1. Críticas al marxismo
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La crítica liberal
Los miembros de la escuela austríaca fueron los primeros economistas liberales en
criticar sistemáticamente la escuela marxista, ya que trataban en forma casi opuesta
cuestiones como el dinero, el capital, los ciclos económicos y los procesos económicos.
Entre estos se cuenta principalmente a Eugen von Böhm-Bawerk quién se dedicó a
refutar la teoría del valor marxista, tanto desde la Escuela Austríaca (La teoría de la
explotación) como desde dentro de la propia teoría marxista (La conclusión del sistema
marxiano). Rudolf Hilferding hizo una contrarréplica que salteó ciertas cuestiones
puntuales para rescatar la validez holística del marxismo como crítica a la "teoría
económica burguesa". El debate que sucedió a este fue entre Ludwig von Mises
(discípulo de Böhm-Bawerk) y el economista marxista polaco Oskar Lange. Mises
impactó profundamente en los planificadores soviéticos preocupados por la poca
consecución de sus objetivos, con una observación empírico-deductiva sobre las razones
del creciente fracaso de los proyectos económicos del socialismo, su inminente colapso
o dependencia de países extranjeros capitalistas. Esta primer exposición sobre la
necesidad de precios para los factores de producción se volvería una obra completa
titulada El socialismo. Más tarde Mises se extendió más allá de la imposibilidad del
cálculo económico en el socialismo (problema observado con especial atención por su
colega Max Weber en Economía y sociedad), alcanzando su crítica a la misma
metodología marxista de interpretación histórica con su análisis del polilogismo clasista
en Teoría e historia, que había sido la base de la crítica de Hilferding. Oskar Lange
propugnó una economía socialista con un mercado estatal en la que los precios fuesen
determinados según un método de ensayo y error, hasta hallar un precio adecuado. El
debate entre ambos economistas continuó durante varios años, hasta que Oskar Lange
afirmó que von Mises tenía parcialmente razón, asimilando el aporte de von Mises al
análisis de la acción humana: la praxeología, pero sin explicar con ella toda la teoría
económica. La respuesta austríaca a los argumentos de Oskar Lange se vio completada
con el análisis no-praxeológico y evolucionista de Friedrich Hayek, cuyos escritos al
respecto fueron compilados en el libro Individualismo y orden económico. Un amigo de
Hayek, el epistemólogo Karl Popper, realizaría paralelamente una crítica muy conocida
a la filosofía social del marxismo, en un aspecto nuclear de dicha doctrina: el
historicismo. Economistas austríacos como Joseph Schumpeter han revisado los
orígenes del capitalismo y han rechazado la noción marxista de acumulación originaria
como una contradicción autorreferente que requiere capital inicial para la actividad de
una supuesta burguesía violenta originaria. En El capitalismo y los historiadores, Hayek
junto a T.S. Ashton, Louis Hacker y otros historiadores del progreso tecnológico,
proponen una relectura no-marxista de la historia del desarrollo del capitalismo, en
particular la Revolución industrial.
2. Desde premisas económicas no tan dispares a las marxistas, el ala más liberal de las
escuelas económicas clásicas así como del mainstream neoclásico, ha entrado en
conflicto con interpretaciones teóricas e históricas de los seguidores de Marx. Entre
estos cabe mencionar a Gary Becker para la comprensión de la historia desde la
sociología económica y James Buchanan con una visión maquiavelista de la filosofía
política desde la teoría de la elección racional. Thomas Sowell desde la economía y
Robert Nozick desde la filosofía (en Anarquía, Estado y utopía) han reabierto el debate
sobre las contradicciones gnoseológicas en el análisis económico marxista. El
institucionalista Douglass North en su estudio clásico El nacimiento del mundo
occidental: una nueva historia económica ha ofrecido una revisión de la historia del
capitalismo que ha sido tenido muy en cuenta entre los historiadores marxistas.
En contraposición a la antropología del americano Lewis H. Morgan que Marx y Engels
hicieron suya en El origen de la familia y según la cual todas las economías
comunitarias primitivas habrían sido comunistas, el liberalismo se ha nutrido de la
antropología de diferentes autores e historiadores como Bronisław Malinowski y Fustel
de Coulanges entre otros, para elaborar una visión casi opuesta del origen de la
propiedad privada que luego sería resumida en la obra del historiador Richard Pipes
Propiedad y libertad. Respecto de la noción marxista de "ideología de clase", el autor
liberal-conservador Kenneth Minogue fue uno de los primeros en invertirla en La teoría
pura de la ideología, volviendo contra las propias doctrinas sistémico-clasistas (que
tratan de "ideológico" a todo pensamiento) la acusación de reificación ideológica por
parte de intereses revolucionarios en una lucha de clases cuya existencia no puede ser
puesta en duda sin apelar a una instancia neutral.
La crítica anarquista
Tanto el anarquismo como el comunismo marxista buscaban en última instancia la
abolición de la propiedad privada y la sociedad sin clases sociales ni Estado mediante
una revolución social. No obstante, anarquistas y marxistas han estado enfrentados
desde que Pierre Joseph Proudhon, que conocía a Marx y Bakunin, afirmó que así como
la tesis del capitalismo garantiza la libertad aboliendo la igualdad, la antítesis comunista
sufre la contradicción opuesta; aplicando la dialéctica hegeliana en su libro Sistema de
las contradicciones económicas o filosofía de la miseria (1847), señaló que sólo con la
síntesis del mutualismo se pueden resolver estas contradicciones, lo que provocó la
ruptura de Marx con Proudhon, expresada en su escrito crítico Miseria de la filosofía
(1847).4
El enfrentamiento entre marxistas y anarquistas alcanzó su clímax en la lucha entre los
partidarios de Marx y los de Mijaíl Bakunin por el control de la Primera Internacional, y
que acabó con la ruptura de la misma en 1872. La base del conflicto se centraba en que,
así como los marxistas creían en la necesidad transicional de un Estado bajo control de
los trabajadores (la «dictadura del proletariado») y que a su vez se encargara de
controlar la economía («planificación central»), los anarquistas pensaban que el camino
al socialismo (o al comunismo) pasaba por la destrucción del Estado. Para los
3. anarquistas, un Estado socialista repetiría las características de opresión y privilegio
contra las que luchaban, al tiempo que, al extender los poderes a la organización de la
vida económica, resultaría ser incluso más opresivo.5
Otra confrontación se encontraba en el papel que tenían lucha económica y la lucha
política en la emancipación de la clase obrera. Para los marxistas, como el objetivo de la
lucha proletaria era la conquista del poder político, la lucha política ocupaba un lugar
central. Para los anarquistas, la única lucha política válida era la lucha por la destrucción
revolucionaria del Estado, que esperaban surgiera espontáneamente de la lucha
económica. La socialdemocracia, heredera del marxismo, se inclinó hacia el
parlamentarismo y la actividad legal; mientras que el anarquismo se inclinó hacia los
ataques a las instituciones y agentes estatales (propaganda por el hecho) y a la
organización obrera apolítica (anarcosindicalismo).
La confrontación entre marxistas y anarquistas continuó luego bajo otro cariz a partir de
la revolución rusa. El bolchevismo ruso, encabezado por Lenin, dio nueva vida a la
teoría del Estado revolucionario. En su obra El Estado y la Revolución, Lenin explica
que el estado burgués debe ser destruido para luego instaurar un Estado revolucionario y
que sería este estado quien se extinguiría conforme desaparezcan las contradicciones de
clase. Los anarquistas, ante las consecuencias de la dictadura bolchevique, continuaron
reivindicando, con nuevo brío, la teoría bakuninista de la destrucción inmediata del
Estado como objetivo de la revolución social.
Actualmente, la controversia entre anarquistas y marxistas pasa más por las formas de
organización y métodos de lucha de las masas explotadas y la relación de los
revolucionarios con éstas. Mientras los herederos del marxismo (partidos leninistas de
distinto cuño) continúan reivindicando las prácticas político-partidarias con sus métodos
centralistas, los herederos del anarquismo reivindican la organización asamblearia, la
federación y la democracia directa.