Recuperando el Rumbo Hasta la Transformación Parte #4.pptx
3 Domingo Cuaresma - B
1. No tendrás otros dioses frente a mí
3r Domingo de Cuaresma – ciclo B
Las tres lecturas de hoy tienen mucho jugo y enseñanzas, pero en el
fondo, todas apuntan a un mismo mensaje: el primer mandamiento, el
amarás a Dios sobre todas las cosas. Esta es la gran pasión de Jesús: amar,
permanecer unido y cumplir la voluntad del Padre.
La primera lectura, del Éxodo, nos presenta una versión del Decálogo. La
ley era uno de los pilares de la cultura judía. Para los israelitas, la ley los
convierte en un pueblo, una comunidad compacta y unida. Hay algo en
sus leyes que los distingue de otros pueblos de la antigüedad: la primacía
de Dios en todo. El primer mandamiento, que implica todos los demás, es
poner a Dios en el centro de nuestra vida. Amar a Dios, nuestro creador,
nuestro padre, el que nos hace existir, cambia toda nuestra vida y de ese
amor se desprende una moral y unos principios éticos en nuestra
convivencia familiar y social.
Pero ¿qué sucede? Que, igual que en otras culturas, la ley acaba
convirtiéndose en una norma rígida, en un corpus cada vez mayor y más
complejo de reglas, preceptos y prohibiciones. De la imitación de Dios se
pasa a una obediencia servil y vacía de experiencia. Al final, queda poco
de aquel espíritu original. Uno se pierde en detalles y da importancia a lo
accesorio, olvidando lo esencial. Se canonizan costumbres y tradiciones
humanas y se olvida lo básico, que es el amor y el culto a Dios.
El otro gran pilar del judaísmo era el templo. La morada de Dios, su
presencia en medio del pueblo, era un lugar sagrado. Pero sucede igual
que con la ley. De ser un lugar de oración y adoración, pasa a convertirse
en un mercado, donde la gente compra y vende, donde se regatea con
Dios y se quiere pagar el cielo a plazos, donde los sacerdotes cobran
impuestos y diezmos, lo que hoy llamaríamos una “máquina de hacer
dinero”.
Jesús se rebela contra todo esto. Él respeta la ley, como buen judío, y
respeta el templo, pero se indigna ante la degradación de ambos. En
muchas ocasiones se enfrenta a los fariseos porque cumplen la ley a
rajatabla, pero les falta caridad, misericordia y amor, ¿de qué les sirven
tantos preceptos, si no es para ser mejores personas? Y esta vez se
enfrenta a los mercaderes del templo en un gesto profético que asusta a
unos y entusiasma a otros. En realidad, Jesús se está enfrentando, más
que a los vendedores de animales y a los cambistas, a los responsables
del templo, que permiten todo ese trasiego. Hacía mucho tiempo que
2. ningún profeta mostraba la vaciedad y la falsedad del culto del templo,
reducido a un puro mercadeo. Jesús se enoja, y mucho. ¡No convirtáis la
casa de mi Padre en una cueva de ladrones!
La actualidad de estos episodios sigue vigente hoy. Los cristianos tenemos
una “doctrina”, unos preceptos y unas enseñanzas que hemos acabado
convirtiendo en leyes rígidas, a menudo desconectadas del amor y la
caridad. Corremos el riesgo de ser perfectos practicantes y penosos
humanos; cristianos ejemplares, pero con el corazón duro hacia nuestros
semejantes. ¿Y dónde está el mercadeo del templo? En nuestra actitud
hacia Dios: te doy para que tú me des. Te ofrezco oraciones, misas,
limosnas, donativos, incluso buenas obras, ¡para que respondas a mis
peticiones! Nos hemos olvidado de la frase del Padrenuestro: hágase tu
voluntad… y pretendemos comprar a Dios para que sea él quien haga
nuestra voluntad.
El primer mandamiento, de tan sabido, lo tenemos arrinconado. Damos
por supuesto que sí, que adoramos a Dios, pero ¿lo amamos sobre todas
las cosas? ¡Qué pocos podríamos afirmarlo! Quizás nadie. Cuántas cosas
y personas ponemos por delante de Dios. Y pueden ser muy buenas:
nuestros seres queridos, nuestra familia, nuestro trabajo, una vocación…
No se trata de dejar de amar todas estas personas y cosas, sino ponerlas
en su lugar. Sólo Dios puede llenar nuestro corazón, de verdad. ¿Por qué,
entonces, no entregárselo a él?
En cuanto al templo, en la Iglesia también podemos dar excesiva
importancia a lo aparente: ritos, ornamentos, oraciones, incluso obras
humanitarias y muchas, muchas actividades pastorales. Pero dejamos
apartado a Dios. ¿Cuándo tenemos tiempo para él, sólo para él? Nos falta
mucho silencio, mucha intimidad con Dios.
Lo que importa es Dios. Y el amor a Dios se refleja en el amor al prójimo.
Lo demás es secundario. Este es el único testimonio, el mejor y el más
creíble que podemos dar los cristianos al mundo: mirad cómo se aman.
En el mundo la gente pide otras cosas. San Pablo lo resume
magníficamente: los judíos piden signos, los griegos sabiduría. Hoy la
gente pide milagros (si creen) o pruebas científicas (si son muy
racionales). Nuestra sociedad se mueve entre la superstición y el
racionalismo ateo. Pues bien, en la Iglesia no ofrecemos ni prodigios ni
ciencia, tan sólo a Cristo, que es el amor de Dios hecho carne y presente
entre nosotros. Un Dios crucificado, pobre y doliente… ¡tan escandaloso
hoy como hace dos mil años! Nos piden magia, que es manipulación
espiritual, y no podemos dar esto. Nos piden certezas científicas, sólidas
como una ley, y tampoco podemos darlas. Pero siempre, en todo lugar, y
con toda persona, podemos imitar a Cristo y dar amor.