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DEL AMOR QUE ES SER AMADO
THEOLOGIA CRUCIS ET GLORIAE
SÍNTESIS FUNDADA EN LA MUERTE DE CRISTO EN LA CRUZ  Y
MARÍA SANTÍSIMA A SUS PIES
Antonio Boggiano
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02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
AL LECTOR
UN SALTO A LOS BRAZOS DE DIOS
He tenido la duda acerca de si estos papeles pueden ser presentados como un
libro. Pero mi duda ha quedado disipada al descubrir la etimología de la palabra
libro que, tomada del latín, liber, libri, primitivamente significó "la parte interior de
la corteza de las plantas" que los romanos usaron como papel. Este sería, pues, un
libro.  Pero no un ebook!
El título de este libro fue originalmente TEOLOGÍA DE LA CRUZ.  Pero lo he
cambiado. Dos ideas competían en mi. Una era: "Morir diariamente". Un modo
vulgar del nulla die sine crucis.
Pero triunfó otro. El nuevo título seria: "Sobre el amor".  Pero éste resultó
demasiado lato. ¿De que amor se trataría?. Se puede hablar de muchas cosas al
hablar del amor.
Este libro, me parece, trata del amor que es ser amado. Y así es su título. Tiene un
subtítulo,  más propiamente teológico y por eso lo puse en lengua culta.
"Como el niño que salta confiado a los brazos de su padre porque sabe que no lo
va a dejar caer" (Hans Urs von Balthasar - San Josemaría Escriva, en la Comunión
de los Santos). Qué paradoja: yo, un ser-para-la-muerte a los brazos de Dios.
¡Podré convertirme en un ser-para-Dios!
"Este saber no sabiendo
es de tan alto poder
que los sabios arguyendo
jamás le puede vencer
que no llega su saber
a no entender entendiendo
toda siencia trascendiendo"
(San Juan de la Cruz)
Decir a quienes y para qué se destina un libro es definirlo. Este libro está
destinado al lector no especializado, ni siquiera familiarizado con la teología.
Menos aún para teólogos. Aunque, incidentalmente, los teólogos puedan
interesarse en el primer destinatario que es el hombre común. Todo hombre.
Toda mujer. O la inversa. Uno de nosotros.
A ellos va mi intento de mostrar la Cruz de Cristo, también, por cierto, a los no
cristianos. Y a los cristianos también. Es un libro apostólico. "Apóstolos" deriva
del griego "enviado". Va enviado y dirigido a mostrar la Cruz de Cristo y a invitar
a creer en Cristo y seguirlo. Así parece demasiado pretensioso. Pero la pretensión
no es mía; es de Cristo. Es quien viene, llama, invita, apremia, sugiere, ilumina o
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golpea, hiere,  apena, llena de "tristeza". Pero promete: "vuestra tristeza se
convertirá en gozo" (Juan, 16, 16-20)
Ascensión del Señor
2014
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SUMARIO
1.Precisión preliminar.
2.Introducción.
3. Uno de nosotros
4.La Cruz de Cristo como realidad radical, última.
5."Tocar el mal en sus mismas raíces".
6.La materia misteriosa de nuestra propia vida.
7.El dolor salvífico.
8.La Cruz de Cristo y la nuestra.
9.El samaritano y la teología moral.
10.La inteligibilidad de la palabra de Dios.
11.Ser para Dios y "ser de Dios".
12.La ética de las virtudes de Santo Tomás y la ética existencial formal de Karl
Rahner como respuesta a la ética de la situación.
13.La norma general y la norma individual.
14.Moral y derecho.
15.Los métodos de la casuística.
16.Conciencia y prudencia.
17.La equidad en Aristóteles.
18.Norma general de “individuum inefabile”
19."Dios lo hizo pecado por nosotros".
20.El dolor como privación.
21.Creer es tomar la Cruz. La opción final de la vida entera.
22.La "opción final" del buen ladrón.
23.La salvación de las almas y la curación de los cuerpos.
24.Spes gloriae.
25.La voluntad de Satanás y el poder de Dios.
26."Hago nuevas todas las cosas".
27.El dolor de Jesucristo en la Cruz.
28.La distinción de los cristianos.
29.La indulgencia plenaria de San Juan XXIII.
30."Lo que vimos y oímos"
31.Culpa y responsabilidad (Schuld und Haftung)
32.Status viatoris et mirabilis via.
33.La cruz de la Iglesia.
34.La Cruz en los Sacramentos.
35.La Muerte de Cristo y la nuestra con Él.
36.Una oración de Rahner.
37.El olvido de la Cruz.
38."Estar con el Señor".
39.La Resurrección: hecho histórico y meta-histórico.
40.La Teología de la Cruz en una idea de Santo Tomás.
41.La Encarnación de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
42.La Encarnación de Cristo y la divina maternidad de María.
43.Theologia Crucis Spes et Gloriae.
44.La unidad de la muerte y Resurrección de Jesucristo.
45.El dolor y el abandono de Cristo como misterio.
46.El ministerio sacerdotal de Cristo.
47.El mérito de la Pasión y muerte de Cristo y su descenso a los infiernos.
48.La Resurrección de Cristo.
49.La Madre del Redentor y la Cruz de Cristo.
50.La Ascensión de Cristo a los Cielos.
51.La justificación o santificación.
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52.Facienti quod est in se, Deus non denegat gratiam.
53.La predestinación.
54.Gracia y libertad.
55.Teología moral como antropología cristiana.
56.Ultima potentia.
57.Ultima ratio.
58.El futuro está en el presente, es el presente.
59.La casuística en la teología moral.
60.San Alfonso María de Ligorio y el refinamiento de la conciencia
61.La teología en el ateísmo moderno
62.“El Dios Crucificado” de Jürgen Moltmann.
63.Teología de la Cruz y el ateísmo
64.Teología trinitaria de la Cruz.
65.La muerte de Cristo esperanza nuestra
66.La muerte del hombre
67.Ars moriendi
68.Mysterium iniquitatis
69.El martirio como exaltación de la Cruz
70.Bautismo, Eucaristía y Unción de los enfermos
71.La Cruz rechazada.
72.Dios abandona al Hijo en la Cruz, Dios abandona al condenado .
73.Nuestra vida y la vida eterna.
74.La Teología moral de la Cruz
75.Sapientia crucis.
76.La justicia.
77.La perfección de las potencias.
78.La milicia o vida militante.
79.El martirio.
80.El temor y la virtud
81.La magnanimidad.
82.El precepto y la virtud.
83.La escatología.
84.La ley y el caso.
85. La política y la cruz.
86.Una Iglesia “pobre para los pobres”. Un diálogo con Karl Rahner.
87.Un amor que es ser amado.
88.La moral de la redención
89.Las Bienaventuranzas.
90.Bondad y justicia material.
91.La verdad de la Cruz.
92.La ley natural.
93."Ser del Señor"
94.El sacrificio de la Cruz
95.Reconciliados por su muerte, salvados por su vida "con cuanta más razón"
96.Ponerós
97.Victoria de los Ángeles
98.Eschatologia Crucis
99.Teología Política y Teología de la Liberación
100.Síntesis teológica fundada en la muerte de Cristo en la Cruz
Staccato sobre la Cruz de Cristo
Stabat Mater
Pregón Pascual - Oración
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1.   PRECISIÓN PRELIMINAR
Ante todo cabe un precisión preliminar necesaria. La teología de la Cruz se refiere
a la Cruz de Cristo y, consiguientemente, a la teología de la muerte de Cristo en la
Cruz. Solo analógicamente, se trata de nuestra Cruz de Cristo, aquella que hemos
de tomar para seguirle. La nuestra solo puede ser considerada Cruz si es la Cruz
de Cristo.
No es posible una meditación sobre la Cruz de Cristo sin contemplar su
Resurrección. Hay una unión esencial y existencial, ontológica entre la Cruz y la
Resurrección. Tanto que podemos contemplar la Cruz con Resurrección y ésta en
unidad con aquella. No es posible disociarlas. La Resurrección de Jesús trasciende
la historia, pero también es historia (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la
Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, trad. de V. Fernando del Rio, OSA,
Planeta, Encuentro, 2011, op. cit. p. 319).
Estamos ante el Misterio de la Salvación, que, discreto y casi oculto “es
manifestado sólo a un pequeño grupo de discípulos”... (op.cit. p. 320).
¿Y que gravedad tendrán para el cristiano, y para el que no lo es aún más, las
pétreas palabras de Cristo: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mi?”
Comprendemos que estas palabras van dirigidas a quienes quieran seguirlo. Pero
me temo que están dirigidas a todo hombre con una pregunta sobrecogedora:
¿Me seguirás?
Cristo llama a todos. Todos estamos invitados a seguirlo. La Iglesia es apostólica
porque tiene la misión de transmitir a todo el mundo esta invitación. No es una
bagatela organizar esta invitación universal. Cristo mismo la encomendó a sus
apóstoles. Sobre Pedro y sus sucesores continúa edificando su Iglesia.
Así es que todos estamos “invitados” a tomar “nuestra cruz”.
Nuestro trabajo más excelente es convertir “nuestra cruz” en la Cruz de Cristo.
En rigor, ¿no es ésta la invitación que Él nos hace?
2.   INTRODUCCIÓN
He pensado en la enseñanza de San Pablo “ahora conocemos solo en
parte” (1 Cor. 13, 9). Lo digo por lo siguiente. Cuando escribí las primeras líneas
de esta llamada Teología de la Cruz, quería hacer algunas consideraciones,  hasta
podría decir meditaciones, sobre las contradicciones que uno sufre en la vida,
algunas en realidad. Quería pensar. No escribir.
         No tenía ninguna pretensión. Pero empecé a leer. Y una lectura me llevó a
otra y a otras más. Empecé a ver, al menos citada, una bibliografía enorme sobre
la teología de la cruz, que nunca podría consultar y estudiar. Y así, poco a poco,
este escrito fue adquiriendo cierto aire doctrinal.
         Con todo, la pretensión alcanzó un límite, que antes no habría imaginado.
Lo que diré seguidamente podrá parecer excesivo. Pero pienso que es verdad.
         Dios conoce la ley eterna. Dios conoce todo. Nosotros “solo en parte”. Y
bien, ni todos los sabios del mundo entero tienen un conocimiento infinitesimal
de la ley eterna. Se me dispensará si ahora digo que ni todos los teólogos podrán
decir mucho más de lo que aquí se dice. “Ahora vemos como en un espejo,
confusamente; después veremos cara a cara.” (1 Cor 13, 12)
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         ¿Qué sabemos en realidad de los que viven más cerca nuestro? ¿Qué saben
ellos de sí mismos? ¿Y nosotros de nosotros?
         ¿Qué sabemos de aquellos a quienes se supone que debemos amar? ¿Qué
sabemos de quienes nosotros creemos amar? Al reflexionar acerca de estas cosas
sobre nuestras vidas quizá podamos comenzar a comprender la afirmación
paulina: “conocemos sólo en parte” ¡Y qué infinitesimal!
         ¿Y esta infinita pequeñez nuestra no nos habla ya de la Cruz?
         ¿Qué es la Teología de la Cruz? Es toda la teología. En primer lugar la
dogmática, que nos hace considerar el misterio de la cruz como misterio de la fe y
misterio de salvación. Ahora bien, “ser de Cristo” es tomar la cruz –la de Cristo
en cada uno- y seguirlo. La secuela de Cristo como identificación con Cristo es
materia propia de la teología moral fundada en la dogmática.
         También los teólogos han enseñado una teología espiritual (K. Rahner,
Espiritualidad antigua y actual, en Escritos de Teología, VII, Madrid, 1969, 13-34). Cfr.
Un estudio general en Saturnino Gamarra, Teología Espiritual, BAC, Madrid 2004.
         La teología espiritual, como la moral, se refieren a la concreción de la vida
cristiana. La teología moral y la espiritual se complementan en la concreción
existencial de la vida cristiana. Ambas se complementan también en el estudio de
la historia de quienes se encaminan a la perfección. Hay muchos caminos. Uno de
ellos es el trazado precisamente en Camino por San Josemaría Escrivá, quien dice:
“Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración”.
(Camino, 335). Podemos recordar los preciosos libros de Tanquerey A, Compendio
de Teología Ascética y Mística, Paris, Tournai, Roma 1930, ed. original francesa de
1923, y de muchos otros, ver Gamarra, op. cit p. 7 y 10.
         Algunos autores dicen de la teología espiritual:  “La originalidad consiste
precisamente en ser la teología de la apropiación personal del dato cristiano
universal o  si se quiere, la teología de la fe en el sujeto (Gozzelino, G, cit. en Gamarra,
op. cit. p. 14 nota 31. La asimilación y vida del misterio (op. cit. nota 32).
         También el magno Hans Urs von Balthasar habla de
“apropiación” (Gamarra, op. cit p. 14, nota 34).
         “No hay teología sin apropiación personal de la fe, lo cual quiere decir que
no hay teología sin espiritualidad” dice W. Kasper (Gamarra, p. 9 citando a
Weismayer, J., Vida cristiana en plenitud, Madrid 1990, p. 16).
         Después de ver todas las definiciones me permito invitar a la comparación
de la teología espiritual con la ética existencial formal de Karl Rahner.
Tal vez, finalmente, al menos para estas consideraciones, cabe aludir a una
espiritualidad de la cruz, parafraseando a teólogos precitados, a una apropiación
de la Cruz, en una teología espiritual del sufrimiento. ¿Existe algún movimiento
de liberación del sufrimiento?
         “El hombre es para sí mismo un ser incomprensible; su vida no tiene
sentido si no recibe la revelación del amor, si no encuentra el amor, si no lo
experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente (Redemptor Hominis,
10). El hombre no puede vivir sin amor.
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         Podríamos decir que la teología espiritual trata la apropiación personal del
amor de Dios.
Mejor dicho está en el título del libro de Eva Carlota Rava, La Gracia de Dios
Conmigo, CIAFIC, Ediciones, Buenos Aires, 2004, traducción del original, La
grazia di Dio che è con me, Pontificia Universidad Lateranense, 2001).  
         ¿Qué significa vivir del amor de Dios?
         Oír en la palabra de Dios lo que nos pide de nuestra vida en su peculiaridad
existencial. Una vez oí que un sacerdote le decía a una persona: “Tú eres una
máquina de sufrir”. “Todo te hace sufrir”. ¿Qué será de esa persona? ¿Por qué le
diría eso aquel sacerdote?
Además, también se estudia la teología fundamental. Aquí propongo como
un capítulo de la teología fundamental la inteligibilidad de los diálogos de
Jesucristo con sus interlocutores en los Evangelios (Cap. 10). Esa inteligibilidad,
que es la base racional, previa al estudio de lo revelado, se especifica con el
nombre de fundamental. “La recta razón demuestra los fundamentos de la fe” (Denz.
Sch., 3019)
         El concepto y el nombre no son nuevos, cfr. H Dieckmann, Theologia
fundamentalis, 3 vol. Friburgo de Br. 1925-30, precedido por I. Ottiger, Theologia
fundamentalis, 2 vol. Friburgo de Br. 1897-1911
         La teología pastoral, que estudia el desempeño de la cura de almas, va
dirigida a los pastores. Es la teología del Buen Pastor. Su misión profética es
anunciar el Evangelio, instando a todos a la conversión y a la santidad. Su misión
de gobierno es guiar por el buen camino por la jerarquía eclesiástica y otros
sujetos del derecho canónico, sujetos a la jerarquía. En el arte de la pastoral ha de
figurar siempre el arte de la Cruz. (ver A. Tanquerey, Synopis theologiae moralis et
pastoralis, 3 vol, Doornik, 1930-31, A. del Portillo, Dinamicità e funzionalità delle
strutture pastorali en varios La Collegialità episcopale per il futuro della Chiesa, Florencia
1969 La teología de la Cruz ha de verse en sus aspectos fundamental, dogmático,
moral espiritual y pastoral. Hay un arte dedicado a la Cruz de Cristo con el que
ilustraremos el presente.
         No obstante todo lo antes dicho hay un libro que sí deseo citar y señalar
para que sea particularmente valorado. Su autor es von Balthasar magno y cito su
traducción al italiano Teologia dei tre giorni, Mysterium Paschale con una introducción a
la edición italiana de Giuseppe Ruggieri, 8va. Ed. Queriniana, el Capítulo II lleva
un título que he descubierto recién hoy al recibir el libro y que expresa, en síntesis,
lo que quiero expresar en mi trabajo: “La Morte di Dio come luogo originario della
salvezza, della rivelazione e della Teologia”. Este libro apareció primero como un
capítulo de Mysterium Salutis (q 969, trad. italiana, vol. 6. 1971). Y bien, este título
me sirve como una “muy providencial confirmación”, si puedo expresarme así.
Lo que yo quiero decir, ya lo dijo von Balthasar, nadie menos. Lo recibo como
una caricia de Dios.
3.   UNO DE NOSOTROS
   Dios puede hacerse presente en nuestra vida en medio de muy diversas
circunstancias. Puede ocurrir que nuestros padres nos hayan hablado de Dios, que
nos hayan enseñado a hablarle, a rezarle, cuando éramos muy pequeños. Pero qué
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curso haya seguido ese “encuentro” es muy variable. En algunos, se puede haber
profundizado y arraigado. En otros, puede hacerse disipado y aún perdido de la
superficie vital. Vivimos como si Dios no existiese, aunque tengamos ocasiones
de asistir o de oír acerca de actos de culto. Todo esto bien pudo haber sido
externo a nosotros. Y aún más, podríamos haber recibido una educación, incluso
universitaria, de naturaleza religiosa. Pero ni toda la teología ha podido “tocarnos”
un ápice. Nuestra vida, al menos nuestros actos y decisiones, nada han tenido que
ver, aparentemente, con esos estudios de Dios, pero sin Dios. Parecería
imposible. Pero es posible. Entonces ¿cómo es posible que  Dios se presente
realmente en mi vida, en nuestras vidas? Los encuentros pueden ocurrir de
muchas maneras. Un amigo, una novia o un novio, alguien… quizá improbable,
pero un buen embajador…de Dios. Hasta podría decirse un ángel. En rigor, un
apóstol. Hay apóstoles entre nosotros. La Iglesia los tiene, aunque a veces sus
autoridades jerárquicas no lo sepan. Por cierto, Dios los conoce. Son ellos los que
hacen el milagro de que no podamos tomar el “nombre de Dios en vano”.
Cuando yo iba al colegio, las novias enseñaban a rezar. A veces por segunda vez,
después de las madres. Hoy no sé si es así. Pero en muchos casos pasa. A veces
un novio puede iniciar a su esposa en una vocación que durará toda la vida. Yo
conocí uno. Y ¡cuántos conocerá Dios!
         Pero también puede ocurrir, junto a la religión positiva, la irreligión misma
(ver Marías Julián, El problema de Dios en la filosofía de nuestro tiempo, en Obras, IV, p.
38-64, entre tantos otros).
         He hablado de la novia, del esposo. El encuentro que caracteriza al hombre
es su condición de ser necesitado. Todo viviente necesita de otro para poder vivir.
Así lo enseña la filosofía de la biología (ver H. Jonas, Organismus und Freiheit,
Frankfurt am Main, 1997, p. 149).
         Vivir es existir en relación con otro y uno es condición para la autonomía
del otro. Sea por atracción o rechazo afectivo, no hay encuentro humano
puramente instintivo. El más significativo encuentro es por ello una elección
recíproca, sin que interese quien tome la iniciativa, salvo en un caso, en el cual,
quien puede tomar la iniciativa es sólo Dios. “El ser humano se torna yo en el
tú” (Buber). La libertad es esencial al encuentro. El encuentro que no puede
eludirse no es ya verdadero encuentro. Podemos eludir el encuentro con Dios…
         Ahora bien, nuestra vida es mortal. Es revocable e insegura en virtud de la
relación de forma y materia en que se basa (H. Jonas, op. cit., p.20). Nuestra vida es
frágil, vulnerable. Tal vez como principio general, podemos decir que la vida se
aproxima gradualmente a la muerte, y su delimitación por la muerte le da una
orientación interior que confiere significación a los acontecimientos y períodos de
la vida. El hombre sabe de su propia mortalidad, es ansioso y angustiado en su
particular sufrimiento. Pero por aquel saber es también la persona que asume el
riesgo de conducir su vida. Está tentado a reprimir la propia muerte. Pero este
desoír los presagios de la muerte hace de la vida meras posibilidades ilusorias.
Este desoír lo inexorable despoja de seriedad la vida y la torna un juego sin
sentido. La muerte da a la vida significación, peso, seriedad irrevocable. La vida
puede morir gradualmente. Pero también de modo abrupto. La vida es
esencialmente azarosa, riesgosa. El hombre muere también de niño o de muy
joven como por un tajo absurdo. Pero ninguna muerte humana es absurda. Si el
hombre es un ser para la muerte (M. Heidegger, Ser y tiempo, trad. de J.E. Rivera,
Santiago de Chile, Ed. Universitaria 4º edic. 2005p 272-278) sólo Dios sabe la
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hora. Por eso no es ningún palabrerío cuando imploramos a María Santísima:
“ruega por nosotros pecadores, ahora... y en la hora de nuestra muerte”. Porque la
hora de nuestra muerte puede ser…”ahora”.
4.   LA CRUZ DE CRISTO COMO REALIDAD RADICAL, ÚLTIMA
Vivir es estar preocupados. Nos ocupamos porque nos preocupamos. Nos
preocupa y ocupa ser esto o aquello. Vivir es vivir de cierto modo y no de otro.
En ocasiones, el hombre prefiere morir antes que vivir de determinada manera.
Pienso en el desesperado y en el mártir. “Et propter vitae vivendi perdere causas”
Vivir no es apacible, es angustioso. La vida tiene afán de ser. Y miedo de no ser,
de dejar de ser. Teme a la nada. La angustia está en este luchar por ser.
Quitándose del cuello las garras que la oprimen para no ser. La angustia es nuestra
constante y urgente defensa ante la nada. La vida quiere ser y no quiere la nada.
¿Por qué existe el ente y no más bien la nada? se pregunta Heidegger. Empero, a
la vida le acontece la muerte. El que vive muere. Y muere “en la vida”. La muerte
pasa en la vida. Morimos cuando estamos vivos. Si la muerte nos pasa, ¿qué nos
pasa con la muerte?
Pareciera que estamos precisados a vivir, aunque podemos negarnos a vivir. La
vida es angustiosa porque puede ir hacia el ser o la nada. ¿Hacia dónde la
llevamos? Pero: ¿es que podemos conducirla? ¿Podemos llevar la vida a la
inexistencia, a la nada?
Dice Diótima a Sócrates en el Banquete de Platón: "los hombres aman sobre todo la
inmortalidad".
La apetencia metafísica del hombre se manifiesta en su vivencia de la fugacidad, y
especialmente  de la muerte. "Es la conciencia de la muerte, y junto a ella la
observación del sufrimiento y de las miserias de la vida, lo que proporciona el más
fuerte impulso a la meditación filosófica y a la interpretación del mundo". Este
texto metafísico es de Schopenhauer quien llama a la muerte la diosa tutelar de la
Filosofía.
San Agustín en sus Confesiones dice "El amor conoce la luz eternamente inmutable
de Dios". "Oh, eterna verdad, verdadero amor, amada eternidad!". Parafraseando 
a San Agustín podríamos decir: "Nos has creado para esa luz y nuestro corazón
está inquieto hasta que no descanse en tu amor eterno".
Nuestra razón no puede saber que hay después de la muerte. Hay otra fuente de
conocimiento de la que podemos sacar un saber acerca de lo que hay después de
la muerte. El que querramos beber o no de esa fuente es otra cuestión.
La Cruz, para el hombre de fe y para el que no lo es también, es la luz misteriosa
que más ilumina la existencia. Para todo hombre es así. Lo real es Jesucristo
crucificado. El es la realidad radical, con la que hay que contar. Para los hombres
que no creen en esa realidad, cabe lanzar una interpelación tan respetuosa como
apremiante. Los hechos de Jesucristo crucificado pueden reconocerse o no. Pero
esos hechos no pueden ser y no ser a la vez. Son o no son. Si son y no los
reconocemos o no hacemos fe en ellos, no por ello dejan de ser ni en un ápice. Su
ser es independiente de nuestra fe. Su realidad y verdad no dependen de nosotros,
sino precisamente, todo lo contrario.
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Ante la predicación de los hechos de la Crucifixión y de la Resurrección caben
dos respuestas. Podemos desconocer los hechos, negarlos, no hacer fe en ellos,
juzgar que son falsos, tenerlos por cuento o relato, pero no como hechos. Como
algo en que no podemos, no queremos o no debemos creer. El ateísmo tiene la
pretensión dogmática de negar la existencia de Dios. La otra respuesta es creer en
ellos, con todas las vicisitudes de nuestra fe.
En cambio, el agnosticismo es un escepticismo y un relativismo. Sostiene que no
sabe y que no puede saberse si Dios existe. Ahora bien, sostener que no se puede
saber, ya es saber que no se puede saber. He aquí la autocontradicción del
agnosticismo. El agnóstico podría vivir como si Dios no existiera, y su vida podría
inspirarse en un ateísmo no militante. O podría vivir como si Dios existiera y su vida
podría ser una lucha por su fe hipotética y como los creyentes también deben
luchar por su fe, su vida sería igual o mejor que la de un creyente. El agnóstico
tiene que vivir, así como vive el ateo o el creyente. No puede refugiarse en el
escepticismo porque este lo conduciría a la parálisis. Pero él no puede dejar de
moverse, de tomar decisiones; en suma, de vivir. Consiguientemente, el
agnosticismo que no sirve para la práctica, esto es, para la vida, no está de acuerdo
con la naturaleza humana.
Ahora bien, ello deja intacto el respeto que debemos al misterio de creer o no
creer. El sufrimiento, el dolor, la muerte, son realidades universales. Heidegger
decía que el hombre es un ser para la muerte. Vivir es morir. Esta es una realidad
existencial universalmente aceptable. Vivir no sólo es ir perdiendo la vida o
vitalidad; es ir muriéndose. Y este ir muriéndose como un ir acercándose a la
muerte cierta e incierta está en la existencia humana y también en su esencia. El
hombre es un ser para la cruz. Dios no le ahorra la cruz a nadie. Y esto vale
también para los que no creen en Dios.
También la muerte del otro nos arranca la vida, la vida con él; y nos deja solos, sin
respuesta, sin diálogo. La muerte propia es la soledad absoluta. Morir es irse solo.
Ya no podemos estar con el que muere. Me parece que hay solo una tenue
analogía con esta soledad radical. Y es el estar con un loco. Pero esto nos llevaría
ahora por otra rama. La muerte se nos presenta como una desesperante privación
del otro o como una privación de mi vida y un enigmático, si lo hay, futuro de
“mi” vida, “otra” vida, que no es esta y que no sabemos cómo será, si es. ¿Hay
algo más? o ¿todo termina? ¿Tienen sentido estas preguntas? A su vez nos
preguntamos con gran dolor intelectual.
La muerte de alguien puede sumirnos en una soledad parecida a la muerte. Tanto
esta soledad cuanto la incerteza sobre lo que habrá después, son sentimientos
parecidos a la muerte. Si cuando muero no pasa nada, es una cosa. Si me pasa algo y sigo
es otra.
A la muerte de mi padre, cuando yo tenía dieciocho años, me pareció que su
muerte no podía significar sólo que dejaba de vivir. Su muerte tenía que tener un
sentido, tenía que dar razón de sí ¿Su muerte se lo había llevado por alguna razón
o lo había aniquilado sin ninguna razón? Solo encontraba consuelo en la primera
alternativa. La segunda me atormentaba. Pero obviamente, no quiero hacer de
esos hechos psicológicos, nada más que eso. Aunque parece verdad que una
concepción materialista del hombre es incompatible con la cruz, como se verá. La
concepción fundamental de la vida humana tiene influencia en este punto crucial.
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La cruz es un mal. La Cruz es un bien. Buscamos la salvación del mal. La
liberación del mal. Y nos sale al encuentro el amor. El amor del que da su vida en
sufrimiento para salvarnos. 
5.   "TOCAR EL MAL EN SUS MISMAS RAÍCES"
El Amor se somete al mal para librarnos del mal. Se somete voluntariamente al
mal. Se somete y se libra a si mismo del mal. Se sometió al poder del mal . Pero el
poder del mal nunca pudo afectar su poder, el poder de Dios. Y el poder divino
se ha hecho un poder dolido, un poder sufriente. “Si es posible pase de mi este
cáliz” Era posible. Quiso el cáliz porque era querido por el Padre. “NO SE
HAGA MI VOLUNTAD SINO LA TUYA” He aquí un texto aparentemente
misterioso; pues parecería que chocan la voluntad del Hijo con la del Padre. Pero
en realidad jamás fue así. El Hijo ve el conflicto eventual. Lo ve y lo rechaza. Hay
una sola voluntad de las dos personas de Dios. Y el Espíritu Santo consuela al
Hijo y también al Padre doloroso. Dios salva al hombre por su sufrimiento.
Podría haberlo hecho de otro modo: mediante un banquete, o de cualquier otro
modo. Empero, Dios lo hizo en la Cruz Para nosotros es misterioso. Y
precisamente, estamos llamados a participar en el misterio de la Cruz. Esta
participación en el sacrificio de la Cruz es salvífica. Cómo será esa participación es
asunto de la existencia de cada hombre. La pena, el dolor están siempre presentes
en la vida y el hombre puede hacer partícipe su dolor del sufrimiento salvífico
divino. El mal es la privación de Dios. Esta privación o negación de Dios se
personaliza en la existencia del Demonio y sus súbditos. Dios permite cierto
ejercicio del poder del Maligno v. gr. al dañar a Job.
Dios da. Dios se da. El sufrimiento de Dios por la salvación del hombre
manifiesta el Amor de Dios. Dios nos ama padeciendo por nosotros. Nosotros lo
amamos sufriendo por Él y con Él. Participando en su sufrimiento. ¿Cómo se
opera esta participación? Participamos en la Misa, en la que se renueva el sacrificio
de la Cruz incruentamente. Siempre es posible un esfuerzo mayor en captar lo que
allí ocurre, i. e., que se renueva el sacrificio de la Cruz, misteriosa, pero realmente.
Nuestra voluntad, inteligencia, sentimientos, y toda nuestra persona debe entrar
en esa participación en la que Dios mismo nos asegura que nos hace un lugar para
entrar; como si metiéramos nuestra cabeza en las llagas. El puede agarrar nuestra
pobre cabeza y llevarla a su pecho herido. Podemos pensar que estamos con El en
el Getsemaní y que, al sudar sangre, lo lavamos con nuestra cabeza, como si lo
pudiésemos aliviar. Pensemos que entonces se manifiesta su amor infinito, pues
ya empezamos a acompañarlo en el camino de la Cruz. Para eso nos da a su Hijo.
Para que podamos unirnos a El, y salvarnos al ser redimidos. Pero nosotros
tenemos que unirnos. Si vamos a El, nos acoge. Si viene a nosotros, tenemos que
recibirlo. Algo tenemos que hacer. Si el sufrimiento nos une a El es harto feliz,
porque nos salva y, porque no es definitivo. Es un sufrimiento provisional
necesario para liberarnos del definitivo. A veces oímos: terminó de sufrir.
Dios nos da a su Hijo para que el hombre “no muera”, sino que tenga la vida
eterna (Salvifici Doloris, 14). El hombre muere cuando pierde la vida eterna y esta
pérdida es el sufrimiento definitivo, la pérdida de Dios. Bendigamos poder
participar en el dolor salvífico de Dios y ponernos junto al pecho de Jesucristo,
quien podrá borrar las miserias de nuestra cabeza. El, que sufrió lo terrible del
dolor que significa la mera posibilidad de la separación del Padre, nos protegerá
contra ese sufrimiento definitivo y final. Le suplicamos que no lo permita.
Tenemos la esperanza de que una y mil veces nos haga aferrarnos a El y de que,
en alguna de esas veces, lo hagamos.
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Para protegernos del mal, Jesucristo debe “tocar el mal en sus mismas raíces
trascendentales, en las que este se desarrolla en la historia del hombre” (Salvifici
Doloris, 14). Estas raíces están en el pecado y en la muerte. Jesucristo vino a
vencerlos. Dios ha debido librar un combate terrible contra el pecado y la muerte.
Sólo El puede librarnos en la batalla. El poder del Maligno parece confrontable al
de Dios. Ello es lo terrible. El Mal es confrontable con Dios. Nosotros no
podemos confrontar con el mal, si no contamos con la ayuda de Dios. Sólo Dios
puede librarnos del Mal. Nosotros somos inconfrontables contra el mal del
Demonio.
El sufrimiento humano no puede desvincularse del pecado de origen, del “pecado
del mundo”…“del trasfondo pecaminoso de las acciones personales y de los
procesos sociales de la historia del hombre.”(Ibid.).
La muerte, aunque no sea un sufrimiento temporalmente, y, en cierto modo, se
encuentra más allá de todos los sufrimientos, es un mal que el hombre
experimenta contemporáneamente con ella y es definitivo y totalizante (Ibid, l5).
El sufrimiento es un arma esencial y necesaria para la vida eterna, pero innecesaria
en ella.
Sufrimos lo malo, i.e., las privaciones. Sufrimos el mal, i.e., la privación de Dios.
La muerte, vista como disociación (Salvifici Doloris, 15) es también ruptura, desorden,
destrucción de toda armonía, corrupción, arbitrariedad, polvo. Dios libra de la
muerte y del pecado. Sólo Dios puede borrar el pecado y la muerte. Borrar es
anular, dejar sin efecto alguno, hacer inexistente. Tan misterioso es crear como
este modo de anular la apariencia de ser del pecado y de la muerte. Es una
recreación. Es hacernos de nuevo como si lo malo no hubiera existido y en
verdad, sea así: nunca existió el mal.
Dios está continuamente anulando el mal de nuestros pecados. Necesitamos
abundantemente de esta lluvia de cancelaciones. Sin esta lluvia el campo de la
humanidad se haría infértil.
6.   LA MATERIA MISTERIOSA DE NUESTRA PROPIA VIDA
Dios da al hombre la vida nueva y capaz de vivir sin pecado, sin mal, esa vida
nueva es la gracia santificante que nos permite convertir lo malo en bueno. Esta
recreación es una conversión. El corazón huye de todo hacia Dios y quiere
aferrarse a El. Esta huída de todo y vuelta hacia Dios es también un camino de
sacrificio que debemos conocer. Hemos de aprender a usar nuestro dolor y
sacrificios para andar ese camino de retorno. Es largo; llega hasta la muerte.
Es que llegamos a una confusión: ¿el mal es el bien? No es así. “No hay mal que
por bien no venga”. Esto es lo que tenemos que aprender. A veces creemos
saberlo. Pero tengamos cuidado: es una lección difícil.
El mal es una privación de algún bien. Ahora, si Dios quiere privarnos de un bien,
es sin duda para ponernos en el estado de privación de ese bien que hemos
perdido. En ocasiones, nos parece que Dios no lo sustituye por nada. Parecería que
no hay “bien que venga”. Pero esto no es así. Siempre estamos en un nuevo
estado posterior a la pérdida y al sufrimiento. Este nuevo estado es querido por
Dios como lo que viene. Debe ser bueno. A veces podemos ver con claridad cuál
es el nuevo bien producto de la sustitución. Pero otras, no vemos nada bueno en
cambio. Sin embargo, debemos estudiar con atención nuestra vida para ver si
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viene o ha venido el nuevo bien. La materia más difícil de estudiar es nuestra
propia vida. Ello hace que nosotros no podamos ver bien. Necesitamos ayuda.
No autoayuda.
Nosotros somos esencialmente menesterosos, privados de bienes, necesitados de
ayuda. De otros y sobre todos de Dios. Pero no debemos olvidar jamás que la
omisión de la ayuda que podemos prestar es también un mal. Basta con recordar
al samaritano. Si no aprendemos en esta escuela corremos peligro. El peligro es de
un mal terrible: “no os conozco”. Debemos esforzarnos enormemente, sobre
todo en algunos países del mundo, por ayudar mucho más en nuestra vida privada
y social; y nuestra vida privada es social.
¿Dónde está lo que hacemos por cada niño de la calle “privado de casi todo”?
Esos niños aún homicidas son otros Cristos, con quienes estamos obligados a
sufrir, ayudándoles.
Si es necesario, prescindamos de los que accidentalmente gobiernan. Cuando no
hay quien sepa y quiera ayudar habrá que buscar a otro. Es lo que pasa también
con nosotros cuando no ayudamos de corazón a nuestros hermanos y los
abandonamos a la persecución, al daño y buscamos todavía excusas que nos
justifiquen por trabajar en obras apostólicas. Ojalá no seamos juzgados de fariseos
hipócritas. Hemos de comprender que esos menesterosos de la calle son El.
Tenemos que ir a El, en ellos. El es quien dijo: “Sin Mí nada podéis hacer”.
Mientras no vayamos a nuestros “pobres Cristos” nada podemos hacer.
Recuerdo a mi padre cuando pasábamos al lado de un mendigo y él decía: “Pobre
Cristo”. Me quedó esa idea en la cabeza y me preguntaba por qué “pobre Cristo”.
¿A cuántas personas deberíamos salvar del “dominio de la muerte”?
Las obras de apostolado deben abrirse a estos “pobres Cristos”, con cierta
predilección incluso, porque serán responsables por ello. Han de ir de verdad a
todos. Y llenar sus casas confortables con esos pobres. Si no ¿qué mérito tendrán?
La Iglesia debe ir con urgencia a socorrer a esos nuevos devorados por los leones,
por todos los que están sujetos al dominio “de la muerte”.
Cristo mismo se dirigía preferentemente a los enfermos y a quienes esperaban
ayuda. Si ni siquiera lo seguimos, ayudando a nuestros hermanos más íntimamente
próximos ¿qué mérito tenemos? ¿qué cruz llevamos? Si en una familia un hijo
sufre un grave mal, van todos, el padre, la madre y todos los hermanos a
socorrerlo. Y si no decimos: “No tiene una familia”. Yo conocí personalmente a
un santo sacerdote que una vez fue a un poderoso de la tierra a decirle: “Este hijo
mío tiene familia; es mi familia”.
Curaba a los enfermos. Consolaba a los afligidos. Alimentaba a los hambrientos,
liberaba de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas
disminuciones físicas. Tres veces devolvió la vida a los muertos (Salvifici Doloris,
16).
No podemos omitir que también llamó bienaventurados a los que ahora padecen
hambre. Pero ¡cuidado! No sólo los mendigos padecen hambre. … Hay señoras
distinguidísimas que también padecen hambre ¿qué hacen sus amigos? ¿No se
quieren?
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Ahora veo que, aún cuando se produzca un escenario estéticamente deplorable la
tarea de dar de comer a los mendigos es una obra de puro Amor de Dios. Y sin
embargo, es dolorosa.
No podemos sustraernos a la rotunda verdad que significa el llamado de Cristo a
participar de los sufrimientos en los que Él mismo participó.
7.    EL DOLOR SALVÍFICO
Cristo va hacia su Pasión. No es este el lugar para hacerlo, pero hay tantas
meditaciones excelentes sobre la Pasión que bastará aquí una remisión a ellas.
Destaquemos tan sólo que Isaías lo llama Varón de dolores (Is. 53, 2-6).
Cristo sufre como hombre y como Dios. Dios sufre para salvarnos. Sólo Dios
puede cancelar el pecado total de la historia humana. Todo pecado está cancelado.
Pero falta aún que hagamos aplicación de esa cancelación a nuestros pecados
personales. Tal aplicación puede tener la cara del dolor y el sufrimiento.
Empero, también puede manifestarse en las buenas obras si están unidas a Cristo.
Podemos aplicar el padecimiento de los males para la remisión de nuestros
pecados. Los males pueden servirnos para obtener bienes. Es esto lo que nos
asegura el sacramento de la penitencia. Los males padecidos pueden servirnos si
los unimos a aquella Sentencia del juez divino. De nosotros depende la intensidad
de la aplicación de los méritos de Cristo. Para esto también necesitamos ayuda.
Esperemos que siempre nos llegue esa ayuda. Si tenemos una familia cristiana
esperemos que todos ellos, todos, vengan a ayudarnos en la hora del dolor y en
especial, en la hora de nuestra muerte. En las familias parece haberse debilitado la
gran capacidad que por naturaleza tiene para ayudar en la hora de nuestra muerte.
A nadie deberíamos dejar sin esa ayuda. Sería muy malo ver que en una familia
cristiana esa ayuda se da sólo a los miembros de la familia. ¿Pero si ni siquiera a
sus miembros?
“Fue arrebatado por un juicio inicuo, sin que nadie defendiera su causa…” 
Cristo, en quien no había maldad, fue así maltratado, ¿qué menos podemos
esperar nosotros, en quienes hay mucha?
Llamémonos bienaventurados si fuéramos así arrebatados y nadie defendiera
nuestra causa. Nosotros podemos unirnos a Cristo sufriendo voluntariamente,
pero no inocentemente.
Ahora bien, debemos asentar un aserto impresionante, sorprendente muchas
veces, ignorado muchas otras, un aserto de fuego. De fuego y de gloria.
El sufrimiento de Cristo está indisolublemente unido al Evangelio. No hay
Evangelio sin Pasión de Cristo. He aquí la última palabra evangélica: “la doctrina
de la Cruz” (Salvifici Doloris, 18 citando a San Pablo).
El sufrimiento es padecer el mal. Ojalá el nuestro pueda unirse indisolublemente
al de Aquel que nos salvo venciéndolo. No podemos lograrlo. Sólo podemos
pedirlo.
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El mal ininteligible del abandono de Dios por Dios, se concentró en quien cargó
con nuestros pecados y tomó sobre El todo el mal de dar las espaldas a Dios, el
sufrimiento de la separación del Padre, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios.
Este mal del abandono de Cristo es tan aterrorizante que no podemos siquiera
verlo propuesto. El Padre abandona a Jesucristo al poder del sufrimiento y del
Mal. Para salvar al hombre Dios tuvo que romperse, que separarse, que dividirse y al
romperse El recompuso al hombre. No estoy seguro de que estas palabras sean
doctrina “segura”. “Dios lo quebrantó” (Is. 53.10). Lo rompió con dolores, “lo
molió por nuestros pecados” (Is. 53.2-6). El dolor de Cristo se transforma en
amor, en el amor que crea el bien, en el amor que recrea al quebrantado por el
pecado. ¿Podemos participar en el abandono de Cristo? Nosotros no podemos. Si
fuéramos abandonados nosotros caeríamos en la inexistencia. Será por eso que
sólo Dios podía habernos redimido. Aún en nuestros padecimientos más
dolorosos, estamos siempre en las manos de Dios.
Pese a que nos rodea el misterio ante la angustias y tristezas de muerte de Cristo
en el Huerto y ante sus palabras de abandono en la Cruz, jamás debemos ignorar
la sentencia cierta que “establece no haber ignorado nada el alma de Cristo, sino
que desde el principio lo conoció todo en el Verbo, lo pasado, lo presente y lo
futuro, es decir, todo lo que Dios sabe por ciencia de visión” (Acerca de Algunas
Proposiciones sobre la ciencia del alma de Cristo [Decreto del Santo Oficio del 5
de Junio de 1918], Acta Apostólica Sedes 10 (1918), 282, Denzinger, 2184).
Debemos concluir que Cristo siempre veía todo el curso de su crucifixión y
resurrección.
Dios sí pudo sufrir ese abandono y subsistir en su propio ser divino. Sólo Dios
podía habernos redimido.
Heidegger, como recordáramos, consideraba al hombre como un ser para la
muerte. A su doctrina podemos contraponer la de San Pablo: “Mientras vivimos
estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús…(2 Cor. 4, 8-11-14).
En San Pablo se enciende la luz que hace de la muerte, la resurrección. Si la
muerte está intensamente unida a la Cruz de Cristo en un acto de puro amor,
morir es vivir.
Lo crucial es que “Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre” (Salvifici Doloris, 20) y su
muerte.
Nosotros descubrimos en nuestros sufrimientos los de Cristo y los revivimos
mediante la fe (ibidem).
Todo hombre sufriente puede decir con Pablo: “Estoy crucificado con Cristo, ya
no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 19-20).
Cristo se une al hombre, a Pablo,  mediante la Cruz.  Y el hombre, nosotros,
podemos decir con Pablo: “Jamás me gloriaré a no ser en la cruz de Nuestro Señor
Jesucristo por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (ibidem).
Pablo nos insta a participar en los padecimientos y en la muerte de Cristo por si
logramos alcanzar la resurrección de los muertos.
En la teología paulina encontramos los fundamentos para apoyar la relación entre
la Pasión y Muerte de Cristo y nuestros padecimientos y muerte. Esta relación
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consiste en una apertura por la que podemos entrar uniendo nuestros
padecimientos y muerte a los de Cristo. Con todo respeto podríamos decir que
Cristo hace una oferta al público: una policitatio. El que la acepta se salvará. Y
pondrá un pie en la gloria. La esperanza de la gloria: Spes Salvi. El parágrafo 21 de
la Salvifici Doloris  requiere como todos, una lectura personal porque ese texto
parece envuelto en un misterio que a cada uno nos toca y nos envuelve.
La participación en la Pasión de Cristo es también la participación en su Gloria. Y
otra vez Pablo alza un grito de esperanza: “Tengo por cierto que los
padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que
ha de manifestarse en nosotros”.
La Resurrección revela la gloria de la Cruz de Cristo. En ocasiones, el hombre, aún
sin fe en Cristo, se somete al sufrimiento por la verdad o la justicia. Esto lo hemos
visto.
El sufrimiento se impone entonces como en la enfermedad o en otros dolores,
desde afuera, inexorablemente, con independencia de la voluntad de quien la
padece. En situaciones, el hombre se ve en la necesidad moral absoluta de sufrir
por salvar un valor. Desde la patria a la vida de una persona.
El sufrimiento es una prueba. Pablo dice “Por esta causa sufro”. No se somete al
sufrimiento sin una causa. A veces parece que es sin causa, pero ésta está
escondida. ¿Cuántos son los Cirineos que ayudaron a llevar la Cruz de Cristo?
Ellos no la han buscado. Pero la han encontrado. Estos mártires de hoy son semen
christianorum. Véase el libro del Cardenal François Xavier Nguyen van Thuan,
Testigos de esperanza. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de San Juan
Pablo II, capítulo 12. 
Pablo mismo, magna semilla de cristianos, no se complace en padecer porque sí.
“Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo, porque sé en Quien me he
confiado” (II Tim. 1, 12). Es un sufrimiento lleno de razón. Una sabiduría de la
esperanza. El sabe. Tiene un conocimiento. Una certeza. Sabe en Quien se ha
confiado. Se ha confiado a la LA ÚNICA RAZÓN DE TODO LO CREADO.
Ahora bien, aún para el creyente surgiría la pregunta ¿por qué nuestros
sufrimientos pueden ser unidos a la Cruz de Cristo? ¿De dónde nos viene este
saber? Es verdad que los sufrimientos de Cristo lo elevaron a la resurrección.
¿Pero los nuestros? Y bien, para esta pregunta encontramos una respuesta
portentosa: “el que no toma su cruz, y me sigue, no es digno de Mi” (Mt. 10, 38). Es el
mismo Jesucristo quien nos une a su dignidad en virtud de la cruz, de la
aceptación de la cruz, del abrazarnos a ella como el Cirineo.
8.   LA CRUZ DE CRISTO Y LA NUESTRA
Es Jesucristo quien asocia nuestra aceptación de la cruz a la suya. Su Cruz es
nuestra cruz. La que Él nos envía es la suya y la nuestra. Ahora bien, el proceso de
aceptación de tomar la cruz y seguirle no es una bagatela. Hay muchas cosas que
se deben tratar en este punto. 
Una primera es la de saber identificar la Cruz de Cristo y separarla de los
sufrimientos que nos sobrevienen por nuestra propia culpa. A veces la distinción
es clara. Pero en otras parece haber ciertas causas externas que se mezclan con
nuestra culpa. Un paso más y entraríamos en la casuística en dónde precisamente
se nos aconseja no entrar. En una época los manuales de Teología moral entraban
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en este análisis de casos. Hoy no se considera método adecuado. Esto es una
pérdida, porque con ocasión de los casos se hacen más transparentes los
principios o normas generales. Por ejemplo, si hemos contraído una enfermedad
por nuestra culpa, parecería que en esos sufrimientos no está la Cruz de Cristo
sino la nuestra. Pero aún así, contraer una enfermedad no sólo es asunto de
nuestra conducta. ¿Por qué tantas conductas culposas no traen consecuencias y
por qué justamente en una maniobra culposa chocamos con un volquete que
estaba improbablemente en el camino?
Pedro también dice: “Si por cristiano padece, no se avergüence”  Hay situaciones en las
que una persona padece claramente “por cristiano” ¿pero en otras? Sin embargo,
de las circunstancias que rodean los casos generalmente recibimos suficiente
certeza moral. Nada más que esta certeza es asequible. Porque en estos terrenos
no existe la certeza pura sino sólo la práctica. Este proceso de aceptación de
nuestra cruz requiere, luego de discernir su identidad, soportarla con
perseverancia, es decir, aguantarla sin aflojar. Este es un capítulo importantísimo
de la vida humana. De él brota la paciencia y la esperanza de que el mal que la
atenaza no prevalecerá al final. Un gran experto en sufrimientos, el Papa Juan
Pablo II, nos dice que esta perseverancia viene acompañada por “la acción del Amor
de Dios, que es el don supremo del Espíritu Santo” (Salvifici Doloris, 23 in fine).
Aquí recibimos la promesa más grande. Dios obra su amor. Y el Papa Magno nos
conduce hasta el fondo del misterio: el hombre se encuentra hasta el fondo en el
sufrimiento: reencuentra “el alma” que le parecía haber “perdido” a causa del
sufrimiento. Sinceramente, me resultan misteriosas estas palabras y prefiero no
comentarlas.
Sin embargo hay una cosa que me atrevo a decir. Hay momentos en la vida de un
hombre –en la de algunos no llega ese extremo- en los que les parece estar en el
fondo de su dolor, despojado de todo, de todo valor, de toda dignidad,
despreciado por todos, puesto aparte, excluido, expulsado, echado, sin mérito
reconocido alguno. Sin ninguna apariencia de dignidad humana. Yo conocí a un
santo sacerdote que clamaba “No soy nada, no valgo nada, no tengo nada”. Sufría
agonía. El experimentó en carne propia lo que escribió sobre la Santa Cruz (José
María Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios). Quisiera sugerir al lector la meditación
de este párrafo. La aceptación de la cruz tiene también una relación salvífica. El
sufrimiento humano redime pues Cristo mismo abrió su Pasión a la participación
del sufrimiento de los hombres en ella, que a su manera, completa el sufrimiento de
Cristo. Esta complementación también es misteriosa. Así es que Cristo nos asocia
a su misterio Pascual, corredimiendo el mundo, parecería posible decir que Cristo
está padeciendo constantemente con los sufrimientos humanos. Quizás podamos
intuir algo de esta participación y continuación al contemplar el misterio del
sacrificio incruento de la Santa Misa. Podríamos imaginar, con respeto, que
nuestros sufrimientos sirven para realizar el sacrificio incruento de la Santa Misa,
en la cual, es nuestro dolor el que toma el lugar de la crucifixión de Cristo.
Incruenta en el altar. Cruenta para nosotros. Pero tenemos que poner nuestros
sufrimientos en la patena. 
Las persecuciones y tribulaciones “por su nombre” son signos especiales de
semejanza a Cristo y de unión. Así, veamos el encarcelamiento de F. X. N.van
Thuan. Luego de ser nombrado obispo de Saigón en 1975 fue arrestado. Pasó
trece años preso, nueve de los cuales en aislamiento, por “causa de Cristo” y de
esta causa podemos estar ciertos. 
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¿Quién lo sacaría de la prisión? ¿Las divisiones del Papa? “¿De cuántas divisiones
dispone el Papa?" preguntaba Stalin. ¿Podemos imaginarnos con cuánto poder
temporal los cristianos fueron salvados del martirio?
Pero entendemos que en la prisión y en el martirio los cristianos fueron fuertes en
su debilidad. No los socorrieron las “divisiones del Papa” sino la fuerza de Dios.
¿Por qué?  San Juan Pablo II nos hace entrever veladamente acerca de la respuesta
de Dios al sufrimiento. “Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta
pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su
respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los
sufrimientos de Cristo” (Salvifici Doloris, 26).
“La respuesta de Cristo no es abstracta, es ante todo una llamada. Es una
vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento sino que
ante todo dice: “Sígueme”. Ven, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de
salvación del mundo que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi
Cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose a la Cruz de Cristo, se
revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este
sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo
tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al
nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el
hombre encuentra en el sufrimiento la paz interior. Incluso la alegría
espiritual” (Salvifici Doloris, 26).
Volviendo a nuestra pregunta inicial ¿Por qué la muerte? ¿Cuál es su sentido? No
parece posible según San Juan Pablo II ir de lo humano a lo divino, sino del
padecimiento de Cristo al nuestro.
Desde esta perspectiva se vislumbra que el sufrimiento humano sirve, coopera
con Cristo. Lo ayuda. Nada menos que en la obra del misterio de la salvación:
misterium salutis. Tampoco necesita el hombre saber cómo se opera esa ayuda.
Entiende que no puede conocer todo acabadamente, sino en parte; como
veladamente. Pero este saber incierto le basta para dar fuerza a su esperanza. 
Imaginemos por un instante que se nos asegurara que después de nuestros
padecimientos ofrecidos en cooperación con la Redención, gozaríamos de esta
salvación. Cualquier sacrificio quedaría iluminado. Ilustrado por esa luz que es la
palabra de Quien no puede fallar. Dios mismo. Deberíamos creer. ¿Podríamos
creer? ¿Querríamos creer? ¿Creeríamos?
“Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros” (Col. 1, 24). Porque estos
sufrimientos tienen sentido, son eficaces, producen consecuencias benéficas, dan
frutos, como la muerte de la espiga.
La psiquiatría enseña que el sinsentido del dolor causa una progresiva destrucción
de la personalidad. Es más causa de daño a sí mismo y a los demás. Cuando el
hombre cree en que su dolor puede asociarse a los padecimientos de Cristo, su
dolor queda transformado. Recordemos que el padecimiento físico y el moral se
relacionan. Pensemos en la oración del que sufre. “Ha habido largos períodos de
mi vida en los que he sufrido por no poder rezar. He experimentado el abismo de
mi debilidad física y mental”. Ruego al lector que lea el libro de Van Thuan antes
citado, especialmente el capítulo sobre la oración; aunque en verdad todo el libro.
Es recomendable a creyentes y no creyentes. Este libro puede llenar de ciencia
aún a los más iletrados, de una ciencia de Dios.   
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Es la ciencia de la alegría por el gran premio  de la gloria. El sufrimiento cristiano
es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo
(Salvifici Doloris, 27).
“El evangelio del sufrimiento se escribe continuamente, y continuamente habla
con las palabras de esta extraña paradoja” (ibidem)
Leo la encíclica Salvifici Doloris y me parece que no puedo comentar nada y debería
limitarme a copiarla: “Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan
en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del
mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás” (ibidem).
Y vuelvo a citar: “El hombre, cuanto más se siente amenazado por el pecado,
cuanto más pesadas son las estructuras del pecado que lleva en su mundo de hoy,
tanto más grande es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto
más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos
para la salvación del mundo” (Ibid, 27 in fine).
¡Cuál no será entonces nuestra obligación de unirnos al prójimo que sufre! A
veces, sólo podemos compadecernos con el que sufre. Pero se ha de manifestar
este amor y solidaridad. No basta con la mera pasividad. Algo siempre podemos
hacer. Aunque más no sea mandarle unas líneas al sufridor. El mero silencio no es
elocuente de nada bueno. Hay muchos hermanos prójimos nuestros que han
sufrido, además del dolor de su propio mal, el accesorio de la ausencia de la más
mínima manifestación de amor o de solidaridad. Estos hermanos nuestros sufren
doblemente. Por su propio mal y por el nuestro. No llamemos a estas
manifestaciones “obras de misericordia”. ¡Da risa esta mezquindad! Son obras de
justicia insuficiente ante el que sufre por nosotros! ¿Por qué mi prójimo ha sufrido
“un accidente” y no nosotros?
Además de aquellas manifestaciones, en muchas ocasiones podemos hacer algo.
Ayudar. Poniendo medios eficaces. Aunque no resulten eficaces. El samaritano
ayuda de corazón y con dinero. Con el que sea necesario. Esto le confiere al
samaritano su valor y dignidad. Al punto que Dios lo juzga prójimo. No nosotros.
Dios.
Parecería que Dios creó un mundo en el que debe haber un cierto equilibrio entre
sufrimiento y amor. Y el amor “en el corazón y en las obras” viene del
sufrimiento.
Frente al sufridor el otro hombre ha de “pararse”, “conmoverse” y “actuar”.
Hoy se habla de actividad samaritana para nombrar a toda acción de ayuda al que
sufre. Se trata de una actividad.
¿Cuántos samaritanos hay en el mundo? ¿y cuántos más debería haber?
La ayuda al prójimo en las familias y entre las familias. Y en la sociedad desde la
local a la internacional. Estas ayudas, frutos del amor, han de ahogar el odio y
todas las consecuencias que este mal trae. Necesitamos una copiosa lluvia de
bienes que nos haga mejores personas y sociedades. La Iglesia ha de ser heraldo
en esta lucha por “ahogar el mal en abundancia de bien”. Todos sus miembros
hemos de ser cooperadores de Cristo, embajadores de Cristo. Los únicos que
pueden llevar el Corazón de Cristo a las llagas del dolor. Y sobre todo del dolor
del alma. ¿Dónde están los soldados de Cristo si ni siquiera se presentan a la
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batalla? ¿Qué dirán de nosotros cuando en el juicio final se diga, “Venid benditos
de mi Padre”?
Trabajemos dando de comer, de beber, visitando al preso…Luego de la oración y
la mortificación, el cristiano debe actuar, pues por sus obras será juzgado. Ha de
pasar haciendo el bien. El sufrimiento nos mueve al amor.
9.   EL SAMARITANO Y LA TEOLOGÍA MORAL
Tengo que agregar la meditación del samaritano. El ejemplo del samaritano como
prójimo va dirigido a nosotros. Tenemos que amar como amó el samaritano.
Véase que no se trata de un amor dulzón, sino de un amor recio, que cuesta y
cuesta precisamente el dinero que da el samaritano al mesonero. Pero no es esto
lo que agrego, sino lo siguiente. Nosotros no siempre somos o debemos ser el
samaritano. También somos aquel tendido en tierra, medio muerto, robado y
herido por los ladrones. Aquel a quien el samaritano “vendó las heridas”. “Lo
condujo al mesón y cuidó de él” ¿Tú lo harías conmigo? Tú y yo debemos
preguntarnos y contestarnos sinceramente. Y si no “¿qué mérito tenéis?”. Cristo
propone una meritocracia inspirada en el Evangelio.
Parecería que mi comentario se funda en una egoísta justicia retributiva. Do ut des.
Pero no digo esto. Quiero decir que muchas veces somos nosotros quienes
estamos “medio muertos” y necesitamos un samaritano. ¿Si nosotros no lo
somos, habrá otros? Puede ocurrir que nos quedemos medio muertos y aún
muertos.
No podemos olvidar, y los cristianos menos que nadie, que el dolor y el amor
integran una ecuación inherente a la naturaleza humana. Y si esa ecuación se
quiebra caemos en bancarrota. No sólo económica, sino antes que aquella,
humana. La económica vendrá también… después.
Esta ecuación sólo puede salvarse en el corazón del hombre y, con mayor razón
aún, en el de la mujer.
¿Cuántos medio muertos tenemos? Sugeriría que esta pregunta fuera materia de
examen.
Empecemos al menos por acercarnos a sus “heridas”, que nos “conmuevan”.
¿Alguien nos dijo alguna vez: sos el único samaritano que me queda? ¿Y nos
movemos?
Si empezamos a andar por este camino de amor, tomaremos la Cruz de Cristo y lo
seguiremos… El amor en la Cruz. Y tendremos una “dignidad” de Él que el
mundo desconoce.
Si tuviésemos la capacidad y el talento del filósofo Husserl, intentaríamos un
análisis fenomenológico de los hechos del buen samaritano.
Nosotros también preguntamos al Señor quien es mi prójimo, como buenos
doctores de la ley. El Señor nos cuenta una historia de la que quiere por
comparación o semejanza darnos una enseñanza moral decisiva para nuestra vida.
Porque tenemos que saber a quien debemos amar como a nosotros mismos. Esto
es crucial: “como a ti mismo”. No menos. Es una medida muy grande porque se
supone que nos queremos mucho y bien. El Señor nos dice que “bajaba un
hombre de Jericó a Jerusalén” pero no nos dice más nada de él. Era un hombre.
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Sólo “un hombre”, “un hombre” cualquiera, un hombre que cayó en manos de
ladrones, quienes lo “despojaron de todo”, lo “cubrieron de heridas”, dejándole
“medio muerto”. Ahora pongamos nuestra cabeza en la escena. Caer en manos de
ladrones…Nos relata el Señor unos ladrones de bienes materiales aparentemente.
Pero el despojo, podemos entender nosotros, puede ser también de bienes
inmateriales. Despojo de toda la honra, la fama, el buen nombre. Despojo de la
gracia. Las heridas pueden ser físicas pero también morales de toda índole. De
ellas el hombre fue “cubierto”, es decir que recibió muchas. Fue abandonado
medio muerto. Podemos pensar no sólo en lo físico, sino también medio muerto
moralmente o sobrenaturalmente.
Los sufrimientos del “prójimo” han sido graves. Un sacerdote “lo vio y pasó de
largo”. Al hablarnos de sacerdote nos hace pensar que los daños pudieron haber
sido morales también. Un levita “lo miró y siguió adelante”.
Podríamos decir muchas cosas de estos personajes pasajeros. Pero ahora tenemos
prisa en ir al grano.
El samaritano se compadeció. Esto es, se puso a padecer junto a aquel “hombre”,
como si fuera él mismo. Hizo varias cosas de primeros auxilios y “cuidó de él”.
Lo cuidó como él se hubiera cuidado.
Hoy las personas nos saludan y nos dicen: Cuídese. Cuando me lo decían me
quedaba perplejo. Pensaba: ¿en qué peligro estoy? ¿Por qué tendré que cuidarme
yo?
Parece que cuidarse tiene un sentido amplio. Viene al caso, porque el samaritano
seguramente consoló, reanimó y confortó al “hombre”. No sólo cuidó de su
cuerpo seguramente.
Lo llevó al mesón y allí se quedó un día con el “hombre”. Advirtamos bien lo que
significa esto: se fue al día siguiente y se quedó a cuidarlo todo ese tiempo. Puso
auxilios y puso tiempo. En ese tiempo es seguro que se entablaría un diálogo
interesante entre el samaritano y el “hombre”. Se contarían cosas. Se entablaría
una relación. Es muy probable que se hicieran amigos para toda la vida.
Antes de irse “sacó dos denarios” para que el mesonero cuidara al “hombre”.
“Cuídame este hombre”. No dice qué hombre. “Y todo lo que gastares de más te
lo pagaré a mi vuelta”. O sea que el samaritano volvería a ver como seguía el
“hombre” o si ya se hubiese ido, a pagar la cuenta. El samaritano cuidó con todo
esmero al “hombre”.
Advirtamos que el hombre caído que tenemos al lado necesita de nuestros
cuidados.
Ahora bien, sabemos por experiencia que cuando estamos muy bien somos muy
queridos y así progresivamente en sentido descendente. Del caído, nos alejamos.
Si está mal visto por el poderoso, lo evitamos. Tenemos una mezcla de egoísmo,
miedo a perder algo, al daño, a un sentimiento de menosprecio. Y es verdad que
nuestro “hombre” está despreciado, desgraciado, herido en sus bienes, en su
honra o en su fama. Está, de algún modo en la cruz. Y nosotros ¿qué hacemos?
¿Lo echamos? ¿Lo evitamos? ¿Quién es ese “hombre” que está en la cruz?
Huimos de la cruz y del “hombre”.
Esta parece ser nuestra baja estofa, que abunda.
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El “hombre” caído, herido, despojado, medio muerto es el que sufre. El sufridor.
Todos nosotros lo somos en algún momento. Tengamos cuidado “nosotros”.
Todos. No algunos. Todos. Todos hemos de estar alguna vez en la cruz.
Ese “hombre” es otro Cristo. ¿Pasaremos de largo?
Nos preguntamos esto y por la calle vemos a cada rato hombres así y “pasamos
de largo”.
No creamos que pasar de largo es algo de monstruos. Nosotros lo hacemos. Es
preciso comprender bien hasta qué punto no amamos al prójimo como a
nosotros mismos.
Sin embargo, nos queda poco tiempo. Muy poco. Tenemos que empezar a cuidar
al prójimo, en serio, como el buen samaritano. Una familia, una sociedad que no
aprende esto va a la ruina. Esto debe enseñarse en la escuela desde el primer
grado hasta el último curso universitario. Si no aprendemos esto y lo hacemos,
¿qué hacemos? Ahora tengamos cuidado de nosotros mismos si no amamos al
prójimo como a nosotros mismos. El amor al prójimo está unido
indisolublemente al amor a nosotros mismos.
¿No es el gobernante el primero que debe cuidar al prójimo? Es necesario que
aquel comprenda que debe amar al prójimo. El gobernante bien puede instruirse
con el samaritano acerca de la metodología más refinada. El gobernante debe,
como todos, como un padre de familia, aprender a amar. Si nuestros gobernantes
imitaran al samaritano…
El samaritano es Jesucristo. Y el “hombre” medio muerto también es Jesucristo.
Porque Jesucristo es todo “hombre”. Jesucristo es todo hombre y también el más
pecador. No porque hubiese cometido pecado alguno. Sino porque lo asumió y
asumió también el pecado más terrible. Es la asunción de esa deuda lo que le
produjo el sudor de sangre y el martirio de la Cruz.
Podemos decir que Jesucristo no incurrió en deuda alguna por nuestros pecados.
Pero asumió la deuda de todos nuestros pecados. El pagó. El saldó la deuda en la
Cruz. Una cosa es la deuda (Shuld) del pecado. Jesucristo no contrajo ninguna deuda
de pecado. Otra cosa es la responsabilidad. Jesucristo asumió toda la responsabilidad
(Haftung) por todos nuestros pecados. Hacerlo le llevó a entregarse a la muerte y
muerte de Cruz.
Véase lo que hizo el samaritano. El no dañó al “hombre”. No contrajo la deuda.
Pero asumió la responsabilidad. El “hombre” fue medio muerto por los ladrones.
El no podía salvarse. El samaritano lo salvó.
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, salvó al “hombre” y el
“hombre” verdadero Dios que asumió la responsabilidad por nuestros pecados
fue salvado por Jesucristo.
Dios, que es amor, se hace al sufrimiento y a la muerte como el más reo de
muerte. Así pagó por nosotros, por el hombre, por todo hombre, que fue
liberado. ¿Por qué hizo eso Dios? Hay una sola respuesta posible y ninguna otra.
Por amor. Así como El nos amó, debemos amarnos nosotros. Este es el plan de
la salvación. Porque solo podemos amarnos como El nos amó, si lo amamos a El.
Si lo amamos a El, podremos amar a los hombres. Pero el amor a los hombres es
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el único medio de prueba del amor a Dios que puede ofrecer el hombre. Así
comprendemos a todos los santos.
Amaron a Dios con todo su ser y al prójimo como a ellos mismos. Para los santos
darse a Dios y darse al prójimo es entregarse a un amor “semejante”. El segundo
es “semejante” al primero. Segundo, el amor produce esta unidad. Es claro que el
samaritano quedó unido al “hombre”. Podemos imaginar ese vínculo de unión.
En ocasiones oímos decir: le salvó la vida. Eso quiere decir que “le debe la vida”.
Así con el samaritano y el “hombre”. El hombre que está en el fondo del abismo
(recordemos a Van Thuan) no está muerto. Está medio muerto. Por eso los que
pasaron primero “lo dejaron morir”.  Por eso el samaritano lo “salvó”.
Hay un aspecto que debemos destacar en la parábola. El samaritano, “al día
siguiente”, pues como hemos dicho pasó el día anterior con el hombre, “sacó dos
denarios y se los dio al mesonero diciéndole: cuídame este hombre.”
El samaritano era hombre prudente. Sacó dos denarios. Sabía que debía poner
dinero para hacer cuidar al hombre. Nosotros también debemos “sacar denarios”
para cuidar al hombre políticamente. Para que no quede a merced de los denarios
del mal. Los hombres se darán cuenta de los gobiernos que los abandonan en el
mal. Hemos de poner los denarios ahora, antes de “la hora de nuestra muerte”, en
la que habremos de dejarlos. No de invertirlos.
El Evangelio no dice nada acerca del mesonero. Lo deja mudo. Sabemos  que el
samaritano ofreció pagar al mesonero. Pero nada nos autoriza a pensar que el
mesonero haya aceptado el pago. Nosotros podríamos ponernos en su lugar.
Cobraríamos al samaritano o cooperaríamos  con él mitigando su desembolso en
beneficio del “hombre”?
Veamos que el amor llama. El amor apremia. En ocasiones oímos claramente la
voz de la conciencia y la seguimos, aunque sea a duras penas. En otras no
hacemos caso. No prestamos atención…Empero, no olvidemos que aún para los
buenos comerciantes, Dios paga más. Esta escrito: “el ciento por uno…y la vida
eterna” Si hiciéramos fe en esta palabra, sería el mejor negocio…
10.   LA INTELIGIBILIDAD DE  LA PALABRA DE DIOS
Mientras escribo, me llega el texto de la alocución del Papa Benedicto XVI del
miércoles 29 de octubre de 2008, en la cual, roza la Teología de la Cruz. Sobre el
punto volveré en otro lugar. Pero ahora se asocia en mi memoria un trabajo que le
envié al entonces Cardenal Ratzinger con el título: Hablar de Dios a todos los hombres
que trataba de la razonabilidad común entre las consideraciones de Jesucristo y las
respuestas de sus interlocutores. El entonces Prefecto de la Doctrina de la Fe me
recibió un mediodía trayendo en sus manos, para mi gran sorpresa, el papel que
yo le había enviado, con algunas anotaciones suyas. Mi sólo texto, sin las
anotaciones del actual Pontífice, que por otra parte nunca han estado en mi
poder, es el siguiente. Pero antes diré: un Cardenal que comentaba los papeles de
sus corresponsales! ¡Que maravilla!
HABLAR DE DIOS A TODOS LOS HOMBRES
En algunos pasajes de los Evangelios se advierten criterios directamente usados por Jesucristo que
pueden dar respaldo a una filosofía del sentido de la razonabilidad o sentido común al alcance de
todos. Todos podemos comprender con facilidad que con el juicio con que juzguéis se os juzgará y
con la medida con que midáis se os medirá (Mt. 7, 7-13; Mc. 4, 24; Lc. 6, 37-42). Todos
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pueden entender que esto es razonable. Nadie puede ponerlo en duda. De modo que existe en
esta aplicación proporcional de la justicia distributiva algo humanamente razonable que Dios
también toma como regla justa. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas
buenas, (cuanto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quienes se las
pidan! (Mt. 7, 11; Lc. 11, 4-13; Mc. 11, 24).
Cuánto mas significa con mayor razón y esto pertenece al común entendimiento divino y humano.
Si Dios propone este modo de entender las cosas que para nosotros es inteligible, existe una
comunión  en la razonabilidad. Algo así también ocurre con la regla de oro de la caridad. Todo
lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: Esta es la
ley y los Profetas (Mt. 7, 12; Lc. 6,31).
Si perdonáis a los hombres sus faltas, también os perdonará vuestro Padre celestial; pero si no
perdonáis a los hombres tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados (Mt. 6, 20; Lc.
11, 2-4). Parece haber aquí una razonable conexidad entre justicia y caridad, que resulta
sencillo entender  ¿Que es mas fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados? o decir: levántate y
anda?” (Mt. 9, 5; Mc. 2, 1-12; Lc. 5, 17-26). Es más fácil decir lo primero. Lo
extraordinario de la curación del paralítico es considerado más difícil para todos y este
razonamiento recibe la confirmación divina. Por ello, para Dios ese modo de entender con la
razón natural o sentido común es asumido como razonable y confirma que ese juicio nuestro es
válido. Lo razonable divino y humano se revelan unidos a la luz de los evangelios.
¿Quién de nosotros si tiene una sola oveja y se le cae en un hoyo un día sábado, no la agarra y la
saca? Pues, ¡cuanto más vale un hombre que una oveja! Por lo tanto esta permitido hacer el bien
en sábado (Mc. 12, 11-12). Todos podemos admitir que un hombre vale más que una oveja. He
aquí un juicio de valoración razonable que el buen sentido alcanza con facilidad y trasluce una
objetividad  confirmada por el modo de entender divino enseñado en el Evangelio.
Las parábolas del tesoro escondido, de la perla y de la red también están ilustradas por esa
razonabilidad; pues es razonable que un hombre venda todo para adquirir un campo donde el
adquirente descubrió un tesoro escondido porque este tendrá más valor que todo lo que poseía
(Mt. 13, 44). La perla fina también vale más que todo lo que vende un hombre por eso es
razonable que venda todo y compre a buen precio la perla (Mt. 13, 45). De este modo es
razonable que Jesucristo pregunte: ¿Habéis entendido todo esto? Le respondieron: si (Mt. 13,
51). Lo podían entender razonablemente sus interlocutores más sencillos.
También se entiende la parábola del siervo despiadado (Mt. 18, 23-35). Siervo malvado, yo te
perdoné toda la deuda porque me suplicaste: No debías tu también haberte compadecido de tu
compañero como yo me compadecí de ti? Y su señor irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que
pagase toda la deuda. Así hará también con vosotros mi Padre celestial, sino perdona cada uno
de corazón a su hermano (Mt. 18, 35). Otra vez se presenta esta proporción razonable en el
modo de trato. ¿Por qué nos parece una grave injusticia lo que hizo el siervo? Porque él había
sido tratado con gran misericordia y sin embargo él trató a su deudor exigiéndole la deuda
despiadadamente. La falta de misericordia tiñó de injusticia su justicia. Esto se entiende sin
hesitaciones. Es algo objetivo que podemos comprender incontrovertidamente. Lo objetivo
razonable participa de lo divino y lo humano.
En otro pasaje Jesucristo interroga: ¿Que os parece? (Mt. 21, 28) y la respuesta fue correcta Y
en otro lugar: Cuando venga el dueño de la viña ¿que hará con aquellos labradores? Le
respondieron... (Mt. 21, 40-41) correctamente. Pudieron juzgar bien con facilidad. Un
prestamista tenía dos deudores, uno le debían quinientos denarios y el otro cincuenta. No
teniendo ellos con que pagar los perdonó a los dos. ¿Cual de los dos le querrá más? Simón
respondió: Pienso que aquel a quien perdonó más. El le dijo: Has juzgado bien (Lc. 7, 41-43).
Dios confirma que ese hombre había juzgado bien.
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En otro lugar Dios manda amar al prójimo como a ti mismo. Interrogado por un fariseo acerca
de quien es mi prójimo, Dios responde con una pregunta. Compara la conducta del buen
samaritano con la de un sacerdote y la de un levita. Y formula la pregunta: ¿Quien de los tres te
parece que fue prójimo? El interlocutor le contesta: El que tuvo misericordia de él. Y Jesús le
dijo: Anda y haz tú lo mismo (Lc. 10, 30-37).
No tuvo ninguna duda el fariseo. Entendió de inmediato quien fue prójimo en aquellas
circunstancias. Entendió muy bien para Jesús. Pues le manda hacer lo mismo. Puede ahora
considerarse que tal modo de juzgar la situación fue válido para el fariseo y para Dios. Lo
razonable objetivo fue descubierto por el fariseo y confirmado por Dios.
Dios compara a los pájaros y los lirios con los hombres. ¡Cuanto más valéis vosotros que los
pájaros! (Lc. 12, 24). Si Dios viste a los lirios mejor que a Salomón, ...¡cuanto más a vosotros,
hombres de poca fe! (Lc. 12, 28).
Cuanto más significa, como ya en otros pasajes, con mayor razón. Todo el mundo puede entender
inmediatamente que los hombres valen más que los pájaros y los lirios. Nadie, en su sano juicio,
se opondría a esta valoración. De modo que hay una común inteligencia de razonabilidad entre 
el juicio de los hombres y el juicio de Dios.
Con todo ello se afirma la capacidad natural del conocimiento, incluso de Dios. La capacidad de
la razón humana de conocer a Dios constituye el fundamento de la confianza en la posibilidad de
hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta posibilidad abre el diálogo
entre las religiones, con la filosofía y las ciencias y también con los no creyentes y los ateos.
Después de narrar la historia del buen samaritano, Jesús interroga al doctor de la
ley: “Quién de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de
los ladrones?”
“Aquel que usó con él de misericordia” respondió el doctor. “Pues anda y haz tú
otro tanto”.
El doctor entendió bien la parábola. Su inteligencia del asunto coincidió
plenamente con la de Jesucristo. Destacamos esta coincidencia intelectual. El
Señor jamás impone una solución violenta, jamás impone su propia convicción
acerca de la verdad. La propone a la libre aceptación de sus interlocutores en la
materia del diálogo, quienes concordaban con toda libertad. Ninguno pretendía
imponer la verdad por la fuerza. Su verdad. La verdad es un bien común. En estos
diálogos evangélicos no hay rastro de nihilismo, de relativismo o
fundamentalismo. Curiosamente, todos estos "ismos" conducen a imponer al más
débil la convicción del más fuerte, con prescindencia de la verdad y, en la práctica,
también de la paz. Podría ocurrir que la convicción del más fuerte coincida con la
verdad y la del más débil, con el error. Pero no se puede imponer por la fuerza la
verdad a quien sostiene o cree algo erróneo. He aquí el respeto por la conciencia
errónea. No del error. Naturalmente, es distinta la situación del que sabe que está
en el error y sin embargo lo defiende como si fuera la verdad por cualquier
interés.
Dios quiere enseñar al doctor, a quien le debemos gratitud, con toda su
suficiencia, porque él hace una pregunta que todos podemos hacernos. El doctor
se coloca en la posición de discípulo y la respuesta de Jesucristo le resulta diáfana.
El caso puso luz en el asunto. Una luz que permitió al doctor coincidir
inmediatamente con Dios. No tuvo que pensar. Vió enseguida la respuesta
correcta. La parábola presenta una objetividad tan transparente que originó el
conocimiento y la respuesta inmediata del doctor.
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Dios nos conduce a la luz de lo razonable tanto para Dios como para el doctor.
Una ratio communis. La razón se universaliza. La puede entender cualquiera de
buena fe. Hace falta querer conocer para reconocer. De lo contrario la voluntad
que puede producir el veneno de la mala fe, encuentra vueltas y laberintos para no
reconocer lo evidente a los ojos.
Lo cierto es que la parábola produjo una evidencia que tumbó al doctor.
Ahora quisiera advertir algo sobre la respuesta final de Jesucristo. “Haz tú lo
mismo, haz tú otro tanto, sigue su ejemplo”. Esta respuesta debe unirse al
precepto general. La norma general es “amarás al prójimo como a ti mismo”. El
doctor de la ley, al preguntar quien es mi prójimo, pidió una concreción y vino la
parábola. Podemos considerarla como un “caso ejemplar”. Lo que los juristas
llamarían un precedente.
También aquí podemos aprovechar mucho de lo que se ha escrito sobre
“precedentes” en el derecho anglosajón y en el derecho continental.
Un precedente es importante. Por lo que debemos estar agradecidos al doctor de
la ley que lo provocó.
Se trata de un caso ejemplar propuesto por el mismo Jesucristo. De modo que todos
sus elementos y detalles son importantes.
Jesucristo dice: compórtate como se comportó el samaritano,  pues este trató “al
hombre” como prójimo. Ama al hombre como lo amó el samaritano. Este es el
ejemplo. Es una norma divina. Un precedente divino.
La cuestión está ahora en aplicar el precedente, seguirlo. Aplicarlo a las tantas
situaciones que se nos presentan. Tenemos una brújula: el buen samaritano.
Debemos obrar en esa dirección. No tendremos una norma individual para cada
caso que se nos presente. Dios podría habernos dado tantas normas individuales
como situaciones. Porque su poder alcanzaría para ello. Pero no lo ha hecho así.
Probablemente para no vincularnos con disposiciones que pudieran restringir
nuestra libertad. Además de que no sería razonable que Dios nos estableciera
normas para actuar en todas las situaciones. En cambio Dios nos dice: “ve y haz
tu otro tanto”. “Otro tanto”, “lo mismo”, “igual”. Obviamente no quiere decir
idéntico. Es una cuestión de amor. Y sabemos que la única medida del amor es
amar sin medida. El amor puede llegar a dar la vida. Repasemos las historias de
los santos.
En el amor hay responsabilidad, no arbitrariedad. No podríamos confundir la
conducta del samaritano con la de un rico que paga el hospedaje del “hombre”
por meses y meses arruinando sus hábitos de trabajo y servicio. A ese tal rico
también se le pide el estándar del buen samaritano; no extravagancias ni locuras.
No se trata de vestir al “hombre” con finísimos vestidos, ni de ofrecerle
exquisitos manjares.
El amor es prudente. Amar sin medida no significa hacer lo absurdo. Sería
absurdo el amor por la ruleta rusa. Es decir, no sería amor.
Aquí rozamos la delicada cuestión de la relación entre la norma o la ley y la
aplicación de la norma a las situaciones particulares. Es un asunto clásico de la
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teología moral, que damos por supuesto. La cuestión se plantea en la ética y la
filosofía del derecho con rasgos análogos.
La parábola del buen samaritano está llena de enseñanzas, pero particularmente
hay en ella una teología de la cruz. Un hombre va por el camino, por la vida, y
resulta “medio muerto por unos ladrones”. Dios lo pone a su vez en el camino de
otros tres personajes. Sólo uno toma la cruz que Dios les ha puesto. Dios le ha
enviado la cruz al herido, pero quiere hacerles participar a los otros tres de esa
cruz. Uno solo la toma. He aquí una gran lección para el análisis de la vida
cristiana.
El sufrimiento, el dolor, arraiga en el misterio de la salvación del mundo y de éste
toma todo su sentido. El sufrimiento humano sólo puede iluminarse a la luz de
ese misterio que manifiesta al hombre quien es verdaderamente el hombre.
11.   SER PARA DIOS Y “SER DE DIOS”
El hombre no es un ser para la muerte como decía Heidegger. El hombre es un
ser para la Cruz. Para participar en la cruz. “Por Cristo y en Cristo se ilumina el
enigma del dolor y de la muerte” (Conc. Ecum Vat II, Constitución pastoral sobre
la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes, 22).
Los no creyentes pueden también ir a la cruz. Porque la realidad fortísima de la
Cruz, no depende de la creencia del hombre en ella. Aún quien no tiene fe puede
considerar como si fuera verdad la resurrección. Y descubrir luego que hay en ello
algo de sentido y quizá pueda llegar a recibir la fe. La fe es connatural al
sufrimiento. Quizás pueda querer conocer la vida de los santos. La santidad
enciende la fe. Los santos nos sostienen. La poderosa fuerza de su debilidad nos
produce una cierta evidencia empírica de la fe de ellos. Y la fe de ellos nos
interpela. ¿Qué decimos ante esa fe?¿Cómo la tomamos?
El problema del mal, el problema del dolor es probablemente la objeción más
fuerte que pueda levantarse contra Dios. Hay males morales como v. gr. la tortura
de un inocente que hacen preguntar ¿cómo Dios puede permitirlo? También se
presentan males externos al actuar humano. Terremotos, epidemias, catástrofes.
La teología nos enseña que Dios permite el mal como algo necesario para
producir un bien mayor o para evitar un mal mayor. Pero sabemos de las
dificultades que la filosofía enfrenta para responder a estas objeciones.
Se suscita esta tesis: la omnipotencia divina está limitada por el libre albedrío del
hombre. Dios no podría impedir el libre obrar del mal por el hombre.
Dios no puede querer positivamente el mal moral. Puede permitirlo, esto es, no
impedirlo, pero lo prevé y puede evitarlo.
Si Dios debiera impedir todo mal, debería estar pendiente para impedir cada mal
físico y moral. Si lo hiciera, la libertad del hombre sería mera apariencia,  pues él
no podría hacer ningún mal porque Dios estaría siempre vigilante para
impedírselo. Si fuera así ¿qué mérito podría haber? No podría haber nada
realmente valioso y digno. Porque esta misma dignidad supone haberla obtenido,
ganado, por mérito. Lo contrario conduciría a un indiferentismo total. A un
quietismo o nihilismo tales que ya nada valdría la pena. Qué sacrificio tendría
sentido si bastara con esperar la inexorable voluntad de Dios.
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Dios no impide todos los males que pueden ocurrir, los ordena de tal modo que
de ellos surja un orden de bien en el cual los males conducen a que resplandezca
el valor de la verdad y del bien. Dios está recreando continuamente la creación y
depurándola, haciendo de los males que la afectan y tienden a destruirla, mayores
bienes. Dios trabaja continuamente. “Mi Padre trabaja siempre y Yo también
trabajo”. Trabaja convirtiendo el mal y las privaciones en bienes de Dios. Los
bienes de Dios son a veces ocultos al sentido del mundo. Una cosa que la gente
llamaría pérdida: de patrimonio, de otros bienes; puede estar preordenadada a un
bien. Dios preordena el mundo para la salvación del hombre de un modo
misterioso que pasa por la Cruz, y que hacen de aquel modo misterioso el
MISTERIUM SALUTIS. La salvación del hombre no es un cálculo matemático
que hay que hacer correctamente. Se parece más a echarse en los brazos de la
providencia divina, pero remando con todas las fuerzas de nuestro amor para
vencer la corriente del mal. Nuestras fuerzas intelectuales no son capaces sino de
atisbar, tan sólo, el misterio divino de la salvación del hombre. Dios cuenta con la
lucha del hombre contra el mal y por cierto que esa lucha le causa sufrimiento,
pero el sufrimiento de la lucha es un bien querido por Dios en su providencial
gobierno del universo. El hombre está llamado también a sufrir “heridas
absurdas” sin aparente sentido alguno, en la paciencia, en el dolor; pero también
en la esperanza de la felicidad última de vivir mirando a Dios cara a cara.
Si pensamos en la felicidad humana que produce la contemplación del rostro
sublime de la persona amada, podríamos barruntar, quizás, en aquella
contemplación, un reflejo análogo a la visión beatífica (J. Ratzinger, El Dios de la fe
y el Dios de los filósofos, Madrid, 1963, Ch. Journet, El Mal, Madrid, 1965).
Sufrir la privación de esta felicidad irremediablemente es el daño o mal
irreparables. Es como estar vagando por el mundo desesperadamente sabiendo
que no se alcanzará la felicidad que existe y que es inasequible para nosotros. 
12.   LA ÉTICA DE LAS VIRTUDES DE SANTO TOMÁS Y LA ÉTICA
EXISTENCIAL FORMAL DE KARL RAHNER COMO RESPUESTA A LA
ÉTICA DE LA SITUACIÓN
Karl Rahner ha propuesto una “ética existencial formal” en su Úber die Frage einer
formalen Existentiaetik, en Schiften zu Theologie, II, Benziguer, Einsiedln, 961, 5ta
edición, pp. 227-246. (K.Rahner, sobre el problema de la ética existencial formal, en
Escritos de Teología, trad. 2ª. edición, Ediciones Cristiandad, 2002, p.II pags.213 iss
p. 225).
Rahner sostiene que tanto la ética que pretende deducir la norma individual para
el caso concreto, de la normal universal, cuanto la ética de la situación que niega
toda referencia a la norma universal, son insuficientes. Parece que esto es cierto.
¿Pero alguna ética es suficiente? Rahner dice que debe reconocerse la norma
universal y su referencia a ella en el caso singular. Esta referencia necesaria, a mi
modo de ver, tiene plena eficacia en la mayoría de los casos típicos, podríamos
decir, y así interpretamos que Rahner da pleno efecto a la norma universal en el
común de los casos. Por ello no deja al individuo en soledad. Ahora bien, en casos
atípicos, que siempre presentan una singularidad existencial, una situación atípica
respecto de la norma general. En estos casos la clásica doctrina de la prudencia y la
justicia dan lugar al florecimiento precioso de la aequitas, de la equidad
aristotélicotomista. Esta es la primera gran advertencia en el caso de la propuesta
de Rahner. Tal vez no esté suficientemente claro el papel de la equidad en la
propuesta de Rahner. Tampoco me parece que Rahner sólo se base para estos
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casos atípicos en una conciencia no racional sino puramente intuitiva. Además, no
en todos los casos atípicos se hace necesaria una norma excepcional.
Dicho de paso aquí, por norma, Santo Tomás entiende la propia decisión prudencial
del autor de la norma, el mismo acto de creación tal como se da en el espíritu del
autor del derecho: in principe existens (S. Th. I-II, 91,1).
En los casos atípicos tratados por Bernard Häring y muchos otros moralistas,
Rahner consideraría, a nuestro entender, que la singuralidad del caso atípico  produce
una dificultad en la aplicación de la norma general. A nuestro juicio tratándose de
algunos casos atípicos se produce lo que podríamos llamar un agujero en la norma
general o una laguna en la norma, no una laguna del ordenamiento canónico, en el sentido
de una carencia de norma aplicable al caso, pues el ordenamiento contiene tal
norma. Se trata de un problema de manifiesta inadecuación de la ratio legis al caso
atípico para pasar, sin más, a la ratio decidendi.
No debería dejarse a nadie “medio muerto” en la Iglesia que no deja abandonados
a sus fieles. La Iglesia puede y debe proveer en los casos de conciencia que se le
presenten a través de quien corresponda, en tiempo útil, para que el fiel “viva y no
muera”. Advirtamos que todo el Decálogo, según la visión angélica, de Santo
Tomás, se reconduce a los mandamientos del amor a Dios y al prójimo (Summa
Theologiae, I-II q.100 a.5, ab1um). En el vol. V de los Escritos de Rahner aparece
un profundo estudio de las relaciones entre el mandamiento del amor y el resto de
los mandamientos del Decálogo. Para mi no ha sido de fácil lectura.
Es interesante recordar que el juez de la Iglesia, el confesor, el moralista, o el juez
eclesiástico debe aplicar la ley ejerciendo las virtudes de la prudencia y la justicia,
en la cual está la equidad. Y la equidad es una manifestación del ejercicio de la
virtud de la caridad, que es la forma de todas las virtudes (S.Th., II-II q.23 a.8:
“caritas forma virtutem”). Pues también es pertinente recordar que las virtudes
cristianas, informadas por la caridad, son una participación en las virtudes de
Cristo (San Buenaventura, III Sent. d. 34 q. 1, a. 1, III 737a).
La aplicación de una norma general al caso, que es propio de la conciencia, no es
pura deducción lógica ni creación subjetiva de la norma misma. La norma moral
particular que impone una decisión prudencial no está disponible ya en la norma
general, se descubre en la investigación que comienza por la interpretación de la
norma general y aprehende con agudeza la singularidad del caso y del acto de la
prudencia que lo resuelve (finis operis) . Esta tarea de concreción en la moral propia
de la prudencia puede también complementarse con el estudio de la concreción
que se opera en el derecho y en la ciencia del derecho.
De ahí que la tesis de Rahner puede, me parece, complementarse con los estudios
jurídicos sobre la concreción de las soluciones.
Ahora bien, para el cristiano no puede haber ejercicio de la prudencia como razón
práctica sin la caridad (S.Th. II-II q. 62, a 2.). La caridad perfecciona la prudencia
como razón práctica, pues la caridad orienta al hombre a su fin último, condición
de la prudencia. No hay prudencia sin caridad. La capacidad de discernimiento es
una dilatación de la caridad (Fil 1, 9-11). Qué hermosa concisión muestra San
Agustín al definir la prudencia como “un amor que discierne” (De Moribus Ecclesiae
Catholicae, I XV, 25). La caridad empuja la razón a discernir (S. Th. II-II q.47, a1).
Asombrosamente Santo Tomás dice que la caridad genera el imperium, el acto
propio de la prudencia. La luz de Cristo se manifiesta en la Cruz de Cristo que
ilumina toda la realidad del universo. La prudencia sigue esa luz y bebe de su
fuente.
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El don de consejo, que puede provenir del moralista, predispone  a la razón a
discernir el bien acerca de las cosas singulares y contingentes (S.Th. II-II q.52, a.1
y 2) y la disponibilidad de la prudencia a las sugerencias del Espíritu Santo es su
perfección misma. La prudencia es auxiliada y perfeccionada por el Espíritu. Ello
producirá una comprensión espiritual de la norma, como camino a Dios, que es la
caridad. La voz de Cristo no se sustituye, ni se sobrepone a la voz de la
conciencia, sin embargo, le muestra las exigencias de la caridad, más allá de lo
legal. La caridad no es sólo el centro de la moral, es el centro de todo lo creado. 
13.   LA NORMA GENERAL Y LA NORMA INDIVIDUAL
 Es necesario detenerse, aunque sea someramente, sobre la relación entre la
norma general y la resolución de una situación o caso existencial concreto. ¿Es
posible resolver el caso concreto por una serie de proposiciones generales? Todas
las proposiciones son generales. La solución no puede desprenderse de un
silogismo. Cuando hablamos de caso en este contexto nos referimos a una
controversia con todos sus elementos de individualización. En ésta un imperativo
concreto puede realizarse de distintas maneras.
Elegir una posibilidad de acción ante una situación particular, no puede deducirse
lógicamente. Lo teórico termina siempre en lo general. Sus conclusiones podrían
aplicarse a muchos casos de existencias posibles. Para tocar la existencia actual, no
basta la teoría, es necesaria la decisión de la prudencia. Aquí podernos ir de Tomás
a Rahner y viceversa.
Puede considerarse que la voluntad creadora de Dios se dirige a lo concreto
individual. Esta obligación divina se impone en la realidad individual o la norma
individual. Ahora cabe advertir que el individuum moral positivo no puede tratarse
en una ética de contenidos materiales general, pues las proposiciones generales
son sólo formales.
La conciencia no sólo aplica las normas generales a las situaciones individuales,
sino que también percibe lo que individualmente debe ser hecho por alguien,
como función existencial de la conciencia (Ibidem).
Rahner dice que no podemos responder a todas las cuestiones de ese
conocimiento ético existencial material. El amor como conocimiento de la verdad
existencial interpersonal, puede mostrarnos el camino.
Véase que Rahner coincide con la tesis según la cual: “tampoco se puede negar
que en mil casos prácticos de la vida ordinaria sea suficiente el método descripto
para la obtención del imperativo moral concreto” (Ibidem, p.218). Se refiere al
método deductivo.
Ello significa, como hemos dicho, que en los casos típicos ordinarios, la norma
general puede aplicarse con equidad. Mejor dicho no se plantea el problema de la
equidad cuando podemos aplicar la justicia ordinaria y general.
Con este entendimiento podríamos prescindir de los nuevos nombres de
“existencial formal”. Es claro que aplicamos la doctrina y virtud de la prudencia.
Es verdad que el abogado, el consejero, el juez juzgan sobre lo individual, pero
siempre sobre lo individual típico, es decir, recortado según lo que pueda tener
relevancia singular pues no todo lo singular será materia de juicio. No interesará, por
lo general, las condiciones físicas de las personas, salvo si en algún caso, esas
condiciones pudieran alcanzar alguna relevancia.
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DEL AMOR QUE ES SER AMADO THEOLOGIA CRUCIS ET GLORIAE . Antonio Boggiano

  • 1. DEL AMOR QUE ES SER AMADO THEOLOGIA CRUCIS ET GLORIAE SÍNTESIS FUNDADA EN LA MUERTE DE CRISTO EN LA CRUZ  Y MARÍA SANTÍSIMA A SUS PIES Antonio Boggiano Page 1 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 2. AL LECTOR UN SALTO A LOS BRAZOS DE DIOS He tenido la duda acerca de si estos papeles pueden ser presentados como un libro. Pero mi duda ha quedado disipada al descubrir la etimología de la palabra libro que, tomada del latín, liber, libri, primitivamente significó "la parte interior de la corteza de las plantas" que los romanos usaron como papel. Este sería, pues, un libro.  Pero no un ebook! El título de este libro fue originalmente TEOLOGÍA DE LA CRUZ.  Pero lo he cambiado. Dos ideas competían en mi. Una era: "Morir diariamente". Un modo vulgar del nulla die sine crucis. Pero triunfó otro. El nuevo título seria: "Sobre el amor".  Pero éste resultó demasiado lato. ¿De que amor se trataría?. Se puede hablar de muchas cosas al hablar del amor. Este libro, me parece, trata del amor que es ser amado. Y así es su título. Tiene un subtítulo,  más propiamente teológico y por eso lo puse en lengua culta. "Como el niño que salta confiado a los brazos de su padre porque sabe que no lo va a dejar caer" (Hans Urs von Balthasar - San Josemaría Escriva, en la Comunión de los Santos). Qué paradoja: yo, un ser-para-la-muerte a los brazos de Dios. ¡Podré convertirme en un ser-para-Dios! "Este saber no sabiendo es de tan alto poder que los sabios arguyendo jamás le puede vencer que no llega su saber a no entender entendiendo toda siencia trascendiendo" (San Juan de la Cruz) Decir a quienes y para qué se destina un libro es definirlo. Este libro está destinado al lector no especializado, ni siquiera familiarizado con la teología. Menos aún para teólogos. Aunque, incidentalmente, los teólogos puedan interesarse en el primer destinatario que es el hombre común. Todo hombre. Toda mujer. O la inversa. Uno de nosotros. A ellos va mi intento de mostrar la Cruz de Cristo, también, por cierto, a los no cristianos. Y a los cristianos también. Es un libro apostólico. "Apóstolos" deriva del griego "enviado". Va enviado y dirigido a mostrar la Cruz de Cristo y a invitar a creer en Cristo y seguirlo. Así parece demasiado pretensioso. Pero la pretensión no es mía; es de Cristo. Es quien viene, llama, invita, apremia, sugiere, ilumina o Page 2 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 3. golpea, hiere,  apena, llena de "tristeza". Pero promete: "vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Juan, 16, 16-20) Ascensión del Señor 2014 Page 3 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 4. SUMARIO 1.Precisión preliminar. 2.Introducción. 3. Uno de nosotros 4.La Cruz de Cristo como realidad radical, última. 5."Tocar el mal en sus mismas raíces". 6.La materia misteriosa de nuestra propia vida. 7.El dolor salvífico. 8.La Cruz de Cristo y la nuestra. 9.El samaritano y la teología moral. 10.La inteligibilidad de la palabra de Dios. 11.Ser para Dios y "ser de Dios". 12.La ética de las virtudes de Santo Tomás y la ética existencial formal de Karl Rahner como respuesta a la ética de la situación. 13.La norma general y la norma individual. 14.Moral y derecho. 15.Los métodos de la casuística. 16.Conciencia y prudencia. 17.La equidad en Aristóteles. 18.Norma general de “individuum inefabile” 19."Dios lo hizo pecado por nosotros". 20.El dolor como privación. 21.Creer es tomar la Cruz. La opción final de la vida entera. 22.La "opción final" del buen ladrón. 23.La salvación de las almas y la curación de los cuerpos. 24.Spes gloriae. 25.La voluntad de Satanás y el poder de Dios. 26."Hago nuevas todas las cosas". 27.El dolor de Jesucristo en la Cruz. 28.La distinción de los cristianos. 29.La indulgencia plenaria de San Juan XXIII. 30."Lo que vimos y oímos" 31.Culpa y responsabilidad (Schuld und Haftung) 32.Status viatoris et mirabilis via. 33.La cruz de la Iglesia. 34.La Cruz en los Sacramentos. 35.La Muerte de Cristo y la nuestra con Él. 36.Una oración de Rahner. 37.El olvido de la Cruz. 38."Estar con el Señor". 39.La Resurrección: hecho histórico y meta-histórico. 40.La Teología de la Cruz en una idea de Santo Tomás. 41.La Encarnación de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. 42.La Encarnación de Cristo y la divina maternidad de María. 43.Theologia Crucis Spes et Gloriae. 44.La unidad de la muerte y Resurrección de Jesucristo. 45.El dolor y el abandono de Cristo como misterio. 46.El ministerio sacerdotal de Cristo. 47.El mérito de la Pasión y muerte de Cristo y su descenso a los infiernos. 48.La Resurrección de Cristo. 49.La Madre del Redentor y la Cruz de Cristo. 50.La Ascensión de Cristo a los Cielos. 51.La justificación o santificación. Page 4 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 5. 52.Facienti quod est in se, Deus non denegat gratiam. 53.La predestinación. 54.Gracia y libertad. 55.Teología moral como antropología cristiana. 56.Ultima potentia. 57.Ultima ratio. 58.El futuro está en el presente, es el presente. 59.La casuística en la teología moral. 60.San Alfonso María de Ligorio y el refinamiento de la conciencia 61.La teología en el ateísmo moderno 62.“El Dios Crucificado” de Jürgen Moltmann. 63.Teología de la Cruz y el ateísmo 64.Teología trinitaria de la Cruz. 65.La muerte de Cristo esperanza nuestra 66.La muerte del hombre 67.Ars moriendi 68.Mysterium iniquitatis 69.El martirio como exaltación de la Cruz 70.Bautismo, Eucaristía y Unción de los enfermos 71.La Cruz rechazada. 72.Dios abandona al Hijo en la Cruz, Dios abandona al condenado . 73.Nuestra vida y la vida eterna. 74.La Teología moral de la Cruz 75.Sapientia crucis. 76.La justicia. 77.La perfección de las potencias. 78.La milicia o vida militante. 79.El martirio. 80.El temor y la virtud 81.La magnanimidad. 82.El precepto y la virtud. 83.La escatología. 84.La ley y el caso. 85. La política y la cruz. 86.Una Iglesia “pobre para los pobres”. Un diálogo con Karl Rahner. 87.Un amor que es ser amado. 88.La moral de la redención 89.Las Bienaventuranzas. 90.Bondad y justicia material. 91.La verdad de la Cruz. 92.La ley natural. 93."Ser del Señor" 94.El sacrificio de la Cruz 95.Reconciliados por su muerte, salvados por su vida "con cuanta más razón" 96.Ponerós 97.Victoria de los Ángeles 98.Eschatologia Crucis 99.Teología Política y Teología de la Liberación 100.Síntesis teológica fundada en la muerte de Cristo en la Cruz Staccato sobre la Cruz de Cristo Stabat Mater Pregón Pascual - Oración Page 5 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 6. 1.   PRECISIÓN PRELIMINAR Ante todo cabe un precisión preliminar necesaria. La teología de la Cruz se refiere a la Cruz de Cristo y, consiguientemente, a la teología de la muerte de Cristo en la Cruz. Solo analógicamente, se trata de nuestra Cruz de Cristo, aquella que hemos de tomar para seguirle. La nuestra solo puede ser considerada Cruz si es la Cruz de Cristo. No es posible una meditación sobre la Cruz de Cristo sin contemplar su Resurrección. Hay una unión esencial y existencial, ontológica entre la Cruz y la Resurrección. Tanto que podemos contemplar la Cruz con Resurrección y ésta en unidad con aquella. No es posible disociarlas. La Resurrección de Jesús trasciende la historia, pero también es historia (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, trad. de V. Fernando del Rio, OSA, Planeta, Encuentro, 2011, op. cit. p. 319). Estamos ante el Misterio de la Salvación, que, discreto y casi oculto “es manifestado sólo a un pequeño grupo de discípulos”... (op.cit. p. 320). ¿Y que gravedad tendrán para el cristiano, y para el que no lo es aún más, las pétreas palabras de Cristo: “El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mi?” Comprendemos que estas palabras van dirigidas a quienes quieran seguirlo. Pero me temo que están dirigidas a todo hombre con una pregunta sobrecogedora: ¿Me seguirás? Cristo llama a todos. Todos estamos invitados a seguirlo. La Iglesia es apostólica porque tiene la misión de transmitir a todo el mundo esta invitación. No es una bagatela organizar esta invitación universal. Cristo mismo la encomendó a sus apóstoles. Sobre Pedro y sus sucesores continúa edificando su Iglesia. Así es que todos estamos “invitados” a tomar “nuestra cruz”. Nuestro trabajo más excelente es convertir “nuestra cruz” en la Cruz de Cristo. En rigor, ¿no es ésta la invitación que Él nos hace? 2.   INTRODUCCIÓN He pensado en la enseñanza de San Pablo “ahora conocemos solo en parte” (1 Cor. 13, 9). Lo digo por lo siguiente. Cuando escribí las primeras líneas de esta llamada Teología de la Cruz, quería hacer algunas consideraciones,  hasta podría decir meditaciones, sobre las contradicciones que uno sufre en la vida, algunas en realidad. Quería pensar. No escribir.          No tenía ninguna pretensión. Pero empecé a leer. Y una lectura me llevó a otra y a otras más. Empecé a ver, al menos citada, una bibliografía enorme sobre la teología de la cruz, que nunca podría consultar y estudiar. Y así, poco a poco, este escrito fue adquiriendo cierto aire doctrinal.          Con todo, la pretensión alcanzó un límite, que antes no habría imaginado. Lo que diré seguidamente podrá parecer excesivo. Pero pienso que es verdad.          Dios conoce la ley eterna. Dios conoce todo. Nosotros “solo en parte”. Y bien, ni todos los sabios del mundo entero tienen un conocimiento infinitesimal de la ley eterna. Se me dispensará si ahora digo que ni todos los teólogos podrán decir mucho más de lo que aquí se dice. “Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara.” (1 Cor 13, 12) Page 6 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 7.          ¿Qué sabemos en realidad de los que viven más cerca nuestro? ¿Qué saben ellos de sí mismos? ¿Y nosotros de nosotros?          ¿Qué sabemos de aquellos a quienes se supone que debemos amar? ¿Qué sabemos de quienes nosotros creemos amar? Al reflexionar acerca de estas cosas sobre nuestras vidas quizá podamos comenzar a comprender la afirmación paulina: “conocemos sólo en parte” ¡Y qué infinitesimal!          ¿Y esta infinita pequeñez nuestra no nos habla ya de la Cruz?          ¿Qué es la Teología de la Cruz? Es toda la teología. En primer lugar la dogmática, que nos hace considerar el misterio de la cruz como misterio de la fe y misterio de salvación. Ahora bien, “ser de Cristo” es tomar la cruz –la de Cristo en cada uno- y seguirlo. La secuela de Cristo como identificación con Cristo es materia propia de la teología moral fundada en la dogmática.          También los teólogos han enseñado una teología espiritual (K. Rahner, Espiritualidad antigua y actual, en Escritos de Teología, VII, Madrid, 1969, 13-34). Cfr. Un estudio general en Saturnino Gamarra, Teología Espiritual, BAC, Madrid 2004.          La teología espiritual, como la moral, se refieren a la concreción de la vida cristiana. La teología moral y la espiritual se complementan en la concreción existencial de la vida cristiana. Ambas se complementan también en el estudio de la historia de quienes se encaminan a la perfección. Hay muchos caminos. Uno de ellos es el trazado precisamente en Camino por San Josemaría Escrivá, quien dice: “Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración”. (Camino, 335). Podemos recordar los preciosos libros de Tanquerey A, Compendio de Teología Ascética y Mística, Paris, Tournai, Roma 1930, ed. original francesa de 1923, y de muchos otros, ver Gamarra, op. cit p. 7 y 10.          Algunos autores dicen de la teología espiritual:  “La originalidad consiste precisamente en ser la teología de la apropiación personal del dato cristiano universal o  si se quiere, la teología de la fe en el sujeto (Gozzelino, G, cit. en Gamarra, op. cit. p. 14 nota 31. La asimilación y vida del misterio (op. cit. nota 32).          También el magno Hans Urs von Balthasar habla de “apropiación” (Gamarra, op. cit p. 14, nota 34).          “No hay teología sin apropiación personal de la fe, lo cual quiere decir que no hay teología sin espiritualidad” dice W. Kasper (Gamarra, p. 9 citando a Weismayer, J., Vida cristiana en plenitud, Madrid 1990, p. 16).          Después de ver todas las definiciones me permito invitar a la comparación de la teología espiritual con la ética existencial formal de Karl Rahner. Tal vez, finalmente, al menos para estas consideraciones, cabe aludir a una espiritualidad de la cruz, parafraseando a teólogos precitados, a una apropiación de la Cruz, en una teología espiritual del sufrimiento. ¿Existe algún movimiento de liberación del sufrimiento?          “El hombre es para sí mismo un ser incomprensible; su vida no tiene sentido si no recibe la revelación del amor, si no encuentra el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente (Redemptor Hominis, 10). El hombre no puede vivir sin amor. Page 7 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 8.          Podríamos decir que la teología espiritual trata la apropiación personal del amor de Dios. Mejor dicho está en el título del libro de Eva Carlota Rava, La Gracia de Dios Conmigo, CIAFIC, Ediciones, Buenos Aires, 2004, traducción del original, La grazia di Dio che è con me, Pontificia Universidad Lateranense, 2001).            ¿Qué significa vivir del amor de Dios?          Oír en la palabra de Dios lo que nos pide de nuestra vida en su peculiaridad existencial. Una vez oí que un sacerdote le decía a una persona: “Tú eres una máquina de sufrir”. “Todo te hace sufrir”. ¿Qué será de esa persona? ¿Por qué le diría eso aquel sacerdote? Además, también se estudia la teología fundamental. Aquí propongo como un capítulo de la teología fundamental la inteligibilidad de los diálogos de Jesucristo con sus interlocutores en los Evangelios (Cap. 10). Esa inteligibilidad, que es la base racional, previa al estudio de lo revelado, se especifica con el nombre de fundamental. “La recta razón demuestra los fundamentos de la fe” (Denz. Sch., 3019)          El concepto y el nombre no son nuevos, cfr. H Dieckmann, Theologia fundamentalis, 3 vol. Friburgo de Br. 1925-30, precedido por I. Ottiger, Theologia fundamentalis, 2 vol. Friburgo de Br. 1897-1911          La teología pastoral, que estudia el desempeño de la cura de almas, va dirigida a los pastores. Es la teología del Buen Pastor. Su misión profética es anunciar el Evangelio, instando a todos a la conversión y a la santidad. Su misión de gobierno es guiar por el buen camino por la jerarquía eclesiástica y otros sujetos del derecho canónico, sujetos a la jerarquía. En el arte de la pastoral ha de figurar siempre el arte de la Cruz. (ver A. Tanquerey, Synopis theologiae moralis et pastoralis, 3 vol, Doornik, 1930-31, A. del Portillo, Dinamicità e funzionalità delle strutture pastorali en varios La Collegialità episcopale per il futuro della Chiesa, Florencia 1969 La teología de la Cruz ha de verse en sus aspectos fundamental, dogmático, moral espiritual y pastoral. Hay un arte dedicado a la Cruz de Cristo con el que ilustraremos el presente.          No obstante todo lo antes dicho hay un libro que sí deseo citar y señalar para que sea particularmente valorado. Su autor es von Balthasar magno y cito su traducción al italiano Teologia dei tre giorni, Mysterium Paschale con una introducción a la edición italiana de Giuseppe Ruggieri, 8va. Ed. Queriniana, el Capítulo II lleva un título que he descubierto recién hoy al recibir el libro y que expresa, en síntesis, lo que quiero expresar en mi trabajo: “La Morte di Dio come luogo originario della salvezza, della rivelazione e della Teologia”. Este libro apareció primero como un capítulo de Mysterium Salutis (q 969, trad. italiana, vol. 6. 1971). Y bien, este título me sirve como una “muy providencial confirmación”, si puedo expresarme así. Lo que yo quiero decir, ya lo dijo von Balthasar, nadie menos. Lo recibo como una caricia de Dios. 3.   UNO DE NOSOTROS    Dios puede hacerse presente en nuestra vida en medio de muy diversas circunstancias. Puede ocurrir que nuestros padres nos hayan hablado de Dios, que nos hayan enseñado a hablarle, a rezarle, cuando éramos muy pequeños. Pero qué Page 8 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 9. curso haya seguido ese “encuentro” es muy variable. En algunos, se puede haber profundizado y arraigado. En otros, puede hacerse disipado y aún perdido de la superficie vital. Vivimos como si Dios no existiese, aunque tengamos ocasiones de asistir o de oír acerca de actos de culto. Todo esto bien pudo haber sido externo a nosotros. Y aún más, podríamos haber recibido una educación, incluso universitaria, de naturaleza religiosa. Pero ni toda la teología ha podido “tocarnos” un ápice. Nuestra vida, al menos nuestros actos y decisiones, nada han tenido que ver, aparentemente, con esos estudios de Dios, pero sin Dios. Parecería imposible. Pero es posible. Entonces ¿cómo es posible que  Dios se presente realmente en mi vida, en nuestras vidas? Los encuentros pueden ocurrir de muchas maneras. Un amigo, una novia o un novio, alguien… quizá improbable, pero un buen embajador…de Dios. Hasta podría decirse un ángel. En rigor, un apóstol. Hay apóstoles entre nosotros. La Iglesia los tiene, aunque a veces sus autoridades jerárquicas no lo sepan. Por cierto, Dios los conoce. Son ellos los que hacen el milagro de que no podamos tomar el “nombre de Dios en vano”. Cuando yo iba al colegio, las novias enseñaban a rezar. A veces por segunda vez, después de las madres. Hoy no sé si es así. Pero en muchos casos pasa. A veces un novio puede iniciar a su esposa en una vocación que durará toda la vida. Yo conocí uno. Y ¡cuántos conocerá Dios!          Pero también puede ocurrir, junto a la religión positiva, la irreligión misma (ver Marías Julián, El problema de Dios en la filosofía de nuestro tiempo, en Obras, IV, p. 38-64, entre tantos otros).          He hablado de la novia, del esposo. El encuentro que caracteriza al hombre es su condición de ser necesitado. Todo viviente necesita de otro para poder vivir. Así lo enseña la filosofía de la biología (ver H. Jonas, Organismus und Freiheit, Frankfurt am Main, 1997, p. 149).          Vivir es existir en relación con otro y uno es condición para la autonomía del otro. Sea por atracción o rechazo afectivo, no hay encuentro humano puramente instintivo. El más significativo encuentro es por ello una elección recíproca, sin que interese quien tome la iniciativa, salvo en un caso, en el cual, quien puede tomar la iniciativa es sólo Dios. “El ser humano se torna yo en el tú” (Buber). La libertad es esencial al encuentro. El encuentro que no puede eludirse no es ya verdadero encuentro. Podemos eludir el encuentro con Dios…          Ahora bien, nuestra vida es mortal. Es revocable e insegura en virtud de la relación de forma y materia en que se basa (H. Jonas, op. cit., p.20). Nuestra vida es frágil, vulnerable. Tal vez como principio general, podemos decir que la vida se aproxima gradualmente a la muerte, y su delimitación por la muerte le da una orientación interior que confiere significación a los acontecimientos y períodos de la vida. El hombre sabe de su propia mortalidad, es ansioso y angustiado en su particular sufrimiento. Pero por aquel saber es también la persona que asume el riesgo de conducir su vida. Está tentado a reprimir la propia muerte. Pero este desoír los presagios de la muerte hace de la vida meras posibilidades ilusorias. Este desoír lo inexorable despoja de seriedad la vida y la torna un juego sin sentido. La muerte da a la vida significación, peso, seriedad irrevocable. La vida puede morir gradualmente. Pero también de modo abrupto. La vida es esencialmente azarosa, riesgosa. El hombre muere también de niño o de muy joven como por un tajo absurdo. Pero ninguna muerte humana es absurda. Si el hombre es un ser para la muerte (M. Heidegger, Ser y tiempo, trad. de J.E. Rivera, Santiago de Chile, Ed. Universitaria 4º edic. 2005p 272-278) sólo Dios sabe la Page 9 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 10. hora. Por eso no es ningún palabrerío cuando imploramos a María Santísima: “ruega por nosotros pecadores, ahora... y en la hora de nuestra muerte”. Porque la hora de nuestra muerte puede ser…”ahora”. 4.   LA CRUZ DE CRISTO COMO REALIDAD RADICAL, ÚLTIMA Vivir es estar preocupados. Nos ocupamos porque nos preocupamos. Nos preocupa y ocupa ser esto o aquello. Vivir es vivir de cierto modo y no de otro. En ocasiones, el hombre prefiere morir antes que vivir de determinada manera. Pienso en el desesperado y en el mártir. “Et propter vitae vivendi perdere causas” Vivir no es apacible, es angustioso. La vida tiene afán de ser. Y miedo de no ser, de dejar de ser. Teme a la nada. La angustia está en este luchar por ser. Quitándose del cuello las garras que la oprimen para no ser. La angustia es nuestra constante y urgente defensa ante la nada. La vida quiere ser y no quiere la nada. ¿Por qué existe el ente y no más bien la nada? se pregunta Heidegger. Empero, a la vida le acontece la muerte. El que vive muere. Y muere “en la vida”. La muerte pasa en la vida. Morimos cuando estamos vivos. Si la muerte nos pasa, ¿qué nos pasa con la muerte? Pareciera que estamos precisados a vivir, aunque podemos negarnos a vivir. La vida es angustiosa porque puede ir hacia el ser o la nada. ¿Hacia dónde la llevamos? Pero: ¿es que podemos conducirla? ¿Podemos llevar la vida a la inexistencia, a la nada? Dice Diótima a Sócrates en el Banquete de Platón: "los hombres aman sobre todo la inmortalidad". La apetencia metafísica del hombre se manifiesta en su vivencia de la fugacidad, y especialmente  de la muerte. "Es la conciencia de la muerte, y junto a ella la observación del sufrimiento y de las miserias de la vida, lo que proporciona el más fuerte impulso a la meditación filosófica y a la interpretación del mundo". Este texto metafísico es de Schopenhauer quien llama a la muerte la diosa tutelar de la Filosofía. San Agustín en sus Confesiones dice "El amor conoce la luz eternamente inmutable de Dios". "Oh, eterna verdad, verdadero amor, amada eternidad!". Parafraseando  a San Agustín podríamos decir: "Nos has creado para esa luz y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en tu amor eterno". Nuestra razón no puede saber que hay después de la muerte. Hay otra fuente de conocimiento de la que podemos sacar un saber acerca de lo que hay después de la muerte. El que querramos beber o no de esa fuente es otra cuestión. La Cruz, para el hombre de fe y para el que no lo es también, es la luz misteriosa que más ilumina la existencia. Para todo hombre es así. Lo real es Jesucristo crucificado. El es la realidad radical, con la que hay que contar. Para los hombres que no creen en esa realidad, cabe lanzar una interpelación tan respetuosa como apremiante. Los hechos de Jesucristo crucificado pueden reconocerse o no. Pero esos hechos no pueden ser y no ser a la vez. Son o no son. Si son y no los reconocemos o no hacemos fe en ellos, no por ello dejan de ser ni en un ápice. Su ser es independiente de nuestra fe. Su realidad y verdad no dependen de nosotros, sino precisamente, todo lo contrario. Page 10 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 11. Ante la predicación de los hechos de la Crucifixión y de la Resurrección caben dos respuestas. Podemos desconocer los hechos, negarlos, no hacer fe en ellos, juzgar que son falsos, tenerlos por cuento o relato, pero no como hechos. Como algo en que no podemos, no queremos o no debemos creer. El ateísmo tiene la pretensión dogmática de negar la existencia de Dios. La otra respuesta es creer en ellos, con todas las vicisitudes de nuestra fe. En cambio, el agnosticismo es un escepticismo y un relativismo. Sostiene que no sabe y que no puede saberse si Dios existe. Ahora bien, sostener que no se puede saber, ya es saber que no se puede saber. He aquí la autocontradicción del agnosticismo. El agnóstico podría vivir como si Dios no existiera, y su vida podría inspirarse en un ateísmo no militante. O podría vivir como si Dios existiera y su vida podría ser una lucha por su fe hipotética y como los creyentes también deben luchar por su fe, su vida sería igual o mejor que la de un creyente. El agnóstico tiene que vivir, así como vive el ateo o el creyente. No puede refugiarse en el escepticismo porque este lo conduciría a la parálisis. Pero él no puede dejar de moverse, de tomar decisiones; en suma, de vivir. Consiguientemente, el agnosticismo que no sirve para la práctica, esto es, para la vida, no está de acuerdo con la naturaleza humana. Ahora bien, ello deja intacto el respeto que debemos al misterio de creer o no creer. El sufrimiento, el dolor, la muerte, son realidades universales. Heidegger decía que el hombre es un ser para la muerte. Vivir es morir. Esta es una realidad existencial universalmente aceptable. Vivir no sólo es ir perdiendo la vida o vitalidad; es ir muriéndose. Y este ir muriéndose como un ir acercándose a la muerte cierta e incierta está en la existencia humana y también en su esencia. El hombre es un ser para la cruz. Dios no le ahorra la cruz a nadie. Y esto vale también para los que no creen en Dios. También la muerte del otro nos arranca la vida, la vida con él; y nos deja solos, sin respuesta, sin diálogo. La muerte propia es la soledad absoluta. Morir es irse solo. Ya no podemos estar con el que muere. Me parece que hay solo una tenue analogía con esta soledad radical. Y es el estar con un loco. Pero esto nos llevaría ahora por otra rama. La muerte se nos presenta como una desesperante privación del otro o como una privación de mi vida y un enigmático, si lo hay, futuro de “mi” vida, “otra” vida, que no es esta y que no sabemos cómo será, si es. ¿Hay algo más? o ¿todo termina? ¿Tienen sentido estas preguntas? A su vez nos preguntamos con gran dolor intelectual. La muerte de alguien puede sumirnos en una soledad parecida a la muerte. Tanto esta soledad cuanto la incerteza sobre lo que habrá después, son sentimientos parecidos a la muerte. Si cuando muero no pasa nada, es una cosa. Si me pasa algo y sigo es otra. A la muerte de mi padre, cuando yo tenía dieciocho años, me pareció que su muerte no podía significar sólo que dejaba de vivir. Su muerte tenía que tener un sentido, tenía que dar razón de sí ¿Su muerte se lo había llevado por alguna razón o lo había aniquilado sin ninguna razón? Solo encontraba consuelo en la primera alternativa. La segunda me atormentaba. Pero obviamente, no quiero hacer de esos hechos psicológicos, nada más que eso. Aunque parece verdad que una concepción materialista del hombre es incompatible con la cruz, como se verá. La concepción fundamental de la vida humana tiene influencia en este punto crucial. Page 11 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 12. La cruz es un mal. La Cruz es un bien. Buscamos la salvación del mal. La liberación del mal. Y nos sale al encuentro el amor. El amor del que da su vida en sufrimiento para salvarnos.  5.   "TOCAR EL MAL EN SUS MISMAS RAÍCES" El Amor se somete al mal para librarnos del mal. Se somete voluntariamente al mal. Se somete y se libra a si mismo del mal. Se sometió al poder del mal . Pero el poder del mal nunca pudo afectar su poder, el poder de Dios. Y el poder divino se ha hecho un poder dolido, un poder sufriente. “Si es posible pase de mi este cáliz” Era posible. Quiso el cáliz porque era querido por el Padre. “NO SE HAGA MI VOLUNTAD SINO LA TUYA” He aquí un texto aparentemente misterioso; pues parecería que chocan la voluntad del Hijo con la del Padre. Pero en realidad jamás fue así. El Hijo ve el conflicto eventual. Lo ve y lo rechaza. Hay una sola voluntad de las dos personas de Dios. Y el Espíritu Santo consuela al Hijo y también al Padre doloroso. Dios salva al hombre por su sufrimiento. Podría haberlo hecho de otro modo: mediante un banquete, o de cualquier otro modo. Empero, Dios lo hizo en la Cruz Para nosotros es misterioso. Y precisamente, estamos llamados a participar en el misterio de la Cruz. Esta participación en el sacrificio de la Cruz es salvífica. Cómo será esa participación es asunto de la existencia de cada hombre. La pena, el dolor están siempre presentes en la vida y el hombre puede hacer partícipe su dolor del sufrimiento salvífico divino. El mal es la privación de Dios. Esta privación o negación de Dios se personaliza en la existencia del Demonio y sus súbditos. Dios permite cierto ejercicio del poder del Maligno v. gr. al dañar a Job. Dios da. Dios se da. El sufrimiento de Dios por la salvación del hombre manifiesta el Amor de Dios. Dios nos ama padeciendo por nosotros. Nosotros lo amamos sufriendo por Él y con Él. Participando en su sufrimiento. ¿Cómo se opera esta participación? Participamos en la Misa, en la que se renueva el sacrificio de la Cruz incruentamente. Siempre es posible un esfuerzo mayor en captar lo que allí ocurre, i. e., que se renueva el sacrificio de la Cruz, misteriosa, pero realmente. Nuestra voluntad, inteligencia, sentimientos, y toda nuestra persona debe entrar en esa participación en la que Dios mismo nos asegura que nos hace un lugar para entrar; como si metiéramos nuestra cabeza en las llagas. El puede agarrar nuestra pobre cabeza y llevarla a su pecho herido. Podemos pensar que estamos con El en el Getsemaní y que, al sudar sangre, lo lavamos con nuestra cabeza, como si lo pudiésemos aliviar. Pensemos que entonces se manifiesta su amor infinito, pues ya empezamos a acompañarlo en el camino de la Cruz. Para eso nos da a su Hijo. Para que podamos unirnos a El, y salvarnos al ser redimidos. Pero nosotros tenemos que unirnos. Si vamos a El, nos acoge. Si viene a nosotros, tenemos que recibirlo. Algo tenemos que hacer. Si el sufrimiento nos une a El es harto feliz, porque nos salva y, porque no es definitivo. Es un sufrimiento provisional necesario para liberarnos del definitivo. A veces oímos: terminó de sufrir. Dios nos da a su Hijo para que el hombre “no muera”, sino que tenga la vida eterna (Salvifici Doloris, 14). El hombre muere cuando pierde la vida eterna y esta pérdida es el sufrimiento definitivo, la pérdida de Dios. Bendigamos poder participar en el dolor salvífico de Dios y ponernos junto al pecho de Jesucristo, quien podrá borrar las miserias de nuestra cabeza. El, que sufrió lo terrible del dolor que significa la mera posibilidad de la separación del Padre, nos protegerá contra ese sufrimiento definitivo y final. Le suplicamos que no lo permita. Tenemos la esperanza de que una y mil veces nos haga aferrarnos a El y de que, en alguna de esas veces, lo hagamos. Page 12 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 13. Para protegernos del mal, Jesucristo debe “tocar el mal en sus mismas raíces trascendentales, en las que este se desarrolla en la historia del hombre” (Salvifici Doloris, 14). Estas raíces están en el pecado y en la muerte. Jesucristo vino a vencerlos. Dios ha debido librar un combate terrible contra el pecado y la muerte. Sólo El puede librarnos en la batalla. El poder del Maligno parece confrontable al de Dios. Ello es lo terrible. El Mal es confrontable con Dios. Nosotros no podemos confrontar con el mal, si no contamos con la ayuda de Dios. Sólo Dios puede librarnos del Mal. Nosotros somos inconfrontables contra el mal del Demonio. El sufrimiento humano no puede desvincularse del pecado de origen, del “pecado del mundo”…“del trasfondo pecaminoso de las acciones personales y de los procesos sociales de la historia del hombre.”(Ibid.). La muerte, aunque no sea un sufrimiento temporalmente, y, en cierto modo, se encuentra más allá de todos los sufrimientos, es un mal que el hombre experimenta contemporáneamente con ella y es definitivo y totalizante (Ibid, l5). El sufrimiento es un arma esencial y necesaria para la vida eterna, pero innecesaria en ella. Sufrimos lo malo, i.e., las privaciones. Sufrimos el mal, i.e., la privación de Dios. La muerte, vista como disociación (Salvifici Doloris, 15) es también ruptura, desorden, destrucción de toda armonía, corrupción, arbitrariedad, polvo. Dios libra de la muerte y del pecado. Sólo Dios puede borrar el pecado y la muerte. Borrar es anular, dejar sin efecto alguno, hacer inexistente. Tan misterioso es crear como este modo de anular la apariencia de ser del pecado y de la muerte. Es una recreación. Es hacernos de nuevo como si lo malo no hubiera existido y en verdad, sea así: nunca existió el mal. Dios está continuamente anulando el mal de nuestros pecados. Necesitamos abundantemente de esta lluvia de cancelaciones. Sin esta lluvia el campo de la humanidad se haría infértil. 6.   LA MATERIA MISTERIOSA DE NUESTRA PROPIA VIDA Dios da al hombre la vida nueva y capaz de vivir sin pecado, sin mal, esa vida nueva es la gracia santificante que nos permite convertir lo malo en bueno. Esta recreación es una conversión. El corazón huye de todo hacia Dios y quiere aferrarse a El. Esta huída de todo y vuelta hacia Dios es también un camino de sacrificio que debemos conocer. Hemos de aprender a usar nuestro dolor y sacrificios para andar ese camino de retorno. Es largo; llega hasta la muerte. Es que llegamos a una confusión: ¿el mal es el bien? No es así. “No hay mal que por bien no venga”. Esto es lo que tenemos que aprender. A veces creemos saberlo. Pero tengamos cuidado: es una lección difícil. El mal es una privación de algún bien. Ahora, si Dios quiere privarnos de un bien, es sin duda para ponernos en el estado de privación de ese bien que hemos perdido. En ocasiones, nos parece que Dios no lo sustituye por nada. Parecería que no hay “bien que venga”. Pero esto no es así. Siempre estamos en un nuevo estado posterior a la pérdida y al sufrimiento. Este nuevo estado es querido por Dios como lo que viene. Debe ser bueno. A veces podemos ver con claridad cuál es el nuevo bien producto de la sustitución. Pero otras, no vemos nada bueno en cambio. Sin embargo, debemos estudiar con atención nuestra vida para ver si Page 13 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 14. viene o ha venido el nuevo bien. La materia más difícil de estudiar es nuestra propia vida. Ello hace que nosotros no podamos ver bien. Necesitamos ayuda. No autoayuda. Nosotros somos esencialmente menesterosos, privados de bienes, necesitados de ayuda. De otros y sobre todos de Dios. Pero no debemos olvidar jamás que la omisión de la ayuda que podemos prestar es también un mal. Basta con recordar al samaritano. Si no aprendemos en esta escuela corremos peligro. El peligro es de un mal terrible: “no os conozco”. Debemos esforzarnos enormemente, sobre todo en algunos países del mundo, por ayudar mucho más en nuestra vida privada y social; y nuestra vida privada es social. ¿Dónde está lo que hacemos por cada niño de la calle “privado de casi todo”? Esos niños aún homicidas son otros Cristos, con quienes estamos obligados a sufrir, ayudándoles. Si es necesario, prescindamos de los que accidentalmente gobiernan. Cuando no hay quien sepa y quiera ayudar habrá que buscar a otro. Es lo que pasa también con nosotros cuando no ayudamos de corazón a nuestros hermanos y los abandonamos a la persecución, al daño y buscamos todavía excusas que nos justifiquen por trabajar en obras apostólicas. Ojalá no seamos juzgados de fariseos hipócritas. Hemos de comprender que esos menesterosos de la calle son El. Tenemos que ir a El, en ellos. El es quien dijo: “Sin Mí nada podéis hacer”. Mientras no vayamos a nuestros “pobres Cristos” nada podemos hacer. Recuerdo a mi padre cuando pasábamos al lado de un mendigo y él decía: “Pobre Cristo”. Me quedó esa idea en la cabeza y me preguntaba por qué “pobre Cristo”. ¿A cuántas personas deberíamos salvar del “dominio de la muerte”? Las obras de apostolado deben abrirse a estos “pobres Cristos”, con cierta predilección incluso, porque serán responsables por ello. Han de ir de verdad a todos. Y llenar sus casas confortables con esos pobres. Si no ¿qué mérito tendrán? La Iglesia debe ir con urgencia a socorrer a esos nuevos devorados por los leones, por todos los que están sujetos al dominio “de la muerte”. Cristo mismo se dirigía preferentemente a los enfermos y a quienes esperaban ayuda. Si ni siquiera lo seguimos, ayudando a nuestros hermanos más íntimamente próximos ¿qué mérito tenemos? ¿qué cruz llevamos? Si en una familia un hijo sufre un grave mal, van todos, el padre, la madre y todos los hermanos a socorrerlo. Y si no decimos: “No tiene una familia”. Yo conocí personalmente a un santo sacerdote que una vez fue a un poderoso de la tierra a decirle: “Este hijo mío tiene familia; es mi familia”. Curaba a los enfermos. Consolaba a los afligidos. Alimentaba a los hambrientos, liberaba de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas. Tres veces devolvió la vida a los muertos (Salvifici Doloris, 16). No podemos omitir que también llamó bienaventurados a los que ahora padecen hambre. Pero ¡cuidado! No sólo los mendigos padecen hambre. … Hay señoras distinguidísimas que también padecen hambre ¿qué hacen sus amigos? ¿No se quieren? Page 14 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 15. Ahora veo que, aún cuando se produzca un escenario estéticamente deplorable la tarea de dar de comer a los mendigos es una obra de puro Amor de Dios. Y sin embargo, es dolorosa. No podemos sustraernos a la rotunda verdad que significa el llamado de Cristo a participar de los sufrimientos en los que Él mismo participó. 7.    EL DOLOR SALVÍFICO Cristo va hacia su Pasión. No es este el lugar para hacerlo, pero hay tantas meditaciones excelentes sobre la Pasión que bastará aquí una remisión a ellas. Destaquemos tan sólo que Isaías lo llama Varón de dolores (Is. 53, 2-6). Cristo sufre como hombre y como Dios. Dios sufre para salvarnos. Sólo Dios puede cancelar el pecado total de la historia humana. Todo pecado está cancelado. Pero falta aún que hagamos aplicación de esa cancelación a nuestros pecados personales. Tal aplicación puede tener la cara del dolor y el sufrimiento. Empero, también puede manifestarse en las buenas obras si están unidas a Cristo. Podemos aplicar el padecimiento de los males para la remisión de nuestros pecados. Los males pueden servirnos para obtener bienes. Es esto lo que nos asegura el sacramento de la penitencia. Los males padecidos pueden servirnos si los unimos a aquella Sentencia del juez divino. De nosotros depende la intensidad de la aplicación de los méritos de Cristo. Para esto también necesitamos ayuda. Esperemos que siempre nos llegue esa ayuda. Si tenemos una familia cristiana esperemos que todos ellos, todos, vengan a ayudarnos en la hora del dolor y en especial, en la hora de nuestra muerte. En las familias parece haberse debilitado la gran capacidad que por naturaleza tiene para ayudar en la hora de nuestra muerte. A nadie deberíamos dejar sin esa ayuda. Sería muy malo ver que en una familia cristiana esa ayuda se da sólo a los miembros de la familia. ¿Pero si ni siquiera a sus miembros? “Fue arrebatado por un juicio inicuo, sin que nadie defendiera su causa…”  Cristo, en quien no había maldad, fue así maltratado, ¿qué menos podemos esperar nosotros, en quienes hay mucha? Llamémonos bienaventurados si fuéramos así arrebatados y nadie defendiera nuestra causa. Nosotros podemos unirnos a Cristo sufriendo voluntariamente, pero no inocentemente. Ahora bien, debemos asentar un aserto impresionante, sorprendente muchas veces, ignorado muchas otras, un aserto de fuego. De fuego y de gloria. El sufrimiento de Cristo está indisolublemente unido al Evangelio. No hay Evangelio sin Pasión de Cristo. He aquí la última palabra evangélica: “la doctrina de la Cruz” (Salvifici Doloris, 18 citando a San Pablo). El sufrimiento es padecer el mal. Ojalá el nuestro pueda unirse indisolublemente al de Aquel que nos salvo venciéndolo. No podemos lograrlo. Sólo podemos pedirlo. Page 15 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 16. El mal ininteligible del abandono de Dios por Dios, se concentró en quien cargó con nuestros pecados y tomó sobre El todo el mal de dar las espaldas a Dios, el sufrimiento de la separación del Padre, el rechazo del Padre, la ruptura con Dios. Este mal del abandono de Cristo es tan aterrorizante que no podemos siquiera verlo propuesto. El Padre abandona a Jesucristo al poder del sufrimiento y del Mal. Para salvar al hombre Dios tuvo que romperse, que separarse, que dividirse y al romperse El recompuso al hombre. No estoy seguro de que estas palabras sean doctrina “segura”. “Dios lo quebrantó” (Is. 53.10). Lo rompió con dolores, “lo molió por nuestros pecados” (Is. 53.2-6). El dolor de Cristo se transforma en amor, en el amor que crea el bien, en el amor que recrea al quebrantado por el pecado. ¿Podemos participar en el abandono de Cristo? Nosotros no podemos. Si fuéramos abandonados nosotros caeríamos en la inexistencia. Será por eso que sólo Dios podía habernos redimido. Aún en nuestros padecimientos más dolorosos, estamos siempre en las manos de Dios. Pese a que nos rodea el misterio ante la angustias y tristezas de muerte de Cristo en el Huerto y ante sus palabras de abandono en la Cruz, jamás debemos ignorar la sentencia cierta que “establece no haber ignorado nada el alma de Cristo, sino que desde el principio lo conoció todo en el Verbo, lo pasado, lo presente y lo futuro, es decir, todo lo que Dios sabe por ciencia de visión” (Acerca de Algunas Proposiciones sobre la ciencia del alma de Cristo [Decreto del Santo Oficio del 5 de Junio de 1918], Acta Apostólica Sedes 10 (1918), 282, Denzinger, 2184). Debemos concluir que Cristo siempre veía todo el curso de su crucifixión y resurrección. Dios sí pudo sufrir ese abandono y subsistir en su propio ser divino. Sólo Dios podía habernos redimido. Heidegger, como recordáramos, consideraba al hombre como un ser para la muerte. A su doctrina podemos contraponer la de San Pablo: “Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte por amor de Jesús…(2 Cor. 4, 8-11-14). En San Pablo se enciende la luz que hace de la muerte, la resurrección. Si la muerte está intensamente unida a la Cruz de Cristo en un acto de puro amor, morir es vivir. Lo crucial es que “Cristo ha abierto su sufrimiento al hombre” (Salvifici Doloris, 20) y su muerte. Nosotros descubrimos en nuestros sufrimientos los de Cristo y los revivimos mediante la fe (ibidem). Todo hombre sufriente puede decir con Pablo: “Estoy crucificado con Cristo, ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 19-20). Cristo se une al hombre, a Pablo,  mediante la Cruz.  Y el hombre, nosotros, podemos decir con Pablo: “Jamás me gloriaré a no ser en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (ibidem). Pablo nos insta a participar en los padecimientos y en la muerte de Cristo por si logramos alcanzar la resurrección de los muertos. En la teología paulina encontramos los fundamentos para apoyar la relación entre la Pasión y Muerte de Cristo y nuestros padecimientos y muerte. Esta relación Page 16 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 17. consiste en una apertura por la que podemos entrar uniendo nuestros padecimientos y muerte a los de Cristo. Con todo respeto podríamos decir que Cristo hace una oferta al público: una policitatio. El que la acepta se salvará. Y pondrá un pie en la gloria. La esperanza de la gloria: Spes Salvi. El parágrafo 21 de la Salvifici Doloris  requiere como todos, una lectura personal porque ese texto parece envuelto en un misterio que a cada uno nos toca y nos envuelve. La participación en la Pasión de Cristo es también la participación en su Gloria. Y otra vez Pablo alza un grito de esperanza: “Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros”. La Resurrección revela la gloria de la Cruz de Cristo. En ocasiones, el hombre, aún sin fe en Cristo, se somete al sufrimiento por la verdad o la justicia. Esto lo hemos visto. El sufrimiento se impone entonces como en la enfermedad o en otros dolores, desde afuera, inexorablemente, con independencia de la voluntad de quien la padece. En situaciones, el hombre se ve en la necesidad moral absoluta de sufrir por salvar un valor. Desde la patria a la vida de una persona. El sufrimiento es una prueba. Pablo dice “Por esta causa sufro”. No se somete al sufrimiento sin una causa. A veces parece que es sin causa, pero ésta está escondida. ¿Cuántos son los Cirineos que ayudaron a llevar la Cruz de Cristo? Ellos no la han buscado. Pero la han encontrado. Estos mártires de hoy son semen christianorum. Véase el libro del Cardenal François Xavier Nguyen van Thuan, Testigos de esperanza. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de San Juan Pablo II, capítulo 12.  Pablo mismo, magna semilla de cristianos, no se complace en padecer porque sí. “Por esta causa sufro, pero no me avergüenzo, porque sé en Quien me he confiado” (II Tim. 1, 12). Es un sufrimiento lleno de razón. Una sabiduría de la esperanza. El sabe. Tiene un conocimiento. Una certeza. Sabe en Quien se ha confiado. Se ha confiado a la LA ÚNICA RAZÓN DE TODO LO CREADO. Ahora bien, aún para el creyente surgiría la pregunta ¿por qué nuestros sufrimientos pueden ser unidos a la Cruz de Cristo? ¿De dónde nos viene este saber? Es verdad que los sufrimientos de Cristo lo elevaron a la resurrección. ¿Pero los nuestros? Y bien, para esta pregunta encontramos una respuesta portentosa: “el que no toma su cruz, y me sigue, no es digno de Mi” (Mt. 10, 38). Es el mismo Jesucristo quien nos une a su dignidad en virtud de la cruz, de la aceptación de la cruz, del abrazarnos a ella como el Cirineo. 8.   LA CRUZ DE CRISTO Y LA NUESTRA Es Jesucristo quien asocia nuestra aceptación de la cruz a la suya. Su Cruz es nuestra cruz. La que Él nos envía es la suya y la nuestra. Ahora bien, el proceso de aceptación de tomar la cruz y seguirle no es una bagatela. Hay muchas cosas que se deben tratar en este punto.  Una primera es la de saber identificar la Cruz de Cristo y separarla de los sufrimientos que nos sobrevienen por nuestra propia culpa. A veces la distinción es clara. Pero en otras parece haber ciertas causas externas que se mezclan con nuestra culpa. Un paso más y entraríamos en la casuística en dónde precisamente se nos aconseja no entrar. En una época los manuales de Teología moral entraban Page 17 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 18. en este análisis de casos. Hoy no se considera método adecuado. Esto es una pérdida, porque con ocasión de los casos se hacen más transparentes los principios o normas generales. Por ejemplo, si hemos contraído una enfermedad por nuestra culpa, parecería que en esos sufrimientos no está la Cruz de Cristo sino la nuestra. Pero aún así, contraer una enfermedad no sólo es asunto de nuestra conducta. ¿Por qué tantas conductas culposas no traen consecuencias y por qué justamente en una maniobra culposa chocamos con un volquete que estaba improbablemente en el camino? Pedro también dice: “Si por cristiano padece, no se avergüence”  Hay situaciones en las que una persona padece claramente “por cristiano” ¿pero en otras? Sin embargo, de las circunstancias que rodean los casos generalmente recibimos suficiente certeza moral. Nada más que esta certeza es asequible. Porque en estos terrenos no existe la certeza pura sino sólo la práctica. Este proceso de aceptación de nuestra cruz requiere, luego de discernir su identidad, soportarla con perseverancia, es decir, aguantarla sin aflojar. Este es un capítulo importantísimo de la vida humana. De él brota la paciencia y la esperanza de que el mal que la atenaza no prevalecerá al final. Un gran experto en sufrimientos, el Papa Juan Pablo II, nos dice que esta perseverancia viene acompañada por “la acción del Amor de Dios, que es el don supremo del Espíritu Santo” (Salvifici Doloris, 23 in fine). Aquí recibimos la promesa más grande. Dios obra su amor. Y el Papa Magno nos conduce hasta el fondo del misterio: el hombre se encuentra hasta el fondo en el sufrimiento: reencuentra “el alma” que le parecía haber “perdido” a causa del sufrimiento. Sinceramente, me resultan misteriosas estas palabras y prefiero no comentarlas. Sin embargo hay una cosa que me atrevo a decir. Hay momentos en la vida de un hombre –en la de algunos no llega ese extremo- en los que les parece estar en el fondo de su dolor, despojado de todo, de todo valor, de toda dignidad, despreciado por todos, puesto aparte, excluido, expulsado, echado, sin mérito reconocido alguno. Sin ninguna apariencia de dignidad humana. Yo conocí a un santo sacerdote que clamaba “No soy nada, no valgo nada, no tengo nada”. Sufría agonía. El experimentó en carne propia lo que escribió sobre la Santa Cruz (José María Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios). Quisiera sugerir al lector la meditación de este párrafo. La aceptación de la cruz tiene también una relación salvífica. El sufrimiento humano redime pues Cristo mismo abrió su Pasión a la participación del sufrimiento de los hombres en ella, que a su manera, completa el sufrimiento de Cristo. Esta complementación también es misteriosa. Así es que Cristo nos asocia a su misterio Pascual, corredimiendo el mundo, parecería posible decir que Cristo está padeciendo constantemente con los sufrimientos humanos. Quizás podamos intuir algo de esta participación y continuación al contemplar el misterio del sacrificio incruento de la Santa Misa. Podríamos imaginar, con respeto, que nuestros sufrimientos sirven para realizar el sacrificio incruento de la Santa Misa, en la cual, es nuestro dolor el que toma el lugar de la crucifixión de Cristo. Incruenta en el altar. Cruenta para nosotros. Pero tenemos que poner nuestros sufrimientos en la patena.  Las persecuciones y tribulaciones “por su nombre” son signos especiales de semejanza a Cristo y de unión. Así, veamos el encarcelamiento de F. X. N.van Thuan. Luego de ser nombrado obispo de Saigón en 1975 fue arrestado. Pasó trece años preso, nueve de los cuales en aislamiento, por “causa de Cristo” y de esta causa podemos estar ciertos.  Page 18 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 19. ¿Quién lo sacaría de la prisión? ¿Las divisiones del Papa? “¿De cuántas divisiones dispone el Papa?" preguntaba Stalin. ¿Podemos imaginarnos con cuánto poder temporal los cristianos fueron salvados del martirio? Pero entendemos que en la prisión y en el martirio los cristianos fueron fuertes en su debilidad. No los socorrieron las “divisiones del Papa” sino la fuerza de Dios. ¿Por qué?  San Juan Pablo II nos hace entrever veladamente acerca de la respuesta de Dios al sufrimiento. “Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo” (Salvifici Doloris, 26). “La respuesta de Cristo no es abstracta, es ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento sino que ante todo dice: “Sígueme”. Ven, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi Cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose a la Cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido a nivel humano, sino a nivel del sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de este nivel de Cristo aquel sentido salvífico del sufrimiento desciende al nivel humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en el sufrimiento la paz interior. Incluso la alegría espiritual” (Salvifici Doloris, 26). Volviendo a nuestra pregunta inicial ¿Por qué la muerte? ¿Cuál es su sentido? No parece posible según San Juan Pablo II ir de lo humano a lo divino, sino del padecimiento de Cristo al nuestro. Desde esta perspectiva se vislumbra que el sufrimiento humano sirve, coopera con Cristo. Lo ayuda. Nada menos que en la obra del misterio de la salvación: misterium salutis. Tampoco necesita el hombre saber cómo se opera esa ayuda. Entiende que no puede conocer todo acabadamente, sino en parte; como veladamente. Pero este saber incierto le basta para dar fuerza a su esperanza.  Imaginemos por un instante que se nos asegurara que después de nuestros padecimientos ofrecidos en cooperación con la Redención, gozaríamos de esta salvación. Cualquier sacrificio quedaría iluminado. Ilustrado por esa luz que es la palabra de Quien no puede fallar. Dios mismo. Deberíamos creer. ¿Podríamos creer? ¿Querríamos creer? ¿Creeríamos? “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros” (Col. 1, 24). Porque estos sufrimientos tienen sentido, son eficaces, producen consecuencias benéficas, dan frutos, como la muerte de la espiga. La psiquiatría enseña que el sinsentido del dolor causa una progresiva destrucción de la personalidad. Es más causa de daño a sí mismo y a los demás. Cuando el hombre cree en que su dolor puede asociarse a los padecimientos de Cristo, su dolor queda transformado. Recordemos que el padecimiento físico y el moral se relacionan. Pensemos en la oración del que sufre. “Ha habido largos períodos de mi vida en los que he sufrido por no poder rezar. He experimentado el abismo de mi debilidad física y mental”. Ruego al lector que lea el libro de Van Thuan antes citado, especialmente el capítulo sobre la oración; aunque en verdad todo el libro. Es recomendable a creyentes y no creyentes. Este libro puede llenar de ciencia aún a los más iletrados, de una ciencia de Dios.    Page 19 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 20. Es la ciencia de la alegría por el gran premio  de la gloria. El sufrimiento cristiano es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo (Salvifici Doloris, 27). “El evangelio del sufrimiento se escribe continuamente, y continuamente habla con las palabras de esta extraña paradoja” (ibidem) Leo la encíclica Salvifici Doloris y me parece que no puedo comentar nada y debería limitarme a copiarla: “Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás” (ibidem). Y vuelvo a citar: “El hombre, cuanto más se siente amenazado por el pecado, cuanto más pesadas son las estructuras del pecado que lleva en su mundo de hoy, tanto más grande es la elocuencia que posee en sí el sufrimiento humano. Y tanto más la Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo” (Ibid, 27 in fine). ¡Cuál no será entonces nuestra obligación de unirnos al prójimo que sufre! A veces, sólo podemos compadecernos con el que sufre. Pero se ha de manifestar este amor y solidaridad. No basta con la mera pasividad. Algo siempre podemos hacer. Aunque más no sea mandarle unas líneas al sufridor. El mero silencio no es elocuente de nada bueno. Hay muchos hermanos prójimos nuestros que han sufrido, además del dolor de su propio mal, el accesorio de la ausencia de la más mínima manifestación de amor o de solidaridad. Estos hermanos nuestros sufren doblemente. Por su propio mal y por el nuestro. No llamemos a estas manifestaciones “obras de misericordia”. ¡Da risa esta mezquindad! Son obras de justicia insuficiente ante el que sufre por nosotros! ¿Por qué mi prójimo ha sufrido “un accidente” y no nosotros? Además de aquellas manifestaciones, en muchas ocasiones podemos hacer algo. Ayudar. Poniendo medios eficaces. Aunque no resulten eficaces. El samaritano ayuda de corazón y con dinero. Con el que sea necesario. Esto le confiere al samaritano su valor y dignidad. Al punto que Dios lo juzga prójimo. No nosotros. Dios. Parecería que Dios creó un mundo en el que debe haber un cierto equilibrio entre sufrimiento y amor. Y el amor “en el corazón y en las obras” viene del sufrimiento. Frente al sufridor el otro hombre ha de “pararse”, “conmoverse” y “actuar”. Hoy se habla de actividad samaritana para nombrar a toda acción de ayuda al que sufre. Se trata de una actividad. ¿Cuántos samaritanos hay en el mundo? ¿y cuántos más debería haber? La ayuda al prójimo en las familias y entre las familias. Y en la sociedad desde la local a la internacional. Estas ayudas, frutos del amor, han de ahogar el odio y todas las consecuencias que este mal trae. Necesitamos una copiosa lluvia de bienes que nos haga mejores personas y sociedades. La Iglesia ha de ser heraldo en esta lucha por “ahogar el mal en abundancia de bien”. Todos sus miembros hemos de ser cooperadores de Cristo, embajadores de Cristo. Los únicos que pueden llevar el Corazón de Cristo a las llagas del dolor. Y sobre todo del dolor del alma. ¿Dónde están los soldados de Cristo si ni siquiera se presentan a la Page 20 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 21. batalla? ¿Qué dirán de nosotros cuando en el juicio final se diga, “Venid benditos de mi Padre”? Trabajemos dando de comer, de beber, visitando al preso…Luego de la oración y la mortificación, el cristiano debe actuar, pues por sus obras será juzgado. Ha de pasar haciendo el bien. El sufrimiento nos mueve al amor. 9.   EL SAMARITANO Y LA TEOLOGÍA MORAL Tengo que agregar la meditación del samaritano. El ejemplo del samaritano como prójimo va dirigido a nosotros. Tenemos que amar como amó el samaritano. Véase que no se trata de un amor dulzón, sino de un amor recio, que cuesta y cuesta precisamente el dinero que da el samaritano al mesonero. Pero no es esto lo que agrego, sino lo siguiente. Nosotros no siempre somos o debemos ser el samaritano. También somos aquel tendido en tierra, medio muerto, robado y herido por los ladrones. Aquel a quien el samaritano “vendó las heridas”. “Lo condujo al mesón y cuidó de él” ¿Tú lo harías conmigo? Tú y yo debemos preguntarnos y contestarnos sinceramente. Y si no “¿qué mérito tenéis?”. Cristo propone una meritocracia inspirada en el Evangelio. Parecería que mi comentario se funda en una egoísta justicia retributiva. Do ut des. Pero no digo esto. Quiero decir que muchas veces somos nosotros quienes estamos “medio muertos” y necesitamos un samaritano. ¿Si nosotros no lo somos, habrá otros? Puede ocurrir que nos quedemos medio muertos y aún muertos. No podemos olvidar, y los cristianos menos que nadie, que el dolor y el amor integran una ecuación inherente a la naturaleza humana. Y si esa ecuación se quiebra caemos en bancarrota. No sólo económica, sino antes que aquella, humana. La económica vendrá también… después. Esta ecuación sólo puede salvarse en el corazón del hombre y, con mayor razón aún, en el de la mujer. ¿Cuántos medio muertos tenemos? Sugeriría que esta pregunta fuera materia de examen. Empecemos al menos por acercarnos a sus “heridas”, que nos “conmuevan”. ¿Alguien nos dijo alguna vez: sos el único samaritano que me queda? ¿Y nos movemos? Si empezamos a andar por este camino de amor, tomaremos la Cruz de Cristo y lo seguiremos… El amor en la Cruz. Y tendremos una “dignidad” de Él que el mundo desconoce. Si tuviésemos la capacidad y el talento del filósofo Husserl, intentaríamos un análisis fenomenológico de los hechos del buen samaritano. Nosotros también preguntamos al Señor quien es mi prójimo, como buenos doctores de la ley. El Señor nos cuenta una historia de la que quiere por comparación o semejanza darnos una enseñanza moral decisiva para nuestra vida. Porque tenemos que saber a quien debemos amar como a nosotros mismos. Esto es crucial: “como a ti mismo”. No menos. Es una medida muy grande porque se supone que nos queremos mucho y bien. El Señor nos dice que “bajaba un hombre de Jericó a Jerusalén” pero no nos dice más nada de él. Era un hombre. Page 21 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 22. Sólo “un hombre”, “un hombre” cualquiera, un hombre que cayó en manos de ladrones, quienes lo “despojaron de todo”, lo “cubrieron de heridas”, dejándole “medio muerto”. Ahora pongamos nuestra cabeza en la escena. Caer en manos de ladrones…Nos relata el Señor unos ladrones de bienes materiales aparentemente. Pero el despojo, podemos entender nosotros, puede ser también de bienes inmateriales. Despojo de toda la honra, la fama, el buen nombre. Despojo de la gracia. Las heridas pueden ser físicas pero también morales de toda índole. De ellas el hombre fue “cubierto”, es decir que recibió muchas. Fue abandonado medio muerto. Podemos pensar no sólo en lo físico, sino también medio muerto moralmente o sobrenaturalmente. Los sufrimientos del “prójimo” han sido graves. Un sacerdote “lo vio y pasó de largo”. Al hablarnos de sacerdote nos hace pensar que los daños pudieron haber sido morales también. Un levita “lo miró y siguió adelante”. Podríamos decir muchas cosas de estos personajes pasajeros. Pero ahora tenemos prisa en ir al grano. El samaritano se compadeció. Esto es, se puso a padecer junto a aquel “hombre”, como si fuera él mismo. Hizo varias cosas de primeros auxilios y “cuidó de él”. Lo cuidó como él se hubiera cuidado. Hoy las personas nos saludan y nos dicen: Cuídese. Cuando me lo decían me quedaba perplejo. Pensaba: ¿en qué peligro estoy? ¿Por qué tendré que cuidarme yo? Parece que cuidarse tiene un sentido amplio. Viene al caso, porque el samaritano seguramente consoló, reanimó y confortó al “hombre”. No sólo cuidó de su cuerpo seguramente. Lo llevó al mesón y allí se quedó un día con el “hombre”. Advirtamos bien lo que significa esto: se fue al día siguiente y se quedó a cuidarlo todo ese tiempo. Puso auxilios y puso tiempo. En ese tiempo es seguro que se entablaría un diálogo interesante entre el samaritano y el “hombre”. Se contarían cosas. Se entablaría una relación. Es muy probable que se hicieran amigos para toda la vida. Antes de irse “sacó dos denarios” para que el mesonero cuidara al “hombre”. “Cuídame este hombre”. No dice qué hombre. “Y todo lo que gastares de más te lo pagaré a mi vuelta”. O sea que el samaritano volvería a ver como seguía el “hombre” o si ya se hubiese ido, a pagar la cuenta. El samaritano cuidó con todo esmero al “hombre”. Advirtamos que el hombre caído que tenemos al lado necesita de nuestros cuidados. Ahora bien, sabemos por experiencia que cuando estamos muy bien somos muy queridos y así progresivamente en sentido descendente. Del caído, nos alejamos. Si está mal visto por el poderoso, lo evitamos. Tenemos una mezcla de egoísmo, miedo a perder algo, al daño, a un sentimiento de menosprecio. Y es verdad que nuestro “hombre” está despreciado, desgraciado, herido en sus bienes, en su honra o en su fama. Está, de algún modo en la cruz. Y nosotros ¿qué hacemos? ¿Lo echamos? ¿Lo evitamos? ¿Quién es ese “hombre” que está en la cruz? Huimos de la cruz y del “hombre”. Esta parece ser nuestra baja estofa, que abunda. Page 22 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 23. El “hombre” caído, herido, despojado, medio muerto es el que sufre. El sufridor. Todos nosotros lo somos en algún momento. Tengamos cuidado “nosotros”. Todos. No algunos. Todos. Todos hemos de estar alguna vez en la cruz. Ese “hombre” es otro Cristo. ¿Pasaremos de largo? Nos preguntamos esto y por la calle vemos a cada rato hombres así y “pasamos de largo”. No creamos que pasar de largo es algo de monstruos. Nosotros lo hacemos. Es preciso comprender bien hasta qué punto no amamos al prójimo como a nosotros mismos. Sin embargo, nos queda poco tiempo. Muy poco. Tenemos que empezar a cuidar al prójimo, en serio, como el buen samaritano. Una familia, una sociedad que no aprende esto va a la ruina. Esto debe enseñarse en la escuela desde el primer grado hasta el último curso universitario. Si no aprendemos esto y lo hacemos, ¿qué hacemos? Ahora tengamos cuidado de nosotros mismos si no amamos al prójimo como a nosotros mismos. El amor al prójimo está unido indisolublemente al amor a nosotros mismos. ¿No es el gobernante el primero que debe cuidar al prójimo? Es necesario que aquel comprenda que debe amar al prójimo. El gobernante bien puede instruirse con el samaritano acerca de la metodología más refinada. El gobernante debe, como todos, como un padre de familia, aprender a amar. Si nuestros gobernantes imitaran al samaritano… El samaritano es Jesucristo. Y el “hombre” medio muerto también es Jesucristo. Porque Jesucristo es todo “hombre”. Jesucristo es todo hombre y también el más pecador. No porque hubiese cometido pecado alguno. Sino porque lo asumió y asumió también el pecado más terrible. Es la asunción de esa deuda lo que le produjo el sudor de sangre y el martirio de la Cruz. Podemos decir que Jesucristo no incurrió en deuda alguna por nuestros pecados. Pero asumió la deuda de todos nuestros pecados. El pagó. El saldó la deuda en la Cruz. Una cosa es la deuda (Shuld) del pecado. Jesucristo no contrajo ninguna deuda de pecado. Otra cosa es la responsabilidad. Jesucristo asumió toda la responsabilidad (Haftung) por todos nuestros pecados. Hacerlo le llevó a entregarse a la muerte y muerte de Cruz. Véase lo que hizo el samaritano. El no dañó al “hombre”. No contrajo la deuda. Pero asumió la responsabilidad. El “hombre” fue medio muerto por los ladrones. El no podía salvarse. El samaritano lo salvó. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, salvó al “hombre” y el “hombre” verdadero Dios que asumió la responsabilidad por nuestros pecados fue salvado por Jesucristo. Dios, que es amor, se hace al sufrimiento y a la muerte como el más reo de muerte. Así pagó por nosotros, por el hombre, por todo hombre, que fue liberado. ¿Por qué hizo eso Dios? Hay una sola respuesta posible y ninguna otra. Por amor. Así como El nos amó, debemos amarnos nosotros. Este es el plan de la salvación. Porque solo podemos amarnos como El nos amó, si lo amamos a El. Si lo amamos a El, podremos amar a los hombres. Pero el amor a los hombres es Page 23 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 24. el único medio de prueba del amor a Dios que puede ofrecer el hombre. Así comprendemos a todos los santos. Amaron a Dios con todo su ser y al prójimo como a ellos mismos. Para los santos darse a Dios y darse al prójimo es entregarse a un amor “semejante”. El segundo es “semejante” al primero. Segundo, el amor produce esta unidad. Es claro que el samaritano quedó unido al “hombre”. Podemos imaginar ese vínculo de unión. En ocasiones oímos decir: le salvó la vida. Eso quiere decir que “le debe la vida”. Así con el samaritano y el “hombre”. El hombre que está en el fondo del abismo (recordemos a Van Thuan) no está muerto. Está medio muerto. Por eso los que pasaron primero “lo dejaron morir”.  Por eso el samaritano lo “salvó”. Hay un aspecto que debemos destacar en la parábola. El samaritano, “al día siguiente”, pues como hemos dicho pasó el día anterior con el hombre, “sacó dos denarios y se los dio al mesonero diciéndole: cuídame este hombre.” El samaritano era hombre prudente. Sacó dos denarios. Sabía que debía poner dinero para hacer cuidar al hombre. Nosotros también debemos “sacar denarios” para cuidar al hombre políticamente. Para que no quede a merced de los denarios del mal. Los hombres se darán cuenta de los gobiernos que los abandonan en el mal. Hemos de poner los denarios ahora, antes de “la hora de nuestra muerte”, en la que habremos de dejarlos. No de invertirlos. El Evangelio no dice nada acerca del mesonero. Lo deja mudo. Sabemos  que el samaritano ofreció pagar al mesonero. Pero nada nos autoriza a pensar que el mesonero haya aceptado el pago. Nosotros podríamos ponernos en su lugar. Cobraríamos al samaritano o cooperaríamos  con él mitigando su desembolso en beneficio del “hombre”? Veamos que el amor llama. El amor apremia. En ocasiones oímos claramente la voz de la conciencia y la seguimos, aunque sea a duras penas. En otras no hacemos caso. No prestamos atención…Empero, no olvidemos que aún para los buenos comerciantes, Dios paga más. Esta escrito: “el ciento por uno…y la vida eterna” Si hiciéramos fe en esta palabra, sería el mejor negocio… 10.   LA INTELIGIBILIDAD DE  LA PALABRA DE DIOS Mientras escribo, me llega el texto de la alocución del Papa Benedicto XVI del miércoles 29 de octubre de 2008, en la cual, roza la Teología de la Cruz. Sobre el punto volveré en otro lugar. Pero ahora se asocia en mi memoria un trabajo que le envié al entonces Cardenal Ratzinger con el título: Hablar de Dios a todos los hombres que trataba de la razonabilidad común entre las consideraciones de Jesucristo y las respuestas de sus interlocutores. El entonces Prefecto de la Doctrina de la Fe me recibió un mediodía trayendo en sus manos, para mi gran sorpresa, el papel que yo le había enviado, con algunas anotaciones suyas. Mi sólo texto, sin las anotaciones del actual Pontífice, que por otra parte nunca han estado en mi poder, es el siguiente. Pero antes diré: un Cardenal que comentaba los papeles de sus corresponsales! ¡Que maravilla! HABLAR DE DIOS A TODOS LOS HOMBRES En algunos pasajes de los Evangelios se advierten criterios directamente usados por Jesucristo que pueden dar respaldo a una filosofía del sentido de la razonabilidad o sentido común al alcance de todos. Todos podemos comprender con facilidad que con el juicio con que juzguéis se os juzgará y con la medida con que midáis se os medirá (Mt. 7, 7-13; Mc. 4, 24; Lc. 6, 37-42). Todos Page 24 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 25. pueden entender que esto es razonable. Nadie puede ponerlo en duda. De modo que existe en esta aplicación proporcional de la justicia distributiva algo humanamente razonable que Dios también toma como regla justa. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, (cuanto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quienes se las pidan! (Mt. 7, 11; Lc. 11, 4-13; Mc. 11, 24). Cuánto mas significa con mayor razón y esto pertenece al común entendimiento divino y humano. Si Dios propone este modo de entender las cosas que para nosotros es inteligible, existe una comunión  en la razonabilidad. Algo así también ocurre con la regla de oro de la caridad. Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: Esta es la ley y los Profetas (Mt. 7, 12; Lc. 6,31). Si perdonáis a los hombres sus faltas, también os perdonará vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados (Mt. 6, 20; Lc. 11, 2-4). Parece haber aquí una razonable conexidad entre justicia y caridad, que resulta sencillo entender  ¿Que es mas fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados? o decir: levántate y anda?” (Mt. 9, 5; Mc. 2, 1-12; Lc. 5, 17-26). Es más fácil decir lo primero. Lo extraordinario de la curación del paralítico es considerado más difícil para todos y este razonamiento recibe la confirmación divina. Por ello, para Dios ese modo de entender con la razón natural o sentido común es asumido como razonable y confirma que ese juicio nuestro es válido. Lo razonable divino y humano se revelan unidos a la luz de los evangelios. ¿Quién de nosotros si tiene una sola oveja y se le cae en un hoyo un día sábado, no la agarra y la saca? Pues, ¡cuanto más vale un hombre que una oveja! Por lo tanto esta permitido hacer el bien en sábado (Mc. 12, 11-12). Todos podemos admitir que un hombre vale más que una oveja. He aquí un juicio de valoración razonable que el buen sentido alcanza con facilidad y trasluce una objetividad  confirmada por el modo de entender divino enseñado en el Evangelio. Las parábolas del tesoro escondido, de la perla y de la red también están ilustradas por esa razonabilidad; pues es razonable que un hombre venda todo para adquirir un campo donde el adquirente descubrió un tesoro escondido porque este tendrá más valor que todo lo que poseía (Mt. 13, 44). La perla fina también vale más que todo lo que vende un hombre por eso es razonable que venda todo y compre a buen precio la perla (Mt. 13, 45). De este modo es razonable que Jesucristo pregunte: ¿Habéis entendido todo esto? Le respondieron: si (Mt. 13, 51). Lo podían entender razonablemente sus interlocutores más sencillos. También se entiende la parábola del siervo despiadado (Mt. 18, 23-35). Siervo malvado, yo te perdoné toda la deuda porque me suplicaste: No debías tu también haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti? Y su señor irritado, lo entregó a los verdugos, hasta que pagase toda la deuda. Así hará también con vosotros mi Padre celestial, sino perdona cada uno de corazón a su hermano (Mt. 18, 35). Otra vez se presenta esta proporción razonable en el modo de trato. ¿Por qué nos parece una grave injusticia lo que hizo el siervo? Porque él había sido tratado con gran misericordia y sin embargo él trató a su deudor exigiéndole la deuda despiadadamente. La falta de misericordia tiñó de injusticia su justicia. Esto se entiende sin hesitaciones. Es algo objetivo que podemos comprender incontrovertidamente. Lo objetivo razonable participa de lo divino y lo humano. En otro pasaje Jesucristo interroga: ¿Que os parece? (Mt. 21, 28) y la respuesta fue correcta Y en otro lugar: Cuando venga el dueño de la viña ¿que hará con aquellos labradores? Le respondieron... (Mt. 21, 40-41) correctamente. Pudieron juzgar bien con facilidad. Un prestamista tenía dos deudores, uno le debían quinientos denarios y el otro cincuenta. No teniendo ellos con que pagar los perdonó a los dos. ¿Cual de los dos le querrá más? Simón respondió: Pienso que aquel a quien perdonó más. El le dijo: Has juzgado bien (Lc. 7, 41-43). Dios confirma que ese hombre había juzgado bien. Page 25 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 26. En otro lugar Dios manda amar al prójimo como a ti mismo. Interrogado por un fariseo acerca de quien es mi prójimo, Dios responde con una pregunta. Compara la conducta del buen samaritano con la de un sacerdote y la de un levita. Y formula la pregunta: ¿Quien de los tres te parece que fue prójimo? El interlocutor le contesta: El que tuvo misericordia de él. Y Jesús le dijo: Anda y haz tú lo mismo (Lc. 10, 30-37). No tuvo ninguna duda el fariseo. Entendió de inmediato quien fue prójimo en aquellas circunstancias. Entendió muy bien para Jesús. Pues le manda hacer lo mismo. Puede ahora considerarse que tal modo de juzgar la situación fue válido para el fariseo y para Dios. Lo razonable objetivo fue descubierto por el fariseo y confirmado por Dios. Dios compara a los pájaros y los lirios con los hombres. ¡Cuanto más valéis vosotros que los pájaros! (Lc. 12, 24). Si Dios viste a los lirios mejor que a Salomón, ...¡cuanto más a vosotros, hombres de poca fe! (Lc. 12, 28). Cuanto más significa, como ya en otros pasajes, con mayor razón. Todo el mundo puede entender inmediatamente que los hombres valen más que los pájaros y los lirios. Nadie, en su sano juicio, se opondría a esta valoración. De modo que hay una común inteligencia de razonabilidad entre  el juicio de los hombres y el juicio de Dios. Con todo ello se afirma la capacidad natural del conocimiento, incluso de Dios. La capacidad de la razón humana de conocer a Dios constituye el fundamento de la confianza en la posibilidad de hablar de Dios a todos los hombres y con todos los hombres. Esta posibilidad abre el diálogo entre las religiones, con la filosofía y las ciencias y también con los no creyentes y los ateos. Después de narrar la historia del buen samaritano, Jesús interroga al doctor de la ley: “Quién de estos tres te parece haber sido prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” “Aquel que usó con él de misericordia” respondió el doctor. “Pues anda y haz tú otro tanto”. El doctor entendió bien la parábola. Su inteligencia del asunto coincidió plenamente con la de Jesucristo. Destacamos esta coincidencia intelectual. El Señor jamás impone una solución violenta, jamás impone su propia convicción acerca de la verdad. La propone a la libre aceptación de sus interlocutores en la materia del diálogo, quienes concordaban con toda libertad. Ninguno pretendía imponer la verdad por la fuerza. Su verdad. La verdad es un bien común. En estos diálogos evangélicos no hay rastro de nihilismo, de relativismo o fundamentalismo. Curiosamente, todos estos "ismos" conducen a imponer al más débil la convicción del más fuerte, con prescindencia de la verdad y, en la práctica, también de la paz. Podría ocurrir que la convicción del más fuerte coincida con la verdad y la del más débil, con el error. Pero no se puede imponer por la fuerza la verdad a quien sostiene o cree algo erróneo. He aquí el respeto por la conciencia errónea. No del error. Naturalmente, es distinta la situación del que sabe que está en el error y sin embargo lo defiende como si fuera la verdad por cualquier interés. Dios quiere enseñar al doctor, a quien le debemos gratitud, con toda su suficiencia, porque él hace una pregunta que todos podemos hacernos. El doctor se coloca en la posición de discípulo y la respuesta de Jesucristo le resulta diáfana. El caso puso luz en el asunto. Una luz que permitió al doctor coincidir inmediatamente con Dios. No tuvo que pensar. Vió enseguida la respuesta correcta. La parábola presenta una objetividad tan transparente que originó el conocimiento y la respuesta inmediata del doctor. Page 26 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 27. Dios nos conduce a la luz de lo razonable tanto para Dios como para el doctor. Una ratio communis. La razón se universaliza. La puede entender cualquiera de buena fe. Hace falta querer conocer para reconocer. De lo contrario la voluntad que puede producir el veneno de la mala fe, encuentra vueltas y laberintos para no reconocer lo evidente a los ojos. Lo cierto es que la parábola produjo una evidencia que tumbó al doctor. Ahora quisiera advertir algo sobre la respuesta final de Jesucristo. “Haz tú lo mismo, haz tú otro tanto, sigue su ejemplo”. Esta respuesta debe unirse al precepto general. La norma general es “amarás al prójimo como a ti mismo”. El doctor de la ley, al preguntar quien es mi prójimo, pidió una concreción y vino la parábola. Podemos considerarla como un “caso ejemplar”. Lo que los juristas llamarían un precedente. También aquí podemos aprovechar mucho de lo que se ha escrito sobre “precedentes” en el derecho anglosajón y en el derecho continental. Un precedente es importante. Por lo que debemos estar agradecidos al doctor de la ley que lo provocó. Se trata de un caso ejemplar propuesto por el mismo Jesucristo. De modo que todos sus elementos y detalles son importantes. Jesucristo dice: compórtate como se comportó el samaritano,  pues este trató “al hombre” como prójimo. Ama al hombre como lo amó el samaritano. Este es el ejemplo. Es una norma divina. Un precedente divino. La cuestión está ahora en aplicar el precedente, seguirlo. Aplicarlo a las tantas situaciones que se nos presentan. Tenemos una brújula: el buen samaritano. Debemos obrar en esa dirección. No tendremos una norma individual para cada caso que se nos presente. Dios podría habernos dado tantas normas individuales como situaciones. Porque su poder alcanzaría para ello. Pero no lo ha hecho así. Probablemente para no vincularnos con disposiciones que pudieran restringir nuestra libertad. Además de que no sería razonable que Dios nos estableciera normas para actuar en todas las situaciones. En cambio Dios nos dice: “ve y haz tu otro tanto”. “Otro tanto”, “lo mismo”, “igual”. Obviamente no quiere decir idéntico. Es una cuestión de amor. Y sabemos que la única medida del amor es amar sin medida. El amor puede llegar a dar la vida. Repasemos las historias de los santos. En el amor hay responsabilidad, no arbitrariedad. No podríamos confundir la conducta del samaritano con la de un rico que paga el hospedaje del “hombre” por meses y meses arruinando sus hábitos de trabajo y servicio. A ese tal rico también se le pide el estándar del buen samaritano; no extravagancias ni locuras. No se trata de vestir al “hombre” con finísimos vestidos, ni de ofrecerle exquisitos manjares. El amor es prudente. Amar sin medida no significa hacer lo absurdo. Sería absurdo el amor por la ruleta rusa. Es decir, no sería amor. Aquí rozamos la delicada cuestión de la relación entre la norma o la ley y la aplicación de la norma a las situaciones particulares. Es un asunto clásico de la Page 27 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 28. teología moral, que damos por supuesto. La cuestión se plantea en la ética y la filosofía del derecho con rasgos análogos. La parábola del buen samaritano está llena de enseñanzas, pero particularmente hay en ella una teología de la cruz. Un hombre va por el camino, por la vida, y resulta “medio muerto por unos ladrones”. Dios lo pone a su vez en el camino de otros tres personajes. Sólo uno toma la cruz que Dios les ha puesto. Dios le ha enviado la cruz al herido, pero quiere hacerles participar a los otros tres de esa cruz. Uno solo la toma. He aquí una gran lección para el análisis de la vida cristiana. El sufrimiento, el dolor, arraiga en el misterio de la salvación del mundo y de éste toma todo su sentido. El sufrimiento humano sólo puede iluminarse a la luz de ese misterio que manifiesta al hombre quien es verdaderamente el hombre. 11.   SER PARA DIOS Y “SER DE DIOS” El hombre no es un ser para la muerte como decía Heidegger. El hombre es un ser para la Cruz. Para participar en la cruz. “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte” (Conc. Ecum Vat II, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes, 22). Los no creyentes pueden también ir a la cruz. Porque la realidad fortísima de la Cruz, no depende de la creencia del hombre en ella. Aún quien no tiene fe puede considerar como si fuera verdad la resurrección. Y descubrir luego que hay en ello algo de sentido y quizá pueda llegar a recibir la fe. La fe es connatural al sufrimiento. Quizás pueda querer conocer la vida de los santos. La santidad enciende la fe. Los santos nos sostienen. La poderosa fuerza de su debilidad nos produce una cierta evidencia empírica de la fe de ellos. Y la fe de ellos nos interpela. ¿Qué decimos ante esa fe?¿Cómo la tomamos? El problema del mal, el problema del dolor es probablemente la objeción más fuerte que pueda levantarse contra Dios. Hay males morales como v. gr. la tortura de un inocente que hacen preguntar ¿cómo Dios puede permitirlo? También se presentan males externos al actuar humano. Terremotos, epidemias, catástrofes. La teología nos enseña que Dios permite el mal como algo necesario para producir un bien mayor o para evitar un mal mayor. Pero sabemos de las dificultades que la filosofía enfrenta para responder a estas objeciones. Se suscita esta tesis: la omnipotencia divina está limitada por el libre albedrío del hombre. Dios no podría impedir el libre obrar del mal por el hombre. Dios no puede querer positivamente el mal moral. Puede permitirlo, esto es, no impedirlo, pero lo prevé y puede evitarlo. Si Dios debiera impedir todo mal, debería estar pendiente para impedir cada mal físico y moral. Si lo hiciera, la libertad del hombre sería mera apariencia,  pues él no podría hacer ningún mal porque Dios estaría siempre vigilante para impedírselo. Si fuera así ¿qué mérito podría haber? No podría haber nada realmente valioso y digno. Porque esta misma dignidad supone haberla obtenido, ganado, por mérito. Lo contrario conduciría a un indiferentismo total. A un quietismo o nihilismo tales que ya nada valdría la pena. Qué sacrificio tendría sentido si bastara con esperar la inexorable voluntad de Dios. Page 28 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 29. Dios no impide todos los males que pueden ocurrir, los ordena de tal modo que de ellos surja un orden de bien en el cual los males conducen a que resplandezca el valor de la verdad y del bien. Dios está recreando continuamente la creación y depurándola, haciendo de los males que la afectan y tienden a destruirla, mayores bienes. Dios trabaja continuamente. “Mi Padre trabaja siempre y Yo también trabajo”. Trabaja convirtiendo el mal y las privaciones en bienes de Dios. Los bienes de Dios son a veces ocultos al sentido del mundo. Una cosa que la gente llamaría pérdida: de patrimonio, de otros bienes; puede estar preordenadada a un bien. Dios preordena el mundo para la salvación del hombre de un modo misterioso que pasa por la Cruz, y que hacen de aquel modo misterioso el MISTERIUM SALUTIS. La salvación del hombre no es un cálculo matemático que hay que hacer correctamente. Se parece más a echarse en los brazos de la providencia divina, pero remando con todas las fuerzas de nuestro amor para vencer la corriente del mal. Nuestras fuerzas intelectuales no son capaces sino de atisbar, tan sólo, el misterio divino de la salvación del hombre. Dios cuenta con la lucha del hombre contra el mal y por cierto que esa lucha le causa sufrimiento, pero el sufrimiento de la lucha es un bien querido por Dios en su providencial gobierno del universo. El hombre está llamado también a sufrir “heridas absurdas” sin aparente sentido alguno, en la paciencia, en el dolor; pero también en la esperanza de la felicidad última de vivir mirando a Dios cara a cara. Si pensamos en la felicidad humana que produce la contemplación del rostro sublime de la persona amada, podríamos barruntar, quizás, en aquella contemplación, un reflejo análogo a la visión beatífica (J. Ratzinger, El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, Madrid, 1963, Ch. Journet, El Mal, Madrid, 1965). Sufrir la privación de esta felicidad irremediablemente es el daño o mal irreparables. Es como estar vagando por el mundo desesperadamente sabiendo que no se alcanzará la felicidad que existe y que es inasequible para nosotros.  12.   LA ÉTICA DE LAS VIRTUDES DE SANTO TOMÁS Y LA ÉTICA EXISTENCIAL FORMAL DE KARL RAHNER COMO RESPUESTA A LA ÉTICA DE LA SITUACIÓN Karl Rahner ha propuesto una “ética existencial formal” en su Úber die Frage einer formalen Existentiaetik, en Schiften zu Theologie, II, Benziguer, Einsiedln, 961, 5ta edición, pp. 227-246. (K.Rahner, sobre el problema de la ética existencial formal, en Escritos de Teología, trad. 2ª. edición, Ediciones Cristiandad, 2002, p.II pags.213 iss p. 225). Rahner sostiene que tanto la ética que pretende deducir la norma individual para el caso concreto, de la normal universal, cuanto la ética de la situación que niega toda referencia a la norma universal, son insuficientes. Parece que esto es cierto. ¿Pero alguna ética es suficiente? Rahner dice que debe reconocerse la norma universal y su referencia a ella en el caso singular. Esta referencia necesaria, a mi modo de ver, tiene plena eficacia en la mayoría de los casos típicos, podríamos decir, y así interpretamos que Rahner da pleno efecto a la norma universal en el común de los casos. Por ello no deja al individuo en soledad. Ahora bien, en casos atípicos, que siempre presentan una singularidad existencial, una situación atípica respecto de la norma general. En estos casos la clásica doctrina de la prudencia y la justicia dan lugar al florecimiento precioso de la aequitas, de la equidad aristotélicotomista. Esta es la primera gran advertencia en el caso de la propuesta de Rahner. Tal vez no esté suficientemente claro el papel de la equidad en la propuesta de Rahner. Tampoco me parece que Rahner sólo se base para estos Page 29 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 30. casos atípicos en una conciencia no racional sino puramente intuitiva. Además, no en todos los casos atípicos se hace necesaria una norma excepcional. Dicho de paso aquí, por norma, Santo Tomás entiende la propia decisión prudencial del autor de la norma, el mismo acto de creación tal como se da en el espíritu del autor del derecho: in principe existens (S. Th. I-II, 91,1). En los casos atípicos tratados por Bernard Häring y muchos otros moralistas, Rahner consideraría, a nuestro entender, que la singuralidad del caso atípico  produce una dificultad en la aplicación de la norma general. A nuestro juicio tratándose de algunos casos atípicos se produce lo que podríamos llamar un agujero en la norma general o una laguna en la norma, no una laguna del ordenamiento canónico, en el sentido de una carencia de norma aplicable al caso, pues el ordenamiento contiene tal norma. Se trata de un problema de manifiesta inadecuación de la ratio legis al caso atípico para pasar, sin más, a la ratio decidendi. No debería dejarse a nadie “medio muerto” en la Iglesia que no deja abandonados a sus fieles. La Iglesia puede y debe proveer en los casos de conciencia que se le presenten a través de quien corresponda, en tiempo útil, para que el fiel “viva y no muera”. Advirtamos que todo el Decálogo, según la visión angélica, de Santo Tomás, se reconduce a los mandamientos del amor a Dios y al prójimo (Summa Theologiae, I-II q.100 a.5, ab1um). En el vol. V de los Escritos de Rahner aparece un profundo estudio de las relaciones entre el mandamiento del amor y el resto de los mandamientos del Decálogo. Para mi no ha sido de fácil lectura. Es interesante recordar que el juez de la Iglesia, el confesor, el moralista, o el juez eclesiástico debe aplicar la ley ejerciendo las virtudes de la prudencia y la justicia, en la cual está la equidad. Y la equidad es una manifestación del ejercicio de la virtud de la caridad, que es la forma de todas las virtudes (S.Th., II-II q.23 a.8: “caritas forma virtutem”). Pues también es pertinente recordar que las virtudes cristianas, informadas por la caridad, son una participación en las virtudes de Cristo (San Buenaventura, III Sent. d. 34 q. 1, a. 1, III 737a). La aplicación de una norma general al caso, que es propio de la conciencia, no es pura deducción lógica ni creación subjetiva de la norma misma. La norma moral particular que impone una decisión prudencial no está disponible ya en la norma general, se descubre en la investigación que comienza por la interpretación de la norma general y aprehende con agudeza la singularidad del caso y del acto de la prudencia que lo resuelve (finis operis) . Esta tarea de concreción en la moral propia de la prudencia puede también complementarse con el estudio de la concreción que se opera en el derecho y en la ciencia del derecho. De ahí que la tesis de Rahner puede, me parece, complementarse con los estudios jurídicos sobre la concreción de las soluciones. Ahora bien, para el cristiano no puede haber ejercicio de la prudencia como razón práctica sin la caridad (S.Th. II-II q. 62, a 2.). La caridad perfecciona la prudencia como razón práctica, pues la caridad orienta al hombre a su fin último, condición de la prudencia. No hay prudencia sin caridad. La capacidad de discernimiento es una dilatación de la caridad (Fil 1, 9-11). Qué hermosa concisión muestra San Agustín al definir la prudencia como “un amor que discierne” (De Moribus Ecclesiae Catholicae, I XV, 25). La caridad empuja la razón a discernir (S. Th. II-II q.47, a1). Asombrosamente Santo Tomás dice que la caridad genera el imperium, el acto propio de la prudencia. La luz de Cristo se manifiesta en la Cruz de Cristo que ilumina toda la realidad del universo. La prudencia sigue esa luz y bebe de su fuente. Page 30 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm
  • 31. El don de consejo, que puede provenir del moralista, predispone  a la razón a discernir el bien acerca de las cosas singulares y contingentes (S.Th. II-II q.52, a.1 y 2) y la disponibilidad de la prudencia a las sugerencias del Espíritu Santo es su perfección misma. La prudencia es auxiliada y perfeccionada por el Espíritu. Ello producirá una comprensión espiritual de la norma, como camino a Dios, que es la caridad. La voz de Cristo no se sustituye, ni se sobrepone a la voz de la conciencia, sin embargo, le muestra las exigencias de la caridad, más allá de lo legal. La caridad no es sólo el centro de la moral, es el centro de todo lo creado.  13.   LA NORMA GENERAL Y LA NORMA INDIVIDUAL  Es necesario detenerse, aunque sea someramente, sobre la relación entre la norma general y la resolución de una situación o caso existencial concreto. ¿Es posible resolver el caso concreto por una serie de proposiciones generales? Todas las proposiciones son generales. La solución no puede desprenderse de un silogismo. Cuando hablamos de caso en este contexto nos referimos a una controversia con todos sus elementos de individualización. En ésta un imperativo concreto puede realizarse de distintas maneras. Elegir una posibilidad de acción ante una situación particular, no puede deducirse lógicamente. Lo teórico termina siempre en lo general. Sus conclusiones podrían aplicarse a muchos casos de existencias posibles. Para tocar la existencia actual, no basta la teoría, es necesaria la decisión de la prudencia. Aquí podernos ir de Tomás a Rahner y viceversa. Puede considerarse que la voluntad creadora de Dios se dirige a lo concreto individual. Esta obligación divina se impone en la realidad individual o la norma individual. Ahora cabe advertir que el individuum moral positivo no puede tratarse en una ética de contenidos materiales general, pues las proposiciones generales son sólo formales. La conciencia no sólo aplica las normas generales a las situaciones individuales, sino que también percibe lo que individualmente debe ser hecho por alguien, como función existencial de la conciencia (Ibidem). Rahner dice que no podemos responder a todas las cuestiones de ese conocimiento ético existencial material. El amor como conocimiento de la verdad existencial interpersonal, puede mostrarnos el camino. Véase que Rahner coincide con la tesis según la cual: “tampoco se puede negar que en mil casos prácticos de la vida ordinaria sea suficiente el método descripto para la obtención del imperativo moral concreto” (Ibidem, p.218). Se refiere al método deductivo. Ello significa, como hemos dicho, que en los casos típicos ordinarios, la norma general puede aplicarse con equidad. Mejor dicho no se plantea el problema de la equidad cuando podemos aplicar la justicia ordinaria y general. Con este entendimiento podríamos prescindir de los nuevos nombres de “existencial formal”. Es claro que aplicamos la doctrina y virtud de la prudencia. Es verdad que el abogado, el consejero, el juez juzgan sobre lo individual, pero siempre sobre lo individual típico, es decir, recortado según lo que pueda tener relevancia singular pues no todo lo singular será materia de juicio. No interesará, por lo general, las condiciones físicas de las personas, salvo si en algún caso, esas condiciones pudieran alcanzar alguna relevancia. Page 31 of 136Del amor que es ser amado. "Theologia Crucis et Gloriae". Autor: Antonio Boggiano 02/12/2015http://www.virgofidelis.info/Theologia.Crucis.et.Gloriae/main.htm