Este documento describe la experiencia del autor como testigo de un parto natural en casa. Narra los 24 horas de labor de parto de María José y el apoyo de su familia durante el proceso. Destaca la fortaleza y valentía de las mujeres al dar a luz, calificándolas como guerreras. Concluye celebrando el día de la madre y resaltando el amor incondicional que solo una madre puede dar.
1. AY, LAS MAMITAS
Le cuento vecino, le narro vecina. La vida me dio la oportunidad de
estar presente en un parto. La verdad sea dicha, casi me parto de la
impresión. La ahora feliz madre, pongamos por nombre María José,
pretendió un parto distinto, en casa, con médicos, partera, pero
sobre todo, acompañada por su pareja y sus seres queridos. Seré
sincero, cuando escuchaba que el parto era con dolor, uno se
imaginaba como hombre, algún dolor físico del pasado que pudo
ser intenso. Mentiraaa. Ningún dolor se parece a la labor de parto
y su consecuencia final. Cualquier hombre se hubiera desmayado
con cinco minutos de contracciones. Por algo será que la naturaleza le encarga a la mujer
la tarea más dura y más feliz: ser madre. El parto las gradúa de guerreras. Nueve meses de
llevar en su vientre un bebé, el cuerpo que se transforma, todos los malestares juntos que
a uno le parecen una eternidad; dolores, contracciones, alumbramiento, sea natural o por
cesárea. Mientras nosotros, dizque el sexo fuerte, ja ja, con una gripe no quedamos ni
para el cuento, nos quejamos, pobrecitos, ayayayay.
24 horas de labor de parto. Así como lo oyen, vecinos. Contracciones que le partían el
alma cada cuatro minutos. Y ella, adolorida pero firme, “ven Amelia, ven”. Y la familia
presta a hervir agua con hierbas para los paños, agua para la piscina inflable, corre por
aquí, corre por allá, nervios de cuerpo presente y esperanza apretando la piel. El sentido
de lo comunitario dentro de una pequeña casa de la Tola. A la final, Amelia quiso otro
final, más ligado al quirófano, pero llegó bien a llenar de bendiciones a su asustado papá y
a su recuperada mamá. Pero la experiencia de involucrarse en un solo puño, soñando en
un solo objetivo, viendo de cerquita cómo nacen las madres, cómo luchan y se desgarran
por dar vida, dar vida…
Por eso es que una madre es capaz de dar la vida por sus hijos, de pelearse con el poder
más grande para salvaguardarlos. Un día de la madre no alcanza para decirles gracias, la
vida entera no será suficiente para rendirnos a sus pies. Cada madre de Quito, del país, del
mundo son siempre una buena noticia, porque saben dar vida allá donde otros dan
muerte. Porque Elida, María José, Doña Mercedes, la señora Juanita, la joven Lucía y todos
los nombres anónimos, todas esas heroínas del día a día, son el mejor ejemplo de que la
vida tiene sentido. A ellas no les importa un regalo un domingo cualquiera, un beso, un
abrazo bastan para condensar todo el amor que solo una madre es capaz de entregar.
¡Salud, madres y bienvenida Amelia!
Lic. Hugo Palacios
Editorialista Invitado