1. EL ¿SILO DE LAS LAVANDERAS
R
EGUKSÁiíA.Mo-s ha poco dias el redac-
tor artistico de NUKVO MCKUO, seüor
Baeua, y el que esto escribe, de uua
excursión ]ior las orillas del Manza-
nares, cuando al lleg'ar ai Asilo de las La-
vanderas vimos una larga, casi intermi-
nable fila de pobres de todas edades que
rodeaba por completo aqnel ediiieio, y que
á duras penas era contenida por una pa-
reja de g-uardiaa del Cuerpo de Seg-uridad.
— ¿Quó pasa? — le preguntamos A una
octogenaria que ocupaba uuo de los pri-
meros puestos en la fila.
—Pues que aquí dan una comida á los
pobres.
—^:Y de orden de quién?
^ D e la reina.
—¡Ah! ¿Y qué clase de comida es la que
le dan á ustedeaV FILA DE POBRES ESPERANDO TURNO
PREPARANDO LA DISTRIBUCIÓN DE LA COMIDA
—Una ración de cocido con carue, cho-
rizo y tocino, y un panecillo.
—¿Y qué tal el cocido?
—¡Muy bueno! Y además, si no fuera
por la reina, ios pobies nos pasaríamos la
vida sin probar el cocido.
Nos despedimos de la pobi'e mujer y,
previa ladebida autorización, penetramos
en el asilo, suponiendo que alli encontra-
ríamos motivo para liacer alguna infor-
mación curiosa, como así íué efectiva-
mente.
Nos recibió Sor Rita, la superiora del
Asilo de las Lavanderas, que enterada
del objeto de nuestra visita, nos puso al
corriente de todo cuantodeseAbamos saber
para llenar nuestro cometido del mejor
modo posible.
—S. ¡L la reina—nos dijo la superiora —
ha ordenado que desde el 'iH de Noviem-
bre, 3iu duda jiara conmemorar la fecha
del natalicio de su malogrado esposo, has-
ta mediados de Mai'zo, se dé una comida á
trescientos doce pobres de solemnidad, á
los cuales se les facilitau bonos valederos
para quince días. La comida, como usted
tendrá ocasión de ver, es abundante, sa-
ludable y nutritiva. Todos sus compo-
nentes son de buena calidad, eulo que yo
pongo espeL'ialisimo cuidado.
—¿y ciiesta mucbo esta comida?
—Unas ciento cincuenta pesetas diarias,
poco más ó menos, y eso teniendo usted
presente que la condimentación corre á.
cargo del asilo, que uo cobra nada por
este servicio.
~ ¿Y solamente se suministra la comida
é. trescientos doce pobres?
—OHci al nieu tenada más; pero como siem-
pre sobra, se distribuye entre las iufelice.í
((ue no han tenido quien les facilite un
Ijouo. Ahora van ustedes A pasar A la coci-
na para que vean y prueben la comida,
y puedan dar fé de la calidad,
Y, efectivamente, penetramos en la co-
cina, en la que reinaba la mayor limpieza,
y en la que todo estaba en el mayor ordeu.
DISTRIBUYENDO LA COMIDA
2. COMIENDO LAS RACIONES
Varias hermanas se ocupaban en ultimar
los preparativos para la clistribiicióii déla
•comida, qiie probamos, y era como uos ha-
'ííaii diclio, almndaiitc, nutritiva y adini-
i'ablemente condimentada.
Al sonar la una en el reloj del estable-
cimiento, lasuperiora abrió la ¡luerta dei
jardín que da al rio y comenzaron á entrar
Ordenadamente los favorecidos por la bon-
dad de la reina reg'ente. Kn el centro del
jardín habíase colocado un enorme barre-
ño de latón, que contenía las raciones á la
primera tanda de ]iobres. En tanto que una
hermana iba distribuyendo la que corres-
pondía A, cada uno, otra iba repartiendo
la carne, el chori/.o, el tocino y el pan.
Dos boras duró esta operación realizada
liajo la vii;-ilancia de Sor líita, quien al
mismo tiempo taladraba los cajetines de
los bonos.
Para completar miestras noticias tuvi-
nios que hacer las siguientes preyuutas:
—f.;Curtutns hermanas son ustedes?
Y Sor Hita :;os contestó:
—Nueve, y yo, diez-
—Pues, aparte de los habituales qu€^
hacereS; la condiaientacíón y distribución
de la comida proporcionará á ustedes un
resillar aumento de trabajo...
—Alg'O, si, señor; pero todo lo hacemos
con gusto, porque se trata de servir á Dios
y al prójimo, que es nuestra única misión
en la tierra.
—Y los hijos de las lavanderas, r;dan á,
ustedes mucho trabajoV
—También dan alguno; pe.ro como ya.
estamos acostumbradas, uos sirven de dis-
tracción. Todos los días, escepto los festi-
vos, de seis a siete de la mañana, comien-
zan á lleg-ar niños hasta el número de tres-
cientos cincuenta, desde cinco meses de
edad basta la de catorce años. Nuestra
misión es cuidarles como madres carüio-
sas, dando el biberón á los pequeñuelos y
atendiendo A los demás cou arreg'lo íl sus
respectivas edades. Aquí aprenden todos-
á leer y escribir, y las niñas las labores
EN LA COCINA
MONDANDO PATATAS
propias de su sexo. De modo que, ÍL los
catorce años, edad en que reglamentaria-
mente tieuen qiie dejar de venir A esta ca-
sa, ya se hallan en disposición de ganarse
el sustento . Los uiños son recogidos al
anochecer, cuando las lavanderas termi-
nan sus tareas en el rio.
Despulís visitamos toda la casa, cuyo-
estado de conservación, buen órdeu y lira-
pieza, hace honra á las virtuosas hijas de
San Vicente Paul, A cuyo exudado se halla
el establecimiento desde su fundación por
la inolvidable i'eiua Victoria, esposa del
que fuó. rey de Kspaña, Amadeo í.
Sor Rita lleva treinta años al frente
del asilo de las lavanderas y es populari-
sima en todos aqiiellos contornos. Es eL
]iaño de lágrimas de los pobres de aquella
extensa barriada que jamás apelan en
vano !l su inagotable bondad. Ks persona
(ie ameno trato y sólida cultura y muy
bienquista en Palacio, tanto por sus vir-
tudes cuanto por su intachable gestión ah.
frente de aquel benéfico asilo.
N. M.
fOTS."NUEVO MUNDO"