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Cognición social y discurso*
Susan Condor y Charles Antaki
¿Qué significa "cognición social"?
Durante mucho tiempo los psicólogos sociales han estado intere-
sados en el lenguaje, y todo aquel que observe la escena actual de la
psicología social notará que predomina el estudio de la llamada
cognición social. Pero, como señalan dos comentaristas expertos
(Semin y Fiedler, 1991), la exploración de la relación entre el lenguaje
y la cognición social ha sido sorprendentemente exigua. En este
capítulo intentaremos realizar esa exploración. Teniendo como telón
de fondo los estudios del discurso que este libro proporciona, queremos
que el lector principiante comprenda lo que el estudio de la cognición
social puede contribuir a la comprensión del lenguaje en uso. Pero
intentamos hacer algo más que simplemente una exposición descrip-
tiva. Queremos también realizar un diagnóstico y proponer una tesis,
a saber, que existen dos concepciones de "cognición social" en las
ciencias sociales, y que cada una de ellas ofrece cosas muy diferentes
a los analistas del discurso.
Muchos psicólogos sociales utilizan el término "cognición social"
para hacer referencia al procesamiento mental de la información
acerca del mundo social. En este caso, el término "social" se refiere a
los objetos de la cognición (esto es, personas, antes que animales,
objetos inanimados o conceptos abstractos), y el interés está centrado
en los mecanismos psicológicos que hacen posible que los individuos
se perciban a sí mismos y a las demás personas en formas particulares
en circunstancias particulares. Por otro lado, algunos teóricos utilizan
* Traducido por Elizabeth Maiuolo.
453
el término "cognición social" para hacer referencia al interés que
despierta la naturaleza social de los perceptores y la construcción
social de nuestro conocimiento del mundo (véase Forgas, 1981, para
una exposición general de las diferencias entre estos dos enfoques). En
este caso, el interés se concentra en el modo como las personas, en
tanto miembros de culturas o grupos particulares, perciben y descri-
ben el mundo social, y en la forma en que se lo piensa o describe en el
curso de la interacción social.
Estos diversos usos del término "cognición social" tienen conse-
cuencias muy diferentes para el estudio del discurso. En primer lugar,
los teóricos de las dos perspectivas a menudo difieren en el tratamien-
to de lo que las personas llaman "datos". Los enfoques mentalistas de
la cognición social suelen estar asociados con la investigación de la-
boratorio y la que se realiza mediante cuestionarios; interpretan las
respuestas verbales de los sujetos a las preguntas de los investigado-
res como informes de procesos mentales internos ("conscientes" o más
automáticos). Por otro lado, algunos (aunque de ninguna manera
todos) de los investigadores interesados en la construcción social de la
cognición interpretan el discurso de las personas (sus descripciones de
sí mismas, sus estereotipos de las categorías sociales, su articulación
de las "posiciones" actitudinales) como acciones públicas que pueden
desempeñar una cantidad de funciones sociales.
En segundo lugar, los investigadores que adoptan alguna de
estas dos perspectivas de la cognición social a menudo difieren en la
manera en la que abordan el "discurso" como tema académico. Aque-
llos interesados en la cognición social como procesamiento individual
de información suelen ocuparse de descubrir sesgos mentales en
nuestra comprensión o producción del discurso, que, una vez identi-
ficados, pueden ser corregidos o eliminados. (Un comentador -Wid-
dicombe, 1992: 488- observa que un libro de texto introductorio en
esta tradición tiene la esperanza de "eliminar el sesgo" de las perso-
nas.) Los investigadores que hacen hincapié en la naturaleza
inherentemente social de la cognición humana tienden a tratar el
discurso como un recurso cultural. Buscan revelar la manera en la que
las personas despliegan discursos para alcanzar sus metas y proyec-
tos, y las formas en las que el discurso puede construirse de un modo
conjunto. En este capítulo consideraremos ambos enfoques teóricos y
ambos conjuntos de aplicaciones, examinando uno por vez. Quizá
seamos más sintéticos en nuestra exposición del enfoque mentalista,
dada la naturaleza de este libro; hacia el final, ofreceremos una nueva
descripción de uno de sus fenómenos en términos más discursivos.
Para una exposición más completa del enfoque mentalista de la
cognición social desde su interior, una fuente excelente es Fiske y
454
Taylor (1991). A lo largo de este estudio, ocasionalmente utilizaremos
terminología de un ámbito que puede no ser familiar para lectores de
otras áreas, pero esperamos que los términos tendrán sentido en el
contexto en el que se los introduce.
Emprendimiento privado: la cognición social
mentalista
En esta sección estudiaremos la cognición social tal como la
concibe la psicología social contemporánea de orientación cognitiva.
Aquí el término "cognición social" hace referencia a los intentos de
aplicar reglas básicas de la psicología cognitiva al "conocimiento" (la
percepción y la comprensión) de los seres humanos. Los investigado-
res que entienden la "cognición social" de esta manera generalmente
formulan preguntas como: ¿la memoria nos juega malas pasadas en
nuestros recuerdos de los actos de las personas? ¿Qué facultades
mentales son responsables de la forma en la que construimos explica-
ciones de las conductas sociales? ¿La utilización de estereotipos
sociales depende de nuestro centro de atención?
Llamar a esta concepción de la cognición social un "emprendi-
miento privado" es hacer una caricatura, pero una caricatura útil.
Desde esta perspectiva, los seres humanos parecen operar como
máquinas individuales de procesamiento de información o (una metá-
fora utilizada comúnmente) como "científicos" desinteresados que
intentan recolectar información sobre el mundo mediante el empleo
de procesos racionales (aunque posiblemente falibles). Los procesos
involucrados en la percepción, evaluación, explicación y memoria de
los seres humanos se consideran similares a aquellos involucrados en
la percepción del mundo físico. Se considera que estos procesos
cognitivos son relativamente automáticos (aunque en algunas cir-
cunstancias se les puede dedicar algún tipo de atención) y, a menudo,
que son involuntarios y con frecuencia no del todo comprendidos por
los individuos que los utilizan. Todo esto es verdad acerca de la
cognición en general (para lo cual puede consultarse el capítulo 11, de
Graesser, Gernsbacher y Goldman, de este mismo volumen), y la
cognición social lo aplica al ámbito social. Lo aplica a la información
sobre las personas, al conocimiento y al juicio de los individuos sobre
sí mismos y otros, y a la dirección de su conducta social.
De hecho, promete aun más que eso. Examine esta afirmación
del que se ha convertido en un clásico de la bibliografía de la cogni-
ción social, el volumen numerosas veces citado de Susan Fiske y
Shelley Taylor:
455
las causas de la interacción social se encuentran en forma predomi-
nante en el mundo percibido, y los resultados de la interacción social
son pensamientos, tanto como sentimientos y conducta (1991: 17)
Esta cita muestra la importancia que la cognición social de
orientación cognitiva asigna a los mecanismos interiores. Estos cons-
tituyen bloques de conexión entre los estímulos externos y las res-
puestas observables; o, mejor aún, son fichas de dominó que caen en
una procesión distintiva (aunque inevitable) al ser derribadas por un
toque de una fuerza externa. A su vez, esas fichas de dominó internas
empujan a la persona a pensar, sentir y actuar.
La relación de la cognición social mentalista con el discurso
Un defensor de la posición mentalista diría que debido a que el
discurso humano (la producción y comprensión del lenguaje por
encima del nivel de la oración) es una cuestión de intelección, entonces
está intermediado por procesos mentales. Una descripción de los
procesos que subyacen a toda intelección (la selección de la informa-
ción, su manipulación y juicio, y el proceso de decisión que guía la
acción que le sigue) puede, por ende, esclarecer los procesos del
discurso. Si sucede que la actividad mental se diferencia, precede y
produce el discurso, entonces es posible estudiar cómo las restriccio-
nes de los procesos cognitivos individuales restringen el discurso que
ellos encauzan.
El discurso como "lenguaje por encima del nivel de la oración". Esta
forma de pensar es evidente en esa rama del "análisis del discurso"
cuyo tema es la producción y comprensión del lenguaje por encima del
nivel de la oración, pero independientemente del contexto que enmarca
su intercambio. Ese modo de entender el discurso puede esclarecerse
gracias a procesos cognitivos mentalistas como el alcance de la
atención, la capacidad de realizar inferencias, la capacidad de identi-
ficar anáforas y la capacidad de ser sensible a la cohesión textual. Una
fuente recomendable sobre esta clase de estudios cognitivos puede
hallarse en textos como Garman (1990) y Stevenson (1993), pero como
veremos más adelante, este no es el único sentido, ni el más actuali-
zado, de "análisis del discurso".
Una nueva corriente de investigación que, sin embargo, sí utiliza
este enfoque en el marco de la investigación de las ciencias sociales es
aquella que intenta establecer cómo los procesos cognitivos involucra-
dos en la interpretación de preguntas y en la selección de las respues-
tas apropiadas predeterminan las respuestas dadas en entrevistas o
456
cuestionarios. Esta clase de temas puede ilustrarse en referencia a la
obra de Norbert Schwarz y sus colegas. Strack et al. (1988), por
ejemplo, examinaron la forma en que las respuestas a una pregunta
pueden ser influenciadas por la accesibilidad en la memoria a clases
particulares de información en el momento de contestar. En ese
estudio, observaron la manera en la que los estudiantes respondían al
pedido de evaluar su nivel de felicidad en cuanto a su "vida en
general". Ellos descubrieron que cuando este pedido seguía a uno más
específico, como el de evaluar su nivel de felicidad con respecto a las
citas con el otro sexo, los consultados tendían a utilizar la información
sobre sus experiencias románticas (información que ahora se encon-
traba accesible en su memoria) para evaluar su felicidad general en
la vida.
Otro tema que ocupó a Schwarz y a otros investigadores es el de
los procesos cognitivos involucrados en la producción de respuestas a
preguntas autobiográficas cuantitativas ("¿cuán a menudo come
usted en un restaurante?", "¿cuánto tiempo, en promedio, pasa viendo
televisión?"). De acuerdo con Schwarz (1990), las respuestas a este
tipo de preguntas a menudo dependen de las estrategias cognitivas
utilizadas para evocar la información. Las personas, por ejemplo,
pueden aplicar una estrategia de descomposición (determinar la tasa
de ocurrencia durante un período limitado, y usar esta cifra como base
para calcular una tasa de ocurrencia global) o pueden recurrir a varias
formas de heurísticas de disponibilidad (evocar ejemplos específicos
del comportamiento y basarse en ellos para estimar la frecuencia de
ese acto). Esta clase de investigaciones se emplea a menudo para
ayudar a los investigadores a formular "mejores" preguntas; los
trabajos sobre los procesos en la memoria (en particular, el examen de
la memoria autobiográfica) se utilizaron para recomendar que los
investigadores desglosen las preguntas relacionadas con las expe-
riencias personales en "trozos" que se correspondan con la forma en
que esta información fue codificada, o en la forma en que puede ser
recuperada de la memoria (por ejemplo, Loftus et al., 1990).
El discurso como lenguaje relacionado con las circunstancias más
generales de su producción. El sentido de "discurso" que utiliza el
estudio cognitivo que hemos descripto, sin embargo, no es del tipo que
resulte de interés primordial para este texto. Aquí, el interés se
concentra en el discurso (como sustantivo incontable, sustantivo
contable y verbo, en la expresión de Potter et al., 1990) que adquiere
su significado mediante cierta clase de vínculo identificable con las
circunstancias sociales, culturales o políticas de su producción. El
"discurso" entendido del modo que la mayoría de los escritores de este
457
libro avalaría, ¿se beneficia de algún tipo de vinculación con procesos
mentales automáticos y universales? Van Dijk opina que sí, y enume-
ra un conjunto de fenómenos psicológicos sociales clásicos que parecen
depender del discurso:
Después de todo, hay pocas nociones sociopsicológicas que no ten-
gan vínculos obvios con el uso del lenguaje en contextos comunica-
tivos, esto es, con diferentes formas de textos o conversaciones. La
percepción social, el control de las impresiones, los cambios de
actitudes y la persuasión, la atribución, la categorización, las rela-
ciones intergrupales, los estereotipos, las representaciones sociales
y la interacción son sólo algunas de... las áreas más importantes de
la psicología social actual en las que el discurso tiene una función.
(1990: 164)
La cuestión es saber cuáles son los "vínculos obvios" entre el
discurso y los fenómenos sociopsicológicos de la lista de Van Dijk, y
además, cuál es la función que ellos tienen. La respuesta depende de
qué lado del vínculo comencemos. En esta sección del capítulo consi-
deraremos enfoques que dan primacía a los fenómenos psicológicos
cognitivos como variables explicativas. Veamos entonces lo que la
cognición social mentalista ofrece en sus fortalezas tradicionales en
dos clases de ámbitos: cómo clasificamos el mundo que nos rodea (el
estudio de la clasificación en categorías, esquemas y modelos) y cómo
combinamos y calculamos la información que brindan esas categorías
(atribución de causa, actitudes e inferencia social). Hemos elegido
estos dos ámbitos porque, por un lado, son fundamentales en el
emprendimiento mentalista; por otro lado, los volveremos a examinar
bajo una reformulación más discursiva cuando lleguemos a la orien-
tación más social en la última parte del capítulo.
458
Aplicaciones de la cognición social mentalista
Categorización. Los enfoques mentalistas de la cognición social asu-
men que la categorización es un atributo básico de los procesos
mentales humanos (y quizá no humanos). La suposición dicta que el
mundo contiene un conjunto desconcertante y complejo de estímulos
ante los cuales cada individuo debe responder. Con el fin de simplifi-
car la tarea de percibir y reaccionar a los estímulos que encontramos,
tendemos a utilizar categorías generales. Por lo tanto, andamos por el
mundo con un catálogo organizado de las clases de cosas que hay en
él (perros, muebles, personas que nos gustan, pilotos, personas de la
Argentina, etc.) e incorporamos nuevos ejemplos en el conjunto
existente. Las categorías son estructuras mentales, fuera de todo
control consciente, que actúan de manera automática para suminis-
trarnos inferencias que guíen nuestros actos. Por supuesto, continúa
la argumentación, estas categorías necesariamente simplifican de-
masiado la información extraída del conjunto de la percepción. Más
aun, el proceso de identificar casos individuales como miembros de
categorías más generales y los procesos comprendidos en la deducción
de las características de los miembros de las categorías pueden
involucrar elementos de inexactitud o, al menos, sobregeneralización
(que los perros sean animales salvajes, que los pilotos son hombres, y
así sucesivamente).
Esta forma de pensar puede remontarse hasta la prehistoria de
la psicología, pero en épocas recientes se cristalizó fundamentalmente
en la demostración empírica de Rosch sobre la robustez y centralidad
de los "prototipos" en la comprensión de las personas de las categorías
utilizadas a diario (un programa que comienza con Rosch, 1973). Así,
"lámpara" es un mejor prototipo de "un objeto que ilumina" que "sol",
y así sucesivamente, y existe una gradación en cada categoría desde
prototipo central hasta miembros marginales o cuestionables ("luciér-
naga", quizás, en el caso de "un objeto que ilumina"). La propia Rosch
ha sido resueltamente cauta con las consecuencias de estos descubri-
mientos, pero teóricos como Lakoff (1987) empujan la historia cogni-
tiva más lejos en el ámbito universalista. Para Lakoff, las categorías
se forman a partir de un pequeño conjunto de modelos cognitivos
idealizados. Estos modelos son universalistas, el "aparato cogniti-
vo general utilizado por la mente" (1987: 113). Lakoff, sin embargo,
está mucho más deseoso que el típico cognitivista social de especificar
la relación tripartita entre estos modelos, las personas que los poseen
y el mundo en el que viven. Para Lakoff, el ajuste entre estos tres
componentes es evolutivo: "Las categorías conceptuales humanas
tienen propiedades que, al menos en parte, están determinadas por la
naturaleza corporal de las personas que realizan la categorización"
(1987: 371). De modo que recortamos el mundo en trozos que, prefe-
rentemente, tienen un tamaño acorde a una escala humana: a ello se
debe que "el objeto que ilumina" sea una lámpara (algo que puede
asirse, manipularse, "como un objeto") y no el sol (distante, incontro-
lable, "diferente de un objeto").
La importancia de todo esto para el discurso es que podría
explicar por qué dividimos el mundo en la forma de ciertas categorías
discursivas (gatos, pilotos, países) y no otras (animales cuyos nombres
comiencen con la letra "n", personas delgadas que recientemente
fueron al dentista, y así sucesivamente), y cómo esta limitación afecta
nuestras posteriores prácticas discursivas. La promesa fundamental
459
de este sentido de la categorización es la de encontrar razones evo-
lutivas que expliquen por qué pensamos como lo hacemos; razones
relacionadas con la adaptación humana al ambiente.
Sin embargo, existen enfoques de la categorización que no la
entienden como algo natural del sistema mental humano. Los enfo-
ques discursivos, especialmente aquellos que se vinculan a la retórica
o a la sociología, ven la categorización como una actividad positiva, y
consideran que las categorías son conceptos variables al servicio de
cualquier conjunto de actividades en el que aparezca la categorización.
Veremos más detalles de este tema cuando lleguemos al estudio de
Billig et al. (1988) y Edwards (1991; 1994) más adelante.
Inferencia social. ¿Cómo realizamos juicios sobre las personas y los
hechos sobre la base de lo que ya conocemos? La forma en la que se
describe a una persona, ¿puede influir en las inferencias que haga-
mos sobre ella? Los enfoques mentalistas de la cognición social parten
de la base de que las facultades inferenciales trabajan con la informa-
ción que llega al sistema cognitivo para obtener conclusiones acerca
de las personas y los hechos. Esto es, por supuesto, similar al trabajo
que se realiza en la categorización, pero aquí el interés puede estar
centrado en átomos de la descripción tan pequeños y aparentemente
insignificantes como palabras aisladas, y tiene una gran variedad de
procesos de razonamiento a los que recurrir. Dos clases principales
de estudios que resultan importantes aquí son, por un lado, las
teorías de errores y sesgos en el juicio, y por otro, con un énfasis mayor
puesto en el lenguaje, las teorías de los efectos predisponentes de las
palabras y las frases.
Dentro de la primera de estas áreas se encuentran aquellos que
describen los errores (o los supuestos errores) que los individuos
cometen cuando manejan cualquier información (incluyendo informa-
ción sobre personas y sobre el mundo social) que tiene una base
estadística. Estos sesgos comprenden la subutilización de informa-
ción sobre el tipo de tasa de interés, la incapacidad de compensar la
tendencia de regresión a la media de un número de observaciones, el
hecho de no tener en cuenta probabilidades previas de algo que está
sucediendo y la utilización deficiente de información de covariación.
Podemos elegir un caso para ejemplificar esta clase de trabajos. Las
personas tienen una tendencia muy conocida a dejarse impresionar de
una manera inapropiada por ejemplos extremos o vívidos y realizar
deducciones equivocadas sobre esa base. Hamilton (1981) incluye esto
en una teoría de la formación de estereotipos; argumenta que cierta
clase de estereotipos se forma cuando las personas perciben (falsa-
mente) una asociación entre dos grupos vívidos de cosas: uno, un
460
grupo externo "vívido"; y el otro, cualquier comportamiento (o compor-
tamiento erróneo) "vívido", que podría percibirse que realizan.
Supóngase que los ciudadanos de X piensan que los aldeanos de Y son
ladrones y bandidos, aunque, de hecho, un recuento imparcial revela
que hay proporcionalmente la misma cantidad de ladrones y bandidos
entre los ciudadanos que entre los aldeanos. Lo que sucede, de acuerdo
con la teoría de Hamilton, es que el sistema mental de los ciudadanos
es víctima de dos hechos que conspiran para hacer que el tema de los
robos relacionado con los aldeanos sea injustamente inolvidable. Por
un lado, el acto del robo es, por supuesto, inolvidable en sí mismo
porque es antisocial. Por otro lado, hay numéricamente menos aldea-
nos que ciudadanos, y lo que es poco frecuente es, como sabemos, más
memorable. Estas dos fuentes de ruido se amplifican entre sí y el
resultado es que los ciudadanos son llevados a recordar equivocada-
mente una correlación (una correlación ilusoria) entre ser aldeano y
ser ladrón.
La importancia para el discurso de la correlación ilusoria y otras
demostraciones de errores y sesgos del procesamiento mental es que
por sí por sí mismas podrían explicar ciertos hechos que de otra
manera podríamos atribuir a la motivación, la personalidad o el
capricho, o a factores políticos o ideológicos ajenos al individuo. Los
discursos racistas, por ejemplo, podrían ser sencillamente el producto
de errores simples en los juicios de las personas acerca de la covariación
entre la pertenencia a un grupo y un atributo determinado (crimina-
lidad, como en el ejemplo anterior).
La otra influencia trascendente de la inferencia social es el
estudio de los efectos lingüísticos automáticos en la producción y
comprensión de mensajes. Sobre este tema, por ejemplo, Semin y
Fiedler (1988; 1991) se basaron en estudios previos de la causalidad
implícita (por ejemplo, Brown y Fish, 1983) que surgieron del análisis
semántico de Fillmore (1971). Semin y Fiedler nos recuerdan que aun
átomos como palabras individuales (verbos y adjetivos, en su ejemplo)
pueden cumplir funciones importantes en la disposición del discurso.
Todo suceso puede describirse a lo largo de un continuo desde lo
concreto hasta lo abstracto, mediante la utilización, en el extremo
concreto, de verbos como "patear" y "golpear" y, en el extremo abs-
tracto, de verbos más generales como "defender" y adjetivos como
"patriótico". Un evento particular podría describirse mediante las
alternativas "A golpeó a B", "A hirió a B", "A odia a B" o "A es patriota".
Cuanto más concreta es la descripción, mayor responsabilidad se le
adjudica al agente que la realiza; cuanto menos duradero se percibe
el suceso, más fácil es verificarlo y disconfirmarlo, etc. (Semin y
Fiedler,1991). La promesa es que esta clase de implicaciones cognitivas
461
de las palabras y frases podría explicar efectos significativos en el
discurso, y estudiar la base cognitiva es develar los mecanismos
internos y automáticos de procesamiento de información que el
estudio de la retórica simplemente deja de lado.
Esquemas y modelos. Respecto de este tema, se sostiene que las
personas construyen planes bastante bien articulados de las situacio-
nes rutinarias y de sus comportamientos acompañantes. Estos planes
no sólo entran en operación para hacer que nuestras vidas transcu-
rran más fluidamente, sino que son formas siempre disponibles (a
veces, quizás, invasoras) de interpretar el mundo social que nos
predisponen a ver la realidad a través de dichos moldes. Así, el "guión"
muy conocido de lo que sucede en un restaurante (entramos, nos
conducen a una mesa, leemos el menú, nos sirven la comida, pagamos
y nos vamos) no sólo guía nuestros actos, sino que además encauza (y
limita) nuestra apreciación de lo que puede o podría suceder en un
restaurante; y, por supuesto, lo mismo puede decirse sobre otros
esquemas de otras situaciones o actividades. Todos estos esquemas
están representados mentalmente en algún sistema organizado,
quizá como una jerarquía de hechos desde prototipos abstractos hasta
ejemplos concretos (Rumelhart y Ortony, 1977), quizá (como en el
guión del restaurante) como una secuencia lineal prototípica (Schank
y Abelson, 1977) o quizá como un "modelo mental" (Van Dijk y
Kintsch, 1983; Johnson-Laird, 1983) que subyace en nuestra repre-
sentación no lingüística de cualquier situación del mundo real. Pero,
de todos modos, todos ellos tienen algo que decir sobre las cosas en el
mundo a las que les prestamos atención, las formas en las que las
entendemos y qué es lo que recordamos de ellas más tarde.
Este tema es relevante para el discurso porque nos permite
explicar por qué ciertos aspectos de él son de cierta manera. Un
principio general como "consistencia con el esquema: bueno; inconsis-
tencia con el esquema: malo" se utilizará para cubrir muchas cuestio-
nes. Se lo invocará para explicar por qué las historias son narradas y
recordadas de cierto modo, por qué las bromas son graciosas o no lo
son, por qué este o aquel ejemplo de una categoría es considerado
bueno o discutible (véase también el apartado sobre categorización, en
páginas anteriores), etc. Estos poderes de ordenamiento y filtrado de
los esquemas cognitivos se consideran también útiles para explicar
prácticas discursivas como la formación de estereotipos y la discrimi-
nación: por ejemplo, se sostiene que las personas que poseen un
esquema cognitivo bien desarrollado de "rol sexual" serán receptivas
de distintos modos a la información sobre hombres y mujeres, y serán
más o menos propensas a formar estereotipos y discriminar entre
462
hombres y mujeres (véase, por ejemplo, McKenzie-Mohr y Zanna,
1990). Pero también es justo decir que aun dentro de la comunidad
cognitivista existe cierta molestia con la potencialidad para la tauto-
logía a la que está sujeta la teorización con base en los esquemas.
Veremos más adelante que la relación de los esquemas con el discurso
puede concebirse de una manera muy diferente (Edwards, 1994).
Atribución de causas. De acuerdo con la cognición social mentalista, la
mente cuenta con un proceso que clasifica las explicaciones de los
hechos a los que nos enfrentamos en la vida. Tomamos información
del hecho y resolvemos cuál es, racionalmente, la causa más probable
(por qué un amigo rechazó una invitación, por qué renunció el políti-
co, por qué un viejo conocido nos envió un ramo de flores). El me-
canismo puede ser una cuestión de seleccionar la información que
poseemos para decidir cuál es la mejor candidata, como si se tratara de
un trabajo detectivesco científico (¿este amigo rechaza nuestras invi-
taciones a menudo?, ¿rechaza invitaciones de otros?, ¿rechazaron
todos los demás esta invitación?). O quizás el mecanismo podría
intentar determinar qué es lo que ya sabe el interrogador y ofrecer la
pequeña pieza faltante del rompecabezas (revelar, por ejemplo, el
hecho inusual de que el amigo sufrió recientemente una pérdida en su
familia). De una forma u otra, los procesos mentales de esta clase, como
los de la categorización, están siempre en funcionamiento para ayu-
darnos a comprender nuestro mundo y responder apropiadamente; por
ejemplo, para ser comprensivos (antes que ofendernos) ante un recha-
zo en apariencia poco amistoso. Al igual que los procesos involucrados
en la categorización, estos procesos mentales intentan organizar un
mundo amorfo y convertirlo en algo que podamos manejar. Sus fallos
y fracasos ocasionales no permiten que sean totalmente racionales
pero son perfectibles, y la cognición social promete diagramar los
errores a los que nos inducen y sugerir formas de evitarlos.
La importancia para el discurso de todo esto es que ofrece un
mecanismo determinístico que explica por qué las personas llegan a
ciertas explicaciones meramente como una cuestión de las
idiosincrasias de sus aparatos mentales. Así (podría decirse) existe
una tendencia general a considerar al agente individual, antes que a
la sociedad o al entorno local, como causa del comportamiento (el
llamado "error de atribución fundamental": Ross, 1977). De este modo
(diría el argumento), en algunas formas de hablar acerca de las
personas, lo que podría parecer una elección "política" de atribuir
las causas de cierta manera (la pobreza de alguien a su falta de
esfuerzo, por ejemplo, en lugar de a la falta de trabajo en la sociedad)
puede reducirse a la operación de mecanismos ciegos de procesamien-
463
to de información que están fuera del control consciente de la persona
que realiza la explicación.
Actitudes. La actitud cognitiva hacia la actitud es que es un animal
mental informado, evaluador, pero bastante impredecible. Conoce
algunos hechos y siente algo por ellos, pero no siempre es fiable al
momento de convertir esas creencias y sentimientos en acciones con-
sistentes. Esta imagen mentalista de tres componentes (creencias y
sentimientos que producen acciones) se mantuvo notablemente esta-
ble en la psicología durante los últimos cincuenta años; lo que cambió
son los términos utilizados para describir los fenómenos "internos" de
las creencias y sentimientos, y la tecnología empleada para medir la
conducta visible que ellos deben producir. Actualmente, los términos
"internos" se analizan en varios subcomponentes. Por ejemplo, la
influyente teoría de Fishbein y Ajzen (véanse, por ejemplo, Fishbein y
Ajzen, 1975; Ajzen, 1988) desglosa el componente de "creencias" en
creencias sobre el propio objeto de la actitud (por ejemplo, conducir con
cuidado), creencias sobre lo que otras personas (amigos, la policía)
pensarían acerca de ello, y cuán importantes serían sus opiniones para
aquel que posee la actitud. Este enfoque también ilustra el cambio que
afecta a la forma de medir el comportamiento que producen estos
fenómenos "internos": mientras que los investigadores previos se
habrían sentido satisfechos con hacerles a los consultados una pregun-
ta general sobre su conducta (¿es usted un conductor cuidadoso?),
ahora insistirían en ser muy específicos sobre qué podría significar (en
nuestro ejemplo) ser un "conductor cuidadoso", y, si no pudieran
observarlo directamente, al menos les presentarían a los sujetos una
batería amplia de cosas que ellos consideran que son ejemplos especí-
ficos (mirar por el espejo retrovisor antes de arrancar, por ejemplo).
También existe una larga tradición en el interés de la psicología
social por el tema del cambio de actitud. Esto incluye el estudio del
efecto de los mensajes sobre las creencias y sentimientos internos de
las personas, y la determinación de si su comportamiento externo
cambia ulteriormente (esto involucra el efecto de los mensajes sobre
los propios hablantes, o "las formas en las que las verbalizaciones de
los comunicadores pueden afectar al comunicador mismo", como lo
expresaron McCann y Higgins, 1990). Como es bien sabido, este
estudio recibió un fuerte impulso durante la época de la Segunda
Guerra Mundial debido al urgente interés por parte del Estado en que
las personas se adaptaran a los esfuerzos de la guerra, pero aún se
trabaja en él.
La promesa de esta clase de investigación, y la conceptualización
mentalista de la actitud de la que proviene, consiste en que revelará
464
la relación existente entre los discursos de creencias y evaluación; por
una parte (lo que las personas dicen sobre los grupos minoritarios y lo
que sienten por ellos) y, por otra, lo que en realidad sucede (lo que
hacen o lo que no hacen acerca de o hacia ellos). Si los investigadores
logran precisar la estructura interna de las creencias y los sentimien-
tos, serán capaces de predecir el comportamiento que estos causarán.
Pero, como todos los demás componentes de esta clase de cognición
social, la plausibilidad misma de la empresa depende de la coherencia
del esquema de entrada-procesamiento-salida que es la base del
proyecto mentalista.
Propiedad compartida: la base social de la
cognición
En este apartado nos dedicaremos a examinar la segunda clase
de estudios sobre la "cognición social", aquella que entiende el cono-
cimiento humano como un producto social bajo un régimen de propie-
dad compartida. Todos los autores que mencionaremos buscan dife-
renciarse del "individualismo" de los enfoques mentalistas de la
cognición social, pero lo hacen de distintas maneras (véanse Hewstone
y Jaspars, 1984; Condor, 1990, para revisiones). Sólo con fines de
simplificación, expondremos estos enfoques en términos de tres pers-
pectivas amplias (que a veces se superponen):
1. Aquellos que consideran al individuo como portador de una
cultura particular o de un conjunto de ideologías compartidas.
2. Aquellos que consideran a los cognoscentes sociales como miem-
bros de grupos distintos, con intereses particulares compartidos.
3. Aquellos que se concentran en los procesos de intercambio
interpersonal, que pueden involucrar una consideración sobre la
forma en la que es posible construir conjuntamente la realidad
social.
Este sistema de clasificación es sólo una tipología rudimentaria,
y no puede capturar las complejidades y las contradicciones existentes
entre los numerosos enfoques que entienden la cognición como algo
socialmente compartido o como un producto social. Como veremos,
una de las características que muchos de estos enfoques comparten es
la tendencia a utilizar una analogía del individuo como "actor" social
antes que como "observador" desinteresado. A menudo, esto influye en
la forma en la que interpretan el comportamiento de los sujetos de
investigación. Una cantidad de teóricos prefiere interpretar el uso que
hacen las personas de ciertos estereotipos particulares para describir
465
a otros, sus explicaciones de las acciones humanas y sus opiniones
declaradas sobre ciertos temas no tanto como informes de procesos
cognitivos privados, sino como actos comunicativos públicos: como
discursivos antes que como fenómenos cognitivos.
El sujeto cognoscente como conducto de la cultura
Incluso las concepciones fuertemente mentalistas de la percep-
ción social admiten a menudo que nuestras percepciones y creencias
sobre el mundo social no pueden explicarse completamente por
referencia al procesamiento individual de información. Aceptan que
algunos aspectos de la percepción social (los estereotipos que tenemos
sobre categorías particulares, por ejemplo) pueden reflejar la "socie-
dad" o la "cultura" en la que el individuo se "socializó". Sin embargo,
los investigadores que adoptan lo que hemos llamado el enfoque
mentalista de la cognición social tienden a tratar estas consideracio-
nes "sociológicas" (abandonadas a los descendientes de Emile Durkheim
o Talcott Parsons, activas en otros ámbitos de las ciencias sociales)
como un trasfondo demasiado profundo para su objetivo principal de
intentar explicar la percepción social recurriendo a los procesos
individuales y cognitivos tanto como sea posible. Por el contrario,
otros puntos de vista prefieren explicar la percepción social principal-
mente en términos de la "cultura"o la "sociedad" a la que los individuos
pertenecen. Actualmente existe un número de enfoques psicológicos
que entienden a los individuos como miembros o ejemplares de una
cultura común (una perspectiva de esta clase puede encontrarse en la
exposición de 1984 de Moscovici sobre "la sociedad pensante" y,
ciertamente, en su noción de "representaciones sociales", de la que
puede hallarse una concepción discursiva en Van Dijk, 1990).
En lugar de intentar realizar una exposición detallada de los
numerosos enfoques que entienden a los receptores como conductos
sociales, nos concentraremos sólo en una de esas perspectivas que
tiene una relación clara con el discurso: el enfoque de Billig (por
ejemplo, 1991) hacia el pensamiento, la retórica y la "ideología". Este
investigador formula un cierto número de conexiones prominentes.
Primero, entiende las creencias y las percepciones de los individuos
como fenómenos "ideológicos" antes que sólo fenómenos cognitivos.
Con ello, explica que el pensamiento y el habla reflejan el legado social
de los actores comprendidos. Esto surge muy claramente en su
exposición y la de sus colegas sobre los "dilemas ideológicos" (Billig et
al., 1988), en la que fenómenos que a menudo son vistos como
"solamente" cognitivos (como el prejuicio) se consideran cuestiones
466
que surgen en la sociedad moderna (o sea, posindustrial). Esto puede
ilustrarse, por ejemplo, por la forma en la que Billig y sus colegas
tratan la categorización genérica y la formación de estereotipos. Estos
son temas que los cognitivistas sociales "mentalistas" explican en
términos de los mecanismos automáticos e inconscientes de procesa-
miento de información que los perceptores individuales utilizan. En el
mejor de los casos, consideran que están parcialmente determinados
por la naturaleza de la "realidad social" percibida. Por el contrario,
Billig et al. (1988) prefieren analizar la categorización genérica y la
formación de estereotipos como posiciones retóricas, adoptadas por
los individuos en el transcurso del debate, y que son significativas en
cuanto a su relación con nociones ideológicas más generales de la
justicia (incluyendo nociones de "derechos" humanos y ciudadanía) en
democracias liberales avanzadas.
Billig distingue entre los contenidos del pensamiento social (que
él considera histórica y culturalmente específicos) y los mecanismos
del pensamiento, que prefiere considerar universales. Sin embargo,
las ideas de este investigador sobre los mecanismos cognitivos difie-
ren de las de aquellos que adoptan posturas mentalistas de la
cognición social. El interés de Billig no está centrado tanto en los
procesos cognitivos automáticos y posiblemente inconscientes, sino en
el "pensamiento": la resolución de problemas consciente e intencional
(resolución de problemas en el sentido de la formulación y la posible
resolución de argumentos). Como Turnbull y Slugoski, Billig concibe
al perceptor social como alguien que está comprometido en un diálogo
interno en el que ella o' él se esfuerza por encontrarle un sentido al
mundo, empleando las suposiciones contradictorias y el "sentido
común" que su cultura le proporciona. Este modelo del perceptor
social como actor consciente es bastante diferente del modelo utilizado
por lo general por las perspectivas "mentalistas", que consideran que
algunos aspectos de la cognición social (como los estereotipos) surgen
de los procesos inconscientes y automáticos puestos en juego cuando
el individuo no posee la capacidad cognitiva disponible para "pensar"
(por ejemplo, Gilbert y Hixon, 1991).
Un aspecto interesante del enfoque de Billig es la forma en la
que concibe la relación entre la "cognición" y el "discurso". Mien-
tras que, como ya vimos, muchos psicólogos sociales adoptan la
postura de que un conocimiento de la cognición humana puede in-
formarnos acerca de los procesos discursivos, Billig adopta la postura
contraria. Sugiere que un conocimiento del discurso humano y, en
particular, de las destrezas retóricas puede informarnos sobre la
naturaleza del pensamiento humano:
467
468
El pensamiento humano no es simplemente un asunto de procesa-
miento de información o de seguir reglas cognitivas. El pensamiento
debe ser observado en acción en las discusiones, en la esgrima
retórica de la argumentación. Reflexionar sobre un tema es discutir
con uno mismo, incluso persuadirse a uno mismo. (1991: 17)
En su investigación, Billig utiliza ejemplos del uso del lenguaje
y transcripciones de conversaciones para demostrar la complejidad
del pensamiento, algo que a menudo resulta oscurecido en los estudios
experimentales o con cuestionarios. En particular, pone énfasis en
cómo una apreciación de las "reglas" de la retórica nos llevaría a
advertir la "doble" naturaleza del pensamiento que los enfoques
mentalistas de la cognición humana suelen pasar por alto. Un área
especial en la que Billig aplicó su enfoque es el proceso de cate-
gorización social. Como ya hemos visto, los enfoques de la cognición
social mentalista entienden la categorización como un mecanismo
universal, automático y no consciente utilizado para simplificar el
ambiente percibido. Una consecuencia de esta clase de razonamiento,
argumenta Billig, es que la categorización social y el prejuicio a
menudo se presentan como consecuencias inevitables de los mecanis-
mos cognitivos humanos. Billig, en contraste, subraya que aunque los
seres humanos ciertamente recurren a categorías sociales, son capa-
ces también de lo opuesto, de la "particularización". De la misma
manera, en oposición a los teóricos de la atribución, pertenecientes a
la corriente principal de investigación, Billig sostiene que las perso-
nas no "mantienen" una explicación de un fenómeno particular. En
realidad, pueden ser conscientes de explicaciones contrapuestas y
hacer malabarismos con ellas. Para utilizar el ejemplo citado ante-
riormente, las personas tienden a creer tanto en el precepto de sentido
común que dice que la pobreza se explica en términos de la falta de
esfuerzo del individuo como en que su causa es que la sociedad no
proporciona empleos.
El sujeto cognoscente como miembro de un grupo
Hemos visto que el enfoque de Billig (como el de muchos otros
teóricos sociales) considera que el discurso y el contenido de nuestro
conocimiento social son una cuestión de conocimiento cultural ("ideo-
lógico') compartido. Otras perspectivas, aunque aceptan la noción
de una "cultura común", también ponen énfasis en la importancia de
pertenecer a grupos específicos para la cognición humana y la acción,
incluyendo los actos discursivos. Podríamos ahora retroceder un poco,
y ver cómo una lente europea más amplia introduce a la comunidad
del individuo dentro del cuadro (pero recuérdese que lo hace sin
renunciar en absoluto a la noción de que el individuo es dirigido
todavía por el procesamiento mental que funciona mecánicamente en
su interior). La definición de Fiske y Taylor que vimos antes era
bastante individualista. Compárese con esta versión de dos autores
asociados con la perspectiva europea:
Lo menos que podríamos decir es que el estudio de la cognición social
se relaciona con la percepción de las personas y de nosotros mismos,
y con las teorías "ingenuas" que consideramos para estudiar esas
percepciones. (Leyens y Codol, 1988: 94)
Inmediatamente, Leyens y Codol insisten que la cognición social
tiene un origen social... un objeto social... [y] es compartida social-
mente. (1988: 94)
Estas opiniones se acercan al sentido "cultural" de la cognición
social característico de la sociología de teóricos como Talcott Parsons
o Durkheim tanto como lo haya podido hacer la psicología. Leyens y
Codol ubican a los individuos en los grupos e instituciones con los que
ellos mismos encuentran que tienen que tratar, pero aun así mantie-
nen la base individual de la cognición social. Aunque no deseen
profundizar demasiado, los psicólogos que trabajan en esta tradición
se preocupan mucho por las fuerzas activas de la memoria, la
categorización, etcétera.
La perspectiva de Tajfel (por ejemplo, 1978) sobre la identidad
social en cuanto a la pertenencia grupal y las relaciones intergrupales
es una de las más importantes en la psicología social. Este enfoque,
que recientemente fue modificado y completado por los aportes de
Turner acerca de la autocategorización en relación con la pertenencia
grupal (por ejemplo, Turner et al., 1987), hace hincapié en la posición
central de la categorización social para las acciones humanas. Sin
embargo, su énfasis se encuentra en los mecanismos detrás del po-
sicionamiento de uno mismo como miembro de una categoría social y
sus consecuencias.
La noción del sujeto humano en esta perspectiva es bastante
diferente de la utilizada en las investigaciones de la cognición social
mentalista o en los trabajos (como el de Billig) que consideran al
individuo un portador y manipulador de ideologías comunes. Aquí, en
cambio, el centro de interés es la forma en la que el actor social habla
y piensa como parte de, y en nombre de, una identidad colectiva. La
percepción y la acción social humanas están determinadas, en ocasio-
469
nes, por la tendencia de los individuos a internalizar las demandas e
intereses de los grupos específicos con los cuales se identifican. A
menudo esto se analiza en términos de una necesidad de percibir y
presentar los grupos a los que pertenecemos bajo una luz positiva en
comparación con grupos externos relevantes (véase Abrams, 1990),
un proceso que se considera que conduce a un sesgo sistemático en la
cognición social, por el cual los individuos tienden a percibir las
características y el comportamiento de su grupo de un modo más
favorable que las características y el comportamiento de otros grupos.
Sin embargo, como lo expuso detalladamente Tajfel (1981), los teóri-
cos de la identidad social pueden asimismo concebir las descripciones
del mundo social de maneras más sofisticadas. En particular, pueden
considerar las descripciones de las categorías sociales como aspectos
de retórica estratégica, formulados con el propósito de justificar las
acciones de los miembros del grupo en el contexto de ideologías más
generales relacionadas con la justicia y la legitimidad social.
Esta clase de perspectiva puede ejemplificarse con el trabajo de
Van Knippenberg (por ejemplo, 1984) sobre la formación de estereo-
tipos sociales. Este investigador hace hincapié en que, en la medida en
que los individuos actúan como miembros de grupos sociales definibles,
pueden mantener imágenes del mundo social específicas del grupo.
Estas imágenes no sólo sirven para que su grupo parezca "mejor que"
otros grupos. Antes bien, se considera que son estrategias "políticas"
significativas en el contexto de un sistema ideológico más amplio (y
compartido por más personas):
A menudo, se utilizan estrategias de presentación complejas en las
representaciones de grupos. Una estrategia... es describir grupos de
una manera en la que implícitamente defendemos la legitimidad o
ilegitimidad de la relación de estatus existente. Otra estrategia es la
de incluir en nuestras representaciones de grupo una identidad
social definitivamente positiva, aunque no amenazadora, del grupo
externo para asegurar la posición del grupo propio. (1984: 560)
Una preocupación similar acerca de la producción de imágenes
estratégicas es evidente en los enfoques de identidad social hacia la
atribución. En un estudio muy citado, por ejemplo, Hewstone et al.
(1982) examinaron las atribuciones de logro de alumnos británicos de
escuelas públicas (polivalentes) y privadas. Los alumnos de escuelas
privadas atribuyeron el fracaso de los alumnos de esas mismas es-
cuelas a la falta de esfuerzo, y el fracaso de los alumnos de escuelas
públicas a la falta de capacidad. Los alumnos de escuelas públicas
polivalentes, en cambio, tendieron a atribuir los logros de los alumnos
de escuelas privadas a la suerte. Los investigadores interpretan que
470
estos resultados ilustran los intentos de los alumnos de las escuelas
privadas por negar que privilegios "ilegítimos" pudiesen ser la causa
de su éxito académico.
Hasta el presente existen pocos análisis directos de los posibles
puntos de intersección entre los enfoques de identidad social hacia la
cognición y la acción social y las perspectivas del análisis del discurso.
A pesar del interés de los teóricos de la identidad social por la
autopresentación estratégica (colectiva), y la función de los estereoti-
pos sociales y la atribución en los contextos de argumentos relaciona-
dos con la justicia social y la legitimidad, hasta hace poco tiempo los
teóricos de la identidad social realizaban sus investigaciones única-
mente en el ámbito del laboratorio. En los últimos años, algunos de
ellos intentaron explorar sus intereses teóricos empleando datos que
provenían del lenguaje natural. Por ejemplo, Reicher (1991) analizó la
forma en que la prensa británica construyó categorías sociales duran-
te la Guerra del Golfo. Entre otros aspectos, estudia cómo Saddam
Hussein fue utilizado para representar metonímicamente a Irak, y los
modos con los que se hacían referencias metafóricas a Irak como
persona, con motivos y atributos individuales.
La cognición en el intercambio interpersonal
A pesar de la insistencia en el carácter compartido de la cognición
social, ninguno de los dos enfoques que hemos considerado le otorga
una función central al proceso de la interacción humana per se. Las
perspectivas de la identidad social en general se concentran en el actor
social individual como algo relativamente (y a veces por completo)
separado de otros seres humanos reales (sin embargo, véase Abrams,
1990). El enfoque retórico de Billig hacia la psicología social, por otro
lado, parece concederle a la interacción una función central. No
obstante, a menudo su interés se refiere tanto a la "conversación" que
ocurre dentro de un individuo como al proceso de interacción entre
individuos.
La tercera clase de perspectiva que consideraremos aquí les
asigna un lugar central a los procesos de interacción entre dos o más
individuos (y, de hecho, no simpatiza con la noción analítica de
"individuo"). Estos enfoques le suelen dar prioridad teórica al "discur-
so", y están menos interesados por -y a veces incluso se oponen a-
los intentos de teorizar la "cognición" como un estado individual
privado. Existe, por supuesto, una larga y respetable historia de
aplicaciones de las ideas dialécticas a la psicología (aunque es posible
que algunos intentos radicales puedan describirse mejor como delibe-
radamente "no respetables", por ejemplo en Armistead, 1974; Brown,
471
1973; Parker, 1989), pero concentraremos nuestra atención en estu-
dios discursivos más recientes y más orientados al lenguaje, ya que
son estos los que más se aproximan a los objetivos y propósitos de este
volumen. Es conveniente para la clase de estudio que tenemos en
mente entender la cognición como parte esencial de la acción, y la
acción conjunta como parte de lo que las personas realizan con sus
vecinos. En esta interpretación, lo que sucede "en el interior" es
inseparable de su manifestación exterior, y los pasos del individuo
sólo tienen sentido en relación con sus compañeros de juego. La
"cognición" se une con el lenguaje, y esta es la causa de que este sentido
de la cognición social tenga tanto que aportar al discurso.
El lenguaje ha sido siempre una línea de investigación en los
intentos de comprensión de las relaciones sociales por parte de la
psicología social (de hecho el lenguaje, como recuerda Farr, 1990, fue
uno de los temas principales de Wundt en su Folk Psychology, de diez
volúmenes), pero en la tradición cognitiva de esta última mitad de siglo
esa línea se mantuvo oculta detrás de los patrones más dominantes del
procesamiento de información y el juicio mental. Sin embargo, tradi-
ciones tan diversas como el interaccionismo simbólico de G. H. Mead
(1934) y la filosofía lingüística angloparlante (desde el Wittgenstein
tardío en adelante) siempre insistieron en la primacía del lenguaje y
en su papel principal en la construcción del mundo social (de hecho,
físico) y de la acción en este. Por supuesto, esto puede interpretarse de
una forma "cognitiva", en la que los teóricos argumentan que lo
trascendente del lenguaje es que proporciona a la mente categorías que
a su vez pueblan el mundo de objetos: este sería el legado de la hipótesis
de Sapir-Whorf en sus distintas formas débiles o fuertes, y se adecua-
ría con facilidad a los modelizadores de esquemas y a los otros que
vimos anteriormente. Pero la diferencia aquí radica en que no hay
necesidad de buscar representaciones internas; el lenguaje también
(y de manera más importante) tiene una imagen pública y es, de
diversos modos, un mecanismo mediante el cual se despliega la
identidad social o, más generalmente, es el medio principal a través
del cual se constituye la realidad social. En cada caso la "cognición",
si todavía tiene sentido utilizar este término, está ligada a la acción:
desplegar una identidad, constituir la realidad social.
La relación entre esta clase de cognición social y el discurso (a
diferencia del caso de la cognición social mentalista y quizá, más
claramente, de las dos variantes de cognición social de "propiedad
compartida" que hemos visto hasta ahora) no puede ser la relación
entre una línea de montaje y un producto terminado, porque no es esa
la separación que se produce. Por el contrario, se interpreta el discurso
como algo que inevitablemente es un emprendimiento público cons-
472
truido por muchas manos, cuya "causa" no se debe al procesamiento
mental de individuos y cuyos efectos van más allá de las personas
involucradas.
La "cognición social" según esta orientación promete identificar
cómo se formula el discurso de manera conjunta y descubrir qué fines
locales e institucionales persigue. En las siguientes secciones veremos
sus méritos en la identificación de la construcción cooperativa de las
emisiones, y de qué modo esto nos ayuda a comprender hechos como
la formulación de intercambios sociales en el habla, la conservación
de la identidad social por medio de su negociación pública, e incluso
cuestiones psicológicas como las "actitudes", el "pensamiento" y la
"memoria".
Las actitudes como construcciones discursivas. La noción central de
"actitud" fue la primera en atraer una interpretación antimentalista
del análisis del discurso. Discourse and Social Psychology (1987) de
Potter y Wetherell fue un hito en la aplicación del pensamiento
discursivo angloparlante a los fenómenos sociales y recientemente fue
ampliado por Discursive Psychology (1992) de Edwards y Potter, con
una cobertura que se extiende al espectro más amplio de los procesos
cognitivos. Lo que ambos tienen en común es la creencia fundacional
en la primacía del lenguaje como parte constitutiva de la vida social;
en el surgimiento de la realidad social por medio del intercambio entre
los hablantes en una sociedad. Para estos autores, la interacción
interpersonal mediante el lenguaje es crucial en los procesos sociales.
El centro de atención de Potter y Wetherell no son los individuos
en ese intercambio, sino lo que se distribuye entre ellos. Siguiendo a
Gilbert y Mulkay (1984), identifican temas en el habla ("repertorios
lingüísticos") que se entrelazan para promover o mantener ciertas
visiones de la realidad. En el análisis del discurso racista efectuado
por Wetherell y Potter (1988; 1992), por ejemplo, estos repertorios se
identifican explícitamente y se registran sus variaciones. En los
siguientes extractos, los hablantes (neocelandeses blancos) parecen
expresar actitudes cordiales hacia los maoríes:
Yo creo que esa especie de renacimiento maorí, el maoritanga, es
importante porque como estaba explicando estaba en esa fiesta el
sábado a la noche, y de pronto no supe dónde estaba, había perdido
mi identidad... yo creo que es importante que las personas la
recuperen [la identidad maoríl porque es algo que está arraigado
dentro de uno (Reed).
Yo estoy ciertamente a favor de un poco de maoritanga, que es algo
únicamente neocelandés. Creo que soy bastante conservador y de la
473
misma manera que no me gusta ver que las especies se extinguen,
no me gusta ver que una cultura y un idioma y todo lo demás se
extingan (Shell). (Wetherell y Potter, 1988: 179)
Wetherell y Potter seleccionan estos dos ejemplos por ser contra-
dictorios en ciertos sentidos, o al menos inconsistentes. Por un lado,
se valora el nuevo énfasis en la cultura maorí porque todos deberían
conocer sus raíces para afianzar sus identidades: se supone entonces
que la generación actual de maoríes la "perdió", posiblemente debido
a su propia negligencia. Por otro lado, el segundo fragmento promueve
la cultura maorí porque es positivamente inconfundible: es tan vívida
y única como una especie exótica. Esta contradicción (o inconsisten-
cia) sugiere al analista espectador, tal como el uso variable del error
lo hizo con Gilbert y Mulkay (1984), que algo importante está ocu-
rriendo.
Wetherell y Potter lo interpretan como una manifestación de lo
que denominan el repertorio de "promoción cultural"; la idea de que
la cultura maorí es un florecimiento raro que sólo puede sobrevivir
debido a la atención compasiva que todo espécimen exótico requiere.
En otras palabras, los maoríes necesitan el padrinazgo y la protección
de los blancos para sobrevivir; de otra manera, incapaces de cumplir
las demandas que su propia condición de exotismo les impone,
perderán su "identidad" y se extinguirán. Este sentimiento es más
claramente racista que cualquiera de las otras dos partes constitu-
yentes que, por sí mismas y sin ser contrapuestas, podrían resultar
aceptables. A diferencia de la noción singular de "enunciado de
actitud", es el entrelazamiento de diversas emisiones lo que realiza
el trabajo.
El análisis de Wetherell y Potter logra que un ejercicio lingüístico
haga un trabajo discursivo al alimentarlo con una apreciación del
significado cultural. Pero son claros en su insistencia en comprometer
la comprensión cultural, o tal vez sería mejor decirpolítica, del tema
en cuestión; quizá sea inevitable que, una vez que los analistas
superen la noción de los átomos independientemente significativos,
como los "enunciados de actitud", se vean obligados a reconocer su
propio trabajo de interpretación en sus interpretaciones de discursos.
El pensamiento y la memoria. Para llevar aun más lejos la noción de
propiedad compartida de la cognición dentro del dominio de la cog-
nición "biológica", es instructivo seguir el examen renovador de
Edwards y Middleton (1987) de uno de los fundadores de la psicología
cognitiva moderna, el psicólogo inglés Frederick Bartlett. Edwards y
Middleton establecen que, en su clásica obra Recordar: estudio de
474
psicología experimental y social (1932), Bartlett estaba más interesa-
do en cómo los símbolos se convertían en un asunto de propiedad
pública que en cómo se procesaban individualmente. De hecho,
Edwards y Middleton muestran que (a diferencia de virtualmente
todos sus seguidores) Bartlett tenía un gran interés en cómo el
recuerdo era una función del discurso en la conversación.
Podemos profundizar en este tema y para ello revisar uno de los
últimos trabajos de Bartlett, Pensamiento: un estudio de psicología
experimental y social (1958). Ciertamente no hay nada en el siguiente
fragmento que pudiese causar alguna incomodidad a sus sucesores
modernos en la cognición social mentalista:
Los amplios objetivos del pensamiento permanecen casi los mismos,
en cualquier ámbito que opere el pensador, y con cualquier clase de
evidencia con la que esté relacionado. Siempre debe intentar utilizar
la información que tiene disponible para llegar a una conclusión,
basada en esa información, pero no idéntica con ella. (1958: 97)
Hasta aquí el planteo es cognitivista. Pero es instructivo exten-
der la cita un poco más, para ver que Bartlett intentaba llevar este
pensamiento a un contexto social y socialmente explicable:
entonces debe formular, o estar preparado para formular, las etapas
que atraviesa, de modo de que sea razonable esperar que donde, por
el momento, se detenga, todos aquellos que no tengan alguna
deficiencia o enfermedad mental, o que no estén anormalmente
predispuestos, deben también detenerse. (1958: 97)
Esto podría haber sido escrito por cualquier retórico, e introduce
una nota de relatividad intelectual que hará que se ericen los cabellos
de los psicólogos cognitivistas racionalistas: Bartlett está dispuesto a
permitir que la validez de los pensamientos de sus sujetos se juzgue
mediante criterios sociales del procesamiento de la información, no
criterios abstractos. Esto abre con sigilo la puerta a una concepción
completamente contextualizada del pensamiento que
busca descubrir los "métodos" que las personas utilizan en su vida
cotidiana en la sociedad para construir la realidad social y también
para descubrir la naturaleza de las realidades que construyeron...
Sólo mediante el examen de sus procedimientos y el descubrimiento
de aquello en lo que estos consisten, podemos comprender comple-
tamente lo que quieren decir con corrección, porque esta es decidida
por aquellos que la construyen. (Psathas, 1972: 132)
475
Esta cita no es de Bartlett sino de un trabajo temprano de
etnometodología. No sostenemos, por supuesto, que Bartlett haya
sido un fundador de la etnometodología; pero esto muestra lo que puso
en el aire en el ámbito de las ciencias sociales, listo para que alguna
generación posterior lo cristalizase.
Utilizamos el ejemplo de Bartlett porque queríamos seguir el
proyecto pionero de Edwards y Middleton de rehabilitar el trabajo de
alguien que injustamente había sido reclutado por la escuela mentalista
y mostrar que inclusive un cognitivista tan eminente tenía una
concepción del lenguaje y de la racionalidad difícil de acomodar en un
idealismo puramente individualista. Si hay razones para que el
lenguaje y la racionalidad deban colocarse en un contexto, entonces
esto constituye un argumento importante de que cuanto mejor poda-
mos especificar ese contexto, tanto mayor será nuestro éxito en
comprender el lenguaje al que sustenta. Si este es el caso, entonces
deberemos atender el "lenguaje" más que sólo en el sentido de las
palabras y las frases que pueden ser ordenadas y parafraseadas por
el analista que intenta reducir el desorden y aclarar la oscuridad del
argumento impreso. Más bien, deberemos atender las palabras utili-
zadas con tanta precisión como nos sea posible para ver qué es lo que
podría estar ocurriendo: todos los mecanismos literarios, estilísticos
y persuasivos que los hablantes emplean para convencer a sus
oyentes, recurriendo o no a la firme asociación de premisas y conclu-
siones formalizables.
La construcción conjunta del conocimiento. Una objeción que algunos
plantean a la clase de análisis del discurso que consideramos anterior-
mente es que, aunque está fundada en la creencia de que el intercam-
bio lingüístico es constitutivo de la realidad, sus seguidores no tienden
en sus informes a permanecer en el contexto muy local de la conver-
sación. Hay otras clases de análisis que lo hacen, y que agregan a la
creencia constructivista básica el ingrediente extra de que la sucesión
y el orden exactos de las palabras son tan importantes como su
contenido superficial evidente. Esta teoría se basa en la noción del
filósofo G. H. Mead y del filólogo Bajtín de que algunas porciones del
lenguaje no se transmiten simplemente de un hablante a otro, sino
que se ensamblan en forma conjunta. Para Mead, se trataba de una
connivencia entre el hablante y la audiencia; para Bajtín, de la
infiltración en las expresiones de un hablante de los intereses y
perspectivas del otro. En ambos casos, la expresión (y la "cognición" de
donde provino) carece de sentido sin la apreciación de su autoría
múltiple o conjunta.
La heredera más dinámica de esta tradición en las ciencias
476
sociales es la etnometodología y, en particular, el análisis de la
conversación que hace hincapié en el examen cuidadoso de la organi-
zación secuencial de las emisiones como base apropiada para su
comprensión. El análisis de la conversación será explicado apropia-
damente por Pomerantz y Fehr en el capítulo 3, volumen 2, de este
libro, pero aquí resumiremos sus líneas generales. Garfinkel (1967)
fundó la etnometodología con una serie de observaciones sobre la
determinación irredimiblemente local del significado. El análisis de
la conversación, sobre todo en manos de Harvey Sacks (1992), desarro-
lló el espíritu de los intereses locales de la etnometodología y demostró
detalladamente cómo las palabras de las personas proponen y des-
echan las acciones de maneras diferentes en diferentes puntos de la
interacción. Para tomar un caso trivial pero frecuente, la palabra
"hola" tiene una fuerza diferente cuando se la pronuncia al comienzo
de un diálogo (por ejemplo, en una conversación telefónica) -cuando
es un saludo y una forma de identificar al hablante- o cuando se la
pronuncia en cualquier momento en el medio del diálogo, quizá para
asegurarse de que la persona que llamó todavía está allí. Lo que un
hablante propone será decidido por el próximo hablante, y los dos
hablantes utilizan las complejas regularidades de la interacción para
transmitir su significado de una forma sutil y económica. Por supues-
to, la etnometodología y el análisis de la conversación comprenden
mucho más que este pobre esbozo (véase el capítulo 3, volumen 2); pero
esto bastará para proporcionarnos el telón de fondo para dos ejemplos
de la clase de contribuciones que aporta al debate sobre la cognición
social y el discurso.
Un grupo de ejemplos muy reveladores pertenece a la obra de
Derek Edwards, quien durante mucho tiempo se mantuvo en la
vanguardia de una propuesta de una alternativa no mentalista y más
fundamentada de los fenómenos "cognitivos". Cumple así con el
mandato de la etnometodología de tratar (lo que los cognitivistas
consideran) los objetos mentales como cosas cuya "realidad" es su
invocación en cualquier actividad humana en la que surgen (en la
"conversación de trabajo", en la "charla íntima", en la "conversación
informal" o en la "conversación científica"). Edwards muestra cómo
una cantidad de fenómenos de la cognición social pueden concebirse
de un modo situado. En Edwards (1991), se afirma que los mecanis-
mos en apariencia universales de "categorización" que los seres
humanos supuestamente comparten pueden ser reemplazados con
éxito por una concepción de las categorías como descripciones contin-
gentes y localizadas que tienen una función en la promoción de ciertos
proyectos a costa de otros, y cuyos supuestos universales deben
tomarse no como "verdaderos" sino como parte de su carga retórica.
477
Otro ejemplo del enfoque discursivo de Edwards hacia los fenómenos
"cognitivos" es el argumento (Edwards, 1994) de que la noción de
"guiones" mentales (que describimos anteriormente), que los cogniti-
vistas creen que residen en las representaciones mentales de las
personas, pueden reconceptualizarse provechosamente como reglas
culturales a ser invocadas por las personas en lugares y momentos
apropiados. Así, en vez de pensar en un guión para comer en un
restaurante como en algo que "tenemos", podemos verlo como algo que
podemos invocar o utilizar en situaciones adecuadas. En palabras de
Edwards, "el objetivo no es deshacerse de las poderosas nociones
explicativas de metas, planes y guiones; más bien, es investigar
exactamente cómo esta clase de nociones puede caracterizarse como
recursos explicativos de los propios participantes, cuándo y dónde
puede hacerse" (1994: 216, con énfasis en el original).
Para nuestro segundo ejemplo, elegimos otra concepción que
compite directamente con la tendencia mentalista de la cognición
social psicológica. Un candidato atractivo aquí es la explicación de las
atribuciones causales de las personas. En la cognición social men-
talista, se supone que estas se derivan de los mecanismos internos de
juicio del individuo, y el estudio de esos mecanismos promete elimi-
nar el razonamiento deficiente. En el discurso concreto, en cambio,
podemos leer las atribuciones causales como si hubieran sido cons-
truidas en forma conjunta por dos o más participantes que actúan al
unísono. Este programa posee entonces la promesa menos pedagógi-
ca de identificar cómo se realiza el trabajo. Ya que examinaremos este
ejemplo con mayor detalle que el estudio de Edwards de los guiones,
lo hemos separado en un apartado propio, inmediatamente a conti-
nuación.
Ejemplo de un análisis de la cognición social como "propiedad compar-
tida". Sería útil que concluyéramos este capítulo extendiendo la
sección anterior para ver un ejemplo de la clase de análisis que intenta
demostrar que los fenómenos de la "cognición social" pueden ser
considerados, de un modo útil y productivo, como algo compartido por
las personas, en lugar de localizarlos en las representaciones menta-
les de un individuo.
Pero adviértase que, al colocar este ejemplo aquí al final del
capítulo, se podría interpretar que sugerimos que el análisis que
ofrecemos resuelve todos los problemas mencionados hasta ahora. No
es nuestra intención que se nos interprete de esta manera. Queremos
que constituya una ilustración pormenorizada de sólo una de las
formas de entender la cognición social en su condición pública. Hay
otros modos de hacerlo y, por supuesto, también existen refutaciones
478
a aquello que presentamos. Pero la formulación se expone aquí como,
al menos, un ejemplo de lo que puede realizarse.
Nos limitaremos al ámbito ya mencionado y vuelto a señalar
posteriormente: la batalla en la literatura acerca del razonamiento
ordinario. Un enfoque cognitivo social, como hemos visto, partiría de
la noción de que el razonamiento es una actividad mental privada;
intentaría encontrar la maquinaria de procesamiento de información
que es responsable de la selección, recuperación y producción de los
juicios sociales, y luego diagramaría las variables que afectan su
funcionamiento y aquellas que, a su vez, son afectadas por su re-
sultado. Un buen ejemplo de ello sería el enfoque social cognitivo de
la atribución causal que, nuevamente, como ya hemos visto, describe
los procesos mentales por los cuales los individuos combinan informa-
ción actual o recordada sobre la historia de un suceso para llegar a su
posible causa.
Una versión sofisticada de este enfoque cognitivo de la atribución
causal fue formulada por Hilton (1990; 1991), quien propone que la
persona que realiza una explicación debe descubrir lo que el interro-
gador supone que constituye la dificultad y luego descubrir qué es lo
que en la historia del problema es la "condición anormal", es decir, lo
que diferencia el caso tal cual es ahora de cómo podría haber sido. Por
ejemplo, supóngase que ambos somos miembros de una cultura que
estuvo expuesta a los medios de comunicación masiva occidentales y
quizás, estimulado por alguna mención casual de desastres en el
espacio, usted pregunta "¿por qué explotó el transbordador espacial
Challenger?" (para utilizar un ejemplo de Hilton, 1991). Yo podría
suponer que usted sólo está interesado en una cosa; pero si usted
hubiese preguntado "¿por qué explotó el transbordador espacial
Challenger, en vez de estrellarse simplemente contra el suelo?", yo
daría por sentado que usted quiere saber algo ligeramente diferente;
y si usted pregunta "¿por qué explotó el transbordador espacial
Challenger en ese lanzamiento y no en el anterior?", otra vez yo
supondría que usted pregunta algo diferente, y así siguiendo.
Una vez que tengo esa representación mental de la pregunta (y
concedamos que es la primera versión de la misma), el argumento
cognitivo es que yo consideraría las condiciones presentes en el caso
de la explosión de la nave en oposición a las ocasiones en las que esta
(o sus equivalentes) no explotó. Entonces yo propondría (por ejemplo)
como respuesta el frío inusual de la noche anterior al lanzamiento. Sin
embargo, no sugeriría (por ejemplo) que cierta clase de sellado en una
de las secciones de la nave estaba hecho de una fina goma: esto no es
en sí una explicación, ya que tal condición se dio tanto en el caso de la
explosión como en los que esta no se produjo.
479
A primera vista, esta es una concepción muy plausible de una
explicación. Después de todo, es reconocible como la clase de cosas que
las personas hacen, al menos a veces. Pero no lo hacen todo el tiempo,
o incluso ni siquiera la mayor parte del tiempo. Más bien, está
disponible como un modo entre muchos otros de "explicación" y será
utilizada en ciertas circunstancias. Hemos colocado la palabra "expli-
cación" entre comillas para señalar que la tarea de explicar es lo que
Wittgenstein llama un juego del lenguaje, y lo que los analistas del
discurso de cierta clase denominarían un discurso. En la medida en
que las personas en cualquier interacción dada participan del parti-
cular juego lingüístico de la "clasificación de la información", entonces
el modelo de la atribución es una buena descripción de las reglas con
las que juegan. Pero hay mucho más en la interacción social que este
particular juego del lenguaje.
Tendremos que alejarnos de las idealizaciones y acercarnos a
encuentros reales para ilustrar lo que queremos decir. Supongamos
que usted me hace la siguiente pregunta, vacía e incomprensible por
sí misma: "¿Por qué eso fue un error desde su punto de vista?".
Elegimos este ejemplo porque (fuera de contexto) es obviamente muy
extraño y constituye un contraste inmediato con la claridad engañosa
de la pregunta que vimos antes: "¿Por qué explotó el transbordador
espacial Challenger?". Utilizamos el término claridad engañosa por-
que debimos distraernos un momento para hacer que la pregunta
fuera comprensible cuando la introdujimos, como verá si vuelve atrás.
La ininteligibilidad de "¿por qué eso fue un error desde su punto de
vista?" demuestra de inmediato que el lenguaje es completamente
indicativo, como lo señalaron los lingüistas y otros desde fines del siglo
xix. Es imposible comprender una expresión como ¿por qué eso fue un
error desde su punto de vista? sin conocer los referentes deícticos de eso
y su, y sin el contexto en el que la deixis tiene sentido. Por supuesto,
esto es igualmente verdadero en el caso (en apariencia) "claro" del
Challenger; allí también, debemos movilizar un contexto en el que esa
pregunta tenga sentido (¿por qué debe suponerse que el oyente o el
lector ha oído sobre el Challenger, o sobre el "desastre del Challenger",
y así sucesivamente?).
Examinemos entonces la verdadera interacción que proporciona
el contexto local en el caso del "error":
A: the first Belfast blitz had shaken Catholic Ireland silly because
((in)) nothing had ever happened including the troubles ((that))
had killed so many holy Roman Catholics in one moment and the
second Belfast blitz was the [tu th] the the mistake the Germans
made - - -
480
B: why was it a mistake from their ((point of view))
A: because they should never have put they should never have
blitzed Belfast again they should've [kol left it completely alone
and they'd have got Southern Ireland perhaps back into the [t]
fold
[A: el primer bombardeo de Belfast había estremecido a la Irlanda
Católica porque ((en)) nunca había sucedido nada incluyendo los
problemas ((que)) habían matado a tantos católicos romanos en
un momento y el segundo bombardeo a Belfast fue el ((ah uh)) el
el error que cometieron los alemanes - - -
B: ¿por qué eso fue un error desde su ((punto de vista))?
A: porque ellos nunca deberían haber puesto ellos nunca deberían
haber bombardeado Belfast otra vez deberían haberlo [ko] deja-
do completamente sola y habrían conseguido que Irlanda del Sur
quizá volviera al [t] rebaño]
(Esta transcripción proviene de una colección de conversaciones
que ocurrieron naturalmente entre hablantes nativos del inglés,
grabadas en Gran Bretaña en la década de 1970, y publicadas
como el corpus London-Lund (Svartvik y Quirk, 1980). Este es un
fragmento de la conversación 1.14, con la notación muy simpli-
ficada. Aquí, la bastardilla significa énfasis, las palabras dentro
de doble paréntesis son conjeturas debido a fragmentos no
claramente audibles, los guiones indican pausa y el material
dentro de corchetes es una representación fonética de palabras
incompletas.)
Ni siquiera esto es una contextualización suficiente, como de-
mostraremos en un momento; y, por supuesto, moviliza clases muy
particulares de conocimientos culturales que sólo se comprenderían
en un "contexto" mucho más amplio que unas pocas líneas de texto.
Pero lo que tenemos ahora es suficiente para demostrar (ya sea que el
lector conozca o no la política a la que se refieren las palabras) que lo
que está en juego aquí no es una cuestión de clasificación de informa-
ción, ni en el sentido de la teoría de la atribución clásica de la búsqueda
de covariantes de un efecto, ni tampoco en el modelo lingüísticamente
más sofisticado de las condiciones anormales. La forma en la que los
participantes construyen la explicación y deciden sobre ella nos
muestra que el juego del lenguaje es de una naturaleza muy diferente.
En primer lugar, como lo sostiene persuasivamente el modelo de
la acción discursiva de Edwards y Potter (1992), la solicitud de la
descripción no es desinteresada. La petición de una explicación
481
procede en el ejemplo de alguien que irrumpe en algo que puede ser
escuchado como una historia, un episodio narrado desde el punto de
vista y en beneficio de los intereses de cierto hablante. En ese contexto,
la petición de una explicación no puede ser neutral; la respuesta
tampoco puede mantenerse inmune a la expectativa de que se oriente
a la responsabilidad que le corresponde al que realiza la explicación.
Ninguna de las partes ajusta su discurso para que sea consistente con
el juego del lenguaje (bastante infrecuente) de "clasificación de infor-
mación" que la psicología social cognitiva supone que es el caso
general. Ellos podrían haberlo hecho así: nosotros podríamos haber
estado escuchando la conversación de dos científicos o de dos inves-
tigadores de accidentes que utilizaran las reglas de un juego de
lenguaje de clasificación de información; pero los participantes de este
encuentro no parecen estar haciéndolo.
¿Qué bases hay para esta clase de aseveración? Pueden encon-
trarse en las palabras mismas de los propios hablantes o, más
precisamente, en la utilización que los hablantes hacen de las regula-
ridades de las estructuras de la conversación, aquello que los analistas
de la conversación llaman el orden de preferencia (véase el capítulo 3,
volumen 2). Por ejemplo, el hecho de que la solicitud de la explicación
esté moderada por la frase desde su punto de vista sugiere que el
hablante evita el desafío directo de cuestionar al propio narrador.
Formular una pregunta de este tipo por cuenta propia es irrumpir en
el espacio normalmente permitido para alguien que inició una histo-
ria y se encuentra adentrado en ella (Sacks, 1972). Lo que el hablante
hace para desarmar lo no normativo de su intervención es formular la
pregunta de una manera que podría escucharse como la propia voz del
narrador; esto es, formular la pregunta como si se tratase de algo
consistente con las aseveraciones del relator. En la formulación de la
interrogación no se discute si "eso" (el bombardeo) fue un error, sino
que se pregunta por qué fue un error desde el punto de vista de los
alemanes y no, en cambio, desde el punto de vista del narrador. En
otras palabras, la pregunta puede entenderse no como un desafío
(mucho menos un estímulo para la clasificación de información), sino
más bien como un estímulo para que la historia continúe en los
términos gire el narrador ya había fijado; de hecho, en una forma muy
parecida a las respuestas (muy frecuentes) de canal secundario que
incentivan la narración de una historia y muestran que la audiencia
aprecia lo que se está diciendo (Sacks, 1972).
Todo esto nos tomó tres párrafos, y no llegamos a la propia
"explicación" putativa; tampoco dijimos nada explícitamente acerca
de la clase de discursos políticos e históricos que podrían extraer del
pasaje los analistas que estén o no familiarizados con la cultura
482
particular de los hablantes. Como mínimo, aun si no fuéramos más
lejos, hemos mostrado que las preguntas que solicitan una explicación
no son necesariamente como las preguntas estándar en la cognición
social que suponen un interés exclusivo por la clasificación de la
información y la obtención de un candidato causal. También espera-
mos haber logrado mostrar que el "significado" de la explicación, que
ahora caerá en el espacio abierto para ella, no será completamente
determinable a partir de su contenido semántico; en otras palabras,
no se lo puede entender como representativo de algo que existe en la
mente del hablante y que es el producto de algún proceso de cálculo.
Sea lo que sea, es informado por su posición en un diálogo construido
en forma conjunta tanto como (o quizás, como algunos analistas de la
conversación dirían, más que) por su contenido léxico.
Algunos analistas querrían ir más lejos y, apoyándose todavía en
la manera en la que interactúan los participantes, dirían algo sobre el
discurso del cual la explicación constituye una parte. Recuérdese que
el hablante A está contando una historia que involucra (en este punto)
a "Irlanda del Norte" y a la "Segunda Guerra Mundial". Es legítimo
preguntarse qué clases de discursos (en el sentido que es común a
varios capítulos de este libro) podrían estar en juego aquí, y cómo los
verían los analistas de diferentes tendencias y con niveles distintos de
familiaridad para con los asuntos tratados. No podemos esperar
responder estas preguntas aquí. En principio, sin embargo, es razona-
ble suponer que existen explicaciones, así como tenemos informes
(Gilbert y Mulkay, 1984), descripciones de hechos (Edwards y Potter,
1992) y otros mecanismos retóricos (Billig et al., 1988) para la
promoción de los intereses e ideologías de hablantes o grupos. Para
estos autores, como para aquellos que se ocupan de la orientación de
los participantes hacia las explicaciones en el transcurso de la
interacción en la conversación, es equivocado e inapropiado conside-
rar el razonamiento social como un asunto privado e individual de
clasificación de información racional. Es, en realidad, un asunto de
dominación social, y su fuerza radica en su expresión pública.
El análisis abreviado que formulamos antes fue, así lo espera-
mos, una ilustración de las clases de formas en las que una perspectiva
de propiedad compartida podría interpretar algo (aquí, una explica-
ción) que también atraería el interés del campo de la propiedad
privada. Somos conscientes, sin embargo, de que, como ya menciona-
mos, insertar al final del capítulo un ejemplo favorable al análisis de
la conversación y al análisis del discurso angloparlante es tendencio-
so, y no deseamos en absoluto sostener que esta clase de análisis sea
preferible a otros.
483
Resumen y conclusiones
La "cognición social" como dominio intelectual (el estudio del
conocimiento que las personas poseen del mundo social en el que
habitan, hablan y actúan) puede orientarse en dos direcciones dife-
rentes. La más aceptada entre los psicólogos de orientación cognitiva
consiste en el estudio de los mecanismos psicológicos mediante los
cuales los individuos representan mentalmente los objetos sociales
(ellos mismos y otras personas). Por otro lado, la cognición social
puede orientarse hacia la naturaleza social de los perceptores y al
mundo social que ellos construyen. Aquí, el interés se centra en cómo
funcionan las personas como miembros de culturas o grupos particu-
lares, y en el estudio de la forma en la que surge el mundo social en el
curso de la interacción.
Los dos sentidos de la cognición social tienen aplicaciones dife-
rentes en el discurso. La cognición social mentalista se propone
informarnos sobre el procesamiento universal, automático e incons-
ciente de la información en la producción y comprensión del texto y del
habla. Promete identificar errores mentales en la producción y com-
prensión del discurso, y ayudarnos a superarlos. Por ejemplo, muestra
la operación de esquemas preconcebidos para la recepción de informa-
ción nueva, el efecto organizador que la estructura cognitiva impone
a la narración, etc. En ese sentido, es una búsqueda racional (o quizá,
racionalista) antes que didáctica, comprometida con la noción de que
los sucesos mentales involucrados en el discurso son, en gran propor-
ción, automáticos, causales y efectivamente determinísticos.
La tendencia alternativa de la cognición social se orienta hacia
el estudio de aquello que reside fuera del individuo, y, al menos en
algunas de sus versiones, se niega a aceptar una separación entre
procesos internos y externos. La cognición social es concebida como
distribuida entre las personas, y su estudio no está interesado en el
procesamiento individual como tal. En esta interpretación, la cogni-
ción social es parte del dominio público y está ligada a las acciones que
las personas introducen conjuntamente. Esto significa que una
amplia variedad de preguntas que los cognitivistas sociales menta-
listas formulan sobre el discurso simplemente desaparecen porque
no pueden formularse, y las soluciones determinísticas que produ-
cen resultan ser innecesarias y equívocas. En esta interpretación
alternativa de la cognición social, se concibe el discurso no en
referencia a la comprensión y producción de proposiciones no situa-
das, sino como un acontecimiento social que es, en cierto sentido,
acción en su propio derecho, ya sea en el habla o en el texto: por
ejemplo, la construcción cooperativa de emisiones en turnos adyacen-
484
tes, la formulación de decisiones en el habla grupal, el mantenimien-
to de estructuras de creencias mediante su negociación pública, etc.
La cognición social de esa clase promete identificar cómo el discurso
es ocasionado y formulado en forma conjunta, y descubrir qué fines
locales e institucionales persigue.
Lecturas recomendadas
El lector interesado puede querer explorar más profundamente
las dos tradiciones de la cognición social, sus interacciones, y su
desarrollo moderno. Las referencias que siguen (algunas de las cuales
ya fueron citadas en el capítulo) deberían proporcionarle, esperamos,
buenos puntos de partida.
Bartlett (1932): elegante y sutilmente escrito, este texto ha sido utilizado
como estímulo Yjustificación de interpretaciones muy diferentes de lo que
es la "memoria".
Edwards y Potter (1992): una interpretación fuertemente discursiva de un
amplio espectro de fenómenos "psicológicos" que pertenecen por lo común
al domino exclusivo de la tradición mentalista.
Fiske y Taylor (1991): segunda edición de un libro que, en sus dos ediciones,
sirvió como emblema y piedra de toque del proyecto mentalista.
Greenwood (1992): para ser leído junto a los comentarios que siguen en ese
volumen del boletín Theory and Psychology; un interesante debate sobre
la epistemología y temas ontológicos de la cognición social.
Heider (1958): un ejemplo prototípico de la promesa mantenida por la
descripción de la acción social de acuerdo con las facultades mentales.
Mead (1934): una formulación con inclinaciones filosóficas de la posición de la
cognición en el mundo social.
Sacks (1992): transcripciones editadas de las conferencias de Sacks durante
las décadas de 1960 y 1970; una colección fascinante y que despierta gran
interés de observaciones perspicaces acerca de las acciones humanas, que
argumenta que se las debe comprender sin comprometerse con entidades
mentales epistemológicamente dudosas.
Schegloff (1993): una formulación reciente sobre la cognición (socialmente
compartida) en el sentido de análisis de la conversación, dirigida en forma
explícita a un auditorio psicológico.
Widdicombe y Wooffitt (1994): un atractivo ejemplo de una concepción
discursiva de fenómenos tradicionalmente "psicológicos"; aquí, identidad
y comportamiento.
Nota
Los autores agradecen a Nikos Bozatzis, Derek Edwards, Steve Reicher
y Teun van Dijk por sus comentarios sobre un borrador de este capítulo.
485
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  • 1. 12 Cognición social y discurso* Susan Condor y Charles Antaki ¿Qué significa "cognición social"? Durante mucho tiempo los psicólogos sociales han estado intere- sados en el lenguaje, y todo aquel que observe la escena actual de la psicología social notará que predomina el estudio de la llamada cognición social. Pero, como señalan dos comentaristas expertos (Semin y Fiedler, 1991), la exploración de la relación entre el lenguaje y la cognición social ha sido sorprendentemente exigua. En este capítulo intentaremos realizar esa exploración. Teniendo como telón de fondo los estudios del discurso que este libro proporciona, queremos que el lector principiante comprenda lo que el estudio de la cognición social puede contribuir a la comprensión del lenguaje en uso. Pero intentamos hacer algo más que simplemente una exposición descrip- tiva. Queremos también realizar un diagnóstico y proponer una tesis, a saber, que existen dos concepciones de "cognición social" en las ciencias sociales, y que cada una de ellas ofrece cosas muy diferentes a los analistas del discurso. Muchos psicólogos sociales utilizan el término "cognición social" para hacer referencia al procesamiento mental de la información acerca del mundo social. En este caso, el término "social" se refiere a los objetos de la cognición (esto es, personas, antes que animales, objetos inanimados o conceptos abstractos), y el interés está centrado en los mecanismos psicológicos que hacen posible que los individuos se perciban a sí mismos y a las demás personas en formas particulares en circunstancias particulares. Por otro lado, algunos teóricos utilizan * Traducido por Elizabeth Maiuolo. 453
  • 2. el término "cognición social" para hacer referencia al interés que despierta la naturaleza social de los perceptores y la construcción social de nuestro conocimiento del mundo (véase Forgas, 1981, para una exposición general de las diferencias entre estos dos enfoques). En este caso, el interés se concentra en el modo como las personas, en tanto miembros de culturas o grupos particulares, perciben y descri- ben el mundo social, y en la forma en que se lo piensa o describe en el curso de la interacción social. Estos diversos usos del término "cognición social" tienen conse- cuencias muy diferentes para el estudio del discurso. En primer lugar, los teóricos de las dos perspectivas a menudo difieren en el tratamien- to de lo que las personas llaman "datos". Los enfoques mentalistas de la cognición social suelen estar asociados con la investigación de la- boratorio y la que se realiza mediante cuestionarios; interpretan las respuestas verbales de los sujetos a las preguntas de los investigado- res como informes de procesos mentales internos ("conscientes" o más automáticos). Por otro lado, algunos (aunque de ninguna manera todos) de los investigadores interesados en la construcción social de la cognición interpretan el discurso de las personas (sus descripciones de sí mismas, sus estereotipos de las categorías sociales, su articulación de las "posiciones" actitudinales) como acciones públicas que pueden desempeñar una cantidad de funciones sociales. En segundo lugar, los investigadores que adoptan alguna de estas dos perspectivas de la cognición social a menudo difieren en la manera en la que abordan el "discurso" como tema académico. Aque- llos interesados en la cognición social como procesamiento individual de información suelen ocuparse de descubrir sesgos mentales en nuestra comprensión o producción del discurso, que, una vez identi- ficados, pueden ser corregidos o eliminados. (Un comentador -Wid- dicombe, 1992: 488- observa que un libro de texto introductorio en esta tradición tiene la esperanza de "eliminar el sesgo" de las perso- nas.) Los investigadores que hacen hincapié en la naturaleza inherentemente social de la cognición humana tienden a tratar el discurso como un recurso cultural. Buscan revelar la manera en la que las personas despliegan discursos para alcanzar sus metas y proyec- tos, y las formas en las que el discurso puede construirse de un modo conjunto. En este capítulo consideraremos ambos enfoques teóricos y ambos conjuntos de aplicaciones, examinando uno por vez. Quizá seamos más sintéticos en nuestra exposición del enfoque mentalista, dada la naturaleza de este libro; hacia el final, ofreceremos una nueva descripción de uno de sus fenómenos en términos más discursivos. Para una exposición más completa del enfoque mentalista de la cognición social desde su interior, una fuente excelente es Fiske y 454 Taylor (1991). A lo largo de este estudio, ocasionalmente utilizaremos terminología de un ámbito que puede no ser familiar para lectores de otras áreas, pero esperamos que los términos tendrán sentido en el contexto en el que se los introduce. Emprendimiento privado: la cognición social mentalista En esta sección estudiaremos la cognición social tal como la concibe la psicología social contemporánea de orientación cognitiva. Aquí el término "cognición social" hace referencia a los intentos de aplicar reglas básicas de la psicología cognitiva al "conocimiento" (la percepción y la comprensión) de los seres humanos. Los investigado- res que entienden la "cognición social" de esta manera generalmente formulan preguntas como: ¿la memoria nos juega malas pasadas en nuestros recuerdos de los actos de las personas? ¿Qué facultades mentales son responsables de la forma en la que construimos explica- ciones de las conductas sociales? ¿La utilización de estereotipos sociales depende de nuestro centro de atención? Llamar a esta concepción de la cognición social un "emprendi- miento privado" es hacer una caricatura, pero una caricatura útil. Desde esta perspectiva, los seres humanos parecen operar como máquinas individuales de procesamiento de información o (una metá- fora utilizada comúnmente) como "científicos" desinteresados que intentan recolectar información sobre el mundo mediante el empleo de procesos racionales (aunque posiblemente falibles). Los procesos involucrados en la percepción, evaluación, explicación y memoria de los seres humanos se consideran similares a aquellos involucrados en la percepción del mundo físico. Se considera que estos procesos cognitivos son relativamente automáticos (aunque en algunas cir- cunstancias se les puede dedicar algún tipo de atención) y, a menudo, que son involuntarios y con frecuencia no del todo comprendidos por los individuos que los utilizan. Todo esto es verdad acerca de la cognición en general (para lo cual puede consultarse el capítulo 11, de Graesser, Gernsbacher y Goldman, de este mismo volumen), y la cognición social lo aplica al ámbito social. Lo aplica a la información sobre las personas, al conocimiento y al juicio de los individuos sobre sí mismos y otros, y a la dirección de su conducta social. De hecho, promete aun más que eso. Examine esta afirmación del que se ha convertido en un clásico de la bibliografía de la cogni- ción social, el volumen numerosas veces citado de Susan Fiske y Shelley Taylor: 455
  • 3. las causas de la interacción social se encuentran en forma predomi- nante en el mundo percibido, y los resultados de la interacción social son pensamientos, tanto como sentimientos y conducta (1991: 17) Esta cita muestra la importancia que la cognición social de orientación cognitiva asigna a los mecanismos interiores. Estos cons- tituyen bloques de conexión entre los estímulos externos y las res- puestas observables; o, mejor aún, son fichas de dominó que caen en una procesión distintiva (aunque inevitable) al ser derribadas por un toque de una fuerza externa. A su vez, esas fichas de dominó internas empujan a la persona a pensar, sentir y actuar. La relación de la cognición social mentalista con el discurso Un defensor de la posición mentalista diría que debido a que el discurso humano (la producción y comprensión del lenguaje por encima del nivel de la oración) es una cuestión de intelección, entonces está intermediado por procesos mentales. Una descripción de los procesos que subyacen a toda intelección (la selección de la informa- ción, su manipulación y juicio, y el proceso de decisión que guía la acción que le sigue) puede, por ende, esclarecer los procesos del discurso. Si sucede que la actividad mental se diferencia, precede y produce el discurso, entonces es posible estudiar cómo las restriccio- nes de los procesos cognitivos individuales restringen el discurso que ellos encauzan. El discurso como "lenguaje por encima del nivel de la oración". Esta forma de pensar es evidente en esa rama del "análisis del discurso" cuyo tema es la producción y comprensión del lenguaje por encima del nivel de la oración, pero independientemente del contexto que enmarca su intercambio. Ese modo de entender el discurso puede esclarecerse gracias a procesos cognitivos mentalistas como el alcance de la atención, la capacidad de realizar inferencias, la capacidad de identi- ficar anáforas y la capacidad de ser sensible a la cohesión textual. Una fuente recomendable sobre esta clase de estudios cognitivos puede hallarse en textos como Garman (1990) y Stevenson (1993), pero como veremos más adelante, este no es el único sentido, ni el más actuali- zado, de "análisis del discurso". Una nueva corriente de investigación que, sin embargo, sí utiliza este enfoque en el marco de la investigación de las ciencias sociales es aquella que intenta establecer cómo los procesos cognitivos involucra- dos en la interpretación de preguntas y en la selección de las respues- tas apropiadas predeterminan las respuestas dadas en entrevistas o 456 cuestionarios. Esta clase de temas puede ilustrarse en referencia a la obra de Norbert Schwarz y sus colegas. Strack et al. (1988), por ejemplo, examinaron la forma en que las respuestas a una pregunta pueden ser influenciadas por la accesibilidad en la memoria a clases particulares de información en el momento de contestar. En ese estudio, observaron la manera en la que los estudiantes respondían al pedido de evaluar su nivel de felicidad en cuanto a su "vida en general". Ellos descubrieron que cuando este pedido seguía a uno más específico, como el de evaluar su nivel de felicidad con respecto a las citas con el otro sexo, los consultados tendían a utilizar la información sobre sus experiencias románticas (información que ahora se encon- traba accesible en su memoria) para evaluar su felicidad general en la vida. Otro tema que ocupó a Schwarz y a otros investigadores es el de los procesos cognitivos involucrados en la producción de respuestas a preguntas autobiográficas cuantitativas ("¿cuán a menudo come usted en un restaurante?", "¿cuánto tiempo, en promedio, pasa viendo televisión?"). De acuerdo con Schwarz (1990), las respuestas a este tipo de preguntas a menudo dependen de las estrategias cognitivas utilizadas para evocar la información. Las personas, por ejemplo, pueden aplicar una estrategia de descomposición (determinar la tasa de ocurrencia durante un período limitado, y usar esta cifra como base para calcular una tasa de ocurrencia global) o pueden recurrir a varias formas de heurísticas de disponibilidad (evocar ejemplos específicos del comportamiento y basarse en ellos para estimar la frecuencia de ese acto). Esta clase de investigaciones se emplea a menudo para ayudar a los investigadores a formular "mejores" preguntas; los trabajos sobre los procesos en la memoria (en particular, el examen de la memoria autobiográfica) se utilizaron para recomendar que los investigadores desglosen las preguntas relacionadas con las expe- riencias personales en "trozos" que se correspondan con la forma en que esta información fue codificada, o en la forma en que puede ser recuperada de la memoria (por ejemplo, Loftus et al., 1990). El discurso como lenguaje relacionado con las circunstancias más generales de su producción. El sentido de "discurso" que utiliza el estudio cognitivo que hemos descripto, sin embargo, no es del tipo que resulte de interés primordial para este texto. Aquí, el interés se concentra en el discurso (como sustantivo incontable, sustantivo contable y verbo, en la expresión de Potter et al., 1990) que adquiere su significado mediante cierta clase de vínculo identificable con las circunstancias sociales, culturales o políticas de su producción. El "discurso" entendido del modo que la mayoría de los escritores de este 457
  • 4. libro avalaría, ¿se beneficia de algún tipo de vinculación con procesos mentales automáticos y universales? Van Dijk opina que sí, y enume- ra un conjunto de fenómenos psicológicos sociales clásicos que parecen depender del discurso: Después de todo, hay pocas nociones sociopsicológicas que no ten- gan vínculos obvios con el uso del lenguaje en contextos comunica- tivos, esto es, con diferentes formas de textos o conversaciones. La percepción social, el control de las impresiones, los cambios de actitudes y la persuasión, la atribución, la categorización, las rela- ciones intergrupales, los estereotipos, las representaciones sociales y la interacción son sólo algunas de... las áreas más importantes de la psicología social actual en las que el discurso tiene una función. (1990: 164) La cuestión es saber cuáles son los "vínculos obvios" entre el discurso y los fenómenos sociopsicológicos de la lista de Van Dijk, y además, cuál es la función que ellos tienen. La respuesta depende de qué lado del vínculo comencemos. En esta sección del capítulo consi- deraremos enfoques que dan primacía a los fenómenos psicológicos cognitivos como variables explicativas. Veamos entonces lo que la cognición social mentalista ofrece en sus fortalezas tradicionales en dos clases de ámbitos: cómo clasificamos el mundo que nos rodea (el estudio de la clasificación en categorías, esquemas y modelos) y cómo combinamos y calculamos la información que brindan esas categorías (atribución de causa, actitudes e inferencia social). Hemos elegido estos dos ámbitos porque, por un lado, son fundamentales en el emprendimiento mentalista; por otro lado, los volveremos a examinar bajo una reformulación más discursiva cuando lleguemos a la orien- tación más social en la última parte del capítulo. 458 Aplicaciones de la cognición social mentalista Categorización. Los enfoques mentalistas de la cognición social asu- men que la categorización es un atributo básico de los procesos mentales humanos (y quizá no humanos). La suposición dicta que el mundo contiene un conjunto desconcertante y complejo de estímulos ante los cuales cada individuo debe responder. Con el fin de simplifi- car la tarea de percibir y reaccionar a los estímulos que encontramos, tendemos a utilizar categorías generales. Por lo tanto, andamos por el mundo con un catálogo organizado de las clases de cosas que hay en él (perros, muebles, personas que nos gustan, pilotos, personas de la Argentina, etc.) e incorporamos nuevos ejemplos en el conjunto existente. Las categorías son estructuras mentales, fuera de todo control consciente, que actúan de manera automática para suminis- trarnos inferencias que guíen nuestros actos. Por supuesto, continúa la argumentación, estas categorías necesariamente simplifican de- masiado la información extraída del conjunto de la percepción. Más aun, el proceso de identificar casos individuales como miembros de categorías más generales y los procesos comprendidos en la deducción de las características de los miembros de las categorías pueden involucrar elementos de inexactitud o, al menos, sobregeneralización (que los perros sean animales salvajes, que los pilotos son hombres, y así sucesivamente). Esta forma de pensar puede remontarse hasta la prehistoria de la psicología, pero en épocas recientes se cristalizó fundamentalmente en la demostración empírica de Rosch sobre la robustez y centralidad de los "prototipos" en la comprensión de las personas de las categorías utilizadas a diario (un programa que comienza con Rosch, 1973). Así, "lámpara" es un mejor prototipo de "un objeto que ilumina" que "sol", y así sucesivamente, y existe una gradación en cada categoría desde prototipo central hasta miembros marginales o cuestionables ("luciér- naga", quizás, en el caso de "un objeto que ilumina"). La propia Rosch ha sido resueltamente cauta con las consecuencias de estos descubri- mientos, pero teóricos como Lakoff (1987) empujan la historia cogni- tiva más lejos en el ámbito universalista. Para Lakoff, las categorías se forman a partir de un pequeño conjunto de modelos cognitivos idealizados. Estos modelos son universalistas, el "aparato cogniti- vo general utilizado por la mente" (1987: 113). Lakoff, sin embargo, está mucho más deseoso que el típico cognitivista social de especificar la relación tripartita entre estos modelos, las personas que los poseen y el mundo en el que viven. Para Lakoff, el ajuste entre estos tres componentes es evolutivo: "Las categorías conceptuales humanas tienen propiedades que, al menos en parte, están determinadas por la naturaleza corporal de las personas que realizan la categorización" (1987: 371). De modo que recortamos el mundo en trozos que, prefe- rentemente, tienen un tamaño acorde a una escala humana: a ello se debe que "el objeto que ilumina" sea una lámpara (algo que puede asirse, manipularse, "como un objeto") y no el sol (distante, incontro- lable, "diferente de un objeto"). La importancia de todo esto para el discurso es que podría explicar por qué dividimos el mundo en la forma de ciertas categorías discursivas (gatos, pilotos, países) y no otras (animales cuyos nombres comiencen con la letra "n", personas delgadas que recientemente fueron al dentista, y así sucesivamente), y cómo esta limitación afecta nuestras posteriores prácticas discursivas. La promesa fundamental 459
  • 5. de este sentido de la categorización es la de encontrar razones evo- lutivas que expliquen por qué pensamos como lo hacemos; razones relacionadas con la adaptación humana al ambiente. Sin embargo, existen enfoques de la categorización que no la entienden como algo natural del sistema mental humano. Los enfo- ques discursivos, especialmente aquellos que se vinculan a la retórica o a la sociología, ven la categorización como una actividad positiva, y consideran que las categorías son conceptos variables al servicio de cualquier conjunto de actividades en el que aparezca la categorización. Veremos más detalles de este tema cuando lleguemos al estudio de Billig et al. (1988) y Edwards (1991; 1994) más adelante. Inferencia social. ¿Cómo realizamos juicios sobre las personas y los hechos sobre la base de lo que ya conocemos? La forma en la que se describe a una persona, ¿puede influir en las inferencias que haga- mos sobre ella? Los enfoques mentalistas de la cognición social parten de la base de que las facultades inferenciales trabajan con la informa- ción que llega al sistema cognitivo para obtener conclusiones acerca de las personas y los hechos. Esto es, por supuesto, similar al trabajo que se realiza en la categorización, pero aquí el interés puede estar centrado en átomos de la descripción tan pequeños y aparentemente insignificantes como palabras aisladas, y tiene una gran variedad de procesos de razonamiento a los que recurrir. Dos clases principales de estudios que resultan importantes aquí son, por un lado, las teorías de errores y sesgos en el juicio, y por otro, con un énfasis mayor puesto en el lenguaje, las teorías de los efectos predisponentes de las palabras y las frases. Dentro de la primera de estas áreas se encuentran aquellos que describen los errores (o los supuestos errores) que los individuos cometen cuando manejan cualquier información (incluyendo informa- ción sobre personas y sobre el mundo social) que tiene una base estadística. Estos sesgos comprenden la subutilización de informa- ción sobre el tipo de tasa de interés, la incapacidad de compensar la tendencia de regresión a la media de un número de observaciones, el hecho de no tener en cuenta probabilidades previas de algo que está sucediendo y la utilización deficiente de información de covariación. Podemos elegir un caso para ejemplificar esta clase de trabajos. Las personas tienen una tendencia muy conocida a dejarse impresionar de una manera inapropiada por ejemplos extremos o vívidos y realizar deducciones equivocadas sobre esa base. Hamilton (1981) incluye esto en una teoría de la formación de estereotipos; argumenta que cierta clase de estereotipos se forma cuando las personas perciben (falsa- mente) una asociación entre dos grupos vívidos de cosas: uno, un 460 grupo externo "vívido"; y el otro, cualquier comportamiento (o compor- tamiento erróneo) "vívido", que podría percibirse que realizan. Supóngase que los ciudadanos de X piensan que los aldeanos de Y son ladrones y bandidos, aunque, de hecho, un recuento imparcial revela que hay proporcionalmente la misma cantidad de ladrones y bandidos entre los ciudadanos que entre los aldeanos. Lo que sucede, de acuerdo con la teoría de Hamilton, es que el sistema mental de los ciudadanos es víctima de dos hechos que conspiran para hacer que el tema de los robos relacionado con los aldeanos sea injustamente inolvidable. Por un lado, el acto del robo es, por supuesto, inolvidable en sí mismo porque es antisocial. Por otro lado, hay numéricamente menos aldea- nos que ciudadanos, y lo que es poco frecuente es, como sabemos, más memorable. Estas dos fuentes de ruido se amplifican entre sí y el resultado es que los ciudadanos son llevados a recordar equivocada- mente una correlación (una correlación ilusoria) entre ser aldeano y ser ladrón. La importancia para el discurso de la correlación ilusoria y otras demostraciones de errores y sesgos del procesamiento mental es que por sí por sí mismas podrían explicar ciertos hechos que de otra manera podríamos atribuir a la motivación, la personalidad o el capricho, o a factores políticos o ideológicos ajenos al individuo. Los discursos racistas, por ejemplo, podrían ser sencillamente el producto de errores simples en los juicios de las personas acerca de la covariación entre la pertenencia a un grupo y un atributo determinado (crimina- lidad, como en el ejemplo anterior). La otra influencia trascendente de la inferencia social es el estudio de los efectos lingüísticos automáticos en la producción y comprensión de mensajes. Sobre este tema, por ejemplo, Semin y Fiedler (1988; 1991) se basaron en estudios previos de la causalidad implícita (por ejemplo, Brown y Fish, 1983) que surgieron del análisis semántico de Fillmore (1971). Semin y Fiedler nos recuerdan que aun átomos como palabras individuales (verbos y adjetivos, en su ejemplo) pueden cumplir funciones importantes en la disposición del discurso. Todo suceso puede describirse a lo largo de un continuo desde lo concreto hasta lo abstracto, mediante la utilización, en el extremo concreto, de verbos como "patear" y "golpear" y, en el extremo abs- tracto, de verbos más generales como "defender" y adjetivos como "patriótico". Un evento particular podría describirse mediante las alternativas "A golpeó a B", "A hirió a B", "A odia a B" o "A es patriota". Cuanto más concreta es la descripción, mayor responsabilidad se le adjudica al agente que la realiza; cuanto menos duradero se percibe el suceso, más fácil es verificarlo y disconfirmarlo, etc. (Semin y Fiedler,1991). La promesa es que esta clase de implicaciones cognitivas 461
  • 6. de las palabras y frases podría explicar efectos significativos en el discurso, y estudiar la base cognitiva es develar los mecanismos internos y automáticos de procesamiento de información que el estudio de la retórica simplemente deja de lado. Esquemas y modelos. Respecto de este tema, se sostiene que las personas construyen planes bastante bien articulados de las situacio- nes rutinarias y de sus comportamientos acompañantes. Estos planes no sólo entran en operación para hacer que nuestras vidas transcu- rran más fluidamente, sino que son formas siempre disponibles (a veces, quizás, invasoras) de interpretar el mundo social que nos predisponen a ver la realidad a través de dichos moldes. Así, el "guión" muy conocido de lo que sucede en un restaurante (entramos, nos conducen a una mesa, leemos el menú, nos sirven la comida, pagamos y nos vamos) no sólo guía nuestros actos, sino que además encauza (y limita) nuestra apreciación de lo que puede o podría suceder en un restaurante; y, por supuesto, lo mismo puede decirse sobre otros esquemas de otras situaciones o actividades. Todos estos esquemas están representados mentalmente en algún sistema organizado, quizá como una jerarquía de hechos desde prototipos abstractos hasta ejemplos concretos (Rumelhart y Ortony, 1977), quizá (como en el guión del restaurante) como una secuencia lineal prototípica (Schank y Abelson, 1977) o quizá como un "modelo mental" (Van Dijk y Kintsch, 1983; Johnson-Laird, 1983) que subyace en nuestra repre- sentación no lingüística de cualquier situación del mundo real. Pero, de todos modos, todos ellos tienen algo que decir sobre las cosas en el mundo a las que les prestamos atención, las formas en las que las entendemos y qué es lo que recordamos de ellas más tarde. Este tema es relevante para el discurso porque nos permite explicar por qué ciertos aspectos de él son de cierta manera. Un principio general como "consistencia con el esquema: bueno; inconsis- tencia con el esquema: malo" se utilizará para cubrir muchas cuestio- nes. Se lo invocará para explicar por qué las historias son narradas y recordadas de cierto modo, por qué las bromas son graciosas o no lo son, por qué este o aquel ejemplo de una categoría es considerado bueno o discutible (véase también el apartado sobre categorización, en páginas anteriores), etc. Estos poderes de ordenamiento y filtrado de los esquemas cognitivos se consideran también útiles para explicar prácticas discursivas como la formación de estereotipos y la discrimi- nación: por ejemplo, se sostiene que las personas que poseen un esquema cognitivo bien desarrollado de "rol sexual" serán receptivas de distintos modos a la información sobre hombres y mujeres, y serán más o menos propensas a formar estereotipos y discriminar entre 462 hombres y mujeres (véase, por ejemplo, McKenzie-Mohr y Zanna, 1990). Pero también es justo decir que aun dentro de la comunidad cognitivista existe cierta molestia con la potencialidad para la tauto- logía a la que está sujeta la teorización con base en los esquemas. Veremos más adelante que la relación de los esquemas con el discurso puede concebirse de una manera muy diferente (Edwards, 1994). Atribución de causas. De acuerdo con la cognición social mentalista, la mente cuenta con un proceso que clasifica las explicaciones de los hechos a los que nos enfrentamos en la vida. Tomamos información del hecho y resolvemos cuál es, racionalmente, la causa más probable (por qué un amigo rechazó una invitación, por qué renunció el políti- co, por qué un viejo conocido nos envió un ramo de flores). El me- canismo puede ser una cuestión de seleccionar la información que poseemos para decidir cuál es la mejor candidata, como si se tratara de un trabajo detectivesco científico (¿este amigo rechaza nuestras invi- taciones a menudo?, ¿rechaza invitaciones de otros?, ¿rechazaron todos los demás esta invitación?). O quizás el mecanismo podría intentar determinar qué es lo que ya sabe el interrogador y ofrecer la pequeña pieza faltante del rompecabezas (revelar, por ejemplo, el hecho inusual de que el amigo sufrió recientemente una pérdida en su familia). De una forma u otra, los procesos mentales de esta clase, como los de la categorización, están siempre en funcionamiento para ayu- darnos a comprender nuestro mundo y responder apropiadamente; por ejemplo, para ser comprensivos (antes que ofendernos) ante un recha- zo en apariencia poco amistoso. Al igual que los procesos involucrados en la categorización, estos procesos mentales intentan organizar un mundo amorfo y convertirlo en algo que podamos manejar. Sus fallos y fracasos ocasionales no permiten que sean totalmente racionales pero son perfectibles, y la cognición social promete diagramar los errores a los que nos inducen y sugerir formas de evitarlos. La importancia para el discurso de todo esto es que ofrece un mecanismo determinístico que explica por qué las personas llegan a ciertas explicaciones meramente como una cuestión de las idiosincrasias de sus aparatos mentales. Así (podría decirse) existe una tendencia general a considerar al agente individual, antes que a la sociedad o al entorno local, como causa del comportamiento (el llamado "error de atribución fundamental": Ross, 1977). De este modo (diría el argumento), en algunas formas de hablar acerca de las personas, lo que podría parecer una elección "política" de atribuir las causas de cierta manera (la pobreza de alguien a su falta de esfuerzo, por ejemplo, en lugar de a la falta de trabajo en la sociedad) puede reducirse a la operación de mecanismos ciegos de procesamien- 463
  • 7. to de información que están fuera del control consciente de la persona que realiza la explicación. Actitudes. La actitud cognitiva hacia la actitud es que es un animal mental informado, evaluador, pero bastante impredecible. Conoce algunos hechos y siente algo por ellos, pero no siempre es fiable al momento de convertir esas creencias y sentimientos en acciones con- sistentes. Esta imagen mentalista de tres componentes (creencias y sentimientos que producen acciones) se mantuvo notablemente esta- ble en la psicología durante los últimos cincuenta años; lo que cambió son los términos utilizados para describir los fenómenos "internos" de las creencias y sentimientos, y la tecnología empleada para medir la conducta visible que ellos deben producir. Actualmente, los términos "internos" se analizan en varios subcomponentes. Por ejemplo, la influyente teoría de Fishbein y Ajzen (véanse, por ejemplo, Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen, 1988) desglosa el componente de "creencias" en creencias sobre el propio objeto de la actitud (por ejemplo, conducir con cuidado), creencias sobre lo que otras personas (amigos, la policía) pensarían acerca de ello, y cuán importantes serían sus opiniones para aquel que posee la actitud. Este enfoque también ilustra el cambio que afecta a la forma de medir el comportamiento que producen estos fenómenos "internos": mientras que los investigadores previos se habrían sentido satisfechos con hacerles a los consultados una pregun- ta general sobre su conducta (¿es usted un conductor cuidadoso?), ahora insistirían en ser muy específicos sobre qué podría significar (en nuestro ejemplo) ser un "conductor cuidadoso", y, si no pudieran observarlo directamente, al menos les presentarían a los sujetos una batería amplia de cosas que ellos consideran que son ejemplos especí- ficos (mirar por el espejo retrovisor antes de arrancar, por ejemplo). También existe una larga tradición en el interés de la psicología social por el tema del cambio de actitud. Esto incluye el estudio del efecto de los mensajes sobre las creencias y sentimientos internos de las personas, y la determinación de si su comportamiento externo cambia ulteriormente (esto involucra el efecto de los mensajes sobre los propios hablantes, o "las formas en las que las verbalizaciones de los comunicadores pueden afectar al comunicador mismo", como lo expresaron McCann y Higgins, 1990). Como es bien sabido, este estudio recibió un fuerte impulso durante la época de la Segunda Guerra Mundial debido al urgente interés por parte del Estado en que las personas se adaptaran a los esfuerzos de la guerra, pero aún se trabaja en él. La promesa de esta clase de investigación, y la conceptualización mentalista de la actitud de la que proviene, consiste en que revelará 464 la relación existente entre los discursos de creencias y evaluación; por una parte (lo que las personas dicen sobre los grupos minoritarios y lo que sienten por ellos) y, por otra, lo que en realidad sucede (lo que hacen o lo que no hacen acerca de o hacia ellos). Si los investigadores logran precisar la estructura interna de las creencias y los sentimien- tos, serán capaces de predecir el comportamiento que estos causarán. Pero, como todos los demás componentes de esta clase de cognición social, la plausibilidad misma de la empresa depende de la coherencia del esquema de entrada-procesamiento-salida que es la base del proyecto mentalista. Propiedad compartida: la base social de la cognición En este apartado nos dedicaremos a examinar la segunda clase de estudios sobre la "cognición social", aquella que entiende el cono- cimiento humano como un producto social bajo un régimen de propie- dad compartida. Todos los autores que mencionaremos buscan dife- renciarse del "individualismo" de los enfoques mentalistas de la cognición social, pero lo hacen de distintas maneras (véanse Hewstone y Jaspars, 1984; Condor, 1990, para revisiones). Sólo con fines de simplificación, expondremos estos enfoques en términos de tres pers- pectivas amplias (que a veces se superponen): 1. Aquellos que consideran al individuo como portador de una cultura particular o de un conjunto de ideologías compartidas. 2. Aquellos que consideran a los cognoscentes sociales como miem- bros de grupos distintos, con intereses particulares compartidos. 3. Aquellos que se concentran en los procesos de intercambio interpersonal, que pueden involucrar una consideración sobre la forma en la que es posible construir conjuntamente la realidad social. Este sistema de clasificación es sólo una tipología rudimentaria, y no puede capturar las complejidades y las contradicciones existentes entre los numerosos enfoques que entienden la cognición como algo socialmente compartido o como un producto social. Como veremos, una de las características que muchos de estos enfoques comparten es la tendencia a utilizar una analogía del individuo como "actor" social antes que como "observador" desinteresado. A menudo, esto influye en la forma en la que interpretan el comportamiento de los sujetos de investigación. Una cantidad de teóricos prefiere interpretar el uso que hacen las personas de ciertos estereotipos particulares para describir 465
  • 8. a otros, sus explicaciones de las acciones humanas y sus opiniones declaradas sobre ciertos temas no tanto como informes de procesos cognitivos privados, sino como actos comunicativos públicos: como discursivos antes que como fenómenos cognitivos. El sujeto cognoscente como conducto de la cultura Incluso las concepciones fuertemente mentalistas de la percep- ción social admiten a menudo que nuestras percepciones y creencias sobre el mundo social no pueden explicarse completamente por referencia al procesamiento individual de información. Aceptan que algunos aspectos de la percepción social (los estereotipos que tenemos sobre categorías particulares, por ejemplo) pueden reflejar la "socie- dad" o la "cultura" en la que el individuo se "socializó". Sin embargo, los investigadores que adoptan lo que hemos llamado el enfoque mentalista de la cognición social tienden a tratar estas consideracio- nes "sociológicas" (abandonadas a los descendientes de Emile Durkheim o Talcott Parsons, activas en otros ámbitos de las ciencias sociales) como un trasfondo demasiado profundo para su objetivo principal de intentar explicar la percepción social recurriendo a los procesos individuales y cognitivos tanto como sea posible. Por el contrario, otros puntos de vista prefieren explicar la percepción social principal- mente en términos de la "cultura"o la "sociedad" a la que los individuos pertenecen. Actualmente existe un número de enfoques psicológicos que entienden a los individuos como miembros o ejemplares de una cultura común (una perspectiva de esta clase puede encontrarse en la exposición de 1984 de Moscovici sobre "la sociedad pensante" y, ciertamente, en su noción de "representaciones sociales", de la que puede hallarse una concepción discursiva en Van Dijk, 1990). En lugar de intentar realizar una exposición detallada de los numerosos enfoques que entienden a los receptores como conductos sociales, nos concentraremos sólo en una de esas perspectivas que tiene una relación clara con el discurso: el enfoque de Billig (por ejemplo, 1991) hacia el pensamiento, la retórica y la "ideología". Este investigador formula un cierto número de conexiones prominentes. Primero, entiende las creencias y las percepciones de los individuos como fenómenos "ideológicos" antes que sólo fenómenos cognitivos. Con ello, explica que el pensamiento y el habla reflejan el legado social de los actores comprendidos. Esto surge muy claramente en su exposición y la de sus colegas sobre los "dilemas ideológicos" (Billig et al., 1988), en la que fenómenos que a menudo son vistos como "solamente" cognitivos (como el prejuicio) se consideran cuestiones 466 que surgen en la sociedad moderna (o sea, posindustrial). Esto puede ilustrarse, por ejemplo, por la forma en la que Billig y sus colegas tratan la categorización genérica y la formación de estereotipos. Estos son temas que los cognitivistas sociales "mentalistas" explican en términos de los mecanismos automáticos e inconscientes de procesa- miento de información que los perceptores individuales utilizan. En el mejor de los casos, consideran que están parcialmente determinados por la naturaleza de la "realidad social" percibida. Por el contrario, Billig et al. (1988) prefieren analizar la categorización genérica y la formación de estereotipos como posiciones retóricas, adoptadas por los individuos en el transcurso del debate, y que son significativas en cuanto a su relación con nociones ideológicas más generales de la justicia (incluyendo nociones de "derechos" humanos y ciudadanía) en democracias liberales avanzadas. Billig distingue entre los contenidos del pensamiento social (que él considera histórica y culturalmente específicos) y los mecanismos del pensamiento, que prefiere considerar universales. Sin embargo, las ideas de este investigador sobre los mecanismos cognitivos difie- ren de las de aquellos que adoptan posturas mentalistas de la cognición social. El interés de Billig no está centrado tanto en los procesos cognitivos automáticos y posiblemente inconscientes, sino en el "pensamiento": la resolución de problemas consciente e intencional (resolución de problemas en el sentido de la formulación y la posible resolución de argumentos). Como Turnbull y Slugoski, Billig concibe al perceptor social como alguien que está comprometido en un diálogo interno en el que ella o' él se esfuerza por encontrarle un sentido al mundo, empleando las suposiciones contradictorias y el "sentido común" que su cultura le proporciona. Este modelo del perceptor social como actor consciente es bastante diferente del modelo utilizado por lo general por las perspectivas "mentalistas", que consideran que algunos aspectos de la cognición social (como los estereotipos) surgen de los procesos inconscientes y automáticos puestos en juego cuando el individuo no posee la capacidad cognitiva disponible para "pensar" (por ejemplo, Gilbert y Hixon, 1991). Un aspecto interesante del enfoque de Billig es la forma en la que concibe la relación entre la "cognición" y el "discurso". Mien- tras que, como ya vimos, muchos psicólogos sociales adoptan la postura de que un conocimiento de la cognición humana puede in- formarnos acerca de los procesos discursivos, Billig adopta la postura contraria. Sugiere que un conocimiento del discurso humano y, en particular, de las destrezas retóricas puede informarnos sobre la naturaleza del pensamiento humano: 467
  • 9. 468 El pensamiento humano no es simplemente un asunto de procesa- miento de información o de seguir reglas cognitivas. El pensamiento debe ser observado en acción en las discusiones, en la esgrima retórica de la argumentación. Reflexionar sobre un tema es discutir con uno mismo, incluso persuadirse a uno mismo. (1991: 17) En su investigación, Billig utiliza ejemplos del uso del lenguaje y transcripciones de conversaciones para demostrar la complejidad del pensamiento, algo que a menudo resulta oscurecido en los estudios experimentales o con cuestionarios. En particular, pone énfasis en cómo una apreciación de las "reglas" de la retórica nos llevaría a advertir la "doble" naturaleza del pensamiento que los enfoques mentalistas de la cognición humana suelen pasar por alto. Un área especial en la que Billig aplicó su enfoque es el proceso de cate- gorización social. Como ya hemos visto, los enfoques de la cognición social mentalista entienden la categorización como un mecanismo universal, automático y no consciente utilizado para simplificar el ambiente percibido. Una consecuencia de esta clase de razonamiento, argumenta Billig, es que la categorización social y el prejuicio a menudo se presentan como consecuencias inevitables de los mecanis- mos cognitivos humanos. Billig, en contraste, subraya que aunque los seres humanos ciertamente recurren a categorías sociales, son capa- ces también de lo opuesto, de la "particularización". De la misma manera, en oposición a los teóricos de la atribución, pertenecientes a la corriente principal de investigación, Billig sostiene que las perso- nas no "mantienen" una explicación de un fenómeno particular. En realidad, pueden ser conscientes de explicaciones contrapuestas y hacer malabarismos con ellas. Para utilizar el ejemplo citado ante- riormente, las personas tienden a creer tanto en el precepto de sentido común que dice que la pobreza se explica en términos de la falta de esfuerzo del individuo como en que su causa es que la sociedad no proporciona empleos. El sujeto cognoscente como miembro de un grupo Hemos visto que el enfoque de Billig (como el de muchos otros teóricos sociales) considera que el discurso y el contenido de nuestro conocimiento social son una cuestión de conocimiento cultural ("ideo- lógico') compartido. Otras perspectivas, aunque aceptan la noción de una "cultura común", también ponen énfasis en la importancia de pertenecer a grupos específicos para la cognición humana y la acción, incluyendo los actos discursivos. Podríamos ahora retroceder un poco, y ver cómo una lente europea más amplia introduce a la comunidad del individuo dentro del cuadro (pero recuérdese que lo hace sin renunciar en absoluto a la noción de que el individuo es dirigido todavía por el procesamiento mental que funciona mecánicamente en su interior). La definición de Fiske y Taylor que vimos antes era bastante individualista. Compárese con esta versión de dos autores asociados con la perspectiva europea: Lo menos que podríamos decir es que el estudio de la cognición social se relaciona con la percepción de las personas y de nosotros mismos, y con las teorías "ingenuas" que consideramos para estudiar esas percepciones. (Leyens y Codol, 1988: 94) Inmediatamente, Leyens y Codol insisten que la cognición social tiene un origen social... un objeto social... [y] es compartida social- mente. (1988: 94) Estas opiniones se acercan al sentido "cultural" de la cognición social característico de la sociología de teóricos como Talcott Parsons o Durkheim tanto como lo haya podido hacer la psicología. Leyens y Codol ubican a los individuos en los grupos e instituciones con los que ellos mismos encuentran que tienen que tratar, pero aun así mantie- nen la base individual de la cognición social. Aunque no deseen profundizar demasiado, los psicólogos que trabajan en esta tradición se preocupan mucho por las fuerzas activas de la memoria, la categorización, etcétera. La perspectiva de Tajfel (por ejemplo, 1978) sobre la identidad social en cuanto a la pertenencia grupal y las relaciones intergrupales es una de las más importantes en la psicología social. Este enfoque, que recientemente fue modificado y completado por los aportes de Turner acerca de la autocategorización en relación con la pertenencia grupal (por ejemplo, Turner et al., 1987), hace hincapié en la posición central de la categorización social para las acciones humanas. Sin embargo, su énfasis se encuentra en los mecanismos detrás del po- sicionamiento de uno mismo como miembro de una categoría social y sus consecuencias. La noción del sujeto humano en esta perspectiva es bastante diferente de la utilizada en las investigaciones de la cognición social mentalista o en los trabajos (como el de Billig) que consideran al individuo un portador y manipulador de ideologías comunes. Aquí, en cambio, el centro de interés es la forma en la que el actor social habla y piensa como parte de, y en nombre de, una identidad colectiva. La percepción y la acción social humanas están determinadas, en ocasio- 469
  • 10. nes, por la tendencia de los individuos a internalizar las demandas e intereses de los grupos específicos con los cuales se identifican. A menudo esto se analiza en términos de una necesidad de percibir y presentar los grupos a los que pertenecemos bajo una luz positiva en comparación con grupos externos relevantes (véase Abrams, 1990), un proceso que se considera que conduce a un sesgo sistemático en la cognición social, por el cual los individuos tienden a percibir las características y el comportamiento de su grupo de un modo más favorable que las características y el comportamiento de otros grupos. Sin embargo, como lo expuso detalladamente Tajfel (1981), los teóri- cos de la identidad social pueden asimismo concebir las descripciones del mundo social de maneras más sofisticadas. En particular, pueden considerar las descripciones de las categorías sociales como aspectos de retórica estratégica, formulados con el propósito de justificar las acciones de los miembros del grupo en el contexto de ideologías más generales relacionadas con la justicia y la legitimidad social. Esta clase de perspectiva puede ejemplificarse con el trabajo de Van Knippenberg (por ejemplo, 1984) sobre la formación de estereo- tipos sociales. Este investigador hace hincapié en que, en la medida en que los individuos actúan como miembros de grupos sociales definibles, pueden mantener imágenes del mundo social específicas del grupo. Estas imágenes no sólo sirven para que su grupo parezca "mejor que" otros grupos. Antes bien, se considera que son estrategias "políticas" significativas en el contexto de un sistema ideológico más amplio (y compartido por más personas): A menudo, se utilizan estrategias de presentación complejas en las representaciones de grupos. Una estrategia... es describir grupos de una manera en la que implícitamente defendemos la legitimidad o ilegitimidad de la relación de estatus existente. Otra estrategia es la de incluir en nuestras representaciones de grupo una identidad social definitivamente positiva, aunque no amenazadora, del grupo externo para asegurar la posición del grupo propio. (1984: 560) Una preocupación similar acerca de la producción de imágenes estratégicas es evidente en los enfoques de identidad social hacia la atribución. En un estudio muy citado, por ejemplo, Hewstone et al. (1982) examinaron las atribuciones de logro de alumnos británicos de escuelas públicas (polivalentes) y privadas. Los alumnos de escuelas privadas atribuyeron el fracaso de los alumnos de esas mismas es- cuelas a la falta de esfuerzo, y el fracaso de los alumnos de escuelas públicas a la falta de capacidad. Los alumnos de escuelas públicas polivalentes, en cambio, tendieron a atribuir los logros de los alumnos de escuelas privadas a la suerte. Los investigadores interpretan que 470 estos resultados ilustran los intentos de los alumnos de las escuelas privadas por negar que privilegios "ilegítimos" pudiesen ser la causa de su éxito académico. Hasta el presente existen pocos análisis directos de los posibles puntos de intersección entre los enfoques de identidad social hacia la cognición y la acción social y las perspectivas del análisis del discurso. A pesar del interés de los teóricos de la identidad social por la autopresentación estratégica (colectiva), y la función de los estereoti- pos sociales y la atribución en los contextos de argumentos relaciona- dos con la justicia social y la legitimidad, hasta hace poco tiempo los teóricos de la identidad social realizaban sus investigaciones única- mente en el ámbito del laboratorio. En los últimos años, algunos de ellos intentaron explorar sus intereses teóricos empleando datos que provenían del lenguaje natural. Por ejemplo, Reicher (1991) analizó la forma en que la prensa británica construyó categorías sociales duran- te la Guerra del Golfo. Entre otros aspectos, estudia cómo Saddam Hussein fue utilizado para representar metonímicamente a Irak, y los modos con los que se hacían referencias metafóricas a Irak como persona, con motivos y atributos individuales. La cognición en el intercambio interpersonal A pesar de la insistencia en el carácter compartido de la cognición social, ninguno de los dos enfoques que hemos considerado le otorga una función central al proceso de la interacción humana per se. Las perspectivas de la identidad social en general se concentran en el actor social individual como algo relativamente (y a veces por completo) separado de otros seres humanos reales (sin embargo, véase Abrams, 1990). El enfoque retórico de Billig hacia la psicología social, por otro lado, parece concederle a la interacción una función central. No obstante, a menudo su interés se refiere tanto a la "conversación" que ocurre dentro de un individuo como al proceso de interacción entre individuos. La tercera clase de perspectiva que consideraremos aquí les asigna un lugar central a los procesos de interacción entre dos o más individuos (y, de hecho, no simpatiza con la noción analítica de "individuo"). Estos enfoques le suelen dar prioridad teórica al "discur- so", y están menos interesados por -y a veces incluso se oponen a- los intentos de teorizar la "cognición" como un estado individual privado. Existe, por supuesto, una larga y respetable historia de aplicaciones de las ideas dialécticas a la psicología (aunque es posible que algunos intentos radicales puedan describirse mejor como delibe- radamente "no respetables", por ejemplo en Armistead, 1974; Brown, 471
  • 11. 1973; Parker, 1989), pero concentraremos nuestra atención en estu- dios discursivos más recientes y más orientados al lenguaje, ya que son estos los que más se aproximan a los objetivos y propósitos de este volumen. Es conveniente para la clase de estudio que tenemos en mente entender la cognición como parte esencial de la acción, y la acción conjunta como parte de lo que las personas realizan con sus vecinos. En esta interpretación, lo que sucede "en el interior" es inseparable de su manifestación exterior, y los pasos del individuo sólo tienen sentido en relación con sus compañeros de juego. La "cognición" se une con el lenguaje, y esta es la causa de que este sentido de la cognición social tenga tanto que aportar al discurso. El lenguaje ha sido siempre una línea de investigación en los intentos de comprensión de las relaciones sociales por parte de la psicología social (de hecho el lenguaje, como recuerda Farr, 1990, fue uno de los temas principales de Wundt en su Folk Psychology, de diez volúmenes), pero en la tradición cognitiva de esta última mitad de siglo esa línea se mantuvo oculta detrás de los patrones más dominantes del procesamiento de información y el juicio mental. Sin embargo, tradi- ciones tan diversas como el interaccionismo simbólico de G. H. Mead (1934) y la filosofía lingüística angloparlante (desde el Wittgenstein tardío en adelante) siempre insistieron en la primacía del lenguaje y en su papel principal en la construcción del mundo social (de hecho, físico) y de la acción en este. Por supuesto, esto puede interpretarse de una forma "cognitiva", en la que los teóricos argumentan que lo trascendente del lenguaje es que proporciona a la mente categorías que a su vez pueblan el mundo de objetos: este sería el legado de la hipótesis de Sapir-Whorf en sus distintas formas débiles o fuertes, y se adecua- ría con facilidad a los modelizadores de esquemas y a los otros que vimos anteriormente. Pero la diferencia aquí radica en que no hay necesidad de buscar representaciones internas; el lenguaje también (y de manera más importante) tiene una imagen pública y es, de diversos modos, un mecanismo mediante el cual se despliega la identidad social o, más generalmente, es el medio principal a través del cual se constituye la realidad social. En cada caso la "cognición", si todavía tiene sentido utilizar este término, está ligada a la acción: desplegar una identidad, constituir la realidad social. La relación entre esta clase de cognición social y el discurso (a diferencia del caso de la cognición social mentalista y quizá, más claramente, de las dos variantes de cognición social de "propiedad compartida" que hemos visto hasta ahora) no puede ser la relación entre una línea de montaje y un producto terminado, porque no es esa la separación que se produce. Por el contrario, se interpreta el discurso como algo que inevitablemente es un emprendimiento público cons- 472 truido por muchas manos, cuya "causa" no se debe al procesamiento mental de individuos y cuyos efectos van más allá de las personas involucradas. La "cognición social" según esta orientación promete identificar cómo se formula el discurso de manera conjunta y descubrir qué fines locales e institucionales persigue. En las siguientes secciones veremos sus méritos en la identificación de la construcción cooperativa de las emisiones, y de qué modo esto nos ayuda a comprender hechos como la formulación de intercambios sociales en el habla, la conservación de la identidad social por medio de su negociación pública, e incluso cuestiones psicológicas como las "actitudes", el "pensamiento" y la "memoria". Las actitudes como construcciones discursivas. La noción central de "actitud" fue la primera en atraer una interpretación antimentalista del análisis del discurso. Discourse and Social Psychology (1987) de Potter y Wetherell fue un hito en la aplicación del pensamiento discursivo angloparlante a los fenómenos sociales y recientemente fue ampliado por Discursive Psychology (1992) de Edwards y Potter, con una cobertura que se extiende al espectro más amplio de los procesos cognitivos. Lo que ambos tienen en común es la creencia fundacional en la primacía del lenguaje como parte constitutiva de la vida social; en el surgimiento de la realidad social por medio del intercambio entre los hablantes en una sociedad. Para estos autores, la interacción interpersonal mediante el lenguaje es crucial en los procesos sociales. El centro de atención de Potter y Wetherell no son los individuos en ese intercambio, sino lo que se distribuye entre ellos. Siguiendo a Gilbert y Mulkay (1984), identifican temas en el habla ("repertorios lingüísticos") que se entrelazan para promover o mantener ciertas visiones de la realidad. En el análisis del discurso racista efectuado por Wetherell y Potter (1988; 1992), por ejemplo, estos repertorios se identifican explícitamente y se registran sus variaciones. En los siguientes extractos, los hablantes (neocelandeses blancos) parecen expresar actitudes cordiales hacia los maoríes: Yo creo que esa especie de renacimiento maorí, el maoritanga, es importante porque como estaba explicando estaba en esa fiesta el sábado a la noche, y de pronto no supe dónde estaba, había perdido mi identidad... yo creo que es importante que las personas la recuperen [la identidad maoríl porque es algo que está arraigado dentro de uno (Reed). Yo estoy ciertamente a favor de un poco de maoritanga, que es algo únicamente neocelandés. Creo que soy bastante conservador y de la 473
  • 12. misma manera que no me gusta ver que las especies se extinguen, no me gusta ver que una cultura y un idioma y todo lo demás se extingan (Shell). (Wetherell y Potter, 1988: 179) Wetherell y Potter seleccionan estos dos ejemplos por ser contra- dictorios en ciertos sentidos, o al menos inconsistentes. Por un lado, se valora el nuevo énfasis en la cultura maorí porque todos deberían conocer sus raíces para afianzar sus identidades: se supone entonces que la generación actual de maoríes la "perdió", posiblemente debido a su propia negligencia. Por otro lado, el segundo fragmento promueve la cultura maorí porque es positivamente inconfundible: es tan vívida y única como una especie exótica. Esta contradicción (o inconsisten- cia) sugiere al analista espectador, tal como el uso variable del error lo hizo con Gilbert y Mulkay (1984), que algo importante está ocu- rriendo. Wetherell y Potter lo interpretan como una manifestación de lo que denominan el repertorio de "promoción cultural"; la idea de que la cultura maorí es un florecimiento raro que sólo puede sobrevivir debido a la atención compasiva que todo espécimen exótico requiere. En otras palabras, los maoríes necesitan el padrinazgo y la protección de los blancos para sobrevivir; de otra manera, incapaces de cumplir las demandas que su propia condición de exotismo les impone, perderán su "identidad" y se extinguirán. Este sentimiento es más claramente racista que cualquiera de las otras dos partes constitu- yentes que, por sí mismas y sin ser contrapuestas, podrían resultar aceptables. A diferencia de la noción singular de "enunciado de actitud", es el entrelazamiento de diversas emisiones lo que realiza el trabajo. El análisis de Wetherell y Potter logra que un ejercicio lingüístico haga un trabajo discursivo al alimentarlo con una apreciación del significado cultural. Pero son claros en su insistencia en comprometer la comprensión cultural, o tal vez sería mejor decirpolítica, del tema en cuestión; quizá sea inevitable que, una vez que los analistas superen la noción de los átomos independientemente significativos, como los "enunciados de actitud", se vean obligados a reconocer su propio trabajo de interpretación en sus interpretaciones de discursos. El pensamiento y la memoria. Para llevar aun más lejos la noción de propiedad compartida de la cognición dentro del dominio de la cog- nición "biológica", es instructivo seguir el examen renovador de Edwards y Middleton (1987) de uno de los fundadores de la psicología cognitiva moderna, el psicólogo inglés Frederick Bartlett. Edwards y Middleton establecen que, en su clásica obra Recordar: estudio de 474 psicología experimental y social (1932), Bartlett estaba más interesa- do en cómo los símbolos se convertían en un asunto de propiedad pública que en cómo se procesaban individualmente. De hecho, Edwards y Middleton muestran que (a diferencia de virtualmente todos sus seguidores) Bartlett tenía un gran interés en cómo el recuerdo era una función del discurso en la conversación. Podemos profundizar en este tema y para ello revisar uno de los últimos trabajos de Bartlett, Pensamiento: un estudio de psicología experimental y social (1958). Ciertamente no hay nada en el siguiente fragmento que pudiese causar alguna incomodidad a sus sucesores modernos en la cognición social mentalista: Los amplios objetivos del pensamiento permanecen casi los mismos, en cualquier ámbito que opere el pensador, y con cualquier clase de evidencia con la que esté relacionado. Siempre debe intentar utilizar la información que tiene disponible para llegar a una conclusión, basada en esa información, pero no idéntica con ella. (1958: 97) Hasta aquí el planteo es cognitivista. Pero es instructivo exten- der la cita un poco más, para ver que Bartlett intentaba llevar este pensamiento a un contexto social y socialmente explicable: entonces debe formular, o estar preparado para formular, las etapas que atraviesa, de modo de que sea razonable esperar que donde, por el momento, se detenga, todos aquellos que no tengan alguna deficiencia o enfermedad mental, o que no estén anormalmente predispuestos, deben también detenerse. (1958: 97) Esto podría haber sido escrito por cualquier retórico, e introduce una nota de relatividad intelectual que hará que se ericen los cabellos de los psicólogos cognitivistas racionalistas: Bartlett está dispuesto a permitir que la validez de los pensamientos de sus sujetos se juzgue mediante criterios sociales del procesamiento de la información, no criterios abstractos. Esto abre con sigilo la puerta a una concepción completamente contextualizada del pensamiento que busca descubrir los "métodos" que las personas utilizan en su vida cotidiana en la sociedad para construir la realidad social y también para descubrir la naturaleza de las realidades que construyeron... Sólo mediante el examen de sus procedimientos y el descubrimiento de aquello en lo que estos consisten, podemos comprender comple- tamente lo que quieren decir con corrección, porque esta es decidida por aquellos que la construyen. (Psathas, 1972: 132) 475
  • 13. Esta cita no es de Bartlett sino de un trabajo temprano de etnometodología. No sostenemos, por supuesto, que Bartlett haya sido un fundador de la etnometodología; pero esto muestra lo que puso en el aire en el ámbito de las ciencias sociales, listo para que alguna generación posterior lo cristalizase. Utilizamos el ejemplo de Bartlett porque queríamos seguir el proyecto pionero de Edwards y Middleton de rehabilitar el trabajo de alguien que injustamente había sido reclutado por la escuela mentalista y mostrar que inclusive un cognitivista tan eminente tenía una concepción del lenguaje y de la racionalidad difícil de acomodar en un idealismo puramente individualista. Si hay razones para que el lenguaje y la racionalidad deban colocarse en un contexto, entonces esto constituye un argumento importante de que cuanto mejor poda- mos especificar ese contexto, tanto mayor será nuestro éxito en comprender el lenguaje al que sustenta. Si este es el caso, entonces deberemos atender el "lenguaje" más que sólo en el sentido de las palabras y las frases que pueden ser ordenadas y parafraseadas por el analista que intenta reducir el desorden y aclarar la oscuridad del argumento impreso. Más bien, deberemos atender las palabras utili- zadas con tanta precisión como nos sea posible para ver qué es lo que podría estar ocurriendo: todos los mecanismos literarios, estilísticos y persuasivos que los hablantes emplean para convencer a sus oyentes, recurriendo o no a la firme asociación de premisas y conclu- siones formalizables. La construcción conjunta del conocimiento. Una objeción que algunos plantean a la clase de análisis del discurso que consideramos anterior- mente es que, aunque está fundada en la creencia de que el intercam- bio lingüístico es constitutivo de la realidad, sus seguidores no tienden en sus informes a permanecer en el contexto muy local de la conver- sación. Hay otras clases de análisis que lo hacen, y que agregan a la creencia constructivista básica el ingrediente extra de que la sucesión y el orden exactos de las palabras son tan importantes como su contenido superficial evidente. Esta teoría se basa en la noción del filósofo G. H. Mead y del filólogo Bajtín de que algunas porciones del lenguaje no se transmiten simplemente de un hablante a otro, sino que se ensamblan en forma conjunta. Para Mead, se trataba de una connivencia entre el hablante y la audiencia; para Bajtín, de la infiltración en las expresiones de un hablante de los intereses y perspectivas del otro. En ambos casos, la expresión (y la "cognición" de donde provino) carece de sentido sin la apreciación de su autoría múltiple o conjunta. La heredera más dinámica de esta tradición en las ciencias 476 sociales es la etnometodología y, en particular, el análisis de la conversación que hace hincapié en el examen cuidadoso de la organi- zación secuencial de las emisiones como base apropiada para su comprensión. El análisis de la conversación será explicado apropia- damente por Pomerantz y Fehr en el capítulo 3, volumen 2, de este libro, pero aquí resumiremos sus líneas generales. Garfinkel (1967) fundó la etnometodología con una serie de observaciones sobre la determinación irredimiblemente local del significado. El análisis de la conversación, sobre todo en manos de Harvey Sacks (1992), desarro- lló el espíritu de los intereses locales de la etnometodología y demostró detalladamente cómo las palabras de las personas proponen y des- echan las acciones de maneras diferentes en diferentes puntos de la interacción. Para tomar un caso trivial pero frecuente, la palabra "hola" tiene una fuerza diferente cuando se la pronuncia al comienzo de un diálogo (por ejemplo, en una conversación telefónica) -cuando es un saludo y una forma de identificar al hablante- o cuando se la pronuncia en cualquier momento en el medio del diálogo, quizá para asegurarse de que la persona que llamó todavía está allí. Lo que un hablante propone será decidido por el próximo hablante, y los dos hablantes utilizan las complejas regularidades de la interacción para transmitir su significado de una forma sutil y económica. Por supues- to, la etnometodología y el análisis de la conversación comprenden mucho más que este pobre esbozo (véase el capítulo 3, volumen 2); pero esto bastará para proporcionarnos el telón de fondo para dos ejemplos de la clase de contribuciones que aporta al debate sobre la cognición social y el discurso. Un grupo de ejemplos muy reveladores pertenece a la obra de Derek Edwards, quien durante mucho tiempo se mantuvo en la vanguardia de una propuesta de una alternativa no mentalista y más fundamentada de los fenómenos "cognitivos". Cumple así con el mandato de la etnometodología de tratar (lo que los cognitivistas consideran) los objetos mentales como cosas cuya "realidad" es su invocación en cualquier actividad humana en la que surgen (en la "conversación de trabajo", en la "charla íntima", en la "conversación informal" o en la "conversación científica"). Edwards muestra cómo una cantidad de fenómenos de la cognición social pueden concebirse de un modo situado. En Edwards (1991), se afirma que los mecanis- mos en apariencia universales de "categorización" que los seres humanos supuestamente comparten pueden ser reemplazados con éxito por una concepción de las categorías como descripciones contin- gentes y localizadas que tienen una función en la promoción de ciertos proyectos a costa de otros, y cuyos supuestos universales deben tomarse no como "verdaderos" sino como parte de su carga retórica. 477
  • 14. Otro ejemplo del enfoque discursivo de Edwards hacia los fenómenos "cognitivos" es el argumento (Edwards, 1994) de que la noción de "guiones" mentales (que describimos anteriormente), que los cogniti- vistas creen que residen en las representaciones mentales de las personas, pueden reconceptualizarse provechosamente como reglas culturales a ser invocadas por las personas en lugares y momentos apropiados. Así, en vez de pensar en un guión para comer en un restaurante como en algo que "tenemos", podemos verlo como algo que podemos invocar o utilizar en situaciones adecuadas. En palabras de Edwards, "el objetivo no es deshacerse de las poderosas nociones explicativas de metas, planes y guiones; más bien, es investigar exactamente cómo esta clase de nociones puede caracterizarse como recursos explicativos de los propios participantes, cuándo y dónde puede hacerse" (1994: 216, con énfasis en el original). Para nuestro segundo ejemplo, elegimos otra concepción que compite directamente con la tendencia mentalista de la cognición social psicológica. Un candidato atractivo aquí es la explicación de las atribuciones causales de las personas. En la cognición social men- talista, se supone que estas se derivan de los mecanismos internos de juicio del individuo, y el estudio de esos mecanismos promete elimi- nar el razonamiento deficiente. En el discurso concreto, en cambio, podemos leer las atribuciones causales como si hubieran sido cons- truidas en forma conjunta por dos o más participantes que actúan al unísono. Este programa posee entonces la promesa menos pedagógi- ca de identificar cómo se realiza el trabajo. Ya que examinaremos este ejemplo con mayor detalle que el estudio de Edwards de los guiones, lo hemos separado en un apartado propio, inmediatamente a conti- nuación. Ejemplo de un análisis de la cognición social como "propiedad compar- tida". Sería útil que concluyéramos este capítulo extendiendo la sección anterior para ver un ejemplo de la clase de análisis que intenta demostrar que los fenómenos de la "cognición social" pueden ser considerados, de un modo útil y productivo, como algo compartido por las personas, en lugar de localizarlos en las representaciones menta- les de un individuo. Pero adviértase que, al colocar este ejemplo aquí al final del capítulo, se podría interpretar que sugerimos que el análisis que ofrecemos resuelve todos los problemas mencionados hasta ahora. No es nuestra intención que se nos interprete de esta manera. Queremos que constituya una ilustración pormenorizada de sólo una de las formas de entender la cognición social en su condición pública. Hay otros modos de hacerlo y, por supuesto, también existen refutaciones 478 a aquello que presentamos. Pero la formulación se expone aquí como, al menos, un ejemplo de lo que puede realizarse. Nos limitaremos al ámbito ya mencionado y vuelto a señalar posteriormente: la batalla en la literatura acerca del razonamiento ordinario. Un enfoque cognitivo social, como hemos visto, partiría de la noción de que el razonamiento es una actividad mental privada; intentaría encontrar la maquinaria de procesamiento de información que es responsable de la selección, recuperación y producción de los juicios sociales, y luego diagramaría las variables que afectan su funcionamiento y aquellas que, a su vez, son afectadas por su re- sultado. Un buen ejemplo de ello sería el enfoque social cognitivo de la atribución causal que, nuevamente, como ya hemos visto, describe los procesos mentales por los cuales los individuos combinan informa- ción actual o recordada sobre la historia de un suceso para llegar a su posible causa. Una versión sofisticada de este enfoque cognitivo de la atribución causal fue formulada por Hilton (1990; 1991), quien propone que la persona que realiza una explicación debe descubrir lo que el interro- gador supone que constituye la dificultad y luego descubrir qué es lo que en la historia del problema es la "condición anormal", es decir, lo que diferencia el caso tal cual es ahora de cómo podría haber sido. Por ejemplo, supóngase que ambos somos miembros de una cultura que estuvo expuesta a los medios de comunicación masiva occidentales y quizás, estimulado por alguna mención casual de desastres en el espacio, usted pregunta "¿por qué explotó el transbordador espacial Challenger?" (para utilizar un ejemplo de Hilton, 1991). Yo podría suponer que usted sólo está interesado en una cosa; pero si usted hubiese preguntado "¿por qué explotó el transbordador espacial Challenger, en vez de estrellarse simplemente contra el suelo?", yo daría por sentado que usted quiere saber algo ligeramente diferente; y si usted pregunta "¿por qué explotó el transbordador espacial Challenger en ese lanzamiento y no en el anterior?", otra vez yo supondría que usted pregunta algo diferente, y así siguiendo. Una vez que tengo esa representación mental de la pregunta (y concedamos que es la primera versión de la misma), el argumento cognitivo es que yo consideraría las condiciones presentes en el caso de la explosión de la nave en oposición a las ocasiones en las que esta (o sus equivalentes) no explotó. Entonces yo propondría (por ejemplo) como respuesta el frío inusual de la noche anterior al lanzamiento. Sin embargo, no sugeriría (por ejemplo) que cierta clase de sellado en una de las secciones de la nave estaba hecho de una fina goma: esto no es en sí una explicación, ya que tal condición se dio tanto en el caso de la explosión como en los que esta no se produjo. 479
  • 15. A primera vista, esta es una concepción muy plausible de una explicación. Después de todo, es reconocible como la clase de cosas que las personas hacen, al menos a veces. Pero no lo hacen todo el tiempo, o incluso ni siquiera la mayor parte del tiempo. Más bien, está disponible como un modo entre muchos otros de "explicación" y será utilizada en ciertas circunstancias. Hemos colocado la palabra "expli- cación" entre comillas para señalar que la tarea de explicar es lo que Wittgenstein llama un juego del lenguaje, y lo que los analistas del discurso de cierta clase denominarían un discurso. En la medida en que las personas en cualquier interacción dada participan del parti- cular juego lingüístico de la "clasificación de la información", entonces el modelo de la atribución es una buena descripción de las reglas con las que juegan. Pero hay mucho más en la interacción social que este particular juego del lenguaje. Tendremos que alejarnos de las idealizaciones y acercarnos a encuentros reales para ilustrar lo que queremos decir. Supongamos que usted me hace la siguiente pregunta, vacía e incomprensible por sí misma: "¿Por qué eso fue un error desde su punto de vista?". Elegimos este ejemplo porque (fuera de contexto) es obviamente muy extraño y constituye un contraste inmediato con la claridad engañosa de la pregunta que vimos antes: "¿Por qué explotó el transbordador espacial Challenger?". Utilizamos el término claridad engañosa por- que debimos distraernos un momento para hacer que la pregunta fuera comprensible cuando la introdujimos, como verá si vuelve atrás. La ininteligibilidad de "¿por qué eso fue un error desde su punto de vista?" demuestra de inmediato que el lenguaje es completamente indicativo, como lo señalaron los lingüistas y otros desde fines del siglo xix. Es imposible comprender una expresión como ¿por qué eso fue un error desde su punto de vista? sin conocer los referentes deícticos de eso y su, y sin el contexto en el que la deixis tiene sentido. Por supuesto, esto es igualmente verdadero en el caso (en apariencia) "claro" del Challenger; allí también, debemos movilizar un contexto en el que esa pregunta tenga sentido (¿por qué debe suponerse que el oyente o el lector ha oído sobre el Challenger, o sobre el "desastre del Challenger", y así sucesivamente?). Examinemos entonces la verdadera interacción que proporciona el contexto local en el caso del "error": A: the first Belfast blitz had shaken Catholic Ireland silly because ((in)) nothing had ever happened including the troubles ((that)) had killed so many holy Roman Catholics in one moment and the second Belfast blitz was the [tu th] the the mistake the Germans made - - - 480 B: why was it a mistake from their ((point of view)) A: because they should never have put they should never have blitzed Belfast again they should've [kol left it completely alone and they'd have got Southern Ireland perhaps back into the [t] fold [A: el primer bombardeo de Belfast había estremecido a la Irlanda Católica porque ((en)) nunca había sucedido nada incluyendo los problemas ((que)) habían matado a tantos católicos romanos en un momento y el segundo bombardeo a Belfast fue el ((ah uh)) el el error que cometieron los alemanes - - - B: ¿por qué eso fue un error desde su ((punto de vista))? A: porque ellos nunca deberían haber puesto ellos nunca deberían haber bombardeado Belfast otra vez deberían haberlo [ko] deja- do completamente sola y habrían conseguido que Irlanda del Sur quizá volviera al [t] rebaño] (Esta transcripción proviene de una colección de conversaciones que ocurrieron naturalmente entre hablantes nativos del inglés, grabadas en Gran Bretaña en la década de 1970, y publicadas como el corpus London-Lund (Svartvik y Quirk, 1980). Este es un fragmento de la conversación 1.14, con la notación muy simpli- ficada. Aquí, la bastardilla significa énfasis, las palabras dentro de doble paréntesis son conjeturas debido a fragmentos no claramente audibles, los guiones indican pausa y el material dentro de corchetes es una representación fonética de palabras incompletas.) Ni siquiera esto es una contextualización suficiente, como de- mostraremos en un momento; y, por supuesto, moviliza clases muy particulares de conocimientos culturales que sólo se comprenderían en un "contexto" mucho más amplio que unas pocas líneas de texto. Pero lo que tenemos ahora es suficiente para demostrar (ya sea que el lector conozca o no la política a la que se refieren las palabras) que lo que está en juego aquí no es una cuestión de clasificación de informa- ción, ni en el sentido de la teoría de la atribución clásica de la búsqueda de covariantes de un efecto, ni tampoco en el modelo lingüísticamente más sofisticado de las condiciones anormales. La forma en la que los participantes construyen la explicación y deciden sobre ella nos muestra que el juego del lenguaje es de una naturaleza muy diferente. En primer lugar, como lo sostiene persuasivamente el modelo de la acción discursiva de Edwards y Potter (1992), la solicitud de la descripción no es desinteresada. La petición de una explicación 481
  • 16. procede en el ejemplo de alguien que irrumpe en algo que puede ser escuchado como una historia, un episodio narrado desde el punto de vista y en beneficio de los intereses de cierto hablante. En ese contexto, la petición de una explicación no puede ser neutral; la respuesta tampoco puede mantenerse inmune a la expectativa de que se oriente a la responsabilidad que le corresponde al que realiza la explicación. Ninguna de las partes ajusta su discurso para que sea consistente con el juego del lenguaje (bastante infrecuente) de "clasificación de infor- mación" que la psicología social cognitiva supone que es el caso general. Ellos podrían haberlo hecho así: nosotros podríamos haber estado escuchando la conversación de dos científicos o de dos inves- tigadores de accidentes que utilizaran las reglas de un juego de lenguaje de clasificación de información; pero los participantes de este encuentro no parecen estar haciéndolo. ¿Qué bases hay para esta clase de aseveración? Pueden encon- trarse en las palabras mismas de los propios hablantes o, más precisamente, en la utilización que los hablantes hacen de las regula- ridades de las estructuras de la conversación, aquello que los analistas de la conversación llaman el orden de preferencia (véase el capítulo 3, volumen 2). Por ejemplo, el hecho de que la solicitud de la explicación esté moderada por la frase desde su punto de vista sugiere que el hablante evita el desafío directo de cuestionar al propio narrador. Formular una pregunta de este tipo por cuenta propia es irrumpir en el espacio normalmente permitido para alguien que inició una histo- ria y se encuentra adentrado en ella (Sacks, 1972). Lo que el hablante hace para desarmar lo no normativo de su intervención es formular la pregunta de una manera que podría escucharse como la propia voz del narrador; esto es, formular la pregunta como si se tratase de algo consistente con las aseveraciones del relator. En la formulación de la interrogación no se discute si "eso" (el bombardeo) fue un error, sino que se pregunta por qué fue un error desde el punto de vista de los alemanes y no, en cambio, desde el punto de vista del narrador. En otras palabras, la pregunta puede entenderse no como un desafío (mucho menos un estímulo para la clasificación de información), sino más bien como un estímulo para que la historia continúe en los términos gire el narrador ya había fijado; de hecho, en una forma muy parecida a las respuestas (muy frecuentes) de canal secundario que incentivan la narración de una historia y muestran que la audiencia aprecia lo que se está diciendo (Sacks, 1972). Todo esto nos tomó tres párrafos, y no llegamos a la propia "explicación" putativa; tampoco dijimos nada explícitamente acerca de la clase de discursos políticos e históricos que podrían extraer del pasaje los analistas que estén o no familiarizados con la cultura 482 particular de los hablantes. Como mínimo, aun si no fuéramos más lejos, hemos mostrado que las preguntas que solicitan una explicación no son necesariamente como las preguntas estándar en la cognición social que suponen un interés exclusivo por la clasificación de la información y la obtención de un candidato causal. También espera- mos haber logrado mostrar que el "significado" de la explicación, que ahora caerá en el espacio abierto para ella, no será completamente determinable a partir de su contenido semántico; en otras palabras, no se lo puede entender como representativo de algo que existe en la mente del hablante y que es el producto de algún proceso de cálculo. Sea lo que sea, es informado por su posición en un diálogo construido en forma conjunta tanto como (o quizás, como algunos analistas de la conversación dirían, más que) por su contenido léxico. Algunos analistas querrían ir más lejos y, apoyándose todavía en la manera en la que interactúan los participantes, dirían algo sobre el discurso del cual la explicación constituye una parte. Recuérdese que el hablante A está contando una historia que involucra (en este punto) a "Irlanda del Norte" y a la "Segunda Guerra Mundial". Es legítimo preguntarse qué clases de discursos (en el sentido que es común a varios capítulos de este libro) podrían estar en juego aquí, y cómo los verían los analistas de diferentes tendencias y con niveles distintos de familiaridad para con los asuntos tratados. No podemos esperar responder estas preguntas aquí. En principio, sin embargo, es razona- ble suponer que existen explicaciones, así como tenemos informes (Gilbert y Mulkay, 1984), descripciones de hechos (Edwards y Potter, 1992) y otros mecanismos retóricos (Billig et al., 1988) para la promoción de los intereses e ideologías de hablantes o grupos. Para estos autores, como para aquellos que se ocupan de la orientación de los participantes hacia las explicaciones en el transcurso de la interacción en la conversación, es equivocado e inapropiado conside- rar el razonamiento social como un asunto privado e individual de clasificación de información racional. Es, en realidad, un asunto de dominación social, y su fuerza radica en su expresión pública. El análisis abreviado que formulamos antes fue, así lo espera- mos, una ilustración de las clases de formas en las que una perspectiva de propiedad compartida podría interpretar algo (aquí, una explica- ción) que también atraería el interés del campo de la propiedad privada. Somos conscientes, sin embargo, de que, como ya menciona- mos, insertar al final del capítulo un ejemplo favorable al análisis de la conversación y al análisis del discurso angloparlante es tendencio- so, y no deseamos en absoluto sostener que esta clase de análisis sea preferible a otros. 483
  • 17. Resumen y conclusiones La "cognición social" como dominio intelectual (el estudio del conocimiento que las personas poseen del mundo social en el que habitan, hablan y actúan) puede orientarse en dos direcciones dife- rentes. La más aceptada entre los psicólogos de orientación cognitiva consiste en el estudio de los mecanismos psicológicos mediante los cuales los individuos representan mentalmente los objetos sociales (ellos mismos y otras personas). Por otro lado, la cognición social puede orientarse hacia la naturaleza social de los perceptores y al mundo social que ellos construyen. Aquí, el interés se centra en cómo funcionan las personas como miembros de culturas o grupos particu- lares, y en el estudio de la forma en la que surge el mundo social en el curso de la interacción. Los dos sentidos de la cognición social tienen aplicaciones dife- rentes en el discurso. La cognición social mentalista se propone informarnos sobre el procesamiento universal, automático e incons- ciente de la información en la producción y comprensión del texto y del habla. Promete identificar errores mentales en la producción y com- prensión del discurso, y ayudarnos a superarlos. Por ejemplo, muestra la operación de esquemas preconcebidos para la recepción de informa- ción nueva, el efecto organizador que la estructura cognitiva impone a la narración, etc. En ese sentido, es una búsqueda racional (o quizá, racionalista) antes que didáctica, comprometida con la noción de que los sucesos mentales involucrados en el discurso son, en gran propor- ción, automáticos, causales y efectivamente determinísticos. La tendencia alternativa de la cognición social se orienta hacia el estudio de aquello que reside fuera del individuo, y, al menos en algunas de sus versiones, se niega a aceptar una separación entre procesos internos y externos. La cognición social es concebida como distribuida entre las personas, y su estudio no está interesado en el procesamiento individual como tal. En esta interpretación, la cogni- ción social es parte del dominio público y está ligada a las acciones que las personas introducen conjuntamente. Esto significa que una amplia variedad de preguntas que los cognitivistas sociales menta- listas formulan sobre el discurso simplemente desaparecen porque no pueden formularse, y las soluciones determinísticas que produ- cen resultan ser innecesarias y equívocas. En esta interpretación alternativa de la cognición social, se concibe el discurso no en referencia a la comprensión y producción de proposiciones no situa- das, sino como un acontecimiento social que es, en cierto sentido, acción en su propio derecho, ya sea en el habla o en el texto: por ejemplo, la construcción cooperativa de emisiones en turnos adyacen- 484 tes, la formulación de decisiones en el habla grupal, el mantenimien- to de estructuras de creencias mediante su negociación pública, etc. La cognición social de esa clase promete identificar cómo el discurso es ocasionado y formulado en forma conjunta, y descubrir qué fines locales e institucionales persigue. Lecturas recomendadas El lector interesado puede querer explorar más profundamente las dos tradiciones de la cognición social, sus interacciones, y su desarrollo moderno. Las referencias que siguen (algunas de las cuales ya fueron citadas en el capítulo) deberían proporcionarle, esperamos, buenos puntos de partida. Bartlett (1932): elegante y sutilmente escrito, este texto ha sido utilizado como estímulo Yjustificación de interpretaciones muy diferentes de lo que es la "memoria". Edwards y Potter (1992): una interpretación fuertemente discursiva de un amplio espectro de fenómenos "psicológicos" que pertenecen por lo común al domino exclusivo de la tradición mentalista. Fiske y Taylor (1991): segunda edición de un libro que, en sus dos ediciones, sirvió como emblema y piedra de toque del proyecto mentalista. Greenwood (1992): para ser leído junto a los comentarios que siguen en ese volumen del boletín Theory and Psychology; un interesante debate sobre la epistemología y temas ontológicos de la cognición social. Heider (1958): un ejemplo prototípico de la promesa mantenida por la descripción de la acción social de acuerdo con las facultades mentales. Mead (1934): una formulación con inclinaciones filosóficas de la posición de la cognición en el mundo social. Sacks (1992): transcripciones editadas de las conferencias de Sacks durante las décadas de 1960 y 1970; una colección fascinante y que despierta gran interés de observaciones perspicaces acerca de las acciones humanas, que argumenta que se las debe comprender sin comprometerse con entidades mentales epistemológicamente dudosas. Schegloff (1993): una formulación reciente sobre la cognición (socialmente compartida) en el sentido de análisis de la conversación, dirigida en forma explícita a un auditorio psicológico. Widdicombe y Wooffitt (1994): un atractivo ejemplo de una concepción discursiva de fenómenos tradicionalmente "psicológicos"; aquí, identidad y comportamiento. Nota Los autores agradecen a Nikos Bozatzis, Derek Edwards, Steve Reicher y Teun van Dijk por sus comentarios sobre un borrador de este capítulo. 485
  • 18. Referencias bibliográficas Abrams, D. (1990) "How do group members regulate their behaviour? An integration of social identity and self-awareness theories", en D. Abrams y M. Hogg (comps.), Social Identity Theory. Brighton: Harvester Wheatsheaf. Ajzen, I. (1988) Attitudes. Personality and Behaviour. Milton Keynes: Open University Press. Armistead, N. (1974) Reconstructing Social Psychology. Harmondsworth: Penguin. [Reconstrucción de la psicología social. Barcelona, Hora, 1982.1 Bartlett, F. (1932) Remembering. Londres: Unwin. [Recordar: estudio de psicología experimental y social. Madrid, Alianza, 1995.1 Bartlett, F. (1932) Thinking. Londres: Unwin. [Pensamiento: un estudio de psicología experimental y social. Madrid, Editorial Debate, 1988.1 Billig, M. (1987) Arguing and Thinking: a Rhetorical Approach to Social Psychology. Cambridge: Cambridge University Press. Billig, M. (1991) Ideology and Opinions: Studies in Rhetorical Psychology. Londres: Sage. 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