El campesino paraguayo y la tierra. 12 de junio de 1983
1. Carta Pastoral
El campesino paraguayo y la tierra
Introducción
Una vez más los Obispos del Paraguay nos dirigimos a los fieles de
nuestras juridicciones y a todos los hombres de buena voluntad que
habitan este suelo bendito de la patria. Lo hacemos para presentar a
la consideración de todos un modesto aporte a la solución adecuada
del grave problema de la tierra, su posesión y su uso en nuestro país.
El problema no es nuevo. Se remonta al pasado de los primitivos
guaraníes; a la época de la conquista y la colonia española; al tiempo
de la independencia, en particular, durante los gobiernos del Dr.
Francia y de Don Carlos Antonio López y al período que viene desde
la conclusion de la gran guerra en 1870 hasta nuestros días. Capítulos
que tienen suma importancia y merecen especial estudio en lo que se
refiere a la tenencia de tierra en nuestro país. La situación actual es
continuación - en muchos aspectos - o al menos, efecto del histórico
drama de la tierra.
Pero hoy se ha agudizado el problema por la concurrencia de diversos
y nuevos factores, económicos, sociales, políticos y culturales que
han surgido en nuestros días.
Además, el problema presenta aspectos y consecuencias diferentes
en ambientes concretos. No es la misma, por ejemplo, la situación
del campesino agricultor que la del trabajador en los barrios periféricos
de Asunción y de las ciudades y pueblos del interior, o en las zonas
inundables del litoral de los grandes ríos.
Así mismo merece especial consideración la precaria situación de
los indígenas, que si bien en números absolutos pueden ser poco
numerosos en comparación con los grupos antes mencionados,
configuran un grupo humano de tan peculiares características que su
problema de tierra se vuelve cada día más serio dentro del proceso de
desarrollo del país.
Sin dejar de reconocer la importancia del problema en otros sectores,
que tocaremos en otra ocasión, nos referimos en esta Carta solo al del sector
rural.
La nuestra es una voz de pastores que ven en el problema la vigencia
2. o la ausencia de principios de ética humana y de moral cristiana que
están por encima de las leyes y del ordenamiento jurídico. Está en
juego la aplicación concreta del Evangelio.
Ya Mons. Juan Sinforiano Bogarín, el gran patriota, pastor y
misionero, entre sus muchas prédicas a los agricultores, en 1914 les
decía en una Carta Pastoral: "Queremos que vosotros no seais en este
trabajo otra cosa que la prueba inequívoca del interés con que miramos
juntamente con vuestra salud eterna, vuestro bienestar en este mundo".
Idéntica preocupación nos mueve. Los problemas vitales del mundo
rural golpean nuestros corazones en las visitas pastorales de pueblos
y compañías, en encuentros de sacerdotes y laicos, en los organismos
de servicio de parroquias, diócesis y de la misma Conferencia
Episcopal, y sobre todo en el permanente desfilar de campesinos en
nuestros despachos en actitud de esperanza porque se les brinde
comprensión y socorro. Sabemos perfectamente que la solución
integral del porblema no está en nuestras manos y que ni si siquiera
nos corresponde su aspecto técnico, pero no podemos renunciar a
impregnar con la luz del Evangelio un problema que así lo reclama, y
a ser "voz de los que no tienen voz" y depositan en nosotros su confianza.
Tres partes abarcará la carta. La primera parte trata de algunos aspectos
que nos parecen más salientes hoy en la realidad del "Campesino paraguayo y la
tierra".
La segunda, sobre nuestra "Visión cristiana de esa realidad", como
elemento de juicio sobre ella y como base segura de una eficaz labor pastoral.
La tercera parte, que incluye "Orientaciones pastorales", señala
respuesta eclesial a corto y largo plazo.
PRIMERA PARTE
1. EL CAMPESINO PARAGUAYO Y LA TIERRA
La rápida y compleja transformación que ha experimentado el sector
rural de nuestra patria ha sido en estos últimos años objeto de honda
preocupación para la Iglesia. Se trata de un drámático problema cuyas
raíces hemos de buscar no solo en el modelo de desarrollo socio-
económico vigente sino también en la concepción y aplicación de
una determinada política de la distribución y explotación de la tierra.
Esta preocupación crece con intensidad, día a día, en el ánimo de los
fieles y en nuestra conciencia de pastores.Repercute el problema en
todo el ámbito de la sociedad nacional. Exige, por consiguiente, urgente atención.
En las últimas décadas se han dado positivos pasos con el esfuerzo
desplegado por el Instituto de Bienestar Rural (IBR) en la distribución
3. de muchos lotes de tierra a los campesinos. Esta ingente labor puede
medirse recordando que de 1955 a 1980 se distribuyeron
aproximadamente 80.000 lotes agrícolas. Se logró así, en cierta
medida, descongestionar la población asentada en áreas de
minifundios, hacia nuevas zonas de colonización y surgieron así
nuevos núcleos poblacionales. No debe olvidarse, al respecto, que el
Estatuto Agrario vigente recién data de 1963. Pero, por positiva que
fuere esta acción, es necesario reflexionar sobre hechos reales que
manifestan la hondura del problema y claman por soluciones muchas
veces diferentes de las que van ensayándose.
1.1. EL MODELO DE DESARROLLO
En el Plan de Pastoral Orgánica, Nº 071, se lee "todo parece indicar
que los moldes estructurales con que se seguirá dando este proceso
responderán al más crudo esquema capitalista neo-liberal, con el
privilegio exclusivo del crecimiento económico y del lucro como
motor central, relegando las inquietudes sociales y humanitarias".
Si lo comparamos con los modelos de otros tiempos, vemos que el de
la actualidad sigue siendo un modelo agro-exportador, pero se
distingue por la instalación y el predominio de la unidad empresarial
capitalista a partir de escalas desconocidas en el Paraguay. Varias de
estas empresas, son de gran envergadura y pertenecen al capital
extranjero. Este fenómeno no se limita al ámbito de la economía
agrícola, pues también se lo encuentra en otros sectores económicos:
agro-industrial, construcciones, finanzas, etc. y por supuesto, tienen
repercusiones en los mismos condicionamientos políticos.
1.2. CONSECUENCIAS PRINCIPALES
Entre las principales consecuencias generadas cabe mencionar las siguientes:
a) Empobrecimiento del campesino
Ciertamente esta situación no es nueva. Lo peculiar del actual proceso
es el ensanchamiento y dureza del empobrecimiento campesino.
Estimulados los productores del campo por la modernización
económica, tienden a reemplazar los cultivos de subsistencia por los
de carácter comercial. Cuando esta modalidad no surte los efectos
esperados por los bajos precios recibidos, la situación se vuelve
dramática. Esta es una dolorosa realidad vivida por muchos campesinos.
b) Aumento de la asalarización
Como consecuencia del fenómeno anterior, la opción del trabajo
asalariado se vuelve imperiosa y aparece como el único medio para
asegurar la subsistencia familiar. En coincidencia con la disminución
del movimiento migratorio al extranjero, la expansión del mercado
de trabajo rural y urbano hizo posible la concreción de la progresiva
4. asalarización. Así, por ejemplo numerosos campesinos se
incorporaron al mercado de trabajo abierto por la construcción de la
represa de Itaipú y el crecimiento de centros urbanos aledaños.
Gran parte de esta mano de obra ya ha sido despedida.
Aquellos cuyas familias pudieron sostener sus fincas agrícolas
volvieron a ellas. Los otros, que no contaban con esa situación,
quedaron en la ciudad haciendo múltiples labores, generalmente mal
remuneradas. Este hecho va generando el aumento de desocupados y
de poblaciones marginadas en ciudades y pueblos.
c) La valorización de la tierra y su especulación
Este es un fenómeno reciente surgido al inclujo del nuevo estilo de
desarrollo. La tierra es considerada un bien de lucro. En consecuencia
se procura acumularla y especular con ella. En muchas partes del
país, los campesinos - con título o no - venden sus propiedades o sus
mejoras, pensando sacar ventajas. No siempre estas esperanzas se concretan…
d) El cambio cultural
Es indudable que importantes cambios se producen en el seno de la
cultura campesina. Así, en la medida que sus prácticas productivas
se insertan en la lógica de la economía moderna y capitalista, los
productores campesinos asumen criterios y valores individialistas.
Tienden a desaparecer viejas practicas solidarias, como la minga.
Insensiblemente el hombre campesino, abandona su género de vida
tradicional y asume el estilo de vida impuesto en la moderna sociedad
de consumo, incentivado por los medios de comunicación social como
la radio y, en parte, por la televisión. Esto se ve en el afán de adquirir
por cuotas objetos que superan la propia capacidad, en los cambios
en la vestimenta y alimentación, en las diversiones animadas por una
cadena de explotadores, e incluso en las formas de expresión de la
religiosidad. Por supuesto, estos cambios son mayores en aquellas
zonas rurales más directamente influenciadas por las grandes ciudades.
1.3. Los problemas de la posesión y explotación de tierra
Queremos mencionar ciertos casos claramente causados por proyectos
tendientes a consolidar la modernización de la economía agraria:
a. Reconstitución de grandes propiedades
Se conoce la formación de grandes predios reconstituidos con la
incorporación de los lotes distribuidos en algunas de las colonias. El
gran estímulo para ello proviene de las condiciones favorables abiertas
por el mercado de la tierra. Estas anexiones a veces son pacíficas,
pero otras veces se recurre a presiones que llegan hasta el desahucio y la
violencia.
5. b. Ejecución de créditos hipotecarios
En algunos programas de desarrollo rural los lotes de los prestatarios
de créditos pasan directamente al Banco, sin gestiones judiciales
previas. Así, estas tierras pueden ser transferidas y reagrupadas en
unidades mayores. Ciertamente estos hechos no son nuevos.
Nuevo es el procedimientro utilizado para recuperar los créditos y
para crear circunstancias que favorecen la recomposición de grandes
explotaciones y latifundios.
c. Apropiación de campos comunales
La legislación agraria vigente favorece y regula la creación y
utilización de los campos comunales. Desgraciadamente no siempre
se puede garantizar la instalación y el aprovechamiento de estos campos.
En no pocos casos, personas amparadas en la fuerza o en su poder
político o económico se apropian de estas tierras. La pérdida del campo
comunal, acarrea graves perjuicios a la comunidad campesina.
d. Desalojos
Los desalojos concretados y los intentos de desalojos se dan en dos situaciones:
1. Cuando el propietario, antiguo o reciente, desea vender la
tierra "libre de ocupantes", y
2. Cuando los nuevos propietarios que adquirieron tierras con
sus ocupantes, desatienden los derechos de ocupación,
valiéndose de agentes ligados al aparato estatal. En todas estas
cuestiones inciden factores de índole económica y de índole
política. La fuerza y la violencia que algunos emplean apoyados
en el respaldo político, hacen que una amenaza permanente
caiga sobre muchos campesinos.
1.4. Deficiencias de las instituciones administrativas
No son pocas las vicisitudes por las que tienen que pasar muchos
campesinos en defensa de sus derechos.
De ahi que lleguen a perder toda esperanza en la efectiva respuesta
de parte de las instituciones pertinentes.
Si a esto se une la natural dificultad que tienen elllos para
desenvolverse en gestiones administrativas y judiciales, podemos
comprenden fácilmente una actitud de desilución y de desconfianza.
Recordemos brevemente los conflictos más importantes producidos
por la mala y hasta corrupta acción administrativa:
a. Ventas dobles
Parece mentira pero se dan casos - y no son pocos - de ventas dobles.
Algunas veces es una empresa inmobiliaria que cobra a los colonos
el valor de sus lotes contra la expedición de un simple recibo, y al
mismo tiempo vende a terceros la misma tierra, otras veces es la
6. misma institución encargada de implementar los programas de
colonización, el I.B.R., la que por desconocimiento o confusión,
expide más de un título de propiedad sobre la misma parcela. Lo más
grave del caso es que la solución ulterior del conflicto queda a cargo
de los mismos afectados...
b. Desposesión directa
Con relativa frecuencia se presentan casos en que los campesinos
sufren de desposesión directa del lote asignado por haber tenido algún
retraso en el pago de sus cuotas. Se lo reemplaza por un buen pagador,
que además de poder fácilmente pagar al contado el precio de venta
actualizado, suele poseer algún respaldo o fuerza política. Desde luego
no podemos desconocer la obligación contraída por los campesinos
asignatarios de lotes. Pero cuando la tierra se transforma en artículo
de lucro y de negociación, no se atienden los reales motivos de falta
de pago y es condenable también la arbitrariedad a que son sometidos.
Se crea un problema social que suele poner en zozobra a humildes trabajadores.
c. Problemas de mensuras y linderos
La falta de mensura correctamente realizada en su debida oportunidad,
provoca gastos innecesarios (mensuras nuevas) y, lo que es peor,
distanciamientos y hasta peleas entre vecinos. Esta clase de problemas
se presentan de modo predominante en áreas de antiguo poblamiento
campesino, pues, en dichas áreas es donde se hace más aguda la presión
demográfica.
d. Desalojo para aumento de precio de las tierras
La presión ejercida sobre campesinos para el desalojo con el objeto
de aumentar el precio de las tierras se da, sobre todo, con loteadores
privados (empresas o individuos), que por un lado desconocen las
tarifas del I.B.R. y por otro abusan en sus exigencias de precios y
plazos. Frecuentemente dichos loteadores cuentan con el recurso fácil
a la fuerza para imponer sus exigencias.
e. La acción de la justicia
No sería completa la enumeración de problemas que afectan al
campesino si no mencionáramos la acción de la justicia. Una vez
más debemos señalar con pena pero con claridad, la desconfianza en
la labor de los jueces. Desconfianza ampliamente justificada, pues
son innumerables los casos de violación de derechos que no solo
quedan impunes sino hasta amparados por decisiones y sentensias simplemente
injustas.
1.5. Actitud del hombre paraguayo ante la tierra
Es evidente que el campesino paraguayo puede vivir años y décadas
sin preocuparse de la titulación de su tierra. Pareciera no interesarse
por la propiedad o por la formalidad del documento. Y nos
7. preguntamos ¿porqué tan fácilmente muchos vuelven a vender sus
terrenos o ceden sus derechos de ocupación luego de cobrar por sus
mejoras? ¿No está eso en vivo contraste con el apego al terruño, al
pueblo, al valle, con que otras veces se manifiestan?
En general parece que la civilización del papel y el recurso a la
documentación, no logró aún su ingreso y plena vigencia en la
sociedad campesina de nuestro país, todavía en gran parte de cultura
oral. Pocas personas tienen sus documentos y hay poca preocupación
por obtenerlos. Incluso es notable la despreocupación por inscribir a
sus hijos en el Registro Civil. El hombre de campo tiene la convicción
entreñable de que con relación a la tierra sus mejores títulos han sido
y siguen siendo la ocupación y el trabajo.
La experiencia le enseña al campesino que su trabajo es la fuente
primera que provee a la subsistencia y al bienestar de la familia. Por
eso mismo se cree con todos los derechos para seguir explotando la
tierra que cultivaron sus mayores. La moderna economía capitalista,
en cambio, transforma la tierra en valor de lucro y presiona con su
modelo sobre la mentalidad campesina.
Apenas apuntamos este tema que merece atención y estudio para poder
conocer cabalmente el profundo sentido de pertenencia de la tierra al
campesino y del campesino a la tierra que cultiva.
Indudablemente debemos recurrir a la educación del hombre del
campo con relación a la importancia y al valor de la documentación del terreno que
ocupa.
La mejor colocación del fruto de su trabajo permitirá al campesino
cubrir las cuotas de su terreno sin sobresaltos ni angustias.
Nuestra reflexión debe señalar con énfasis la confianza en el pueblo
campesino. Confianza que nace del conocimiento de su gran capacidad
de trabajo, de sacrificio y de iniciativa. Innumerables veces lo ha
demostrado a lo largo de la historia y en circunstancias difíciles. El
solo hecho de subsistencia con dignidad y decoro en situación tan
adversa y con recursos tan escasos, habla a las claras de la calidad
personal del campesino paraguayo.
1.6. Las organizaciones campesinas
Los campesinos tienen escasa o ninguna posibilidad de entrar a
competir con sus productos y deseos de justa retribución a la bien
organizada red de intermediarios y explotadores de todo orden. De
ahi la importancia fundamental de organizaciones que protejan y
orienten a los campesinos en sus planes de trabajo, en su producción
y comercialización. No pocas veces son los mismos intermediarios
8. los que dificultan o impiden que tales organizaciones sean eficientes.
Y en esta tarea interesada no falta el recurso a la falsa política y a
todo tipo de intimidación y desconfianza.
Sin embargo, otra es la enseñanza de la Iglesia.
Así, para limitarnos a documentos recientes, el Papa Juan Pablo II
afirma que "el derecho al trabajo puede ser lesionado cuando se niega
al campesino el derecho a la libre asociación en vista de la justa
promoción social, cultural y económica del trabajador agrícola"
(Laborem Exercens Nº 21). Y aún antes de este documento pontificio,
la Conferencia Episcopal Paraguaya en su Plan de Pastoral Orgánica
señalaba como una de sus prioridades: "una pastoral de la tierra, que
apoyada en el fomento de organizaciones campesinas, difienda a los
trabajadores rurales..." la prioridad que desde luego en la Carta
Pastoral de 1979 sobre el Saneamiento Moral de la Nación estaba ya
señalada con el propósito de "rehacer el tejido social de la nación".
De ahí que en esa misma ocasión los Obispos pedíamos a los
responsables del bien público de la nación el reconocimiento y el
apoyo a los llamados cuerpos intermedios.
Por otra parte, muchas son las experiencias positivas que se han
llevado a cabo en el plano de las organizaciones campesinas y la
promoción humana integral del campesino. Algunas propiciadas por
agentes extra-campesinos (personas e instituciones públicas, sociales,
eclesiásticas, etc.), y otras, en menor proporción, promovidas por los
mismos campesinos. Podemos citar las cooperativas, los comités de
agricultores y las comunidades de base como las modalidades de mayor
significación.
SEGUNDA PARTE
2. VISIÓN CRISTIANA DE LA REALIDAD
2.1. Realidad y doctrina
Detenernos a examinar la realidad no significa buscar aspectos
negativos para promover críticas ni limitarnos al entusiasta aplauso
que sugieren los aspectos positivos de la realidad. Nuestro propósito
es otro. Estamos convencidos de la necesidad de conocer y evaluar la
realidad para poder transformarla según el plan de Dios. Pues el Señor
no quiere que como autómatas repitamos gestos ni mucho menos
quiere que pasivamente aceptemos situaciones injustas e irritantes.
Los Obispos tienen el derecho y la obligación de iluminar la realidad
con la luz de la fe. Nada peor que una Iglesia muda y ciega. Más de
una vez hemos recordado esta responsabilidad que tenemos los que
por designio de Dios estamos constituídos como pastores y servidores
de este pueblo. De allí que el conocimiento de esta realidad del hombre
9. paraguayo y su relación con la tierra nos lleve a confrontarla con la
palabra de Dios y con el magisterio de la Iglesia que iluminará con
visión propia esa realidad. Hemos descubierto hechos que no
corresponden a la voluntad de Dios. No podemos callarnos ni
queremos hacerlo. Proponemos, por tanto, estas reflexiones que
constituirán elementos de juicio sobre la realidad y base segura de
una eficaz labor pastoral.
2.2. Iluminación cristiana del problema
Ofrecemos como síntesis de la doctrina cristiana sobre el dominio de
la naturaleza y sobre el destino de los bienes para uso, provecho y
realización plena de todos los hombres, la enseñanaza del Concilio
Ecuménico Vaticano II, que en la Constitución sobre la Iglesia en el
mundo de hoy dice: "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene
para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia los bienes
creados deben llegar a todos en forma equitativa, bajo la égida de la
justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas
de la propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos
según las circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de
vista este destino universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al
usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee
como exclusivamente suyas, sino también comunes, en el sentido de
que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás"
(Gaudium et Spes, 69).
2.3. La Palabra de Dios
En el relato de los orígenes del mundo, vemos en los primeros
capítulos de la Escritura, que Dios Padre crea al hombre del lodo de
la tierra, pero "a su imagen y semejanza" (Gen. 1,26). Es puesto por
Dios "en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara" (Gen.
2,15). El hombre, todo hombre, es dueño de la tierra. Por derecho
propio, aunque subordinado al derecho absoluto de Dios, puede
enseñorearse de ella con el conocimiento de la razón y con la fuerza
de sus manos. Cada persona humana tiene derecho a tomar del mundo
que le rodea los medios de subsistencia, como son el alimento, la
indumentaria y muchos otros recursos de la vida.
Este designio primero de Dios, que establece tanta solidaridad del
hombre con la tierra, ha seguido luego, todas las vicisitudes que la
existencia humana ha padecido. Después de la caída original de Adan
y Eva, la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza se obscurece
por causa del pecado. También la tierra se vuelve difícil, produce
espinas y resiste al esfuerzo del trabajo. Desde entonces ha sufrido
serios transtornos la justa relación del hombre con la tierra y se ha
hecho muy difícil el uso racional y honesto de los valores terrenos.
Asaltan al hombre tentaciones y apetitos desbordados de todo género.
A veces, vencido por la desidia y la pereza, el hombre abandona la
10. tierra y la deja sin cultivo, deforme por la esterilidad.
Más frecuente es, sin embargo, la codicia y la avaricia con que la
voluntad de los hombres apetece los bienes de la tierra, procurando
atesorar riquezas en forma desmedida, haciendo violencias y armando
trampas para abusar de los bienes y derechos ajenos.
Los Profetas del Antiguo Testamento han sido voceros vehementes
con que la palabra de Dios ha denunciado la iniquidad de los ricos y
poderosos que hacen uso de la tierra oprimiendo a los pobres y
explotando a los humildes. Oigamos, por ejemplo, al Profeta Amós,
"Profeta de la Justicia Social", que escribe: "Así dice Jave: Seré
inflexible con Israel por sus crímenes. Porque venden al inocente por
dinero y al necesitado por un par de sandalias. Pisotean a los pobres
en el suelo y ponen dificultades a los humildes" (Amós 2, 6-7).
Ásperamente el Profeta Isaías dice: "Ay de vosotros que juntáis casa
con casa y anexionáis campo a campo hasta ocupar todo el sitio y
quedaros solos en medio del país" (Isaías 5,8).
La venida de Cristo al mundo ha transformado de nuevo esta condición
violenta de nuestras relaciones con la tierra. El Nuevo Testamento
confirma las reglas morales del Antiguo Testamento y las eleva de
nivel ético. La gracia de Cristo hace posible buscar, poseer y usar los
bienes de la tierra en justicia y santidad fraterna. "No pueden servir a
Dios y a las riquezas" dice Jesús (San Mateo 6,24). Y también:
"Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se les
dará por añadidura" (San Mateo 6,33). Jesús no condena la propiedad
y el uso individual de los bienes terrestres. Pero con vehemencia
recuerda la comunión y participación de todos, especialmente de los
pobres, en esos mismos valores que Dios Padre dejó para subsistencia
y bienestar de todos. Podremos resumir la doctrina del Nuevo
Testamento sobre la posesión y el uso de los bienes de la tierra diciendo
que es necesaria y legítima, pero no podemos ni debemos convertir
esos bienes en valores absolutos. Jesús habló con toda claridad:
"Ahora les doy mi mandamiento: Amense unos con otros" (San Juan
15,12), y también: "Yo les ordeno esto: Que se amen los unos a los otros" (San
Juan 15,17).
Este es el mandamiento nuevo de Jesús.
A partir de entonces es claro que la fuerza del amor cristiano es la
única energía que vuelve posible la práctica de la justicia. El amor es
el corazón del cristianismo.
Así lo entendió la primera comunidad cristiana.
11. "Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común" (Hechos
de los Apóstoles 2,44). "No había entre ellos ningún necesitado,
porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el
importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía
a cada uno según sus necesidades" (Hechos de los Apóstoles 4,34/5).
2.4. Tradición y Magisterio de la Iglesia
Estos testimonios de la Escritura fueron recogidos celosamente y
explicados por el pensamiento cristiano.
En los primeros siglos los Padres de la Iglesia, más próximos a las
fuentes evangélicas y más sensibles a los clamores de los Profetas
bíblicos dejaron una preciosa enseñanza sobre el sentido de la
propiedad, el destino de la tierra, la responsabilidad de los ricos, las
exigencias de la justicia…Lo que más se destaca es la insistencia
con que señalan que la intención primera de Dios era destinar todos
los bienes de la tierra a todos los hombres. No hay, según el designio
de Dios y la ley natural, seres humanos excluídos ni hay propietarios
exclusivos. Así, San Basilio predicaba: "La tierra fue dada en común
a todos los hombres, ninguno considere propio aquello que está más
allá de lo necesario…" San Juan Crisóstomo es más explicito y
vehemente: "Dios nunca hizo a unos ricos y a otros pobres. Dio la
misma tierra para todos. La tierra es toda del Señor y los frutos de la
tierra deben ser comunes a todos".
A lo largo de los siglos se irá logrando mayor precisión de conceptos
y de lenguaje. Santo Tomás de Aquino, maestro del pensamiento
cristiano medieval, resume la doctrina de los padres y le da forma
ecuánime y precisa. Enseña él que está permitido a alguien poseer en
forma propia. Pero si se habla del uso, los bienes son comunes y
quien los posee debe cederlos fácilmente a los que los necesitan (2,2
c 66, a 2). Llegamos así a la época moderna y a los grandes cambios
de orden cultural y socio-económico de los últimos siglos. La Iglesia
desea ser fiel a esta larga tradición doctrinal y a las graves exigencias
de la época y no cesa de ejercer su magisterio sobre la llamada
"cuestión social". Principalmente los Romanos Pontífices nos ofrecen
abundante fuente de enseñanzas. Pío XII, en 1941 reafirma el derecho
natural de propiedad privada pero destacando y exigiendo al mismo
tiempo su función social. Juan XXIII, en su Encíclica Mater et
Magistra afirma "el conjunto de los bienes de la tierra está destinado
para el digno sustento de todos los seres humanos". Ya hemos
recordado el contenido fundamental de la enseñanza del Concilio
Vaticano II.
Mencionamos aún al Papa Paulo VI que en Populorum Progressio
afirma que "la propiedad privada no constituye para ninguno un
derecho incondicional y absoluto" (Nº 23). El mismo Papa en la
12. Octogésima Adveniens llama la atención sobre las grave amenaza
que representa la explotación irracional de la naturaleza.
Finalmente recordemos la abundante doctrina del Papa Juan Pablo
II, con particular y concreta resonancia por haber sigo dada en los
mismos países del tercer mundo. "La Iglesia defiende el legítimo
derecho de la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad
que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social,
para que los bienes sirvan al destino general que Dios le ha dado" (a
los indígenas de México, enero de 1979). En su primera encíclica
enseñaba ya que "la explotación de la tierra para fines no solo
industriales sino también militares, el desarrollo de la técnica no
controlado ni encuadrado, en un plano a nivel universal y
auténticamente humanístico, lleva muchas veces consigo la amenaza
del ambiente natural del hombre, la enajenación en sus relaciones
con la naturaleza y lo apartan de ella" (R.H 15).
De toda esta abundante doctrina que la Iglesia ha dado a lo largo de
los siglos, podemos destacar ciertas reglas fundamentales:
a. La tierra es un don de Dios para todos los hombres. Esto significa
que la participación universal de los bienes es la ley fundamental
que legitíma y regula la posesión y el uso de los valores.
b. La apropiación individual de la tierra es legítima toda vez
que ellos no se constituya como un derecho absoluto, ilimitado
e inamovible. Es un derecho real pero limitado y relativo, medio
racional y congruente para que todo ser humano tenga acceso
suficiente para el uso y provecho de la tierra.
c. El trabajo humano y la explotación técnica de la naturaleza
para el logro de la propia y digna subsistencia han de hacerse
de manera racional y moral. Así quedan a salvo la conservación
y el mejoramento de la naturaleza así como la dignidad del
hombre y su apertura a los valores supremos de la existencia.
Vale más el ser que el tener. Así puede ejercer su libertad de
hijos de Dios y de ciudadanos, y pueden ser respetados sus
derechos y obligaciones fundamentales.
d. Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote
racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar
para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial.
Este derecho (establecido en nuestra misma Constitución
Nacional) debe estar garantizado para que su ejercicio no sea
ilusorio sino real. Lo cual significa que además del título de
propiedad, el campesino debe contar con medios de educación
técnica, créditos, seguros y comercialización.
13. 2.5. Aspecto moral del problema
Una consideración especial merece la visión cristiana del problema
en su aspecto moral. En efecto, el tema del bien común no puede ser
olvidado cuando se trata de establecer las exigencias morales de la
propiedad. Se trata de un problema esencialmente moral.
La búsqueda del bien común, en la tradicional doctrina de la Iglesia,
es de tal modo obligatoria que nadie puede considerarse exento de
esta ley. En el Mensaje de fin de año lo recordábamos cuando
decíamos que es "un deber que incumbe a todos los ciudadanos".
Decíamos también que el bien común es la suma de condiciones que
permiten a los individuos y a las colectividades alcanzar su propia
perfección. La participación de todos los ciudadanos en la búsqueda
del bien común es pues un derecho y un deber. Y esta participación
se traduce en la superación de una concepción egoista de la propiedad
privada. Asi puede llegarse a la comunicación de bienes, no como
fruto de expoliaciones o de dádivas, sino como el resultado de la
participación activa de los ciudadanos en la producción y en el
desarrollo nacional.
Desde luego sera muy importante la vigencia de la justicia en esa
búsqueda y participación, en la comunicación de bienes, en todo. La
justicia es una disposición firme a dar a cada uno lo que le es debido.
Hay diversas formas de justicia que se mencionan como aspectos de
una exigencia fundamental. Así se habla de la justicia social como de
la obligación de todos los hombres de contribuir al bien común de la
humanidad. En el ámbito privado o particular se habla de la justicia
distributiva (recto reparto de bienes y cargas) y de la justicia
conmutativa (regulación del intercambio de bienes). No es posible,
por tanto, olvidar el carácter complejo de la justicia en una situación
concreta. Y, sobre todo, no es posible dejar de subrayar que todos
están obligados a contribuir al bien común de la humanidad entera.
No se trata, en suma, de enfrentar la justicia social y la justicia
particular. Se trata de comprender que la convivencia social supone
la vigencia del amor. Solo el amor, el auténtico amor, el que respeta
la dignidad y los derechos del hermano, es capaz de hacer cumplir la
justicia en la libertad de espíritu. Y en esa libertad de espíritu buscar,
en el ordenamiento jurídico de la sociedad, la forma de delimitar el
derecho de propiedad para ponerlo en concordancia con las exigencias
del bien común. El gran desafío de nuestro tiempo es hallar causes de
acceso a la propiedad para tantos hombres que necesitan tierra para
vivir y trabajar. Si no es fácil la respuesta, tampoco es imposible.
Nos cabe recordar las palabras del Papa Pablo VI en su Carta Encíclica
Populorum Progressio como síntesis de esta nuestra reflexión: "Si la
14. tierra esta hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia
y los instrumentos de su progreso, todo hombre tiene el derecho de
encontrar en ella lo que necesita". El reciente Concilio lo ha recordado:
"Dios ha destinado la tierra y todo lo que en ella se contiene para uso
de todos los hombres y de todos los pueblos, de modo que los bienes
creados deben llegar a todos en forma justa, según la regla de la
justicia, inseparable de la caridad. Todos los demás derechos, sean
los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio
libre, a ello están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario,
facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos
volver a su finalidad primera" (Populorum Progressio Nº 22).
TERCERA PARTE
3. ORIENTACIONES PASTORALES
3.1. Una respuesta eclesial
El conocimiento que tenemos del problema de la tierra en el Paraguay
y la reflexión que nos sugiere la Palabra de Dios y el Magisterio de la
Iglesia, nos llevan a formular, en esta última parte de nuestro trabajo,
estas orientaciones pastorales.
Ante todo ellas expresan el compromiso que los Obispos asumen en
nombre de la Iglesia en el Paraguay. Precisamente porque nos
consideramos miembros de la comunidad nacional queremos dar esta
prueba de interés por el bien común de la patria.
Pero también proponemos metas y tareas que deben ser buscadas y
emprendidas por todos. Gobernantes y gobernados, habitantes del
campo o de la ciudad, todos tenemos que participar en la gran tarea
de procurar a nuestro pueblo una vida que exprese la vigencia de la
justicia en el reinado del auténtico amor humano y cristiano.
Señalaremos, para una mejor comprensión y ordenamiento, tareas a
corto y largo plazo. Finalmente diremos también cuales son los deberes
que creemos nos corresponden a nosotros, los Obispos.
3.2. Tareas a corto plazo
a. En primer lugar es imprescindible y urgente un conocimiento
más amplio y una toma de conciencia mayor acerca de la misión
de la Iglesia en el mundo de hoy, y en particular, de la doctrina
o enseñanza social de la Iglesia. El Concilio Vaticano II, las
Encíclicas Pontificias, los Documentos del Episcopado
Latinoamericano reunido en Medellín y en Puebla, nuestro Plan
de Pastoral Orgánica, son los principales puntos de referencia
para lograr este objetivo. Todo ello para crear y formar la
conciencia y los criterios cristianos en la conducta personal,
familiar y social, uniendo así la fe y la vida concreta.
15. b. En consecuencia con el mismo se impone la tarea de orientar,
promover y acompañar a los cristianos a vivir su realidad
eclesial en comunión y participación. Necesariamente esta
comunión de vida y esta participación en la misión de la Iglesia
se expresarán en la organización solidaria que ayuden a todos
a crecer y a ser más.
c. Si los campesinos deben ser gestores de su propia liberación
y crecimiento es indudable la importancia de una educación
adecuada. Desde luego también es necesaria la asistencia
técnica, crediticia y legal a los mismos.
d. En las actuales circunstancias se impone la tarea de sanear
la posesión de la tierra que se trabaja. Ofrecemos los servicios
de la Pastoral Social Diocesana y Nacional para que por medio
de oficinas de asesoría juridical faciliten la solución del problema.
e. Creemos conveniente recalcar, una vez más, que estas tareas
no podrán ser implementadas cabalmente mientras la acción
de los agentes pastorales no canalice - a nivel educativo y de
acción - los problemas concretos del hombre paraguayo.
Dichos problemas deben ser asumidos no solo en la específica
labor de la pastoral social sino también en todos los órdenes y
dimensiones de la acción eclesial, sobre todo en el crecimiento
y maduración de la fe cristiana. Reiteramos nuestra confianza
en los esfuerzos que se realizan en tal sentido, en la labor
catequética, litúrgica, en la pastoral juvenil y vocacional, etc.
3.3. Tareas a largo plazo
a. Juzgamos necesario el estudio de un nuevo modelo de
apropiación, tenencia y uso de la tierra que no sea
necesariamente individual sino que responda a pautas
comunitarias de posesión y explotación aprovechando mejor
las parcelas de tierra y valorando el trabajo agrícola más
racional. Ciertamente es todo un desafío. Supone una tarea
ingente de empeño, estudio, prudentes iniciativas, organización
adecuada. Pero vale la pena asumir este desafío y recordar que
no sería nuestro país el primero que lo estableciera.
b. Con firme espíritu de bien común es necesario revisar
ciudadosamente la existencia de latifundios. Especialmente los
improductivos y asentados en terrenos aptos para la agricultura,
en cuyas proximidades existen numerosos campesinos sin
tierra, o sin tierra suficiente para un digno desarrollo de la
persona humana. Debe buscarse una nueva distribución de tales
propiedades en forma más equitativa.
16. c. Leyes y ordenaciones de este tipo deben prever iniciativas
encaminadas a la protección integral del productor rural, tanto
en la posesión y explotación de la tierra, como en la
comercialización de sus productos. Otro tanto se diga de la
asistencia y acompañamiento permanente que la vida y
actividad de los agricultores exigen.
d. Amplio y detenido estudio exige el modelo político de
desarrollo que deseamos para el Paraguay. Es un tema muy
importante que requiere la atención de las condiciones naturales
del país, de las diversas circunstancias que lo rodean, de las
previsibles consecuencias y dificultades, a corto y largo plazo.
El Paraguay se constituirá a corto plazo en un gran productor
de energía eléctrica. Con antelación debe ser estudiado el
empleo de ese ingente capital de energía cuyo aprovechamiento
debe ser racional y puesto al servicio del hombre paraguayo.
e. Finalmente digamos con énfasis que la defensa y
preservación del entorno natural y del medio ambiente
constituyen un aspecto importante en ese proyecto integral de
desarrollo. La naturaleza es un don de Dios para nuestro uso y
provecho, no arbitrario sino racional, no destructivo sino
proporcional y humano. Estamos aún a tiempo para preservar
las riquezas y bellezas de nuestra ecología. Con nuestro
esfuerzo técnico debemos salvar y mejorar este magnífico don
que es el Paraguay para los paraguayos.
3.4. Nuestros deberes
a. Queremos empeñarnos en forma perseverante y sistemática
en la orientación doctrinal y pastoral, tanto en forma personal
como institucional. Este es el deber que nos corresponde como
pastores de las Iglesias locales y como miembros de la
Conferencia Episcopal Paraguaya.
b. Queremos también dar testimonio claro de la opción
preferencial por los pobres, proclamada solemnemente en
Puebla y ratificada en el Plan de pastoral Orgánica de la Iglesia
en el Paraguay. Sin lugar a dudas, en nuestro medio el agricultor
campesino es una de las expresiones más vivas del pobre.
c. Nuestro compromiso de Obispos lo entendemos en el sentido
de escuchar, estar cerca, generar y acompañar todo proceso de
crecimiento y maduración en el bienestar integral humano en
que los mismos campesinos asuman la gestión y defensa de
sus legítimos derechos, y estén en condiciones de cumplir sus
17. correlativas obligaciones.
d. Hacemos un llamado vehemente a los sacerdotes y religiosos,
a las religiosas, a los catequistas, a los dirigentes y responsables
de comunidades, a cuantos conocen y sienten la persona
situación de nuestro mundo rural. A todos convocamos a
hacerse eco de nuestra voz y compromiso de Pastores y a poner
en marcha, en forma organizada, la múltiple acción de servicio
que estas circunstancias exigen. A todos pedimos la ayuda
necesaria para la formación cristiana de las conciencias y para
asumir posturas valientes hacia verdaderos cambios acordes
con la dignidad de la persona humana, en medio de una sociedad
cada vez más insensible y egoista.
3.5. Nuestra palabra final
Nuestra vocación y condición de cristianos, nuestro amor al hermano
deben expresarse en solidaridad efectiva y en vigencia de la justicia.
Hay mucho que estudiar y hacer. Hay tarea para todos. Queremos
que cada uno asuma la parte de compromiso que le corresponde para
extender el reino de Dios y su justicia en nuestro país.
Queridos hermanos: esta nuestra carta pastoral aparece en un momento
muy especial. El drama de las inundaciones conmueve a la nación
entera. Y es la nación entera la que en forma solidaria y ejemplar
muestra la capacidad del hombre paraguayo. Pedimos a Dios que nos
ayude a superar esta prueba dolorosa.
Exhortamos a todos a perseverar en la ayuda generosa.
Y con la mirada puesta en el bien de la nación ofrecemos nuestra
reflexión, nuestra plegaria y nuestro compromiso pastoral.
La protección maternal de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé
y el ejemplo del Beato Roque González de Santa Cruz nos ayudan a
llevar adelante, con dilatada esperanza los propósitos que tenemos
de hacer de la tierra paraguaya don de Dios para todos.
Asunción, 12 de junio de 1983
Por mandato de la Asamblea Plenaria
+ Jorge Livieres Banks
Obispo Auxiliar de Asunción y Secretario General de la CEP