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ANA MARÍA KAUFMAN
Investigadora. Docente de la Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires, Argentina.
CÓMO ENSEÑAR, CORREGIR
Y EVALUAR LA ORTOGRAFÍA
DE NUESTROS ALUMNOS...
Y NO MORIR EN EL INTENTO
Pablo: A mí me parece bien que hola se escri-
ba con hache, porque ola sin hache quiere
decir otra cosa. Pero, ¿por qué hay que
ponerle hache a hamaca si hamaca sin ha-
che no significa otra cosa?Y con hormiga
pasa lo mismo...
Maestra: A ver... Si sabemos que hormiga se
escribe con hache, ¿cómo se escribirá
hormiguero?
Varios: Con hache.
Maestra: ¿Y hormiguita?
Pablo (interrumpiendo con impaciencia): Sí,
sí... si yo sé que hormiga va con hache ya
sé que hormiguero y hormiguita van a ir
con hache. Pero... ¿cómo hago para saber
que hormiga va con hache?
Sebastián (sonriendo): Mirá, Pablo, es muy
fácil. Vos ahora te fijás bien que hormiga
va con hache y después, cada vez que ten-
gas que escribir hormiga... lo ponés con
hache.
Introducción
Es posible que el lector sonría al leer el diálogo
que encabeza este trabajo, sobre todo si es do-
cente y ha prestado atención a sus alumnos
cuando hablan entre ellos acerca de los “capri-
chos” de nuestra norma ortográfica. En este úl-
timo caso, recordará también haber escuchado
opiniones similares a las de Pablo y Sebastián,
ambos de siete años de edad.
¿A qué responde la postura de Pablo? Él
considera que la ortografía tiene sentido cuando
está reflejando cuestiones semánticas: si dos pa-
labras suenan igual pero tienen diferente signifi-
cado, deben escribirse de diferente manera. Es
verdad que, en algunos casos, la norma ortográ-
fica indica cómo “marcar” diferencias de signi-
ficados: tubo/tuvo, cayó/calló, bello/vello. Pero
no en todos. Por ejemplo, eso no sucede con lla -
ma, del verbo llamar, llama como lengua de fue-
go y llama, animal cuya lana es muy apreciada...
La respuesta de Sebastián tampoco es anto-
jadiza. En muchas situaciones, la ortografía no
se relaciona con aspectos morfológicos, semán-
ticos ni sintácticos del lenguaje, sino que refle-
ja una etimología particular, que sólo corres-
ponde a una palabra. El escritor, entonces, no
puede apelar a regularidades de ningún tipo y el
único recurso que tiene para saber cómo se es-
cribe esa palabra es... fijándose bien cuál es la
ortografía correcta y después recordarla cada
vez que la escriba... tal como dijo Sebastián.
Puede ser interesante, asimismo, prestar
atención a la intervención de la maestra. Ella in-
tenta poner algo de orden frente a una cuestión
que parece caótica: recordar la escritura correc-
ta de una palabra cuya ortografía no responde a
ninguna regla generalizable a otras palabras, si-
tuación diferente de las que, por ejemplo, perte-
necen a la misma clase y tienen la misma termi-
nación –caso de los adjetivos terminados en ivo
e iva, etc.– y trata de rescatar que, aún en esos
casos particulares, algo puede inferirse: otras
palabras que tengan parentesco léxico, es decir,
que pertenezcan a la misma familia, comparti-
rán también la ortografía de la raíz.
No parece sencilla la cuestión... Y no lo es.
Si bien nuestro sistema de escritura tiene
una base alfabética, está muy lejos de ser pura-
mente alfabético. En realidad son muy pocas las
letras que cumplen con el precepto de la alfabe-
ticidad vinculado con esa relación biunívoca es-
tricta entre un fonema (y sólo uno) y un grafe-
ma (y sólo uno). Ya veremos más adelante cuán
pocas...
De modo que al docente de primer año se le
presenta una situación casi paradójica que po-
dríamos describir de la siguiente manera:
x Si recibe niños que ingresan sin haber com-
prendido la relación entre nuestro sistema de
escritura y la sonoridad del lenguaje, intenta
orientarlos en esa dirección. Dicha orienta-
ción suele estar nutrida de preguntas como
éstas: “¿Como cuál otra palabra te suena
‘mariposa’?” o “¿Te parece que ‘Luciana’
empieza igual que ‘lunes’, que suenan
igual?”.
x En determinado momento, e intentando re-
solver problemas que su propia escritura le
presenta (Vernon, 1986), esos alumnos lle-
gan a relacionar la escritura con la sonoridad
de manera sistemática, primero suponiendo
que cada letra representa una sílaba (hipóte-
sis silábica) y luego relacionando letras y fo-
nemas (hipótesis alfabética) (Ferreiro, 1990).
A esa altura, el maestro suspira aliviado pen-
sando que su misión está cumplida.
x Pero los problemas no se acaban. Es más,
hay algunos que recién comienzan...
En ese nivel de escritura, los chicos creen
que nuestro sistema es puramente alfabético,
como si consistiera en un código de transcrip-
ción de sonidos en el que hay una relación pun-
tual uno a uno entre letras y fonemas y como si
el sistema no tuviera otros signos y relaciones
entre sus elementos. La escritura que producen
no tiene espacios entre las palabras, ni signos de
puntuación, ni discriminación entre mayúsculas
y minúsculas, ni tildes, y cada letra correspon-
de a un solo sonido. Por ejemplo, una niña de
este nivel de escritura escribió “CETEMEJORES”
en una nota en la que le deseaba un pronto res-
tablecimiento a una compañerita enferma
(“Que te mejores”). Estas escrituras consideran
lo que es estrictamente alfabético, sin compren-
der que, si bien tiene una base alfabética, nues-
tro sistema consta de muchísimos elementos
que escapan a esa relación. Zapato y sapo tie-
8
nen la misma sonoridad inicial y llevan diferen-
tes letras; las palabras hola y ola suenan igual y
se escriben diferentes; no se aburra y no sea
burra no difieren en la emisión sonora y los es-
pacios entre las palabras representan cuestiones
vinculadas con el significado; ¿cómo saber si
llave se escribe de esa manera o de esta otra
–yabe– sin alterar la emisión sonora correcta
del castellano que se habla en la Argentina?
Como puede advertirse, la ortografía inclu-
ye muchos datos que no son reflejados por la so-
noridad; incluye restricciones en el uso de las le-
tras, las tildes, los espacios y los signos de pun-
tuación que se vinculan con aspectos semánti-
cos, sintácticos y pragmáticos del lenguaje.
Los docentes deberán, entonces, ayudar a sus
alumnos a abandonar la sonoridad de las palabras
como el criterio fundamental para tomar
decisiones cuando escriben y transi-
tar otros caminos para poder ha-
cerlo correctamente. Y ésa es la
situación paradójica que
mencionaba antes: los seña-
lamientos que apuntan a
“cómo suena” –que es co-
rrecta cuando el niño toda-
vía no advirtió las bases de
nuestro sistema de escritu-
ra– deberán ser reemplaza-
dos por otros que recomien-
den olvidarse de cómo suena
y apelar a otras estrategias para
respetar la norma ortográfica.
Los docentes que alteran la pronun-
ciación normal del castellano rioplatense para
que sus alumnos respeten la ortografía al dicta-
do (diferencian la sonoridad de B y V, de Y y
LL, de Z y S) no advierten que ellos pueden ha-
cerlo porque conocen la escritura de esas pala-
bras, cosa que los alumnos ignoran. De este
modo, cuando los niños intentan escribir en sus
casas o producen en la escuela un texto por sí
mismos, no recuerdan cómo era la pronuncia-
ción artificial de su maestra y no tienen otras
estrategias para tomar decisiones.
Ahora bien, la norma ortográfica nos puede
remitir a qué letras usar en determinada palabra,
cuándo usar tildes, cuándo escribir con mayús-
cula, dónde separar las palabras cuando finaliza
el renglón, cómo definir los espacios en blanco
que indican dónde comienza y termina una pa-
labra, cómo usar la puntuación... Retomemos la
conversación entre Pablo, Sebastián y su maes-
tra que encabeza este texto: ¿a cuál de todos es-
tos aspectos ortográficos se referían? Concreta-
mente, a las letras que deben ser usadas en cada
palabra, determinadas por la norma ortográfica.
Como señalamos anteriormente, la ortogra-
fía implica respetar restricciones que van mu-
cho más allá del uso de las letras correctas.
Si pensamos solamente en la escritura de ca-
da palabra, encontraremos tres aspectos involu-
crados: cuáles son las letras que corresponde
usar –que a partir de aquí denominaremos “orto-
grafía literal”–; si la palabra lleva tilde o no –or-
tografía acentual–; y si debe usarse mayúscula
en caso de que se trate de un nombre propio.
Si extendemos esa frontera a la oración es-
crita, deberá agregarse, a esos elementos, la
separación entre palabras; la normati-
va de separación de palabras al fi-
nalizar un renglón; el uso de
mayúscula al comienzo; y,
también, la puntuación in-
terna y final de la oración.
Si, en cambio, consi-
deramos como totalidad
el texto, deberá añadirse,
a los datos precedentes, la
puntuación vinculada con
lo textual: ¿cómo queda me-
jor, con punto y seguido o
aparte?, ¿en este otro pasaje,
pongo punto y coma o punto y se-
guido?
En este artículo, describiremos brevemente
una experiencia didáctica realizada durante los
últimos quince años en el Colegio Alas de El
Palomar, vinculada con la enseñanza, la correc-
ción y la evaluación ortográfica. Por razones de
espacio, nos limitaremos al tema de la ortogra-
fía literal, es decir, el uso de las letras que la
normativa indica para la escritura de las pala-
bras en castellano, que era el centro de la discu-
sión entre Pablo y Sebastián.
¿Cómo concebimos
la ortografía literal?
Las preocupaciones de los dos niños nos remi-
ten a una serie de interrogantes. Algunos de
ellos, muy conocidos por todos los docentes,
9
1. Restricciones directas
Esta restricción se refiere a la relación biunívo-
ca –uno y sólo un fonema para un grafema y só-
lo ese grafema para el fonema– existente entre
algunas letras y los fonemas. Sería el caso de la
alfabeticidad estricta y es interesante advertir
que son apenas seis las letras que cumplen con
este requisito: A-E-O-F-T-L.
Todos sabemos que hay algunas consonantes
que comparten sonoridad con otras (S-Z-C; B-V;
Y-LL; G-J; C-K-Q), otras que remiten a más de
un fonema (C; G; la R según esté en posición
inicial o entre vocales) y la H que no tiene soni-
do cuando precede a una vocal (pero que revis-
te una sonoridad particular cuando forma parte
del dígrafo CH).
Sin embargo, puede sorprendernos advertir que
muchas otras letras participan de cuestiones si-
milares.
Si consideramos las vocales, la I comparte a ve-
ces sonoridad con la Y (soy, rey, y) y la U no
suena cuando está junto a la G (guerra, guinda)
ni junto a la Q. En cuanto a las consonantes, la
M y la N comparten sonoridad en palabras co-
mo embudo y envase; la D no es pronunciada
–tal vez apenas insinuada– al final de las pala-
bras en el habla coloquial culta (libertad, igual -
dad, sociedad) y la letra P comparte sonoridad
con la B cuando precede a determinadas conso-
nantes (por ejemplo, en optativo y obtuso).
2. Restricciones posicionales
En algunos casos, la norma ortográfica deter-
mina el uso de determinadas letras, que com-
parten sonoridad con otra, en virtud de su posi-
ción en la palabra. Por ejemplo, el uso de M an-
tes de P y B; de N antes de V; de GUE y GUI si
quiero que la G suene suave; de B (y no V) an-
tes de cualquier consonante; el uso de B en to-
das las palabras que comiencen con bu, bus,
bur; la R sonará fuerte al comienzo de palabra
(roca), pero si está entre vocales y también sue-
na fuerte, deberé colocar RR (carro) y si no lo
hago, sonará suave (caro); etc. Podemos ubicar
en este tipo de restricciones muchas reglas orto-
gráficas que sólo toman en consideración la po-
sición del fonema y de la letra en la palabra.
3. Restricciones morfológicas
Este tercer tipo de restricciones toma los morfe-
mas y la categoría gramatical de las palabras
son éstos: ¿cómo saber con cuáles letras debe
escribirse cada palabra?; ¿puedo guiarme por la
sonoridad de una palabra para desentrañar su
ortografía?; ¿hay reglas que me indiquen cuán-
do debo escribir ‘z’, ‘s’, o ‘c’? ; esas reglas,
¿cubren todas las palabras que incluyen el fone-
ma /s/?; el uso de determinadas letras, ¿se rela-
ciona siempre con el significado de las pala-
bras, como en el caso mencionado por Pablo del
uso de la ‘h’ en hola y ola?
Durante muchos años nos hemos debatido
en un falso dilema: enseñar o no enseñar las re-
glas ortográficas. Esta opción se vinculaba con
el hecho constatado cotidianamente de que mu-
chos niños que no saben las reglas no cometen
errores y otros que sí las conocen se equivocan
frecuentemente; pero también sucede que niños
que conocen las reglas tienen pocos errores (o
ninguno) y compañeros que las ignoran se equi-
vocan frecuentemente...
En un texto de hace algunos años, en el que
me ocupaba del tema ortográfico (Kaufman,
1998), mencioné que nos había resultado muy
útil para la tarea didáctica conocer la tesis doc-
toral de Artur Gomes de Morais, “Representa-
ciones infantiles de la ortografía del portugués”
(Morais, 2004), dirigida por Ana Teberosky.
En el análisis de sus datos, Gomes de Mo-
rais utiliza un esquema propuesto por M. Lem-
le (1978). Este autor identificó y clasificó los
distintos tipos de restricciones que presentan las
relaciones entre fonemas y grafemas desde la
perspectiva de la norma ortográfica en el portu-
gués. Como las mismas restricciones gobiernan
la escritura del castellano, comenzamos a utili-
zar ese marco teórico que nos permitió por pri-
mera vez considerar la ortografía literal en su
totalidad. ¿Qué quiero decir con esto? Que has-
ta ese momento, o encarábamos la enseñanza de
la ortografía dentro del universo de reglas orto-
gráficas, o focalizábamos aquellas palabras o
expresiones que, si bien no se ajustan a reglas,
pertenecen al vocabulario de uso frecuente. No
contábamos con un esquema global que nos
permitiera saber, por ejemplo, qué porcentaje
de casos responden a reglas y qué porcentaje a
cuestiones etimológicas o particulares dentro de
la totalidad de errores posibles.
La relación entre fonemas y grafemas, se-
gún nuestra norma ortográfica, tiene restriccio-
nes de cuatro tipos distintos que cubren la escri-
tura de todas las palabras:
10
como criterio para definir qué letra corresponde
poner (prefijos y sufijos; terminaciones verba-
les como ABA, finalización IVO, IVA de los ad-
jetivos, etcétera).
Una gran cantidad de reglas ortográficas del
español se incluyen en este ítem. Además de los
ya mencionados, en los que la ortografía unifi-
ca semejanzas morfosintácticas, podríamos con-
siderar dentro de esta categoría otros casos en
los que se homologan semejanzas semánticas,
como es el caso de las familias de palabras: las
palabras que pertenecen a la misma familia
–que comparten la raíz– van a compartir tam-
bién la escritura.
4. Restricciones particulares o léxicas
Estas restricciones rigen sólo para cada caso
particular y se vinculan con razones etimológi-
cas, por ejemplo: hacer, vez, boca, serpiente,
etc. Entrarían en esta categoría aquellos casos
en que la ortografía refleja diferenciaciones se-
mánticas, como es el caso de las palabras ho-
mófonas no homógrafas (parónimos).
Recapitulando, podemos advertir que el uso
de algunas letras (por ejemplo B en bla, ble, bli,
blo, blu) se debe a su posición en la palabra, es
decir si está al comienzo, o entre determinadas
letras, etc. En otros casos, la decisión de cuál le-
tra va en una palabra, además de tomar en cuen-
ta la posición, se relaciona con cuestiones mor -
fológicas o gramaticales, por ejemplo, los adje-
tivos terminados en ivo o iva llevan V; el preté-
rito imperfecto de los verbos terminados en ar
llevan B, como cantaba o jugaba. Finalmente,
algunas palabras no responden a una normativa
que se pueda aplicar a otras: son casos particu -
lares y su escritura se vincula con cuestiones eti-
mológicas. Por ejemplo: ¿por qué “vaca” va con
V?, ¿por qué “boca” va con B? Gomes de Mo-
rais sostiene que escribir correctamente estas pa-
labras responde a un comportamiento estricta-
mente reproductivo, tal como sostenía Sebastián
en la conversación que inicia este artículo.
De todos modos, es importante enseñar a
los alumnos a “navegar” por los distintos tipos
de restricciones e inferir la escritura de algunas
palabras. Por ejemplo, si yo no sé si NUBE va
con V o con B, puedo relacionarla con la pala-
bra NUBLADO, que pertenece a la misma fami-
lia (morfológicamente comparten la raíz) y, co-
mo por una cuestión posicional la V no puede
anteceder a la L, puedo tener la certeza de que
va con B. Todos alguna vez hemos dudado acer-
ca de cómo escribir NECESIDAD, aun sabiendo
que en una de las sílabas va una C y en la otra
una S ¿Qué hacemos, entonces? Pensamos en la
palabra NECESARIO, de la misma familia, que
nos permite tomar la decisión correcta en virtud
de la sonoridad.
Analizando diferentes textos y clasificando
las palabras en función de los tipos de restric-
ciones, surgió un dato muy interesante: más del
50% de las restricciones no directas son parti-
culares. Marta Raventos, en una tesis de Maes-
tría sobre “Ortografía de adultos letrados” que
elaboró bajo mi dirección, encontró que el 54%
de las restricciones no directas del texto que
dictó eran particulares y el 46% restante se re-
partía de la siguiente manera: el 24% era posi-
cional y el 22%, morfológico. Esta distribución
es la habitual en la mayoría de los textos escri-
tos en castellano.
Los resultados de la investigación de Gomes
de Morais constituyen un aporte interesante pa-
ra comprender el pensamiento de los niños y pa-
ra encarar la enseñanza de la ortografía en el au-
la con mayores certidumbres y criterios ordena-
dores. Él comprobó que los niños incorporan las
restricciones posicionales más fácilmente que
las morfológicas y esto era esperable porque es-
tas últimas implican una reflexión gramatical so-
bre la lengua. No obstante, esto no debe hacer-
nos caer en el facilismo de plantear expectativas
de logro que apunten, por ejemplo, a garantizar
en primer ciclo sólo el conocimiento de las res-
tricciones posicionales. Los niños deben ir cono-
ciendo también la escritura de palabras de uso
frecuente con restricciones particulares desde
que trascienden la alfabeticidad del sistema y en
tercer año incluir alguna restricción morfológica
sencilla como, por ejemplo, la terminación aba
del pretérito imperfecto de los verbos.
¿Cómo corregimos los trabajos?
La corrección ortográfica de los cuadernos sue-
le ser motivo de incertidumbres y conflictos.
Muchos maestros me han comentado que, en al-
gunos momentos, deciden no corregir demasia-
do para no desanimar al niño pero, en otros, lo
hacen de manera exhaustiva. Este accionar con-
funde a los alumnos y a los padres.
11
específicos (cuyo producto final sí será corregi-
do hasta sus últimas consecuencias), los niños
terminan restringiendo significativamente la
longitud de sus producciones porque saben que,
si escriben menos, tendrán menos errores mar-
cados.
La decisión de no corregir estos textos tiene
que ver, entonces, con una triple motivación.
Una es su valor testimonial. La segunda razón
se vincula con no desanimar a los chicos y per-
mitirles escribir textos sin el fantasma de la or-
tografía presente todo el tiempo. La tercera ra-
zón, ya mencionada, es dar la posibilidad de
proceder a múltiples autocorrecciones posterio-
res: hemos comprobado que a los niños les pro-
duce mucho placer ir descubriendo y corrigien-
do sus propios errores.
Intervención de otros compañeros
En los cuadernos o carpetas pueden aparecer
trabajos realizados en parejas, en equipos o bien
individualmente pero que hayan sido corregi-
dos con algún compañero. Quiero aclarar este
último tipo de situación. Durante mucho tiempo
propiciamos que los alumnos corrigieran sus
trabajos unos a otros, situación que trajo múlti-
ples conflictos porque, en muchos casos, los
“correctores” también cometían errores... Por
esta razón decidimos que hicieran trabajos de
co-corrección, que consiste en lo siguiente:
cuando los alumnos terminan de escribir deter-
minados textos de manera individual, se juntan
en parejas y revisan entre ambos el trabajo de
cada uno. De este modo, el que lo hizo puede
escuchar la justificación de las correcciones su-
geridas por el compañero y decide si hará las
modificaciones señaladas o no.
Todos los trabajos en los que intervienen
otros compañeros como co-autores o correctores
se marcan con una C, que correspondería a ini-
cialar un trabajo grupal o compartido, y no son
corregidos por el maestro. En-
tonces, cuando vemos trabajos
marcados con una C sabemos
que puede tratarse de un traba-
jo hecho en equipo, o bien he-
cho individualmente pero pos-
teriormente trabajado con otro
compañero para su corrección,
etc. Esta C implica que el nivel
de esa producción no es el del
En nuestra experiencia, después de poner a
prueba diferentes opciones, optamos por utili-
zar tres modalidades diferentes de intervención
en lo que se refiere a la corrección ortográfica
de cuadernos o carpetas.
Transcribiremos a continuación los linea-
mientos y la fundamentación de estas modalida-
des porque consideramos que niños, padres y
maestros deben saber quién corrige, cómo se co-
rrige, por qué se toman estas decisiones y qué se
hace posteriormente con los errores cometidos.
Los tres tipos diferentes de intervención en
la corrección son los siguientes:
Autocorrección
Algunos trabajos quedan tal como el chico los
hizo. Estos trabajos son testimonio del nivel del
autor en el momento de su realización. Se mar-
carán con una A (inicial de “autocorrección”).
El único que tiene derecho a corregirlos poste-
riormente es el mismo chico. Es decir, estos
textos le sirven al maestro, al niño y a los pa-
dres para evaluar los progresos que va alcan-
zando a lo largo del año y, además, permiten al
chico volver a esas escrituras y efectuar un ver-
dadero trabajo de autocorrección. Una vez por
mes, o cuando el maestro lo considere adecua-
do, propondrá a los chicos que procedan a co-
rregir los trabajos marcados con la A. Como ca-
da trabajo será revisado varias veces, se sugeri-
rá que lo hagan cada vez con otro color y con
ese color pongan la fecha de la corrección en el
margen. Así quedarán también documentados
sus avances a través de lo que ya estén en con-
diciones de corregir. El maestro tomará la deci-
sión acerca de cuáles serán estos trabajos que él
no corregirá pero, por lo general, suelen ser los
textos literarios, que habitualmente son muy ex-
tensos. Los chicos elaboran con frecuencia
cuentos larguísimos que demandan mucho
tiempo y esfuerzo, con resultados excelentes en
cuanto a su riqueza expresiva
que no siempre coincide con
la ortodoxia ortográfica. Si el
maestro corrige todos los
errores de esos textos que, en
muchos casos, son borradores
de otros que formarán parte
de proyectos de escritura de
textos en un contexto deter-
minado y con destinatarios
12
niño y tampoco es el nivel correcto en cuanto a
un punto terminal del proceso de aprendizaje.
Los chicos saben esto y no recurren a
esos textos posteriormente con la ex-
pectativa de encontrar adecuación or-
tográfica.
Decidimos que estos trabajos no
fueran corregidos por el maestro por
dos razones: por un lado, creemos
que no tiene mucho sentido obligar al
dueño de la carpeta o cuaderno siste-
mática y diariamente a reflexionar so-
bre errores que tal vez no hayan sido
cometidos por él; por otra parte, in-
tentamos aliviar la tarea del maestro
sin que eso influya negativamente en
el aprendizaje de sus alumnos.
Textos corregidos por el maestro
El tercer tipo de intervención corresponde a la
corrección ortográfica a cargo del maestro, que
suele cubrir la mayor parte de los trabajos de los
cuadernos y carpetas.
Por lo general son textos informativos: re-
súmenes, cuestionarios a los que los alumnos
pueden volver para estudiar, dictados, todas las
escrituras copiadas del pizarrón incluyendo fe-
chas, títulos, enunciados de problemas, etc. Es
muy importante que el maestro tome aquí todos
los recaudos para que no se le filtre ningún error
sin corregir, ya que el chico sabe que esos tex-
tos son absolutamente confiables desde la pers-
pectiva de la adecuación a la convención orto-
gráfica, de modo que si le surge alguna duda él
puede fijarse en esos textos con la certeza de
encontrar datos fidedignos.
A fin de que al alumno le queden claros los
señalamientos del docente, hemos acordado una
manera uniforme de marcar los errores1:
1) Los errores de ortografía literal se marcan de
la manera más frecuente: se subraya la letra
equivocada y se escribe la correcta.
2) Todos los otros errores se marcan tal como se
hace tradicionalmente, pero sin subrayar-
los: el maestro coloca las tildes omitidas y
tacha las que estén de más, escribe las ma-
yúsculas que falten, separa palabras si están
unidas y las une si hubo separaciones de
más.
Veamos un ejemplo preparado especial-
mente para ilustrar todas las posibilidades:
¿Qué debe hacer el alumno a partir de ahí?
Tenemos la certeza de que la corrección or-
tográfica carece de valor si no es seguida por
posteriores momentos de reflexión. Por esta ra-
zón, al comenzar el año el docente les explica
cómo corregirá y les pide que tracen, en la par-
te inferior de todas las páginas del cuaderno o
carpeta, una línea dejando dos renglones libres
(la cantidad es variable y se decidirá de acuer-
do con la cantidad de errores que cometa habi-
tualmente cada niño). Cada día, en sus casas,
los alumnos deberán revisar los trabajos corre-
gidos por el maestro y transcribir debajo de la
raya correctamente las palabras que hayan teni-
do errores literales –letras subrayadas por el
maestro– y reflexionar acerca de la razón posi-
ble del error: si es un caso que responda a una
regla que él ya conocía o no, si sabe que es un
caso particular y no recordó su escritura, etc.
Como después hay una sesión semanal de refle-
xión ortográfica en clase, tienen oportunidad de
poner en común lo que pensaron sobre los erro-
res. Tomamos la decisión de que transcriban
sólo los errores de ortografía literal a fin de
centrar principalmente la reflexión en esa pro-
blemática. De todos modos, el maestro utiliza
los textos corregidos para hacer también refle-
xión y sistematización de uso de mayúsculas,
acentuación, etcétera.
En el ejemplo del texto de los dinosaurios,
el niño transcribiría a pie de página:
territorio – vivieron – clases – herbívoros –
carnívoros – bípedos – conseguían – atacaban.
13
dan a criterios morfológicos (en el mismo ejem-
plo herbívoro, carnívoro o bípedo) y otras que
sean particulares de uso frecuente (vivir o cla -
se). Luego las irán clasificando en el pizarrón
para que quede claro que algunas escrituras res-
ponden a reglas ortográficas y otras no. Es de-
cir, en algunos casos se puede apelar a regulari-
dades para predecir la escritura de las palabras
y en otros esto no sucede. Finalmente, consig-
narán en los cuadernos el resultado de la siste-
matización a la que hayan arribado ese día.
Por ejemplo, si la docente hubiera seleccio-
nado herbívoro y carnívoro, territorio, conse -
guir,vivir y clase, la reflexión podría ser de es-
te tipo:
En el apartado siguiente se describe la ins-
tancia colectiva posterior de revisión y sistema-
tización, que pusimos a prueba y fuimos modi-
ficando durante más de diez años llegando a un
diseño simple que nos resulta de utilidad desde
la perspectiva didáctica.
¿Cómo sistematizamos en clase la
enseñanza de la ortografía literal?
Delia Lerner, en un artículo publicado por el
diario “Clarín” del 29 de febrero de 2004, plan-
tea que hay cuatro condiciones indispensables
para que los alumnos atribuyan sentido a la or-
tografía y asuman como propio el proyecto de
aprenderla: a) plantear los problemas ortográfi-
cos en el contexto de auténticas situaciones de
escritura; b) construir regularidades para orde-
nar el (aparente) caos ortográfico; c) reconstruir
las relaciones de la ortografía con otros aspec-
tos de la lengua; y d) recurrir a la etimología,
que implica reconocer que la ortografía de las
palabras tiene una historia.
Concuerdo absolutamente con estas afirma-
ciones. Es sólo en el marco de situaciones de
escritura de textos con un eventual lector –des-
tinatario– que la ortografía tiene sentido. Cono-
cer el “ropaje gráfico” de las palabras –defini-
ción que alguna vez propuso para la ortografía
la investigadora francesa Claire Blanche–Ben-
veniste– permite que el lector lea más rápida-
mente el texto y con menor cantidad de esfuer-
zo. En la escritura de textos que tendrán un des-
tinatario se presentan naturalmente problemas
ortográficos para investigar y los momentos
privilegiados para centrarse en la ortografía
suelen ser aquellos destinados a la revisión de
los textos producidos.
Pero, además, consideramos que la escuela
debe tener instancias de reflexión y sistematiza-
ción ortográficas que tengan su espacio propio.
Por esa razón, se fija un horario determinado
semanal para reflexionar con los alumnos sobre
las correcciones de la semana. Para ello, les pe-
dirá que le dicten las palabras que hayan ido
volcando debajo de la raya al pie de página. La
maestra seleccionará sólo diez o doce palabras
de las mencionadas por los niños, tomando el
recaudo de incluir algunas que respondan a re-
glas posicionales (por ejemplo, en el texto
transcripto sobre los dinosaurios serían la pala-
bra territorio o conseguían), otras que respon-
REFLEXIÓN ORTOGRÁFICA SEMANAL
Palabras con reglas:
• La terminación ABA de los verbos en pa-
sado como atacaba, se escriben con B.
(O bien, a partir de 4° año: la termina-
ción ABA del pretérito imperfecto de los
verbos terminados en AR se escribe con
B).
• La terminación ÍVORO que significa
"que se alimenta de", se escribe con V.
• Territorio se escribe con RR.
• GUE y GUI deben llevar U para que no
suene como jota.
Palabras sin reglas para recordar:
• Vivir, clase.
La reflexión ortográfica semanal se recua-
dra para poder ubicarla fácilmente cuando se la
quiere comparar con las de otras semanas. Es
interesante controlar con los chicos si en algu-
nas sistematizaciones hay casos que se repiten
mucho (especialmente las cuestiones posiciona-
les o morfológicas no muy complejas), para que
ellos tomen conciencia acerca de la dificultad
que están evidenciando para recordar esa regla
y piensen cómo solucionarlo.
14
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¿Cómo evaluamos los avances?
Respecto de la evaluación, estamos investigan-
do una alternativa diferente que incluye una si-
tuación permanente de autocontrol del desem-
peño ortográfico por parte de los niños. El per-
fil evaluador –calificador y des-calificador– vi-
gente en la Argentina no constituye una alterna-
tiva eficaz, ya que se trata de una instancia es-
trictamente cuantitativa que se rige por valores
absolutos: descontar un punto por cada letra in-
correcta.
Un buen instrumento para evaluar el rendi-
miento de un sujeto debe permitir:
a) Apreciar no sólo lo que el niño ignora sino
también lo que sabe;
b) comparar el desempeño del niño con la difi-
cultad que presenta la tarea;
c) comparar los diferentes desempeños de un
mismo niño a lo largo de la escolaridad; y
d) comparar los desempeños de diferentes ni-
ños.
La calificación de 1 a 10 no cumplimenta
ninguno de los cuatro requisitos:
a) Si no sabemos cuántas posibilidades de error
presentaba el texto, no podemos evaluar qué
porcentaje de aciertos tuvo.
b) Si un niño comete tres errores es calificado
con un 7, independientemente de que la tarea
presente diez, quince o cincuenta posibilida-
des de error.
c) Si los textos que se usan en diferentes dicta-
dos presentan distinto nivel de dificultad, las
calificaciones de un niño no pueden ser com-
paradas en diferentes momentos del año o en
años sucesivos.
e) Muy vinculado con lo anterior, la institución
escolar tampoco puede comparar el desem-
peño ortográfico de niños de 4° año de pri-
maria con los de 7°. Inclusive es muy fre-
cuente que los textos seleccionados para los
años inferiores sean mucho más simples que
los de los superiores, razón por la cual el he-
cho de que un niño de 4º año obtenga una ca-
lificación de 8 en un dictado no necesaria-
mente va a implicar un mejor desempeño que
el evidenciado por un alumno de 7° que sea
calificado con un 6.
Si a esto le agregamos el hecho de que el
puntaje se compone también de los errores de
ortografía acentual (que está más devaluada que
la literal: cada tilde mal colocado vale sólo me-
dio punto), vemos que esa calificación es toda-
vía menos representativa de las dificultades rea-
les del alumno.
Por estas razones, hace aproximadamente
diez años iniciamos en el Colegio Alas de El
Palomar una alternativa diferente para controlar
el desempeño ortográfico literal y acentual de
los niños desde 4° año de EGB hasta el fin del
Polimodal. Esta evaluación se realiza tres veces
en el ciclo lectivo: al comienzo, mediados y fi-
nal del año, presentando en cada oportunidad el
mismo texto a todos los grupos. Los textos co-
rrespondientes a los tres dictados son diferentes
pero presentan equivalente nivel de dificultad.
Determinación de los errores
posibles en los textos a dictar
En cada ocasión se determina cuál es el 100%
de posibilidad de error y luego se compara el
desempeño del niño con ese dato, de modo que
la evaluación refleja el rendimiento en términos
relativos a la dificultad de la prueba. Esto nos
permite, asimismo, comparar el desempeño de
un mismo niño a lo largo del año y de toda su
escolaridad, como así también, el de diferentes
grupos de la misma escuela. Actualmente esta-
mos realizando esta experiencia en diferentes
instituciones a fin de poder comparar los datos
de distintas poblaciones.
15
Pautas para la evaluación de los dictados
El docente elabora un cuadro con los datos co-
rrespondientes a todos los alumnos, en el que se
consigna el desempeño correspondiente a los
tres dictados anuales.
Aspecto cuantitativo literal
Queda consignado en el casillero del cuadro a
través de un círculo pintado de determinado co-
lor que refleja el porcentaje de errores. Los co-
lores propuestos son los siguientes:
Ningún error (blanco)
Hasta 2% (blanco cruzado)
Hasta 5% (verde)
Hasta 10% (verde cruzado)
Hasta 20% (amarillo)
Hasta 30% (amarillo cruzado)
Hasta 50% (rojo)
Más de 50% (azul)
Aspectos ortográficos no literales
y caligráficos
En el casillero correspondiente, al lado del círcu-
lo con el color, se especifican cuestiones vincu-
ladas con dificultades en la caligrafía si el traza-
do de las letras dificulta la lectura, uso de ma-
yúsculas, separación entre palabras y separa-
ción de palabras al final del renglón. Los erro-
res posicionales tienen un doble registro: for-
man parte del porcentaje del ítem anterior y,
además, se explicitan en la parte blanca del ca-
sillero para que el alumno los tome en conside-
Cuando decidí plantear una alternativa que
permitiera saber no sólo cuánto ignora sino
también cuánto sabe un niño que comete erro-
res en un dictado, se me presentó el problema
de determinar cuáles serían las letras escogidas
para integrar el 100% de errores posibles en el
texto a dictar, porque no se trata de una cuestión
de ciencia exacta. Con la colaboración de do-
centes y especialmente de Adriana Gallo, direc-
tora y maestra de la Escuela Nuestro Lugar
–quien comenzó este año a utilizar esta alterna-
tiva evaluativa en su institución–, tomamos
ciertas decisiones que seguramente son arbitra-
rias pero resultan útiles y aplicables a diferentes
textos con cierta objetividad.
x El 100% de posibilidad de error incluye to-
das las restricciones no directas – posiciona-
les, morfológicas y particulares– que presen-
ten las palabras del texto, exceptuando la
conjunción ‘y’, la ‘r’ inicial y las ‘s’ de los
plurales.
x Computamos una sola vez los errores posi-
bles de una palabra cuando aparece repetida.
x Si aparecen palabras que pertenecen a la mis-
ma familia, se computa una sola vez la posi-
bilidad de error de la parte compartida (raíz),
pero se cuentan en cada caso los errores po-
sibles de las partes variables (morfemas deri-
vacionales y flexionales).
Pautas para la toma
de los dictados en clase
1. El maestro lee en voz alta el texto a ser dic-
tado y va trabajando con los alumnos su
significado, resolviendo conjuntamente los
problemas de comprensión del vocabulario.
2. El maestro dicta lentamente en función del
ritmo del grupo, con entonación normal, sin
hacer silencios entre palabras, especifican-
do los signos de puntuación.
3. Si los textos son breves, se dictan en un so-
lo día. Si son muy largos, se dictan en dos
días consecutivos en el segundo ciclo. El
profesor verá si eso es necesario en el tercer
ciclo. La intención es que el cansancio no
interfiera en el rendimiento.
16
ración como un conocimiento que debe estar
adquirido de 4° año en adelante. Ejemplo:
máticos en ese sentido (por ejemplo: fuerón, vi -
nierón, etcétera).
Decidimos hacer dos cuadros separados pa-
ra que al niño le quede claro cuáles son los as-
pectos ortográficos en los que debe centrar su
atención. Hay alumnos que no tienen problemas
en ortografía literal pero no otorgan la misma
significación al uso de tildes y es importante que
consideren también este aspecto de la escritura.
Cada alumno tiene en su cuaderno o carpe-
ta sus cuadros individuales de ortografía literal
y acentual de los tres dictados tomados durante
el año a fin de que pueda acceder de manera
gráfica e inmediata a una situación de autocono-
cimiento y autocontrol permanente. De esta ma-
nera los niños tienen más claro qué es lo que ya
dominan y sobre qué cuestiones deben trabajar
de manera más pormenorizada. Veamos como
ejemplo el cuadro individual de ortografía lite-
ral de Juan García:
MARZO JULIO NOVIEMBRE
Juan García RR, GUE.
Mayúsculas.
Caligrafía.
Sabrina Castillo Separación
al final del
renglón.
Este cuadro indica que Juan García cometió
entre 10 y 20% de errores en ortografía literal,
que no domina cuestiones posicionales como
RR y GUE, que tiene errores en el uso de ma-
yúsculas y que debe mejorar su caligrafía. En lo
que se refiere a Sabrina Castillo, cometió entre
un 2 y un 5% de errores en el uso de las letras y
no respetó la normativa de separación de pala-
bras al final del renglón.
Es interesante remarcar que la lectura de es-
te cuadro también nos permite apreciar los
aciertos: Juan respetó el 80% y Sabrina el 95%
de las convenciones que se refieren al uso de las
letras correctas de las palabras.
Aspectos ortográficos acentuales
Aunque este tema no está incluido en este artí-
culo, quiero anticipar de manera sintética que el
docente arma un cuadro separado para consig-
nar el uso de tildes. En este caso, el 100% de
errores posible se determina en función de las
tildes existentes en el texto. El porcentaje de
error se define en función de las omisiones y se
consigna con círculos de los mismos colores
usados en el cuadro de ortografía literal (sólo
determinamos el 10%, que coloreamos con ver-
de, el 30% con amarillo, el 50% con rojo y más
del 50% con azul, porque el total es mucho me-
nor que en el caso de la ortografía literal). En la
parte blanca del casillero se consigna si apare-
cen tildes de más y si se observan errores siste-
MARZO RR, GUE.
Mayúsculas. Caligrafía.
JULIO
NOVIEMBRE
17
Para terminar estos comentarios, quisiera
dar la palabra a Adriana Gallo, la colega que de-
cidió replicar este año en su escuela las secuen-
cias de reflexión y evaluación ortográfica ini-
ciadas, puestas a prueba y sistematizadas en el
Colegio Alas de El Palomar. Le pedí que sinte-
tizara lo esencial de su experiencia y ésta fue su
apreciación:
Los alumnos comparten con el docente la
expectativa de un proceso que apunta a la dis-
minución de la cantidad de errores (determina-
da por el color) y a la desaparición de anotacio-
nes en el casillero.
Comentarios finales
Llegados a este punto, debo confesar que me ha
costado escribir este artículo: no es fácil poner
en negro sobre blanco lo que es fácil explicar
personalmente. La escritura no permite repre-
guntar...
Hace mucho tiempo que estoy desarrollan-
do esta experiencia, compartiéndola y mejorán-
dola con maestros y directores. Muchos de ellos
habrán identificado en estas páginas el conteni-
do de instructivos caseros que fuimos elaboran-
do y que circularon en múltiples fotocopias.
Quiero aclarar que las tres evaluaciones
mencionadas no son las únicas que el docente
realiza. Cada maestro procede a dictar otros tex-
tos –que no son corregidos de esta manera– a fin
de ir monitoreando con mayor frecuencia el de-
sempeño ortográfico de sus alumnos y orientar
su tarea. Por otra parte, en el colegio Alas de Pa-
lomar se respeta la modalidad vigente de califi-
cación en todas las áreas, incluida Lengua. Las
evaluaciones descriptas constituyen un docu-
mento interno de la escuela que permite a do-
centes, padres y alumnos una visión más clara
de algunas cuestiones ortográficas.
El porcentaje de las restricciones particula-
res dentro del total posible de errores que pode-
mos cometer en ortografía literal nos conduce a
reflexionar sobre la enseñanza de las reglas. No
cabe duda acerca de que los niños deben cono-
cer las reglas ortográficas vinculadas con las
restricciones posicionales y morfológicas, so-
bre todo aquellas que no tengan excepciones o
éstas sean pocas, pero es igualmente cierto que
ese conocimiento –aun el de todas las reglas or-
tográficas– sólo garantiza la adecuación de me-
nos del 50% de los casos en que podemos fallar.
Entonces queda claro que no alcanza con
enseñar las reglas: se trata de resignificar la or-
tografía para que nuestros alumnos comprendan
que es un dato que ayuda al lector a compren-
der más rápidamente el mensaje y que valoriza
nuestro texto.
“La experiencia nos permitió ocuparnos más
sistemáticamente de la enseñanza de la ortogra-
fía. Con los maestros se realizaron varias reunio-
nes para: acordar cómo acompañar a los niños en
sus reflexiones ortográficas, conversar sobre el
abordaje específico del espacio de reflexión sema-
nal, analizar errores sistemáticos que se fueron
detectando. También se compartió con las fami-
lias cómo se abordaría la enseñanza de la orto-
grafía y de qué maneras podrían ayudar en casa.
Si bien se trata de una experiencia en curso
podemos adelantar que:
• Se registra en los niños un mayor compromiso
e interés por mejorar su desempeño ortográfico.
• Se han logrado resultados interesantes espe-
cialmente con relación a acentuación. Los
alumnos refieren que la organización de clases
para hacer foco sobre el tema y el revisar más
sistemáticamente carpetas y cuadernos de to-
das las áreas, ayudó a este crecimiento.
• La ortografía dejó de ser patrimonio exclusivo
del maestro de lengua. Los intercambios entre
maestros de distintas materias sobre problemas
ortográficos que iban detectando en los cursos
ayudaron a ajustar intervenciones.
• El cuadro síntesis donde se volcaron los resul-
tados de los dos primeros dictados tomados
hasta ahora resultó un buen instrumento. Per-
mitió a los grupos autoevaluar su desempeño, a
los docentes orientar su intervención y a los di-
rectores tener un panorama general de lo que
fue sucediendo en los diferentes grados. Vimos
a los niños consultar el cuadro más allá de sus
horas de clase y compartir información con ni-
ños de otros grados durante algún recreo. Pau-
la, alumna de séptimo grado, expresó: ‘El cua -
dro ayuda, conocer el porcentaje de error me ayu -
da a querer superame. Cuando leía un bien en
un dictado, sabía que había mucho por hacer pe -
ro quedaba ahí. Ahora puedo saber más precisa -
mente si voy superando problemas con lo acentual
o lo literal y pongo más ganas. Nos encanta ver
que al trabajar vamos logrando mejores colores.
Me parece que en general estamos bastante más
atentos que antes a lo ortográfico’. Muchos de
sus compañeros compartieron su comentario.”
18
Mi propósito al escribir este artículo fue
compartir con otros docentes nuestro intento de
unificar la corrección, sistematizar la reflexión
ortográfica y acercarnos a una posibilidad de
hacer observables los aciertos y dificultades de
nuestros alumnos en este dominio que sea útil
para los mismos niños, sus maestros y las auto-
ridades de las escuelas.
Considero que la alternativa de evaluación
que estamos construyendo no está exenta de
cierta complejidad, pero creo puede contribuir a
mejorar lo que existe actualmente en nuestras
escuelas. El camino a transitar seguramente se-
rá largo y trabajoso: acepto con gusto compañía
y sugerencias para mejorar mi propuesta.
Nota
1. Hemos descartado las alternativas de que el
maestro sólo haga una marca y sea el niño quien
corrige porque no han demostrado ser funciona-
les. Cuando el problema es caligráfico, el maes-
tro hace un círculo alrededor de la palabra, para
que el alumno sepa que allí el problema no es or-
tográfico y que tiene que aprender a trazar bien
las letras. En hojas aparte, al final del cuaderno
(o de la carpeta a partir de 4° año) el alumno
practica las palabras cuya escritura sea ambigua
o no legible.
Notas bibliográficas
Coulmas, F. (1996) “Superación de la diglosia: el
acercamiento del japonés escrito y hablado en el
siglo XIX.” En Nina Catach (comp.) Hacia una
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Gomes de Morais, A. (1994) “Representaciones in-
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Lemle, M. (1987) Guía teórica do alfabetizador.
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Lerner, D.; M. Torres e H.Weitzman de Levy (2004)
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de escritura y de las reglas fonográficas contex-
tuales. Uso de mayúsculas en los sustantivos pro-
pios.” Prácticas del Lenguaje. Material para el
docente. Grado de Aceleración 4º/5º. Primer bi-
mestre. “Proyecto de conformación de grados de
aceleración”, Dirección de Planeamiento, Secre-
taría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autó-
noma de Buenos Aires, p. 19-24.
Lerner, D.; M. Torres e H. Weitzman de Levy (2004)
“Ortografía de las formas del pretérito imperfecto
de modo Indicativo.” Prácticas del Lenguaje.
Material para el docente. Grado de Aceleración
4º/5º. Segundo bimestre. “Proyecto de conforma-
ción de grados de aceleración”, Dirección de Pla-
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Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S.
Lobello (2004) “Parentescos lexicales.” Prácti-
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Grado de Aceleración 4º/5º. Tercer bimestre.
“Proyecto de conformación de grados de acelera-
ción”, Dirección de Planeamiento, Secretaría de
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19
Matteoda, M.C. (2004) “La cuestión del aprendiza-
je en el dominio ortográfico.” En A. Vázquez y
M.C. Matteoda, Escribir en la escuela. Córdoba,
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Matteoda, M.C. (2005) “Aprender ortografía: nue-
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Ribeiro Moreira, N. y C. Pontecorvo (1996) “Cha-
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currículum. Barcelona: ICE-HORSORI.
Vaca, J. (1996) “Conocimiento ortográfico y proce-
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Lobello (2004) “Mayúsculas. Ortografía literal.”
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cente. Grado de Aceleración 4º/5º. Cuarto bi-
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Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S.
Lobello (2004) “Fichas de ortografía.” Prácticas
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ción de grados de aceleración”, Dirección de Pla-
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la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S.
Lobello (2004) “Revisión colectiva de escrituras
realizadas por otros alumnos de 6º grado.” Prác-
ticas del Lenguaje. Material para el docente.
Grado de Aceleración 6º/7º. Primer bimestre.
“Proyecto de conformación de grados de acelera-
ción”, Dirección de Planeamiento, Secretaría de
Educación, Gobierno de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, p. 56-61.
Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S.
Lobello (2004) “Uso del diccionario.” Prácticas
del Lenguaje. Material para el docente. Grado
de Aceleración 6º/7º. Tercer bimestre. “Proyecto
de conformación de grados de aceleración”, Di-
rección de Planeamiento, Secretaría de Educa-
ción, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Bue-
nos Aires, p. 35-37.
20
(Se escriben en el pizarrón las siguientes
palabras: films, gags, Laurel y Hardy.)
100% de errores: 102
Hasta 2%: 1 y 2 errores
Hasta 5%: Entre 3 y 5 errores
Hasta 10%: Entre 6 y 10 errores
Hasta 20%: Entre 11 y 20 errores
Hasta 30%: Entre 21 y 31 errores
Hasta 50%: Entre 32 y 51 errores
Más del 50: 52 errores o más.
Subrayamos con línea fina las palabras que
corresponden a repeticiones a fin de ayudar al
docente a ubicar casos en que el alumno puede
fallar aunque no lo haya hecho en la aparición
inicial de la palabra, en la que las posibilidades
de error están marcadas con negrita y subrayado.
Este artículo fue presentado para su publicación en
julio de 2005 a solicitud de la Directora de la revista.
Quiero incluir un agradecimiento muy es-
pecial para la Directora del Colegio Alas,
de El Palomar, Ana Pecorari de Artigue,
quien desde tantos años está poniendo to-
do su esfuerzo para mejorar la calidad de
la educación en el país.
ANEXO
PRIMER DICTADO DE 2005
LA RISA EN EL CINE
Hacer reír a alguien es fácil; divertir a cien personas exige mayor
destreza y habilidad, tanto como sentido del humor; pero conseguir que
millones de personas se rían en los cines de todo el mundo está reserva-
do a los genios de la comicidad.
El humor en la pantalla es especialmente difícil, porque los cómicos
no pueden cambiar los “gags” (rápidas escenas humorísticas) para com-
placer al público, como hacen en un teatro o en un club. Chaplin fue in-
dudablemente la estrella favorita del cine mudo. Los espectadores dis-
frutaban una y otra vez la exhibición de sus films inolvidables. En esa
época las películas eran breves comedias burlescas y los efectos de risa
consistían en bofetadas, trompadas, golpes y caídas aparatosas.
La llegada del cine sonoro permitió a los comediantes entretener a
los espectadores con bromas y chistes que habían ensayado durante
años en los escenarios. Laurel y Hardy, el gordo y el flaco, trabajaron
juntos muchos años y constituyeron una brillante pareja de cómicos.
Muchos grandes romances tuvieron finales trágicos y varias heroí-
nas terminaban muriendo felices en brazos de su amado. En cambio, los
musicales complacían a todos y el público regresaba a sus hogares sil-
bando las canciones.
21
PEDIDOS A:
Asociación Internacional de Lectura
Lavalle 2116, 8o
B
C1051ABH Buenos Aires, Argentina
Telefax: 4953-3211
Fax: (54-11) 4951-7508
E-mail: lecturayvida@ira.org.ar
CCDD--RRoomm
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Cómo enseñar, corregir y evaluar ortografía de nuestros alumnos y no morir en el intento

  • 1. ANA MARÍA KAUFMAN Investigadora. Docente de la Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires, Argentina. CÓMO ENSEÑAR, CORREGIR Y EVALUAR LA ORTOGRAFÍA DE NUESTROS ALUMNOS... Y NO MORIR EN EL INTENTO Pablo: A mí me parece bien que hola se escri- ba con hache, porque ola sin hache quiere decir otra cosa. Pero, ¿por qué hay que ponerle hache a hamaca si hamaca sin ha- che no significa otra cosa?Y con hormiga pasa lo mismo... Maestra: A ver... Si sabemos que hormiga se escribe con hache, ¿cómo se escribirá hormiguero? Varios: Con hache. Maestra: ¿Y hormiguita? Pablo (interrumpiendo con impaciencia): Sí, sí... si yo sé que hormiga va con hache ya sé que hormiguero y hormiguita van a ir con hache. Pero... ¿cómo hago para saber que hormiga va con hache? Sebastián (sonriendo): Mirá, Pablo, es muy fácil. Vos ahora te fijás bien que hormiga va con hache y después, cada vez que ten- gas que escribir hormiga... lo ponés con hache.
  • 2. Introducción Es posible que el lector sonría al leer el diálogo que encabeza este trabajo, sobre todo si es do- cente y ha prestado atención a sus alumnos cuando hablan entre ellos acerca de los “capri- chos” de nuestra norma ortográfica. En este úl- timo caso, recordará también haber escuchado opiniones similares a las de Pablo y Sebastián, ambos de siete años de edad. ¿A qué responde la postura de Pablo? Él considera que la ortografía tiene sentido cuando está reflejando cuestiones semánticas: si dos pa- labras suenan igual pero tienen diferente signifi- cado, deben escribirse de diferente manera. Es verdad que, en algunos casos, la norma ortográ- fica indica cómo “marcar” diferencias de signi- ficados: tubo/tuvo, cayó/calló, bello/vello. Pero no en todos. Por ejemplo, eso no sucede con lla - ma, del verbo llamar, llama como lengua de fue- go y llama, animal cuya lana es muy apreciada... La respuesta de Sebastián tampoco es anto- jadiza. En muchas situaciones, la ortografía no se relaciona con aspectos morfológicos, semán- ticos ni sintácticos del lenguaje, sino que refle- ja una etimología particular, que sólo corres- ponde a una palabra. El escritor, entonces, no puede apelar a regularidades de ningún tipo y el único recurso que tiene para saber cómo se es- cribe esa palabra es... fijándose bien cuál es la ortografía correcta y después recordarla cada vez que la escriba... tal como dijo Sebastián. Puede ser interesante, asimismo, prestar atención a la intervención de la maestra. Ella in- tenta poner algo de orden frente a una cuestión que parece caótica: recordar la escritura correc- ta de una palabra cuya ortografía no responde a ninguna regla generalizable a otras palabras, si- tuación diferente de las que, por ejemplo, perte- necen a la misma clase y tienen la misma termi- nación –caso de los adjetivos terminados en ivo e iva, etc.– y trata de rescatar que, aún en esos casos particulares, algo puede inferirse: otras palabras que tengan parentesco léxico, es decir, que pertenezcan a la misma familia, comparti- rán también la ortografía de la raíz. No parece sencilla la cuestión... Y no lo es. Si bien nuestro sistema de escritura tiene una base alfabética, está muy lejos de ser pura- mente alfabético. En realidad son muy pocas las letras que cumplen con el precepto de la alfabe- ticidad vinculado con esa relación biunívoca es- tricta entre un fonema (y sólo uno) y un grafe- ma (y sólo uno). Ya veremos más adelante cuán pocas... De modo que al docente de primer año se le presenta una situación casi paradójica que po- dríamos describir de la siguiente manera: x Si recibe niños que ingresan sin haber com- prendido la relación entre nuestro sistema de escritura y la sonoridad del lenguaje, intenta orientarlos en esa dirección. Dicha orienta- ción suele estar nutrida de preguntas como éstas: “¿Como cuál otra palabra te suena ‘mariposa’?” o “¿Te parece que ‘Luciana’ empieza igual que ‘lunes’, que suenan igual?”. x En determinado momento, e intentando re- solver problemas que su propia escritura le presenta (Vernon, 1986), esos alumnos lle- gan a relacionar la escritura con la sonoridad de manera sistemática, primero suponiendo que cada letra representa una sílaba (hipóte- sis silábica) y luego relacionando letras y fo- nemas (hipótesis alfabética) (Ferreiro, 1990). A esa altura, el maestro suspira aliviado pen- sando que su misión está cumplida. x Pero los problemas no se acaban. Es más, hay algunos que recién comienzan... En ese nivel de escritura, los chicos creen que nuestro sistema es puramente alfabético, como si consistiera en un código de transcrip- ción de sonidos en el que hay una relación pun- tual uno a uno entre letras y fonemas y como si el sistema no tuviera otros signos y relaciones entre sus elementos. La escritura que producen no tiene espacios entre las palabras, ni signos de puntuación, ni discriminación entre mayúsculas y minúsculas, ni tildes, y cada letra correspon- de a un solo sonido. Por ejemplo, una niña de este nivel de escritura escribió “CETEMEJORES” en una nota en la que le deseaba un pronto res- tablecimiento a una compañerita enferma (“Que te mejores”). Estas escrituras consideran lo que es estrictamente alfabético, sin compren- der que, si bien tiene una base alfabética, nues- tro sistema consta de muchísimos elementos que escapan a esa relación. Zapato y sapo tie-
  • 3. 8 nen la misma sonoridad inicial y llevan diferen- tes letras; las palabras hola y ola suenan igual y se escriben diferentes; no se aburra y no sea burra no difieren en la emisión sonora y los es- pacios entre las palabras representan cuestiones vinculadas con el significado; ¿cómo saber si llave se escribe de esa manera o de esta otra –yabe– sin alterar la emisión sonora correcta del castellano que se habla en la Argentina? Como puede advertirse, la ortografía inclu- ye muchos datos que no son reflejados por la so- noridad; incluye restricciones en el uso de las le- tras, las tildes, los espacios y los signos de pun- tuación que se vinculan con aspectos semánti- cos, sintácticos y pragmáticos del lenguaje. Los docentes deberán, entonces, ayudar a sus alumnos a abandonar la sonoridad de las palabras como el criterio fundamental para tomar decisiones cuando escriben y transi- tar otros caminos para poder ha- cerlo correctamente. Y ésa es la situación paradójica que mencionaba antes: los seña- lamientos que apuntan a “cómo suena” –que es co- rrecta cuando el niño toda- vía no advirtió las bases de nuestro sistema de escritu- ra– deberán ser reemplaza- dos por otros que recomien- den olvidarse de cómo suena y apelar a otras estrategias para respetar la norma ortográfica. Los docentes que alteran la pronun- ciación normal del castellano rioplatense para que sus alumnos respeten la ortografía al dicta- do (diferencian la sonoridad de B y V, de Y y LL, de Z y S) no advierten que ellos pueden ha- cerlo porque conocen la escritura de esas pala- bras, cosa que los alumnos ignoran. De este modo, cuando los niños intentan escribir en sus casas o producen en la escuela un texto por sí mismos, no recuerdan cómo era la pronuncia- ción artificial de su maestra y no tienen otras estrategias para tomar decisiones. Ahora bien, la norma ortográfica nos puede remitir a qué letras usar en determinada palabra, cuándo usar tildes, cuándo escribir con mayús- cula, dónde separar las palabras cuando finaliza el renglón, cómo definir los espacios en blanco que indican dónde comienza y termina una pa- labra, cómo usar la puntuación... Retomemos la conversación entre Pablo, Sebastián y su maes- tra que encabeza este texto: ¿a cuál de todos es- tos aspectos ortográficos se referían? Concreta- mente, a las letras que deben ser usadas en cada palabra, determinadas por la norma ortográfica. Como señalamos anteriormente, la ortogra- fía implica respetar restricciones que van mu- cho más allá del uso de las letras correctas. Si pensamos solamente en la escritura de ca- da palabra, encontraremos tres aspectos involu- crados: cuáles son las letras que corresponde usar –que a partir de aquí denominaremos “orto- grafía literal”–; si la palabra lleva tilde o no –or- tografía acentual–; y si debe usarse mayúscula en caso de que se trate de un nombre propio. Si extendemos esa frontera a la oración es- crita, deberá agregarse, a esos elementos, la separación entre palabras; la normati- va de separación de palabras al fi- nalizar un renglón; el uso de mayúscula al comienzo; y, también, la puntuación in- terna y final de la oración. Si, en cambio, consi- deramos como totalidad el texto, deberá añadirse, a los datos precedentes, la puntuación vinculada con lo textual: ¿cómo queda me- jor, con punto y seguido o aparte?, ¿en este otro pasaje, pongo punto y coma o punto y se- guido? En este artículo, describiremos brevemente una experiencia didáctica realizada durante los últimos quince años en el Colegio Alas de El Palomar, vinculada con la enseñanza, la correc- ción y la evaluación ortográfica. Por razones de espacio, nos limitaremos al tema de la ortogra- fía literal, es decir, el uso de las letras que la normativa indica para la escritura de las pala- bras en castellano, que era el centro de la discu- sión entre Pablo y Sebastián. ¿Cómo concebimos la ortografía literal? Las preocupaciones de los dos niños nos remi- ten a una serie de interrogantes. Algunos de ellos, muy conocidos por todos los docentes,
  • 4. 9 1. Restricciones directas Esta restricción se refiere a la relación biunívo- ca –uno y sólo un fonema para un grafema y só- lo ese grafema para el fonema– existente entre algunas letras y los fonemas. Sería el caso de la alfabeticidad estricta y es interesante advertir que son apenas seis las letras que cumplen con este requisito: A-E-O-F-T-L. Todos sabemos que hay algunas consonantes que comparten sonoridad con otras (S-Z-C; B-V; Y-LL; G-J; C-K-Q), otras que remiten a más de un fonema (C; G; la R según esté en posición inicial o entre vocales) y la H que no tiene soni- do cuando precede a una vocal (pero que revis- te una sonoridad particular cuando forma parte del dígrafo CH). Sin embargo, puede sorprendernos advertir que muchas otras letras participan de cuestiones si- milares. Si consideramos las vocales, la I comparte a ve- ces sonoridad con la Y (soy, rey, y) y la U no suena cuando está junto a la G (guerra, guinda) ni junto a la Q. En cuanto a las consonantes, la M y la N comparten sonoridad en palabras co- mo embudo y envase; la D no es pronunciada –tal vez apenas insinuada– al final de las pala- bras en el habla coloquial culta (libertad, igual - dad, sociedad) y la letra P comparte sonoridad con la B cuando precede a determinadas conso- nantes (por ejemplo, en optativo y obtuso). 2. Restricciones posicionales En algunos casos, la norma ortográfica deter- mina el uso de determinadas letras, que com- parten sonoridad con otra, en virtud de su posi- ción en la palabra. Por ejemplo, el uso de M an- tes de P y B; de N antes de V; de GUE y GUI si quiero que la G suene suave; de B (y no V) an- tes de cualquier consonante; el uso de B en to- das las palabras que comiencen con bu, bus, bur; la R sonará fuerte al comienzo de palabra (roca), pero si está entre vocales y también sue- na fuerte, deberé colocar RR (carro) y si no lo hago, sonará suave (caro); etc. Podemos ubicar en este tipo de restricciones muchas reglas orto- gráficas que sólo toman en consideración la po- sición del fonema y de la letra en la palabra. 3. Restricciones morfológicas Este tercer tipo de restricciones toma los morfe- mas y la categoría gramatical de las palabras son éstos: ¿cómo saber con cuáles letras debe escribirse cada palabra?; ¿puedo guiarme por la sonoridad de una palabra para desentrañar su ortografía?; ¿hay reglas que me indiquen cuán- do debo escribir ‘z’, ‘s’, o ‘c’? ; esas reglas, ¿cubren todas las palabras que incluyen el fone- ma /s/?; el uso de determinadas letras, ¿se rela- ciona siempre con el significado de las pala- bras, como en el caso mencionado por Pablo del uso de la ‘h’ en hola y ola? Durante muchos años nos hemos debatido en un falso dilema: enseñar o no enseñar las re- glas ortográficas. Esta opción se vinculaba con el hecho constatado cotidianamente de que mu- chos niños que no saben las reglas no cometen errores y otros que sí las conocen se equivocan frecuentemente; pero también sucede que niños que conocen las reglas tienen pocos errores (o ninguno) y compañeros que las ignoran se equi- vocan frecuentemente... En un texto de hace algunos años, en el que me ocupaba del tema ortográfico (Kaufman, 1998), mencioné que nos había resultado muy útil para la tarea didáctica conocer la tesis doc- toral de Artur Gomes de Morais, “Representa- ciones infantiles de la ortografía del portugués” (Morais, 2004), dirigida por Ana Teberosky. En el análisis de sus datos, Gomes de Mo- rais utiliza un esquema propuesto por M. Lem- le (1978). Este autor identificó y clasificó los distintos tipos de restricciones que presentan las relaciones entre fonemas y grafemas desde la perspectiva de la norma ortográfica en el portu- gués. Como las mismas restricciones gobiernan la escritura del castellano, comenzamos a utili- zar ese marco teórico que nos permitió por pri- mera vez considerar la ortografía literal en su totalidad. ¿Qué quiero decir con esto? Que has- ta ese momento, o encarábamos la enseñanza de la ortografía dentro del universo de reglas orto- gráficas, o focalizábamos aquellas palabras o expresiones que, si bien no se ajustan a reglas, pertenecen al vocabulario de uso frecuente. No contábamos con un esquema global que nos permitiera saber, por ejemplo, qué porcentaje de casos responden a reglas y qué porcentaje a cuestiones etimológicas o particulares dentro de la totalidad de errores posibles. La relación entre fonemas y grafemas, se- gún nuestra norma ortográfica, tiene restriccio- nes de cuatro tipos distintos que cubren la escri- tura de todas las palabras:
  • 5. 10 como criterio para definir qué letra corresponde poner (prefijos y sufijos; terminaciones verba- les como ABA, finalización IVO, IVA de los ad- jetivos, etcétera). Una gran cantidad de reglas ortográficas del español se incluyen en este ítem. Además de los ya mencionados, en los que la ortografía unifi- ca semejanzas morfosintácticas, podríamos con- siderar dentro de esta categoría otros casos en los que se homologan semejanzas semánticas, como es el caso de las familias de palabras: las palabras que pertenecen a la misma familia –que comparten la raíz– van a compartir tam- bién la escritura. 4. Restricciones particulares o léxicas Estas restricciones rigen sólo para cada caso particular y se vinculan con razones etimológi- cas, por ejemplo: hacer, vez, boca, serpiente, etc. Entrarían en esta categoría aquellos casos en que la ortografía refleja diferenciaciones se- mánticas, como es el caso de las palabras ho- mófonas no homógrafas (parónimos). Recapitulando, podemos advertir que el uso de algunas letras (por ejemplo B en bla, ble, bli, blo, blu) se debe a su posición en la palabra, es decir si está al comienzo, o entre determinadas letras, etc. En otros casos, la decisión de cuál le- tra va en una palabra, además de tomar en cuen- ta la posición, se relaciona con cuestiones mor - fológicas o gramaticales, por ejemplo, los adje- tivos terminados en ivo o iva llevan V; el preté- rito imperfecto de los verbos terminados en ar llevan B, como cantaba o jugaba. Finalmente, algunas palabras no responden a una normativa que se pueda aplicar a otras: son casos particu - lares y su escritura se vincula con cuestiones eti- mológicas. Por ejemplo: ¿por qué “vaca” va con V?, ¿por qué “boca” va con B? Gomes de Mo- rais sostiene que escribir correctamente estas pa- labras responde a un comportamiento estricta- mente reproductivo, tal como sostenía Sebastián en la conversación que inicia este artículo. De todos modos, es importante enseñar a los alumnos a “navegar” por los distintos tipos de restricciones e inferir la escritura de algunas palabras. Por ejemplo, si yo no sé si NUBE va con V o con B, puedo relacionarla con la pala- bra NUBLADO, que pertenece a la misma fami- lia (morfológicamente comparten la raíz) y, co- mo por una cuestión posicional la V no puede anteceder a la L, puedo tener la certeza de que va con B. Todos alguna vez hemos dudado acer- ca de cómo escribir NECESIDAD, aun sabiendo que en una de las sílabas va una C y en la otra una S ¿Qué hacemos, entonces? Pensamos en la palabra NECESARIO, de la misma familia, que nos permite tomar la decisión correcta en virtud de la sonoridad. Analizando diferentes textos y clasificando las palabras en función de los tipos de restric- ciones, surgió un dato muy interesante: más del 50% de las restricciones no directas son parti- culares. Marta Raventos, en una tesis de Maes- tría sobre “Ortografía de adultos letrados” que elaboró bajo mi dirección, encontró que el 54% de las restricciones no directas del texto que dictó eran particulares y el 46% restante se re- partía de la siguiente manera: el 24% era posi- cional y el 22%, morfológico. Esta distribución es la habitual en la mayoría de los textos escri- tos en castellano. Los resultados de la investigación de Gomes de Morais constituyen un aporte interesante pa- ra comprender el pensamiento de los niños y pa- ra encarar la enseñanza de la ortografía en el au- la con mayores certidumbres y criterios ordena- dores. Él comprobó que los niños incorporan las restricciones posicionales más fácilmente que las morfológicas y esto era esperable porque es- tas últimas implican una reflexión gramatical so- bre la lengua. No obstante, esto no debe hacer- nos caer en el facilismo de plantear expectativas de logro que apunten, por ejemplo, a garantizar en primer ciclo sólo el conocimiento de las res- tricciones posicionales. Los niños deben ir cono- ciendo también la escritura de palabras de uso frecuente con restricciones particulares desde que trascienden la alfabeticidad del sistema y en tercer año incluir alguna restricción morfológica sencilla como, por ejemplo, la terminación aba del pretérito imperfecto de los verbos. ¿Cómo corregimos los trabajos? La corrección ortográfica de los cuadernos sue- le ser motivo de incertidumbres y conflictos. Muchos maestros me han comentado que, en al- gunos momentos, deciden no corregir demasia- do para no desanimar al niño pero, en otros, lo hacen de manera exhaustiva. Este accionar con- funde a los alumnos y a los padres.
  • 6. 11 específicos (cuyo producto final sí será corregi- do hasta sus últimas consecuencias), los niños terminan restringiendo significativamente la longitud de sus producciones porque saben que, si escriben menos, tendrán menos errores mar- cados. La decisión de no corregir estos textos tiene que ver, entonces, con una triple motivación. Una es su valor testimonial. La segunda razón se vincula con no desanimar a los chicos y per- mitirles escribir textos sin el fantasma de la or- tografía presente todo el tiempo. La tercera ra- zón, ya mencionada, es dar la posibilidad de proceder a múltiples autocorrecciones posterio- res: hemos comprobado que a los niños les pro- duce mucho placer ir descubriendo y corrigien- do sus propios errores. Intervención de otros compañeros En los cuadernos o carpetas pueden aparecer trabajos realizados en parejas, en equipos o bien individualmente pero que hayan sido corregi- dos con algún compañero. Quiero aclarar este último tipo de situación. Durante mucho tiempo propiciamos que los alumnos corrigieran sus trabajos unos a otros, situación que trajo múlti- ples conflictos porque, en muchos casos, los “correctores” también cometían errores... Por esta razón decidimos que hicieran trabajos de co-corrección, que consiste en lo siguiente: cuando los alumnos terminan de escribir deter- minados textos de manera individual, se juntan en parejas y revisan entre ambos el trabajo de cada uno. De este modo, el que lo hizo puede escuchar la justificación de las correcciones su- geridas por el compañero y decide si hará las modificaciones señaladas o no. Todos los trabajos en los que intervienen otros compañeros como co-autores o correctores se marcan con una C, que correspondería a ini- cialar un trabajo grupal o compartido, y no son corregidos por el maestro. En- tonces, cuando vemos trabajos marcados con una C sabemos que puede tratarse de un traba- jo hecho en equipo, o bien he- cho individualmente pero pos- teriormente trabajado con otro compañero para su corrección, etc. Esta C implica que el nivel de esa producción no es el del En nuestra experiencia, después de poner a prueba diferentes opciones, optamos por utili- zar tres modalidades diferentes de intervención en lo que se refiere a la corrección ortográfica de cuadernos o carpetas. Transcribiremos a continuación los linea- mientos y la fundamentación de estas modalida- des porque consideramos que niños, padres y maestros deben saber quién corrige, cómo se co- rrige, por qué se toman estas decisiones y qué se hace posteriormente con los errores cometidos. Los tres tipos diferentes de intervención en la corrección son los siguientes: Autocorrección Algunos trabajos quedan tal como el chico los hizo. Estos trabajos son testimonio del nivel del autor en el momento de su realización. Se mar- carán con una A (inicial de “autocorrección”). El único que tiene derecho a corregirlos poste- riormente es el mismo chico. Es decir, estos textos le sirven al maestro, al niño y a los pa- dres para evaluar los progresos que va alcan- zando a lo largo del año y, además, permiten al chico volver a esas escrituras y efectuar un ver- dadero trabajo de autocorrección. Una vez por mes, o cuando el maestro lo considere adecua- do, propondrá a los chicos que procedan a co- rregir los trabajos marcados con la A. Como ca- da trabajo será revisado varias veces, se sugeri- rá que lo hagan cada vez con otro color y con ese color pongan la fecha de la corrección en el margen. Así quedarán también documentados sus avances a través de lo que ya estén en con- diciones de corregir. El maestro tomará la deci- sión acerca de cuáles serán estos trabajos que él no corregirá pero, por lo general, suelen ser los textos literarios, que habitualmente son muy ex- tensos. Los chicos elaboran con frecuencia cuentos larguísimos que demandan mucho tiempo y esfuerzo, con resultados excelentes en cuanto a su riqueza expresiva que no siempre coincide con la ortodoxia ortográfica. Si el maestro corrige todos los errores de esos textos que, en muchos casos, son borradores de otros que formarán parte de proyectos de escritura de textos en un contexto deter- minado y con destinatarios
  • 7. 12 niño y tampoco es el nivel correcto en cuanto a un punto terminal del proceso de aprendizaje. Los chicos saben esto y no recurren a esos textos posteriormente con la ex- pectativa de encontrar adecuación or- tográfica. Decidimos que estos trabajos no fueran corregidos por el maestro por dos razones: por un lado, creemos que no tiene mucho sentido obligar al dueño de la carpeta o cuaderno siste- mática y diariamente a reflexionar so- bre errores que tal vez no hayan sido cometidos por él; por otra parte, in- tentamos aliviar la tarea del maestro sin que eso influya negativamente en el aprendizaje de sus alumnos. Textos corregidos por el maestro El tercer tipo de intervención corresponde a la corrección ortográfica a cargo del maestro, que suele cubrir la mayor parte de los trabajos de los cuadernos y carpetas. Por lo general son textos informativos: re- súmenes, cuestionarios a los que los alumnos pueden volver para estudiar, dictados, todas las escrituras copiadas del pizarrón incluyendo fe- chas, títulos, enunciados de problemas, etc. Es muy importante que el maestro tome aquí todos los recaudos para que no se le filtre ningún error sin corregir, ya que el chico sabe que esos tex- tos son absolutamente confiables desde la pers- pectiva de la adecuación a la convención orto- gráfica, de modo que si le surge alguna duda él puede fijarse en esos textos con la certeza de encontrar datos fidedignos. A fin de que al alumno le queden claros los señalamientos del docente, hemos acordado una manera uniforme de marcar los errores1: 1) Los errores de ortografía literal se marcan de la manera más frecuente: se subraya la letra equivocada y se escribe la correcta. 2) Todos los otros errores se marcan tal como se hace tradicionalmente, pero sin subrayar- los: el maestro coloca las tildes omitidas y tacha las que estén de más, escribe las ma- yúsculas que falten, separa palabras si están unidas y las une si hubo separaciones de más. Veamos un ejemplo preparado especial- mente para ilustrar todas las posibilidades: ¿Qué debe hacer el alumno a partir de ahí? Tenemos la certeza de que la corrección or- tográfica carece de valor si no es seguida por posteriores momentos de reflexión. Por esta ra- zón, al comenzar el año el docente les explica cómo corregirá y les pide que tracen, en la par- te inferior de todas las páginas del cuaderno o carpeta, una línea dejando dos renglones libres (la cantidad es variable y se decidirá de acuer- do con la cantidad de errores que cometa habi- tualmente cada niño). Cada día, en sus casas, los alumnos deberán revisar los trabajos corre- gidos por el maestro y transcribir debajo de la raya correctamente las palabras que hayan teni- do errores literales –letras subrayadas por el maestro– y reflexionar acerca de la razón posi- ble del error: si es un caso que responda a una regla que él ya conocía o no, si sabe que es un caso particular y no recordó su escritura, etc. Como después hay una sesión semanal de refle- xión ortográfica en clase, tienen oportunidad de poner en común lo que pensaron sobre los erro- res. Tomamos la decisión de que transcriban sólo los errores de ortografía literal a fin de centrar principalmente la reflexión en esa pro- blemática. De todos modos, el maestro utiliza los textos corregidos para hacer también refle- xión y sistematización de uso de mayúsculas, acentuación, etcétera. En el ejemplo del texto de los dinosaurios, el niño transcribiría a pie de página: territorio – vivieron – clases – herbívoros – carnívoros – bípedos – conseguían – atacaban.
  • 8. 13 dan a criterios morfológicos (en el mismo ejem- plo herbívoro, carnívoro o bípedo) y otras que sean particulares de uso frecuente (vivir o cla - se). Luego las irán clasificando en el pizarrón para que quede claro que algunas escrituras res- ponden a reglas ortográficas y otras no. Es de- cir, en algunos casos se puede apelar a regulari- dades para predecir la escritura de las palabras y en otros esto no sucede. Finalmente, consig- narán en los cuadernos el resultado de la siste- matización a la que hayan arribado ese día. Por ejemplo, si la docente hubiera seleccio- nado herbívoro y carnívoro, territorio, conse - guir,vivir y clase, la reflexión podría ser de es- te tipo: En el apartado siguiente se describe la ins- tancia colectiva posterior de revisión y sistema- tización, que pusimos a prueba y fuimos modi- ficando durante más de diez años llegando a un diseño simple que nos resulta de utilidad desde la perspectiva didáctica. ¿Cómo sistematizamos en clase la enseñanza de la ortografía literal? Delia Lerner, en un artículo publicado por el diario “Clarín” del 29 de febrero de 2004, plan- tea que hay cuatro condiciones indispensables para que los alumnos atribuyan sentido a la or- tografía y asuman como propio el proyecto de aprenderla: a) plantear los problemas ortográfi- cos en el contexto de auténticas situaciones de escritura; b) construir regularidades para orde- nar el (aparente) caos ortográfico; c) reconstruir las relaciones de la ortografía con otros aspec- tos de la lengua; y d) recurrir a la etimología, que implica reconocer que la ortografía de las palabras tiene una historia. Concuerdo absolutamente con estas afirma- ciones. Es sólo en el marco de situaciones de escritura de textos con un eventual lector –des- tinatario– que la ortografía tiene sentido. Cono- cer el “ropaje gráfico” de las palabras –defini- ción que alguna vez propuso para la ortografía la investigadora francesa Claire Blanche–Ben- veniste– permite que el lector lea más rápida- mente el texto y con menor cantidad de esfuer- zo. En la escritura de textos que tendrán un des- tinatario se presentan naturalmente problemas ortográficos para investigar y los momentos privilegiados para centrarse en la ortografía suelen ser aquellos destinados a la revisión de los textos producidos. Pero, además, consideramos que la escuela debe tener instancias de reflexión y sistematiza- ción ortográficas que tengan su espacio propio. Por esa razón, se fija un horario determinado semanal para reflexionar con los alumnos sobre las correcciones de la semana. Para ello, les pe- dirá que le dicten las palabras que hayan ido volcando debajo de la raya al pie de página. La maestra seleccionará sólo diez o doce palabras de las mencionadas por los niños, tomando el recaudo de incluir algunas que respondan a re- glas posicionales (por ejemplo, en el texto transcripto sobre los dinosaurios serían la pala- bra territorio o conseguían), otras que respon- REFLEXIÓN ORTOGRÁFICA SEMANAL Palabras con reglas: • La terminación ABA de los verbos en pa- sado como atacaba, se escriben con B. (O bien, a partir de 4° año: la termina- ción ABA del pretérito imperfecto de los verbos terminados en AR se escribe con B). • La terminación ÍVORO que significa "que se alimenta de", se escribe con V. • Territorio se escribe con RR. • GUE y GUI deben llevar U para que no suene como jota. Palabras sin reglas para recordar: • Vivir, clase. La reflexión ortográfica semanal se recua- dra para poder ubicarla fácilmente cuando se la quiere comparar con las de otras semanas. Es interesante controlar con los chicos si en algu- nas sistematizaciones hay casos que se repiten mucho (especialmente las cuestiones posiciona- les o morfológicas no muy complejas), para que ellos tomen conciencia acerca de la dificultad que están evidenciando para recordar esa regla y piensen cómo solucionarlo.
  • 9. 14 VISITE NUESTRO SITIO WEB http://www.lecturayvida.org.ar ¿Cómo evaluamos los avances? Respecto de la evaluación, estamos investigan- do una alternativa diferente que incluye una si- tuación permanente de autocontrol del desem- peño ortográfico por parte de los niños. El per- fil evaluador –calificador y des-calificador– vi- gente en la Argentina no constituye una alterna- tiva eficaz, ya que se trata de una instancia es- trictamente cuantitativa que se rige por valores absolutos: descontar un punto por cada letra in- correcta. Un buen instrumento para evaluar el rendi- miento de un sujeto debe permitir: a) Apreciar no sólo lo que el niño ignora sino también lo que sabe; b) comparar el desempeño del niño con la difi- cultad que presenta la tarea; c) comparar los diferentes desempeños de un mismo niño a lo largo de la escolaridad; y d) comparar los desempeños de diferentes ni- ños. La calificación de 1 a 10 no cumplimenta ninguno de los cuatro requisitos: a) Si no sabemos cuántas posibilidades de error presentaba el texto, no podemos evaluar qué porcentaje de aciertos tuvo. b) Si un niño comete tres errores es calificado con un 7, independientemente de que la tarea presente diez, quince o cincuenta posibilida- des de error. c) Si los textos que se usan en diferentes dicta- dos presentan distinto nivel de dificultad, las calificaciones de un niño no pueden ser com- paradas en diferentes momentos del año o en años sucesivos. e) Muy vinculado con lo anterior, la institución escolar tampoco puede comparar el desem- peño ortográfico de niños de 4° año de pri- maria con los de 7°. Inclusive es muy fre- cuente que los textos seleccionados para los años inferiores sean mucho más simples que los de los superiores, razón por la cual el he- cho de que un niño de 4º año obtenga una ca- lificación de 8 en un dictado no necesaria- mente va a implicar un mejor desempeño que el evidenciado por un alumno de 7° que sea calificado con un 6. Si a esto le agregamos el hecho de que el puntaje se compone también de los errores de ortografía acentual (que está más devaluada que la literal: cada tilde mal colocado vale sólo me- dio punto), vemos que esa calificación es toda- vía menos representativa de las dificultades rea- les del alumno. Por estas razones, hace aproximadamente diez años iniciamos en el Colegio Alas de El Palomar una alternativa diferente para controlar el desempeño ortográfico literal y acentual de los niños desde 4° año de EGB hasta el fin del Polimodal. Esta evaluación se realiza tres veces en el ciclo lectivo: al comienzo, mediados y fi- nal del año, presentando en cada oportunidad el mismo texto a todos los grupos. Los textos co- rrespondientes a los tres dictados son diferentes pero presentan equivalente nivel de dificultad. Determinación de los errores posibles en los textos a dictar En cada ocasión se determina cuál es el 100% de posibilidad de error y luego se compara el desempeño del niño con ese dato, de modo que la evaluación refleja el rendimiento en términos relativos a la dificultad de la prueba. Esto nos permite, asimismo, comparar el desempeño de un mismo niño a lo largo del año y de toda su escolaridad, como así también, el de diferentes grupos de la misma escuela. Actualmente esta- mos realizando esta experiencia en diferentes instituciones a fin de poder comparar los datos de distintas poblaciones.
  • 10. 15 Pautas para la evaluación de los dictados El docente elabora un cuadro con los datos co- rrespondientes a todos los alumnos, en el que se consigna el desempeño correspondiente a los tres dictados anuales. Aspecto cuantitativo literal Queda consignado en el casillero del cuadro a través de un círculo pintado de determinado co- lor que refleja el porcentaje de errores. Los co- lores propuestos son los siguientes: Ningún error (blanco) Hasta 2% (blanco cruzado) Hasta 5% (verde) Hasta 10% (verde cruzado) Hasta 20% (amarillo) Hasta 30% (amarillo cruzado) Hasta 50% (rojo) Más de 50% (azul) Aspectos ortográficos no literales y caligráficos En el casillero correspondiente, al lado del círcu- lo con el color, se especifican cuestiones vincu- ladas con dificultades en la caligrafía si el traza- do de las letras dificulta la lectura, uso de ma- yúsculas, separación entre palabras y separa- ción de palabras al final del renglón. Los erro- res posicionales tienen un doble registro: for- man parte del porcentaje del ítem anterior y, además, se explicitan en la parte blanca del ca- sillero para que el alumno los tome en conside- Cuando decidí plantear una alternativa que permitiera saber no sólo cuánto ignora sino también cuánto sabe un niño que comete erro- res en un dictado, se me presentó el problema de determinar cuáles serían las letras escogidas para integrar el 100% de errores posibles en el texto a dictar, porque no se trata de una cuestión de ciencia exacta. Con la colaboración de do- centes y especialmente de Adriana Gallo, direc- tora y maestra de la Escuela Nuestro Lugar –quien comenzó este año a utilizar esta alterna- tiva evaluativa en su institución–, tomamos ciertas decisiones que seguramente son arbitra- rias pero resultan útiles y aplicables a diferentes textos con cierta objetividad. x El 100% de posibilidad de error incluye to- das las restricciones no directas – posiciona- les, morfológicas y particulares– que presen- ten las palabras del texto, exceptuando la conjunción ‘y’, la ‘r’ inicial y las ‘s’ de los plurales. x Computamos una sola vez los errores posi- bles de una palabra cuando aparece repetida. x Si aparecen palabras que pertenecen a la mis- ma familia, se computa una sola vez la posi- bilidad de error de la parte compartida (raíz), pero se cuentan en cada caso los errores po- sibles de las partes variables (morfemas deri- vacionales y flexionales). Pautas para la toma de los dictados en clase 1. El maestro lee en voz alta el texto a ser dic- tado y va trabajando con los alumnos su significado, resolviendo conjuntamente los problemas de comprensión del vocabulario. 2. El maestro dicta lentamente en función del ritmo del grupo, con entonación normal, sin hacer silencios entre palabras, especifican- do los signos de puntuación. 3. Si los textos son breves, se dictan en un so- lo día. Si son muy largos, se dictan en dos días consecutivos en el segundo ciclo. El profesor verá si eso es necesario en el tercer ciclo. La intención es que el cansancio no interfiera en el rendimiento.
  • 11. 16 ración como un conocimiento que debe estar adquirido de 4° año en adelante. Ejemplo: máticos en ese sentido (por ejemplo: fuerón, vi - nierón, etcétera). Decidimos hacer dos cuadros separados pa- ra que al niño le quede claro cuáles son los as- pectos ortográficos en los que debe centrar su atención. Hay alumnos que no tienen problemas en ortografía literal pero no otorgan la misma significación al uso de tildes y es importante que consideren también este aspecto de la escritura. Cada alumno tiene en su cuaderno o carpe- ta sus cuadros individuales de ortografía literal y acentual de los tres dictados tomados durante el año a fin de que pueda acceder de manera gráfica e inmediata a una situación de autocono- cimiento y autocontrol permanente. De esta ma- nera los niños tienen más claro qué es lo que ya dominan y sobre qué cuestiones deben trabajar de manera más pormenorizada. Veamos como ejemplo el cuadro individual de ortografía lite- ral de Juan García: MARZO JULIO NOVIEMBRE Juan García RR, GUE. Mayúsculas. Caligrafía. Sabrina Castillo Separación al final del renglón. Este cuadro indica que Juan García cometió entre 10 y 20% de errores en ortografía literal, que no domina cuestiones posicionales como RR y GUE, que tiene errores en el uso de ma- yúsculas y que debe mejorar su caligrafía. En lo que se refiere a Sabrina Castillo, cometió entre un 2 y un 5% de errores en el uso de las letras y no respetó la normativa de separación de pala- bras al final del renglón. Es interesante remarcar que la lectura de es- te cuadro también nos permite apreciar los aciertos: Juan respetó el 80% y Sabrina el 95% de las convenciones que se refieren al uso de las letras correctas de las palabras. Aspectos ortográficos acentuales Aunque este tema no está incluido en este artí- culo, quiero anticipar de manera sintética que el docente arma un cuadro separado para consig- nar el uso de tildes. En este caso, el 100% de errores posible se determina en función de las tildes existentes en el texto. El porcentaje de error se define en función de las omisiones y se consigna con círculos de los mismos colores usados en el cuadro de ortografía literal (sólo determinamos el 10%, que coloreamos con ver- de, el 30% con amarillo, el 50% con rojo y más del 50% con azul, porque el total es mucho me- nor que en el caso de la ortografía literal). En la parte blanca del casillero se consigna si apare- cen tildes de más y si se observan errores siste- MARZO RR, GUE. Mayúsculas. Caligrafía. JULIO NOVIEMBRE
  • 12. 17 Para terminar estos comentarios, quisiera dar la palabra a Adriana Gallo, la colega que de- cidió replicar este año en su escuela las secuen- cias de reflexión y evaluación ortográfica ini- ciadas, puestas a prueba y sistematizadas en el Colegio Alas de El Palomar. Le pedí que sinte- tizara lo esencial de su experiencia y ésta fue su apreciación: Los alumnos comparten con el docente la expectativa de un proceso que apunta a la dis- minución de la cantidad de errores (determina- da por el color) y a la desaparición de anotacio- nes en el casillero. Comentarios finales Llegados a este punto, debo confesar que me ha costado escribir este artículo: no es fácil poner en negro sobre blanco lo que es fácil explicar personalmente. La escritura no permite repre- guntar... Hace mucho tiempo que estoy desarrollan- do esta experiencia, compartiéndola y mejorán- dola con maestros y directores. Muchos de ellos habrán identificado en estas páginas el conteni- do de instructivos caseros que fuimos elaboran- do y que circularon en múltiples fotocopias. Quiero aclarar que las tres evaluaciones mencionadas no son las únicas que el docente realiza. Cada maestro procede a dictar otros tex- tos –que no son corregidos de esta manera– a fin de ir monitoreando con mayor frecuencia el de- sempeño ortográfico de sus alumnos y orientar su tarea. Por otra parte, en el colegio Alas de Pa- lomar se respeta la modalidad vigente de califi- cación en todas las áreas, incluida Lengua. Las evaluaciones descriptas constituyen un docu- mento interno de la escuela que permite a do- centes, padres y alumnos una visión más clara de algunas cuestiones ortográficas. El porcentaje de las restricciones particula- res dentro del total posible de errores que pode- mos cometer en ortografía literal nos conduce a reflexionar sobre la enseñanza de las reglas. No cabe duda acerca de que los niños deben cono- cer las reglas ortográficas vinculadas con las restricciones posicionales y morfológicas, so- bre todo aquellas que no tengan excepciones o éstas sean pocas, pero es igualmente cierto que ese conocimiento –aun el de todas las reglas or- tográficas– sólo garantiza la adecuación de me- nos del 50% de los casos en que podemos fallar. Entonces queda claro que no alcanza con enseñar las reglas: se trata de resignificar la or- tografía para que nuestros alumnos comprendan que es un dato que ayuda al lector a compren- der más rápidamente el mensaje y que valoriza nuestro texto. “La experiencia nos permitió ocuparnos más sistemáticamente de la enseñanza de la ortogra- fía. Con los maestros se realizaron varias reunio- nes para: acordar cómo acompañar a los niños en sus reflexiones ortográficas, conversar sobre el abordaje específico del espacio de reflexión sema- nal, analizar errores sistemáticos que se fueron detectando. También se compartió con las fami- lias cómo se abordaría la enseñanza de la orto- grafía y de qué maneras podrían ayudar en casa. Si bien se trata de una experiencia en curso podemos adelantar que: • Se registra en los niños un mayor compromiso e interés por mejorar su desempeño ortográfico. • Se han logrado resultados interesantes espe- cialmente con relación a acentuación. Los alumnos refieren que la organización de clases para hacer foco sobre el tema y el revisar más sistemáticamente carpetas y cuadernos de to- das las áreas, ayudó a este crecimiento. • La ortografía dejó de ser patrimonio exclusivo del maestro de lengua. Los intercambios entre maestros de distintas materias sobre problemas ortográficos que iban detectando en los cursos ayudaron a ajustar intervenciones. • El cuadro síntesis donde se volcaron los resul- tados de los dos primeros dictados tomados hasta ahora resultó un buen instrumento. Per- mitió a los grupos autoevaluar su desempeño, a los docentes orientar su intervención y a los di- rectores tener un panorama general de lo que fue sucediendo en los diferentes grados. Vimos a los niños consultar el cuadro más allá de sus horas de clase y compartir información con ni- ños de otros grados durante algún recreo. Pau- la, alumna de séptimo grado, expresó: ‘El cua - dro ayuda, conocer el porcentaje de error me ayu - da a querer superame. Cuando leía un bien en un dictado, sabía que había mucho por hacer pe - ro quedaba ahí. Ahora puedo saber más precisa - mente si voy superando problemas con lo acentual o lo literal y pongo más ganas. Nos encanta ver que al trabajar vamos logrando mejores colores. Me parece que en general estamos bastante más atentos que antes a lo ortográfico’. Muchos de sus compañeros compartieron su comentario.”
  • 13. 18 Mi propósito al escribir este artículo fue compartir con otros docentes nuestro intento de unificar la corrección, sistematizar la reflexión ortográfica y acercarnos a una posibilidad de hacer observables los aciertos y dificultades de nuestros alumnos en este dominio que sea útil para los mismos niños, sus maestros y las auto- ridades de las escuelas. Considero que la alternativa de evaluación que estamos construyendo no está exenta de cierta complejidad, pero creo puede contribuir a mejorar lo que existe actualmente en nuestras escuelas. El camino a transitar seguramente se- rá largo y trabajoso: acepto con gusto compañía y sugerencias para mejorar mi propuesta. Nota 1. Hemos descartado las alternativas de que el maestro sólo haga una marca y sea el niño quien corrige porque no han demostrado ser funciona- les. Cuando el problema es caligráfico, el maes- tro hace un círculo alrededor de la palabra, para que el alumno sepa que allí el problema no es or- tográfico y que tiene que aprender a trazar bien las letras. En hojas aparte, al final del cuaderno (o de la carpeta a partir de 4° año) el alumno practica las palabras cuya escritura sea ambigua o no legible. Notas bibliográficas Coulmas, F. (1996) “Superación de la diglosia: el acercamiento del japonés escrito y hablado en el siglo XIX.” En Nina Catach (comp.) Hacia una teoría de la lengua escrita. Barcelona: Gedisa, p. 241-256. Ferreiro, E. (1990) “El desarrollo de la alfabetiza- ción. Psicogénesis.” EnY. Goodman (comp.) Los niños construyen su lecto-escritura. Buenos Ai- res: Aique, p. 21-35. Gomes de Morais, A. (1994) “Representaciones in- fantiles sobre la ortografía del portugués.” Tesis doctoral dirigida por Ana Teberosky, Universidad de Barcelona, España. Gomes de Morais, A. (1995) “Escribir como se de- be.” En Ana Teberosky y Liliana Tolchinsky. Más allá de la alfabetización. Buenos Aires: Santillana, p. 67-92. Gomes de Morais, A. (2004) “La ortografía en la es- cuela: representaciones del aprendiz y acción di- dáctica.” En Textos en Contexto Nº 4: La escue- la y la formación de lectores y escritores. Bue- nos Aires: Lectura y Vida/Asociación Internacio- nal de Lectura, p. 35-58, 1ª reimpresión. Kaufman A.M. (1987) “No es bueno que una letra esté sola. Notas de una investigación sobre orto- grafía.” Lectura y Vida, año 8, nº 1, p. 4-14. Kaufman A.M. (1998) “¿Es posible enseñar ortogra- fía desde una perspectiva constructivista?” En Alfabetización temprana... ¿y después? Bue- nos Aires: Santillana, p. 157-174. Lemle, M. (1987) Guía teórica do alfabetizador. San Pablo: Atica. Lerner, D. y Equipo de Prácticas del Lenguaje (2004) Diseño Curricular para la Escuela Pri- maria, Primer Ciclo EGB. Dirección de Currícu- la, Dirección de Planeamiento de la Secretaría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, p. 359-437. Lerner, D. y Equipo de Prácticas del Lenguaje (1999) “Quehaceres del escritor y adquisición del conocimiento ortográfico.” En Pre Diseño Cu- rricular para la Escuela Primaria, Segundo Ci- clo EGB. Dirección de Currícula, Dirección de Planeamiento de la Secretaría de Educación, Go- bierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, p. 648-668. Lerner, D.; M. Torres e H.Weitzman de Levy (2004) “Revisión de las restricciones básicas del sistema de escritura y de las reglas fonográficas contex- tuales. Uso de mayúsculas en los sustantivos pro- pios.” Prácticas del Lenguaje. Material para el docente. Grado de Aceleración 4º/5º. Primer bi- mestre. “Proyecto de conformación de grados de aceleración”, Dirección de Planeamiento, Secre- taría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autó- noma de Buenos Aires, p. 19-24. Lerner, D.; M. Torres e H. Weitzman de Levy (2004) “Ortografía de las formas del pretérito imperfecto de modo Indicativo.” Prácticas del Lenguaje. Material para el docente. Grado de Aceleración 4º/5º. Segundo bimestre. “Proyecto de conforma- ción de grados de aceleración”, Dirección de Pla- neamiento, Secretaría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, p. 30-31. Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S. Lobello (2004) “Parentescos lexicales.” Prácti- cas del Lenguaje. Material para el docente. Grado de Aceleración 4º/5º. Tercer bimestre. “Proyecto de conformación de grados de acelera- ción”, Dirección de Planeamiento, Secretaría de Educación, Gobierno de la Autónoma Ciudad de Buenos Aires, p. 41-42.
  • 14. 19 Matteoda, M.C. (2004) “La cuestión del aprendiza- je en el dominio ortográfico.” En A. Vázquez y M.C. Matteoda, Escribir en la escuela. Córdoba, Argentina: Fundación de la Universidad Nacio- nal de Río Cuarto, p. 189-221. Matteoda, M.C. (2005) “Aprender ortografía: nue- vas respuestas a una viejo problema.” En Textos en Contexto Nº 4: La escuela y la formación de lectores y escritores. Buenos Aires: Lectura y Vida/Asociación Internacional de Lectura, p. 59- 84, 1ª reimpresión. Ribeiro Moreira, N. y C. Pontecorvo (1996) “Cha- peuzinho/Capuccetto: variaciones gráficas y nor- ma ortográfica.” En E. Ferreiro, C. Pontecorvo, N. Ribeiro Moreira e I. García Hidalgo. Caperu- cita Roja aprende a escribir. Barcelona: Gedi- sa, p. 89-125. Tolchinsky, L. (2001) Escribir y leer a través del currículum. Barcelona: ICE-HORSORI. Vaca, J. (1996) “Conocimiento ortográfico y proce- samiento de textos.” Lectura y Vida, año 17, n° 3, p. 23-32. Vernon, S. (1986) “El proceso de la construcción de la correspondencia sonora en la escritura.” Tesis de Maestría dirigida por Emilia Ferreiro, CIN- VESTAV, México. Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S. Lobello (2004) “Mayúsculas. Ortografía literal.” Prácticas del Lenguaje. Material para el do- cente. Grado de Aceleración 4º/5º. Cuarto bi- mestre. “Proyecto de conformación de grados de aceleración”, Dirección de Planeamiento, Secre- taría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autó- noma de Buenos Aires, p. 31-37. Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S. Lobello (2004) “Fichas de ortografía.” Prácticas del Lenguaje. Material para el docente. Grado de Aceleración 4º/5º. “Proyecto de conforma- ción de grados de aceleración”, Dirección de Pla- neamiento, Secretaría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S. Lobello (2004) “Revisión colectiva de escrituras realizadas por otros alumnos de 6º grado.” Prác- ticas del Lenguaje. Material para el docente. Grado de Aceleración 6º/7º. Primer bimestre. “Proyecto de conformación de grados de acelera- ción”, Dirección de Planeamiento, Secretaría de Educación, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, p. 56-61. Lerner, D.; M. Torres; H. Weitzman de Levy y S. Lobello (2004) “Uso del diccionario.” Prácticas del Lenguaje. Material para el docente. Grado de Aceleración 6º/7º. Tercer bimestre. “Proyecto de conformación de grados de aceleración”, Di- rección de Planeamiento, Secretaría de Educa- ción, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Bue- nos Aires, p. 35-37.
  • 15. 20 (Se escriben en el pizarrón las siguientes palabras: films, gags, Laurel y Hardy.) 100% de errores: 102 Hasta 2%: 1 y 2 errores Hasta 5%: Entre 3 y 5 errores Hasta 10%: Entre 6 y 10 errores Hasta 20%: Entre 11 y 20 errores Hasta 30%: Entre 21 y 31 errores Hasta 50%: Entre 32 y 51 errores Más del 50: 52 errores o más. Subrayamos con línea fina las palabras que corresponden a repeticiones a fin de ayudar al docente a ubicar casos en que el alumno puede fallar aunque no lo haya hecho en la aparición inicial de la palabra, en la que las posibilidades de error están marcadas con negrita y subrayado. Este artículo fue presentado para su publicación en julio de 2005 a solicitud de la Directora de la revista. Quiero incluir un agradecimiento muy es- pecial para la Directora del Colegio Alas, de El Palomar, Ana Pecorari de Artigue, quien desde tantos años está poniendo to- do su esfuerzo para mejorar la calidad de la educación en el país. ANEXO PRIMER DICTADO DE 2005 LA RISA EN EL CINE Hacer reír a alguien es fácil; divertir a cien personas exige mayor destreza y habilidad, tanto como sentido del humor; pero conseguir que millones de personas se rían en los cines de todo el mundo está reserva- do a los genios de la comicidad. El humor en la pantalla es especialmente difícil, porque los cómicos no pueden cambiar los “gags” (rápidas escenas humorísticas) para com- placer al público, como hacen en un teatro o en un club. Chaplin fue in- dudablemente la estrella favorita del cine mudo. Los espectadores dis- frutaban una y otra vez la exhibición de sus films inolvidables. En esa época las películas eran breves comedias burlescas y los efectos de risa consistían en bofetadas, trompadas, golpes y caídas aparatosas. La llegada del cine sonoro permitió a los comediantes entretener a los espectadores con bromas y chistes que habían ensayado durante años en los escenarios. Laurel y Hardy, el gordo y el flaco, trabajaron juntos muchos años y constituyeron una brillante pareja de cómicos. Muchos grandes romances tuvieron finales trágicos y varias heroí- nas terminaban muriendo felices en brazos de su amado. En cambio, los musicales complacían a todos y el público regresaba a sus hogares sil- bando las canciones.
  • 16. 21 PEDIDOS A: Asociación Internacional de Lectura Lavalle 2116, 8o B C1051ABH Buenos Aires, Argentina Telefax: 4953-3211 Fax: (54-11) 4951-7508 E-mail: lecturayvida@ira.org.ar CCDD--RRoomm N O V E D A DN O V E D A D v v vvv v v v v v v v v v v