En el siglo XIX se inicia “un nuevo tipo de educación para la producción social polarizada por la clase trabajadora en ascenso, formada en la producción colectiva y en gran escala, portadora de un germen revolucionario a instancias de su aspiración de convertirse en dueño colectivo, en propietario socialista y se propone volcar la educación hacia la vida y la producción social (Dewey) pero con la perspectiva de crear una humanidad única y pluralista a la vez”. En la actualidad la demanda de la ecuación para la producción social toma otro contexto; el de la generación de su propio trabajo, el del trabajo productivo pero por si mismo, el de la autogeneración de procesos productivos, sociales y hasta culturales con identidad propia, integrando la enseñanza de las competencias con su proyecto de vida.