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Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 21, febrero 2008
Foto:Baharri
http://confidenciasdeungerente.blogspot.com
Efrén Martín, gerente de y profesor de la Universidad de Deusto
www.fvmartin.net
Una mujer reparó, a través de la ventana, que
una vecina colgaba sábanas en el tendedero.
-“¡Qué sábanas tan sucias está colgando!”, le
comentó a su marido.
Él miró y quedó callado. Y así, cada dos o tres
días, la mujer repetía su discurso, mientras la
vecina tendía sus ropas al sol y el viento. Pasado
un tiempo, la mujer se sorprendió al ver a la
vecina tendiendo las sábanas limpias y le dijo a
su marido:
-“¡Por fin aprendió a lavar la ropa!”.
El marido respondió:
-“¡No, querida! Hoy me levanté más temprano y
limpié los cristales de nuestra ventana”.
(Autor desconocido).
Esta historia nos recuerda que todos vemos la
realidad indirectamente, a través de la
interpretación que nos imponen los cristales de
nuestras creencias.
Cuando juzgamos las ideas y conductas de
los demás, suponemos que los otros están
equivocados y a ellos les corresponde cambiar.
No dudaríamos en utilizar el lavado de cerebro
para hacerles entrar en razón.
Pero no es su mente la que hemos de lavar,
sino la nuestra. Cuando nos disgustamos suele
ser más por lo que imaginamos y por lo que
pensamos que otros piensan, que por lo
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auto-irritamos con nuestras creencias. Más
claro: No nos ofenden las creencias de los
demás sino las nuestras, que suponemos
suyas.
Dejaríamos de sufrir y hacer sufrir si
fuéramos conscientes de este autoengaño
proyectado, que nos hace creer que los
demás son peores que nuestras peores
suposiciones: nos disgustan quienes
pensamos que piensan lo que nos disgusta.
Lo absurdo es que nos aferramos a
nuestras creencias como a una muela
cariada que nos atormenta y que nos
negamos a extraer por miedo a sufrir;
convirtiendo el dolor en permanente. Más
aún, personas dominadas por sus
fanáticas creencias prefieren matar a otros
antes que cambiar de ideas.
Gandhi sabía cómo salir del infierno,
como refleja el increíble consejo que dio a
un hindú atormentado por haber matado a
un niño musulmán, en venganza por el
asesinato de su pequeño hijo, a manos
musulmanas:
“Busca un niño, un niño a cuyos padres
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que es musulmán y edúcale… como
musulmán”.
Prescindiendo de la literalidad de una
antigua traducción, no se trata de
arrancarse los ojos si nos ofenden; porque
sin ellos podemos seguir “viendo” lo
mismo, excepto la luz y sus colores. La
sentencia actualizada bien podría ser:
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  • 1. Publicado en: Observatorio de Recursos Humanos y Relaciones Laborales, Nº 21, febrero 2008 Foto:Baharri http://confidenciasdeungerente.blogspot.com Efrén Martín, gerente de y profesor de la Universidad de Deusto www.fvmartin.net Una mujer reparó, a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero. -“¡Qué sábanas tan sucias está colgando!”, le comentó a su marido. Él miró y quedó callado. Y así, cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, mientras la vecina tendía sus ropas al sol y el viento. Pasado un tiempo, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas limpias y le dijo a su marido: -“¡Por fin aprendió a lavar la ropa!”. El marido respondió: -“¡No, querida! Hoy me levanté más temprano y limpié los cristales de nuestra ventana”. (Autor desconocido). Esta historia nos recuerda que todos vemos la realidad indirectamente, a través de la interpretación que nos imponen los cristales de nuestras creencias. Cuando juzgamos las ideas y conductas de los demás, suponemos que los otros están equivocados y a ellos les corresponde cambiar. No dudaríamos en utilizar el lavado de cerebro para hacerles entrar en razón. Pero no es su mente la que hemos de lavar, sino la nuestra. Cuando nos disgustamos suele ser más por lo que imaginamos y por lo que pensamos que otros piensan, que por lo que realmente es. Nadie nos irrita, nos auto-irritamos con nuestras creencias. Más claro: No nos ofenden las creencias de los demás sino las nuestras, que suponemos suyas. Dejaríamos de sufrir y hacer sufrir si fuéramos conscientes de este autoengaño proyectado, que nos hace creer que los demás son peores que nuestras peores suposiciones: nos disgustan quienes pensamos que piensan lo que nos disgusta. Lo absurdo es que nos aferramos a nuestras creencias como a una muela cariada que nos atormenta y que nos negamos a extraer por miedo a sufrir; convirtiendo el dolor en permanente. Más aún, personas dominadas por sus fanáticas creencias prefieren matar a otros antes que cambiar de ideas. Gandhi sabía cómo salir del infierno, como refleja el increíble consejo que dio a un hindú atormentado por haber matado a un niño musulmán, en venganza por el asesinato de su pequeño hijo, a manos musulmanas: “Busca un niño, un niño a cuyos padres hayan matado. Un niño muy pequeño. Edúcale como a tu hijo, pero asegúrate de que es musulmán y edúcale… como musulmán”. Prescindiendo de la literalidad de una antigua traducción, no se trata de arrancarse los ojos si nos ofenden; porque sin ellos podemos seguir “viendo” lo mismo, excepto la luz y sus colores. La sentencia actualizada bien podría ser: SSii ttuuss ccrreeeenncciiaass ttee ooffeennddeenn,, ¡¡aarrrráánnccaatteellaass!!