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Carlos Cristián
I otalian
Los locos
del cometa...
Los locos del cometa
1
LOS LOCOS DEL COMETA...
Carlos Cristian Italiano
Carlos Cristián Italiano
2
Italiano, Carlos Cristian
Los locos del cometa. - Primera ed. - San Luis. 2010.
126 p. ; 24x18 cm.
ISBN en trámite
1. Literatura Argentina. I. Título
CDD A860
Fecha de catalogación: 25/06/2010
Diseño de Interior y arte de tapa:
Guillermo Jorge LASKO
lustración de Tapa
Pintura Azteca: «Presagios»
Impreso en Argentina - Printed in Argentina
ISBN en trámite
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
© 2010
Los locos del cometa
3
Agradecimientos:
Va mi agradecimiento a todos los que leyeron el manuscrito y
me aportaron su sincera opinión. Un agradecimiento especial
a Elsa Abate Daga, Beatriz Orrego, Giorgio Martorella y
Guillermo Gómez, quienes me enriquecieron, cada cual a su
manera, con su entusiasmo y sus claras opiniones.
Gracias aAlbertoTrossero, por el impulso necesario.
Gracias a Patricia, compañera en todo.
Dedico esta novela a mis cinco hijas, mi hijo
y a mi nieta Mora, semilla de mundo.
Carlos Cristián Italiano
4
Los locos del cometa
5
PRÓLOGO
Cuando Carlos Cristián me invitó a que prologue una
novela que estaba escribiendo, me sentí muy honrado y acepté
de inmediato.
Cuando llega a mis manos y leo su título, «Los Locos del
Cometa», me provoca una sonrisa al traer a mi memoria lo que
una vez nos dijo un psiquiatra: «La locura es la respuesta cuerda
a la sociedad alienada».
Al abrir su primera página me topo con las
recomendaciones «Antes de leer…»revelando que se trata de
«una novela muy autobiográfica».
Esto hace que me disponga a encontrar una novela muy
valiente, ya que se debe ser muy valiente para revelar las vivencias
de la propia vida con una gama de colores más allá de los del
arco iris, ya que nos pinta las claridades, los oscuros y las
mezclas de ambos.
Comienzo la lectura desgranando párrafos tras párrafos,
un capítulo tras otro bebiendo al comienzo de cada uno algo de
las enseñanzas de «Don Juan» y, en un momento dado, me doy
cuenta que ya estoy literalmente zambullido en esta atrevida
novela que me hace identificar algunas veces con Chicho, otras
con Alexis y otras con Carlos, los tres locos que van a la caza del
cometa.
No sólo con los tres locos, también con Fabián, y yo
mismo me encuentro con K, con el Maestro sin nombre o con
Eugenio. También me siento desconcertado por la brusca
desaparición de Ernesto.
Atrevida novela que en la enmarañada trama de las
historias de sus personajes se mete en mi propia historia,
apelando, cuestionando, preguntando.
En este sumergirme viajero por «Los Locos del Cometa»,
voy tomando conciencia que la novela es también una maestra
Carlos Cristián Italiano
6
traviesa que tiene la genialidad de enseñarnos con vivenciales
relatos en diversos escenarios, desde las grades ciudades hasta
parajes escondidos en la Puna, en los años 70 y 80 del siglo
pasado.
Una traviesa maestra que nos hace reflexionar acerca de
cómo sobrevivimos los que decidimos quedarnos, o no pudimos
irnos de nuestro país, durante esos años 70.
De la misma manera, enseña desde los sentimientos, a
quienes se fueron y a los que nacieron después.
En esta «novela muy autobiográfica», valiente, maestra
traviesa y atrevida, está también presente la mujer.
Rita, Pamela y Sara aparecen en las primeras páginas
revelándonos desgarradoramente sus dolores. Lo que nos
enseña, maestra traviesa otra vez, que debemos conocer las
historias, comprender y borrar para siempre de nuestro léxico el
«juzgar» y «culpabilizar».
En las últimas páginas se hace presente nuevamente la
mujer, en la humilde y marginada joven que, en la precariedad de
un rancho en la Puna, da a luz un bebé con la ayuda de uno de
los «locos».
Este dar vida provoca una poderosa sonrisa de felicidad
en la joven y en el «loco». Tan poderosa felicidad que lo lleva a
decidir que ése es su lugar en el mundo y allí se queda.
La mujer se hace presente también en la anciana Doña
Elvira que pronuncia su discurso de gratitud a la Vida celebrando
la fiesta de sus 60 años junto a Don Vicente, «su Pumita de los
Cerros». Discurso que lleva a otro de los «locos» a trascender
con su música y a lograr la deseada claridad hacia donde debe
seguir haciendo y siendo camino.
Una extraña pareja que milagrosamente ha venido de la
lejana Suecia a la Puna, participa de la fiesta, no emite palabra
alguna, sólo sonríen y en sus ojos brilla la alegría. Y es la mujer
de esta pareja la que impacta al tercero de los «locos».y lo hace
Los locos del cometa
7
decidir regresar a buscar su compañera para compartir la vida
«disfrutando la sensualidad con enamoramiento»
Y es otra mujer, «la Aparecida», la que guía a los
muchachos a encontrar el sendero que los lleva de regreso al
pueblito, escenario de los últimos sucesos.
¡Novela que, si cuando la comenzamos sentipensábamos
que el amor es importante, nos va llevando a sentipensar que el
amor es lo más importante, para culminar sabiendo que el amor…
es lo único importante!
Julio Monsalvo
Carlos Cristián Italiano
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Los locos del cometa
9
ANTES DE LEER LOS LOCOS DEL COMETA…
…para decirlo desde el comienzo, si en esta novela hay pasajes onettianos,
kafkianos, artlianos, o contianos (por Haroldo Conti), es que esta es una
novela muy autobiográfica, placer mediante, es más imaginativa que
autobiográfica, y en mi vida han pasado y me pasan situaciones de éste
estilo, en distintas proporciones, a pasado o a futuro, lo que ya es una
parte de mí. Seguramente podrá ocurrirle a cualquiera, como que se
puede estar identificado con estos escritores del mismo modo que al
paso del cometa se lo identifica con la locura o quizás porque en la vida
de cada uno también podemos hacer lo que piensa Marcelo Birmajer
(Periodista): «Todo lo que hacemos es para homenajear a los escritores
que nos gustan»
Quisiera compartir, además, algunos pasajes de lecturas que para
mí tienen relación con la historia que sigue. Aparte de las grandes
manifestaciones naturales, la comunicación y el interés por las pequeñas
cosas nos acercan a sentimientos y pensamientos que tocan el alma y
ayudan a su transformación, aún cuando aparenten ocurrir en distintos
tiempos y espacios…
«Es mediante todas esas trivialidades –en la manera en que
hablamos, en cómo pedimos café al mozo, en los nombres de
las calles y en los monumentos de las plazas- como se expresa
un proyecto de sociedad y de país, por no decir del mundo; y
es a través de ellas que puede verificarse cómo los hombres
‘creyendo correr hacia su libertad, corren hacia sus cadenas’
(Rousseau)». Eduardo Grünner, en La era de la desolación (de
Dardo Scavino, Cuadernos Argentinos Manantial).
«Toda cultura supone un ‘nosotros’ que constituye la base de
nuestras identidades sociales». Mario Margulis.
«la libertad y la igualdad constituyen el único espacio político
en el que la diversidad puede existir». Eduardo Colombo, en
La segregación negada (Margulis, Urresti y otros, Ed. Biblos).
Carlos Cristián Italiano
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«Según un cuento japonés, un renombrado profesor de
arquería sube hasta la cima de una montaña para conocer al
mejor arquero del mundo. Se queda atónito al ver que este
experto maestro no usa arco ni flecha. Sin embargo, cuando
el maestro apunta hacia el cielo, sin nada en los brazos, y
después suelta la flecha invisible, cae un pájaro al suelo.
Lo que yo sueño e imagino es la vuelta de la vida monástica
sin necesidad de monasterios, la recuperación del lenguaje
sagrado sin iglesias donde usarlo, la educación del alma
llevada a cabo fuera de las escuelas, la creación de un mundo
artístico e ingenioso realizado por personas que no son
artistas, el surgimiento de una sensibilidad psicológica
olvidada ya la disciplina de la psicología, una vida de intensa
comunidad sin organizaciones a las que pertenecer, y la
consecución de una vida del alma sin tener que hacer ningún
progreso hacia ella». Thomas Moore, en Reflexiones ( Ed.
Urano).
Y finalmente una canción escuchada de chico:
«Pero entonces llegó el hada protectora
y viendo que Pinocho se moría
le puso un corazón de fantasía
y sonriendo Pinocho despertó».
Todos los epígrafes de esta novela corresponden a Las enseñanzas
de don Juan, de Carlos Castaneda (ed. Fondo de Cultura Económica),
donde un viejo indio yaqui expresó el pensamiento más práctico y más
ligado a lo humano que a mi entendimiento y sensibilidad he leído (si nos
atrevemos a leer a través de lo inexplicable).
Como ven, todos ellos han dejado una estela luminosa en el
firmamento de mi conciencia, llenando maravillosamente mis agujeros
negros…
p.d.: las notas sobre el cometa Halley fueron extraídas, con
modificaciones, de la revista El tema es… cometa de Halley (Editora
Tres, San Pablo, Brasil. Edición en Argentina. 1.986)
Los locos del cometa
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LOS LOCOS DEL COMETA
Carlos Cristián Italiano
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Los locos del cometa
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CHICHO
«…tu seriedad está ligada a lo que tú haces.
Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el
problema. Y eso produce una tremenda fatiga.»
«Cuando tus emisarios plateados lleguen por ti,
no hay necesidad de gritarles.
Vuela con ellos como ya lo hiciste.
Después de haberte recogido darán media vuelta,
y los cuatro se irán volando.»
Carlos Cristián Italiano
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Los locos del cometa
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Chicho, que así lo llamaban, caminaba sobre la superficie
lustrosa de la noche interrumpida a trazos por las débiles luces
artificiales. Sin otra razón que el regreso, durante el paso rítmico
y acelerado, descargaba su ansiedad con los brazos alzándolos
enérgicamente en el aire. La barba naciente, descuidada, no podía
ocultar la tensión de sus labios. Esa noche no fue fácil estar con
ella sin poder vencer una sensación de rutina, el dolor de su fracaso
matrimonial. Esta vez no pudo. «No sé que hago en este puto
1.986 a estas horas sacándome la mufa como si fuese visible y
la tuviera pegada como el calor. ¡Qué loco soy! Hace años, en mi
mejor época, no me importaba andar por las calles aunque fuese
peligroso y ahora que no hay problemas me la paso caminando
al pedo. Pame como mujer ya no existe pero estamos casados y
eso es mucho. Rita me calienta y me gusta, pero para lo que no
sirve es para matrimoniarse. ¡La puta!, y yo hoy necesito lo
primero».
Esa noche, a cualquier hora, se refugió en la humedad gris
de su viejo hospital. Se internó en él por un largo pasillo iluminado
por unos focos amarillentos y sucios. Unos médicos de guardia
se acercaron desde el fondo, con su propia y opaca luz blanca,
pasando como si flotaran en aquella penumbra mental, haciendo
ademanes de saludos.
Poca noche quedaba para soportar y decidió hacerlo
durmiendo, no importándole qué viera en sueños. Pasó por la
última y errática puerta hasta llegar al dormitorio de guardia,
atravesando un solitario y poco amueblado salón y se metió
vestido en la primera cucheta vacía que descubrió en una de las
oscuras habitaciones, pobladas de colegas y estudiantes
durmiendo.
La penumbra fue ganando luz, se hizo incandescente, como
si los focos amarillentos, haciéndose uno solo y creciendo como
gigantesca llama recorriesen el largo pasillo, llegando hasta la
habitación para desaparecer y dejar solo la noche, al final, en el
momento de introducirse en el sueño. Acurrucó su cuerpo como
para aislarse de lo que ocurriera en esa pieza, repentinamente
indiscreta y activa en las urgencias, y se quedó dormido por unas
horas sin pensamientos ni recuerdos, relajado insensiblemente,
como cuando un hambriento recién nacido recibe el calor del
Carlos Cristián Italiano
16
alimento de su madre, repleto de amor.
Mirándose fijamente a los ojos, atravesándolos desde el
espejo, Rita aspiró, con una mueca exagerada de la boca, el débil
cigarrillo inerte entre sus dedos, aplastado luego con la violencia
de un rápido movimiento sobre un cenicero de lata. El humo salió
exhalado y sonoro, con el impulso necesario como para levantarse
con fuerza de la silla, olvidarse por un momento de su hermoso
cabello enrulado, por el que a Chicho le gustaba llamarle Rita
«Bonita», y en ese mismo vértigo desnudarse, ponerse su
camisón rosa y cubrir, con la rapidez del que está siendo
observado, el cuerpo suave y seductor. Una vez en la cama exhaló
de nuevo sin tabaco en la boca, esforzando ruidosamente los
labios, sus ojos bien abiertos, la cabellera sobre la almohada.
Sin ninguna timidez se dijo: «mañana, o tal vez pasado, le digo
que se case conmigo». Con la seguridad en sus gestos giró, en
la cama antigua e incómoda de la pensión, tirando del interruptor
de la luz. En la penumbra distinguió aún el vaivén de las volutas
de humo saliendo del cigarrillo a medio apagar. Fuera de la
habitación, la iluminación atravesaba las viejas aberturas de
madera y los sonidos la rodeaban, voces y ruidos monótonos
que sólo imperceptiblemente daban paso al silencio y la oscuridad.
Su cuerpo se retorcía, moviendo y girando todos sus
miembros, su cabeza fue de adelante hacia atrás lentamente.
Dio un gran bostezo, emitiendo un sonido perruno (aunque su
cara de buen muchacho sugiriese gestos más delicados). LLegó
la mañana y aún no quería abrir los ojos.
- Che, despertate, que es la hora de hacer el pase de sala - le
susurró Fabián, que se había acercado a sus oídos, apurándolo.
- ¡Vamos Chicho!. Te traje un mate -insistió-. Fabián era un tipo
de gestos suaves, algo desprolijo en su aspecto después de la
noche de guardia. Un estudioso, pero sobre todo un amigo.
Chicho mostró el marrón de sus ojos como el disparo de una
cámara fotográfica. Se irguió en la cama y lo miró tan profunda-
mente a Fabián que éste se sintió confundido. No eran Pamela ni
Los locos del cometa
17
Rita sino la mañana de costumbre en el hospital. Chicho se relajó.
Con gusto terminó de desperezarse repitiendo, aún cansado de
sí mismo, luego de aceptar el mate:- Vamos, pero primero necesito
una afeitada.
En el caminar hacia la sala de internación, reconociendo
caras, voces, luces habituales entrando por ventanales viejos,
sus ojos se libraron de la tensión mental. Por una estrecha
escalera de material pintada de gris llegó al primer piso. Arriba se
agolpaba un pequeño grupo de viejos doctores, residentes,
concurrentes y otros, como él y Fabián, que eran jóvenes
médicos de la planta del servicio de ginecología. Rita Bonita dijo
que Pamela era una inútil. Chicho que no la va a poder abandonar
aunque no la quería. Rita fumaba un cigarrillo cuando hablaba.
Los ojos, las caras de quienes iban en esos guardapolvos fueron
tomando forma, moviéndose en grupo, arrastrándolo hacia
adentro, a la sala, ubicando posiciones. Alguno con carpetas en
la mano, ocultando el nerviosismo de exponer su saber frente a
los demás, otro saliendo furtivamente hacia camas vecinas, para
actualizar datos de última hora. Pero todos muy atentos a la
ceremonia del pase de sala, de la observación en grupo de cada
paciente. La mujer a la que rodearon primeramente apretaba las
sábanas con su mano izquierda, la que no estaba al alcance de
la vista. Estaban frente a ella. Eran todos hombres. Su mirada
iba hacia distintos puntos del techo, más arriba que aquellas
cabezas, y sus labios apretados parecían que nunca revelarían
un sonido. Chicho la miró y de pronto descubrió algo.
- Piómetra, dijo el residente. - «¿Qué?», pensó sorprendido
volviendo a la realidad. Al hacer la dilatación del cuello expulsó
grandes cantidades de pus -continuó el residente de tercer año,
disfrutando haber asombrado al grupo- ...eso es lo que veíamos
en la ecografía. Gonococos. Está con antibióticos parenterales
-todos apuntaron al suero colgando, donde se suponía estaban
los antibióticos-, según normas - y finalizó, orgulloso de haber
presentado impecablemente el caso. Tras esa palabra aparecieron
algunas sonrisas cómplices, algún dato estadístico, algún
Carlos Cristián Italiano
18
comentario esperanzador, como era costumbre, al concluir cada
exposición. Al aquietarse los murmullos, el jefe se dirigió a la
siguiente cama. Su figura, que encarnaba en un reluciente
guardapolvo blanco, desplazó las miradas de todos, médicos y
enfermos, provocando una oleada, igualmente blanca, en su
dirección. Las internas escucharon una a una su diagnóstico
aunque la única palabra que le sonase familiar es «estás de alta».
Después, cuando terminaron la sala y pasaban a la otra,
Chicho ya sabía qué descubrió en la primera mujer: eran sus
mismos ojos, la mirada que evocaba su sumisión frente a Rita
Bonita. Estaba cerca de Fabián; cuando se encontrasen solos
charlarían del problema. Sin percatarse, iba apretando el
guardapolvo de su amigo que, al darse cuenta, lo tomó como
una señal de amistad. Y le sonrió.
- Me gusta tu pelo, Rita Bonita.
- Tocámelo.
- ..............
- Me gusta tu cuerpo, Rita Bonita.
- Tocámelo.
- .................
- Y, qué tal, ¿es suave?
- Sos un hada y una virgen.
- Por suerte ninguna de las dos cosas.
- Acariciame un poco.
- Bueno..............
- Me hacés mucha falta.
- ................
- No puedo estar sin vos.
- ...............
- No dejes de acariciarme.
- ...............
- Te pregunto una cosa, Chichito.
- ¿Sí?
- Tu esposa no hace lo mismo, ¿no?
- No.
Los locos del cometa
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- Entonces te sigo acariciando.
- ...............
- Chichito, ¿sabías que este año se viene el cometa Halley?
- ..............
Ni por putas estoy para pensar en cometas. Inflación.
Guerras. Derechos humanos. Militares y sindicalistas. Vivencias
en un país incierto. ¿En dónde estuve parado todos estos años?
Una hija y una mujer. Una amante. Del hospital al sanatorio.
Abortos. Partos. Escapadas. De Galtieri aAlfonsín. La tranfugeada
de Malvinas. Pero la bronca es conmigo. Status. Pasiones
abandonadas. Una necesidad: estar con Rita. Por lo tanto, nunca
estar en casa. Muchas guardias. Muchas escapadas. ¿Y dónde
queda la profesión? Seguir a una mina y abandonarlo todo. Fabián
sabe dónde está parado. Con su inocencia está haciendo carrera.
Una novia eterna. Salidas de fin de semana. Mucho estudio. Se
preocupa. Pero antes, ¡buena que la hacíamos! Marihuana,
recitales de rock, pelo largo, reírnos de la policía y voltear alguna
minita. Pero ahora un señor doctor. El tiempo de antes ¿fué malo
o fué bueno? No me animo a pensarlo. Todavía no sé lo que me
pasa a mí. ¡Qué verano de mierda! Calor por todos lados. Malos
augurios. Planes para salir del estancamiento. ¿Cuándo veré el
primer caso de Sida? Este dilema me está poniendo viejo. Mejor
dicho envenenando porque tengo ganas de coger. Hoy me escapo
de la guardia. Entonces se dio cuenta que estaba por cruzar la
avenida. Había reconocido como un ciego la atmósfera pesada
del tránsito, la humedad de la reciente lluvia. Reconoció también,
instintivamente, con agilidad, el cordón de la esquina, el semáforo,
la dirección y velocidad de los vehículos, la contaminación
temprana. El ruido y las voces en la vereda. Sufrió cierto mareo.
Una gota de sudor le acarició el cuello antes de meterse bajo su
remera. Otra gota le acarició la frente. Al sacudir los párpados,
con un pequeño temblor corporal, fijó su mirada en una revista
de portada oscura, con un objeto luminoso atravesándola y
grandes y aparatosas letras que decían EL TEMA ES... EL
COMETA DE HALLEY EDICIÓN COMPLETA SOBRE EL
Carlos Cristián Italiano
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ESPECTÁCULO DE LA DECADA, y más abajo: FEBRERO DE
1.986, 2A. Se sumergió hacia la brillante estructura del negocio,
que reflejaba el creciente sol de la mañana. No volvió a pensar en
nada más. Con la sonrisa suave dejó que las manos del vendedor
tomaran su dinero, buscasen el cambio en los bolsillos y, tras
recibir una señal de acuerdo la sacó de atrás del alambre que la
sostenía, como iniciando el cometa de la revista su propia
trayectoria, como iluminándose mientras se alejaba del quiosco
brillante, entre las manos de Chicho. Le causó risa, mirando la
contratapa, la fotografía de una mujer muy vendible, raza blanca,
pelo prolijo y rubio, muy meditativa; posaba metida dentro de una
estructura piramidal de barras metálicas, sin otro espacio que
para sentarse con las piernas cruzadas, con la altura justa para
erguir el torso, anunciándose en grandes letras, pretensiosas:
LA CASA DEL COMETA. ¿No era para bromear con Rita, pelito
lindo y con muchas cualidades?...»Todo esto por dos australes»,
se dijo, llegando sonriente al hospital.
La mesa es larga, hay buena luz, están casi todos. Los
jefes, los médicos viejos, los más nuevos. ¡Mirá que aceptar venir
si el mayor se quedó cubriendo la guardia! Suerte de novato,
queva’chaché. Ese Chicho se está riendo como loco. Ya empezó
a tomar antes de que sirvan la comida. Está alzando los brazos
como cuando algo lo entusiasma o lo enoja. Que lo conozco. A
él y a Fabián. Ahí está Fabián, los dos juntos como siempre. El
es más tranquilo. Es más de sonreír. Agarra el vaso y le fija los
ojos cuando lo hace, se detiene en eso, como con vergüenza.
No se sacaron los guardapolvos. Les gusta llevarlos fuera del
hospital. Uno por impaciente, el otro por orgulloso. Casi
hermanos. ¡Qué lindo grupo! Los hay pelados, canosos. Parece
una reunión de caballeros ingleses que se confundió la ropa.
Estos son los maestros que se rajan del hospital. Seguro que
más adelante me espera lo mismo. Hoy por mí mañana por ti.
La comida está rica pero estaría más cómodo cenando en
la guardia. Acá no tengo con quien hablar. Soy muy pibe para
Los locos del cometa
21
éstos. ¡Y siguen con la conversa!. No paran. Será su verdadero
yo. Ahí levantan las copas. ¡ Ma’ sí, yo la levanto!
Chicho se sacó el guardapolvo. Está acalorado. Recién se
aviva. Se despeina fácil cuando gesticula. Se ríe de algo del Halley
y le prestan atención. Parece que algo aprendió. Yo creía que
entre médicos sólo se hablaba de medicina. ¡Menos mal no es
así! Hace ademanes con las manos. Mientras la derecha la
mantiene abierta a la izquierda la hace un puño y las acerca hasta
que las dos se chocan en el centro. La derecha envuelve a la
izquierda y luego explotan. Casi se para y arrastra la silla del
entusiasmo. Parece que dice fechas y nombres asiáticos, árabes
y chinos. Toma cada uno de sus dedos para enumerarlas. Está
alcoholizado pero se controla. Lo suficiente para divertirse.
Cuando hizo lo de la explosión todo el mundo de rió. Habla tan
alto que un mozo se acercó para escucharlo. Total a esta hora
no hay nadie. ¿Desde cuándo lee este tipo? Si lo único que le
interesa es la minita que tiene engrupida. Hoy está acá de milagro
y haciéndose el astrónomo. Estaría bueno que hablara de ella.
De cómo se la mete. Todos estarían con la boca abierta y
calladitos. Yo también. ¡Y los ademanes! Bueno, ya estoy
boludeando. ¡También con este tufo a cigarrillo! A ver si tengo
laburo cuando vuelva y no puedo dormir. Chicho y Fabián seguro
que llegan y apoliyan. ¡Para qué carajo dije que sí!
Ahí está la mina. Se nota porque es linda y está arreglada.
Se ve que lo quiere conquistar. Le toca el hombro y Chicho se
deja de reír. Se puso nervioso. Hago un repaso a la mesa: los
demás están hablando entre ellos. Lo del Halley ya pasó. Lo miran
de reojo. El único que me ha dado la espalda es Fabián. Sé que
lo mira francamente. El ya sabía lo de Rita pero esto lo ha tomado
por sorpresa. Apoyó su brazo contra el respaldo. Está blanco,
por el guardapolvo. Su pelo sigue prolijo. Por un momento no me
deja ver a Chicho. Rita Bonita se lo lleva. Se nota que tiene que
Carlos Cristián Italiano
22
decirle que está embarazada, que éste es un problema de los
dos. Que deje a la mujer que no quiere. Que ella no puede quedarse
sola. Se nota que ha pensado exactamente lo que le va a decir.
Se nota que Chicho lo sabe. Por eso está pálido y ojeroso. No
por el alcohol. Salen juntos. A Rita se la ve igual, no se altera. El
mismo gesto, la misma marcha los dos, como una escena de
teatro o de tango, tomados del brazo, salen como disimulando
su propia soledad. Chicho no está dispuesto a creerle. Está seguro
de que la va a dejar y ya está maquinando cómo hacerlo. Rita lo
sabe. Para algo han estado juntos durante dos años. Ella apuesta
con que hasta ahora a sabido manejarlo. Le dará más cosas si
se queda con ella y si no le hará una escena. Tiene sus
habilidades. Y no faltará un amigo que le de una mano. Chicho
también lo sabe y...¿dije que Chicho iba a dormir esta noche?
Página 17. El terror de 1.910.El encabezado. Nada queda igual
cada vez que el cometa visita nuestro planeta. Y esto lo hace
cada 76 años. El informe científico de que la Tierra debería
atravesar la cola del Halley provocó una ola de terror en varias
partes del globo. Nuestro mundo occidental se había instalado
en todas las naciones y marchaba sobre ruedas. La amenaza
alcanzaba a todos. Por otra parte, en Francia, Camilo Flammarion
publicó un libro de ficción llamado EL FIN DEL MUNDO en donde
auguraba «una elevación de la temperatura capaz de incendiar
la atmósfera».Fue bastante para que se iniciasen largas
procesiones pidiendo misericordia y para que los oportunistas
lanzasen una píldora que cortaban los efectos de los gases
venenosos que serían liberados Ahora empieza. Estamos en
1.909. Los más modernos medios de investigación astronómicos
son accionados por los astrónomos que revisan juntos los largos
tubos de sus telescopios. Ahora por primera vez, la emulsión
fotográfica, muchísimo más atrapante que el ojo humano pasa a
ser largamente empleada. Fue un profesor alemán, uno de los
más conceptuosos de la época quien tuvo el privilegio en el mundo
Los locos del cometa
23
de encontrar al cometa. Utilizando un telescopio grande del
Observatorio de Heidelberg-Konigstuhl, al observar la placa
fotográfica obtenida la noche del 11 de setiembre, Max-Wolf
reconoce el cometa como un punto difuso perdido en medio de
un millar de estrellas. Su distancia a la tierra era entonces de
512.000.000 de km., más allá de la órbita de Marte. Se indicaba
inicialmente que esta aparición sería memorable, pues el cometa
en razón de su excepcional proximidad a nuestro planeta,
aparecía grande y brillante y la posición de la tierra y el cometa en
sus órbitas haría que nuestro planeta entre los días 18 y 19 de
mayo tocara por algunas horas la cola. Mecacho. La simple
alusión del tema que la tierra atravesará la cola del famoso cometa
no representa en realidad ningún peligro, pero genera una ola de
aprensión y temor a la otra página...página 18 en varias regiones
del globo. Se suceden las explicaciones de los astrónomos sobre
la existencia de cualquier peligro, pues la cabellera que envuelve
el núcleo del cometa estará a 8.000.000 de km de la tierra pavada
y la sutileza del material de la cola es tal que no causa ningún
problema a nuestro planeta .Así dicen por dos veces consecutivas
(1.819 y 1.861) que la tierra tocará la cola del cometa sin ser
molestada. Y completaban los astrónomos: la observación de
algunos claros de la aurora, con una eventual incidencia de
meteoros es lo máximo que podrá suceder. Palabra santa.
INCENDIO EN LAATMÓSFERA. Esto hizo que la humanidad que
vivía en plena edad Moderna se dividiera entre quienes aceptaron
las explicaciones de los científicos y en quienes se desarrollaría
el pánico a medida que pasaba el tiempo. Los loquitos de siempre.
La presencia de un gas altamente venenoso en la cola de los
cometas es detectado poco antes, en 1.908, en el cometa
Morehouse, hace recrudecer más los temores. Y para completar
la intranquilidad aparece El fin del mundo, editado en 1.893, en
Francia, el centro intelectual de aquella época. Estaban relocos.
«Tal metida en el océano cometario por diáfano que sea, no podría
dejar de acarrear como primera e inmediata consecuencia, atento
a los principios termodinámicos acá recordados, una elevación
de la temperatura capaz de incendiar la atmósfera. Es el peligro
Carlos Cristián Italiano
24
se me figura más grave. ¿Y a éste le creyeron?. Es el peligro se
me figura más grave. Ya lo leí. El fin del mundo se puede dar por
intermedio de la atmósfera. Hidrógeno y oxígeno arderían
combinados con el carbono del cometa. Permaneciendo el globo
terráqueo enteramente envuelto por la masa cometaria masa,
linda palabra, durante siete horas más o menos, todo calculado,
al girar ese gas incandescente y la abundancia de las
precipitaciones producirían el incendio; el mar en ebullición
sobrecargará la atmósfera de nuevos vapores, una lluvia torrencial
sí está loco efervescente se precipitará en cataratas y huracanes
surgiendo de todos los cuadrantes, estallar de rayos y truenos;
no puedo seguir leyendo estas boludeces. Pronto la estopa está
encendida. Escriben para la mierda. Una verdadera psicosis
colectiva se apodera de nuestro planeta. Ante el pavor que se
apodera de las página 19 masas, en todas partes se forman
largas procesiones Filas interminables se forman en los
confesionarios y los pobres vicarios se alternaban y sucumbían
ante tanta fatiga. Giles. En estados Unidos el grupo de la secta
«Select Followers»horrible el nombre iba a sacrificar a una joven
con cuerpito lindo pelo largo acostadita para librar a la tierra de la
ira del cometa y de su fin y fueron detenidos boludos. En ese
mismo lugar, en otra ciudad, aclaremos se ponen a fabricar y
vender píldoras destinadas a cortar efectos maléficos del
envenenamiento apocalíptico esto es un asco página 21 OTROS
PASAJES HISTORICOS. 689ac, 615ac, 539ac Datos
establecidos por computadora. No fueron descubiertas
anotaciones sobre la aparición del cometa en esos años. La época
precisa de su entrada al sistema solar constituye aún hoy, un
enigma. 466-465ac Visto en China en noviembre del 466ac a
febrero del 465ac¿cómo cómo? a... sí, no están cambiados.
Relatado por Aristóteles (381-321ac) ya me marean en su famosa
obra «Historia de la naturaleza», por Plinio (23 a qué se yo) y
Séneca ( este es del 2 al 62, más sencillo). Bueno, la cosa es
decirlos al revés 11ac Observado intensamente en China y en
Roma del 26 de agosto al 28 de octubre. Según el historiador
Pingré «El estaba suspendido sobre la ciudad de Roma, seguido
Los locos del cometa
25
de numerosas pequeñas velas ¿? En su historia de Roma,
seguido de numerosas pequeñas velas, D. Cassius escribe en
1.606 «Antes de la muerte deAgrippa, se vio a un cometa durante
varias noches pasando sobre la ciudad de Roma». 66dc este es
d-c Observado del 31 de enero al 11 de abril, en China y Europa.
Descripto por M Caesius y visto por Josephus ¡basta de nombres!
141 Observado en China del 26 de marzo a principios de mayo.
218 Visto con una «brillante y punteada cola» durante 20 días
entre abril y mayo. Según Pinagré 295 Descubierta por
astrónomos chinos la constelación de Andrómeda y observada
intensamente a la 22 en el mes de mayo. 374 Observado en
China a partir del 18 de enero. Descubrimiento de la constelación
O O esa es una f Ophiuchus. 451 Notable aparición qué bárbaro:
Observado en China y en Europa y siempre son los mismos por
primera vez el día 10 de junio, al amanecer, hasta eso se saben.
Ahora las descripciones insertadas en el Anais Chineses, consta
de crónicas de Atila, rey de los unos. El cometa preanuncia su
derrota en Chalons, por el general romano Actius quién lo conoce
a éste 53 el más largo período conocido del cometa: 79,4 años
observado en China el 4 de abril al norte de la constelación de
Fue observado del 6 de setiembre al 4 de octubre. En China 760
Fue observado en China y en Europa Según Pinagré,»Un cometa
brillante, imitando la figura de una viga»éste qué estaba mirando
837 Una de las más notables y quizás mayores apariciones de
que se tengan noticias tutururuturú pues alcanzó la magnitud qué
se yo. Casi tan brillante como el planeta Venus fue en esa ocasión
cuando más se acercó a nuestro planeta esto está interesante
(6.000.000 km), provocando debido a la masa de nuestro planeta,
una sensible modificación de su órbita. Lo jodimos. Los relatos
históricos son interesantes. Los chinos los comunistas
observaron: «Es una regla constante que cuando un cometa
aparece al amanecer, su cola está siempre al este o al oeste
cuando está en el crepúsculo.» ¿Y eso?. Es la primera anotación
de que la cola dice Debido a las funestas predicciones
astrológicas, causó gran temor en el rey Luis I de Francia estaban
todos locos se hacían el bocho por cualquier cosa. Fue visto en
Carlos Cristián Italiano
26
China, en la constelación de Leo, 989 en China 1066 El cometa
retorna en gran estilo. La aparición es mencionada en muchos
documentos históricos y está perpetuada en el célebre tapiz de
Bayeux Según cronistas ingleses guió al ejército de Guillermo el
Conquistador, Visto en Europa de color rojo. Nuevamente una
aparición sensacional. Observada en China, Alemania, Roma,
Noruega y muchos otros países no en Europa. 1456El cometa
retorna grande y brillante, justamente en la época de la guerra de
turcos y cristianos. Los cristianos ven en él una cruz y los turcos
un alfanje se pudieron poner de acuerdo carajo. El pa página23
papa Calixto III ordena tocar las campanas al mediodía e
instituciona el Ángelus cuyo texto es acompañado por un diseño
del cometa dejame de joder. Excomulga al demonio, a los turcos
y al cometa. Para algunos historiadores fue el cometa el que hizo
nacer las actuales Ave María de las 18hs. Más cagones que la
gente. Por eso muere Alfonso rey aragonés / muertes venidas
de otras tierras / especialmente el rey de Nápoles con gran
enfermedad / Cristiano, rey de Dinamarca, conquista Suecia / el
rey Casimiro de Polonia, sitia Mariaqué Mariaeburg».
¿Y acá que puede pasar?...¡Ya sé! –abrió grandes los ojos,
acomodó sus manos entre la cabeza y la almohada, la revista
tan rápidamente leída dejada a un lado; sin ningún gesto penoso,
sonriente, apostó-: el Plan Austral, ¡va a fallar el Plan Austral!
- Hospital... no señora, el doctor Gutierrez no puede venir. Está
operando. Cesárea...no, no le estoy entrando en detalles. Que sí,
que se opera mucho en éste hospital, aunque es chiquito... si, no
se preocupe, señora, sí, la llama de inmediato.
- Hospital...sí, dermatología atiende por la tarde, pero tiene que
venir a sacar turno ahora… ¿Vio?, se terminan prontito...De nada.
- Hospital...¡cómo una urgencia? Déme el nombre...¿y la edad?
¿Dónde vive su esposo? Sí, estoy tomando nota, ya le mando la
ambulancia... Doctor López, doctor López, lo requieren con
urgencia en el hall central (espero que el buscapersonas sirva).
Dr López, Dr López, presentarse con urgencia en el hall central
Los locos del cometa
27
(o viene o lo llamo a la pieza. Mejor lo llamo a la pieza...).
Bajo los grandes portones verdes del hospital, siempre
abiertos, la vida se entrecruza con cada persona que pasa. Una
pequeña y vieja mujer, encorvada su columna, está dispuesta a
entrar. Más ágiles, dos hermanitas corretean cerca. Esperan a
su madre quien viene con otro hijo, inválido, en su cochecito.
Adentro hay mucha gente. El hall central se continúa en largos
pasillos que llevan a los consultorios, pero hay que detenerse allí,
frente a «Estadística», para asegurarse el turno, buscar la historia
y proseguir al interior. Es mediodía y ya empieza a llegar el público
de la tarde, todos quejándose del calor. Hay una camilla detenida,
la gente trata de evitar la curiosidad, pero el hombre está raquítico
e inexpresivo; el suero fue puesto sobre las sábanas, a la espera
del ascensor amplio, de puertas pesadas, que debe abrirse con
un fuerte empujón. Nadie está de acuerdo en estar allí. Sólo el
hombre del conmutador que le gusta hablar. Alguien le pregunta
dónde está el buffet. «Está al fondo, por el pasillo principal». Son
familiares de un internado; llegaron por la mañana. Las empleadas
de estadística buscan las historias clínicas a medida que logran
dar los turnos. Algunos hombres se impacientan, pero hay que
esperar a que empiecen a atender. Este mediodía la concurrencia
no es mayor que en otros días. López pasa rápido con su maletín.
Tiene un chaleco con cuellito a lo Mao, blanco, pantalones también
blancos. Se lo identifica fácil: ya es típico verlo pasar. Muy
probablemente vuelva con el paciente acostado en una camilla y
entrando a los tumbos ayudando al chofer, ambos transpirados.
« Gutierrez no está para nadie. Eso me dijo. Ni para le
esposa, también me dijo. Pobre Chicho, que lo conozco de
pendejo. Está jodido, algo le pasa. Más que seguro cosa de
polleras. ¡Ojalá la sepa gambetear como Maradona!».
Pero hay un nuevo visitante a la entrada del hospital,
inesperado. Una masa incandescente brilla hasta dañar los ojos.
Es como una cabellera de fuego, ondulada, que acompaña un
viento cósmico. Penetra hacia el mundillo de gente y se generaliza
el terror. Los rostros, unidos por el miedo, palidecen pero lo hacen
Carlos Cristián Italiano
28
lentamente, abriendo las bocas; los mismos gritos están imbuidos
de esa lentitud. Las manos se van alzando; defienden de la luz
penetrante. Hay sorpresa pero se transforma en un gesto
interminable. El tiempo universal convierte nuestros movimientos
en pesados y previsibles, como al salir de un sueño profundo. El
cometa observa sin dañar. Ha entrado allí buscando a una sola
persona.
- Fabi, hacete unos mates que tenemos que conferenciar entre
vos y yo.
Solos, el comedor de la guardia para ellos. Chicho sabía
que iba a explotar. Fabián tiene un pequeño tic, un pestañeo que
ni él reconoce, deja un libro en la mesa, alisa el cabello, se levanta
hasta la cocinita. Infaltable, la yerba facilita las palabras. Chicho
empieza, no espera. Le dice:
- Fabián, estoy cagado.
La mirada de ambos chocan con la parecita que los separa.
- ¿Me oís? Esa guacha de Rita quiere que me vaya yo con ella.
Aunque parece contenido, los brazos y puños se tensan. Su mano
derecha toma la frente rozándola en un abrir y cerrar
espasmódico. Enojado o alegre, no es un hombre de movimientos
lentos.
- Acercate, Fabián que te explico, che, se acabó todo.
El viento cósmico arrastra las historias clínicas de los
estantes de la administración haciendo que floten en el aire. Se
ven los movimientos de huída de la gente. Las madres alzan sus
bebés de los cochecitos. Otras escapan con sus hijos en brazos.
Las polleras se levantan. Por el lado de los hombres vuela alguna
boina y un sombrero. Pero la película corre sin prisa. Hay temor,
horror, aunque pareciera que donde pasa el cometa desaparece
todo sonido, o es la voz tan lenta que no se reconoce. Como la
luz de un relámpago se vuelca a un pasillo más allá de la puerta
de la sala de guardia donde, casi sin movimientos visibles, los
médicos y estudiantes buscan salvar la vida de un moribundo;
están pesados, ellos también sin saberlo. Les ha pasado un rayo
Los locos del cometa
29
de luz por la puerta. Nadie creyó que fuese real ni hicieron
preguntas innecesarias.
Cuando Fabián se animó se acercó con la pava hacia su
amigo. «Tarde para explicar», pensó en realidad. Pero buscaba
las palabras justas, que lo ayudasen. «¡Dale, hombre, dale!,
sacátela de encima»…¿No la querrás, verdad? serías muy
estúpido... Comprobá lo que te dice y terminala para siempre».
Sabía que algo de eso debía decirse. Siempre preparaba sus
palabras y ahora, mientras se acomodaba en otro banco,
desplegando toda su habilidad, hinchando la yerba, ubicando la
bombilla con una suavidad tensa y compulsiva, se relató
nuevamente a sí mismo lo que iba a decir.
- Rita me quiere hacer creer que la embarazé.
Fabián no se sorprendió, estaba preparado y se animó a
mirarlo. Algo debía suceder.
El largo pasillo hasta su final estaba impregnado de un
amarillo luminoso. La gente en el hall central, si aún estaba ahí,
recogía las cosas del piso, recuperando sus movimientos
naturales. Por lo menos la tarea era obligatoria para las empleadas
y los empleados. Era un automatismo frente al terror no
descifrado, ese inmiscuirse del universo con nuestras cosas, con
nuestro pequeño tamaño. Alguien gritó histéricamente ordenando
tranquilidad. Un movimiento como de hormigas pondría las cosas
en orden. El vuelo cometario tomó un segundo pasillo, el que va
a los dormitorios de guardia. Podría haber quemado, intoxicado,
extinguido, destruido, pero su objetivo no era ese. Firme ante los
siglos, desplegando velocidades siderales.
- Eso no es verdad, vos lo sabés. Siempre te cuidaste -por lo
menos era empezar por un principio la conversación.
- Claro que lo sé. Nunca me falló cuidarme, ¿cómo iba a ser
ahora? ¡Más bien! - sentenció firme el otro.
Sintió que no habían empezado bien; ¿de qué manera
hacerlo?- ¡Dale, hombre, sacátela de encima!.
Carlos Cristián Italiano
30
-¡Pero me vas a ayudar o no! ¡No me digas lo que yo sé!
«¡Olvidala, no aparezcas más!», Fabián aconsejaba por
dentro. Ambos mordían la bombilla a su turno. Aspiraban como
tocando una trompeta que daba un sonido deforme. El mate volvía
con cada palabra. La palabra iba en él llevando el mensaje de
que Rita era la mujer más difícil del mundo. La certeza de que
todo se iba a perder si el secreto salía de las paredes de ese
hospital antiguo, hacia la vida real, donde estaban Pamela, su
hija y su pequeño esfuerzo de ser un hombre completo… En ese
momento Halley tronó en la puerta del recinto. El viento cósmico
comenzó a ventear y despeinar. El aire se esculpió en llamaradas
de fuego. Fabián, cuidando inconscientemente su cabello alzó la
voz para preguntar: - ¿¡Y qué pensás hacer, Chicho!? Entonces
Chicho lo supo; acababa de llegar la respuesta. Mirando hacia la
puerta, sus ojos se abrieron como quien está absorto en el mar
con una sonrisa de satisfacción. En un simple acto le respondió
a su amigo:- Voy a fotografiar al cometa Halley.
El «¿qué?» desorientado de Fabián no pudo escucharse.
Quizás por quedar oculto en el sonido cósmico, quizás porque la
palabra apareció en ese mismo instante en alguna otra parte del
universo.
Siempre hemos sido buenos amigos con Chicho. Mirá que
la hemos pasado bien...y mal. Nos conocemos de la secundaria.
Pero fijate vos, yo estudiaba en el Industrial y él en el Nacional...
Lo que pasa es que nos conocimos en un boliche para los 70. El
andaba con unos tipos que conseguían marihuana. Eran medio
locos, entre comunistas y seudohippies. Fumaban juntos un
porro. Bueno, no importa, el hecho es que me agarró la curiosidad
de verlos tan raros y yo, que algo había tomado, bué, me acerqué.
Terminé siendo amigo de Chicho, no de los otros. El era más
natural. Se llama Sebastián pero le dicen Chicho, creo que es
una costumbre de familia. Nunca escuché que en ningún lado lo
llamasen de otra manera... Nunca fue un drogadicto ni un hippie.
El se divertía. Por eso me duele lo que le pasa. En Argentina para
ser médico tenés que ser muy formal y él no sirve para eso...
Los locos del cometa
31
Bueno, a mí no me cuesta, para mí es otra cosa. Al final
terminamos saliendo juntos a los boliches pero cuando nos
aburrimos preferimos ir a los recitales de rock del club Atenas...
Si, en la calle 13. Desde la Pesada de Billy Bond,¿te acordás de
Pinchevsky?.Aellos los vimos en el Opera... en la calle 59, parece
que no conocieras La Plata, muchacha. Bueno, en Atenas vimos
a León, ¡a Sui Géneris!, a Litto Nebia, a Spinetta, que estaba más
loco que una cabra, ¡hasta a Serrat, qué se yo! Este seguía
consiguiendo marihuana cada tanto así que me convidaba.
Después pateábamos toda la noche. Alguna vez terminamos en
un cabaret. ¡Viste cómo es uno cuando es joven!... Bueno, sí,
salíamos con chicas. Sí, nos divertimos. Más por locura de él por
decir verdad. Por eso entiendo lo que le pasa. Mirá, hasta se
metió con una vieja –para él, por supuesto-, que lo tenía agarrado.
En ese tiempo andaba medio depre. Eso fue allá por el 73. Medio
que volvió a los viejos amigos. Yo en el 72, contra los milicos, lo
había visto en alguna manifestación que fui pero, como se dice,
mucha bola no me dio. En el 73 se fue a Ezeiza.¡No sabés lo que
me contó después!¡ La gente colgada con alambres de los
árboles! De terror. Ahí recapacitó... Si, nos hicimos un viajecito
juntos, a dedo, a Brasil. También fuimos al sur, a Esquel... ¿Qué
querés, que te cuente todo? ¡Te estoy explicando cómo es Chicho,
nada más!. Resulta que dejó a esa mina pero por un tiempo no
nos vimos. Después nos encontramos en la facultad. El llevaba
un año menos que yo... porque se había metido en Bellas Artes
para la época de Isabel, pero entre el bajón que tenía y el golpe
militar, que cambió todo, dejó y se vino para medicina. Al rato
andábamos con pelo corto y estudiando. Algunas materias las
dimos juntos… Eso lo mató. Se metió mucho en la carrera. Algo
igual nos divertimos juntos. ¡Ah!, por ejemplo en el Mundial!. Eso
estuvo bueno. Lástima que después saltó todo. Para las Malvinas
también salimos a la calle. Otra macana. Bueno, en eso él se
fijaba en las Madres de Plaza de Mayo, en Pérez Esquivel, la
preocupación le salía ¿vos me entendés?... Bueno, te lo acepto,
era menos tonto que yo. Pero seguimos estudiando. Después le
creímos a Alfonsín que con la democracia se estudia, pero eso
Carlos Cristián Italiano
32
sí, al Nunca Más ninguno de los dos lo pudo leer... Claro, por
temor a sufrir, pero fijate vos cuántas cosas pasaban ¡y nosotros
estudiando!... Desde que hicimos gineco; desde ahí estamos
juntos otra vez. Ahora siempre nos vemos en el hospital. Yo te
conozco a vos desde que empecé la facultad, por eso a Chicho
no lo conocés bien. En aquella época no éramos... como se
diría...tan amigos... Bueno, está bien, vos también sos lúcida y
me contabas cosas. Pero te metiste con Alfonsín y tan bien no le
va. A lo que voy es que Chicho a esta altura ya está casado con
Pamela y nosotros seguimos de novios. Eso te muestra que no
piensa lo que hace... No por haberse casado, entendeme, porque
no mide las consecuencias; sigue siendo igual que cuando lo
conocí... Bueno, sí, no la pensó tampoco cuando se metió con la
otra mina. Pero no es mal tipo, ya te expliqué como es... No lo
defiendo, no nos peleemos por favor por eso. De última yo lo
quiero. A mí lo que me jode, y te lo digo así... Bueno, uso mis
palabras: «lo que me molesta» es verlo otra vez desinflado,
deprimido, porque también quiero que vuelva con Pamela. Ya se
metió por un camino. Pero en vez de corregir lo que hace da
vuelta la cara, ¡parece un ñandú!... Quiero decir que se va; no sé,
¡a Jujuy, a Salta!, quiere encontrar un buen cielo para fotografiar
el Halley... Sí, un día vino, me mostró una revista con un mapa
celeste y el recorrido de ese cometa, después están las técnicas
para fotografiarlo y el boludo...bueno, lo puedo decir, ¿no?, se fija
en eso y no en su matrimonio...Te guste o no te guste, Chicho es
mi amigo ¡y no puedo evitar que me joda lo que le pasa!...bueno,
no fue nada…dame un besito... Dale, te invito a pasear.
«Que sos estúpido, Chichito». Recostada en su cama se
la ve blanca y suave. Práctica, inquieta y pensante. Sus amores:
el espejo, el camisón, el pucho. El humo del pucho. Mirar el techo.
Esquivar la mirada de los viejos muebles heredados. Muy
probablemente el humo del pucho y pensar. Esquivar recuerdos
también. El foco amarillo en el techo. El ambiente solitario de la
pensión. Los sonidos pasajeros, estridentes, desde la puerta. Salir
de la adolescencia sin los verdaderos logros de mujer. El antiguo
Los locos del cometa
33
mandato bien podría estar allí: el fantasma de su madre, la
presencia estancada y penetrante. El odio a los dolores del parto,
el odio al hombre que nunca expresó. La pequeña venganza,
ingenua y torturada, a través de una hija preparada para ser
deseada, nunca amada. «Que sos estúpido Chichito, me perdí
dos años con vos». Tenía el cenicero y los cigarrillos en la mesita
de luz. Quebraba un cigarrillo cada vez que pensaba mucho y de
inmediato, con movimientos de autómata, encendía otro.
Incorporarse levemente, rasgar el fósforo, observando el ondular
de la llama, el sonido brusco que rompía su rutina. Y en el aspirar
profundo, atrapando entre sus labios el filtro, recuperando el deseo
de aplastarse sobre el colchón, lograba en el humo espirado
pensar, concentrarse. Arriba llegaba disperso, solitario; y a las
esquinas de las paredes se le ocultaban sus viejos colores.
«Chichito, antes te jodo». Se formó una imagen. Vio en el techo a
Pamela abriendo la puerta de su casa, su hijita probablemente
oculta detrás de ella. Atendía en la puerta a un desconocido. Este
le habló, le daba un mensaje importante. Pamela reconoció en él
un presentimiento, digamos que como negado. Su rostro fue
oscureciéndose hasta desaparecer entre las volutas de humo.
Otra imagen aparece. Abre la puerta de su cuarto, en la pensión.
Es Pamela, inquisidora, nerviosa, bien arreglada. Mostrando en
su aspecto que es la esposa del doctor. Rita finge no comprender
lo que le dice. Luego finge comprender. Se toca levemente el
vientre. Disfruta su triunfo con esta mentira. Es más atractiva
que Pamela, cuando luce su camisón rosa.
Carlos Cristián Italiano
34
Los locos del cometa
35
EL SEÑOR I.
«¿Tiene corazón este camino? Si tiene,
el camino es bueno; si no, de nada sirve.»
Carlos Cristián Italiano
36
Los locos del cometa
37
Este era su primer día de trabajo en la Facultad. Abrió
lentamente una de las gruesas puertas de entrada por donde se
vislumbraba al interior un largo y muy ancho pasillo, de paredes
pintadas con un tenue color celeste, o tal vez gris, pues eran
mal distinguibles por la insuficiente luz. A él daban, de ambos
lados, numerosas puertas altas, cuya terminación oval se
realzaba con algunos arabescos de color claro. Todo esto pudo
notar desde la entrada de la Facultad, cuyo interior homogéneo
y sombrío, hasta brumoso, lo desdibujaba la falta de ventanas y
una incorrecta iluminación artificial.
A lo que se podía ver todas estas puertas estaban cerradas.
Sin embargo, y ante la soledad reinante, pues no se veía a
ninguna persona, se alzaba un murmullo que el señor I sospechó
provenían del interior de las aulas, que no tenía un origen preciso
pero parecía ser provocado por una aglomeración de personas
dialogando. Animóse entonces pues debía presentarse en su
nuevo trabajo y dio unos pasos hacia adentro. Oyendo a su
vez, en contraposición, otros pasos, firmes, agudos, sonando
desde el fondo, lo cual le despertó una alegría casi infantil.
Distinguiendo una especie de sombra al final del extenso pasillo
adivinó la entrada a otro, lateral y tan pequeño que parecía
disimulado, desde donde apareció una figura de mujer
acercándose decididamente. Entre la penumbra su vestido lucía
de colores opacos y poco vistosos, con una falda amplia hasta
las rodillas. Era delgada de cuerpo pero exagerada en las caderas
y de movimientos seguros; con naturalidad llegó hasta él
haciendo ademanes y saludándolo cordialmente.
- ¡Usted debe ser el nuevo mensajero! -le decía aún a lo lejos,
sonriente-, ¡sea usted bienvenido!
Creyó sentir que el murmullo se intensificaba con aquellas
palabras y cada vez que pasaba cerca de una de las numerosas
puertas. Cuando estuvo de frente y la pudo mirar con claridad
vio que quizás le doblaba en edad pero que a pesar de ello y de
no tener ningún rasgo favorable, ser bajita y menuda, era
seductora. Decidió entonces presentarse.
- Mucho gusto, señora... -dijo mientras le extendía su mano- Mi
Carlos Cristián Italiano
38
nombre es Carlos I. Siendo mi primer día de trabajo en esta
Facultad le suplicaría que me presentase a las autoridades y a
mis nuevos compañeros y quizás también a esos profesores que
están dando clase en sus aulas- se expresó así intentando
exagerar formalidad con un leve movimiento de sus manos y
de éste modo causar una buena impresión.
Cuando se refirió a los profesores pareció reconocer en la
mujer una mirada de complicidad, algo no interpretable durante
ese primer encuentro. Su respuesta le restó importancia al
discurso del señor I.:
- Muchacho, el señor Dill y el señor Hill normalmente están
muy ocupados y no suelen atendernos. Con gusto le presentaré
al resto de sus nuevos compañeros. En cuanto a esas puertas no
les preste usted ninguna atención pues no está destinado a ellas.
Bienvenido entonces. Yo soy la señorita Sara Boncul y ahora
sígame por favor si es tan amable.
Con estas palabras que marcaban la diferencia de edad y
de jerarquía en ese sitio, apenas habiendo estrechado su mano,
dio la vuelta hacia el fondo sin esperar respuesta.
La siguió antes de que ella se perdiera en el pasillo. Su
cabellera larga estaba unida por una cinta, bamboleándose a
su paso a uno y otro lado de su prominente cadera. Pudo
comprobar que los murmullos se acentuaban, ocupando todo
el ámbito, cada vez que la mujer pasaba por las puertas laterales.
El señor I. entonces los percibía con más detenimiento y hasta
disminuía apropósito su marcha para poder hacerlo. Parecíale
ese sonido no ser más que la repetición casi incesante del nombre
de la mujer.
A pesar de estar muy cerca una puerta de otra y de poder
observarlas muy bien, le llamó la atención no reconocer ninguna
diferencia entre ellas. Todas tan parejas, altas, con el arco
superior rematando en un relieve redondeado pintado de un
color casi blanquecino y sus puertas dobles, macizas y cerradas.
Distinguía con nitidez filtrarse luz por la parte inferior
interrumpida por un vagar incesante de sombras inquietas,
como si en el interior de aquellas aulas las personas deambulasen
Los locos del cometa
39
nerviosamente. Terminando el recorrido llegó al otro pasillo,
mucho más bajo y estrecho, que formaba un ángulo recto con
el anterior. Una puerta doble, a cada lado de él,
prodigiosamente altas para el lugar, daban a las oficinas
administrativas, hasta el momento silenciosas y oscuras. Y
cerrando abruptamente el corto pasillo, otra, muy ancha para
el reducido espacio, ocupaba toda la pared llegando al mismo
techo. Estaba pintada de un caoba intenso y era muy sólida;
remataba por algunas partes en relucientes adornos dorados.
A su lado observó una chapa, ubicada muy alta en la pared,
tan engrasada que no alcanzó a descifrar sus inscripciones,
contrastando con el lustroso metal de la puerta. Hecho sólo
comprensible, pensó, considerando un descuido en el aseo por
parte del personal. Sara Boncul aguardaba a la entrada de la
oficina de la derecha. Antes de seguirla, Carlos I. se animó a
pensar que podría adaptarse al lugar sea como fuere; a pesar
de su juventud siempre lo había hecho en sucesivos trabajos
que si no resultaron fue debido a circunstancias especiales más
allá de su capacidad.
Luego penetró, repentinamente, en un cuarto muy
iluminado, excesivamente amplio, al que limitaba un ancho
mostrador de madera, en forma de L acostada , ubicado tan
cerca de la puerta que no quedaba lugar para que esperasen
juntas más de dos o tres personas apretadas. En el fondo había
un solo empleado, sentado en un pequeño escritorio alumbrado
innecesariamente por un velador, pues alcanzaba con la luz
vertical, revisando ensimismado uno por uno los papeles que se
hallaban a su alcance. Al parecer no había nadie más, situación
que no se podía descartar por la presencia de enormes estanterías
cargadas de papeles y carpetas de distinto grosor que ocultaban
de la vista el resto de la sala.
- Angel,¿tendrías unos minutitos para dispensar a nuestro nuevo
compañero de trabajo? -dijo Sara apoyando sus senos sobre el
mostrador, rozando con ellos la mano derecha del señor I., que
también estaba sobre el mostrador. Este la afirmó contra
aquellos. Sara, sin tomar en cuenta esta maniobra, le dijo al
Carlos Cristián Italiano
40
joven: -Angel Porco ha sido el mejor jefe de personal que ha
tenido nuestra Facultad -y detuvo sus seductores ojos sobre el
flacucho recién llegado.
Sin prestarles mucha atención, el señor Porco, de aspecto
obeso e impecable camisa blanca, resopló haciendo bailar su
mechón de pelo para luego ir a buscar unos expedientes que en
general eran todos gruesos y se alineaban en las abultadas y
espaciosas estanterías.
- Aquí está, sin más remedio -se dijo, y tomó una delgada carpeta
de no más de tres hojas, haciendo un gesto adusto de
desempolvarla como tratándose de papeles muy antiguos y poco
usados, lo cual no era cierto, debido a que se trataba de una
carpeta nueva. Se acercó a la pareja y continuó:-Señor Carlos
I., 17 años, función: cadete, es decir: mensajero; domiciliado en
tal y cual lugar de la ciudad de La Plata, donde nació en el año
1.963. Póngase cómodo, muchacho, está todo en orden. -Y
recién fijó sus ojos en él. Entonces Sara Boncul irguió su cuerpo
separándose del mostrador. Era el momento de irse; Sara lo
señaló con un ademán. Un último vistazo le mostró a un hombre
sobrepasado con tantos expedientes, escuchando al final una
especie de «¡Uf, nunca terminaré de ordenar esto, empezaré de
nuevo!», y después pareció escuchar: «¡Sara, cuando quieras
podés venir sola!», mientras que al cerrarse la puerta se oían
solo murmullos y en su filo inferior aparecieron luces y sombras
de movimientos inquietantes, como el de numerosas personas
interrumpiéndose el paso.
De repente escuchó gritos. La puerta de la oficina de
enfrente, la de menor importancia, estaba abierta. Asomó el
cuerpo con timidez. Reconoció a Sara entre las sombras
moviéndose agitada por una habitación oscura. Finalmente ella
abrió una ventana altísima con una celeridad que delató una
fuerza desmedida. Entonces se encontró con la figura de un
hombre sentado en un taburete alto, recién comenzando a
despegar los codos de una amplia mesada, intentando seguir
con sus ojos apenas abiertos el movimiento de su compañera.
Los locos del cometa
41
Era pequeño, de nariz prominente, amplia calva y con el resto
de cabellera de color muy negro (con el tiempo pudo comprobar
la pasión de este hombre por las tinturas). Estaba enfundado
por un saco holgado y no daba la impresión de disposición al
trabajo. Aún así lo rodeaban sobre la mesada una cafetera y
una pava de proporciones exageradas, abolladas por el uso,
con asas muy grandes, difíciles de levantar por una sola persona
y un ejército de tazas y platos apilados aquí y allá.
- ¡Sígame, señor I!- dijo la mujer intempestivamente, mientras
subía ágilmente unas pesadas escaleras de color gris celeste que
pasaban exactamente, debido a la estrechez del cuarto, por
sobre la cabeza del empleado y de los cacharros que lo rodeaban,
notándose en éste el desagrado de los pasos, firmes,
perturbándole el silencio. Pasando ligeramente Carlos I. hizo lo
que se le dijo.
Arriba el piso comunicaba a cada lado a dos habitaciones
revestidas en madera. Un vaho húmedo, un tanto sofocante, lo
provocaba la evaporación de las pavas con mate cocido; una
pequeña ventanita en el cuarto más grande permitía asomar
levemente el cuerpo y dominar de arriba el pequeño pasillo del
sector administrativo.
- Este es el cuarto de su jefe -le dijo Sara señalando precisamente
a esa habitación. Se observaba un pesado y oscuro escritorio
con su superficie cubierta por un vidrio, un sillón de cuerina
arrugada y un armario metálico de color verde muy oscuro,
cerrado- ... y este será el suyo -: señaló el de al lado, estantería
alta con tirantes de madera, poblado de papeles, talonarios y
reciberos, un desgastado escritorio y una sillita del mismo
material arrinconadas contra ella.
- Bueno, me voy -dijo sorpresivamente-... qué edad tiene usted?
- 17.
Sin decir nuevas palabras, tomó la cabeza del señor I.
atrayéndola bruscamente con una de sus manos y besándole
profundamente con la boca cerrada, a la vez que le tomó una
mano haciéndole tocar un pecho, pequeño y agradablemente
duro. Sin esperar nada de él lo soltó y bajó las escaleras
Carlos Cristián Italiano
42
tarareando una canción alegremente, mientras que se
escucharon abajo unas estruendo-sas carcajadas seguidas por
pasos que subían impetuosamente los escalones. El cambio de
escena se sucedió de tal modo y con tanta rapidez que los gestos
de Sara lo confundieron como para poder recibir con sobriedad
a esos visitantes que se acercaron haciendo semejante barullo.
Aparecieron dos hombres de aspecto muy parecidos, altos
y anchos de espalda, rubios y bien peinados, demostrándole
gran alegría y agilidad. I. no sabía si sonreír él también o
mantenerse respetuoso de esas personas con aparente jerarquía
en el lugar (a juzgar también por sus trajes cruzados planchados
en tintorería, sus lujosas corbatas y hasta por el detalle de unos
pañuelos plegados en punta en los bolsillos del pecho, muy fuera
de época).
- ¡Bienvenido, oh, bienvenido señor I.!
- Nosotros somos sus actuales jefes.
- Compartiremos estas oficinas.
Mientras coincidían en estirar sus manos para darle un
fuerte y cordial apretón, lo que impresionó al señor I. como una
pantomima de hermanos siameses.
- Me presento: yo soy el señor Luya. Alejandro Luya.
- Yo soy el señor Rogelio Botassi.
- Un placer.
- Un placer.
- Un placer, dijo el señor I. - sin atreverse a decir otras palabras,
mientras devolvía tímidamente los apretones de manos.
- Bueno, ¡nos vemos señor IIiii...! -dijo uno como cantando
graciosamente.
- ¡Hasta lueegoo! -siguió el otro.
Ipso facto se retiraron ágilmente, corrigiéndose el pliegue
de sus trajes y, mirándose, comenzaron a bajar entre carcajadas
y pasos estruendosos.
- ¡Señor Alejandro Luya, Alejandro Luya!¡Aleluya!
- ¡Señor Botassi, señor Botassi!¡Señor Botas sí!
Y luego todo quedó en silencio.
Solo el vaho, el calor y un poco de sofocación.
Los locos del cometa
43
I. se desplomó en su silla hasta recuperar el ánimo. Lo
primero que decidió entonces fue bajar hasta la cocina y en
todo caso buscar a alguien, aunque fuese a la peligrosa señorita
Boncul, que le indicase cuál era la tarea que debía realizar en la
Facultad. Con pasos rápidos descendió la escalera hallando la
descolorida y húmeda cocina sin personal. El gran ventanal,
aún abierto, evitaba sensaciones de encierro e iluminaba con
claridad diurna el interior. Antes de llegar a la puerta doble (en
ese lugar todas las puertas eran dobles) escuchó pasos
acercándose. Entró el empleado de cocina, evidentemente su
compañero de trabajo más próximo. Llevaba una gran bandeja
metálica tomada con la mano izquierda; el saco se notaba muy
holgado y pudo observar por primera vez su pronunciada
calvicie y su nariz curva y unos ojos prominentes que le habían
resultado desapercibidos (se recordará que a un comienzo este
buen hombre se encontraba de perfil y en penumbras).
- Hola, Carlos, soy Juan Tepes, en realidad, no te ilusiones con
esos dos que pasaron ni con la putita de Sara, nunca están por
aquí. Si no hubiese sido por vos Sara no hubiese aparecido y sin
esos gritos los otros probablemente no hubiesen venido. Ya ves,
tu cargo no es tan importante como parece… - le dijo mientras
lo acorralaba hacia el interior y luego le servía una taza de mate
cocido sin consultarle, la que I. se bebió sin oposición-.Tu tarea
será recoger las cartas que encuentres cada mañana sobre la
mesa, anotar nombre y dirección del destinatario, fecha y hora
de entrada y de salida en un cuaderno que también hallarás...
¡por ahí!, y llevarlas al correo, que como buen platense sabrás
que está de aquí a dos cuadras. Bueno, ¡sube, sube y empieza a
trabajar!, y no te olvidés de hacer los mandados que se te pidan,
especialmente los míos… ¡Ah, y podés decir mi apellido
rápidamente y en forma repetida!...¡te va a causar gracia!
Este fue el primer día del Señor I. como empleado de la
Facultad y el sucesivo tiempo que permaneció en ella (poco más
de cuatro años) le sirvió, quizás, para comprender su significado.
Carlos Cristián Italiano
44
Así fue que después de cuatro años, el señor I se despertó,
bañada su frente en transpiración.
- ¡Pibe, bajá, que Angel Porco te necesita!
Despegando la frente de la mesa ordenó sus papeles,
mientras gritaba «¡ya va, ya va!», tratando de no hacer las cosas
de apurado. Escaleras abajo Juan Tepes tamborileaba una
bandeja con los mismos dedos que la sujetaban hábilmente a
un lado del cuerpo. Estaba por comenzar su ronda de mate
cocido para los profesores y eso lo ponía de mal humor. I. creía
que ese tic evitaba que sudase como los demás. - Quiere que le
hagás un mandado.- ¡Otro más!... ¿y ahora qué se le olvidó? -
La vaselina, pibe, siempre le falta… No jodás que todo el mundo
me apura y andate. -¡Otra vez vaselina!...
-¡Carlos, pibe, te necesito! -dijo Angel Porco levantando y
bajando papeles desde la tabla de su escritorio al pilón que tenía
acumulado.-¡Si no fuera por vos, yo, que no me puedo mover
de acá, no sé qué haría!... Andá y conseguime lo que dijo Juan y
no tardés que termino y tengo una cita.
- ¿Cuánto sale?
- No sé, no me acuerdo…
- Bueno. Tomá, 100 australes, la menstruación, pero no me
pierdas el vuelto, que estos se ven solo una vez al mes.
- No, Angel.
El hombre engordaba por lo que la conversación le generó
un esfuerzo desmedido. Pero al volver a sus papeles, en el roce
dinámico de subirlos, bajarlos y sellarlos en el escritorio, era
completamente otro.
El vistazo de luz siempre lo molestaba cada vez que pasaba
las puertas externas de la Facultad. Estas habían reemplazado
hacía mucho a un ventanal del primer piso; una larga y angulosa
escalera de cemento descendía a continuación, bordeando toda
la pared del edificio, hasta dar con el suelo. El hecho era que la
entrada a la Facultad se había aislado en años anteriores de la
entrada principal por la que se ingresaba a la Universidad. De
este modo, al salir, Carlos I. quedaba a la altura de los pinos del
Los locos del cometa
45
pequeño parque, en el mísero descanso de la entrada, como
rodeado por la edificada ciudad, con un repentino sentimiento
de soledad ante el encuentro con el bullicioso mundo de la
calle.
Una vez llegado al jardín se acercó a la vereda y cruzó la
céntrica avenida 7, tomando hacia su derecha en busca de una
farmacia para el lado de la calle 46. Esto significaba dar un
rodeo, pero caminar lo hacía sentir un poco libre, aunque fuera
cargando el típico traje marrón de empleado administrativo.
La avenida neurálgica de La Plata era relativamente tranquila
y de la mano de enfrente se instalaban todos los comercios (ya
que de este lado, en las manzanas vecinas, estaban el Banco y el
Correo). Cruzarla era para él llegar a otro mundo, a una enorme
distancia. Una caminata lunar destinada al regreso pero que
tendría así y todo su tiempo de exploración frente a cada
vidriera, o a cada cara extraña, y hasta en las baldosas sueltas
que salpicaban luego de la lluvia, para volver, como siempre,
con la alegría recuperada, la mercadería apretada en la mano,
casi olvidada y menos de 100 A en sus bolsillos (que vaya a
saberse si le cambiarían).
Pero esa tarde alguien lo miró atentamente desde la mesa
externa de un bar de la calle 7. Era un tipo con una delgadez
que exageraban sus largos y delgados brazos sobresaliendo de
un saco marrón. De pómulos salientes, ojos saltones, huesudo y
aspecto triste, su pelo negro parecía prolijamente recortado a la
antigua. La mano apretaba un vaso con cerveza, lleno hasta el
tope y la botella, en cambio, a medio vaciar. Con temor, I. trató
de pasar rápido sin poder dejar de observarlo. El hombre,
viéndolo pasar, giró el cuerpo alargándose como serpiente y lo
llamó: - I., no te vayas, acercate. Ante la duda de I., repitió: -
Acercate muchacho que no te voy a hacer nada. I. tendía a
obedecer porque así había aprendido pero sabía que un
vagabundo, más si sabe su nombre, podría engañarlo.
Finalmente se acercó y a una señal del extraño se acomodó en
una silla. Trató de disimular la inocencia de éste acto fingiendo
seriedad. Sin reparar en detalles, el hombre comenzó a hablarle,
Carlos Cristián Italiano
46
exaltado:
- Yo soy el señor K., ¿sabés?
- No lo sabía, señor.
- ¿No me conocés?, ¿no supiste nunca de mí?
- Bueno, si... ¡pero esa es una historia inventada!
- Inventada ¡tu abuela! Yo soy quien soy y lo tengo bien claro.
- ...........
- ¿Querés cerveza?
- No, gracias, señor.
- ¿Una Coca?
- No señor...Mejor sí, una Seven-up.
- Yo no supe hacer en mi vida otra cosa que lo que hacés vos.
Trabajaba en un banco.
- ...........
- Ahora que he muerto me dedico a tomar. Es más sano.
- No señor, ¡cómo se le ocurre!
- Es que ya nada me puede afectar, ¿no entendés?
- ..........
- Llevás años trabajando en ese edificio. En realidad yo lo veo
como un castillo... ¡Ya tendrías que haberte ido a la mierda!
- No es tan fácil… necesito trabajar.
- Sí que es fácil... ¡Seguí caminando!... ¡No te detengas! Encontrar
tu camino es mucho más importante que trabajar para vivir…las
dos cosas nunca marchan bien juntas, ¿sabés?
- Bueno, señor, le entiendo, pero tengo que hacer un mandado,
tengo que regresar... ¿Usted siempre viene por acá?
- Vine a este bar solamente a decirte algo y me vas a escuchar
bien, señor I.: cuando te decidas a irte de ese castillo andate a
Buenos Aires. Allá en la Recoleta vas a encontrar, escuchame
bien, a un tipo grandote con el pelo cortito y mal peinado teñido
de naranja. Te espera para un viaje muy largo ¡Si yo te parezco
raro, vas a ver lo que te parece éste! El va a tirar el tarot para
vos, te va a decir tu futuro...ah,y otra cosa...
- ¿Y ya me puedo ir?
- Si. Tenés que saber que Sara Boncul también fue amiga mía.
Los locos del cometa
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I. volvió ese día sin haber hecho el mandado. ¿Cómo se le
ocurriría a un tipo que nunca sale de su escritorio que podía
pagar con 100 australes un frasquito que no valía más de dos?
Sabía que nunca se los iban a cambiar. Se lo dijo así a Angel
Porco, inocentemente, con naturalidad, y luego se dio media
vuelta dejándole el dinero en el mostrador. No necesitaba otra
explicación para sí mismo que la de decir lo que debía. Tras
cerrar la puerta no se escucharon los sonidos lujuriosos de otras
veces. Tal vez, sí, un sonido amargo de gritos contenidos y las
sombras moviéndose, agitadas, en el contraluz del piso.
¡Válgame Dios!, ¿no fue esto una humillación para un empleado
jerárquico? Mientras que I. subió alegremente hacia su oficina,
con la ilusión de algo nuevo pasando por su mente (un círculo
extenso en el universo; una luz brillando en lo oscuro, aunque
fugaz).
I. ordenaba, todas las mañanas, el cúmulo de cartas que
encontraba el escritorio. Luego, una por una, les ponía el
membrete de la Facultad y las sellaba, registrando la dirección
y la fecha de salida en un ancho y vetusto cuaderno de tapa
dura que, debido a su capacidad, llevaba las firmas de otros
cadetes anteriores a él estas estaban destinadas al correo.
Algunas de esas cartas venían con la misiva Entrega Personal y
así debían entregarse (en esas situaciones, los destinatarios,
abogados docentes en la Facultad, o sus familias, parecían
personas comunes y hogareñas; ver esta escena alegraba al señor
I., que prefería esta tarea al del simple depósito de cartas). A I.
le gustaba fervientemente caminar y dejarse llevar por cualquier
calle, de tal modo que el horario de regreso era más bien
indefinido, ya que evitaba cualquier medio de transporte. Pero
su figura pálida y despeinada, la vestimenta y los papeles
apretados bajo el brazo, le daban la imagen de recorrer siempre,
aún bajo la lluvia, el alto y oscuro corredor de la Facultad.
Desde su primer encuentro con K. iniciaba su recorrido,
aunque no fuese necesario, cruzando la avenida para verlo. K.,
invariablemente, estaba sentado en la misma mesa, enfrentado
Carlos Cristián Italiano
48
a la misma botella de cerveza, adormecido por el alcohol. Parecía
estar soportando una profunda pena. Tímidamente I. pasaba
mirándolo de reojo, pero el hombre nunca volvió a prestarle
atención. De alguna manera le estaba agradecido porque a
partir de aquél primer encuentro ya nunca le encargaron
mandados debido a sus «malas contestaciones».
Subió la escalerita de madera a tientas en la oscura cocina
en la que Juan Tepes dormía imperceptiblemente. Allá arriba,
en el cuarto, había luz. Sentada en su silla estaba Sara, dándole
la espalda, apoyando sus brazos sobre la mesita de trabajo. El
pelo, siempre largo y atado, se hundía entre sus nalgas apretado
contra la silla. I. se dejó llevar por ese detalle, aún a sabiendas
de que le desagradaba el andar frívolo y desfachatado de Sara
y el descaro de encerrarse en la oficina de Porco, lugar al que
asiduamente visitaban, cuando estaba ella, el señor Botassi y el
señor Luya y los señores profesores del lugar, los jefes de familia
ejemplares que conociese en la calle. Y cuando no, algún alumno
avanzado, una cara nueva que le provocaba celos y una especie
de rabia que se fue asentando en sus gestos. Todo esto le
provocaba la vista del traicionero traste de Sara Boncul. Aún
así, fue esperando su mirada, y ver la cara redonda con ojos
grises y penetrantes, la piel pálida, y esa voz que podía ser
inocente y franca.
- Quiero tener un hijo con vos -le dijo ella, apenas moviéndose
para mirarlo. I. no pudo responder. Observó que sus labios
estaban pintados de un rojo muy intenso. - Vení, que tengo algo
para mostrarte.
Se levantó y lo tomó por ambas manos arrastrándolo
escaleras abajo, por la cocina oscura, sin sonidos de hervor en
el agua ni humedad ni la presencia de Juan Tepes, ni la puerta
de Angel, siempre iluminada, ni la sensación de superioridad
de los otros que bien podrían irse al carajo y lo que ellos y los
demás hacían de ella. Lo llevó por el viejo corredor de la
Facultad, pasando por las arcadas ahora carcomidas, ahora
silenciosas, como muertas las presuntuosas puertas. Tomados
de la mano parecían salir apresurados de la Facultad...pero Sara
Los locos del cometa
49
giró bruscamente y lo introdujo por una puertecita que nunca
antes había visto, ubicada entre dos de las inmensas arcadas de
las aulas, casi a mitad de pasillo.
- Aquí también recibo a los profesores -dijo entrando y cerró la
puerta de inmediato. Era un pequeño altillo de madera como el
que I. ocupaba, desconocido para él hasta ese momento No había
muebles. Sólo un colchón ocupando casi completamente el
espacio, cubierto con sábanas desordenadas. Tampoco ventanas.
Sara prendió la luz de una tulipa en la pared, y casi sin tiempo
para dejarlo respirar, se dedicó a besarlo por todas las partes de
su cuerpo con la ropa puesta, que en movimientos repentinos
se la fue quitando. Pero todo lo hizo tan torpemente que terminó
por sentirse incómodo hasta que totalmente desvestido fue
arrojado al colchón. Sara, únicamente quitándose la bombacha,
se sentó sobre él agitándose hasta culminar el encuentro. Luego
le dio un beso y acomodando su ropa interior le sonrió de pie y
desapareció en el pasillo diciendo «ya vuelvo, amor».
Decepcionado, I. buscó sus ropas ajustándola muy bien
al cuerpo, hasta la incómoda corbata. Sabía que Sara estaría
entrando a la oficina de Ángel Porco, ahora iluminada y ruidosa.
Adentro la esperarían el señor Botassi y el señor Luya que no
eran otros, con seguridad, que los señores Dill y Hill, sus nombres
quizás verdaderos, que tenían el despacho directamente ahí,
con Angel, pues la fachada que llevaba sus apellidos era falsa,
tanto que detrás de las estanterías colmadas de papeles tenían,
era innegable, una cama para las visitas de Sara, donde estarían
ahora fornicándola.
I. observó una pequeña salida al exterior disimulada en la
base de una pared de la bohardilla. Agachándose tiró del
pasador, lo que desprendió la puertita que cayó ruidosamente
hacia el jardín dejando entrar la luminosidad del día. Una suave
corriente de aire le acarició el rostro. Al asomarse vio una larga
hilera de peldaños metálicos adosados a la pared del edificio.
Con una costosa pirueta pudo acomodar sus pies en el primero
de ellos, logrando descender lentamente hasta pisar el césped
Carlos Cristián Italiano
50
del jardín. Comprendiendo que se iba definitivamente, cruzó
primero la avenida 7 para pasar por el boliche. El seños K. ya
no estaba, sólo la mesita vacía, con la botella de siempre a medio
llenar, como si supiese que su presencia era innecesaria.
Siguiendo por Plaza Italia caminó alegremente hacia la Terminal
de ómnibus. Una sensación de libertad le apareció locamente
en el andar, a pleno sol. Era la primera vez que su recorrido no
tendría regreso. Fue una dulce sensación que lo acompañó hasta
subir al micro que lo trasladaría a Buenos Aires.
Los locos del cometa
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LA VISION
«…es posible sentir con los ojos, cuando no están
mirando de lleno las cosas.»
Carlos Cristián Italiano
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Los locos del cometa
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El hombre había escudriñado el cielo durante algunos días.
Mirando para Buenos Aires, sentado en un banco en la plaza de
Temperley, comprendió la gravedad de lo descubierto. Sin poder
resistirse, se metió en la estación y subió sin pagar al primer tren
que iba a Constitución. Ensimismado en su visión trágica,
comenzó un vagabundeo por el Parque Lezama, oteando
permanentemente el cielo. Continuó hacia San Telmo. En Paseo
Colón, entre San Juan y Cochabamba, la imagen se condensó
formando una especie de pared en la que vibró una
estremecedora angustia, poblada de gemidos humanos, tan
intensos, que tuvo que cubrir sus oídos, con movimientos de
defensa convulsivos de todo el cuerpo. En esa altura había un
edificio policial con custodios en la puerta; sintiéndose en peligro
inminente, corrió desesperado, hasta quedar sin aire en una
callecita del barrio. Las viejas casonas tranquilas, todavía a salvo
del mal, le suavizaron el corazón. Sin embargo esa inquietud,
oscura al principio, se iba aclarando mediante la visión atenta
como en un movimiento del alma que hay que ayudar a emerger.
Un mensaje interior se debe descifrar en cuanto se percibe. Por
eso siguió caminando por Retiro hasta Plaza Francia. La zona
de la angustia, esa atmósfera de gas tóxico venenoso que se alzaba
sobre BuenosAires, se había densificado extendiéndose por todas
partes. En el futuro cercano iba a cubrir hasta la cabeza de los
enanos o los niños provocando grandes sufrimientos, siendo
motivo de división entre padres e hijos. Nadie tendría conciencia
de ello. Dio media vuelta y fue hasta el cementerio de la Recoleta.
Caminó por sus callecitas angustiosamente, como sin un por
qué. Un cuidador de aspecto uniformado lo reprendió por
vagabundear y le dijo que se fuera. Estaba sobresaltado y se alejó
como escapándose, nuevamente. Recorrió una avenida con
negocios lujosos, corriendo y sudando. Mientras regresaba a
Constitución pensó en nunca más llegarse hasta Buenos Aires.
Apretujado en un asiento del tren, con una bolsita de
mercadería en su falda, meditó en la ingenuidad de las personas
y en el trágico e inevitable destino que no protegían ni la bondad,
Carlos Cristián Italiano
54
ni la familia ni el trabajo. Su sombrero negro y su cuerpo
encorvado por la altura, enfundado en un guardapolvo largo y
descolorido, contrastaba por lo inusual con el resto de los
pasajeros. Nadie podría proteger a aquellas pequeñas familias
que lo rodeaban, ni a los empleados que sujetos del pasamanos
iban y volvían de la casa al trabajo y del trabajo a su casa.
Bruscamente un sonido breve y profundo surgió detrás suyo,
cesando repentinamente en un silencio angustioso. Se aferró a
su bolsita sin animarse a voltear porque reconoció que era la
Muerte bostezando, aburrida y cansada de tanto poder,
amenazante, muy amenazante y dueña de todo lo que se veía.
Ni bien llegado a Temperley se sentó en un banco del
andén. Nadie más salió de la puerta de ese vagón. La Muerte,
cualquiera fuese su disimulada figura, seguía de largo. Iba con
los demás. Esperó a tranquilizarse, pero pronto dominó su mente
una nueva revelación, más trágica: Dios estaba muerto y su
cuerpo se podría en los cielos. Aterrorizado por esta nueva
revelación comenzó un vaivén persistente en el banco,
aprisionando su bolsita de almacén contra el pecho, hasta que al
fin corrió buscando protección en su casa, como si una lluvia
finísima y muy molesta se hubiese iniciado repitiéndole sonidos
de terror. Llevaba el sombrero en una de sus manos, en la otra la
bolsita; mientras, los pliegues del guardapolvo realizaron un
movimiento flamígero.
Los locos del cometa
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DESCRIPCION DEL CABALISTA PROVOCADOR
«¡Había olvidado que era un hombre! La tristeza
de tal situación irreconciliable fue tan intensa que
lloré.»
Carlos Cristián Italiano
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Los locos del cometa
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El Cabalista Provocador parecía un aventurero más con
aire de hippie. En su cuerpo alto y huesudo sobresalía la cabeza
con una nariz afilada y una mirada penetrante como la de un
águila en acecho. Llevaba siempre un sombrero cubriendo la
cabellera negra, larga y enrulada. Su ropa de uso, de poco color,
iba siempre oculta por un guardapolvo amarillento, dándole un
aire de profesor o de monje tibetano. Una agilidad extrema
transmitía a esta figura una apariencia atemorizante. Su vida de
búsquedas inútiles entre filosofías orientales, esotéricas y
tercermundistas, logró que simultáneamente despreciara al ser
humano y que cargase con la locura de creerse con el poder de
volverlo a Dios. Era todo un visionario. De unos cuarenta de
edad, vivía en una casona a tres cuadras de la plaza de Temperley,
por la calle 25 de mayo, cerca de la terminal de trenes. Esta era
una construcción tipo chorizo antigua, con sus habitaciones
unidas por puertas, galería común y patio al fondo en donde
había una pequeña huerta, en la que descargaba su energía luego
de casi consumirse en el principal de todos sus vicios, la lectura,
y un limonero con el que preparaba el permanente té con limón.
La cocina al fondo le predisponía a la serenidad contemplando
la mínima arboleda, limitada por las paredes sucias linderas con
los vecinos. Su cuarto, anterior a la cocina, tenía un colchón
sobre el piso, un arcón para su ropa y algunos sombreros
apoyados con clavos contra la pared: un gorro de paja trenzada,
una galera negra, un panamá y un gorro con visera para sus
tareas domésticas. Siempre quedaba un clavo libre pues siempre
tenía alguno en uso. También había un veladorcito para las
lecturas nocturnas. Las siguientes dos habitaciones estaban
pobladas de libros, la mayoría ubicados en estantes fabricados
con cajones de manzanas apiladas. Los clasificaba por temas
escribiendo con letras grandes en un costado, en las maderitas
del cajón. Cada tanto su fervor por la lectura hacía que los libros
se desordenasen por la mesa, la única silla, la huerta, el baño u
otros lugares de la casa, lo que le obligaba periódicamente a
reacomodarlos. Cuando no le gustaba un orden buscaba otro,
tachaba la maderita y volvía a escribir con lápiz en otro lado, de
Carlos Cristián Italiano
58
modo que los cajones presentaban muchas tachaduras vigorosas.
Sus lecturas habían cambiado drásticamente después de ocurrida
la penosa visión, exigiéndole el alerta permanente frente a lo
que se venía: el olvido del ser humano de su unidad como
sociedad, la locura de enfrentarse unos a otros idiotamente y
sin escrúpulos y la ceguera frente al dolor, que insensibilizaría el
corazón de la gente. Un antepasado suyo, un tal Remo Erdosain,
había previsto estos movimientos maléficos en el aire, pero murió
sin que se lo comprendiese debidamente, ya que estaba
sospechado de criminal. Por ello decidió recibir diariamente a
chicos o chicas jóvenes que se reuniesen en el comedor de su
casa para instruirlos en este tema, mientras dejaba que
continuasen con el hábito de fumar marihuana, y a los que
consideraría sus discípulos. En las paredes del mismo había
escrito, con trazos ágiles y rápidos, frases que consideraba útiles
para enseñar los principios básicos de su pensamiento:
básicamente que el mundo es una mierda, que se acercan tiempos
de confusión muy difíciles y que hay que evitar que se forme la
nube tóxica modificando la conciencia mediante el estudio de los
más grandes y lúcidos pensadores. Por lo tanto, se encontraban
frases como éstas:
Dios ha muerto. Zaratustra
Prohibido prohibir. MF (mayo francés)
- ¡¡¡Miren adelante!!!. MF
En una revolución se triunfa o se muere. Che
Lo que se aprende nunca es lo que uno creía. Don Juan
La civilización es un complot. La Rebelión de los Brujos
y había una gran P sobre una V que un día alguien pintó y que
quedó para siempre.
Los locos del cometa
59
Estos encuentros se iniciaron luego de un sueño místico,
donde el Cabalista pudo comprender que un ser superior se
reconoce por la inquietud de su alma, y que el despertar se
manifiesta simbolizado por el elevarse del humo de la confusión,
en este caso, proveniente de la marihuana. Las reuniones con
los chicos podían durar horas con un ir y venir de muchachos,
que se sentaban en el piso del comedor desprovisto de muebles,
a quienes había recolectado en sus largas caminatas. Algunos
interesados en sus palabras; otros, tratando de aprovechar la
circulación de porros. Cada tanto alguna parejita se escondía en
una pieza, caso en el cual eran prontamente descubiertos por el
ojo avisor del Cabalista y enérgicamente expulsados del grupo,
acción facilitada por la autoridad que le daban su edad, su figura
y sus gestos. El ventanal del comedor permitía el paso de la
baranda de marihuana y las palabras al exterior, pero el Cabalista,
siempre desafiante, nunca lo tomó en cuenta. Creía en la
posibilidad de crear un hombre nuevo a partir de esa juventud
vital que andaba sin rumbo por las calles, buscando siempre
paz y amor pero, a decir verdad, hasta ese momento no había
encontrado a nadie que tomase con seriedad sus enseñanzas y
que no terminasen como un entretenimiento más. Solía, además,
enseñar muy superficialmente Ciencias Ocultas y esto le servía
para que alguno de esos chicos volviese a contratarlo para una
tirada de tarot, una carta natal o una interpretación de sueños,
saberes que había adquirido más bien como una forma de
ganarse la vida que por conocimiento de causa.
Más al fondo, en las otras piezas, las pintadas también eran
variadas. Estaban dispuestas estratégicamente, de modo de poder
seguir leyéndolas al caminar, ocupando a veces cada frase toda
una pared u otras una parte pequeñita en puntos determinados,
cosa de perpetuar así su propio aprendizaje (como ser: No es
espiritual nada que pueda ser alcanzado por la razón o la inteligen-
cia. Artaud-. El hombre está preparado para convertirse en un dios,
y en cambio a veces luce como un autómata. T. Merton-. Todas las
causas grandes necesitan de fanáticos porque de lo contrario no
tendríamos héroes ni santos. Evita-. Los hombres están tan tristes
Carlos Cristián Italiano
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que tienen la necesidad de ser humillados por alguien. Erdosain- Si
no podéis realizar todo el bien, procurad por lo menos disminuir el
mal. Tomás Moro-). Y al fin, en su trasfondo, en la cocina, visitada
por algunos de sus discípulos cuando se le ordenaba preparar el
acostumbrado té, dejó escrita a mano la siguiente poesía de
Charles Baudelaire:
Soy lo mismo que el rey de una tierra lluviosa,
Rico mas impotente, joven pero ya viejo,
Que desdeña a sus ayos y sus mil reverencias
Y al que aburren sus perros y demás animales.
Ese era el mantra matutino para profundizar su austeridad,
allá por el año de 1.971.
Los locos del cometa
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ALEXIS
«-¡No! Debes buscar en tu corazón y descubrir
porqué un joven como tú quiere emprender tamaña
tarea de aprendizaje.»
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Los locos del cometa
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- Por lo que se venesta primera carta vos vivís debatiéndote
entre el placer y la sabiduría.
- Mirá, yo tengo un trabajo de mierda y para placer no me da el
tiempo. Es más, ahí está mi problema.
- Silencio, dejá que hablen las cartas, ya vasver que atando los
cabos todo cierra.
- Dale.
- De alguna manera…vos estás encerrado entrel placer y el
conocimiento; saber vivir, vos mentendés.
- Sí, dale.
- Esta que sale acá es muy buena. Vos sos un tipo emprendedor
y con proyectos…
- ¡Sí, dale, a ver que te dice!
- …aunque pudiera ser que tuvieras tendencias homosexuales.
- ¡Pará, loco, ni en pedo!...decime que dice de los proyectos.
- ¿Y qué tiene de malo lomosexualidad?... uno nunca sabe…
Haber lotra carta…esta habla de las metas.
- …………..
- Este naipe, significa, que el secreto oculto, del que sabe, que
para ganar, primero tiene que perder, y que para conquistar, al
mundo, antes, debe renunciar a él.
- Eso es lo que me pasa a mí, che…¿pero eso es bueno? Mirá
que me paso las noches en vela.
- Pará, no digás más nada…¿qué proyecto de vida tenés?
- Más que nada, irme al carajo del laburo; después, con el tiempo
libre hacer artesanías en serie o ponerme un kiosco. A lo mejor
ponga un puestito por acá.
- ¡Pero tus metas no son muy elevadas!
- ¿Y qué metas creés que tengo que tener?
- Lo que pasa questa carta…
- ¿Esta carta qué?
- ¡Esta carta es para el que quiere conocer los secretos del
universo!...bueno, habla dalgo más en vos…Vos estás buscando
algo más…dejame ver.
- …………
- El mundo, ¡iestáinvertido!.
Carlos Cristián Italiano
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- ¡¿Qué significa?!
- Que cada vez, que se siente, que estás a punto, de llegar, al
éxito, éste se te corre como la línea del horizonte, y ¡zas!, nunca
lográs, llegar a la meta. Esa, es la carta de tu pasado.
- ¡Profundizá, vamos profundizá un poco más!
- Bueno, ¡ahí va la otra!...¿iésta?
- ¿Estaqué?, ¿qué significa?
- Carajo, la muerte, ¿vos nunca tuviste deseos suicidas?...Esperate
un poco… Deseos suicidas… búsqueda de metas elevadas…
sacrificio, grandes pérdidas… homosexualidad… ¡estas cartas
hablan de mí!
- ¿De vos? ¡Se suponen que las cartas eran para mí!
- ………………...
- Ahora entiendo…¡vos venís acá a levantar tipos!
- En un futuro próximo se mechandar la rueda del karma…
- Escuchame,¿ves ese policía? ¡Ni se te ocurra seguirme porque
tedenuncio!
- Hay unrayointensísimo que derriba todas mis estructuras, todas
las que armé hasta ahora…
- ¡A quién creés que la vacrer!, ¿a vos o a mí?
- Veo un compañero en este viaje porque es un viaje, un exilio…
- ¡Chau!
- …una búsqueda. Chau. Una estrella, un compañero. Chau.
Un viaje acompañados por el loco…¡Uhhhh!
Alexis era un muchacho solitario que vivía en un cuartucho
alquilado en una vieja casona de San Telmo: un»Hotel Familiar».
Su profesión era tirar el tarot en el Parque Lezama. Los años de
la dictadura lo llenaron de dolor y miedo y ahora que todo había
pasado repartía el tiempo entre el cuartito y la plaza. Era grandote
y andaba con el pelo corto, teñido. En el cuarto, con el calor del
verano, si no practicaba las cartas, dormitaba en la cama
tolerando la descortesía de un vecino de pensión que ponía
música de opera a buen volumen, con el único consuelo gracioso
de imaginar que aquella voz de soprano era la de una señora
gorda tetona y de boca gruesa vestida con ropas ampulosas y
Los locos del cometa
65
brillantes. También recordaba mucho a su Maestro que perdió
durante esos años aciagos cuando además había militado en una
unidad básica de Lomas… ¡a falta de padres, para algo estaba el
General! De aquél heredó algunas ideas y costumbres, como el
uso de las cartas para ganarse la vida. En el balcón, sostenido
por una hoja de celosía que por mal encuadrada no podía
cerrarse, colgaba una jaulita con un canario. Si alguna vez volviese
el Terror se enteraría a tiempo; porque aunque no pudiese
reconocer la zona gris que se convertiría en irrespirable ya a los
dos metros de altura, casi como un pozo ciego al revés, la muerte
del canario se lo iba a anunciar. Los pensamientos miserables,
en caso de hacer descender la zona de la angustia, no lograrían
atraparlo. Habría de irse.
Cuando le daban ciertas necesidades místicas se acercaba
al templo de San Pedro Telmo, más que a rezar, a poder salirse
de las cosas, de las miserias de las calles, de lo cotidiano, como si
el señor o la señora con su perro, el vagabundo, la gente
comprando en los puestos, llegaran por ratos a hartarlo. Hasta
que……Quelevaché!, la tristeza es la tristeza, soñó lo que soñó
una noche calurosa, mientras el canario vigilaba desde el balcón.
Pudo conversar brevemente con el General teniéndolo cerca.
- ¿Qué querés vos con mi esposa?
Estaban frente al cuerpo de Evita, casi tocándola.
- Es como una madre para mí, DonPerón.
- Cuidamelá, pibe.
Y desaparecieron de improviso él y ella y lo dejaron más solo que
la mierda.
Para él Perón es DonPerón y Evita se llama Bevita.
«Bevita…
- …¿y porqué la llamás así?...»
«- …¿ y porqué habría de llamarla dotra manera?»...
«- …no, sihacé lo que vos quieras».
Lo cierto es que ese muchacho, vulnerable y grandote, con
su pelo corto desmañado y teñido, gran tirador de tarot en el
Carlos Cristián Italiano
66
Parque Lezama, el día posterior al sueño, se fue al cementerio
de la Recoleta a visitar el mausoleo de su madre Bevita, la dueña
del General, la madre de todos los pobres y puso definitivamente
su puestito a la entrada del susodicho, convirtiéndose en el
primer tarotista de la zona y obedeciendo la orden.
Ocupándose en planchar era el tiempo de Alexis en
recordar sus cosas pasadas. Extendía la ropa sobre la tabla y tras
algunos movimientos precisos y rápidos con la plancha la dejaba
bien alisada; con la misma eficacia la doblaba y acomodaba en
la cama, que estaba a su lado. De ésta manera entraba en una
especie de meditación. De vez en cuando, mientras planchaba,
escupía la ropa para humedecerla y corregir las arrugas.
Su padre había sido alcohólico y violento, lo que lo hizo
inestable de carácter y por necesidad muy caminador. De andar
por la calle comenzó a militar en una unidad básica en Lomas
de Zamora, adquiriendo pronto gran admiración por el General
y su primera mujer. Perón vuelve, Evita dignifica. Ella, Madre de
todos los descamisados, capitana eterna de los pobres. Se prendió
en la campaña por el tío Cámpora presidente. Salió a pintar y
tirar panfletos en las fábricas. Luche y vuelve. En esas noches
tuvo su primer contacto sexual con un compañero suyo algo
mayor. Hasta que un día, caminando solo por Temperley, vio
una figura extraña, casi una aparición, desplazándose en dirección
a él. Tenía un aspecto de hippie pero su mirada era la de
DonPerón.
Volvió a escupir la ropa y a pasarle la plancha. Pensando
en su Maestro recuperaba la presencia de todas las cosas, como
una visión más amplia, más omnipresente. Recuperaba la calidez
del calor, la percepción de las formas y la solidez del aire, el
encuentro sutil con las enseñanzas que atesoraba, la belleza de
los colores. Y entonces esa soledad de la habitación cobraba
sentido.
Alexis se quedó quieto, inmóvil, mirándolo venir, y
entonces el Cabalista, perdiendo ese aire distraído con las cosas
del mundo se detuvo y le dijo: - Sé mi discípulo porque este
Los locos del cometa
67
mundo es una mierda.
Hicieron las cuadras hasta la casa del Maestro con una confianza
repentina, bromeando los dos, extraños opuestos, uno flaco, alto
y desprolijo, el otro corpulento, alto e impecable, riendo de la
idiotez de los ciudadanos con cara de avestruz e ignorancia de
monos, con los ojos puestos en el ombligo de los demás pero
con sus caretas que miran hacia arriba. Así fue como Alexis entró
en la casa del Cabalista Provocador. Y éste nunca le falló.
En la piecita de San Telmo el canario cantaba alegremente porque
la atmósfera estaba limpia.
A la Iglesia de San Pedro Telmo va todas las mañanas, de
temprano, un hombre a rezar. Se la pasa arrodillado un buen
rato en las gradas; se persigna al entrar, se persigna al levantarse
y sale.
En la iglesia de San Pedro Telmo se respira un aire de
mística, de quietud, de paz. Hay un silencio profundo que facilita
la concentración en las imágenes. Cuando se mira las cúpulas
uno se siente de repente protegido.
Este hombre, humilde, sale de rezar y es siempre el
primero o el segundo en la fila de los que esperan la comida que
la iglesia provee por una puertita lateral.
De dónde viene, si está solo en el mundo, porqué está ahí.
Eso Alexis no lo sabe, pero sabe que aquél hombre humilde le
está dando un mensaje. Algo así como que lo primero es la
búsqueda espiritual, luego el estómago contento.
Observó por un rato el blanco muro del Cementerio, los
árboles robustos que le daban sombra, la entrada y salida de la
gente y a ese muchacho extraño, de aspecto fuerte y con cara de
niño, sentado solitario en su puestito, al costado del portón, frente
a una simple mesita de madera desde donde miraba a lo lejos
como oteando el horizonte. Estuvo a un paso de irse, intimidado.
Pero al fin, en un momento de quietud de todo lo que lo rodeaba
se decidió a encararlo.
- ¿Me tirás el tarot?- le dijo sentándose en la silla del cliente,
Carlos Cristián Italiano
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mientras miraba tímidamente a Alexis que acomodaba sus
naipes. Siguió luego el juego de las cartas, que llevadas de la
mano de su dueño empezaron a hablar. Alexis no necesitaba
mirar al otro, siempre atento a la lectura; pero poco a poco lo
fue haciendo, cada vez más interesado en los designios
sorprendentes de la fortuna tarotista.
- ¿Cómo viniste acá?
- Me mandaron.
- ¿Quién?
- Un tal señor K.
- ¿Y quién es él?
- No sé. Lo conocí en La Plata.- Entonces Alexis lo miró como
conteniendo emocionado un anuncio muy importante…
Repentinamente y con firmeza ordenó, levantándose de la silla:
- Vení. Acompañame a caminar. Tenemos mucho parablar.
- Está bien -respondió mansamente el recién llegado-.
Alexis solía acelerar las palabras en la conversación y a veces
acentuaba las siguientes, modismo que aumentaba su frecuencia
con el nerviosismo pero que nunca aparecía a la hora de decir
las cosas en serio. Era un rasgo que I. trató de desconocer para
no provocar sonrisas suspicaces.
- ¿Cómo te llamás, pibe?- preguntó como despreocupadamente.
- Carlos I.
- ¿Tenés una putidea de lo que decían tus cartas?
- No.
- Mirá, dicen que vos…estás encerrado entre el placer y el
conocimiento…que sos un tipo emprendedor y con proyectos,
aunque pudiera ser… que tuvieses tendencias homosexuales;
que podés conquistar … al mundo si renunciás a él; que querés
encontrar los secretos del universo… y que si alguna vez tuviste
ideas suicidas… es porque tus metas… se te alejan siempre como
el horizonte… cuando caminás. En fin, ¡que sos un excelente
compañero para emprender una travesía! y aunque no lo sepas,
te parecés a mí.
- Y… ¿será bueno eso?
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Libro italiano 3 al 25 junio 2010

  • 1. Carlos Cristián I otalian Los locos del cometa...
  • 2. Los locos del cometa 1 LOS LOCOS DEL COMETA... Carlos Cristian Italiano
  • 3. Carlos Cristián Italiano 2 Italiano, Carlos Cristian Los locos del cometa. - Primera ed. - San Luis. 2010. 126 p. ; 24x18 cm. ISBN en trámite 1. Literatura Argentina. I. Título CDD A860 Fecha de catalogación: 25/06/2010 Diseño de Interior y arte de tapa: Guillermo Jorge LASKO lustración de Tapa Pintura Azteca: «Presagios» Impreso en Argentina - Printed in Argentina ISBN en trámite Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 © 2010
  • 4. Los locos del cometa 3 Agradecimientos: Va mi agradecimiento a todos los que leyeron el manuscrito y me aportaron su sincera opinión. Un agradecimiento especial a Elsa Abate Daga, Beatriz Orrego, Giorgio Martorella y Guillermo Gómez, quienes me enriquecieron, cada cual a su manera, con su entusiasmo y sus claras opiniones. Gracias aAlbertoTrossero, por el impulso necesario. Gracias a Patricia, compañera en todo. Dedico esta novela a mis cinco hijas, mi hijo y a mi nieta Mora, semilla de mundo.
  • 6. Los locos del cometa 5 PRÓLOGO Cuando Carlos Cristián me invitó a que prologue una novela que estaba escribiendo, me sentí muy honrado y acepté de inmediato. Cuando llega a mis manos y leo su título, «Los Locos del Cometa», me provoca una sonrisa al traer a mi memoria lo que una vez nos dijo un psiquiatra: «La locura es la respuesta cuerda a la sociedad alienada». Al abrir su primera página me topo con las recomendaciones «Antes de leer…»revelando que se trata de «una novela muy autobiográfica». Esto hace que me disponga a encontrar una novela muy valiente, ya que se debe ser muy valiente para revelar las vivencias de la propia vida con una gama de colores más allá de los del arco iris, ya que nos pinta las claridades, los oscuros y las mezclas de ambos. Comienzo la lectura desgranando párrafos tras párrafos, un capítulo tras otro bebiendo al comienzo de cada uno algo de las enseñanzas de «Don Juan» y, en un momento dado, me doy cuenta que ya estoy literalmente zambullido en esta atrevida novela que me hace identificar algunas veces con Chicho, otras con Alexis y otras con Carlos, los tres locos que van a la caza del cometa. No sólo con los tres locos, también con Fabián, y yo mismo me encuentro con K, con el Maestro sin nombre o con Eugenio. También me siento desconcertado por la brusca desaparición de Ernesto. Atrevida novela que en la enmarañada trama de las historias de sus personajes se mete en mi propia historia, apelando, cuestionando, preguntando. En este sumergirme viajero por «Los Locos del Cometa», voy tomando conciencia que la novela es también una maestra
  • 7. Carlos Cristián Italiano 6 traviesa que tiene la genialidad de enseñarnos con vivenciales relatos en diversos escenarios, desde las grades ciudades hasta parajes escondidos en la Puna, en los años 70 y 80 del siglo pasado. Una traviesa maestra que nos hace reflexionar acerca de cómo sobrevivimos los que decidimos quedarnos, o no pudimos irnos de nuestro país, durante esos años 70. De la misma manera, enseña desde los sentimientos, a quienes se fueron y a los que nacieron después. En esta «novela muy autobiográfica», valiente, maestra traviesa y atrevida, está también presente la mujer. Rita, Pamela y Sara aparecen en las primeras páginas revelándonos desgarradoramente sus dolores. Lo que nos enseña, maestra traviesa otra vez, que debemos conocer las historias, comprender y borrar para siempre de nuestro léxico el «juzgar» y «culpabilizar». En las últimas páginas se hace presente nuevamente la mujer, en la humilde y marginada joven que, en la precariedad de un rancho en la Puna, da a luz un bebé con la ayuda de uno de los «locos». Este dar vida provoca una poderosa sonrisa de felicidad en la joven y en el «loco». Tan poderosa felicidad que lo lleva a decidir que ése es su lugar en el mundo y allí se queda. La mujer se hace presente también en la anciana Doña Elvira que pronuncia su discurso de gratitud a la Vida celebrando la fiesta de sus 60 años junto a Don Vicente, «su Pumita de los Cerros». Discurso que lleva a otro de los «locos» a trascender con su música y a lograr la deseada claridad hacia donde debe seguir haciendo y siendo camino. Una extraña pareja que milagrosamente ha venido de la lejana Suecia a la Puna, participa de la fiesta, no emite palabra alguna, sólo sonríen y en sus ojos brilla la alegría. Y es la mujer de esta pareja la que impacta al tercero de los «locos».y lo hace
  • 8. Los locos del cometa 7 decidir regresar a buscar su compañera para compartir la vida «disfrutando la sensualidad con enamoramiento» Y es otra mujer, «la Aparecida», la que guía a los muchachos a encontrar el sendero que los lleva de regreso al pueblito, escenario de los últimos sucesos. ¡Novela que, si cuando la comenzamos sentipensábamos que el amor es importante, nos va llevando a sentipensar que el amor es lo más importante, para culminar sabiendo que el amor… es lo único importante! Julio Monsalvo
  • 10. Los locos del cometa 9 ANTES DE LEER LOS LOCOS DEL COMETA… …para decirlo desde el comienzo, si en esta novela hay pasajes onettianos, kafkianos, artlianos, o contianos (por Haroldo Conti), es que esta es una novela muy autobiográfica, placer mediante, es más imaginativa que autobiográfica, y en mi vida han pasado y me pasan situaciones de éste estilo, en distintas proporciones, a pasado o a futuro, lo que ya es una parte de mí. Seguramente podrá ocurrirle a cualquiera, como que se puede estar identificado con estos escritores del mismo modo que al paso del cometa se lo identifica con la locura o quizás porque en la vida de cada uno también podemos hacer lo que piensa Marcelo Birmajer (Periodista): «Todo lo que hacemos es para homenajear a los escritores que nos gustan» Quisiera compartir, además, algunos pasajes de lecturas que para mí tienen relación con la historia que sigue. Aparte de las grandes manifestaciones naturales, la comunicación y el interés por las pequeñas cosas nos acercan a sentimientos y pensamientos que tocan el alma y ayudan a su transformación, aún cuando aparenten ocurrir en distintos tiempos y espacios… «Es mediante todas esas trivialidades –en la manera en que hablamos, en cómo pedimos café al mozo, en los nombres de las calles y en los monumentos de las plazas- como se expresa un proyecto de sociedad y de país, por no decir del mundo; y es a través de ellas que puede verificarse cómo los hombres ‘creyendo correr hacia su libertad, corren hacia sus cadenas’ (Rousseau)». Eduardo Grünner, en La era de la desolación (de Dardo Scavino, Cuadernos Argentinos Manantial). «Toda cultura supone un ‘nosotros’ que constituye la base de nuestras identidades sociales». Mario Margulis. «la libertad y la igualdad constituyen el único espacio político en el que la diversidad puede existir». Eduardo Colombo, en La segregación negada (Margulis, Urresti y otros, Ed. Biblos).
  • 11. Carlos Cristián Italiano 10 «Según un cuento japonés, un renombrado profesor de arquería sube hasta la cima de una montaña para conocer al mejor arquero del mundo. Se queda atónito al ver que este experto maestro no usa arco ni flecha. Sin embargo, cuando el maestro apunta hacia el cielo, sin nada en los brazos, y después suelta la flecha invisible, cae un pájaro al suelo. Lo que yo sueño e imagino es la vuelta de la vida monástica sin necesidad de monasterios, la recuperación del lenguaje sagrado sin iglesias donde usarlo, la educación del alma llevada a cabo fuera de las escuelas, la creación de un mundo artístico e ingenioso realizado por personas que no son artistas, el surgimiento de una sensibilidad psicológica olvidada ya la disciplina de la psicología, una vida de intensa comunidad sin organizaciones a las que pertenecer, y la consecución de una vida del alma sin tener que hacer ningún progreso hacia ella». Thomas Moore, en Reflexiones ( Ed. Urano). Y finalmente una canción escuchada de chico: «Pero entonces llegó el hada protectora y viendo que Pinocho se moría le puso un corazón de fantasía y sonriendo Pinocho despertó». Todos los epígrafes de esta novela corresponden a Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda (ed. Fondo de Cultura Económica), donde un viejo indio yaqui expresó el pensamiento más práctico y más ligado a lo humano que a mi entendimiento y sensibilidad he leído (si nos atrevemos a leer a través de lo inexplicable). Como ven, todos ellos han dejado una estela luminosa en el firmamento de mi conciencia, llenando maravillosamente mis agujeros negros… p.d.: las notas sobre el cometa Halley fueron extraídas, con modificaciones, de la revista El tema es… cometa de Halley (Editora Tres, San Pablo, Brasil. Edición en Argentina. 1.986)
  • 12. Los locos del cometa 11 LOS LOCOS DEL COMETA
  • 14. Los locos del cometa 13 CHICHO «…tu seriedad está ligada a lo que tú haces. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga.» «Cuando tus emisarios plateados lleguen por ti, no hay necesidad de gritarles. Vuela con ellos como ya lo hiciste. Después de haberte recogido darán media vuelta, y los cuatro se irán volando.»
  • 16. Los locos del cometa 15 Chicho, que así lo llamaban, caminaba sobre la superficie lustrosa de la noche interrumpida a trazos por las débiles luces artificiales. Sin otra razón que el regreso, durante el paso rítmico y acelerado, descargaba su ansiedad con los brazos alzándolos enérgicamente en el aire. La barba naciente, descuidada, no podía ocultar la tensión de sus labios. Esa noche no fue fácil estar con ella sin poder vencer una sensación de rutina, el dolor de su fracaso matrimonial. Esta vez no pudo. «No sé que hago en este puto 1.986 a estas horas sacándome la mufa como si fuese visible y la tuviera pegada como el calor. ¡Qué loco soy! Hace años, en mi mejor época, no me importaba andar por las calles aunque fuese peligroso y ahora que no hay problemas me la paso caminando al pedo. Pame como mujer ya no existe pero estamos casados y eso es mucho. Rita me calienta y me gusta, pero para lo que no sirve es para matrimoniarse. ¡La puta!, y yo hoy necesito lo primero». Esa noche, a cualquier hora, se refugió en la humedad gris de su viejo hospital. Se internó en él por un largo pasillo iluminado por unos focos amarillentos y sucios. Unos médicos de guardia se acercaron desde el fondo, con su propia y opaca luz blanca, pasando como si flotaran en aquella penumbra mental, haciendo ademanes de saludos. Poca noche quedaba para soportar y decidió hacerlo durmiendo, no importándole qué viera en sueños. Pasó por la última y errática puerta hasta llegar al dormitorio de guardia, atravesando un solitario y poco amueblado salón y se metió vestido en la primera cucheta vacía que descubrió en una de las oscuras habitaciones, pobladas de colegas y estudiantes durmiendo. La penumbra fue ganando luz, se hizo incandescente, como si los focos amarillentos, haciéndose uno solo y creciendo como gigantesca llama recorriesen el largo pasillo, llegando hasta la habitación para desaparecer y dejar solo la noche, al final, en el momento de introducirse en el sueño. Acurrucó su cuerpo como para aislarse de lo que ocurriera en esa pieza, repentinamente indiscreta y activa en las urgencias, y se quedó dormido por unas horas sin pensamientos ni recuerdos, relajado insensiblemente, como cuando un hambriento recién nacido recibe el calor del
  • 17. Carlos Cristián Italiano 16 alimento de su madre, repleto de amor. Mirándose fijamente a los ojos, atravesándolos desde el espejo, Rita aspiró, con una mueca exagerada de la boca, el débil cigarrillo inerte entre sus dedos, aplastado luego con la violencia de un rápido movimiento sobre un cenicero de lata. El humo salió exhalado y sonoro, con el impulso necesario como para levantarse con fuerza de la silla, olvidarse por un momento de su hermoso cabello enrulado, por el que a Chicho le gustaba llamarle Rita «Bonita», y en ese mismo vértigo desnudarse, ponerse su camisón rosa y cubrir, con la rapidez del que está siendo observado, el cuerpo suave y seductor. Una vez en la cama exhaló de nuevo sin tabaco en la boca, esforzando ruidosamente los labios, sus ojos bien abiertos, la cabellera sobre la almohada. Sin ninguna timidez se dijo: «mañana, o tal vez pasado, le digo que se case conmigo». Con la seguridad en sus gestos giró, en la cama antigua e incómoda de la pensión, tirando del interruptor de la luz. En la penumbra distinguió aún el vaivén de las volutas de humo saliendo del cigarrillo a medio apagar. Fuera de la habitación, la iluminación atravesaba las viejas aberturas de madera y los sonidos la rodeaban, voces y ruidos monótonos que sólo imperceptiblemente daban paso al silencio y la oscuridad. Su cuerpo se retorcía, moviendo y girando todos sus miembros, su cabeza fue de adelante hacia atrás lentamente. Dio un gran bostezo, emitiendo un sonido perruno (aunque su cara de buen muchacho sugiriese gestos más delicados). LLegó la mañana y aún no quería abrir los ojos. - Che, despertate, que es la hora de hacer el pase de sala - le susurró Fabián, que se había acercado a sus oídos, apurándolo. - ¡Vamos Chicho!. Te traje un mate -insistió-. Fabián era un tipo de gestos suaves, algo desprolijo en su aspecto después de la noche de guardia. Un estudioso, pero sobre todo un amigo. Chicho mostró el marrón de sus ojos como el disparo de una cámara fotográfica. Se irguió en la cama y lo miró tan profunda- mente a Fabián que éste se sintió confundido. No eran Pamela ni
  • 18. Los locos del cometa 17 Rita sino la mañana de costumbre en el hospital. Chicho se relajó. Con gusto terminó de desperezarse repitiendo, aún cansado de sí mismo, luego de aceptar el mate:- Vamos, pero primero necesito una afeitada. En el caminar hacia la sala de internación, reconociendo caras, voces, luces habituales entrando por ventanales viejos, sus ojos se libraron de la tensión mental. Por una estrecha escalera de material pintada de gris llegó al primer piso. Arriba se agolpaba un pequeño grupo de viejos doctores, residentes, concurrentes y otros, como él y Fabián, que eran jóvenes médicos de la planta del servicio de ginecología. Rita Bonita dijo que Pamela era una inútil. Chicho que no la va a poder abandonar aunque no la quería. Rita fumaba un cigarrillo cuando hablaba. Los ojos, las caras de quienes iban en esos guardapolvos fueron tomando forma, moviéndose en grupo, arrastrándolo hacia adentro, a la sala, ubicando posiciones. Alguno con carpetas en la mano, ocultando el nerviosismo de exponer su saber frente a los demás, otro saliendo furtivamente hacia camas vecinas, para actualizar datos de última hora. Pero todos muy atentos a la ceremonia del pase de sala, de la observación en grupo de cada paciente. La mujer a la que rodearon primeramente apretaba las sábanas con su mano izquierda, la que no estaba al alcance de la vista. Estaban frente a ella. Eran todos hombres. Su mirada iba hacia distintos puntos del techo, más arriba que aquellas cabezas, y sus labios apretados parecían que nunca revelarían un sonido. Chicho la miró y de pronto descubrió algo. - Piómetra, dijo el residente. - «¿Qué?», pensó sorprendido volviendo a la realidad. Al hacer la dilatación del cuello expulsó grandes cantidades de pus -continuó el residente de tercer año, disfrutando haber asombrado al grupo- ...eso es lo que veíamos en la ecografía. Gonococos. Está con antibióticos parenterales -todos apuntaron al suero colgando, donde se suponía estaban los antibióticos-, según normas - y finalizó, orgulloso de haber presentado impecablemente el caso. Tras esa palabra aparecieron algunas sonrisas cómplices, algún dato estadístico, algún
  • 19. Carlos Cristián Italiano 18 comentario esperanzador, como era costumbre, al concluir cada exposición. Al aquietarse los murmullos, el jefe se dirigió a la siguiente cama. Su figura, que encarnaba en un reluciente guardapolvo blanco, desplazó las miradas de todos, médicos y enfermos, provocando una oleada, igualmente blanca, en su dirección. Las internas escucharon una a una su diagnóstico aunque la única palabra que le sonase familiar es «estás de alta». Después, cuando terminaron la sala y pasaban a la otra, Chicho ya sabía qué descubrió en la primera mujer: eran sus mismos ojos, la mirada que evocaba su sumisión frente a Rita Bonita. Estaba cerca de Fabián; cuando se encontrasen solos charlarían del problema. Sin percatarse, iba apretando el guardapolvo de su amigo que, al darse cuenta, lo tomó como una señal de amistad. Y le sonrió. - Me gusta tu pelo, Rita Bonita. - Tocámelo. - .............. - Me gusta tu cuerpo, Rita Bonita. - Tocámelo. - ................. - Y, qué tal, ¿es suave? - Sos un hada y una virgen. - Por suerte ninguna de las dos cosas. - Acariciame un poco. - Bueno.............. - Me hacés mucha falta. - ................ - No puedo estar sin vos. - ............... - No dejes de acariciarme. - ............... - Te pregunto una cosa, Chichito. - ¿Sí? - Tu esposa no hace lo mismo, ¿no? - No.
  • 20. Los locos del cometa 19 - Entonces te sigo acariciando. - ............... - Chichito, ¿sabías que este año se viene el cometa Halley? - .............. Ni por putas estoy para pensar en cometas. Inflación. Guerras. Derechos humanos. Militares y sindicalistas. Vivencias en un país incierto. ¿En dónde estuve parado todos estos años? Una hija y una mujer. Una amante. Del hospital al sanatorio. Abortos. Partos. Escapadas. De Galtieri aAlfonsín. La tranfugeada de Malvinas. Pero la bronca es conmigo. Status. Pasiones abandonadas. Una necesidad: estar con Rita. Por lo tanto, nunca estar en casa. Muchas guardias. Muchas escapadas. ¿Y dónde queda la profesión? Seguir a una mina y abandonarlo todo. Fabián sabe dónde está parado. Con su inocencia está haciendo carrera. Una novia eterna. Salidas de fin de semana. Mucho estudio. Se preocupa. Pero antes, ¡buena que la hacíamos! Marihuana, recitales de rock, pelo largo, reírnos de la policía y voltear alguna minita. Pero ahora un señor doctor. El tiempo de antes ¿fué malo o fué bueno? No me animo a pensarlo. Todavía no sé lo que me pasa a mí. ¡Qué verano de mierda! Calor por todos lados. Malos augurios. Planes para salir del estancamiento. ¿Cuándo veré el primer caso de Sida? Este dilema me está poniendo viejo. Mejor dicho envenenando porque tengo ganas de coger. Hoy me escapo de la guardia. Entonces se dio cuenta que estaba por cruzar la avenida. Había reconocido como un ciego la atmósfera pesada del tránsito, la humedad de la reciente lluvia. Reconoció también, instintivamente, con agilidad, el cordón de la esquina, el semáforo, la dirección y velocidad de los vehículos, la contaminación temprana. El ruido y las voces en la vereda. Sufrió cierto mareo. Una gota de sudor le acarició el cuello antes de meterse bajo su remera. Otra gota le acarició la frente. Al sacudir los párpados, con un pequeño temblor corporal, fijó su mirada en una revista de portada oscura, con un objeto luminoso atravesándola y grandes y aparatosas letras que decían EL TEMA ES... EL COMETA DE HALLEY EDICIÓN COMPLETA SOBRE EL
  • 21. Carlos Cristián Italiano 20 ESPECTÁCULO DE LA DECADA, y más abajo: FEBRERO DE 1.986, 2A. Se sumergió hacia la brillante estructura del negocio, que reflejaba el creciente sol de la mañana. No volvió a pensar en nada más. Con la sonrisa suave dejó que las manos del vendedor tomaran su dinero, buscasen el cambio en los bolsillos y, tras recibir una señal de acuerdo la sacó de atrás del alambre que la sostenía, como iniciando el cometa de la revista su propia trayectoria, como iluminándose mientras se alejaba del quiosco brillante, entre las manos de Chicho. Le causó risa, mirando la contratapa, la fotografía de una mujer muy vendible, raza blanca, pelo prolijo y rubio, muy meditativa; posaba metida dentro de una estructura piramidal de barras metálicas, sin otro espacio que para sentarse con las piernas cruzadas, con la altura justa para erguir el torso, anunciándose en grandes letras, pretensiosas: LA CASA DEL COMETA. ¿No era para bromear con Rita, pelito lindo y con muchas cualidades?...»Todo esto por dos australes», se dijo, llegando sonriente al hospital. La mesa es larga, hay buena luz, están casi todos. Los jefes, los médicos viejos, los más nuevos. ¡Mirá que aceptar venir si el mayor se quedó cubriendo la guardia! Suerte de novato, queva’chaché. Ese Chicho se está riendo como loco. Ya empezó a tomar antes de que sirvan la comida. Está alzando los brazos como cuando algo lo entusiasma o lo enoja. Que lo conozco. A él y a Fabián. Ahí está Fabián, los dos juntos como siempre. El es más tranquilo. Es más de sonreír. Agarra el vaso y le fija los ojos cuando lo hace, se detiene en eso, como con vergüenza. No se sacaron los guardapolvos. Les gusta llevarlos fuera del hospital. Uno por impaciente, el otro por orgulloso. Casi hermanos. ¡Qué lindo grupo! Los hay pelados, canosos. Parece una reunión de caballeros ingleses que se confundió la ropa. Estos son los maestros que se rajan del hospital. Seguro que más adelante me espera lo mismo. Hoy por mí mañana por ti. La comida está rica pero estaría más cómodo cenando en la guardia. Acá no tengo con quien hablar. Soy muy pibe para
  • 22. Los locos del cometa 21 éstos. ¡Y siguen con la conversa!. No paran. Será su verdadero yo. Ahí levantan las copas. ¡ Ma’ sí, yo la levanto! Chicho se sacó el guardapolvo. Está acalorado. Recién se aviva. Se despeina fácil cuando gesticula. Se ríe de algo del Halley y le prestan atención. Parece que algo aprendió. Yo creía que entre médicos sólo se hablaba de medicina. ¡Menos mal no es así! Hace ademanes con las manos. Mientras la derecha la mantiene abierta a la izquierda la hace un puño y las acerca hasta que las dos se chocan en el centro. La derecha envuelve a la izquierda y luego explotan. Casi se para y arrastra la silla del entusiasmo. Parece que dice fechas y nombres asiáticos, árabes y chinos. Toma cada uno de sus dedos para enumerarlas. Está alcoholizado pero se controla. Lo suficiente para divertirse. Cuando hizo lo de la explosión todo el mundo de rió. Habla tan alto que un mozo se acercó para escucharlo. Total a esta hora no hay nadie. ¿Desde cuándo lee este tipo? Si lo único que le interesa es la minita que tiene engrupida. Hoy está acá de milagro y haciéndose el astrónomo. Estaría bueno que hablara de ella. De cómo se la mete. Todos estarían con la boca abierta y calladitos. Yo también. ¡Y los ademanes! Bueno, ya estoy boludeando. ¡También con este tufo a cigarrillo! A ver si tengo laburo cuando vuelva y no puedo dormir. Chicho y Fabián seguro que llegan y apoliyan. ¡Para qué carajo dije que sí! Ahí está la mina. Se nota porque es linda y está arreglada. Se ve que lo quiere conquistar. Le toca el hombro y Chicho se deja de reír. Se puso nervioso. Hago un repaso a la mesa: los demás están hablando entre ellos. Lo del Halley ya pasó. Lo miran de reojo. El único que me ha dado la espalda es Fabián. Sé que lo mira francamente. El ya sabía lo de Rita pero esto lo ha tomado por sorpresa. Apoyó su brazo contra el respaldo. Está blanco, por el guardapolvo. Su pelo sigue prolijo. Por un momento no me deja ver a Chicho. Rita Bonita se lo lleva. Se nota que tiene que
  • 23. Carlos Cristián Italiano 22 decirle que está embarazada, que éste es un problema de los dos. Que deje a la mujer que no quiere. Que ella no puede quedarse sola. Se nota que ha pensado exactamente lo que le va a decir. Se nota que Chicho lo sabe. Por eso está pálido y ojeroso. No por el alcohol. Salen juntos. A Rita se la ve igual, no se altera. El mismo gesto, la misma marcha los dos, como una escena de teatro o de tango, tomados del brazo, salen como disimulando su propia soledad. Chicho no está dispuesto a creerle. Está seguro de que la va a dejar y ya está maquinando cómo hacerlo. Rita lo sabe. Para algo han estado juntos durante dos años. Ella apuesta con que hasta ahora a sabido manejarlo. Le dará más cosas si se queda con ella y si no le hará una escena. Tiene sus habilidades. Y no faltará un amigo que le de una mano. Chicho también lo sabe y...¿dije que Chicho iba a dormir esta noche? Página 17. El terror de 1.910.El encabezado. Nada queda igual cada vez que el cometa visita nuestro planeta. Y esto lo hace cada 76 años. El informe científico de que la Tierra debería atravesar la cola del Halley provocó una ola de terror en varias partes del globo. Nuestro mundo occidental se había instalado en todas las naciones y marchaba sobre ruedas. La amenaza alcanzaba a todos. Por otra parte, en Francia, Camilo Flammarion publicó un libro de ficción llamado EL FIN DEL MUNDO en donde auguraba «una elevación de la temperatura capaz de incendiar la atmósfera».Fue bastante para que se iniciasen largas procesiones pidiendo misericordia y para que los oportunistas lanzasen una píldora que cortaban los efectos de los gases venenosos que serían liberados Ahora empieza. Estamos en 1.909. Los más modernos medios de investigación astronómicos son accionados por los astrónomos que revisan juntos los largos tubos de sus telescopios. Ahora por primera vez, la emulsión fotográfica, muchísimo más atrapante que el ojo humano pasa a ser largamente empleada. Fue un profesor alemán, uno de los más conceptuosos de la época quien tuvo el privilegio en el mundo
  • 24. Los locos del cometa 23 de encontrar al cometa. Utilizando un telescopio grande del Observatorio de Heidelberg-Konigstuhl, al observar la placa fotográfica obtenida la noche del 11 de setiembre, Max-Wolf reconoce el cometa como un punto difuso perdido en medio de un millar de estrellas. Su distancia a la tierra era entonces de 512.000.000 de km., más allá de la órbita de Marte. Se indicaba inicialmente que esta aparición sería memorable, pues el cometa en razón de su excepcional proximidad a nuestro planeta, aparecía grande y brillante y la posición de la tierra y el cometa en sus órbitas haría que nuestro planeta entre los días 18 y 19 de mayo tocara por algunas horas la cola. Mecacho. La simple alusión del tema que la tierra atravesará la cola del famoso cometa no representa en realidad ningún peligro, pero genera una ola de aprensión y temor a la otra página...página 18 en varias regiones del globo. Se suceden las explicaciones de los astrónomos sobre la existencia de cualquier peligro, pues la cabellera que envuelve el núcleo del cometa estará a 8.000.000 de km de la tierra pavada y la sutileza del material de la cola es tal que no causa ningún problema a nuestro planeta .Así dicen por dos veces consecutivas (1.819 y 1.861) que la tierra tocará la cola del cometa sin ser molestada. Y completaban los astrónomos: la observación de algunos claros de la aurora, con una eventual incidencia de meteoros es lo máximo que podrá suceder. Palabra santa. INCENDIO EN LAATMÓSFERA. Esto hizo que la humanidad que vivía en plena edad Moderna se dividiera entre quienes aceptaron las explicaciones de los científicos y en quienes se desarrollaría el pánico a medida que pasaba el tiempo. Los loquitos de siempre. La presencia de un gas altamente venenoso en la cola de los cometas es detectado poco antes, en 1.908, en el cometa Morehouse, hace recrudecer más los temores. Y para completar la intranquilidad aparece El fin del mundo, editado en 1.893, en Francia, el centro intelectual de aquella época. Estaban relocos. «Tal metida en el océano cometario por diáfano que sea, no podría dejar de acarrear como primera e inmediata consecuencia, atento a los principios termodinámicos acá recordados, una elevación de la temperatura capaz de incendiar la atmósfera. Es el peligro
  • 25. Carlos Cristián Italiano 24 se me figura más grave. ¿Y a éste le creyeron?. Es el peligro se me figura más grave. Ya lo leí. El fin del mundo se puede dar por intermedio de la atmósfera. Hidrógeno y oxígeno arderían combinados con el carbono del cometa. Permaneciendo el globo terráqueo enteramente envuelto por la masa cometaria masa, linda palabra, durante siete horas más o menos, todo calculado, al girar ese gas incandescente y la abundancia de las precipitaciones producirían el incendio; el mar en ebullición sobrecargará la atmósfera de nuevos vapores, una lluvia torrencial sí está loco efervescente se precipitará en cataratas y huracanes surgiendo de todos los cuadrantes, estallar de rayos y truenos; no puedo seguir leyendo estas boludeces. Pronto la estopa está encendida. Escriben para la mierda. Una verdadera psicosis colectiva se apodera de nuestro planeta. Ante el pavor que se apodera de las página 19 masas, en todas partes se forman largas procesiones Filas interminables se forman en los confesionarios y los pobres vicarios se alternaban y sucumbían ante tanta fatiga. Giles. En estados Unidos el grupo de la secta «Select Followers»horrible el nombre iba a sacrificar a una joven con cuerpito lindo pelo largo acostadita para librar a la tierra de la ira del cometa y de su fin y fueron detenidos boludos. En ese mismo lugar, en otra ciudad, aclaremos se ponen a fabricar y vender píldoras destinadas a cortar efectos maléficos del envenenamiento apocalíptico esto es un asco página 21 OTROS PASAJES HISTORICOS. 689ac, 615ac, 539ac Datos establecidos por computadora. No fueron descubiertas anotaciones sobre la aparición del cometa en esos años. La época precisa de su entrada al sistema solar constituye aún hoy, un enigma. 466-465ac Visto en China en noviembre del 466ac a febrero del 465ac¿cómo cómo? a... sí, no están cambiados. Relatado por Aristóteles (381-321ac) ya me marean en su famosa obra «Historia de la naturaleza», por Plinio (23 a qué se yo) y Séneca ( este es del 2 al 62, más sencillo). Bueno, la cosa es decirlos al revés 11ac Observado intensamente en China y en Roma del 26 de agosto al 28 de octubre. Según el historiador Pingré «El estaba suspendido sobre la ciudad de Roma, seguido
  • 26. Los locos del cometa 25 de numerosas pequeñas velas ¿? En su historia de Roma, seguido de numerosas pequeñas velas, D. Cassius escribe en 1.606 «Antes de la muerte deAgrippa, se vio a un cometa durante varias noches pasando sobre la ciudad de Roma». 66dc este es d-c Observado del 31 de enero al 11 de abril, en China y Europa. Descripto por M Caesius y visto por Josephus ¡basta de nombres! 141 Observado en China del 26 de marzo a principios de mayo. 218 Visto con una «brillante y punteada cola» durante 20 días entre abril y mayo. Según Pinagré 295 Descubierta por astrónomos chinos la constelación de Andrómeda y observada intensamente a la 22 en el mes de mayo. 374 Observado en China a partir del 18 de enero. Descubrimiento de la constelación O O esa es una f Ophiuchus. 451 Notable aparición qué bárbaro: Observado en China y en Europa y siempre son los mismos por primera vez el día 10 de junio, al amanecer, hasta eso se saben. Ahora las descripciones insertadas en el Anais Chineses, consta de crónicas de Atila, rey de los unos. El cometa preanuncia su derrota en Chalons, por el general romano Actius quién lo conoce a éste 53 el más largo período conocido del cometa: 79,4 años observado en China el 4 de abril al norte de la constelación de Fue observado del 6 de setiembre al 4 de octubre. En China 760 Fue observado en China y en Europa Según Pinagré,»Un cometa brillante, imitando la figura de una viga»éste qué estaba mirando 837 Una de las más notables y quizás mayores apariciones de que se tengan noticias tutururuturú pues alcanzó la magnitud qué se yo. Casi tan brillante como el planeta Venus fue en esa ocasión cuando más se acercó a nuestro planeta esto está interesante (6.000.000 km), provocando debido a la masa de nuestro planeta, una sensible modificación de su órbita. Lo jodimos. Los relatos históricos son interesantes. Los chinos los comunistas observaron: «Es una regla constante que cuando un cometa aparece al amanecer, su cola está siempre al este o al oeste cuando está en el crepúsculo.» ¿Y eso?. Es la primera anotación de que la cola dice Debido a las funestas predicciones astrológicas, causó gran temor en el rey Luis I de Francia estaban todos locos se hacían el bocho por cualquier cosa. Fue visto en
  • 27. Carlos Cristián Italiano 26 China, en la constelación de Leo, 989 en China 1066 El cometa retorna en gran estilo. La aparición es mencionada en muchos documentos históricos y está perpetuada en el célebre tapiz de Bayeux Según cronistas ingleses guió al ejército de Guillermo el Conquistador, Visto en Europa de color rojo. Nuevamente una aparición sensacional. Observada en China, Alemania, Roma, Noruega y muchos otros países no en Europa. 1456El cometa retorna grande y brillante, justamente en la época de la guerra de turcos y cristianos. Los cristianos ven en él una cruz y los turcos un alfanje se pudieron poner de acuerdo carajo. El pa página23 papa Calixto III ordena tocar las campanas al mediodía e instituciona el Ángelus cuyo texto es acompañado por un diseño del cometa dejame de joder. Excomulga al demonio, a los turcos y al cometa. Para algunos historiadores fue el cometa el que hizo nacer las actuales Ave María de las 18hs. Más cagones que la gente. Por eso muere Alfonso rey aragonés / muertes venidas de otras tierras / especialmente el rey de Nápoles con gran enfermedad / Cristiano, rey de Dinamarca, conquista Suecia / el rey Casimiro de Polonia, sitia Mariaqué Mariaeburg». ¿Y acá que puede pasar?...¡Ya sé! –abrió grandes los ojos, acomodó sus manos entre la cabeza y la almohada, la revista tan rápidamente leída dejada a un lado; sin ningún gesto penoso, sonriente, apostó-: el Plan Austral, ¡va a fallar el Plan Austral! - Hospital... no señora, el doctor Gutierrez no puede venir. Está operando. Cesárea...no, no le estoy entrando en detalles. Que sí, que se opera mucho en éste hospital, aunque es chiquito... si, no se preocupe, señora, sí, la llama de inmediato. - Hospital...sí, dermatología atiende por la tarde, pero tiene que venir a sacar turno ahora… ¿Vio?, se terminan prontito...De nada. - Hospital...¡cómo una urgencia? Déme el nombre...¿y la edad? ¿Dónde vive su esposo? Sí, estoy tomando nota, ya le mando la ambulancia... Doctor López, doctor López, lo requieren con urgencia en el hall central (espero que el buscapersonas sirva). Dr López, Dr López, presentarse con urgencia en el hall central
  • 28. Los locos del cometa 27 (o viene o lo llamo a la pieza. Mejor lo llamo a la pieza...). Bajo los grandes portones verdes del hospital, siempre abiertos, la vida se entrecruza con cada persona que pasa. Una pequeña y vieja mujer, encorvada su columna, está dispuesta a entrar. Más ágiles, dos hermanitas corretean cerca. Esperan a su madre quien viene con otro hijo, inválido, en su cochecito. Adentro hay mucha gente. El hall central se continúa en largos pasillos que llevan a los consultorios, pero hay que detenerse allí, frente a «Estadística», para asegurarse el turno, buscar la historia y proseguir al interior. Es mediodía y ya empieza a llegar el público de la tarde, todos quejándose del calor. Hay una camilla detenida, la gente trata de evitar la curiosidad, pero el hombre está raquítico e inexpresivo; el suero fue puesto sobre las sábanas, a la espera del ascensor amplio, de puertas pesadas, que debe abrirse con un fuerte empujón. Nadie está de acuerdo en estar allí. Sólo el hombre del conmutador que le gusta hablar. Alguien le pregunta dónde está el buffet. «Está al fondo, por el pasillo principal». Son familiares de un internado; llegaron por la mañana. Las empleadas de estadística buscan las historias clínicas a medida que logran dar los turnos. Algunos hombres se impacientan, pero hay que esperar a que empiecen a atender. Este mediodía la concurrencia no es mayor que en otros días. López pasa rápido con su maletín. Tiene un chaleco con cuellito a lo Mao, blanco, pantalones también blancos. Se lo identifica fácil: ya es típico verlo pasar. Muy probablemente vuelva con el paciente acostado en una camilla y entrando a los tumbos ayudando al chofer, ambos transpirados. « Gutierrez no está para nadie. Eso me dijo. Ni para le esposa, también me dijo. Pobre Chicho, que lo conozco de pendejo. Está jodido, algo le pasa. Más que seguro cosa de polleras. ¡Ojalá la sepa gambetear como Maradona!». Pero hay un nuevo visitante a la entrada del hospital, inesperado. Una masa incandescente brilla hasta dañar los ojos. Es como una cabellera de fuego, ondulada, que acompaña un viento cósmico. Penetra hacia el mundillo de gente y se generaliza el terror. Los rostros, unidos por el miedo, palidecen pero lo hacen
  • 29. Carlos Cristián Italiano 28 lentamente, abriendo las bocas; los mismos gritos están imbuidos de esa lentitud. Las manos se van alzando; defienden de la luz penetrante. Hay sorpresa pero se transforma en un gesto interminable. El tiempo universal convierte nuestros movimientos en pesados y previsibles, como al salir de un sueño profundo. El cometa observa sin dañar. Ha entrado allí buscando a una sola persona. - Fabi, hacete unos mates que tenemos que conferenciar entre vos y yo. Solos, el comedor de la guardia para ellos. Chicho sabía que iba a explotar. Fabián tiene un pequeño tic, un pestañeo que ni él reconoce, deja un libro en la mesa, alisa el cabello, se levanta hasta la cocinita. Infaltable, la yerba facilita las palabras. Chicho empieza, no espera. Le dice: - Fabián, estoy cagado. La mirada de ambos chocan con la parecita que los separa. - ¿Me oís? Esa guacha de Rita quiere que me vaya yo con ella. Aunque parece contenido, los brazos y puños se tensan. Su mano derecha toma la frente rozándola en un abrir y cerrar espasmódico. Enojado o alegre, no es un hombre de movimientos lentos. - Acercate, Fabián que te explico, che, se acabó todo. El viento cósmico arrastra las historias clínicas de los estantes de la administración haciendo que floten en el aire. Se ven los movimientos de huída de la gente. Las madres alzan sus bebés de los cochecitos. Otras escapan con sus hijos en brazos. Las polleras se levantan. Por el lado de los hombres vuela alguna boina y un sombrero. Pero la película corre sin prisa. Hay temor, horror, aunque pareciera que donde pasa el cometa desaparece todo sonido, o es la voz tan lenta que no se reconoce. Como la luz de un relámpago se vuelca a un pasillo más allá de la puerta de la sala de guardia donde, casi sin movimientos visibles, los médicos y estudiantes buscan salvar la vida de un moribundo; están pesados, ellos también sin saberlo. Les ha pasado un rayo
  • 30. Los locos del cometa 29 de luz por la puerta. Nadie creyó que fuese real ni hicieron preguntas innecesarias. Cuando Fabián se animó se acercó con la pava hacia su amigo. «Tarde para explicar», pensó en realidad. Pero buscaba las palabras justas, que lo ayudasen. «¡Dale, hombre, dale!, sacátela de encima»…¿No la querrás, verdad? serías muy estúpido... Comprobá lo que te dice y terminala para siempre». Sabía que algo de eso debía decirse. Siempre preparaba sus palabras y ahora, mientras se acomodaba en otro banco, desplegando toda su habilidad, hinchando la yerba, ubicando la bombilla con una suavidad tensa y compulsiva, se relató nuevamente a sí mismo lo que iba a decir. - Rita me quiere hacer creer que la embarazé. Fabián no se sorprendió, estaba preparado y se animó a mirarlo. Algo debía suceder. El largo pasillo hasta su final estaba impregnado de un amarillo luminoso. La gente en el hall central, si aún estaba ahí, recogía las cosas del piso, recuperando sus movimientos naturales. Por lo menos la tarea era obligatoria para las empleadas y los empleados. Era un automatismo frente al terror no descifrado, ese inmiscuirse del universo con nuestras cosas, con nuestro pequeño tamaño. Alguien gritó histéricamente ordenando tranquilidad. Un movimiento como de hormigas pondría las cosas en orden. El vuelo cometario tomó un segundo pasillo, el que va a los dormitorios de guardia. Podría haber quemado, intoxicado, extinguido, destruido, pero su objetivo no era ese. Firme ante los siglos, desplegando velocidades siderales. - Eso no es verdad, vos lo sabés. Siempre te cuidaste -por lo menos era empezar por un principio la conversación. - Claro que lo sé. Nunca me falló cuidarme, ¿cómo iba a ser ahora? ¡Más bien! - sentenció firme el otro. Sintió que no habían empezado bien; ¿de qué manera hacerlo?- ¡Dale, hombre, sacátela de encima!.
  • 31. Carlos Cristián Italiano 30 -¡Pero me vas a ayudar o no! ¡No me digas lo que yo sé! «¡Olvidala, no aparezcas más!», Fabián aconsejaba por dentro. Ambos mordían la bombilla a su turno. Aspiraban como tocando una trompeta que daba un sonido deforme. El mate volvía con cada palabra. La palabra iba en él llevando el mensaje de que Rita era la mujer más difícil del mundo. La certeza de que todo se iba a perder si el secreto salía de las paredes de ese hospital antiguo, hacia la vida real, donde estaban Pamela, su hija y su pequeño esfuerzo de ser un hombre completo… En ese momento Halley tronó en la puerta del recinto. El viento cósmico comenzó a ventear y despeinar. El aire se esculpió en llamaradas de fuego. Fabián, cuidando inconscientemente su cabello alzó la voz para preguntar: - ¿¡Y qué pensás hacer, Chicho!? Entonces Chicho lo supo; acababa de llegar la respuesta. Mirando hacia la puerta, sus ojos se abrieron como quien está absorto en el mar con una sonrisa de satisfacción. En un simple acto le respondió a su amigo:- Voy a fotografiar al cometa Halley. El «¿qué?» desorientado de Fabián no pudo escucharse. Quizás por quedar oculto en el sonido cósmico, quizás porque la palabra apareció en ese mismo instante en alguna otra parte del universo. Siempre hemos sido buenos amigos con Chicho. Mirá que la hemos pasado bien...y mal. Nos conocemos de la secundaria. Pero fijate vos, yo estudiaba en el Industrial y él en el Nacional... Lo que pasa es que nos conocimos en un boliche para los 70. El andaba con unos tipos que conseguían marihuana. Eran medio locos, entre comunistas y seudohippies. Fumaban juntos un porro. Bueno, no importa, el hecho es que me agarró la curiosidad de verlos tan raros y yo, que algo había tomado, bué, me acerqué. Terminé siendo amigo de Chicho, no de los otros. El era más natural. Se llama Sebastián pero le dicen Chicho, creo que es una costumbre de familia. Nunca escuché que en ningún lado lo llamasen de otra manera... Nunca fue un drogadicto ni un hippie. El se divertía. Por eso me duele lo que le pasa. En Argentina para ser médico tenés que ser muy formal y él no sirve para eso...
  • 32. Los locos del cometa 31 Bueno, a mí no me cuesta, para mí es otra cosa. Al final terminamos saliendo juntos a los boliches pero cuando nos aburrimos preferimos ir a los recitales de rock del club Atenas... Si, en la calle 13. Desde la Pesada de Billy Bond,¿te acordás de Pinchevsky?.Aellos los vimos en el Opera... en la calle 59, parece que no conocieras La Plata, muchacha. Bueno, en Atenas vimos a León, ¡a Sui Géneris!, a Litto Nebia, a Spinetta, que estaba más loco que una cabra, ¡hasta a Serrat, qué se yo! Este seguía consiguiendo marihuana cada tanto así que me convidaba. Después pateábamos toda la noche. Alguna vez terminamos en un cabaret. ¡Viste cómo es uno cuando es joven!... Bueno, sí, salíamos con chicas. Sí, nos divertimos. Más por locura de él por decir verdad. Por eso entiendo lo que le pasa. Mirá, hasta se metió con una vieja –para él, por supuesto-, que lo tenía agarrado. En ese tiempo andaba medio depre. Eso fue allá por el 73. Medio que volvió a los viejos amigos. Yo en el 72, contra los milicos, lo había visto en alguna manifestación que fui pero, como se dice, mucha bola no me dio. En el 73 se fue a Ezeiza.¡No sabés lo que me contó después!¡ La gente colgada con alambres de los árboles! De terror. Ahí recapacitó... Si, nos hicimos un viajecito juntos, a dedo, a Brasil. También fuimos al sur, a Esquel... ¿Qué querés, que te cuente todo? ¡Te estoy explicando cómo es Chicho, nada más!. Resulta que dejó a esa mina pero por un tiempo no nos vimos. Después nos encontramos en la facultad. El llevaba un año menos que yo... porque se había metido en Bellas Artes para la época de Isabel, pero entre el bajón que tenía y el golpe militar, que cambió todo, dejó y se vino para medicina. Al rato andábamos con pelo corto y estudiando. Algunas materias las dimos juntos… Eso lo mató. Se metió mucho en la carrera. Algo igual nos divertimos juntos. ¡Ah!, por ejemplo en el Mundial!. Eso estuvo bueno. Lástima que después saltó todo. Para las Malvinas también salimos a la calle. Otra macana. Bueno, en eso él se fijaba en las Madres de Plaza de Mayo, en Pérez Esquivel, la preocupación le salía ¿vos me entendés?... Bueno, te lo acepto, era menos tonto que yo. Pero seguimos estudiando. Después le creímos a Alfonsín que con la democracia se estudia, pero eso
  • 33. Carlos Cristián Italiano 32 sí, al Nunca Más ninguno de los dos lo pudo leer... Claro, por temor a sufrir, pero fijate vos cuántas cosas pasaban ¡y nosotros estudiando!... Desde que hicimos gineco; desde ahí estamos juntos otra vez. Ahora siempre nos vemos en el hospital. Yo te conozco a vos desde que empecé la facultad, por eso a Chicho no lo conocés bien. En aquella época no éramos... como se diría...tan amigos... Bueno, está bien, vos también sos lúcida y me contabas cosas. Pero te metiste con Alfonsín y tan bien no le va. A lo que voy es que Chicho a esta altura ya está casado con Pamela y nosotros seguimos de novios. Eso te muestra que no piensa lo que hace... No por haberse casado, entendeme, porque no mide las consecuencias; sigue siendo igual que cuando lo conocí... Bueno, sí, no la pensó tampoco cuando se metió con la otra mina. Pero no es mal tipo, ya te expliqué como es... No lo defiendo, no nos peleemos por favor por eso. De última yo lo quiero. A mí lo que me jode, y te lo digo así... Bueno, uso mis palabras: «lo que me molesta» es verlo otra vez desinflado, deprimido, porque también quiero que vuelva con Pamela. Ya se metió por un camino. Pero en vez de corregir lo que hace da vuelta la cara, ¡parece un ñandú!... Quiero decir que se va; no sé, ¡a Jujuy, a Salta!, quiere encontrar un buen cielo para fotografiar el Halley... Sí, un día vino, me mostró una revista con un mapa celeste y el recorrido de ese cometa, después están las técnicas para fotografiarlo y el boludo...bueno, lo puedo decir, ¿no?, se fija en eso y no en su matrimonio...Te guste o no te guste, Chicho es mi amigo ¡y no puedo evitar que me joda lo que le pasa!...bueno, no fue nada…dame un besito... Dale, te invito a pasear. «Que sos estúpido, Chichito». Recostada en su cama se la ve blanca y suave. Práctica, inquieta y pensante. Sus amores: el espejo, el camisón, el pucho. El humo del pucho. Mirar el techo. Esquivar la mirada de los viejos muebles heredados. Muy probablemente el humo del pucho y pensar. Esquivar recuerdos también. El foco amarillo en el techo. El ambiente solitario de la pensión. Los sonidos pasajeros, estridentes, desde la puerta. Salir de la adolescencia sin los verdaderos logros de mujer. El antiguo
  • 34. Los locos del cometa 33 mandato bien podría estar allí: el fantasma de su madre, la presencia estancada y penetrante. El odio a los dolores del parto, el odio al hombre que nunca expresó. La pequeña venganza, ingenua y torturada, a través de una hija preparada para ser deseada, nunca amada. «Que sos estúpido Chichito, me perdí dos años con vos». Tenía el cenicero y los cigarrillos en la mesita de luz. Quebraba un cigarrillo cada vez que pensaba mucho y de inmediato, con movimientos de autómata, encendía otro. Incorporarse levemente, rasgar el fósforo, observando el ondular de la llama, el sonido brusco que rompía su rutina. Y en el aspirar profundo, atrapando entre sus labios el filtro, recuperando el deseo de aplastarse sobre el colchón, lograba en el humo espirado pensar, concentrarse. Arriba llegaba disperso, solitario; y a las esquinas de las paredes se le ocultaban sus viejos colores. «Chichito, antes te jodo». Se formó una imagen. Vio en el techo a Pamela abriendo la puerta de su casa, su hijita probablemente oculta detrás de ella. Atendía en la puerta a un desconocido. Este le habló, le daba un mensaje importante. Pamela reconoció en él un presentimiento, digamos que como negado. Su rostro fue oscureciéndose hasta desaparecer entre las volutas de humo. Otra imagen aparece. Abre la puerta de su cuarto, en la pensión. Es Pamela, inquisidora, nerviosa, bien arreglada. Mostrando en su aspecto que es la esposa del doctor. Rita finge no comprender lo que le dice. Luego finge comprender. Se toca levemente el vientre. Disfruta su triunfo con esta mentira. Es más atractiva que Pamela, cuando luce su camisón rosa.
  • 36. Los locos del cometa 35 EL SEÑOR I. «¿Tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve.»
  • 38. Los locos del cometa 37 Este era su primer día de trabajo en la Facultad. Abrió lentamente una de las gruesas puertas de entrada por donde se vislumbraba al interior un largo y muy ancho pasillo, de paredes pintadas con un tenue color celeste, o tal vez gris, pues eran mal distinguibles por la insuficiente luz. A él daban, de ambos lados, numerosas puertas altas, cuya terminación oval se realzaba con algunos arabescos de color claro. Todo esto pudo notar desde la entrada de la Facultad, cuyo interior homogéneo y sombrío, hasta brumoso, lo desdibujaba la falta de ventanas y una incorrecta iluminación artificial. A lo que se podía ver todas estas puertas estaban cerradas. Sin embargo, y ante la soledad reinante, pues no se veía a ninguna persona, se alzaba un murmullo que el señor I sospechó provenían del interior de las aulas, que no tenía un origen preciso pero parecía ser provocado por una aglomeración de personas dialogando. Animóse entonces pues debía presentarse en su nuevo trabajo y dio unos pasos hacia adentro. Oyendo a su vez, en contraposición, otros pasos, firmes, agudos, sonando desde el fondo, lo cual le despertó una alegría casi infantil. Distinguiendo una especie de sombra al final del extenso pasillo adivinó la entrada a otro, lateral y tan pequeño que parecía disimulado, desde donde apareció una figura de mujer acercándose decididamente. Entre la penumbra su vestido lucía de colores opacos y poco vistosos, con una falda amplia hasta las rodillas. Era delgada de cuerpo pero exagerada en las caderas y de movimientos seguros; con naturalidad llegó hasta él haciendo ademanes y saludándolo cordialmente. - ¡Usted debe ser el nuevo mensajero! -le decía aún a lo lejos, sonriente-, ¡sea usted bienvenido! Creyó sentir que el murmullo se intensificaba con aquellas palabras y cada vez que pasaba cerca de una de las numerosas puertas. Cuando estuvo de frente y la pudo mirar con claridad vio que quizás le doblaba en edad pero que a pesar de ello y de no tener ningún rasgo favorable, ser bajita y menuda, era seductora. Decidió entonces presentarse. - Mucho gusto, señora... -dijo mientras le extendía su mano- Mi
  • 39. Carlos Cristián Italiano 38 nombre es Carlos I. Siendo mi primer día de trabajo en esta Facultad le suplicaría que me presentase a las autoridades y a mis nuevos compañeros y quizás también a esos profesores que están dando clase en sus aulas- se expresó así intentando exagerar formalidad con un leve movimiento de sus manos y de éste modo causar una buena impresión. Cuando se refirió a los profesores pareció reconocer en la mujer una mirada de complicidad, algo no interpretable durante ese primer encuentro. Su respuesta le restó importancia al discurso del señor I.: - Muchacho, el señor Dill y el señor Hill normalmente están muy ocupados y no suelen atendernos. Con gusto le presentaré al resto de sus nuevos compañeros. En cuanto a esas puertas no les preste usted ninguna atención pues no está destinado a ellas. Bienvenido entonces. Yo soy la señorita Sara Boncul y ahora sígame por favor si es tan amable. Con estas palabras que marcaban la diferencia de edad y de jerarquía en ese sitio, apenas habiendo estrechado su mano, dio la vuelta hacia el fondo sin esperar respuesta. La siguió antes de que ella se perdiera en el pasillo. Su cabellera larga estaba unida por una cinta, bamboleándose a su paso a uno y otro lado de su prominente cadera. Pudo comprobar que los murmullos se acentuaban, ocupando todo el ámbito, cada vez que la mujer pasaba por las puertas laterales. El señor I. entonces los percibía con más detenimiento y hasta disminuía apropósito su marcha para poder hacerlo. Parecíale ese sonido no ser más que la repetición casi incesante del nombre de la mujer. A pesar de estar muy cerca una puerta de otra y de poder observarlas muy bien, le llamó la atención no reconocer ninguna diferencia entre ellas. Todas tan parejas, altas, con el arco superior rematando en un relieve redondeado pintado de un color casi blanquecino y sus puertas dobles, macizas y cerradas. Distinguía con nitidez filtrarse luz por la parte inferior interrumpida por un vagar incesante de sombras inquietas, como si en el interior de aquellas aulas las personas deambulasen
  • 40. Los locos del cometa 39 nerviosamente. Terminando el recorrido llegó al otro pasillo, mucho más bajo y estrecho, que formaba un ángulo recto con el anterior. Una puerta doble, a cada lado de él, prodigiosamente altas para el lugar, daban a las oficinas administrativas, hasta el momento silenciosas y oscuras. Y cerrando abruptamente el corto pasillo, otra, muy ancha para el reducido espacio, ocupaba toda la pared llegando al mismo techo. Estaba pintada de un caoba intenso y era muy sólida; remataba por algunas partes en relucientes adornos dorados. A su lado observó una chapa, ubicada muy alta en la pared, tan engrasada que no alcanzó a descifrar sus inscripciones, contrastando con el lustroso metal de la puerta. Hecho sólo comprensible, pensó, considerando un descuido en el aseo por parte del personal. Sara Boncul aguardaba a la entrada de la oficina de la derecha. Antes de seguirla, Carlos I. se animó a pensar que podría adaptarse al lugar sea como fuere; a pesar de su juventud siempre lo había hecho en sucesivos trabajos que si no resultaron fue debido a circunstancias especiales más allá de su capacidad. Luego penetró, repentinamente, en un cuarto muy iluminado, excesivamente amplio, al que limitaba un ancho mostrador de madera, en forma de L acostada , ubicado tan cerca de la puerta que no quedaba lugar para que esperasen juntas más de dos o tres personas apretadas. En el fondo había un solo empleado, sentado en un pequeño escritorio alumbrado innecesariamente por un velador, pues alcanzaba con la luz vertical, revisando ensimismado uno por uno los papeles que se hallaban a su alcance. Al parecer no había nadie más, situación que no se podía descartar por la presencia de enormes estanterías cargadas de papeles y carpetas de distinto grosor que ocultaban de la vista el resto de la sala. - Angel,¿tendrías unos minutitos para dispensar a nuestro nuevo compañero de trabajo? -dijo Sara apoyando sus senos sobre el mostrador, rozando con ellos la mano derecha del señor I., que también estaba sobre el mostrador. Este la afirmó contra aquellos. Sara, sin tomar en cuenta esta maniobra, le dijo al
  • 41. Carlos Cristián Italiano 40 joven: -Angel Porco ha sido el mejor jefe de personal que ha tenido nuestra Facultad -y detuvo sus seductores ojos sobre el flacucho recién llegado. Sin prestarles mucha atención, el señor Porco, de aspecto obeso e impecable camisa blanca, resopló haciendo bailar su mechón de pelo para luego ir a buscar unos expedientes que en general eran todos gruesos y se alineaban en las abultadas y espaciosas estanterías. - Aquí está, sin más remedio -se dijo, y tomó una delgada carpeta de no más de tres hojas, haciendo un gesto adusto de desempolvarla como tratándose de papeles muy antiguos y poco usados, lo cual no era cierto, debido a que se trataba de una carpeta nueva. Se acercó a la pareja y continuó:-Señor Carlos I., 17 años, función: cadete, es decir: mensajero; domiciliado en tal y cual lugar de la ciudad de La Plata, donde nació en el año 1.963. Póngase cómodo, muchacho, está todo en orden. -Y recién fijó sus ojos en él. Entonces Sara Boncul irguió su cuerpo separándose del mostrador. Era el momento de irse; Sara lo señaló con un ademán. Un último vistazo le mostró a un hombre sobrepasado con tantos expedientes, escuchando al final una especie de «¡Uf, nunca terminaré de ordenar esto, empezaré de nuevo!», y después pareció escuchar: «¡Sara, cuando quieras podés venir sola!», mientras que al cerrarse la puerta se oían solo murmullos y en su filo inferior aparecieron luces y sombras de movimientos inquietantes, como el de numerosas personas interrumpiéndose el paso. De repente escuchó gritos. La puerta de la oficina de enfrente, la de menor importancia, estaba abierta. Asomó el cuerpo con timidez. Reconoció a Sara entre las sombras moviéndose agitada por una habitación oscura. Finalmente ella abrió una ventana altísima con una celeridad que delató una fuerza desmedida. Entonces se encontró con la figura de un hombre sentado en un taburete alto, recién comenzando a despegar los codos de una amplia mesada, intentando seguir con sus ojos apenas abiertos el movimiento de su compañera.
  • 42. Los locos del cometa 41 Era pequeño, de nariz prominente, amplia calva y con el resto de cabellera de color muy negro (con el tiempo pudo comprobar la pasión de este hombre por las tinturas). Estaba enfundado por un saco holgado y no daba la impresión de disposición al trabajo. Aún así lo rodeaban sobre la mesada una cafetera y una pava de proporciones exageradas, abolladas por el uso, con asas muy grandes, difíciles de levantar por una sola persona y un ejército de tazas y platos apilados aquí y allá. - ¡Sígame, señor I!- dijo la mujer intempestivamente, mientras subía ágilmente unas pesadas escaleras de color gris celeste que pasaban exactamente, debido a la estrechez del cuarto, por sobre la cabeza del empleado y de los cacharros que lo rodeaban, notándose en éste el desagrado de los pasos, firmes, perturbándole el silencio. Pasando ligeramente Carlos I. hizo lo que se le dijo. Arriba el piso comunicaba a cada lado a dos habitaciones revestidas en madera. Un vaho húmedo, un tanto sofocante, lo provocaba la evaporación de las pavas con mate cocido; una pequeña ventanita en el cuarto más grande permitía asomar levemente el cuerpo y dominar de arriba el pequeño pasillo del sector administrativo. - Este es el cuarto de su jefe -le dijo Sara señalando precisamente a esa habitación. Se observaba un pesado y oscuro escritorio con su superficie cubierta por un vidrio, un sillón de cuerina arrugada y un armario metálico de color verde muy oscuro, cerrado- ... y este será el suyo -: señaló el de al lado, estantería alta con tirantes de madera, poblado de papeles, talonarios y reciberos, un desgastado escritorio y una sillita del mismo material arrinconadas contra ella. - Bueno, me voy -dijo sorpresivamente-... qué edad tiene usted? - 17. Sin decir nuevas palabras, tomó la cabeza del señor I. atrayéndola bruscamente con una de sus manos y besándole profundamente con la boca cerrada, a la vez que le tomó una mano haciéndole tocar un pecho, pequeño y agradablemente duro. Sin esperar nada de él lo soltó y bajó las escaleras
  • 43. Carlos Cristián Italiano 42 tarareando una canción alegremente, mientras que se escucharon abajo unas estruendo-sas carcajadas seguidas por pasos que subían impetuosamente los escalones. El cambio de escena se sucedió de tal modo y con tanta rapidez que los gestos de Sara lo confundieron como para poder recibir con sobriedad a esos visitantes que se acercaron haciendo semejante barullo. Aparecieron dos hombres de aspecto muy parecidos, altos y anchos de espalda, rubios y bien peinados, demostrándole gran alegría y agilidad. I. no sabía si sonreír él también o mantenerse respetuoso de esas personas con aparente jerarquía en el lugar (a juzgar también por sus trajes cruzados planchados en tintorería, sus lujosas corbatas y hasta por el detalle de unos pañuelos plegados en punta en los bolsillos del pecho, muy fuera de época). - ¡Bienvenido, oh, bienvenido señor I.! - Nosotros somos sus actuales jefes. - Compartiremos estas oficinas. Mientras coincidían en estirar sus manos para darle un fuerte y cordial apretón, lo que impresionó al señor I. como una pantomima de hermanos siameses. - Me presento: yo soy el señor Luya. Alejandro Luya. - Yo soy el señor Rogelio Botassi. - Un placer. - Un placer. - Un placer, dijo el señor I. - sin atreverse a decir otras palabras, mientras devolvía tímidamente los apretones de manos. - Bueno, ¡nos vemos señor IIiii...! -dijo uno como cantando graciosamente. - ¡Hasta lueegoo! -siguió el otro. Ipso facto se retiraron ágilmente, corrigiéndose el pliegue de sus trajes y, mirándose, comenzaron a bajar entre carcajadas y pasos estruendosos. - ¡Señor Alejandro Luya, Alejandro Luya!¡Aleluya! - ¡Señor Botassi, señor Botassi!¡Señor Botas sí! Y luego todo quedó en silencio. Solo el vaho, el calor y un poco de sofocación.
  • 44. Los locos del cometa 43 I. se desplomó en su silla hasta recuperar el ánimo. Lo primero que decidió entonces fue bajar hasta la cocina y en todo caso buscar a alguien, aunque fuese a la peligrosa señorita Boncul, que le indicase cuál era la tarea que debía realizar en la Facultad. Con pasos rápidos descendió la escalera hallando la descolorida y húmeda cocina sin personal. El gran ventanal, aún abierto, evitaba sensaciones de encierro e iluminaba con claridad diurna el interior. Antes de llegar a la puerta doble (en ese lugar todas las puertas eran dobles) escuchó pasos acercándose. Entró el empleado de cocina, evidentemente su compañero de trabajo más próximo. Llevaba una gran bandeja metálica tomada con la mano izquierda; el saco se notaba muy holgado y pudo observar por primera vez su pronunciada calvicie y su nariz curva y unos ojos prominentes que le habían resultado desapercibidos (se recordará que a un comienzo este buen hombre se encontraba de perfil y en penumbras). - Hola, Carlos, soy Juan Tepes, en realidad, no te ilusiones con esos dos que pasaron ni con la putita de Sara, nunca están por aquí. Si no hubiese sido por vos Sara no hubiese aparecido y sin esos gritos los otros probablemente no hubiesen venido. Ya ves, tu cargo no es tan importante como parece… - le dijo mientras lo acorralaba hacia el interior y luego le servía una taza de mate cocido sin consultarle, la que I. se bebió sin oposición-.Tu tarea será recoger las cartas que encuentres cada mañana sobre la mesa, anotar nombre y dirección del destinatario, fecha y hora de entrada y de salida en un cuaderno que también hallarás... ¡por ahí!, y llevarlas al correo, que como buen platense sabrás que está de aquí a dos cuadras. Bueno, ¡sube, sube y empieza a trabajar!, y no te olvidés de hacer los mandados que se te pidan, especialmente los míos… ¡Ah, y podés decir mi apellido rápidamente y en forma repetida!...¡te va a causar gracia! Este fue el primer día del Señor I. como empleado de la Facultad y el sucesivo tiempo que permaneció en ella (poco más de cuatro años) le sirvió, quizás, para comprender su significado.
  • 45. Carlos Cristián Italiano 44 Así fue que después de cuatro años, el señor I se despertó, bañada su frente en transpiración. - ¡Pibe, bajá, que Angel Porco te necesita! Despegando la frente de la mesa ordenó sus papeles, mientras gritaba «¡ya va, ya va!», tratando de no hacer las cosas de apurado. Escaleras abajo Juan Tepes tamborileaba una bandeja con los mismos dedos que la sujetaban hábilmente a un lado del cuerpo. Estaba por comenzar su ronda de mate cocido para los profesores y eso lo ponía de mal humor. I. creía que ese tic evitaba que sudase como los demás. - Quiere que le hagás un mandado.- ¡Otro más!... ¿y ahora qué se le olvidó? - La vaselina, pibe, siempre le falta… No jodás que todo el mundo me apura y andate. -¡Otra vez vaselina!... -¡Carlos, pibe, te necesito! -dijo Angel Porco levantando y bajando papeles desde la tabla de su escritorio al pilón que tenía acumulado.-¡Si no fuera por vos, yo, que no me puedo mover de acá, no sé qué haría!... Andá y conseguime lo que dijo Juan y no tardés que termino y tengo una cita. - ¿Cuánto sale? - No sé, no me acuerdo… - Bueno. Tomá, 100 australes, la menstruación, pero no me pierdas el vuelto, que estos se ven solo una vez al mes. - No, Angel. El hombre engordaba por lo que la conversación le generó un esfuerzo desmedido. Pero al volver a sus papeles, en el roce dinámico de subirlos, bajarlos y sellarlos en el escritorio, era completamente otro. El vistazo de luz siempre lo molestaba cada vez que pasaba las puertas externas de la Facultad. Estas habían reemplazado hacía mucho a un ventanal del primer piso; una larga y angulosa escalera de cemento descendía a continuación, bordeando toda la pared del edificio, hasta dar con el suelo. El hecho era que la entrada a la Facultad se había aislado en años anteriores de la entrada principal por la que se ingresaba a la Universidad. De este modo, al salir, Carlos I. quedaba a la altura de los pinos del
  • 46. Los locos del cometa 45 pequeño parque, en el mísero descanso de la entrada, como rodeado por la edificada ciudad, con un repentino sentimiento de soledad ante el encuentro con el bullicioso mundo de la calle. Una vez llegado al jardín se acercó a la vereda y cruzó la céntrica avenida 7, tomando hacia su derecha en busca de una farmacia para el lado de la calle 46. Esto significaba dar un rodeo, pero caminar lo hacía sentir un poco libre, aunque fuera cargando el típico traje marrón de empleado administrativo. La avenida neurálgica de La Plata era relativamente tranquila y de la mano de enfrente se instalaban todos los comercios (ya que de este lado, en las manzanas vecinas, estaban el Banco y el Correo). Cruzarla era para él llegar a otro mundo, a una enorme distancia. Una caminata lunar destinada al regreso pero que tendría así y todo su tiempo de exploración frente a cada vidriera, o a cada cara extraña, y hasta en las baldosas sueltas que salpicaban luego de la lluvia, para volver, como siempre, con la alegría recuperada, la mercadería apretada en la mano, casi olvidada y menos de 100 A en sus bolsillos (que vaya a saberse si le cambiarían). Pero esa tarde alguien lo miró atentamente desde la mesa externa de un bar de la calle 7. Era un tipo con una delgadez que exageraban sus largos y delgados brazos sobresaliendo de un saco marrón. De pómulos salientes, ojos saltones, huesudo y aspecto triste, su pelo negro parecía prolijamente recortado a la antigua. La mano apretaba un vaso con cerveza, lleno hasta el tope y la botella, en cambio, a medio vaciar. Con temor, I. trató de pasar rápido sin poder dejar de observarlo. El hombre, viéndolo pasar, giró el cuerpo alargándose como serpiente y lo llamó: - I., no te vayas, acercate. Ante la duda de I., repitió: - Acercate muchacho que no te voy a hacer nada. I. tendía a obedecer porque así había aprendido pero sabía que un vagabundo, más si sabe su nombre, podría engañarlo. Finalmente se acercó y a una señal del extraño se acomodó en una silla. Trató de disimular la inocencia de éste acto fingiendo seriedad. Sin reparar en detalles, el hombre comenzó a hablarle,
  • 47. Carlos Cristián Italiano 46 exaltado: - Yo soy el señor K., ¿sabés? - No lo sabía, señor. - ¿No me conocés?, ¿no supiste nunca de mí? - Bueno, si... ¡pero esa es una historia inventada! - Inventada ¡tu abuela! Yo soy quien soy y lo tengo bien claro. - ........... - ¿Querés cerveza? - No, gracias, señor. - ¿Una Coca? - No señor...Mejor sí, una Seven-up. - Yo no supe hacer en mi vida otra cosa que lo que hacés vos. Trabajaba en un banco. - ........... - Ahora que he muerto me dedico a tomar. Es más sano. - No señor, ¡cómo se le ocurre! - Es que ya nada me puede afectar, ¿no entendés? - .......... - Llevás años trabajando en ese edificio. En realidad yo lo veo como un castillo... ¡Ya tendrías que haberte ido a la mierda! - No es tan fácil… necesito trabajar. - Sí que es fácil... ¡Seguí caminando!... ¡No te detengas! Encontrar tu camino es mucho más importante que trabajar para vivir…las dos cosas nunca marchan bien juntas, ¿sabés? - Bueno, señor, le entiendo, pero tengo que hacer un mandado, tengo que regresar... ¿Usted siempre viene por acá? - Vine a este bar solamente a decirte algo y me vas a escuchar bien, señor I.: cuando te decidas a irte de ese castillo andate a Buenos Aires. Allá en la Recoleta vas a encontrar, escuchame bien, a un tipo grandote con el pelo cortito y mal peinado teñido de naranja. Te espera para un viaje muy largo ¡Si yo te parezco raro, vas a ver lo que te parece éste! El va a tirar el tarot para vos, te va a decir tu futuro...ah,y otra cosa... - ¿Y ya me puedo ir? - Si. Tenés que saber que Sara Boncul también fue amiga mía.
  • 48. Los locos del cometa 47 I. volvió ese día sin haber hecho el mandado. ¿Cómo se le ocurriría a un tipo que nunca sale de su escritorio que podía pagar con 100 australes un frasquito que no valía más de dos? Sabía que nunca se los iban a cambiar. Se lo dijo así a Angel Porco, inocentemente, con naturalidad, y luego se dio media vuelta dejándole el dinero en el mostrador. No necesitaba otra explicación para sí mismo que la de decir lo que debía. Tras cerrar la puerta no se escucharon los sonidos lujuriosos de otras veces. Tal vez, sí, un sonido amargo de gritos contenidos y las sombras moviéndose, agitadas, en el contraluz del piso. ¡Válgame Dios!, ¿no fue esto una humillación para un empleado jerárquico? Mientras que I. subió alegremente hacia su oficina, con la ilusión de algo nuevo pasando por su mente (un círculo extenso en el universo; una luz brillando en lo oscuro, aunque fugaz). I. ordenaba, todas las mañanas, el cúmulo de cartas que encontraba el escritorio. Luego, una por una, les ponía el membrete de la Facultad y las sellaba, registrando la dirección y la fecha de salida en un ancho y vetusto cuaderno de tapa dura que, debido a su capacidad, llevaba las firmas de otros cadetes anteriores a él estas estaban destinadas al correo. Algunas de esas cartas venían con la misiva Entrega Personal y así debían entregarse (en esas situaciones, los destinatarios, abogados docentes en la Facultad, o sus familias, parecían personas comunes y hogareñas; ver esta escena alegraba al señor I., que prefería esta tarea al del simple depósito de cartas). A I. le gustaba fervientemente caminar y dejarse llevar por cualquier calle, de tal modo que el horario de regreso era más bien indefinido, ya que evitaba cualquier medio de transporte. Pero su figura pálida y despeinada, la vestimenta y los papeles apretados bajo el brazo, le daban la imagen de recorrer siempre, aún bajo la lluvia, el alto y oscuro corredor de la Facultad. Desde su primer encuentro con K. iniciaba su recorrido, aunque no fuese necesario, cruzando la avenida para verlo. K., invariablemente, estaba sentado en la misma mesa, enfrentado
  • 49. Carlos Cristián Italiano 48 a la misma botella de cerveza, adormecido por el alcohol. Parecía estar soportando una profunda pena. Tímidamente I. pasaba mirándolo de reojo, pero el hombre nunca volvió a prestarle atención. De alguna manera le estaba agradecido porque a partir de aquél primer encuentro ya nunca le encargaron mandados debido a sus «malas contestaciones». Subió la escalerita de madera a tientas en la oscura cocina en la que Juan Tepes dormía imperceptiblemente. Allá arriba, en el cuarto, había luz. Sentada en su silla estaba Sara, dándole la espalda, apoyando sus brazos sobre la mesita de trabajo. El pelo, siempre largo y atado, se hundía entre sus nalgas apretado contra la silla. I. se dejó llevar por ese detalle, aún a sabiendas de que le desagradaba el andar frívolo y desfachatado de Sara y el descaro de encerrarse en la oficina de Porco, lugar al que asiduamente visitaban, cuando estaba ella, el señor Botassi y el señor Luya y los señores profesores del lugar, los jefes de familia ejemplares que conociese en la calle. Y cuando no, algún alumno avanzado, una cara nueva que le provocaba celos y una especie de rabia que se fue asentando en sus gestos. Todo esto le provocaba la vista del traicionero traste de Sara Boncul. Aún así, fue esperando su mirada, y ver la cara redonda con ojos grises y penetrantes, la piel pálida, y esa voz que podía ser inocente y franca. - Quiero tener un hijo con vos -le dijo ella, apenas moviéndose para mirarlo. I. no pudo responder. Observó que sus labios estaban pintados de un rojo muy intenso. - Vení, que tengo algo para mostrarte. Se levantó y lo tomó por ambas manos arrastrándolo escaleras abajo, por la cocina oscura, sin sonidos de hervor en el agua ni humedad ni la presencia de Juan Tepes, ni la puerta de Angel, siempre iluminada, ni la sensación de superioridad de los otros que bien podrían irse al carajo y lo que ellos y los demás hacían de ella. Lo llevó por el viejo corredor de la Facultad, pasando por las arcadas ahora carcomidas, ahora silenciosas, como muertas las presuntuosas puertas. Tomados de la mano parecían salir apresurados de la Facultad...pero Sara
  • 50. Los locos del cometa 49 giró bruscamente y lo introdujo por una puertecita que nunca antes había visto, ubicada entre dos de las inmensas arcadas de las aulas, casi a mitad de pasillo. - Aquí también recibo a los profesores -dijo entrando y cerró la puerta de inmediato. Era un pequeño altillo de madera como el que I. ocupaba, desconocido para él hasta ese momento No había muebles. Sólo un colchón ocupando casi completamente el espacio, cubierto con sábanas desordenadas. Tampoco ventanas. Sara prendió la luz de una tulipa en la pared, y casi sin tiempo para dejarlo respirar, se dedicó a besarlo por todas las partes de su cuerpo con la ropa puesta, que en movimientos repentinos se la fue quitando. Pero todo lo hizo tan torpemente que terminó por sentirse incómodo hasta que totalmente desvestido fue arrojado al colchón. Sara, únicamente quitándose la bombacha, se sentó sobre él agitándose hasta culminar el encuentro. Luego le dio un beso y acomodando su ropa interior le sonrió de pie y desapareció en el pasillo diciendo «ya vuelvo, amor». Decepcionado, I. buscó sus ropas ajustándola muy bien al cuerpo, hasta la incómoda corbata. Sabía que Sara estaría entrando a la oficina de Ángel Porco, ahora iluminada y ruidosa. Adentro la esperarían el señor Botassi y el señor Luya que no eran otros, con seguridad, que los señores Dill y Hill, sus nombres quizás verdaderos, que tenían el despacho directamente ahí, con Angel, pues la fachada que llevaba sus apellidos era falsa, tanto que detrás de las estanterías colmadas de papeles tenían, era innegable, una cama para las visitas de Sara, donde estarían ahora fornicándola. I. observó una pequeña salida al exterior disimulada en la base de una pared de la bohardilla. Agachándose tiró del pasador, lo que desprendió la puertita que cayó ruidosamente hacia el jardín dejando entrar la luminosidad del día. Una suave corriente de aire le acarició el rostro. Al asomarse vio una larga hilera de peldaños metálicos adosados a la pared del edificio. Con una costosa pirueta pudo acomodar sus pies en el primero de ellos, logrando descender lentamente hasta pisar el césped
  • 51. Carlos Cristián Italiano 50 del jardín. Comprendiendo que se iba definitivamente, cruzó primero la avenida 7 para pasar por el boliche. El seños K. ya no estaba, sólo la mesita vacía, con la botella de siempre a medio llenar, como si supiese que su presencia era innecesaria. Siguiendo por Plaza Italia caminó alegremente hacia la Terminal de ómnibus. Una sensación de libertad le apareció locamente en el andar, a pleno sol. Era la primera vez que su recorrido no tendría regreso. Fue una dulce sensación que lo acompañó hasta subir al micro que lo trasladaría a Buenos Aires.
  • 52. Los locos del cometa 51 LA VISION «…es posible sentir con los ojos, cuando no están mirando de lleno las cosas.»
  • 54. Los locos del cometa 53 El hombre había escudriñado el cielo durante algunos días. Mirando para Buenos Aires, sentado en un banco en la plaza de Temperley, comprendió la gravedad de lo descubierto. Sin poder resistirse, se metió en la estación y subió sin pagar al primer tren que iba a Constitución. Ensimismado en su visión trágica, comenzó un vagabundeo por el Parque Lezama, oteando permanentemente el cielo. Continuó hacia San Telmo. En Paseo Colón, entre San Juan y Cochabamba, la imagen se condensó formando una especie de pared en la que vibró una estremecedora angustia, poblada de gemidos humanos, tan intensos, que tuvo que cubrir sus oídos, con movimientos de defensa convulsivos de todo el cuerpo. En esa altura había un edificio policial con custodios en la puerta; sintiéndose en peligro inminente, corrió desesperado, hasta quedar sin aire en una callecita del barrio. Las viejas casonas tranquilas, todavía a salvo del mal, le suavizaron el corazón. Sin embargo esa inquietud, oscura al principio, se iba aclarando mediante la visión atenta como en un movimiento del alma que hay que ayudar a emerger. Un mensaje interior se debe descifrar en cuanto se percibe. Por eso siguió caminando por Retiro hasta Plaza Francia. La zona de la angustia, esa atmósfera de gas tóxico venenoso que se alzaba sobre BuenosAires, se había densificado extendiéndose por todas partes. En el futuro cercano iba a cubrir hasta la cabeza de los enanos o los niños provocando grandes sufrimientos, siendo motivo de división entre padres e hijos. Nadie tendría conciencia de ello. Dio media vuelta y fue hasta el cementerio de la Recoleta. Caminó por sus callecitas angustiosamente, como sin un por qué. Un cuidador de aspecto uniformado lo reprendió por vagabundear y le dijo que se fuera. Estaba sobresaltado y se alejó como escapándose, nuevamente. Recorrió una avenida con negocios lujosos, corriendo y sudando. Mientras regresaba a Constitución pensó en nunca más llegarse hasta Buenos Aires. Apretujado en un asiento del tren, con una bolsita de mercadería en su falda, meditó en la ingenuidad de las personas y en el trágico e inevitable destino que no protegían ni la bondad,
  • 55. Carlos Cristián Italiano 54 ni la familia ni el trabajo. Su sombrero negro y su cuerpo encorvado por la altura, enfundado en un guardapolvo largo y descolorido, contrastaba por lo inusual con el resto de los pasajeros. Nadie podría proteger a aquellas pequeñas familias que lo rodeaban, ni a los empleados que sujetos del pasamanos iban y volvían de la casa al trabajo y del trabajo a su casa. Bruscamente un sonido breve y profundo surgió detrás suyo, cesando repentinamente en un silencio angustioso. Se aferró a su bolsita sin animarse a voltear porque reconoció que era la Muerte bostezando, aburrida y cansada de tanto poder, amenazante, muy amenazante y dueña de todo lo que se veía. Ni bien llegado a Temperley se sentó en un banco del andén. Nadie más salió de la puerta de ese vagón. La Muerte, cualquiera fuese su disimulada figura, seguía de largo. Iba con los demás. Esperó a tranquilizarse, pero pronto dominó su mente una nueva revelación, más trágica: Dios estaba muerto y su cuerpo se podría en los cielos. Aterrorizado por esta nueva revelación comenzó un vaivén persistente en el banco, aprisionando su bolsita de almacén contra el pecho, hasta que al fin corrió buscando protección en su casa, como si una lluvia finísima y muy molesta se hubiese iniciado repitiéndole sonidos de terror. Llevaba el sombrero en una de sus manos, en la otra la bolsita; mientras, los pliegues del guardapolvo realizaron un movimiento flamígero.
  • 56. Los locos del cometa 55 DESCRIPCION DEL CABALISTA PROVOCADOR «¡Había olvidado que era un hombre! La tristeza de tal situación irreconciliable fue tan intensa que lloré.»
  • 58. Los locos del cometa 57 El Cabalista Provocador parecía un aventurero más con aire de hippie. En su cuerpo alto y huesudo sobresalía la cabeza con una nariz afilada y una mirada penetrante como la de un águila en acecho. Llevaba siempre un sombrero cubriendo la cabellera negra, larga y enrulada. Su ropa de uso, de poco color, iba siempre oculta por un guardapolvo amarillento, dándole un aire de profesor o de monje tibetano. Una agilidad extrema transmitía a esta figura una apariencia atemorizante. Su vida de búsquedas inútiles entre filosofías orientales, esotéricas y tercermundistas, logró que simultáneamente despreciara al ser humano y que cargase con la locura de creerse con el poder de volverlo a Dios. Era todo un visionario. De unos cuarenta de edad, vivía en una casona a tres cuadras de la plaza de Temperley, por la calle 25 de mayo, cerca de la terminal de trenes. Esta era una construcción tipo chorizo antigua, con sus habitaciones unidas por puertas, galería común y patio al fondo en donde había una pequeña huerta, en la que descargaba su energía luego de casi consumirse en el principal de todos sus vicios, la lectura, y un limonero con el que preparaba el permanente té con limón. La cocina al fondo le predisponía a la serenidad contemplando la mínima arboleda, limitada por las paredes sucias linderas con los vecinos. Su cuarto, anterior a la cocina, tenía un colchón sobre el piso, un arcón para su ropa y algunos sombreros apoyados con clavos contra la pared: un gorro de paja trenzada, una galera negra, un panamá y un gorro con visera para sus tareas domésticas. Siempre quedaba un clavo libre pues siempre tenía alguno en uso. También había un veladorcito para las lecturas nocturnas. Las siguientes dos habitaciones estaban pobladas de libros, la mayoría ubicados en estantes fabricados con cajones de manzanas apiladas. Los clasificaba por temas escribiendo con letras grandes en un costado, en las maderitas del cajón. Cada tanto su fervor por la lectura hacía que los libros se desordenasen por la mesa, la única silla, la huerta, el baño u otros lugares de la casa, lo que le obligaba periódicamente a reacomodarlos. Cuando no le gustaba un orden buscaba otro, tachaba la maderita y volvía a escribir con lápiz en otro lado, de
  • 59. Carlos Cristián Italiano 58 modo que los cajones presentaban muchas tachaduras vigorosas. Sus lecturas habían cambiado drásticamente después de ocurrida la penosa visión, exigiéndole el alerta permanente frente a lo que se venía: el olvido del ser humano de su unidad como sociedad, la locura de enfrentarse unos a otros idiotamente y sin escrúpulos y la ceguera frente al dolor, que insensibilizaría el corazón de la gente. Un antepasado suyo, un tal Remo Erdosain, había previsto estos movimientos maléficos en el aire, pero murió sin que se lo comprendiese debidamente, ya que estaba sospechado de criminal. Por ello decidió recibir diariamente a chicos o chicas jóvenes que se reuniesen en el comedor de su casa para instruirlos en este tema, mientras dejaba que continuasen con el hábito de fumar marihuana, y a los que consideraría sus discípulos. En las paredes del mismo había escrito, con trazos ágiles y rápidos, frases que consideraba útiles para enseñar los principios básicos de su pensamiento: básicamente que el mundo es una mierda, que se acercan tiempos de confusión muy difíciles y que hay que evitar que se forme la nube tóxica modificando la conciencia mediante el estudio de los más grandes y lúcidos pensadores. Por lo tanto, se encontraban frases como éstas: Dios ha muerto. Zaratustra Prohibido prohibir. MF (mayo francés) - ¡¡¡Miren adelante!!!. MF En una revolución se triunfa o se muere. Che Lo que se aprende nunca es lo que uno creía. Don Juan La civilización es un complot. La Rebelión de los Brujos y había una gran P sobre una V que un día alguien pintó y que quedó para siempre.
  • 60. Los locos del cometa 59 Estos encuentros se iniciaron luego de un sueño místico, donde el Cabalista pudo comprender que un ser superior se reconoce por la inquietud de su alma, y que el despertar se manifiesta simbolizado por el elevarse del humo de la confusión, en este caso, proveniente de la marihuana. Las reuniones con los chicos podían durar horas con un ir y venir de muchachos, que se sentaban en el piso del comedor desprovisto de muebles, a quienes había recolectado en sus largas caminatas. Algunos interesados en sus palabras; otros, tratando de aprovechar la circulación de porros. Cada tanto alguna parejita se escondía en una pieza, caso en el cual eran prontamente descubiertos por el ojo avisor del Cabalista y enérgicamente expulsados del grupo, acción facilitada por la autoridad que le daban su edad, su figura y sus gestos. El ventanal del comedor permitía el paso de la baranda de marihuana y las palabras al exterior, pero el Cabalista, siempre desafiante, nunca lo tomó en cuenta. Creía en la posibilidad de crear un hombre nuevo a partir de esa juventud vital que andaba sin rumbo por las calles, buscando siempre paz y amor pero, a decir verdad, hasta ese momento no había encontrado a nadie que tomase con seriedad sus enseñanzas y que no terminasen como un entretenimiento más. Solía, además, enseñar muy superficialmente Ciencias Ocultas y esto le servía para que alguno de esos chicos volviese a contratarlo para una tirada de tarot, una carta natal o una interpretación de sueños, saberes que había adquirido más bien como una forma de ganarse la vida que por conocimiento de causa. Más al fondo, en las otras piezas, las pintadas también eran variadas. Estaban dispuestas estratégicamente, de modo de poder seguir leyéndolas al caminar, ocupando a veces cada frase toda una pared u otras una parte pequeñita en puntos determinados, cosa de perpetuar así su propio aprendizaje (como ser: No es espiritual nada que pueda ser alcanzado por la razón o la inteligen- cia. Artaud-. El hombre está preparado para convertirse en un dios, y en cambio a veces luce como un autómata. T. Merton-. Todas las causas grandes necesitan de fanáticos porque de lo contrario no tendríamos héroes ni santos. Evita-. Los hombres están tan tristes
  • 61. Carlos Cristián Italiano 60 que tienen la necesidad de ser humillados por alguien. Erdosain- Si no podéis realizar todo el bien, procurad por lo menos disminuir el mal. Tomás Moro-). Y al fin, en su trasfondo, en la cocina, visitada por algunos de sus discípulos cuando se le ordenaba preparar el acostumbrado té, dejó escrita a mano la siguiente poesía de Charles Baudelaire: Soy lo mismo que el rey de una tierra lluviosa, Rico mas impotente, joven pero ya viejo, Que desdeña a sus ayos y sus mil reverencias Y al que aburren sus perros y demás animales. Ese era el mantra matutino para profundizar su austeridad, allá por el año de 1.971.
  • 62. Los locos del cometa 61 ALEXIS «-¡No! Debes buscar en tu corazón y descubrir porqué un joven como tú quiere emprender tamaña tarea de aprendizaje.»
  • 64. Los locos del cometa 63 - Por lo que se venesta primera carta vos vivís debatiéndote entre el placer y la sabiduría. - Mirá, yo tengo un trabajo de mierda y para placer no me da el tiempo. Es más, ahí está mi problema. - Silencio, dejá que hablen las cartas, ya vasver que atando los cabos todo cierra. - Dale. - De alguna manera…vos estás encerrado entrel placer y el conocimiento; saber vivir, vos mentendés. - Sí, dale. - Esta que sale acá es muy buena. Vos sos un tipo emprendedor y con proyectos… - ¡Sí, dale, a ver que te dice! - …aunque pudiera ser que tuvieras tendencias homosexuales. - ¡Pará, loco, ni en pedo!...decime que dice de los proyectos. - ¿Y qué tiene de malo lomosexualidad?... uno nunca sabe… Haber lotra carta…esta habla de las metas. - ………….. - Este naipe, significa, que el secreto oculto, del que sabe, que para ganar, primero tiene que perder, y que para conquistar, al mundo, antes, debe renunciar a él. - Eso es lo que me pasa a mí, che…¿pero eso es bueno? Mirá que me paso las noches en vela. - Pará, no digás más nada…¿qué proyecto de vida tenés? - Más que nada, irme al carajo del laburo; después, con el tiempo libre hacer artesanías en serie o ponerme un kiosco. A lo mejor ponga un puestito por acá. - ¡Pero tus metas no son muy elevadas! - ¿Y qué metas creés que tengo que tener? - Lo que pasa questa carta… - ¿Esta carta qué? - ¡Esta carta es para el que quiere conocer los secretos del universo!...bueno, habla dalgo más en vos…Vos estás buscando algo más…dejame ver. - ………… - El mundo, ¡iestáinvertido!.
  • 65. Carlos Cristián Italiano 64 - ¡¿Qué significa?! - Que cada vez, que se siente, que estás a punto, de llegar, al éxito, éste se te corre como la línea del horizonte, y ¡zas!, nunca lográs, llegar a la meta. Esa, es la carta de tu pasado. - ¡Profundizá, vamos profundizá un poco más! - Bueno, ¡ahí va la otra!...¿iésta? - ¿Estaqué?, ¿qué significa? - Carajo, la muerte, ¿vos nunca tuviste deseos suicidas?...Esperate un poco… Deseos suicidas… búsqueda de metas elevadas… sacrificio, grandes pérdidas… homosexualidad… ¡estas cartas hablan de mí! - ¿De vos? ¡Se suponen que las cartas eran para mí! - ………………... - Ahora entiendo…¡vos venís acá a levantar tipos! - En un futuro próximo se mechandar la rueda del karma… - Escuchame,¿ves ese policía? ¡Ni se te ocurra seguirme porque tedenuncio! - Hay unrayointensísimo que derriba todas mis estructuras, todas las que armé hasta ahora… - ¡A quién creés que la vacrer!, ¿a vos o a mí? - Veo un compañero en este viaje porque es un viaje, un exilio… - ¡Chau! - …una búsqueda. Chau. Una estrella, un compañero. Chau. Un viaje acompañados por el loco…¡Uhhhh! Alexis era un muchacho solitario que vivía en un cuartucho alquilado en una vieja casona de San Telmo: un»Hotel Familiar». Su profesión era tirar el tarot en el Parque Lezama. Los años de la dictadura lo llenaron de dolor y miedo y ahora que todo había pasado repartía el tiempo entre el cuartito y la plaza. Era grandote y andaba con el pelo corto, teñido. En el cuarto, con el calor del verano, si no practicaba las cartas, dormitaba en la cama tolerando la descortesía de un vecino de pensión que ponía música de opera a buen volumen, con el único consuelo gracioso de imaginar que aquella voz de soprano era la de una señora gorda tetona y de boca gruesa vestida con ropas ampulosas y
  • 66. Los locos del cometa 65 brillantes. También recordaba mucho a su Maestro que perdió durante esos años aciagos cuando además había militado en una unidad básica de Lomas… ¡a falta de padres, para algo estaba el General! De aquél heredó algunas ideas y costumbres, como el uso de las cartas para ganarse la vida. En el balcón, sostenido por una hoja de celosía que por mal encuadrada no podía cerrarse, colgaba una jaulita con un canario. Si alguna vez volviese el Terror se enteraría a tiempo; porque aunque no pudiese reconocer la zona gris que se convertiría en irrespirable ya a los dos metros de altura, casi como un pozo ciego al revés, la muerte del canario se lo iba a anunciar. Los pensamientos miserables, en caso de hacer descender la zona de la angustia, no lograrían atraparlo. Habría de irse. Cuando le daban ciertas necesidades místicas se acercaba al templo de San Pedro Telmo, más que a rezar, a poder salirse de las cosas, de las miserias de las calles, de lo cotidiano, como si el señor o la señora con su perro, el vagabundo, la gente comprando en los puestos, llegaran por ratos a hartarlo. Hasta que……Quelevaché!, la tristeza es la tristeza, soñó lo que soñó una noche calurosa, mientras el canario vigilaba desde el balcón. Pudo conversar brevemente con el General teniéndolo cerca. - ¿Qué querés vos con mi esposa? Estaban frente al cuerpo de Evita, casi tocándola. - Es como una madre para mí, DonPerón. - Cuidamelá, pibe. Y desaparecieron de improviso él y ella y lo dejaron más solo que la mierda. Para él Perón es DonPerón y Evita se llama Bevita. «Bevita… - …¿y porqué la llamás así?...» «- …¿ y porqué habría de llamarla dotra manera?»... «- …no, sihacé lo que vos quieras». Lo cierto es que ese muchacho, vulnerable y grandote, con su pelo corto desmañado y teñido, gran tirador de tarot en el
  • 67. Carlos Cristián Italiano 66 Parque Lezama, el día posterior al sueño, se fue al cementerio de la Recoleta a visitar el mausoleo de su madre Bevita, la dueña del General, la madre de todos los pobres y puso definitivamente su puestito a la entrada del susodicho, convirtiéndose en el primer tarotista de la zona y obedeciendo la orden. Ocupándose en planchar era el tiempo de Alexis en recordar sus cosas pasadas. Extendía la ropa sobre la tabla y tras algunos movimientos precisos y rápidos con la plancha la dejaba bien alisada; con la misma eficacia la doblaba y acomodaba en la cama, que estaba a su lado. De ésta manera entraba en una especie de meditación. De vez en cuando, mientras planchaba, escupía la ropa para humedecerla y corregir las arrugas. Su padre había sido alcohólico y violento, lo que lo hizo inestable de carácter y por necesidad muy caminador. De andar por la calle comenzó a militar en una unidad básica en Lomas de Zamora, adquiriendo pronto gran admiración por el General y su primera mujer. Perón vuelve, Evita dignifica. Ella, Madre de todos los descamisados, capitana eterna de los pobres. Se prendió en la campaña por el tío Cámpora presidente. Salió a pintar y tirar panfletos en las fábricas. Luche y vuelve. En esas noches tuvo su primer contacto sexual con un compañero suyo algo mayor. Hasta que un día, caminando solo por Temperley, vio una figura extraña, casi una aparición, desplazándose en dirección a él. Tenía un aspecto de hippie pero su mirada era la de DonPerón. Volvió a escupir la ropa y a pasarle la plancha. Pensando en su Maestro recuperaba la presencia de todas las cosas, como una visión más amplia, más omnipresente. Recuperaba la calidez del calor, la percepción de las formas y la solidez del aire, el encuentro sutil con las enseñanzas que atesoraba, la belleza de los colores. Y entonces esa soledad de la habitación cobraba sentido. Alexis se quedó quieto, inmóvil, mirándolo venir, y entonces el Cabalista, perdiendo ese aire distraído con las cosas del mundo se detuvo y le dijo: - Sé mi discípulo porque este
  • 68. Los locos del cometa 67 mundo es una mierda. Hicieron las cuadras hasta la casa del Maestro con una confianza repentina, bromeando los dos, extraños opuestos, uno flaco, alto y desprolijo, el otro corpulento, alto e impecable, riendo de la idiotez de los ciudadanos con cara de avestruz e ignorancia de monos, con los ojos puestos en el ombligo de los demás pero con sus caretas que miran hacia arriba. Así fue como Alexis entró en la casa del Cabalista Provocador. Y éste nunca le falló. En la piecita de San Telmo el canario cantaba alegremente porque la atmósfera estaba limpia. A la Iglesia de San Pedro Telmo va todas las mañanas, de temprano, un hombre a rezar. Se la pasa arrodillado un buen rato en las gradas; se persigna al entrar, se persigna al levantarse y sale. En la iglesia de San Pedro Telmo se respira un aire de mística, de quietud, de paz. Hay un silencio profundo que facilita la concentración en las imágenes. Cuando se mira las cúpulas uno se siente de repente protegido. Este hombre, humilde, sale de rezar y es siempre el primero o el segundo en la fila de los que esperan la comida que la iglesia provee por una puertita lateral. De dónde viene, si está solo en el mundo, porqué está ahí. Eso Alexis no lo sabe, pero sabe que aquél hombre humilde le está dando un mensaje. Algo así como que lo primero es la búsqueda espiritual, luego el estómago contento. Observó por un rato el blanco muro del Cementerio, los árboles robustos que le daban sombra, la entrada y salida de la gente y a ese muchacho extraño, de aspecto fuerte y con cara de niño, sentado solitario en su puestito, al costado del portón, frente a una simple mesita de madera desde donde miraba a lo lejos como oteando el horizonte. Estuvo a un paso de irse, intimidado. Pero al fin, en un momento de quietud de todo lo que lo rodeaba se decidió a encararlo. - ¿Me tirás el tarot?- le dijo sentándose en la silla del cliente,
  • 69. Carlos Cristián Italiano 68 mientras miraba tímidamente a Alexis que acomodaba sus naipes. Siguió luego el juego de las cartas, que llevadas de la mano de su dueño empezaron a hablar. Alexis no necesitaba mirar al otro, siempre atento a la lectura; pero poco a poco lo fue haciendo, cada vez más interesado en los designios sorprendentes de la fortuna tarotista. - ¿Cómo viniste acá? - Me mandaron. - ¿Quién? - Un tal señor K. - ¿Y quién es él? - No sé. Lo conocí en La Plata.- Entonces Alexis lo miró como conteniendo emocionado un anuncio muy importante… Repentinamente y con firmeza ordenó, levantándose de la silla: - Vení. Acompañame a caminar. Tenemos mucho parablar. - Está bien -respondió mansamente el recién llegado-. Alexis solía acelerar las palabras en la conversación y a veces acentuaba las siguientes, modismo que aumentaba su frecuencia con el nerviosismo pero que nunca aparecía a la hora de decir las cosas en serio. Era un rasgo que I. trató de desconocer para no provocar sonrisas suspicaces. - ¿Cómo te llamás, pibe?- preguntó como despreocupadamente. - Carlos I. - ¿Tenés una putidea de lo que decían tus cartas? - No. - Mirá, dicen que vos…estás encerrado entre el placer y el conocimiento…que sos un tipo emprendedor y con proyectos, aunque pudiera ser… que tuvieses tendencias homosexuales; que podés conquistar … al mundo si renunciás a él; que querés encontrar los secretos del universo… y que si alguna vez tuviste ideas suicidas… es porque tus metas… se te alejan siempre como el horizonte… cuando caminás. En fin, ¡que sos un excelente compañero para emprender una travesía! y aunque no lo sepas, te parecés a mí. - Y… ¿será bueno eso?