La palabra “jeroglífico” no es egipcia; se trata de un término griego formado por hiros,” sagrado” y glupein, “grabar”. En otras palabras, los griegos consideraban a los jeroglíficos como una escritura sagrada y grabada, o bien como un grabado de lo sagrado. Mis escrituras son un lenguaje testimonial, vivencial, cuyo punto de partida es la propia experiencia y existencia de la fe. Ejerciendo por medio de la pintura, mis actos de fe. Ofreciendo mi trabajo a Dios, como una oración que se expresa por medio de la luminosa sinfonía de las formas y los colores. Es dar expresión a la visión interior del hombre, al fondo espiritual de la vida y del mundo. Traduciendo en colores, en formas, o sonidos que ayuden a la intuición de quien contempla. Todo esto sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente y de su halo de misterio. Cada imagen es una realidad que actúa y que tiene un poder mágico. No importando lo que se ve, sino lo que se imagina a partir de lo visto. Son signos que anulan el tiempo, inmutables, anclados en una apacible eternidad.