1. La Evidencia: Criterio de Verdad
Es ante lo necesario, ante el mundo de las esencias, donde adquiere la
certeza. Aquí el objeto se manifiesta claramente y, aunque se advierte y se
proclame el valor de la evidencia en la conciencia del sujeto, ese valor es
el objetivo, absolutamente independiente del sujeto. Así que, aunque la
conciencia manifieste que se ha de poner el asentimiento, el motivo está en
la evidencia que parte del objeto.
Todos los que de alguna manera estamos en contacto con el quehacer
filosófico, nos damos cuenta de la relatividad con que se manejan los
criterios para obtener las verdades fundamentales de la doctrina.
Esta relatividad que es común en el campo filosófico, se ha permeado
también al área de la teología, donde algunos teólogos han llegado a
poner en duda ciertas tesis que antes gozaban de certeza apodíctica.
A manera de ejemplo mencionaremos dos acontecimientos que avalan lo
anterior. Al respecto el Dr. Caturelli señala: “que en San Pablo, Brasil,
hace poco menos de 20 años en los cursos organizados por mi querido amigo y
santo sacerdote, el R.P. Stanislao Ladusans, S.J. Yo había ya dictado mi
conferencia; exponía ahora la suya un excelente escriturista que, años
más tarde, sería creado obispo. Cuando concluía su exposición, casi sin
dejarle terminar, un conjunto de seminaristas le hizo, en tono terminante,
esta pregunta afirmación ya que exigía determinada respuesta: como ya es
sabido, la filosofía escolástica de Santo Tomás ha muerto; es cosa del
pasado. Si como se ha dicho aquí es necesaria la filosofía para la
teología ¿qué filosofía cree Usted que debe enseñarse? El pobre
escriturista, que no sabe nada de filosofía, acorralado y nervioso
respondió quizá lo que aquellos querían: Y bueno, habrá que enseñar
Hegel.” 1
En el mismo tenor el Dr. Mauricio Beuchot señala: “Ya no se quiere saber
qué cosa es el mundo, tiene que ser todo, para que en todo, por desgracia,
quepa su conducta moral. Si en la moral no disponemos de una noción de
naturaleza, tampoco tendremos idea de perversión. Esto es lo que se quiere
en la actualidad, que no haya límites, como dicen, sobre todo mis
compañeros postmodernos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM:
los límites son para transgredirlos.” 2
Es conocido que el relativismo es una forma de inmanentismo, es decir, una
corriente de pensamiento que ha embriagado el ámbito filosófico y ciertos
sectores de la Iglesia Católica.
Dicho inmanentismo enseña que la cosa conocida es algo producido por el
2. conocimiento e inmanente a él; es imposible que el conocimiento conozca
algo distinto de sí y que trascienda a sí mismo el conocimiento se conoce
a si mismo y se queda en el sujeto.
El inmanentismo se clasifica en dos grandes corrientes: el empírico, en
cuanto que el conocimiento se conoce a sí mismo y por lo tanto la verdad no
tiene valor teórico, sino que depende de las condiciones subjetivas e
históricas del hombre, es decir, la verdad es inmanente a las condiciones
humanas.
Por otra parte, el inmanentismo absoluto, que sostiene que el conocimiento
no conoce sino a sí mismo y no se refiere al ente como distinto del
conocimiento, en otras palabras, el conocimiento y la verdad son inmanentes
al mismo conocimiento humano.
El inmanentismo empírico, adopta las siguientes formas: psicologismo,
intuicionismo, voluntarismo, existencialismo e historicismo. Este último
sostiene que la verdad cambia según las circunstancias y exigencias de la
historia, es decir, esta doctrina establece que la verdad es hija del
tiempo.
Una de las formas del historicismo es el sentimentalismo, doctrina que
enseña que la verdad depende del sentimiento, de la afectividad ilógica
del hombre y cambia las veces que el hombre se muda; de allí algunos
posmodernistas hablan de la subconciencia como criterio de verdad, como si
esta dependiera del capricho del hombre.
Independientemente de las corrientes inmanentistas, tenemos a algunos
hermenéuticos que intentan darle nuevas interpretaciones a las Sagradas
Escrituras, o sea, una nueva exégesis.
Es indudable que, actualmente, el ropaje postmoderno del pensamiento,
conduce al sostenimiento de posiciones subjetivistas que provocan un
ambiente de perplejidad ante la necesidad de calificar, moralmente, el acto
humano. De la misma manera, el ansia de satisfacer la tendencia intelectual
hacia la verdad, se ve menguada cuando se hace caso omiso de ese signo
infalible para distinguir lo verdadero de lo falso, es decir, la evidencia.
Hay, en verdad, un cierto fulgor que mueve al asentimiento, porque el
entendimiento ve aquella luz que emana del objeto y le descubre la esencia
de las cosas, para que tenga un conocimiento acorde a la realidad donde no
cabe la duda. Es esta la evidencia, presencia de una realidad inequívoca y
claramente dada; de aquí surge la certeza, que aunque se trata de un estado
de la mente, tiene su fundamento en la evidencia.
Existe una evidencia cuya inteligibilidad se manifiesta a la inteligencia
3. desde el momento que se comprenden los términos, como cuando se captan los
primeros principios, es la evidencia intrínseca inmediata; otra, en cambio,
requiere de la demostración para que llegue su brillo a la inteligencia, es
la evidencia intrínseca mediata.
El objeto propio de la inteligencia humana son las esencias captadas por el
sensible, de tal manera, que cuando ese objeto se manifiesta plenamente se
da la adhesión del entendimiento en forma necesaria.
Existe un tercer criterio de verdad cuyo origen está en la relación de la
verdad con algún motivo válido; es la evidencia extrínseca.
El Dr. Manuel Ocampo, en su artículo sobre la verdad, publicado en la
Revista de la Sociedad Mexicana de Filosofía, núm. 3, nos recuerda que la
verdad lógica es una adecuación de la mente con la realidad. La regla o
indicador para saber que algo es verdadero y que corresponde a la evidencia,
recae sobre el juicio, que es la sede de la verdad, aunque puede decirse que
algo es verdadero, si propicia un juicio verdadero como la cosa natural; y,
falso, si lo que produce es el engaño.
La mente que duda, no emite juicio, porque el peso de la afirmación o
negación de un enunciado mantiene en equilibrio la balanza de nuestra
inteligencia.
La contingencia de lo individual, trae consigo el enfrentamiento con lo
múltiple, que nos lleva a la opinión, donde se emite un juicio en el cual
se es consciente de la posibilidad de errar.
Es ante lo necesario, ante el mundo de las esencias, donde adquiere la
certeza. Aquí el objeto se manifiesta claramente y, aunque se advierte y se
proclame el valor de la evidencia en la conciencia del sujeto, ese valor es
el objetivo, absolutamente independiente del sujeto. Así que, aunque la
conciencia manifieste que se ha de poner el asentimiento, el motiva está en
la evidencia que parte del objeto.
La evidencia intrínseca se tiene cuando el motivo es intrínseco al objeto
o enunciable. Así la proposición 2+2=4 y, todas las proposiciones
estrictamente teóricas. A esta evidencia también se le llama evidencia de
verdad. Es la autoridad de la evidencia la que se impone.
La evidencia extrínseca tiene motivo extrínseco o fuera del objeto, por
ejemplo, en el juicio histórico, el motivo se encuentra fuera del
enunciable; admitiéndose sólo por la autoridad del testigo. En este caso,
si se excluye el temor prudente de errar, se le llama evidencia de
credibilidad; en cambio, si no se excluye ese temor, queda como evidencia de
probabilidad. Es la evidencia de la autoridad que se impone.
4. Cualquier criterio extrínseco se resuelve, finalmente, en el criterio
intrínseco, quedando la fe humana (la histórica) y la fe divina (la
teológica) óptimamente justificadas.
El testimonio es la proposición o enunciable en el que se cree por la
autoridad gnoseológica y no política del testigo.
Los elementos del testimonio son:
a) Testigo que propone un enunciado que no es intrínsecamente evidente.
b) Testimonio o enunciado del testigo.
c) Autoridad o valor del testigo para mover al asentimiento.
d) Fe o aceptación del testimonio por la autoridad del testigo.
El objeto material de la fe es lo que se cree; el objeto formal es la
autoridad o motivo de la fe.
Los testimonios se clasifican por la clase del testigo que puede ser humano
o divino; por el objeto material, como en el caso de los dogmas, o
histórico que es por los hechos. En cuanto a la expresión del testimonio,
puede ser: oral, escrito o monumental.
La Revelación es el testimonio divino o la manifestación sobrenatural de
la verdad hecha por Dios a los hombres.
El objeto material de la Revelación puede ser una verdad proporcionada a la
razón humana o una que la exceda (misterio); el objeto formal, es decir, el
motivo del asentimiento, es la autoridad de Dios que revela.
El valor de la Revelación, se mide por la autoridad divina, que es la
máxima, ya que, Dios es omnisciente y óptimo, es decir, no se engaña, ni
engaña a nadie.
La posibilidad, necesidad y el hecho de la Revelación se prueban por la
razón humana en los tratados sobre el tema.
La fe es el asentimiento del intelecto humano hacia aquello que se tiene por
divina revelación. Contra lo que sostienen el tradicionalismo y el
fideísmo, la razón puede alcanzar muchas verdades, entre las que están
los preámbulos de la fe, con sus límites, que no reconoce el racionalismo
teológico.
5. La fe, en sus principios (autoridad de Dios), en su objeto material
(misterios) y su certeza, está sobre la razón. Esto no impide el progreso
de la razón, pero si la dirige en la revelación; por lo tanto, no hay
oposición entre fe y razón.
Dios es la causa próxima o remota de la fe y de la razón, por lo cual, es
absurda la oposición; más bien, se tiene un auxilio cuando la fe amplifica
y corrobora los conocimientos racionales, lo mismo, cuando la razón prepara
y defiende la fe.
A continuación veremos, en forma sumaria, los derechos y oficios de la
Razón y de la Revelación.
En cuanto a los derechos y oficios de la razón hacia la Revelación,
tenemos: la razón humana, sin el auxilio de la Revelación, puede encontrar
muchas verdades de cualquier orden; también, puede y debe demostrar los
preámbulos de la fe, o sea, las verdades que se presuponen al asentimiento
de la fe; al mismo tiempo, nuestra razón, dentro de los límites de los
conocimientos naturales, goza de libertad y con esto se prueba la
legitimidad y utilidad del progreso de las ciencias; somos humanos y si
hablamos de razón humana, estamos conscientes que no es fuente suprema y
suprema regla de verdad, por lo tanto, tiene límites.
Ahora bien, la fe amplifica el ámbito de los conocimientos humanos aún en
el orden natural; por tanto, la fe no impide el progreso de la razón.
Entonces, no hay oposición, sino auxilio entre la fe y la razón. No se da
ninguna oposición natural, o per se, entre fe y razón, porque las dos
fuentes de conocimiento tienen origen por Dios ya sea directa o
indirectamente. La oposición se puede dar por accidente y no precisamente
entre la Doctrina de la fe y de la Razón, sino entre los estudiosos de
ambas ciencias, ya porque los que estudian la Revelación no entienden
rectamente o porque los científicos o cultivadores de las ciencias humanas
proponen como doctrina cierta lo que es mera hipótesis o prejuicio.
La Fe amplifica y corrobora los conocimientos racionales; la Razón prepara
doctrinalmente hacia la Fe, y defiende a la Fe de las objeciones que se
oponen en nombre de la razón.
Conclusiones
1. Para evitar los errores inmanentistas debemos aceptar una doctrina que
racionalmente nos compruebe sus principios y postulados, esa indudablemente
es la doctrina tomista, porque es un sistema verdadero, pero también
abierto a los nuevos métodos de explicación y aplicación de lo que las
novedades científicas ofrecen.
6. Un sistema que enseñe, que para combatir el error se necesita en el
filósofo, pureza de corazón, sincero amor a la verdad, petición del
auxilio divino y el método realista.
Los pensadores modernos, deambulan extraviados porque no tienen horizonte en
que guiarse, así llegan al inmanentismo y se aferran a él como playa
salvadora, porque ignoran que el realismo tomista los llevaría como
estrella perenne en el firmamento, a atracar en puerto seguro.
2. Estamos conscientes que sería frustrante para nuestra inteligencia que
está hecha para la verdad, que no tuviera una guía o regla que le
permitiera darse cuenta de que lo que capta corresponde a la realidad.
Igualmente, nos percatamos de que a pesar de la claridad con que se
manifiesta el ser, esto es la evidencia, muchas veces es negada por nosotros
mismos cuando nos dominan las pasiones o la vanidad. Tal es el caso de los
personajes del cuento de Hans Christian Andersen, en El Traje Nuevo del
Emperador, que se han visto encarnados en el ámbito actual por lo
seguidores de las corrientes inmanentistas.
3. El delito del inmanentismo es atribuir a nuestra razón las prerrogativas
propias de la Razón Divina. La Ciencia de Dios es la causa de las cosas y
su medida pero la ciencia humana es medida por las cosas, aunque luego 1;
exprese por su humana forma (conocer, mediante la palabra me tal o “verbum
mentale” y con es produzca las ciencias y las artes.
La creatividad de la mente de que los inmanentistas hacían alarde, de
ningún modo demuestra y de ningún modo exigida por la naturaleza
conocimiento humano.
La nobleza que de manera máxima se tiene en el conocimiento humano, que de
algún modo acerca a la Razón Divina, poseyendo intencional mente las cosas
causadas por el pensamiento divino de ninguna manera, deprime o baja el
pensamiento humano, si le niega la potencia de poner absolutamente las cosas
conocidas.
Las cosas conocidas u objetos, como se entiendan, requieren supremo sujeto,
el cual, sin embargo, debe absolutamente trascender tanto los objetos como
los sujetos de lo contrario, ninguna explicación tendríamos, tanto de
cosas, como de la inteligibilidad del pensamiento.
Los pensadores modernos, deambulan extraviados porque no tienen horizonte en
que guiarse, así llegan al inmanentismo y se aferran a él como playa
salvadora, porque ignoran que el realismo tomista los llevaría como
estrella perenne en el firmamento, a atracar en puerto seguro.
7. I Cfr. Revista Vertebral Año 12 núm. 46, “Fe y Raz UPAEP. p.69.
2 Cfr. Revista de la Sod Mexicana de Filosofía, noviel 13. p. 49.
Autor: José Jesús Gálvez Yánez
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