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Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban
los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse,
diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con
haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando
su glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre
la hueste adventista, y exclamaban: “¡Aleluya!” Otros negaron
temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios
quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la
luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que
tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del
sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto oímos la voz
de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el
día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes
reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que
era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo,
derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se
iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a
Moisés al bajar del Sinaí
MI PRIMERA VISIÓN
[Esta visión fue dada poco después del gran chasco que sufrieron los adventistas en
Diciembre de 1844, y se publicó por primera vez en 1846.
En el tiempo de angustia, huimos todos de las ciudades y pueblos, pero los
malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los santos;
pero al levantar la espada para matarnos, se quebraba ésta y caía tan inútil
como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por la liberación, y
el clamor llegó a Dios. Salió el sol y la luna se paró. Cesaron de fluir las
corrientes de aguas. Aparecieron negras y densas nubes que se
entrechocaban unas con otras. Pero había un espacio de gloria fija, del que,
cual estruendo de muchas aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y
tierra. El firmamento se abría y cerraba en honda conmoción. Las montañas
temblaban como cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos en su
derredor. El mar hervía como una olla y despedía piedras sobre la tierra. Y al
anunciar Dios el día y la hora de la venida de Jesús, cuando dio el
sempiterno pacto a su pueblo, pronunciaba una frase y se detenía de hablar
mientras las palabras de la frase rodaban por toda la tierra. El Israel de Dios
permanecía con los ojos en alto, escuchando las palabras según salían de
labios de Jehová y retumbaban por la tierra como fragor del trueno más
potente. El espectáculo era pavorosamente solemne, y al terminar cada frase,
los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Sus rostros estaban iluminados con
la gloria de Dios, y resplandecían como el de Moisés al bajar del Sinaí. A causa
de esta gloria, los impíos no podían mirarlos. Y cuando la bendición eterna fué
pronunciada sobre quienes habían honrado a Dios santificando su sábado,
resonó un potente grito por la victoria lograda sobre la bestia y su imagen.
VISIONES
SUBSIGUIENTES
Dios escogió la media noche para libertar a su pueblo. Mientras los
malvados se burlaban en derredor de ellos, apareció de pronto el sol
con toda su refulgencia y la luna se paró. Los impíos se asombraron
de aquel espectáculo, al paso que los santos contemplaban con
solemne júbilo aquella señal de su liberación. En rápida sucesión se
produjeron señales y prodigios. Todo parecía haberse desquiciado.
Cesaron de fluir los ríos. Aparecieron densas y tenebrosas nubes
que entrechocaban unas con otras. Pero había un claro de
persistente esplendor de donde salía la voz de Dios como el sonido
de muchas aguas estremeciendo los cielos y la tierra. Sobrevino un
tremendo terremoto. Abriéronse los sepulcros y los que habían
muerto teniendo fe en el mensaje del tercer ángel y guardando el
sábado se levantaron, glorificados, de sus polvorientos lechos para
escuchar el pacto de paz que Dios iba a hacer con quienes
habían observado su ley.
LIBERACIÓN DE LOS SANTOS
El firmamento se abría y cerraba en violenta conmoción. Las
montañas se agitaban como cañas batidas por el viento, arrojando
peñascos por todo el derredor. El mar hervía como una caldera y
lanzaba piedras a la tierra. Al declarar Dios el día y la hora de la
venida de Jesús y conferir el sempiterno pacto a su pueblo,
pronunciaba una frase y se detenía mientras las palabras de la frase
retumbaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con la
mirada fija en lo alto, escuchando las palabras según iban saliendo de
labios de Jehová y retumbaban por toda la tierra con el estruendo de
horrísonos truenos. Era un espectáculo pavorosamente solemne. Al
final de cada frase los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Estaban
sus semblantes iluminados por la gloria de Dios, y refulgían como el
rostro de Moisés al bajar del Sinaí. Los malvados no podían mirarlos
porque los ofuscaba el resplandor. Y cuando Dios derramó la
sempiterna bendición sobre quienes le habían honrado santificando el
sábado, resonó un potente grito de victoria sobre la bestia y su
imagen.
LIBERACIÓN DE LOS SANTOS
UN BOSQUEJO DE LA
EXPERIENCIA
CRISTIANA Y VISIONES DE
ELENA G. DE WHITE 1851
UN SUPLEMENTO A
EXPERIENCIA Y VISIONES
1854
DONES ESPIRITUALES), TOMO 1
1858
Manuscritos Liberados, vol. 16
[Nos. 1186-1235]
MR No. 1210-DECLARACIÓN SOBRE EL DÍA Y LA HORA DE LA VENIDA DE CRISTO
(Escrito el 11 de agosto de 1888, en Healdsburg, California, a "Mi querida hermana")
Recibí su carta esta mañana, y le responderé brevemente. No recuerdo haber recibido
una carta del tipo que usted menciona. Revisaré mis escritos cuando tenga más tiempo.
Últimamente he estado muy presionado. Volví a mi casa de Healdsburg para descansar y
ocuparme de mi cosecha de frutas (melocotones, ciruelas, nectarinas y peras) y, como no
podíamos venderla, nos vimos obligados a secarla.
Ha habido un gran interés en Healdsburg entre los forasteros por
escuchar a la Sra. White, y he sido la única en el lugar que ha hablado a
la gente el sábado y el primer día por la noche. Hemos tenido una
buena asistencia. El sábado pasado estuvieron presentes dos ministros
metodistas; también un profesor que ha estado vinculado durante
mucho tiempo con alguna institución de enseñanza, pero que ahora
trabaja en México como misionero. Y un hombre prominente, un agente
del hogar para los desamparados en San Francisco, asistió a nuestras
reuniones. Los dos últimos mencionados se han interesado
profundamente en el sábado. El Señor me ha dado mucho de su
Espíritu Santo, por lo cual alabo su nombre.
Este es un lugar importante. Nuestra escuela está establecida aquí, y tenemos una nueva iglesia erigida. Hay dos
grandes fábricas de conservas en funcionamiento, que traen trabajadores de los pueblos de los alrededores, y aquí
hay un campo misionero. Nuestros hermanos y hermanas trabajan en las fábricas de conservas y se asocian con
aquellos sobre los que pueden ejercer una influencia. Hemos visto muchas oportunidades de trabajar en la viña del
Maestro. Creo que no he asistido aquí a una reunión social tan excelente como la que tuvimos el sábado pasado. El
Señor estuvo ciertamente presente, y eso para bendecir.
Pero me estoy desviando de mi tema. Querida hermana, usted afirma que "algunos afirman, entre otras cosas, que
hay deshonestidad en la supresión de sus antiguos escritos". ¿Podrían los que dicen estas cosas dar pruebas de
sus afirmaciones? Sé que esto se ha repetido a menudo pero no se ha probado. "Afirman que en tus testimonios
originales, volumen 1, que ellos han conservado, declaras claramente que se te mostró el día y la hora de la
segunda venida de Cristo. Su argumento es que esta declaración suya no resistirá la prueba bíblica, ya que Cristo
mismo declara que nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera los ángeles de Dios, por lo que [usted] ha retirado las
primeras ediciones y las ha revisado dejando fuera lo anterior; también ha impreso un tratado declarando que no
somos una clase de personas que fija el tiempo. (Titulado ¿Está el tiempo cerca?)"
¿Podrían estos buenos amigos que están preocupados por estas declaraciones pedir a los individuos que dicen
tener la copia original de [la] primera edición que les permitan ver la declaración que dicen que contiene? Si tienen
el libro, deberían estar dispuestos a mostrar las declaraciones, párrafo por párrafo. No tengo ningún libro, ni nunca
he escrito uno, que contenga tal declaración. Y cualquier libro que les envíe, las partes podrían alegar que no es el
que contiene dicha declaración. Pero si las partes afirman tener tal libro, ciertamente alguien que piense que estas
declaraciones son correctas podría tener acceso a él.
En mi primer libro encontrará la única declaración con respecto al día y la hora de la venida de Cristo que he hecho
desde que pasó el tiempo en 1844. Se encuentra en Primeros Escritos, 11, 27, y 145, 146 [páginas 15, 34 y 285,
edición actual]. Todos se refieren al anuncio que se hará justo antes de la segunda venida de Cristo.
Pasando a la página 145 [página 285, edición actual] y leyendo desde el comienzo del capítulo, verás que las
declaraciones hechas se refieren a la liberación de los santos del tiempo de angustia por la voz de Dios. Por favor,
obtenga este libro si no lo tiene, y lea las declaraciones que contiene. Son tal como se imprimieron en el primer
artículo publicado. "El cielo se abrió y se cerró, y estaba en conmoción". "Las montañas se agitaban como un junco
en el viento, y arrojaban rocas desgarradas por todas partes. El mar hervía como una olla, y arrojaba piedras sobre
la tierra. Y mientras Dios hablaba del día y la hora de la venida de Jesús, y entregaba el pacto eterno a su pueblo,
pronunció una frase y luego hizo una pausa mientras las palabras rodaban por la tierra."
Esta es una parte del párrafo. Las declaraciones de las páginas 11 y 27 [páginas 15 y 34, edición actual], se
refieren al mismo tiempo. Contienen todo lo que se me ha mostrado con respecto al tiempo definitivo de la venida
del Señor. No tengo el menor conocimiento en cuanto a la hora proclamada por la voz de Dios. Oí la hora
proclamada, pero no tuve ningún recuerdo de esa hora después de salir de la visión. Pasaron ante mí escenas de
un interés tan emocionante y solemne que ningún lenguaje es adecuado para describir. Todo era una realidad viva
para mí, porque cerca de esta escena apareció la gran nube blanca, sobre la cual estaba sentado el Hijo del
Hombre. Pero lee el libro mismo.
Fue esta acusación repetida de supresión la que nos llevó a decidir reunir todas mis primeras publicaciones y
volver a publicarlas en el libro titulado Primeros Escritos de la Sra. E. G. White. Imprimimos este pequeño libro para
difundirlo por todas partes, de modo que todos pudieran, si lo deseaban, conocer los hechos. Pero esto no hizo -
sólo por un tiempo- que desaparecieran sus informes. Volvieron a aparecer tan frescos como si ese libro nunca se
hubiera impreso.
Yo era un firme creyente en el tiempo definido en 1844, pero este tiempo profético no se me mostró en visión, pues
pasaron algunos meses después del paso de este período de tiempo antes de que se me diera la primera visión.
Hubo muchos que proclamaron un nuevo tiempo después de esto, pero se me mostró que no debíamos tener otro
tiempo definido para proclamar al pueblo. Todos los que me conocen a mí y a mi obra atestiguarán que no he dado
más que un solo testimonio con respecto a la fijación del tiempo.
Se me ha mostrado que nuestro chasco en 1844 no se debió a un fallo en el cálculo de los períodos proféticos,
sino en los acontecimientos que iban a tener lugar. Se creía que la tierra era el santuario. Pero el santuario que iba
a ser purificado al final de los períodos proféticos era el santuario celestial y no la tierra como todos suponíamos. El
Salvador entró en el lugar santísimo en 1844 para limpiar el santuario, y el juicio investigador había comenzado
para los muertos.
Se me ha instado repetidamente a aceptar los diferentes períodos de tiempo proclamados para la venida del
Señor, [pero] siempre he tenido un solo testimonio: el Señor no vendrá en ese período, y ustedes están debilitando
la fe incluso de los adventistas, y afianzando al mundo en su incredulidad.
Se me han presentado claramente acontecimientos de gran y emocionante interés, que deben ocurrir antes de que
Cristo venga. Satanás se moverá poderosamente desde abajo, y engañará al mundo, mientras que el Señor Dios
Omnipotente se moverá desde arriba y preparará a un pueblo para que esté en pie en el gran día de su ira.
Los que fijan el tiempo han pronunciado la maldición del Señor sobre mí como un incrédulo que dijo: Mi Señor
retrasa su venida. Pero les he dicho que los libros del cielo no establecerían así mi registro, pues el Señor sabe
que yo amaba y anhelaba la aparición de Cristo. Pero su mensaje repetido a menudo sobre el tiempo definido era
exactamente lo que el enemigo quería, y sirvió bien a su propósito para desestabilizar la fe en la primera
proclamación del tiempo, que era de origen celestial.
El mundo colocó toda la proclamación del tiempo en el mismo nivel y la calificó de engaño, fanatismo y herejía.
Desde 1844 he dado mi testimonio de que nos encontramos en un período de tiempo en el que debemos cuidarnos
a nosotros mismos para que nuestros corazones no se sobrecarguen con el exceso de comida y la embriaguez, y
con las preocupaciones de esta vida, y así ese día venga sobre nosotros sin avisar. Nuestra posición ha sido la de
esperar y velar, sin que el anuncio del tiempo se interponga entre el cierre de los períodos proféticos en 1844 y el
tiempo de la venida del Señor. No sabemos el día ni la hora, ni cuándo es el tiempo definitivo, y sin embargo el
cálculo profético nos muestra que Cristo está a la puerta.
No hemos desechado nuestra confianza, ni tenemos un mensaje que dependa de un tiempo definido, sino que
estamos esperando y velando en oración, esperando y amando la aparición de nuestro Salvador, y haciendo todo
lo que está en nuestro poder para la preparación de nuestros semejantes para ese gran acontecimiento. No somos
impacientes. Si la visión tarda, esperadla, porque seguramente vendrá; no tardará. Aunque decepcionados, nuestra
fe no ha fallado, y no hemos retrocedido a la perdición. La aparente tardanza no lo es en realidad, pues a la hora
señalada vendrá nuestro Señor, y nosotros, si somos fieles, exclamaremos: "He aquí nuestro Dios; le hemos
esperado, y nos salvará."
También he sido declarado un engañador porque he dicho: "El Señor vendrá pronto; preparaos, preparaos, para
que seáis hallados esperando, velando y amando su aparición." Pero en el Apocalipsis leo esta declaración: "He
aquí, yo vengo pronto; y mi recompensa está conmigo, para dar a cada uno según su obra". "He aquí que vengo
pronto: Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro". "He aquí que vengo pronto:
Guarda lo que tienes, para que nadie tome tu corona". ¿Fue el que dio este testimonio un engañador, porque el
"pronto" se ha prolongado más de lo que nuestras mentes finitas podían prever? Es el Testigo fiel y verdadero el
que habla. Sus palabras son verdaderas y ciertas.
Si no he aclarado este asunto que deseas entender, escríbeme de nuevo y me esforzaré por aclarar cada punto.
Pero debo declararme inocente de la acusación de haber visto en visión que el Señor [vendría] en un día y hora
definidos, que ya han pasado. Ahora debo terminar esta carta. He sido interrogada muchas veces para aconsejar
a los que me han llamado.
Que el Señor los bendiga a ustedes y a sus queridos amigos, es mi oración -Carta 38, 1888.
EL MENSAJE DEL PRIMER ÁNGEL
Vi que Dios estaba en la proclamación del tiempo en 1843. Era su propósito despertar a la
gente y colocarla en un punto de prueba donde se decidiese en pro o en contra de la verdad.
Algunos ministros se convencieron de la exactitud de los cálculos y las interpretaciones
dadas a los períodos proféticos, y renunciando a su orgullo, a sus emolumentos y a sus
parroquias, fueron de lugar en lugar para proclamar el mensaje. Pero como este mensaje del
cielo sólo podía encontrar cabida en el corazón de algunos de los que se llamaban ministros
de Cristo, la obra fue confiada a muchos que no eran predicadores. Algunos dejaron sus
campos y otros sus tiendas y almacenes para proclamar el mensaje; y aun no faltaron
profesionales de carrera liberal que abandonaron el ejercicio de su profesión para sumarse a
la obra impopular de difundir el mensaje del primer ángel.
Hubo ministros que desechando sus opiniones y sentimientos sectarios se unieron para
proclamar la venida de Jesús. Doquiera se publicaba el mensaje, conmovíase el ánimo de la
gente. Los pecadores se arrepentían, lloraban e impetraban perdón; y quienes habían
cometido algún hurto o desfalco, anhelaban restituir la substracción. Los padres sentían
profundísima solicitud por sus hijos. Los que recibían el mensaje exhortaban a los parientes y
amigos todavía no convertidos, y con el alma doblegada bajo el peso del solemne mensaje,
los amonestaban e invitaban a prepararse para la venida del Hijo del hombre. Eran personas
de corazón muy empedernido las que no quisieron ceder al peso de las evidencias dadas por
las cariñosas advertencias. Esta obra purificadora de las almas desviaba los afectos de las
cosas mundanas y los conducía a una consagración no sentida hasta entonces.
Millares de personas abrazaban la verdad predicada por Guillermo Miller, y se levantaban siervos de Dios con el espíritu y el
poder de Elías para proclamar el mensaje. Como Juan, el precursor de Jesús, los que predicaban ese solemne mensaje se
veían movidos a poner el hacha a la raíz de los árboles, y exhortar a los hombres a que diesen frutos de arrepentimiento.
Propendía su testimonio a influir poderosamente en las iglesias y manifestar su verdadero carácter. Al resonar la solemne
amonestación de que huyesen de la ira venidera, muchos miembros de las iglesias recibieron el salutífero mensaje, y echando
de ver sus apostasías lloraron amargas lágrimas de arrepentimiento, y con profunda angustia de ánimo se humillaron ante
Dios. Cuando el Espíritu de Dios se posó sobre ellos, ayudaron a difundir el pregón: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la
hora de su juicio ha llegado.
La predicación de una fecha definida para el advenimiento levantó violenta oposición en todas partes, desde el ministro en el
púlpito hasta el más descuidado y empedernido pecador. El ministro hipócrita y el descarado burlón decían: “Pero del día y la
hora nadie sabe.” Ni los unos ni los otros querían ser enseñados y corregidos por quienes señalaban el año en que creían que
terminaban los períodos proféticos y llamaban la atención a las señales que indicaban que Cristo estaba cerca, a las puertas.
Muchos pastores del rebaño, que* aseguraban amar a Jesús, decían que no se oponían a la predicación de la venida de Cristo,
sino al hecho de que se fijara una fecha para esa venida. Pero el omnividente ojo de Dios leía en sus corazones. No deseaban
que Jesús estuviese cerca. Comprendían que su profana conducta no podría resistir la prueba, porque no andaban por el
humilde sendero que trazara Cristo. Aquellos falsos pastores se interpusieron en el camino de la obra de Dios. La verdad
predicada con poder convincente despertó a la gente, que como el carcelero empezó a preguntar: “¿Qué debo hacer para ser
salvo?” Pero los malos pastores se interpusieron entre la verdad y los oyentes, predicando cosas halagadoras para apartarlos
de la verdad. Se unieron con Satanás y sus ángeles para clamar: “Paz, paz,” cuando no había paz. Quienes amaban sus
comodidades, y estaban contentos lejos de Dios, no quisieron que se los despertase de su carnal seguridad. Vi que los ángeles
lo anotaban todo. Las vestiduras de aquellos profanos pastores estaban teñidas con la sangre de las almas.
Los ministros que no querían aceptar este mensaje salvador, estorbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de
las almas está sobre ellos. Los predicadores y la gente se coligaron en oposición a este mensaje del cielo, para
perseguir a Guillermo Miller y a quienes con él se unían en la obra. Se hicieron circular calumnias para perjudicar su
influencia, y diferentes veces, después de declarar Miller el consejo de Dios e infundir contundentes verdades en el
corazón del auditorio, se encendía violenta cólera contra él, y al salir del lugar de la reunión le acechaban algunos
para quitarle la vida. Pero Dios envió ángeles para protegerlo, y le salvaron de manos de las enfurecidas turbas. Su
obra no estaba aún terminada.
Los más devotos recibían alegremente el mensaje. Sabían que dimanaba de Dios, y que había sido dado en tiempo
oportuno. Los ángeles contemplaban con profundísimo interés el resultado del mensaje celestial, y cuando las
iglesias se desviaban de él y lo rechazaban, consultaban ellos tristemente con Jesús, quién apartaba su rostro de las
iglesias y ordenaba a sus ángeles que velasen fielmente sobre las preciosas almas que no rechazaban el testimonio,
porque aún había de iluminarlas otra luz.
Vi que si los que se llamaban cristianos hubiesen amado la aparición de su Salvador y hubiesen puesto en él sus
afectos, convencidos de que nada en la tierra podía compararse con él, habrían escuchado gozosos la primera
intimación de su advenimiento. Pero el desagrado que manifestaban al oír hablar de la venida de su Señor, era
prueba concluyente de que no le amaban. Satanás y sus ángeles triunfaban echando en cara a Cristo y sus ángeles
que quienes profesaban ser su pueblo tenían tan poco amor a Jesús que no deseaban su segundo advenimiento.
Vi a los hijos de Dios que esperaban gozosamente a su Señor. Pero Dios quería probarlos. Su mano encubrió un error cometido al
computar los períodos proféticos. Quienes esperaban a su Señor no advirtieron la equivocación ni tampoco la echaron de ver los
hombres más eruditos que se oponían a la determinación de la fecha. Dios quiso que su pueblo tropezase con un desengaño. Pasó la
fecha señalada, y quienes habían esperado con gozosa expectación a su Salvador quedaron tristes y descorazonados, mientras que
quienes no habían amado la aparición de Jesús, pero por miedo habían aceptado el mensaje, se alegraron de que no viniese cuando
se le esperaba.
Su profesión de fe no había afectado su corazón ni purificado su conducta. El paso de la fecha estaba bien calculado para revelar el
ánimo de los tales. Estos fueron los primeros en ponerse a ridiculizar a los entristecidos y descorazonados fieles que verdaderamente
deseaban la aparición de su Salvador. Vi la sabiduría manifestada por Dios al probar a su pueblo y proporcionar el medio de descubrir
quiénes se retirarían y volverían atrás en la hora de la prueba.
Jesús y toda la hueste celestial miraban con simpatía y amor a quienes con dulce expectación habían anhelado ver a quien amaban.
Los ángeles se cernían sobre ellos y los sostenían en la hora de su prueba. Los que habían rechazado el mensaje permanecieron en
tinieblas, y la ira de Dios se encendió contra ellos por no haber recibido la luz que les había enviado desde el cielo. Pero los
desalentados fieles que no podían comprender por qué no había venido su Señor no quedaron en tinieblas. Nuevamente se les indujo
a escudriñar en la Biblia los períodos proféticos. La mano del Señor se apartó de las cifras, y echaron de ver el error. Advirtieron que
los períodos proféticos alcanzaban hasta 1844, y que la misma prueba que habían aducido para demostrar que los períodos
proféticos terminaban en 1843 demostraba que terminarían en 1844. La luz de la Palabra de Dios iluminó su situación y descubrieron
que había un período de tardanza. “Aunque [la visión] tardare, espéralo.” En su amor a la inmediata venida de Cristo habían pasado
por alto la demora de la visión, calculada para comprobar quiénes eran los que verdaderamente esperaban al Salvador. De nuevo
señalaron una fecha. Sin embargo, yo vi que muchos de ellos no podían sobreponerse a su desaliento para llegar al grado de celo y
energía que caracterizara su fe en 1843.
Satanás y sus ángeles triunfaron sobre ellos, y los que no habían querido recibir el mensaje se congratulaban de la
perspicacia y prudencia previsoras que habían revelado al no ceder a lo que llamaban engaño. No echaban de ver
que estaban rechazando el consejo de Dios contra sí mismos y obrando unidos con Satanás y sus ángeles para
poner en perplejidad al pueblo de Dios que vivía de acuerdo con el mensaje celestial.
Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos en las iglesias. Durante algún tiempo el miedo impidió, a quienes
no querían recibir el mensaje, que actuaran de acuerdo con lo que sentían; pero al transcurrir la fecha revelaron sus
verdaderos sentimientos. Deseaban acallar el testimonio que los que aguardaban se veían compelidos a dar, de
que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Los creyentes explicaron con claridad su error y expusieron
las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Sus adversarios no podían aducir argumentos contra las
poderosas razones expuestas. Sin embargo, se encendió la ira de las iglesias, que estaban resueltas a no recibir la
evidencia y a no permitir el testimonio en sus congregaciones a fin de que los demás no pudieran oírlo. Quienes no
se avinieron a privar a los demás de la luz que Dios les había dado fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús
estaba con ellos y se regocijaban a la luz de su faz. Estaban dispuestos a recibir el mensaje del segundo ángel.
EL MENSAJE DEL SEGUNDO ÁNGEL
Al negarse las iglesias a aceptar el mensaje del primer ángel rechazaron la luz del cielo y
perdieron el favor de Dios. Confiaban en su propia fuerza, y al oponerse al primer mensaje se
colocaron donde no podían ver la luz del mensaje del segundo ángel. Pero los amados del
Señor, que estaban oprimidos, aceptaron el mensaje: “Ha caído Babilonia,” y salieron de las
iglesias.
Cerca del término del mensaje del segundo ángel vi una intensa luz del cielo que brillaba sobre
el pueblo de Dios. Los rayos de esta luz eran tan brillantes como los del sol. Y oí las voces de
los ángeles que exclamaban: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
Era el clamor de media noche, que había de dar poder al mensaje del segundo ángel. Fueron
enviados ángeles del cielo para alentar a los desanimados santos y prepararlos para la magna
obra que les aguardaba. Los hombres de mayor talento no fueron los primeros en recibir este
mensaje, sino que fueron enviados ángeles a los humildes y devotos, y los constriñeron a
pregonar el clamor: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Aquellos a quienes se confió esta
proclamación se apresuraron y con el poder del Espíritu Santo publicaron el mensaje y
despertaron a sus desalentados hermanos. Esta obra no se fundaba en la sabiduría y
erudición de los hombres, sino en el poder de Dios, y sus santos que escucharon el clamor no
pudieron resistirle. Los primeros en recibir este mensaje fueron los más espirituales, y los que
en un principio habían dirigido la obra fueron los últimos en recibirlo y ayudar a que resonase
más potente el pregón: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”
En todas partes del país fue proyectada luz sobre el mensaje del segundo ángel y el anunció enterneció el
corazón de millares de personas. Propagase de villa en villa y de ciudad en ciudad, hasta despertar por
completo al expectante pueblo de Dios. En muchas iglesias no fue permitido dar el mensaje, y gran
número de fieles que tenían el viviente testimonio abandonaron aquellas caídas iglesias. El pregón de
media noche efectuaba una potente obra. El mensaje escudriñaba los corazones, e inducía a los creyentes
a buscar por sí mismos una vívida experiencia. Comprendían que no podían apoyarse unos en otros.
Los santos esperaban anhelosamente a su Señor con ayunos, vigilias y casi continuas oraciones. Aun
algunos pecadores miraban la fecha con terror; pero la gran mayoría manifestaba espíritu satánico en su
oposición al mensaje. Hacían burla y escarnio repitiendo por todas partes: “Del día y la hora nadie sabe.”
Ángeles malignos los movían a endurecer sus corazones y a rechazar todo rayo de luz celeste, para
sujetarlos en los lazos de Satanás. Muchos de los que [afirmaban estar esperando a Cristo no tomaban
parte en la obra del mensaje. La gloria de Dios que habían presenciado, la humildad y profunda devoción
de los que esperaban, y el peso abrumador de las pruebas, los movían a declarar que aceptaban la
verdad; pero no se habían convertido ni estaban apercibidos para la venida de su Señor.
Sentían los santos un espíritu de solemne y fervorosa oración. Reinaba entre ellos una santa solemnidad.
Los ángeles vigilaban con profundísimo interés los efectos del mensaje y alentaban a quienes lo recibían,
apartándolos de las cosas terrenas para abastecerse ampliamente en la fuente de salvación. Dios aceptaba
entonces a su pueblo. Jesús lo miraba complacido, porque reflejaba su imagen. Habían hecho un completo
sacrificio, una entera consagración, y esperaban ser transmutados en inmortalidad. Pero estaban
destinados a un nuevo y triste desengaño. Pasó el tiempo en que esperaban la liberación. Se vieron aún en
la tierra, y nunca les habían sido más evidentes los efectos de la maldición. Habían puesto sus afectos en
el cielo y habían saboreado anticipadamente la inmortal liberación; pero sus esperanzas no se habían
realizado.
El miedo experimentado por muchos no se desvaneció en seguida ni se atrevieron a proclamar su triunfo
sobre los desengañados. Pero al ver que no aparecía ninguna señal de la ira de Dios, se recobraron del
temor que habían sentido y comenzaron sus befas y burlas. Nuevamente habían sido probados los hijos de
Dios. El mundo se burlaba de ellos y los vituperaba; pero los que habían creído sin duda alguna que Jesús
vendría antes de entonces a resucitar a los muertos, transformar a los santos vivientes, adueñarse del reino
y poseerlo para siempre, sintieron lo mismo que los discípulos en el sepulcro de Cristo: “Se han llevado a
mi Señor, y no sé dónde le han puesto.”
CAPÍTULO 21—UN GRAN DESPERTAR RELIGIOSO
A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión de predicar la amonestación en
los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí
fue donde la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de
Miller y de sus compañeros se propagaron hasta en países lejanos. Donde quiera que hubiesen
penetrado misioneros allá también fueron llevadas las alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por
todas partes fue predicado el mensaje del evangelio eterno: “¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha
llegado la hora de su juicio!
El testimonio de las profecías que parecían señalar la fecha de la venida de Cristo para la primavera de
1844 se arraigó profundamente en la mente del pueblo. Al pasar de un estado a otro, el mensaje
despertaba vivo interés por todas partes. Muchos estaban convencidos de que los argumentos de los
pasajes proféticos eran correctos, y, sacrificando el orgullo de la opinión propia, aceptaban alegremente
la verdad. Algunos ministros dejaron también a un lado sus opiniones y sentimientos sectarios y con
ellos sus mismos sueldos y sus iglesias, y se pusieron a proclamar la venida de Jesús. Fueron sin
embargo comparativamente pocos los ministros que aceptaron este mensaje; por eso la proclamación
de este fue confiada en gran parte a humildes laicos. Los agricultores abandonaban sus campos, los
artesanos sus herramientas, los comerciantes sus negocios, los profesionales sus puestos, y no
obstante el número de los obreros era pequeño comparado con la obra que había que hacer. La
condición de una iglesia impía y de un mundo sumergido en la maldad, oprimía el alma de los
verdaderos centinelas, que sufrían voluntariamente trabajos y privaciones para invitar a los hombres a
arrepentirse para salvarse. A pesar de la oposición de Satanás, la obra siguió adelante, y la verdad del
advenimiento fue aceptada por muchos miles.
Por todas partes se oía el testimonio escrutador que amonestaba a los pecadores, tanto mundanos como miembros de
iglesia, para que huyesen de la ira venidera. Como Juan el Bautista, el precursor de Cristo, los predicadores ponían la
segur a la raíz del árbol e instaban a todos a que hiciesen frutos dignos de arrepentimiento. Sus llamamientos
conmovedores contrastaban notablemente con las seguridades de paz y salvación que se oían desde los púlpitos
populares; y dondequiera que se proclamaba el mensaje, conmovía al pueblo. El testimonio sencillo y directo de las
Sagradas Escrituras, inculcado en el corazón de los hombres por el poder del Espíritu Santo, producía una fuerza de
convicción a la que solo pocos podían resistir. Personas que profesaban cierta religiosidad fueron despertadas de su
falsa seguridad. Vieron sus apostasías, su mundanalidad y poca fe, su orgullo y egoísmo. Muchos buscaron al Señor
con arrepentimiento y humillación. El apego que por tanto tiempo se había dejado sentir por las cosas terrenales se
dejó entonces sentir por las cosas del cielo. El Espíritu de Dios descansaba sobre ellos, y con corazones ablandados y
subyugados se unían para exclamar: “¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!”
Los pecadores preguntaban llorando: “¿Qué debo yo hacer para ser salvo?” Aquellos cuyas vidas se habían hecho
notar por su mala fe, deseaban hacer restituciones. Todos los que encontraban paz en Cristo ansiaban ver a otros
participar de la misma bendición. Los corazones de los padres se volvían hacia sus hijos, y los corazones de los hijos
hacia sus padres. Los obstáculos levantados por el orgullo y la reserva desaparecían. Se hacían sentidas confesiones y
los miembros de la familia trabajaban por la salvación de los más cercanos y más queridos. A menudo se oían voces de
ardiente intercesión. Por todas partes había almas que con angustia luchaban con Dios. Muchos pasaban toda la noche
en oración para tener la seguridad de que sus propios pecados eran perdonados, o para obtener la conversión de sus
parientes o vecinos.
Todas las clases de la sociedad se agolpaban en las reuniones de los adventistas. Ricos y pobres, grandes y pequeños
ansiaban por varias razones oír ellos mismos la doctrina del segundo advenimiento. El Señor contenía el espíritu de oposición
mientras que sus siervos daban razón de su fe. A veces el instrumento era débil; pero el Espíritu de Dios daba poder a su
verdad. Se sentía en esas asambleas la presencia de los santos ángeles, y cada día muchas personas eran añadidas al
número de los creyentes. Siempre que se exponían los argumentos en favor de la próxima venida de Cristo, había grandes
multitudes que escuchaban embelesadas. No parecía sino que el cielo y la tierra se juntaban. El poder de Dios era sentido
por ancianos, jóvenes y adultos. Los hombres volvían a sus casas cantando alabanzas, y sus alegres acentos rompían el
silencio de la noche. Ninguno de los que asistieron a las reuniones podrá olvidar jamás escenas de tan vivo interés
La proclamación de una fecha determinada para la venida de Cristo suscitó gran oposición por parte de muchas personas de
todas las clases, desde el pastor hasta el pecador más vicioso y atrevido. Se cumplieron así las palabras de la profecía que
decían: “En los postrimeros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está
la promesa de su advenimiento? porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como
desde el principio de la creación”. 2 Pedro 3:3, 4. Muchos que profesaban amar al Salvador declaraban que no se oponían a
la doctrina del segundo advenimiento, sino tan solo a que se le fijara una fecha. Pero el ojo escrutador de Dios leía en sus
corazones. En realidad lo que había era que no querían oír decir que Cristo estaba por venir para juzgar al mundo en justicia.
Habían sido siervos infieles, sus obras no hubieran podido soportar la inspección del Dios que escudriña los corazones, y
temían comparecer ante su Señor. Como los judíos en tiempo del primer advenimiento de Cristo, no estaban preparados para
dar la bienvenida a Jesús. No solo se negaban a escuchar los claros argumentos de la Biblia, sino que ridiculizaban a los que
esperaban al Señor. Satanás y sus ángeles se regocijaban de esto y arrojaban a la cara de Cristo y de sus santos ángeles la
afrenta de que los que profesaban ser su pueblo que le amaban tan poco que ni deseaban su aparición.
“Nadie sabe el día ni la hora” era el argumento aducido con más frecuencia por los que rechazaban la fe
del advenimiento. El pasaje bíblico dice: “Empero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los
cielos, sino mi Padre sólo”. Mateo 24:36. Los que estaban esperando al Señor dieron una explicación
clara y armoniosa de esta cita bíblica, y resultó claramente refutada la falsa interpretación que de
ella hacían sus adversarios. Esas palabras fueron pronunciadas por Cristo en la memorable
conversación que tuvo con sus discípulos en el Monte de los Olivos, después de haber salido del templo
por última vez. Los discípulos habían preguntado: “¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?”
Jesús les dio las señales, y les dijo: “Cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las
puertas”. No debe interpretarse una declaración del Salvador en forma que venga a anular otra. Aunque
nadie sepa el día ni la hora de su venida, se nos exhorta y se requiere de nosotros que sepamos
cuando está cerca. Se nos enseña, además, que menospreciar su aviso y negarse a averiguar
cuándo su advenimiento esté cercano, será tan fatal para nosotros como lo fue para los que
viviendo en días de Noé no supieron cuándo vendría el diluvio. Y la parábola del mismo capítulo que
pone en contraste al siervo fiel y al malo y que señala la suerte de aquel que dice en su corazón: “Mi señor
tarda en venir”, enseña cómo considerará y recompensará Cristo a los que encuentre velando y
proclamando su venida, y a los que la nieguen. “Velad pues”, dice, y añade: “Bienaventurado aquel siervo
al cual, cuando su señor venga, lo halle haciendo así”. Mateo 24:3, 33, 42-51 (RV95). “Pues si no velas,
vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti”. Apocalipsis 3:3 (RV95).
San Pablo habla de una clase de personas para quienes la aparición del Señor vendrá sin que la hayan
esperado. Como ladrón en la noche, así viene el día del Señor. Cuando los hombres estén diciendo: “Paz y
seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente, [...] y no escaparán”. Pero agrega también,
refiriéndose a los que han tomado en cuenta la amonestación del Salvador: “Mas vosotros, hermanos, no estáis
en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos
del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas”. 1 Tesalonicenses 5:2-5.
Así quedó demostrado que las Sagradas Escrituras no autorizan a los hombres a permanecer
ignorantes con respecto a la proximidad de la venida de Cristo. Pero los que no buscaban más que un
pretexto para rechazar la verdad, cerraron sus oídos a esta explicación, y las palabras: “Empero del día
y hora nadie sabe” seguían siendo repetidas por los atrevidos escarnecedores y hasta por los que
profesaban ser ministros de Cristo. Cuando la gente se despertaba y empezaba a inquirir el camino de la
salvación, los maestros en religión se interponían entre ellos y la verdad, tratando de tranquilizar sus temores
con falsas interpretaciones de la Palabra de Dios. Los atalayas infieles colaboraban en la obra del gran
engañador, clamando: Paz, paz, cuando Dios no había hablado de paz. Como los fariseos en tiempo de Cristo,
muchos se negaban a entrar en el reino de los cielos, e impedían a los que querían entrar. La sangre de esas
almas será demandada de sus manos.
Los miembros más humildes y piadosos de las iglesias eran generalmente los primeros en aceptar el mensaje.
Los que estudiaban la Biblia por sí mismos no podían menos que echar de ver que el carácter de las opiniones
corrientes respecto de la profecía era contrario a las Sagradas Escrituras; y dondequiera que el pueblo no
estuviese sujeto a la influencia del clero y escudriñara la Palabra de Dios por sí mismo, la doctrina del
advenimiento no necesitaba más que ser cotejada con las Escrituras para que se reconociese su autoridad
divina.
Muchos fueron perseguidos por sus hermanos incrédulos. Para conservar sus puestos en las iglesias, algunos
consintieron en guardar silencio respecto a su esperanza; pero otros sentían que la fidelidad para con Dios les
prohibía tener así ocultas las verdades que él les había comunicado. No pocos fueron excluidos de la comunión
de la iglesia por la única razón de haber dado expresión a su fe en la venida de Cristo. Muy valiosas eran estas
palabras del profeta dirigidas a los que sufrían esa prueba de su fe: “Vuestros hermanos los que os aborrecen, y
os niegan por causa de mi nombre, dijeron: Glorifíquese Jehová. Mas él se mostrará con alegría vuestra, y ellos
serán confundidos”. Isaías 66:5.
Los ángeles de Dios observaban con el más profundo interés el resultado de la amonestación. Cuando las
iglesias rechazaban el mensaje, los ángeles se apartaban con tristeza. Sin embargo, eran muchos los que no
habían sido probados con respecto a la verdad del advenimiento. Muchos se dejaron descarriar por maridos,
esposas, padres o hijos, y se les hizo creer que era pecado prestar siquiera oídos a las herejías enseñadas por
los adventistas. Los ángeles recibieron orden de velar fielmente sobre esas almas, pues otra luz había de brillar
aún sobre ellas desde el trono de Dios
Los que habían aceptado el mensaje velaban por la venida de su Salvador con indecible esperanza. El tiempo
en que esperaban ir a su encuentro estaba próximo. Y a esa hora se acercaban con solemne calma.
Descansaban en dulce comunión con Dios, y esto era para ellos prenda segura de la paz que tendrían en la
gloria venidera. Ninguno de los que abrigaron esa esperanza y esa confianza pudo olvidar aquellas horas tan
preciosas de expectación. Pocas semanas antes del tiempo determinado dejaron de lado la mayor parte de los
negocios mundanos. Los creyentes sinceros examinaban cuidadosamente todos los pensamientos y
emociones de sus corazones como si estuviesen en el lecho de muerte y como si tuviesen que cerrar pronto
sus ojos a las cosas de este mundo. No se trataba de hacer “vestidos de ascensión”, pero todos sentían la
necesidad de una prueba interna de que estaban preparados para recibir al Salvador; sus vestiduras blancas
eran la pureza del alma, y un carácter purificado de pecado por la sangre expiatoria de Cristo. ¡Ojalá
hubiese aún entre el pueblo que profesa pertenecer a Dios el mismo espíritu para estudiar el corazón, y la
misma fe sincera y decidida! Si hubiesen seguido humillándose así ante el Señor y dirigiendo sus súplicas al
trono de misericordia, poseerían una experiencia mucho más valiosa que la que poseen ahora. No se ora lo
bastante, escasea la comprensión de la condición real del pecado, y la falta de una fe viva deja a muchos
destituidos de la gracia tan abundantemente provista por nuestro Redentor.
Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano cubrió el error cometido en el cálculo de los períodos proféticos.
Los adventistas no descubrieron el error, ni fue descubierto tampoco por los más sabios de sus adversarios.
Estos decían: “Vuestro cálculo de los períodos proféticos es correcto. Algún gran acontecimiento está a punto
de realizarse; pero no es lo que predice Miller; es la conversión del mundo, y no el segundo advenimiento de
Cristo”.
Pasó el tiempo de expectativa, y no apareció Cristo para libertar a su pueblo. Los que habían esperado a su
Salvador con fe sincera, experimentaron un amargo desengaño. Sin embargo los designios de Dios se estaban
cumpliendo: Dios estaba probando los corazones de los que profesaban estar esperando su aparición. Había
muchos entre ellos que no habían sido movidos por un motivo más elevado que el miedo. Su profesión de fe no
había mejorado sus corazones ni sus vidas. Cuando el acontecimiento esperado no se realizó, esas personas
declararon que no estaban desengañadas; no habían creído nunca que Cristo vendría. Fueron de los primeros
en ridiculizar el dolor de los verdaderos creyentes.
Pero Jesús y todas las huestes celestiales contemplaron con amor y simpatía a los creyentes que fueron
probados y fieles aunque chasqueados. Si se hubiese podido descorrer el velo que separa el mundo visible del
invisible, se habrían visto ángeles que se acercaban a esas almas resueltas y las protegían de los dardos de
Satanás.
La predicación de una fecha
definida para el advenimiento
levantó violenta oposición en
todas partes, desde el ministro
en el púlpito hasta el más
descuidado y empedernido
pecador. El ministro hipócrita y
el descarado burlón decían:
“Pero del día y la hora nadie
sabe.” Ni los unos ni los otros
querían ser enseñados y
corregidos por quienes
señalaban el año en que creían
que terminaban los períodos
proféticos y llamaban la
atención a las señales que
indicaban que Cristo estaba
cerca, a las puertas. P.E. 234
“Nadie sabe el día ni la hora”
era el argumento aducido con
más frecuencia por los que
rechazaban la fe del
advenimiento. El pasaje bíblico
dice: “Empero del día y hora
nadie sabe, ni aun los ángeles
de los cielos, sino mi Padre
sólo”. Mateo 24:36. Los que
estaban esperando al Señor
dieron una explicación clara y
armoniosa de esta cita bíblica,
y resultó claramente refutada
la falsa interpretación que de
ella hacían sus adversarios.
C.S. 369.
Hechos 1:7
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o
las sazones, que el Padre puso en su sola potestad;
La Biblia de las Américas
Hechos 1: 7
Y El les dijo: No os
corresponde a vosotros
saber los tiempos ni las
épocas que el Padre ha
fijado con su propia
autoridad;
La Nueva Biblia de los
Hispanos
Hechos 1:7
Jesús les contestó: "No les
corresponde a ustedes saber
los tiempos ni las épocas que
el Padre ha fijado con Su
propia autoridad;
Jubilee Bible 2000 (Spanish)
(JBS)
Hechos1:7
Y les dijo: No es vuestro saber
los tiempos o las sazones que
el Padre puso en su sola
potestad;
Nueva Biblia
Latinoamericana
Hechos 1:7
Jesús les contestó: “No les
corresponde a ustedes
saber los tiempos ni las
épocas que el Padre ha
fijado con Su propia
autoridad
Nueva Versión
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Hechos 1:7
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  • 1.
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  • 8. Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual dimanaba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: “¡Aleluya!” Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros el Espíritu Santo, y nuestros semblantes se iluminaron refulgentemente con la gloria de Dios, como le sucedió a Moisés al bajar del Sinaí MI PRIMERA VISIÓN [Esta visión fue dada poco después del gran chasco que sufrieron los adventistas en Diciembre de 1844, y se publicó por primera vez en 1846.
  • 9. En el tiempo de angustia, huimos todos de las ciudades y pueblos, pero los malvados nos perseguían y entraban a cuchillo en las casas de los santos; pero al levantar la espada para matarnos, se quebraba ésta y caía tan inútil como una brizna de paja. Entonces clamamos día y noche por la liberación, y el clamor llegó a Dios. Salió el sol y la luna se paró. Cesaron de fluir las corrientes de aguas. Aparecieron negras y densas nubes que se entrechocaban unas con otras. Pero había un espacio de gloria fija, del que, cual estruendo de muchas aguas, salía la voz de Dios que estremecía cielos y tierra. El firmamento se abría y cerraba en honda conmoción. Las montañas temblaban como cañas agitadas por el viento y lanzaban peñascos en su derredor. El mar hervía como una olla y despedía piedras sobre la tierra. Y al anunciar Dios el día y la hora de la venida de Jesús, cuando dio el sempiterno pacto a su pueblo, pronunciaba una frase y se detenía de hablar mientras las palabras de la frase rodaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con los ojos en alto, escuchando las palabras según salían de labios de Jehová y retumbaban por la tierra como fragor del trueno más potente. El espectáculo era pavorosamente solemne, y al terminar cada frase, los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Sus rostros estaban iluminados con la gloria de Dios, y resplandecían como el de Moisés al bajar del Sinaí. A causa de esta gloria, los impíos no podían mirarlos. Y cuando la bendición eterna fué pronunciada sobre quienes habían honrado a Dios santificando su sábado, resonó un potente grito por la victoria lograda sobre la bestia y su imagen. VISIONES SUBSIGUIENTES
  • 10. Dios escogió la media noche para libertar a su pueblo. Mientras los malvados se burlaban en derredor de ellos, apareció de pronto el sol con toda su refulgencia y la luna se paró. Los impíos se asombraron de aquel espectáculo, al paso que los santos contemplaban con solemne júbilo aquella señal de su liberación. En rápida sucesión se produjeron señales y prodigios. Todo parecía haberse desquiciado. Cesaron de fluir los ríos. Aparecieron densas y tenebrosas nubes que entrechocaban unas con otras. Pero había un claro de persistente esplendor de donde salía la voz de Dios como el sonido de muchas aguas estremeciendo los cielos y la tierra. Sobrevino un tremendo terremoto. Abriéronse los sepulcros y los que habían muerto teniendo fe en el mensaje del tercer ángel y guardando el sábado se levantaron, glorificados, de sus polvorientos lechos para escuchar el pacto de paz que Dios iba a hacer con quienes habían observado su ley. LIBERACIÓN DE LOS SANTOS
  • 11. El firmamento se abría y cerraba en violenta conmoción. Las montañas se agitaban como cañas batidas por el viento, arrojando peñascos por todo el derredor. El mar hervía como una caldera y lanzaba piedras a la tierra. Al declarar Dios el día y la hora de la venida de Jesús y conferir el sempiterno pacto a su pueblo, pronunciaba una frase y se detenía mientras las palabras de la frase retumbaban por toda la tierra. El Israel de Dios permanecía con la mirada fija en lo alto, escuchando las palabras según iban saliendo de labios de Jehová y retumbaban por toda la tierra con el estruendo de horrísonos truenos. Era un espectáculo pavorosamente solemne. Al final de cada frase los santos exclamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Estaban sus semblantes iluminados por la gloria de Dios, y refulgían como el rostro de Moisés al bajar del Sinaí. Los malvados no podían mirarlos porque los ofuscaba el resplandor. Y cuando Dios derramó la sempiterna bendición sobre quienes le habían honrado santificando el sábado, resonó un potente grito de victoria sobre la bestia y su imagen. LIBERACIÓN DE LOS SANTOS
  • 12. UN BOSQUEJO DE LA EXPERIENCIA CRISTIANA Y VISIONES DE ELENA G. DE WHITE 1851 UN SUPLEMENTO A EXPERIENCIA Y VISIONES 1854 DONES ESPIRITUALES), TOMO 1 1858
  • 13.
  • 14. Manuscritos Liberados, vol. 16 [Nos. 1186-1235]
  • 15. MR No. 1210-DECLARACIÓN SOBRE EL DÍA Y LA HORA DE LA VENIDA DE CRISTO (Escrito el 11 de agosto de 1888, en Healdsburg, California, a "Mi querida hermana") Recibí su carta esta mañana, y le responderé brevemente. No recuerdo haber recibido una carta del tipo que usted menciona. Revisaré mis escritos cuando tenga más tiempo. Últimamente he estado muy presionado. Volví a mi casa de Healdsburg para descansar y ocuparme de mi cosecha de frutas (melocotones, ciruelas, nectarinas y peras) y, como no podíamos venderla, nos vimos obligados a secarla. Ha habido un gran interés en Healdsburg entre los forasteros por escuchar a la Sra. White, y he sido la única en el lugar que ha hablado a la gente el sábado y el primer día por la noche. Hemos tenido una buena asistencia. El sábado pasado estuvieron presentes dos ministros metodistas; también un profesor que ha estado vinculado durante mucho tiempo con alguna institución de enseñanza, pero que ahora trabaja en México como misionero. Y un hombre prominente, un agente del hogar para los desamparados en San Francisco, asistió a nuestras reuniones. Los dos últimos mencionados se han interesado profundamente en el sábado. El Señor me ha dado mucho de su Espíritu Santo, por lo cual alabo su nombre.
  • 16. Este es un lugar importante. Nuestra escuela está establecida aquí, y tenemos una nueva iglesia erigida. Hay dos grandes fábricas de conservas en funcionamiento, que traen trabajadores de los pueblos de los alrededores, y aquí hay un campo misionero. Nuestros hermanos y hermanas trabajan en las fábricas de conservas y se asocian con aquellos sobre los que pueden ejercer una influencia. Hemos visto muchas oportunidades de trabajar en la viña del Maestro. Creo que no he asistido aquí a una reunión social tan excelente como la que tuvimos el sábado pasado. El Señor estuvo ciertamente presente, y eso para bendecir. Pero me estoy desviando de mi tema. Querida hermana, usted afirma que "algunos afirman, entre otras cosas, que hay deshonestidad en la supresión de sus antiguos escritos". ¿Podrían los que dicen estas cosas dar pruebas de sus afirmaciones? Sé que esto se ha repetido a menudo pero no se ha probado. "Afirman que en tus testimonios originales, volumen 1, que ellos han conservado, declaras claramente que se te mostró el día y la hora de la segunda venida de Cristo. Su argumento es que esta declaración suya no resistirá la prueba bíblica, ya que Cristo mismo declara que nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera los ángeles de Dios, por lo que [usted] ha retirado las primeras ediciones y las ha revisado dejando fuera lo anterior; también ha impreso un tratado declarando que no somos una clase de personas que fija el tiempo. (Titulado ¿Está el tiempo cerca?)"
  • 17. ¿Podrían estos buenos amigos que están preocupados por estas declaraciones pedir a los individuos que dicen tener la copia original de [la] primera edición que les permitan ver la declaración que dicen que contiene? Si tienen el libro, deberían estar dispuestos a mostrar las declaraciones, párrafo por párrafo. No tengo ningún libro, ni nunca he escrito uno, que contenga tal declaración. Y cualquier libro que les envíe, las partes podrían alegar que no es el que contiene dicha declaración. Pero si las partes afirman tener tal libro, ciertamente alguien que piense que estas declaraciones son correctas podría tener acceso a él. En mi primer libro encontrará la única declaración con respecto al día y la hora de la venida de Cristo que he hecho desde que pasó el tiempo en 1844. Se encuentra en Primeros Escritos, 11, 27, y 145, 146 [páginas 15, 34 y 285, edición actual]. Todos se refieren al anuncio que se hará justo antes de la segunda venida de Cristo. Pasando a la página 145 [página 285, edición actual] y leyendo desde el comienzo del capítulo, verás que las declaraciones hechas se refieren a la liberación de los santos del tiempo de angustia por la voz de Dios. Por favor, obtenga este libro si no lo tiene, y lea las declaraciones que contiene. Son tal como se imprimieron en el primer artículo publicado. "El cielo se abrió y se cerró, y estaba en conmoción". "Las montañas se agitaban como un junco en el viento, y arrojaban rocas desgarradas por todas partes. El mar hervía como una olla, y arrojaba piedras sobre la tierra. Y mientras Dios hablaba del día y la hora de la venida de Jesús, y entregaba el pacto eterno a su pueblo, pronunció una frase y luego hizo una pausa mientras las palabras rodaban por la tierra."
  • 18. Esta es una parte del párrafo. Las declaraciones de las páginas 11 y 27 [páginas 15 y 34, edición actual], se refieren al mismo tiempo. Contienen todo lo que se me ha mostrado con respecto al tiempo definitivo de la venida del Señor. No tengo el menor conocimiento en cuanto a la hora proclamada por la voz de Dios. Oí la hora proclamada, pero no tuve ningún recuerdo de esa hora después de salir de la visión. Pasaron ante mí escenas de un interés tan emocionante y solemne que ningún lenguaje es adecuado para describir. Todo era una realidad viva para mí, porque cerca de esta escena apareció la gran nube blanca, sobre la cual estaba sentado el Hijo del Hombre. Pero lee el libro mismo. Fue esta acusación repetida de supresión la que nos llevó a decidir reunir todas mis primeras publicaciones y volver a publicarlas en el libro titulado Primeros Escritos de la Sra. E. G. White. Imprimimos este pequeño libro para difundirlo por todas partes, de modo que todos pudieran, si lo deseaban, conocer los hechos. Pero esto no hizo - sólo por un tiempo- que desaparecieran sus informes. Volvieron a aparecer tan frescos como si ese libro nunca se hubiera impreso. Yo era un firme creyente en el tiempo definido en 1844, pero este tiempo profético no se me mostró en visión, pues pasaron algunos meses después del paso de este período de tiempo antes de que se me diera la primera visión. Hubo muchos que proclamaron un nuevo tiempo después de esto, pero se me mostró que no debíamos tener otro tiempo definido para proclamar al pueblo. Todos los que me conocen a mí y a mi obra atestiguarán que no he dado más que un solo testimonio con respecto a la fijación del tiempo.
  • 19. Se me ha mostrado que nuestro chasco en 1844 no se debió a un fallo en el cálculo de los períodos proféticos, sino en los acontecimientos que iban a tener lugar. Se creía que la tierra era el santuario. Pero el santuario que iba a ser purificado al final de los períodos proféticos era el santuario celestial y no la tierra como todos suponíamos. El Salvador entró en el lugar santísimo en 1844 para limpiar el santuario, y el juicio investigador había comenzado para los muertos. Se me ha instado repetidamente a aceptar los diferentes períodos de tiempo proclamados para la venida del Señor, [pero] siempre he tenido un solo testimonio: el Señor no vendrá en ese período, y ustedes están debilitando la fe incluso de los adventistas, y afianzando al mundo en su incredulidad. Se me han presentado claramente acontecimientos de gran y emocionante interés, que deben ocurrir antes de que Cristo venga. Satanás se moverá poderosamente desde abajo, y engañará al mundo, mientras que el Señor Dios Omnipotente se moverá desde arriba y preparará a un pueblo para que esté en pie en el gran día de su ira. Los que fijan el tiempo han pronunciado la maldición del Señor sobre mí como un incrédulo que dijo: Mi Señor retrasa su venida. Pero les he dicho que los libros del cielo no establecerían así mi registro, pues el Señor sabe que yo amaba y anhelaba la aparición de Cristo. Pero su mensaje repetido a menudo sobre el tiempo definido era exactamente lo que el enemigo quería, y sirvió bien a su propósito para desestabilizar la fe en la primera proclamación del tiempo, que era de origen celestial.
  • 20. El mundo colocó toda la proclamación del tiempo en el mismo nivel y la calificó de engaño, fanatismo y herejía. Desde 1844 he dado mi testimonio de que nos encontramos en un período de tiempo en el que debemos cuidarnos a nosotros mismos para que nuestros corazones no se sobrecarguen con el exceso de comida y la embriaguez, y con las preocupaciones de esta vida, y así ese día venga sobre nosotros sin avisar. Nuestra posición ha sido la de esperar y velar, sin que el anuncio del tiempo se interponga entre el cierre de los períodos proféticos en 1844 y el tiempo de la venida del Señor. No sabemos el día ni la hora, ni cuándo es el tiempo definitivo, y sin embargo el cálculo profético nos muestra que Cristo está a la puerta. No hemos desechado nuestra confianza, ni tenemos un mensaje que dependa de un tiempo definido, sino que estamos esperando y velando en oración, esperando y amando la aparición de nuestro Salvador, y haciendo todo lo que está en nuestro poder para la preparación de nuestros semejantes para ese gran acontecimiento. No somos impacientes. Si la visión tarda, esperadla, porque seguramente vendrá; no tardará. Aunque decepcionados, nuestra fe no ha fallado, y no hemos retrocedido a la perdición. La aparente tardanza no lo es en realidad, pues a la hora señalada vendrá nuestro Señor, y nosotros, si somos fieles, exclamaremos: "He aquí nuestro Dios; le hemos esperado, y nos salvará."
  • 21. También he sido declarado un engañador porque he dicho: "El Señor vendrá pronto; preparaos, preparaos, para que seáis hallados esperando, velando y amando su aparición." Pero en el Apocalipsis leo esta declaración: "He aquí, yo vengo pronto; y mi recompensa está conmigo, para dar a cada uno según su obra". "He aquí que vengo pronto: Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro". "He aquí que vengo pronto: Guarda lo que tienes, para que nadie tome tu corona". ¿Fue el que dio este testimonio un engañador, porque el "pronto" se ha prolongado más de lo que nuestras mentes finitas podían prever? Es el Testigo fiel y verdadero el que habla. Sus palabras son verdaderas y ciertas. Si no he aclarado este asunto que deseas entender, escríbeme de nuevo y me esforzaré por aclarar cada punto. Pero debo declararme inocente de la acusación de haber visto en visión que el Señor [vendría] en un día y hora definidos, que ya han pasado. Ahora debo terminar esta carta. He sido interrogada muchas veces para aconsejar a los que me han llamado. Que el Señor los bendiga a ustedes y a sus queridos amigos, es mi oración -Carta 38, 1888.
  • 22.
  • 23. EL MENSAJE DEL PRIMER ÁNGEL Vi que Dios estaba en la proclamación del tiempo en 1843. Era su propósito despertar a la gente y colocarla en un punto de prueba donde se decidiese en pro o en contra de la verdad. Algunos ministros se convencieron de la exactitud de los cálculos y las interpretaciones dadas a los períodos proféticos, y renunciando a su orgullo, a sus emolumentos y a sus parroquias, fueron de lugar en lugar para proclamar el mensaje. Pero como este mensaje del cielo sólo podía encontrar cabida en el corazón de algunos de los que se llamaban ministros de Cristo, la obra fue confiada a muchos que no eran predicadores. Algunos dejaron sus campos y otros sus tiendas y almacenes para proclamar el mensaje; y aun no faltaron profesionales de carrera liberal que abandonaron el ejercicio de su profesión para sumarse a la obra impopular de difundir el mensaje del primer ángel. Hubo ministros que desechando sus opiniones y sentimientos sectarios se unieron para proclamar la venida de Jesús. Doquiera se publicaba el mensaje, conmovíase el ánimo de la gente. Los pecadores se arrepentían, lloraban e impetraban perdón; y quienes habían cometido algún hurto o desfalco, anhelaban restituir la substracción. Los padres sentían profundísima solicitud por sus hijos. Los que recibían el mensaje exhortaban a los parientes y amigos todavía no convertidos, y con el alma doblegada bajo el peso del solemne mensaje, los amonestaban e invitaban a prepararse para la venida del Hijo del hombre. Eran personas de corazón muy empedernido las que no quisieron ceder al peso de las evidencias dadas por las cariñosas advertencias. Esta obra purificadora de las almas desviaba los afectos de las cosas mundanas y los conducía a una consagración no sentida hasta entonces.
  • 24. Millares de personas abrazaban la verdad predicada por Guillermo Miller, y se levantaban siervos de Dios con el espíritu y el poder de Elías para proclamar el mensaje. Como Juan, el precursor de Jesús, los que predicaban ese solemne mensaje se veían movidos a poner el hacha a la raíz de los árboles, y exhortar a los hombres a que diesen frutos de arrepentimiento. Propendía su testimonio a influir poderosamente en las iglesias y manifestar su verdadero carácter. Al resonar la solemne amonestación de que huyesen de la ira venidera, muchos miembros de las iglesias recibieron el salutífero mensaje, y echando de ver sus apostasías lloraron amargas lágrimas de arrepentimiento, y con profunda angustia de ánimo se humillaron ante Dios. Cuando el Espíritu de Dios se posó sobre ellos, ayudaron a difundir el pregón: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado. La predicación de una fecha definida para el advenimiento levantó violenta oposición en todas partes, desde el ministro en el púlpito hasta el más descuidado y empedernido pecador. El ministro hipócrita y el descarado burlón decían: “Pero del día y la hora nadie sabe.” Ni los unos ni los otros querían ser enseñados y corregidos por quienes señalaban el año en que creían que terminaban los períodos proféticos y llamaban la atención a las señales que indicaban que Cristo estaba cerca, a las puertas. Muchos pastores del rebaño, que* aseguraban amar a Jesús, decían que no se oponían a la predicación de la venida de Cristo, sino al hecho de que se fijara una fecha para esa venida. Pero el omnividente ojo de Dios leía en sus corazones. No deseaban que Jesús estuviese cerca. Comprendían que su profana conducta no podría resistir la prueba, porque no andaban por el humilde sendero que trazara Cristo. Aquellos falsos pastores se interpusieron en el camino de la obra de Dios. La verdad predicada con poder convincente despertó a la gente, que como el carcelero empezó a preguntar: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Pero los malos pastores se interpusieron entre la verdad y los oyentes, predicando cosas halagadoras para apartarlos de la verdad. Se unieron con Satanás y sus ángeles para clamar: “Paz, paz,” cuando no había paz. Quienes amaban sus comodidades, y estaban contentos lejos de Dios, no quisieron que se los despertase de su carnal seguridad. Vi que los ángeles lo anotaban todo. Las vestiduras de aquellos profanos pastores estaban teñidas con la sangre de las almas.
  • 25. Los ministros que no querían aceptar este mensaje salvador, estorbaron a quienes lo hubieran recibido. La sangre de las almas está sobre ellos. Los predicadores y la gente se coligaron en oposición a este mensaje del cielo, para perseguir a Guillermo Miller y a quienes con él se unían en la obra. Se hicieron circular calumnias para perjudicar su influencia, y diferentes veces, después de declarar Miller el consejo de Dios e infundir contundentes verdades en el corazón del auditorio, se encendía violenta cólera contra él, y al salir del lugar de la reunión le acechaban algunos para quitarle la vida. Pero Dios envió ángeles para protegerlo, y le salvaron de manos de las enfurecidas turbas. Su obra no estaba aún terminada. Los más devotos recibían alegremente el mensaje. Sabían que dimanaba de Dios, y que había sido dado en tiempo oportuno. Los ángeles contemplaban con profundísimo interés el resultado del mensaje celestial, y cuando las iglesias se desviaban de él y lo rechazaban, consultaban ellos tristemente con Jesús, quién apartaba su rostro de las iglesias y ordenaba a sus ángeles que velasen fielmente sobre las preciosas almas que no rechazaban el testimonio, porque aún había de iluminarlas otra luz. Vi que si los que se llamaban cristianos hubiesen amado la aparición de su Salvador y hubiesen puesto en él sus afectos, convencidos de que nada en la tierra podía compararse con él, habrían escuchado gozosos la primera intimación de su advenimiento. Pero el desagrado que manifestaban al oír hablar de la venida de su Señor, era prueba concluyente de que no le amaban. Satanás y sus ángeles triunfaban echando en cara a Cristo y sus ángeles que quienes profesaban ser su pueblo tenían tan poco amor a Jesús que no deseaban su segundo advenimiento.
  • 26. Vi a los hijos de Dios que esperaban gozosamente a su Señor. Pero Dios quería probarlos. Su mano encubrió un error cometido al computar los períodos proféticos. Quienes esperaban a su Señor no advirtieron la equivocación ni tampoco la echaron de ver los hombres más eruditos que se oponían a la determinación de la fecha. Dios quiso que su pueblo tropezase con un desengaño. Pasó la fecha señalada, y quienes habían esperado con gozosa expectación a su Salvador quedaron tristes y descorazonados, mientras que quienes no habían amado la aparición de Jesús, pero por miedo habían aceptado el mensaje, se alegraron de que no viniese cuando se le esperaba. Su profesión de fe no había afectado su corazón ni purificado su conducta. El paso de la fecha estaba bien calculado para revelar el ánimo de los tales. Estos fueron los primeros en ponerse a ridiculizar a los entristecidos y descorazonados fieles que verdaderamente deseaban la aparición de su Salvador. Vi la sabiduría manifestada por Dios al probar a su pueblo y proporcionar el medio de descubrir quiénes se retirarían y volverían atrás en la hora de la prueba. Jesús y toda la hueste celestial miraban con simpatía y amor a quienes con dulce expectación habían anhelado ver a quien amaban. Los ángeles se cernían sobre ellos y los sostenían en la hora de su prueba. Los que habían rechazado el mensaje permanecieron en tinieblas, y la ira de Dios se encendió contra ellos por no haber recibido la luz que les había enviado desde el cielo. Pero los desalentados fieles que no podían comprender por qué no había venido su Señor no quedaron en tinieblas. Nuevamente se les indujo a escudriñar en la Biblia los períodos proféticos. La mano del Señor se apartó de las cifras, y echaron de ver el error. Advirtieron que los períodos proféticos alcanzaban hasta 1844, y que la misma prueba que habían aducido para demostrar que los períodos proféticos terminaban en 1843 demostraba que terminarían en 1844. La luz de la Palabra de Dios iluminó su situación y descubrieron que había un período de tardanza. “Aunque [la visión] tardare, espéralo.” En su amor a la inmediata venida de Cristo habían pasado por alto la demora de la visión, calculada para comprobar quiénes eran los que verdaderamente esperaban al Salvador. De nuevo señalaron una fecha. Sin embargo, yo vi que muchos de ellos no podían sobreponerse a su desaliento para llegar al grado de celo y energía que caracterizara su fe en 1843.
  • 27. Satanás y sus ángeles triunfaron sobre ellos, y los que no habían querido recibir el mensaje se congratulaban de la perspicacia y prudencia previsoras que habían revelado al no ceder a lo que llamaban engaño. No echaban de ver que estaban rechazando el consejo de Dios contra sí mismos y obrando unidos con Satanás y sus ángeles para poner en perplejidad al pueblo de Dios que vivía de acuerdo con el mensaje celestial. Los creyentes en este mensaje fueron oprimidos en las iglesias. Durante algún tiempo el miedo impidió, a quienes no querían recibir el mensaje, que actuaran de acuerdo con lo que sentían; pero al transcurrir la fecha revelaron sus verdaderos sentimientos. Deseaban acallar el testimonio que los que aguardaban se veían compelidos a dar, de que los períodos proféticos se extendían hasta 1844. Los creyentes explicaron con claridad su error y expusieron las razones por las cuales esperaban a su Señor en 1844. Sus adversarios no podían aducir argumentos contra las poderosas razones expuestas. Sin embargo, se encendió la ira de las iglesias, que estaban resueltas a no recibir la evidencia y a no permitir el testimonio en sus congregaciones a fin de que los demás no pudieran oírlo. Quienes no se avinieron a privar a los demás de la luz que Dios les había dado fueron expulsados de las iglesias; pero Jesús estaba con ellos y se regocijaban a la luz de su faz. Estaban dispuestos a recibir el mensaje del segundo ángel.
  • 28. EL MENSAJE DEL SEGUNDO ÁNGEL Al negarse las iglesias a aceptar el mensaje del primer ángel rechazaron la luz del cielo y perdieron el favor de Dios. Confiaban en su propia fuerza, y al oponerse al primer mensaje se colocaron donde no podían ver la luz del mensaje del segundo ángel. Pero los amados del Señor, que estaban oprimidos, aceptaron el mensaje: “Ha caído Babilonia,” y salieron de las iglesias. Cerca del término del mensaje del segundo ángel vi una intensa luz del cielo que brillaba sobre el pueblo de Dios. Los rayos de esta luz eran tan brillantes como los del sol. Y oí las voces de los ángeles que exclamaban: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Era el clamor de media noche, que había de dar poder al mensaje del segundo ángel. Fueron enviados ángeles del cielo para alentar a los desanimados santos y prepararlos para la magna obra que les aguardaba. Los hombres de mayor talento no fueron los primeros en recibir este mensaje, sino que fueron enviados ángeles a los humildes y devotos, y los constriñeron a pregonar el clamor: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” Aquellos a quienes se confió esta proclamación se apresuraron y con el poder del Espíritu Santo publicaron el mensaje y despertaron a sus desalentados hermanos. Esta obra no se fundaba en la sabiduría y erudición de los hombres, sino en el poder de Dios, y sus santos que escucharon el clamor no pudieron resistirle. Los primeros en recibir este mensaje fueron los más espirituales, y los que en un principio habían dirigido la obra fueron los últimos en recibirlo y ayudar a que resonase más potente el pregón: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”
  • 29. En todas partes del país fue proyectada luz sobre el mensaje del segundo ángel y el anunció enterneció el corazón de millares de personas. Propagase de villa en villa y de ciudad en ciudad, hasta despertar por completo al expectante pueblo de Dios. En muchas iglesias no fue permitido dar el mensaje, y gran número de fieles que tenían el viviente testimonio abandonaron aquellas caídas iglesias. El pregón de media noche efectuaba una potente obra. El mensaje escudriñaba los corazones, e inducía a los creyentes a buscar por sí mismos una vívida experiencia. Comprendían que no podían apoyarse unos en otros. Los santos esperaban anhelosamente a su Señor con ayunos, vigilias y casi continuas oraciones. Aun algunos pecadores miraban la fecha con terror; pero la gran mayoría manifestaba espíritu satánico en su oposición al mensaje. Hacían burla y escarnio repitiendo por todas partes: “Del día y la hora nadie sabe.” Ángeles malignos los movían a endurecer sus corazones y a rechazar todo rayo de luz celeste, para sujetarlos en los lazos de Satanás. Muchos de los que [afirmaban estar esperando a Cristo no tomaban parte en la obra del mensaje. La gloria de Dios que habían presenciado, la humildad y profunda devoción de los que esperaban, y el peso abrumador de las pruebas, los movían a declarar que aceptaban la verdad; pero no se habían convertido ni estaban apercibidos para la venida de su Señor.
  • 30. Sentían los santos un espíritu de solemne y fervorosa oración. Reinaba entre ellos una santa solemnidad. Los ángeles vigilaban con profundísimo interés los efectos del mensaje y alentaban a quienes lo recibían, apartándolos de las cosas terrenas para abastecerse ampliamente en la fuente de salvación. Dios aceptaba entonces a su pueblo. Jesús lo miraba complacido, porque reflejaba su imagen. Habían hecho un completo sacrificio, una entera consagración, y esperaban ser transmutados en inmortalidad. Pero estaban destinados a un nuevo y triste desengaño. Pasó el tiempo en que esperaban la liberación. Se vieron aún en la tierra, y nunca les habían sido más evidentes los efectos de la maldición. Habían puesto sus afectos en el cielo y habían saboreado anticipadamente la inmortal liberación; pero sus esperanzas no se habían realizado. El miedo experimentado por muchos no se desvaneció en seguida ni se atrevieron a proclamar su triunfo sobre los desengañados. Pero al ver que no aparecía ninguna señal de la ira de Dios, se recobraron del temor que habían sentido y comenzaron sus befas y burlas. Nuevamente habían sido probados los hijos de Dios. El mundo se burlaba de ellos y los vituperaba; pero los que habían creído sin duda alguna que Jesús vendría antes de entonces a resucitar a los muertos, transformar a los santos vivientes, adueñarse del reino y poseerlo para siempre, sintieron lo mismo que los discípulos en el sepulcro de Cristo: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.”
  • 31. CAPÍTULO 21—UN GRAN DESPERTAR RELIGIOSO A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada la misión de predicar la amonestación en los Estados Unidos de Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento adventista. Allí fue donde la profecía del mensaje del primer ángel tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus compañeros se propagaron hasta en países lejanos. Donde quiera que hubiesen penetrado misioneros allá también fueron llevadas las alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue predicado el mensaje del evangelio eterno: “¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio! El testimonio de las profecías que parecían señalar la fecha de la venida de Cristo para la primavera de 1844 se arraigó profundamente en la mente del pueblo. Al pasar de un estado a otro, el mensaje despertaba vivo interés por todas partes. Muchos estaban convencidos de que los argumentos de los pasajes proféticos eran correctos, y, sacrificando el orgullo de la opinión propia, aceptaban alegremente la verdad. Algunos ministros dejaron también a un lado sus opiniones y sentimientos sectarios y con ellos sus mismos sueldos y sus iglesias, y se pusieron a proclamar la venida de Jesús. Fueron sin embargo comparativamente pocos los ministros que aceptaron este mensaje; por eso la proclamación de este fue confiada en gran parte a humildes laicos. Los agricultores abandonaban sus campos, los artesanos sus herramientas, los comerciantes sus negocios, los profesionales sus puestos, y no obstante el número de los obreros era pequeño comparado con la obra que había que hacer. La condición de una iglesia impía y de un mundo sumergido en la maldad, oprimía el alma de los verdaderos centinelas, que sufrían voluntariamente trabajos y privaciones para invitar a los hombres a arrepentirse para salvarse. A pesar de la oposición de Satanás, la obra siguió adelante, y la verdad del advenimiento fue aceptada por muchos miles.
  • 32. Por todas partes se oía el testimonio escrutador que amonestaba a los pecadores, tanto mundanos como miembros de iglesia, para que huyesen de la ira venidera. Como Juan el Bautista, el precursor de Cristo, los predicadores ponían la segur a la raíz del árbol e instaban a todos a que hiciesen frutos dignos de arrepentimiento. Sus llamamientos conmovedores contrastaban notablemente con las seguridades de paz y salvación que se oían desde los púlpitos populares; y dondequiera que se proclamaba el mensaje, conmovía al pueblo. El testimonio sencillo y directo de las Sagradas Escrituras, inculcado en el corazón de los hombres por el poder del Espíritu Santo, producía una fuerza de convicción a la que solo pocos podían resistir. Personas que profesaban cierta religiosidad fueron despertadas de su falsa seguridad. Vieron sus apostasías, su mundanalidad y poca fe, su orgullo y egoísmo. Muchos buscaron al Señor con arrepentimiento y humillación. El apego que por tanto tiempo se había dejado sentir por las cosas terrenales se dejó entonces sentir por las cosas del cielo. El Espíritu de Dios descansaba sobre ellos, y con corazones ablandados y subyugados se unían para exclamar: “¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!” Los pecadores preguntaban llorando: “¿Qué debo yo hacer para ser salvo?” Aquellos cuyas vidas se habían hecho notar por su mala fe, deseaban hacer restituciones. Todos los que encontraban paz en Cristo ansiaban ver a otros participar de la misma bendición. Los corazones de los padres se volvían hacia sus hijos, y los corazones de los hijos hacia sus padres. Los obstáculos levantados por el orgullo y la reserva desaparecían. Se hacían sentidas confesiones y los miembros de la familia trabajaban por la salvación de los más cercanos y más queridos. A menudo se oían voces de ardiente intercesión. Por todas partes había almas que con angustia luchaban con Dios. Muchos pasaban toda la noche en oración para tener la seguridad de que sus propios pecados eran perdonados, o para obtener la conversión de sus parientes o vecinos.
  • 33. Todas las clases de la sociedad se agolpaban en las reuniones de los adventistas. Ricos y pobres, grandes y pequeños ansiaban por varias razones oír ellos mismos la doctrina del segundo advenimiento. El Señor contenía el espíritu de oposición mientras que sus siervos daban razón de su fe. A veces el instrumento era débil; pero el Espíritu de Dios daba poder a su verdad. Se sentía en esas asambleas la presencia de los santos ángeles, y cada día muchas personas eran añadidas al número de los creyentes. Siempre que se exponían los argumentos en favor de la próxima venida de Cristo, había grandes multitudes que escuchaban embelesadas. No parecía sino que el cielo y la tierra se juntaban. El poder de Dios era sentido por ancianos, jóvenes y adultos. Los hombres volvían a sus casas cantando alabanzas, y sus alegres acentos rompían el silencio de la noche. Ninguno de los que asistieron a las reuniones podrá olvidar jamás escenas de tan vivo interés La proclamación de una fecha determinada para la venida de Cristo suscitó gran oposición por parte de muchas personas de todas las clases, desde el pastor hasta el pecador más vicioso y atrevido. Se cumplieron así las palabras de la profecía que decían: “En los postrimeros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación”. 2 Pedro 3:3, 4. Muchos que profesaban amar al Salvador declaraban que no se oponían a la doctrina del segundo advenimiento, sino tan solo a que se le fijara una fecha. Pero el ojo escrutador de Dios leía en sus corazones. En realidad lo que había era que no querían oír decir que Cristo estaba por venir para juzgar al mundo en justicia. Habían sido siervos infieles, sus obras no hubieran podido soportar la inspección del Dios que escudriña los corazones, y temían comparecer ante su Señor. Como los judíos en tiempo del primer advenimiento de Cristo, no estaban preparados para dar la bienvenida a Jesús. No solo se negaban a escuchar los claros argumentos de la Biblia, sino que ridiculizaban a los que esperaban al Señor. Satanás y sus ángeles se regocijaban de esto y arrojaban a la cara de Cristo y de sus santos ángeles la afrenta de que los que profesaban ser su pueblo que le amaban tan poco que ni deseaban su aparición.
  • 34. “Nadie sabe el día ni la hora” era el argumento aducido con más frecuencia por los que rechazaban la fe del advenimiento. El pasaje bíblico dice: “Empero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino mi Padre sólo”. Mateo 24:36. Los que estaban esperando al Señor dieron una explicación clara y armoniosa de esta cita bíblica, y resultó claramente refutada la falsa interpretación que de ella hacían sus adversarios. Esas palabras fueron pronunciadas por Cristo en la memorable conversación que tuvo con sus discípulos en el Monte de los Olivos, después de haber salido del templo por última vez. Los discípulos habían preguntado: “¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del mundo?” Jesús les dio las señales, y les dijo: “Cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas”. No debe interpretarse una declaración del Salvador en forma que venga a anular otra. Aunque nadie sepa el día ni la hora de su venida, se nos exhorta y se requiere de nosotros que sepamos cuando está cerca. Se nos enseña, además, que menospreciar su aviso y negarse a averiguar cuándo su advenimiento esté cercano, será tan fatal para nosotros como lo fue para los que viviendo en días de Noé no supieron cuándo vendría el diluvio. Y la parábola del mismo capítulo que pone en contraste al siervo fiel y al malo y que señala la suerte de aquel que dice en su corazón: “Mi señor tarda en venir”, enseña cómo considerará y recompensará Cristo a los que encuentre velando y proclamando su venida, y a los que la nieguen. “Velad pues”, dice, y añade: “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, lo halle haciendo así”. Mateo 24:3, 33, 42-51 (RV95). “Pues si no velas, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti”. Apocalipsis 3:3 (RV95).
  • 35. San Pablo habla de una clase de personas para quienes la aparición del Señor vendrá sin que la hayan esperado. Como ladrón en la noche, así viene el día del Señor. Cuando los hombres estén diciendo: “Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente, [...] y no escaparán”. Pero agrega también, refiriéndose a los que han tomado en cuenta la amonestación del Salvador: “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón; porque todos vosotros sois hijos de luz, e hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas”. 1 Tesalonicenses 5:2-5. Así quedó demostrado que las Sagradas Escrituras no autorizan a los hombres a permanecer ignorantes con respecto a la proximidad de la venida de Cristo. Pero los que no buscaban más que un pretexto para rechazar la verdad, cerraron sus oídos a esta explicación, y las palabras: “Empero del día y hora nadie sabe” seguían siendo repetidas por los atrevidos escarnecedores y hasta por los que profesaban ser ministros de Cristo. Cuando la gente se despertaba y empezaba a inquirir el camino de la salvación, los maestros en religión se interponían entre ellos y la verdad, tratando de tranquilizar sus temores con falsas interpretaciones de la Palabra de Dios. Los atalayas infieles colaboraban en la obra del gran engañador, clamando: Paz, paz, cuando Dios no había hablado de paz. Como los fariseos en tiempo de Cristo, muchos se negaban a entrar en el reino de los cielos, e impedían a los que querían entrar. La sangre de esas almas será demandada de sus manos.
  • 36. Los miembros más humildes y piadosos de las iglesias eran generalmente los primeros en aceptar el mensaje. Los que estudiaban la Biblia por sí mismos no podían menos que echar de ver que el carácter de las opiniones corrientes respecto de la profecía era contrario a las Sagradas Escrituras; y dondequiera que el pueblo no estuviese sujeto a la influencia del clero y escudriñara la Palabra de Dios por sí mismo, la doctrina del advenimiento no necesitaba más que ser cotejada con las Escrituras para que se reconociese su autoridad divina. Muchos fueron perseguidos por sus hermanos incrédulos. Para conservar sus puestos en las iglesias, algunos consintieron en guardar silencio respecto a su esperanza; pero otros sentían que la fidelidad para con Dios les prohibía tener así ocultas las verdades que él les había comunicado. No pocos fueron excluidos de la comunión de la iglesia por la única razón de haber dado expresión a su fe en la venida de Cristo. Muy valiosas eran estas palabras del profeta dirigidas a los que sufrían esa prueba de su fe: “Vuestros hermanos los que os aborrecen, y os niegan por causa de mi nombre, dijeron: Glorifíquese Jehová. Mas él se mostrará con alegría vuestra, y ellos serán confundidos”. Isaías 66:5. Los ángeles de Dios observaban con el más profundo interés el resultado de la amonestación. Cuando las iglesias rechazaban el mensaje, los ángeles se apartaban con tristeza. Sin embargo, eran muchos los que no habían sido probados con respecto a la verdad del advenimiento. Muchos se dejaron descarriar por maridos, esposas, padres o hijos, y se les hizo creer que era pecado prestar siquiera oídos a las herejías enseñadas por los adventistas. Los ángeles recibieron orden de velar fielmente sobre esas almas, pues otra luz había de brillar aún sobre ellas desde el trono de Dios
  • 37. Los que habían aceptado el mensaje velaban por la venida de su Salvador con indecible esperanza. El tiempo en que esperaban ir a su encuentro estaba próximo. Y a esa hora se acercaban con solemne calma. Descansaban en dulce comunión con Dios, y esto era para ellos prenda segura de la paz que tendrían en la gloria venidera. Ninguno de los que abrigaron esa esperanza y esa confianza pudo olvidar aquellas horas tan preciosas de expectación. Pocas semanas antes del tiempo determinado dejaron de lado la mayor parte de los negocios mundanos. Los creyentes sinceros examinaban cuidadosamente todos los pensamientos y emociones de sus corazones como si estuviesen en el lecho de muerte y como si tuviesen que cerrar pronto sus ojos a las cosas de este mundo. No se trataba de hacer “vestidos de ascensión”, pero todos sentían la necesidad de una prueba interna de que estaban preparados para recibir al Salvador; sus vestiduras blancas eran la pureza del alma, y un carácter purificado de pecado por la sangre expiatoria de Cristo. ¡Ojalá hubiese aún entre el pueblo que profesa pertenecer a Dios el mismo espíritu para estudiar el corazón, y la misma fe sincera y decidida! Si hubiesen seguido humillándose así ante el Señor y dirigiendo sus súplicas al trono de misericordia, poseerían una experiencia mucho más valiosa que la que poseen ahora. No se ora lo bastante, escasea la comprensión de la condición real del pecado, y la falta de una fe viva deja a muchos destituidos de la gracia tan abundantemente provista por nuestro Redentor.
  • 38. Dios se propuso probar a su pueblo. Su mano cubrió el error cometido en el cálculo de los períodos proféticos. Los adventistas no descubrieron el error, ni fue descubierto tampoco por los más sabios de sus adversarios. Estos decían: “Vuestro cálculo de los períodos proféticos es correcto. Algún gran acontecimiento está a punto de realizarse; pero no es lo que predice Miller; es la conversión del mundo, y no el segundo advenimiento de Cristo”. Pasó el tiempo de expectativa, y no apareció Cristo para libertar a su pueblo. Los que habían esperado a su Salvador con fe sincera, experimentaron un amargo desengaño. Sin embargo los designios de Dios se estaban cumpliendo: Dios estaba probando los corazones de los que profesaban estar esperando su aparición. Había muchos entre ellos que no habían sido movidos por un motivo más elevado que el miedo. Su profesión de fe no había mejorado sus corazones ni sus vidas. Cuando el acontecimiento esperado no se realizó, esas personas declararon que no estaban desengañadas; no habían creído nunca que Cristo vendría. Fueron de los primeros en ridiculizar el dolor de los verdaderos creyentes. Pero Jesús y todas las huestes celestiales contemplaron con amor y simpatía a los creyentes que fueron probados y fieles aunque chasqueados. Si se hubiese podido descorrer el velo que separa el mundo visible del invisible, se habrían visto ángeles que se acercaban a esas almas resueltas y las protegían de los dardos de Satanás.
  • 39. La predicación de una fecha definida para el advenimiento levantó violenta oposición en todas partes, desde el ministro en el púlpito hasta el más descuidado y empedernido pecador. El ministro hipócrita y el descarado burlón decían: “Pero del día y la hora nadie sabe.” Ni los unos ni los otros querían ser enseñados y corregidos por quienes señalaban el año en que creían que terminaban los períodos proféticos y llamaban la atención a las señales que indicaban que Cristo estaba cerca, a las puertas. P.E. 234
  • 40. “Nadie sabe el día ni la hora” era el argumento aducido con más frecuencia por los que rechazaban la fe del advenimiento. El pasaje bíblico dice: “Empero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino mi Padre sólo”. Mateo 24:36. Los que estaban esperando al Señor dieron una explicación clara y armoniosa de esta cita bíblica, y resultó claramente refutada la falsa interpretación que de ella hacían sus adversarios. C.S. 369.
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  • 52. Hechos 1:7 Reina-Valera 1960 (RVR1960) 7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad;
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  • 56. La Biblia de las Américas Hechos 1: 7 Y El les dijo: No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con su propia autoridad;
  • 57. La Nueva Biblia de los Hispanos Hechos 1:7 Jesús les contestó: "No les corresponde a ustedes saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad;
  • 58. Jubilee Bible 2000 (Spanish) (JBS) Hechos1:7 Y les dijo: No es vuestro saber los tiempos o las sazones que el Padre puso en su sola potestad;
  • 59. Nueva Biblia Latinoamericana Hechos 1:7 Jesús les contestó: “No les corresponde a ustedes saber los tiempos ni las épocas que el Padre ha fijado con Su propia autoridad
  • 60. Nueva Versión Internacional (NVI) Hechos 1:7 —No les toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad misma del Padre —les contestó Jesús—