2. Le entregaron un libro del
profeta Isaías y leyó: El
Espíritu del Señor reposa
sobre mí, porque me ungió
para llevar la buena nueva
a los pobres; me envió a
predicar la libertad a los
cautivos, a los ciegos la
vista, para liberar a los
oprimidos, para anunciar
un año de gracia del Señor.
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21.
3. Jesús, abierto al Espíritu, se lanza a su misión.
Como buen judío, participa en el estudio y la
lectura de la Torá en la sinagoga, los sábados.
Ante la asamblea de fieles, con voz recia,
proclama el pasaje del profeta Isaías…
4. Es un momento crucial.
«El Espíritu del Señor reposa sobre mí».
Jesús tiene una clara conciencia de que Dios es su
Padre y el Espíritu reposa suavemente sobre su
corazón. De aquí fluye su energía espiritual.
5. Jesús ha venido a cumplir el deseo de Aquel que
le ha enviado. Su vida y sus palabras no se
entienden sin esta opción.
La voluntad del Padre y la libertad de Jesús
convergen.
6. Jesús aplica las palabras del profeta a su persona.
Ha venido a anunciar a los pobres el evangelio.
Lo recibirán los «pobres de espíritu», aquellos
cuya única gran riqueza es Dios.
7. Ha venido a anunciar a los cautivos la
libertad. Aquellos que comprenden su
palabra saben que la libertad humana
florece en el amor. Viene a proclamar «el
año de gracia» para aquellos que se abren
sinceramente.
8. «He venido a dar libertad a los
oprimidos». ¿Quiénes son los oprimidos
hoy? Todos los que sufren tristeza, dolor o
el peso de un poder que los anula como
personas.
9. Esta es una de las grandes misiones de la
Iglesia: ayudar a liberar del sufrimiento
humano a las personas que viven bajo
opresión.
10. Los bautizados
tenemos la
capacidad y los
dones necesarios
para reproducir la
vida de Cristo. Todos
estamos llamados a
ser liberadores. El
Espíritu de Dios
también se posó
sobre nosotros en el
Bautismo.
11. Unidos a Cristo,
estamos llamados a
una misión
redentora. La Iglesia,
que formamos
todos, es heredera
de esta vocación de
Cristo. Su evangelio
no es una doctrina
rigurosa, sino un
anuncio gozoso…
12. La liberación más
profunda es soltar las
amarras del yo, que es la
mayor esclavitud. Muchas
personas, en nombre de
la libertad, se lanzan a una
vida egocéntrica, cerrada,
que asfixia el alma.
El egoísmo es el gran
cautiverio que aflige a la
humanidad.
13. En cambio, abrirse a los demás comporta
un gran alivio y una liberación. Romper las
cadenas del egoísmo y el narcisismo es
otra gran misión de la Iglesia en el mundo.