ministro de Dios fue ésta: “Mi primer pensamiento, querida hija, ha sido el de haceros quedar aquí, donde podría poner en práctica la Adoración Reparadora. Pero creo que estoy plenamente convencido que Dios quiere que usted tome el camino donde lo ha dejado hace diez años, es decir, ver si es posible establecer esta obra en vuestro pueblo, porque allí se difundirá la gloria de Dios. No le mando que lo logre, sino que lo intente con su entrega generosa y con su obediencia a la autoridad eclesiástica, cuya aprobación o rechazo serán para usted una señal clara de la voluntad divina”. Creí que era mi deber recordarle las objeciones, en apariencia muy razonables para esta obra y ante todo la debilidad física que a menudo traicionaba mi alma. “Esto no la incumbe, prosiguió, Dios romperá el instrumento cuando no quiera servirse de él. Poco importa cuándo, JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 17
  • 18. poco importa dónde: ¡si los santos se hubieran quedado en consideraciones humanas no hbrían hecho nada! Nadie mejor que usted es libre de consagrarse a Dios. Él la llama: camine valientemente en paz, en su voluntad”. Bajó de la montaña con mucha luz en el corazón porque allí había recibido un mandato claro y preciso. Sola solita a los pies del buen Jesús Pasando por París se encontró con S. Julián Eymard. Estas dos almas, abrasadas de amor eucarístico tanto una como otra, no podían no entenderse. Jesús es Víctima y Sacerdote. San Paulino de Nola decía: “Víctima de su sacerdocio y sacerdocio de su Víctima”. Estas dos almas eucarísticas eran a la vez también ellas víctimas y sacerdotes; pero mientras en S. Julián primaba el carisma del sacerdote, en Victorine se acentuaba claramente el de víctima. Cuando su lenguaje no era común, sin duda resultaba complementario. La simple presencia de una, era muy elocuente para la otra alma eucarística. Sea como fuere, el santo formuló su pensamiento también en términos de lenguaje común: “Hija mía -dijo– usted está preparada espiritualmente para comenzar esta santa obra. Pida a su Obispo únicamente el Smo. Sacramento para su oratorio y luego sola solita, a los pies del buen Jesús, déjelo actuar. Él llamará a quien tenga que unirse a usted. No es usted quien tiene que recoger todos los materiales para esta obra: dé solamente lo que tenga sin reserva. Aunque se quede sola para dar gracias, habrá hecho lo que tenía que hacer, quizá Dios no cumpla su obra hasta después de su muerte”. La respuesta de S. Julián Eymard parece más iluminadora que la del Cura de Ars. Estaríamos tentados de afirmar que también en la santidad se necesita un poquito de suerte. San Julián no había dado en el clavo: para realizar la obra de la Adoración Reparadora, como primera condición se requería el permiso del Obispo para tener el Santísimo. Él había sido muy explícito: “Pida al Obispo el Santísimo para su oratorio”. Victorine, sin poner impedimentos, se presentó ante el Obispo, que desgraciadamente había sufrido una parálisis. Él se limitó a bendecir y a confiar esto a su Consejo. En aquella época era muy difícil obtener el permiso para tener el Santísimo en un oratorio privado. Los párrocos vieron con simpatía la obra de la Adoración Reparadora y apoyaron con entusiasmo la petición. Pero la barca fue empujada hacia atrás en alta mar justo cuando creía tocar la orilla. Los responsables, más o menos, razonaron así: El Obispo está a punto de morir y no sabemos si la obra que estamos estudiando será del agrado de su sucesor, el cual podría pensar que, durante la enfermedad de su predecesor, nosotros hemos abusado de nuestro poder. El segundo Vicario General le sugirió que estableciera la obra en las Carmelitas de Avranches, como una rama de su Instituto, pero la Congregación, aún sin rechazar la idea, propuso a Victorine que por el momento comenzara la experiencia en su oratorio. Roma la llama En aquella época se había anunciado la canonización de los mártires japoneses y se estaban organizando peregrinaciones a Roma. A Victorine se le despertó el deseo de visitar al Papa. El Vicario, que la estimaba mucho y además sentía algún remordimiento por no haberla contentado, le sugirió que pidiera directamente a Roma el permiso para tener el Santísimo en casa. La peregrina nos cuenta: “Valiéndome de gente que conocía al embajador francés en Roma, me decidí a hacer este viaje que, a causa de una fuerte prueba, tuve que hacer sola pero con mucha alegría, esperanza y abandono. Hubiera sido muy feliz de poderme arrojar como S. Ignacio a los pies del S. Padre, renovar mis votos en sus manos y recibir de Él mi misión”. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 18
  • 19. A finales de mayo se fue a Roma. Para obtener la aprobación de su proyecto, ella tenía dos caminos: el ordinario o el extraordinario. El ordinario consistía en presentar a la Congregación competente la petición con el visto bueno del Obispo; pero este camino fue rechazado de entrada porque Victorine sólo poseía recomendaciones, que no tenían nada que ver con el documento episcopal que se requería de las congregaciones romanas. Quedaba el camino extraordinario: pedir directamente al Papa la aprobación de la obra. Esta hipótesis contrariaba a Victorine, la cual era alérgica por naturaleza a las recomendaciones que consideraba como una pantalla interpuesta entre la libertad humana y la voluntad divina. El Carmelita, padre Eliseo, la animó en este sentido: “Hay que ver si la idea viene de Dios; si viene de Dios, Él se la inspirará al Santo Padre, sin que nadie le influya para bien o para mal”. Después de varias peripecias, Victorine envió la petición que, firmada por un sacerdote francés, pasó a la mesa de Mons. Pacca. El cardenal Villecourt, para apoyar la petición, le escribió una recomendación, pero le rogó que la usará sólo en caso de extrema necesidad. La nota decía graciosamente así: “La pía suplicante merece, bajo todos los aspectos, que su petición sea escuchada”. Victorine, después de haber rezado mucho, escribió esta petición: Beatísimo Padre, dedicada completamente a la Adoración Reparadora, a la que he consagrado la casa y una renta perpetua para mantenerla como mejor se pueda, la señorita Le Dieu de la Ruaudière de la diócesis de Coutances y Avranches, humildemente postrada a los pies de Su Santidad, osa pedir el Smo. Sacramento para el oratorio de su casa, la facultad de celebrar el Santo Sacrificio todos los días del año con la bendición de la Píxide y la indulgencia plenaria cotidiana para vivos y difuntos. Desea poder instituir la misma Obra con los mismos privilegios y donde sea posible para la mayor gloria de Dios, la conversión de los pecadores y la liberación de las almas del Purgatorio, y suplica a Su Santidad que, no obstante haya alguna dificultad, la presente sea por usted aprobada y válida en perpetuo. Roma, 26 de Noviembre del año de gracia 1862. El día más hermoso de su vida Con aquella petición en la carpeta y con mucha esperanza en el corazón, después de algunos meses de espera, el 15 de enero de 1863 subía las escaleras del Vaticano. A este punto es importante ceder la pluma a la protagonista porque se trata del origen de su Congregación y es justo que ella misma cuente cómo fue su nacimiento. Por otra parte el acontecimiento de este día constituirá para ella la estrella polar de su borrascosa navegación. “A las tres de la tarde subía los peldaños de la sala de espera y los guardias de turno me recogían el billete para la audiencia particular del Sumo Pontífice Pío IX. Desde el día antes, perfectamente tranquila, no hacía más que repetir al Señor que quería obedecer incondicionalmente al veredicto que habría sido pronunciado sobre mi único deseo, veredicto que lo habría realizado o lo habría hecho desaparecer como un sueño: ¡y este sueño duraba más de treinta años! Ninguna prevención podía influenciar al juez supremo; nada había llegado a él sino un simple nombre, completamente desconocido y que nadie había recomendado. Yo iba a descubrir la voluntad del Maestro Jesús a los pies de su Vicario. Hay muchas cosas que no se pueden explicar; no intentaré hacerlo, pero referiré simplemente palabras y gestos grabados en mi memoria. No exagero nada: transcribo al pie de la letra las palabras que hemos intercambiado; repito todo lo que he dicho ante Dios y por Dios. No había preparado ninguna frase; mi confianza estaba puesta en el poderoso protector San José y, contra toda esperanza, esperaba que mi petición fuera aceptada. Cuando se abrió el último portón todavía no había podido tener una visión del uso del ceremonial. Pero mi alma lo habría adivinado aunque no hubiera tenido ni la mínima idea. Cualquier corazón cristiano comprende que debe inclinarse ante el Sumo Pontífice. Yo habría hecho más de las tres genuflexiones obligatorias si hubiera tenido que dar algún paso más. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 19
  • 20. Pero había llegado a los pies del Santo Padre y me estaba inclinando un poco más para besárselos cuando él extendió su mano hacia mí, de tal modo que mis labios pudieron posarse por un instante sobre el anillo del pescador y esto fue para mí un signo claro de la benevolencia del Sumo Pontífice. Estaba muy emocionada, pero no turbada. Sin embargo, al principio, no pude decir más que estas palabras: ”¡Santísimo Padre. Santísimo Padre!” –“Levántese, hija mía”, me dijo dándome una vez más a besar su mano. –“¿Tiene usted esposo?” –“No, santísimo Padre, Dios sólo”. –“Bien, hija mía, feliz usted por haberlo elegido”. –“No lo he elegido yo, santísimo Padre, sino que ha sido Él quien me ha llamado desde mi infancia”. –“Bien, hija mía, séale fiel”. –“Santísimo Padre, sólo la obediencia a su voz, y a la de los guías que Él me ha dado, me ha conducido hasta aquí”. “Sí, santísimo Padre, –continué con mayor confianza–, si hubiera seguido mi razón, desde hace mucho tiempo, me hubiera refugiado en los Claustros del Carmelo; pero mi salud y mis deberes familiares no lo permitieron al principio; y cuando me quedé más libre, la dirección espiritual que Dios me ha dado, me ha impulsado a las obras de caridad en el mundo”. –“Sí, sí, a las obras de caridad en el mundo –replicó vivamente Su Santidad–, a las obras de caridad”. –“Santísimo Padre, usted tiene el derecho de ordenármelo, he venido a sus pies para obedecerlo como a Dios mismo”. Entonces le di una idea general de mi vida y de mi abandono a la santa obediencia, y añadí: “Santísimo Padre, yo puedo asegurar los medios para la Santa Misa, la bendición reparadora y fondos para las personas que se encarguen de la Obra, pero teniendo ya una edad avanzada y poca salud, siento la necesidad de retirarme para orar solamente”. “No, hija mía, –me dijo con mayor energía–, a las obras de caridad en el mundo. Es necesario trabajar hasta el fin y probar nuestra fe con nuestra caridad”. Entonces, cada vez más llena de fe, de abandono y de caridad, sintiendo que tenía que dejar aparte todo motivo personal y humano, ante la voluntad de Dios, respondí: “Santísimo Padre, entre Dios y yo no hay nadie sino usted y usted es la vía segura. Si es necesario que renuncie al deseo de encerrarme en un claustro, usted concédame las gracias que me podrán fortificar y ayudar para salvar almas”. Y diciendo esto, le presenté mi súplica. –“¿Sois muchas con esta idea? –me dijo–”. “Santísimo Padre, todavía estoy sola en mi casa, no habiendo querido recibir a nadie antes de tener el Santísimo, base y vínculo de toda vida religiosa”. Su Santidad dio de nuevo una ojeada a mi petición desde su sitio, luego se acercó a una ventana y la leyó por segunda vez con gran atención. Enseguida volvió a su escritorio, un mueble bastante alto sobre el que el Santo Padre estaba antes apoyado y escribía al final de mi petición, despacio y extensamente... Su sonrisa era tan benévola durante este acto que no pude pensar en un rechazo. Y me devolvió el folio sonriendo aún. –“Santísimo Padre, –le dije–, veo que no me niega nada. Dígnese, pues, bendecir también estas insignias de mi entrega al buen Dios: el anillo que lleva mi lema, y la cruz preparada por mandato del Obispo. Le suplico enriquezca esta cruz con todas las gracias que usted concede a las de los Misioneros. Que ella pueda ayudar a todos los fieles, a todos los moribundos que yo pueda asistir en el futuro”. Hice observar a Su Santidad las palabras grabadas en la cruz en agradecimiento a Nuestra Señora de la Salette por mi curación, y le dije que las reiteradas promesas del buen Cura de Ars JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 20
  • 21. me hacían esperar que la Obra, que Su Santidad bendecía en ese momento, se establecería también en la santa montaña. Le hablé del deseo que siempre había tenido, aunque me consideraba indigna, de consagrarme especialmente a las misiones extranjeras. –“Siento verdaderamente en mi corazón –le dije– el valor, el abandono de S. Francisco Javier, y desearía como S. Ignacio renovar mis votos a sus pies, porque como él, también yo recibo del Sumo Pontífice mi misión. Me atrevo a suplicarle, santísimo Padre, que los reciba en nombre del buen Dios, en el sentido más amplio”. Entonces tras una señal que hizo con la mano, me arrodillé y los resumí en la misma fórmula de consagración de S. Ignacio que me vino a la mente: “Recibid, oh mi Dios, toda mi libertad, mi memoria, mi inteligencia, mi voluntad, todo lo que tengo. Todo lo que poseo es don de vuestra liberalidad; os lo ofrezco sin reserva, os dejo el dominio; vuestro amor y vuestra gracia me enriquecen, no pido nada más”. Ya que Su Santidad parecía escucharme con caridad y con complacencia, le pedí poder vestir el hábito religioso, preparado desde varios años como signo de mi consagración total a la Adoración Reparadora. El Santo Padre me lo concedió. –“¡Santísimo Padre –dije finalmente llena de agradecimiento–, no creo tener nada más que pedirle!” Su Santidad, sonriendo siempre como un buen padre, haciéndome una señal para retirarme, me dio su última bendición y a besar prolongadamente su mano. Yo la tomé entre las mías con una gran emoción y una dicha indecibles, y mis labios se posaron durante algunos segundos sobre el santo anillo y en la venerable mano del Pontífice. Saliendo de allí me dirigí a la tumba de San Pedro, sobre la que deposité los muchos y preciosos favores concedidos para tantas almas. Todavía sentía la necesidad de renovar mis votos y de encontrar ánimo para mi nueva tarea, santa y difícil para mi debilidad y tan contraria a mi deseo de obedecer antes que mandar. Sólo el buen Jesús puede guiarme y sostenerme. Su Sangre divina será ofrecida cada día y en perpetuo con mis pobres medios. Él sólo puede dar gloria a Dios. Regresando de la audiencia, pegué el precioso pergamino sobre un papel y me dirigí a la Cancillería a ver a Mons. Defallous para rogarle que pusiera en este documento los sellos que probaran su autenticidad. “No tenemos este derecho –dijo, admirado por tales privilegios–, para esto son necesarios los sellos de Su Santidad mismo”. Y me indicó a Mons. Pacca, como el único que podía hacerlo. Volví al Vaticano: Mons. Pacca examinó durante largo tiempo el Rescripto y me lo restituyó sellado con el doble sigilo pontificio. Mientras iba triunfante a ver y a dar gracias al buen padre Eliseo, al entrar en el Carmelo, encontré al padre Domingo, teólogo riguroso y ordinariamente poco cortés, se sorprendió, y me felicitó sinceramente y, emocionado, fue él mismo a buscar al Rvdo. padre General, llamándolo en voz alta, para que viniese a compartir la alegría del suceso. También el buen padre José, otro dignatario del Carmelo, me manifestó su sincera satisfacción y me dijo: “Quiero dar gracias a Dios, celebrando siete veces el Santo Sacrificio por esta Obra”. Y me regaló un rosario, diciéndome: “He aquí su primer rosario como Superiora General”. El Vicario General de Coutances, que al principio me había recomendado oficiosamente, había escrito para que detuvieran todas mis gestiones. Mucha gente, sabiendo lo difícil que es iniciar y sobre todo llevar a cabo estos asuntos, se maravillaron y se alegraron. Volví a ver al cardenal Vicario y le dije: “Eminencia, sus oraciones han sido escuchadas”. Ante aquel acto del Pontífice él se levantó con estupor y respeto. “¿Quién le ha dictado esta súplica? –preguntó–. Este Rescripto le concede todo cuanto es posible conceder a una mujer. Con él se aprueba un Instituto con Superiora General, con facultad reservada a los ordinarios, sin depender de otra congregación ya existente. No creo que haya muchas comunidades con tantos privilegios concedidos por el Sumo Pontífice y escritos por la mano de Pío IX. No creo que haya ningún obispo que rechace estos privilegios. No deje nunca – dijo– el Breve en ninguna Curia: es el tesoro de su Congregación”. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 21
  • 22. El cardenal Villecourt, como todas las personas citadas anteriormente, reconoció esta vía como providencial; luego, con una firmeza y una convicción cuyo recuerdo aún me conmueve, añadió: “Recuerde, querida hija, que si usted, si yo, o cualquier otra persona, llamada a trabajar en esta obra se considerara un miserable gusano de tierra, se verá anonadada. Dios sólo la quiere y puede hacerla realidad. El cardenal Barnabo tomó la obra bajo su protección. “Nosotros la favoreceremos en todo lugar” –me dijo Su Eminencia–, el cual, como un verdadero padre, tuvo la bondad de recibirme y de discernir las ideas que había tenido sobre esta obra. Me animó a iniciarla en Roma. Respondí: “aquí no tengo ningún medio, mientras en Francia ya tengo un pequeño santuario y algunas amigas que me esperan para trabajar conmigo”. “Bien, dijo, conseguiremos del Santo Padre un edificio para esto”. El padre Villefort, después de haber leído el Breve del Santo Padre, me dijo: “Cuando Su Santidad habla, y especialmente cuando escribe, está muy inspirado. Esta aprobación es extraordinaria y es necesario comenzar el trabajo. Siembre este granito, que se transformará en un gran árbol, en la tierra preparada desde hace tiempo; más tarde usted trasplantará un ramito a Roma y quizá más lejos”. Él no quería que la Obra se iniciase en Roma porque Italia estaba muy agitada por movimientos revolucionarios. Sin embargo, yo la habría comenzado, pero la malaria que me había atacado de nuevo me obligó a volver a Francia. Pero siento siempre vivo en mí el deseo de fundarla en Roma para depender directamente del Santo Padre. También fui presentada al cardenal Clarelli, prefecto de la Congregación de los Clérigos y los Regulares. Me dijeron que el estudio de la situación, si bien muy temido, era indispensable para poner en regla todas las gestiones. Él estudió con seriedad aquel documento, quizá el único entre los que ordinariamente acostumbraba autentificar. Me lo devolvió diciendo: “Con este Rescripto, el Sumo Pontífice concede todos los favores pedidos. Las obispos son libres de acogerla en sus diócesis, pero no pueden impedirle que vaya a otro lugar. Su Santidad no fuerza su voluntad ni su juicio, pero ellos no tienen nada que decir sobre el Breve, no pueden modificar absolutamente vuestras Constituciones. ¡Es providencial! Hace dos años que Su Santidad no aprueba ninguna institución nueva y ahora remite la vuestra a la prudencia del ordinario, en cualquier lugar, siempre y con autorización. Si los obispos aceptan están dispensados de los trámites requeridos para obtener estos mismos privilegios. Adelante, pues, dijo Su Eminencia con mucha alegría, y nosotros, cuando llegue el momento, daremos nuestra aprobación”. Una canonización que precede al nacimiento El documento, que suscitó tanta admiración entre prelados y expertos, en un primer momento parecía sencillo, y todavía más sencillas sonaban las palabras que Pío IX había escrito de su puño y letra a la petición: “Devolvemos la petición con las facultades al juicio y a la prudencia del Obispo, siempre que se trate de mujeres que vivan en comunidad”. Pero en realidad, para los expertos en derecho, aquellas expresiones eran también la solemne aprobación de una congregación religiosa de mujeres. Se obtuvo así un hecho muy raro y quizá único en la historia: la suprema aprobación de una congregación religiosa antes de que naciera. El hecho hace pensar en lo que le sucedió a S. Juan Bautista, que fue canonizado antes de su nacimiento. Por este motivo, aquellos dignatarios y aquellos expertos daban vueltas y vueltas al documento que tenían en sus manos, leían y releían sin dar crédito a lo que veían, luego se lo devolvían a la neofundadora con rostro estupefacto. Mons. Pacca fue el primero en maravillarse antes de poner dos sigilos lacrados sobre la cinta que sujeta el breve al cartón: Sigillum Bartholomaei Pacca. A la mirada de la neofundadora, aquellos circulitos de lacra tenían que aparecer más hermosos que cualquier piedra preciosa. Ella se llevará el Breve siempre consigo y lo amará quizá como ninguna mujer haya amado tanto la alianza matrimonial. En su escala de valores, después de la Eucaristía y el Evangelio, estaba el Breve. En términos sencillos, en el coloquio con el Papa se había desatado este proceso lógico confirmado por el soberano documento. Para la Obra de la Adoración Reparadora se necesita el Santísimo, y para tener el Santísimo tiene que haber una comunidad de mujeres. Por tanto, se JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 22
  • 23. debe fundar esta comunidad. Pero como es necesario expresar la fe con obras de caridad, estas religiosas no se limitarán solamente a la Adoración, sino que extenderán la reparación también a las obras de caridad, según los tiempos y los lugares. Por consiguiente, su característica consistirá en impregnar las obras caritativas del espíritu de reparación que toman de la Eucaristía. El proyecto de Victorine había sido ampliado y concretado por el Vicario de Jesucristo. Ella quería la aprobación de la gran familia eucarística compuesta por Hijos e Hijas de Jesús Redentor y María Reconciliadora, que constituían una especie de cruzada de oración, abierta a todos los fieles; también deseaba el permiso de tener el Santísimo en diversos oratorios que se abrirían como centros del movimiento. Sin embargo, Pío IX concede también la facultad de fundar una congregación religiosa que presida el vasto movimiento eucarístico, y quiere que las religiosas expresen la reparación eucarística también mediante obras de caridad, que deben ser abiertas para adaptarse a las exigencias de la sociedad contemporánea. Victorine pensaba sólo en una reparación contemplativa, Pío IX quiere que a la reparación contemplativa se añada una reparación activa. Sin embargo, una y otra, deben salir de almas eucarísticas. Ahora, en el espíritu de la neofundadora, resplandecía con luz sobrenatural el proyecto que había surgido de la síntesis armónica entre la espiritualidad de Victorine y la de Pío IX. Por eso, Madre Le Dieu veneraba a Pío IX como fundador, o al menos como cofundador de su Obra. Ella comprendió muy bien que para fundar la Obra de la Adoración Reparadora no bastaba con el Santísimo, sino que se necesitaban también religiosas que prodigaran cuidados de esposas a Jesús Eucarístico. El Breve requería mujeres que vivieran una vida en común. De acuerdo con esto, este proyecto no podía ser realizado por un Santo, como por ejemplo S. Julián Eymard, porque se necesitaban religiosas y no religiosos. Madre Le Dieu era simpática cuando, con ojos llenos de entusiasmo y con acento catedrático, repetía la frase del Breve: “mientras se trate de mujeres”. Todas las cosas de este mundo tienen sus límites, por eso también el Breve que, aún siendo excepcional, tenía los suyos propios. Iniciaba una obra comenzando desde el tejado y otorgaba distintivos de generalísimo cuando no había ni siquiera un soldado. Todos los privilegios que el Breve concedía a Madre Le Dieu, poniéndola bajo la dependencia directa de la Santa Sede, en gran parte la hacía exenta de la autoridad de los obispos. Esto estaba destinado a suscitar perplejidad o irritación en Francia, donde algunos obispos respiraban aire galicano y por eso eran celosos de su autonomía. En la audiencia papal, Victorine había pedido y obtenido de Pío IX el permiso de vestir el hábito religioso. La ceremonia fue celebrada por el padre Régis, procurador de los Trapenses, en la capilla de las Religiosas de San José de la Aparición, como se revela en la declaración que seguidamente éste le otorgó. ¡Gloria a Dios sólo! Todo por medio de María y San José Roma, 16 de Abril de 1863 Revestida por el santo hábito religioso y por las insignias bendecidas por el Sumo Pontífice Pío IX en la audiencia particular el 15 de enero de 1863, y autorizada verbalmente por Su Santidad a conservarlo y llevarlo como testimonio de mi consagración total a la Obra de la Adoración Reparadora perpetua, he recibido con este hábito la preciosa bendición de mi Padre espiritual, que representa para mí a Dios mismo, el Revd. Padre Régis, procurador de los Trapenses en Roma: He ido a la tumba de los santos apóstoles Pedro y Pablo para renovar el voto positivo hecho a los pies del Santo Padre, el Papa, voto de abandono a la voluntad divina y de entrega absoluta JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 23
  • 24. a todas las obras de fe y de caridad que me sean posibles, bajo la obediencia de los obispos católicos, para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Sr. M. J. de J. Le Dieu De todo lo cual doy fe y firmo la presente en la Trapa de Mortagne (Orne), 12 de Agosto de 1869. Fr. Régis Ab. Proc. Gen. de la Trapa. Nido en el mar Bajo las alas del arcángel Rica por su “tesoro”, la piadosa peregrina volvió a su Patria. Le parecía que había perdido una decena de años y tenía la impresión de caminar con el sol bajo el brazo. Los hombres parecían más buenos, la creación más hermosa; hubiera dicho con Dante: ”Incipit vita nova”, comienza una vida nueva. Con una carta de recomendación, escrita por el padre Eymard, se presentó enseguida al nuevo Obispo; el anterior había fallecido. El santo sacerdote, entregándole la carta, le había descrito así a Mons. Bravard, su amigo: “Es un hombre de buen corazón, un hombre decidido; pero hágale escribir todo lo que promete, la memoria le puede traicionar”. A Mons. Bravard no le gustaba mucho el triunfalismo romano, del cual aquel Breve le parecía bastante impregnado, y por eso la neofundadora tuvo una acogida más bien fría. Era la primera helada que caía sobre las flores. De cualquier modo, el Obispo consultó a sus consejeros y en enero de 1864, sin previo aviso, se presentó en el oratorio de Madre Le Dieu. Claro que el Obispo había visto cientos de capillas más bonitas y más artísticas, pero una tan exquisita y tan acogedora no la había visto nunca. Al encontrar todo en orden, él le dio vía libre. La Fundadora replica: “Excelencia, no sólo esperamos esto, sino que le pedimos que nos indique el camino”. “Muy bien, pronto lo conocerá”. El día 31 de enero, el Obispo mandó el decreto de la fundación y un pequeño reglamento que había redactado con diminuta caligrafía. Dos días después, conmemorando la Presentación de la Virgen María al templo, Victorine inició la vida religiosa en el pequeño oratorio con una postulante. El minúsculo brote tardaba en despuntar sobre el terreno, es decir, las vocaciones tardaban en venir, porque al temor que la Madre tenía de asumir la guía de las almas se unía la frialdad que mostraba el Obispo en relación a la Obra. De hecho, en aquel tiempo se presentaron jóvenes y nos ofrecieron casas. Madre Le Dieu informó al Obispo, rogándole que le dijera claramente si autorizaba la Obra, porque desde hacía varias semanas esperaba su contestación a este respecto. El Obispo, molesto, respondió: “Yo deseo que sus designios sean los designios de Dios y que se mantenga siempre fiel a la gracia divina para no desmerecer la predilección de la cual usted cree ser objeto”. ¡Qué punzante aquel se “cree”! Luego intenta despedirla más suavemente: “Si tiene prisa para decidir, le repetiré lo que ya he tenido el honor de decirle: vaya a Roma o a cualquier otra diócesis de la que ya se ha hablado, si cree que allí las cosas serán JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 24
  • 25. según sus deseos. En cuanto a mí, tengo necesidad de ver bien claro en un tema tan importante; para esto espero a que me venga la luz de lo alto”. Como se ve, “el Obispo no rechazaba nada, pero tampoco se concluía nada porque no nos daba apoyo. Por miedo a carecer de paciencia, de resignación o de prudencia, esperaba entre un paso y otro hasta que podía. ¡Cuánta lentitud, cuántos desengaños, cuántas pruebas de todos los estilos! Pero, ¿qué hace? –me decía una persona que se interesaba por nosotras– ¿qué tengo que decir a quien me pregunta por el sentido de su vida solitaria? “Diga que me preparo para morir”, y era verdad; durante todo el día sólo hacía esto, abandonada cada vez más en la Divina Providencia”. El 7 de diciembre de 1864 salió a la luz otro documento que salpicaba destellos eucarísticos: la ficha de inscripción de la Asociación de los Hijos de Jesús Redentor y María Reconciliadora. Los asociados se comprometían a recitar todos los días el Padre Nuestro y el Ave María o las oraciones de la ficha y hacer una oferta para la Misa Reparadora. Ellos participaban de todas las oraciones y de los méritos de los asociados y de muchas órdenes religiosas como los Carmelitas, los Dominicos, los Franciscanos, los Cistercienses, los Trapenses. De alguna manera la ficha era una especie de carnet que concedía el derecho de pertenecer a un grupo eucarístico. Hacia finales de año una joven, que había oído hablar de la nueva institución, entró a formar parte de la pequeña comunidad. Vestición y votos El año 1865 se inició con la misma fidelidad y abandono. El Obispo fue a visitar la casa y prometió que entregaría el hábito religioso el día de la Purificación, pero, teniendo que ausentarse, dio el encargo al párroco Barenton, que era el director. La ceremonia fue anticipada al día 1 de febrero por la tarde. En ella participaron las religiosas del Carmelo y la familia; alrededor de treinta personas llenaron el oratorio. Madre Le Dieu, que había recibido el hábito religioso de manos del padre Régis, pronunció los votos con la fórmula que ella misma había preparado como expresión de la finalidad de su Instituto. ¡Gloria a Dios sólo! Todo por el amor de Jesús. Todo por el honor de María. Todo bajo el patrocinio de San José. Yo, Victorine Le Dieu, en religión Sor Marie Joseph de Jésus, revestida hoy de las insignias de Jesús Redentor y María Reconciliadora, quiero consagrarme de nuevo, en espíritu de justicia y reconocimiento para toda la vida, con los votos constitutivos de la santa Congregación de la Adoración Reparadora perpetua. Por esto prometo libremente y con todo el corazón y en las manos de nuestro director Mons. Barenton, párroco de la Iglesia de la Virgen de los Campos, representante del romano Pontífice Pío IX y de Dios mismo: 1) los votos simples de pobreza, castidad y obediencia contenidos en el voto de obediencia a nuestras Constituciones según la regla de San Agustín aprobada por la Santa Iglesia romana; 2) el voto de absoluto abandono a los sagrados Corazones de Jesús y de María, de todos los méritos y satisfacciones que podré adquirir con la gracia de Dios en la vida y en la muerte, para que dispongan según su voluntad para la conversión de los pecados y el sufragio de las almas del Purgatorio. JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 25
  • 26. 3) finalmente intento demostrar, franca y sinceramente, la más perfecta devoción y el amor más filial a la cátedra de San Pedro, centro y vida de la fe católica y apostólica, rechazando con horror la sombra de las herejías que se multiplican y disimulan de un modo tan deplorable bajo diversas formas. Casa de S. José, Avranches, 1 de Febrero de 1865 Sor Marie Joseph de Jésus Le Dieu Barenton can. párr. de la Virgen de los Campos Una maravilla del occidente Cuando en el Canal de la Mancha el cielo está sereno, a doce kilómetros de Avranches, emergiendo del mar, se eleva la punta rocosa del Monte San Miguel. Como flores que brotan de la roca, anhelan al cielo de zafiro los cien pináculos de la basílica, que es abrazada por la Abadía. En torno al solemne monumento, como arrodilladas en el verde, humildes y bonitas se extienden las casitas de los pescadores. Cuando sube la marea, que en el Canal de la Mancha alcanza los doce metros, la corta tira de tierra que une el Monte al continente queda casi sumergida y entonces San Miguel emerge de las aguas aún más bello; entre los colores del cielo y del mar brilla como una joya flotante. La deliciosa unión entre arte y naturaleza, la amplitud del panorama, la magia de los colores del cielo, de la tierra y del mar hacen de San Miguel la maravilla de Occidente. Victorine, tras cerrar los ojos a la luz de Avranches, entre las primeras imágenes, en su fantasía poética, se graba aquella visión de ensueño. Desde el año 965 los Benedictinos de aquel Monte elevaban al cielo la oración litúrgica; la revolución transformó la Abadía en un penal, primero para el clero que no había querido prestar juramento a la República, y luego, para los presos civiles. Cuando en octubre de 1863 los presidiarios fueron trasladados a las colonias, Madre Le Dieu pidió al gobierno la Abadía para que fuera la cuna de la Obra Reparadora. Habló con su obispo, Mons. Bravard, que obtuvo del Estado el Monumento en alquiler, pagando una cantidad puramente simbólica. Evidentemente, el Obispo creyó que aquel complejo de edificios tan amplios era demasiado grande para una comunidad de pocas hermanas, y pensó llevar el Monumento al antiguo esplendor benedictino. Según su objetivo allí debían surgir muchas obras, y el lugar restaurado debería ser lugar de peregrinación y de turismo. Ciertamente las hermanas eran necesarias, pero la señorita Le Dieu con pocas compañeras, ¿habría podido hacer frente a las necesidades que para el nacimiento de aquel centro histórico se presentaban tan enormes? Con este fin él había fundado una Congregación de Misioneros Diocesanos. Las religiosas eran indispensables allá arriba, pero era necesario un Instituto bien consolidado. ¿Cuáles eran las energías de las que disponía Sor Le Dieu con pocas compañeras que parecían tener escasos recursos? Él llamo a la puerta de varias congregaciones obteniendo siempre resultados negativos. Ninguna superiora quería poner en peligro a sus hijas entre las murallas de un viejo penal, por lo que el Pastor se replegó sobre Sor Le Dieu. Así se explican las largas y duras negociaciones entre la Fundadora y el Obispo. Unir el oficio de Marta con el de María Madre Le Dieu está convencida que el Monte San Miguel es el lugar más apto para su Instituto, pero el Pastor duda que aquel Instituto sea de verdad querido por Dios. Él necesita una JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 26
  • 27. comunidad religiosa en el interior del castillo para realizar diversas obras, pero Madre Le Dieu, ¿acaso no es una contemplativa que desea pasar su vida de rodillas ante el sagrario? Por eso le escribe más bien en términos desalentadores: “Si voy al Monte San Miguel, como es probable, necesitaré religiosas para la dirección: 1) de un albergue para mendigos; 2) de un orfanato para chicos; 3) de una casa de ejercicios para mujeres”. Pero la Fundadora no es una mujer que pierde el ánimo; y así responde al Obispo: “Ya que nuestra Obra puede prestarse tanto a la reparación de las almas y de los cuerpos como a la reparación a Dios, nosotras estamos a su disposición, Excelencia, para las obras de caridad... Distribuyendo oportunamente al personal podemos asegurar el cuidado y la atención a los niños y ancianos”. Y en otra carta escribe: “Estaré contenta de poder liberaros del gasto del personal y de ver a nuestra querida Congregación unir el oficio de Marta al de María, en lo que sea posible. La santa mujer quiere dejar bien claro las condiciones económicas antes de aceptar, porque sabe que puede encontrarse sobre arenas movedizas, pero en el corazón tiene esta certeza: “El buen Dios quiere que sea aquí la sede más importante de la Adoración Reparadora en Francia, aquí deben nacer las dos bellas obras que faltan en la diócesis: los retiros particulares y el albergue para los pobres. Sin embargo, Dios conoce la hora y los medios”. Esta certeza le lleva a minimizar las dificultades: “Yo siempre pienso que el Monte sea la digna sede diocesana de la Adoración Reparadora; que sea la primera obra que se instituya y que no será obstáculo para ninguna otra. Es tan poco el espacio que ocuparemos en ese inmueble tan grande que pasaremos desapercibidas. Una habitación para la cocina, una para el refectorio y el trabajo, una para el dormitorio, un pequeño oratorio si no fuera posible ir a la Iglesia para el culto; esto es todo”. El Obispo puede creer que Sor Le Dieu será capaz de unir el oficio de Marta y María, pero nunca llegará a comprender que la primera obra que quiere implantar en el Monte San Miguel sea la Adoración Reparadora. El proyecto del Obispo era bien diferente y la Fundadora, muy inteligente, lo comprendió demasiado bien, lo expresa con tono irónico: “Pensó fundar una congregación él mismo, hacer muchas especulaciones artísticas para restituir el lugar al primitivo esplendor”. Claro que el Monte podía ofrecer buenas entradas de dinero para las obras de caridad de la diócesis. Y de esto no se podía culpar al Obispo Mons. Bravard, que aceptó la colaboración de Madre Le Dieu sólo cuando no le quedó más remedio. Por otra parte hubiera sido deshonesto dejar fuera a quien antes había tenido la idea de rescatar a la fe al Monte San Miguel. La Fundadora cuenta cómo fue la llegada a la nueva sede: ”El 15 de junio de 1865 dejamos Avranches; estaba contenta, no obstante los obstáculos que ya preveía, pero que intentaba manifestar lo menos posible a mis compañeras, las cuales, por su inexperiencia, hubieran podido turbarse sin poder impedirlo. Ellas compensaban los defectos involuntarios con una voluntad verdaderamente dócil y con una entrega verdaderamente heroica. Las dos primeras pueden ser definidas con estas palabras: un conjunto de sublime y de absurdo. Sólo éramos cuatro, como había dicho el Obispo, pero la primera volvió a Avranches para terminar la mudanza, así que me quedé con las otras dos durante muchas y muchas noches; solas en aquel inmueble completamente aislado y sin puertas externas. Sólo Dios era nuestro guardián, y Él nos preservó de ser molestadas. Lo primero que hicimos fue preparar la capilla en el local más bonito. Con el mobiliario y los ornamentos del primer oratorio la preparamos tan bien que el Obispo, que vino unos días después, quedó maravillado, la bendijo, celebró la primera Misa y nos dejó el Santísimo. Para el servicio religioso fue encargado el antiguo capellán. Con mucha fatiga se desalojó y se limpió el resto del penal. Los malos olores, de los que se habían impregnado las paredes y el suelo que, durante casi medio siglo, habían hospedado doscientos hombres dedicados al humo y al vino, hacían que la casa fuera casi inhabitable, por lo que se tuvo que echar cal y los locales tuvieron que estar abiertos hasta que fue posible, a pesar JESÚS SIEMBRA UN GRANO DE TRIGO - Biografía de Victorine Le Dieu 27