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Martes, 27. 07:30 de la tarde de un día de primavera. Sale de su oficina como todos los días,
asegurándose antes de cerrar la puerta de que ha apagado la luz y en ningún ordenador hay un
piloto encendido. Recorre con la vista rápidamente el despacho. Todo está en su sitio,
ordenado, las mesas impolutas, los expedientes apilados y clasificados por orden de prioridad,
en la impresora no hay papeles abandonados. Puede irse.
Como todas las tardes a partir de la primavera, atraviesa el Retiro andando para llegar a su
casa en 55 minutos. Se lo ha recomendado el médico: “si no puede ir al gimnasio, al menos
ande una hora al día a paso ligero”. Toma siempre el mismo camino: entra por Menéndez
Pelayo a la altura de Sainz de Baranda, se dirige a la izquierda por el Paseo de Fernán Núñez, se
interna entre los árboles, castaños de indias, plátanos, acacias…enseguida pasea entre la
espesura y el silencio denso interrumpido por la luz del atardecer que juega entre las hojas
hasta el Palacio de Cristal. Los últimos turistas curiosean alrededor del estanque y hacen las
reglamentarias fotos del reflejo del Palacio en el agua. Sigue su camino en dirección al Ángel
Caído, los caminos se estrechan, el bosque es más frondoso y siente tras y delante de sí las
miradas clavadas en su espalda y en su pecho. Miradas anónimas, cargadas de intención que
gritan ¡cómeme!, ¡desnúdame!, ¡fóllame!. Con paso vacilante sigue su camino, todos los días la
misma rutina, el mismo ritual de situarse al filo, pero sin atreverse a cruzar la línea, sonriendo
discretamente, bajando la vista al pasar, mirando hacia otro lado. Ve figuras amorfas,
asexuadas, sentadas en actitud provocativa o caminando lentamente embozadas en
gabardinas, con sombreros imposibles y gafas de sol oscuras, pero invariablemente sigue su
camino, como cada día. Apenas distingue, pues la vergüenza le impide mirarlas directamente a
la cara, si son hombres o mujeres las figuras que miran. Sólo sabe que siente un placer lascivo
y desatado en su interior, que recorre su cuerpo e inunda su sexo. Ha imaginado una y mil
veces que una de esas figuras se le echa encima, sin preguntar, desgarrando su ropa y
empujando su cuerpo suavemente contra el suelo, abriendo su gabardina y dejando a su vista
un cuerpo escultural de….Sacude la cabeza, respira hondo varias veces y sale rápidamente al
Paseo de Uruguay. Contempla la escultura del Angel Caído y se dice mentalmente: “otro día
que no caí en tus garras…”. ¿Hasta cuándo seguirá este juego?. Aprieta el paso bajando el
Paseo de Uruguay y la Cuesta de Moyano. Curiosea entre los puestos de los libreros de viejo y
compra un libro de cuentos infantiles. Se siente mejor, como si el peso de la culpa se
desvaneciera.
Llega a casa y se encuentra con el abrazo fiel e incondicional de su hija:
―¡Hola, Mamá! ¿Qué me has traído hoy?
Miércoles 28. 07:30 de la tarde de un día de primavera. Un susurro al otro lado del teléfono:
¡no me dejes, no puedo vivir sin ti!
Siente angustia, cuelga el aparato y sale corriendo de casa. Baja al garaje y arranca con rabia su
moto. Se pone el casco y sale con un runfido del tubo de escape como una exhalación. En sus
oídos aún suena
“Never mind, I'll find someone like you,
I wish nothing but the best for you, too,
Don't forget me, I beg,
I remember you said,
"Sometimes it lasts in love,
But sometimes it hurts instead,"
Sometimes it lasts in love,
But sometimes it hurts instead, yeah”
La canción martillea en su cabeza insistentemente; la tortura es fina y sutil. Ha llamado varias
veces desde diferentes teléfonos para en silencio obligar a su alma a escuchar la fatídica
canción. ¿Por qué esta venganza anónima, silenciosa y cruel? Recorre la Calle Serrano,
apenas tiene que pararse, todos los semáforos están en verde como para indicar que el paso y
su joven y recién estrenada vida están libres de nuevo. Sigue velozmente por la Calle Alfonso
XIII y al llegar a la Puerta de Moyano hace frenar bruscamente su motocicleta. La aparca de
cualquier manera, guarda el casco y se coloca el sombrero de ala ancha.dejando libre el hueco
para acomodar el casco. Sube a zancadas el Paseo de Uruguay en dirección al Ángel Caído y
se adentra en la espesura cómplice de sus travesuras al filo del dulce sabor que deja lo
prohibido y oculto. Sin embargo no se esconde. Lleva una camiseta entallada de Custo
estampada en tonos rojo y azul deslavado que le da ese aire ambiguo, por definir, inacabado.
Se sienta en un banco con pose indolente. Recibe un whatsapp. Lo abre, dice así:
I heard that you're settled down,
That you found a girl and you're married now,
I heard that your dreams came true,
Guess she gave you things I didn't give to you,
Old friend, why are you so shy?
Ain't like you to hold back or hide from the light.
Apaga el móvil y lo guarda en el bolsillo. Sigue esperando. A su lado pasa una mujer, despacio
con la mirada ¿ausente?. Viste traje ejecutivo, masculino, azul marino. El toque elegante lo da
un pañuelo de seda de vivos colores naranja y violáceo que lleva estudiadamente caído sobre
la chaqueta. Pasea sin prisa mirando con disimulo a uno y otro lado, observando las sombras
de las figuras que han decidido encontrarse para un efímero desahogo, intenso y que excita
aún más por el hecho de poder estar siendo observado por los paseantes anónimos.
Saca el móvil del bolsillo. Sube el volumen del receptor, escoge una canción de sus i-tunes
favoritos para llamar la atención de la mujer.
I hate to turn up out of the blue uninvited,
But I couldn't stay away, I couldn't fight it,
I had hoped you'd see my face…
De pronto se gira, sus miradas se cruzan. En un instante se le echa encima, sin preguntar,
desgarrando su ropa y empujando su cuerpo suavemente contra el suelo. El móvil cae a su
lado y la canción sigue sonando:
Never mind, I'll find someone like you,
I wish nothing but the best for you, too,
Don't forget me, I beg,
I remember you said,
"Sometimes it lasts in love,
But sometimes it hurts instead,"
Sometimes it lasts in love,
But sometimes it hurts instead, yeah,
Miércoles 28. 07:30 de la tarde de un día de primavera. Un taxi se para en Alcalá 457. Un
viajero se sube.
―Buenas tardes, ¿a dónde vamos?
―Al Retiro
―Ya, pero ¿dónde exactamente?
―Le diré cuando lleguemos. Póngase en marcha.
El tono no deja dudas, es autoritario, de quien está acostumbrado a mandar y ser obedecido
sin réplica posible.
―¿Por dónde quiere que vaya?
―Por el camino más corto y rápido.
El taxista odia ese tipo de respuestas, porque le obliga a asumir la responsabilidad y
llevarse la bronca del cliente si se mete en un atasco impredecible.
―¿Le parece que vayamos por Alcalá hacia Menéndez Pelayo y ya Vd. me dice
dónde le viene bien que le deje?
Tras un lacónico “sí” el taxista se pone en marcha. Poco antes de llegar al Puente de
Ventas el tráfico se ralentiza. El taxista mira por el retrovisor y con tono de disculpa le
dice al viajero
―¡Vaya, lo siento! No recordaba que hoy era tarde de toros. Si quiere cambiamos de
ruta.
―¿Qué alternativa propone?
―Estamos a tiempo de coger la Calle 30 y salir en Conde de Casal.
El viajero echa un vistazo a la M-30 y ve que el tráfico allí también está prácticamente
parado.
―Creo que va a ser lo mismo. Continuamos como estaba previsto.
Consiguen atravesar el puente. Alrededor de la plaza se concentra una enorme
muchedumbre a la espera. De mientras el taxista ha puesto la radio: ¡inolvidable e
histórica la tarde de hoy en las Ventas! Las dos faenas del diestro de Linares
impecables. ¡Qué templanza, qué maestría y los toros de Torrestrella inmejorables. El
público lleva un cuarto de hora en pie aplaudiendo y una marea de pañuelos blancos
inunda la plaza…Atención…¡sí! Otra oreja para José Tomás. Ya va por la tercera
vuelta al ruedo y ahora es cogido a hombros por su cuadrilla. Se dirigen, sí señor a la
Puerta Grande…
―Es increíble las pasiones que desatan todavía las corridas de toros, ¿verdad?
Todavía le van a cortar el rabo…
― ¿A quién?
El taxista mira asombrado por el retrovisor y ve una cara totalmente seria. Vé que no
se trata de un chiste y contesta
―Al toro, claro…
Continúan en silencio hasta Narváez.
―¿Quiere que tuerza aquí y siga después por Menéndez Pelayo o bajo a la Puerta de
Alcalá?
―¿Dónde suele ir Vd. cuando va al Retiro?
―Hombre, yo suelo pasear con mi pibita por el paseo del lago, ¿sbe Vd.? A ella le gusta ver a
los artistas y las que leen las manos y eso. A mí ya me va bien, porque desde allí también se
escucha perfectamente las batucadas. Si te acercas demasiado es increíble el ruido. Se diría
que estás en medio de una tribu africana que te va a echar a una olla para cocinarte y luego
comerte a cachos.
―¿A Vd. le han comido a cachos alguna vez?
Atónito esta vez el taxista se vuelve hacia el cliente y se lo encuentra a un palmo de su oreja.
El viajero le susurra lentamente al oído:
―Tuerza a la izquierda y luego baje por Sainz de Baranda y aparque junto al Florida Park.
De nuevo el tono no deja dudas, es autoritario, a pesar de ser un hilo de voz. El cliente espera
que ejecute la orden rápidamente, sin rechistar.
El taxista se remueve en el asiento. Su corazón late a 100 por hora.
―Cuando lleguemos, bájese del coche, cierre el coche y entre al parque por la entrada de la
sala de fiestas. Después llegará al Paseo de Fernán Núñez y verá que enseguida a mano
derecha se adentra un sendero en dirección al Palacio de Cristal. Yo le seguiré a corta
distancia, así que no se despiste. Cuando yo le diga se parará y seguirá mis instrucciones. Le
pagaré su carrera y lo que sea al acabar.
―Oiga, mire, yo en cinco minutos acabo mi turno ¿sabe? Y tengo ganas de tomarme unas
birritas fresquitas en mi barrio con los coleguitas, ¿vale?. Así que déjese de chorradas. Me
pararé donde Vd. me dice, me paga y en paz, ¿ok?
El viajero le increpa fría y tranquilamente
―Vd. verá si quiere que descargue este trasto en su espalda. No se lo recomiendo, lo que llevo
en este bolsillo es una Magnum de 4 tiros que si la acciono es probable que no lo reconozcan
ni por la dentadura. La elección es suya.
Un sudor helado recorre la espalda del taxista. Sin embargo, traga saliva y responde con sangre
fría:
―No me lo creo, seguro que es de plástico o es un palo de madera con el que me está
apuntando. Sáquelo de la gabardina, hágame el favor.
―Le gusta el riesgo, entonces…Esto me pone más todavía― responde quitando el seguro del
arma.
El taxista esta vez no se lo toma a broma y obedece.
Aparca, se baja del coche y comienza a caminar siguiendo las instrucciones del viajero.
Un grupo de turistas japoneses se ha bajado de un autobús y siguiendo en bloque al guía se
dirige a la sala de fiestas. El taxista piensa rápidamente si mezclarse con ellos y entrar a la sala,
pero antes de que pueda hacerlo, siente en sus riñones un objeto metálico.
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El viajero se despega nuevamente de él y le sigue a una prudente distancia para no llamar la
atención. Se han adentrado ya por el sendero que conduce al Palacio de Cristal, donde una
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de cinco años que me necesita…
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Continúan uno detrás del otro hasta llegar a una pequeña glorieta, en el medio de la
cual se alza un monolito blanco con un capitel corintio decorado con flores de acanto.
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una paja mirándolas. Cuando haya acabado encontrará un sobre con dinero aquí, a
los pies a la columna.
―¿Y Vd., qué hará de mientras?
―Eso es asunto mío.
El taxista titubea pero finalmente se dirige hacia las dos mujeres que fundidas en un beso
interminable no se percatan de su presencia. Desperdigado por el suelo, una chaqueta y
pantalón azul marino de Armani, una blusa de rayón, una camiseta de Custo en deslavados
colores azul y rojo, unos pantalones de camuflaje y un sombrero de ala ancha que contiene un
precioso pañuelo de seda naranja y violeta.
De un móvil suena una canción
Nothing compares,
No worries or cares,
Regrets and mistakes, they're memories made,
Who would have known how bittersweet this would taste?
Never mind, I'll find someone like you…
I

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Atlas de Geografía Erótica - Vértigo
 

Amores Urgentes I

  • 1. Martes, 27. 07:30 de la tarde de un día de primavera. Sale de su oficina como todos los días, asegurándose antes de cerrar la puerta de que ha apagado la luz y en ningún ordenador hay un piloto encendido. Recorre con la vista rápidamente el despacho. Todo está en su sitio, ordenado, las mesas impolutas, los expedientes apilados y clasificados por orden de prioridad, en la impresora no hay papeles abandonados. Puede irse. Como todas las tardes a partir de la primavera, atraviesa el Retiro andando para llegar a su casa en 55 minutos. Se lo ha recomendado el médico: “si no puede ir al gimnasio, al menos ande una hora al día a paso ligero”. Toma siempre el mismo camino: entra por Menéndez Pelayo a la altura de Sainz de Baranda, se dirige a la izquierda por el Paseo de Fernán Núñez, se interna entre los árboles, castaños de indias, plátanos, acacias…enseguida pasea entre la espesura y el silencio denso interrumpido por la luz del atardecer que juega entre las hojas hasta el Palacio de Cristal. Los últimos turistas curiosean alrededor del estanque y hacen las reglamentarias fotos del reflejo del Palacio en el agua. Sigue su camino en dirección al Ángel Caído, los caminos se estrechan, el bosque es más frondoso y siente tras y delante de sí las miradas clavadas en su espalda y en su pecho. Miradas anónimas, cargadas de intención que gritan ¡cómeme!, ¡desnúdame!, ¡fóllame!. Con paso vacilante sigue su camino, todos los días la misma rutina, el mismo ritual de situarse al filo, pero sin atreverse a cruzar la línea, sonriendo discretamente, bajando la vista al pasar, mirando hacia otro lado. Ve figuras amorfas, asexuadas, sentadas en actitud provocativa o caminando lentamente embozadas en gabardinas, con sombreros imposibles y gafas de sol oscuras, pero invariablemente sigue su camino, como cada día. Apenas distingue, pues la vergüenza le impide mirarlas directamente a la cara, si son hombres o mujeres las figuras que miran. Sólo sabe que siente un placer lascivo y desatado en su interior, que recorre su cuerpo e inunda su sexo. Ha imaginado una y mil veces que una de esas figuras se le echa encima, sin preguntar, desgarrando su ropa y empujando su cuerpo suavemente contra el suelo, abriendo su gabardina y dejando a su vista un cuerpo escultural de….Sacude la cabeza, respira hondo varias veces y sale rápidamente al Paseo de Uruguay. Contempla la escultura del Angel Caído y se dice mentalmente: “otro día que no caí en tus garras…”. ¿Hasta cuándo seguirá este juego?. Aprieta el paso bajando el Paseo de Uruguay y la Cuesta de Moyano. Curiosea entre los puestos de los libreros de viejo y compra un libro de cuentos infantiles. Se siente mejor, como si el peso de la culpa se desvaneciera. Llega a casa y se encuentra con el abrazo fiel e incondicional de su hija: ―¡Hola, Mamá! ¿Qué me has traído hoy?
  • 2. Miércoles 28. 07:30 de la tarde de un día de primavera. Un susurro al otro lado del teléfono: ¡no me dejes, no puedo vivir sin ti! Siente angustia, cuelga el aparato y sale corriendo de casa. Baja al garaje y arranca con rabia su moto. Se pone el casco y sale con un runfido del tubo de escape como una exhalación. En sus oídos aún suena “Never mind, I'll find someone like you, I wish nothing but the best for you, too, Don't forget me, I beg, I remember you said, "Sometimes it lasts in love, But sometimes it hurts instead," Sometimes it lasts in love, But sometimes it hurts instead, yeah” La canción martillea en su cabeza insistentemente; la tortura es fina y sutil. Ha llamado varias veces desde diferentes teléfonos para en silencio obligar a su alma a escuchar la fatídica canción. ¿Por qué esta venganza anónima, silenciosa y cruel? Recorre la Calle Serrano, apenas tiene que pararse, todos los semáforos están en verde como para indicar que el paso y su joven y recién estrenada vida están libres de nuevo. Sigue velozmente por la Calle Alfonso XIII y al llegar a la Puerta de Moyano hace frenar bruscamente su motocicleta. La aparca de cualquier manera, guarda el casco y se coloca el sombrero de ala ancha.dejando libre el hueco para acomodar el casco. Sube a zancadas el Paseo de Uruguay en dirección al Ángel Caído y se adentra en la espesura cómplice de sus travesuras al filo del dulce sabor que deja lo prohibido y oculto. Sin embargo no se esconde. Lleva una camiseta entallada de Custo estampada en tonos rojo y azul deslavado que le da ese aire ambiguo, por definir, inacabado. Se sienta en un banco con pose indolente. Recibe un whatsapp. Lo abre, dice así: I heard that you're settled down, That you found a girl and you're married now, I heard that your dreams came true, Guess she gave you things I didn't give to you, Old friend, why are you so shy? Ain't like you to hold back or hide from the light. Apaga el móvil y lo guarda en el bolsillo. Sigue esperando. A su lado pasa una mujer, despacio con la mirada ¿ausente?. Viste traje ejecutivo, masculino, azul marino. El toque elegante lo da un pañuelo de seda de vivos colores naranja y violáceo que lleva estudiadamente caído sobre la chaqueta. Pasea sin prisa mirando con disimulo a uno y otro lado, observando las sombras de las figuras que han decidido encontrarse para un efímero desahogo, intenso y que excita aún más por el hecho de poder estar siendo observado por los paseantes anónimos. Saca el móvil del bolsillo. Sube el volumen del receptor, escoge una canción de sus i-tunes favoritos para llamar la atención de la mujer. I hate to turn up out of the blue uninvited, But I couldn't stay away, I couldn't fight it, I had hoped you'd see my face…
  • 3. De pronto se gira, sus miradas se cruzan. En un instante se le echa encima, sin preguntar, desgarrando su ropa y empujando su cuerpo suavemente contra el suelo. El móvil cae a su lado y la canción sigue sonando: Never mind, I'll find someone like you, I wish nothing but the best for you, too, Don't forget me, I beg, I remember you said, "Sometimes it lasts in love, But sometimes it hurts instead," Sometimes it lasts in love, But sometimes it hurts instead, yeah, Miércoles 28. 07:30 de la tarde de un día de primavera. Un taxi se para en Alcalá 457. Un viajero se sube. ―Buenas tardes, ¿a dónde vamos? ―Al Retiro ―Ya, pero ¿dónde exactamente? ―Le diré cuando lleguemos. Póngase en marcha. El tono no deja dudas, es autoritario, de quien está acostumbrado a mandar y ser obedecido sin réplica posible. ―¿Por dónde quiere que vaya? ―Por el camino más corto y rápido. El taxista odia ese tipo de respuestas, porque le obliga a asumir la responsabilidad y llevarse la bronca del cliente si se mete en un atasco impredecible. ―¿Le parece que vayamos por Alcalá hacia Menéndez Pelayo y ya Vd. me dice dónde le viene bien que le deje? Tras un lacónico “sí” el taxista se pone en marcha. Poco antes de llegar al Puente de Ventas el tráfico se ralentiza. El taxista mira por el retrovisor y con tono de disculpa le dice al viajero ―¡Vaya, lo siento! No recordaba que hoy era tarde de toros. Si quiere cambiamos de ruta. ―¿Qué alternativa propone? ―Estamos a tiempo de coger la Calle 30 y salir en Conde de Casal. El viajero echa un vistazo a la M-30 y ve que el tráfico allí también está prácticamente parado.
  • 4. ―Creo que va a ser lo mismo. Continuamos como estaba previsto. Consiguen atravesar el puente. Alrededor de la plaza se concentra una enorme muchedumbre a la espera. De mientras el taxista ha puesto la radio: ¡inolvidable e histórica la tarde de hoy en las Ventas! Las dos faenas del diestro de Linares impecables. ¡Qué templanza, qué maestría y los toros de Torrestrella inmejorables. El público lleva un cuarto de hora en pie aplaudiendo y una marea de pañuelos blancos inunda la plaza…Atención…¡sí! Otra oreja para José Tomás. Ya va por la tercera vuelta al ruedo y ahora es cogido a hombros por su cuadrilla. Se dirigen, sí señor a la Puerta Grande… ―Es increíble las pasiones que desatan todavía las corridas de toros, ¿verdad? Todavía le van a cortar el rabo… ― ¿A quién? El taxista mira asombrado por el retrovisor y ve una cara totalmente seria. Vé que no se trata de un chiste y contesta ―Al toro, claro… Continúan en silencio hasta Narváez. ―¿Quiere que tuerza aquí y siga después por Menéndez Pelayo o bajo a la Puerta de Alcalá? ―¿Dónde suele ir Vd. cuando va al Retiro? ―Hombre, yo suelo pasear con mi pibita por el paseo del lago, ¿sbe Vd.? A ella le gusta ver a los artistas y las que leen las manos y eso. A mí ya me va bien, porque desde allí también se escucha perfectamente las batucadas. Si te acercas demasiado es increíble el ruido. Se diría que estás en medio de una tribu africana que te va a echar a una olla para cocinarte y luego comerte a cachos. ―¿A Vd. le han comido a cachos alguna vez? Atónito esta vez el taxista se vuelve hacia el cliente y se lo encuentra a un palmo de su oreja. El viajero le susurra lentamente al oído: ―Tuerza a la izquierda y luego baje por Sainz de Baranda y aparque junto al Florida Park. De nuevo el tono no deja dudas, es autoritario, a pesar de ser un hilo de voz. El cliente espera que ejecute la orden rápidamente, sin rechistar. El taxista se remueve en el asiento. Su corazón late a 100 por hora. ―Cuando lleguemos, bájese del coche, cierre el coche y entre al parque por la entrada de la sala de fiestas. Después llegará al Paseo de Fernán Núñez y verá que enseguida a mano derecha se adentra un sendero en dirección al Palacio de Cristal. Yo le seguiré a corta distancia, así que no se despiste. Cuando yo le diga se parará y seguirá mis instrucciones. Le pagaré su carrera y lo que sea al acabar.
  • 5. ―Oiga, mire, yo en cinco minutos acabo mi turno ¿sabe? Y tengo ganas de tomarme unas birritas fresquitas en mi barrio con los coleguitas, ¿vale?. Así que déjese de chorradas. Me pararé donde Vd. me dice, me paga y en paz, ¿ok? El viajero le increpa fría y tranquilamente ―Vd. verá si quiere que descargue este trasto en su espalda. No se lo recomiendo, lo que llevo en este bolsillo es una Magnum de 4 tiros que si la acciono es probable que no lo reconozcan ni por la dentadura. La elección es suya. Un sudor helado recorre la espalda del taxista. Sin embargo, traga saliva y responde con sangre fría: ―No me lo creo, seguro que es de plástico o es un palo de madera con el que me está apuntando. Sáquelo de la gabardina, hágame el favor. ―Le gusta el riesgo, entonces…Esto me pone más todavía― responde quitando el seguro del arma. El taxista esta vez no se lo toma a broma y obedece. Aparca, se baja del coche y comienza a caminar siguiendo las instrucciones del viajero. Un grupo de turistas japoneses se ha bajado de un autobús y siguiendo en bloque al guía se dirige a la sala de fiestas. El taxista piensa rápidamente si mezclarse con ellos y entrar a la sala, pero antes de que pueda hacerlo, siente en sus riñones un objeto metálico. ―Continúe, no se pare. El viajero se despega nuevamente de él y le sigue a una prudente distancia para no llamar la atención. Se han adentrado ya por el sendero que conduce al Palacio de Cristal, donde una pareja termina de hacer las últimas fotos junto al estanque. No queda nadie más. ―Siga por el camino que se abre a la derecha―le susurra nuevamente en la oreja el viajero al taxista y camine lentamente. ―¿A dónde vamos? ¿No me va a matar, verdad? ―le suplica el taxista― Tengo un hijo de cinco años que me necesita… ―Cállese y haga lo que le digo. Continúan uno detrás del otro hasta llegar a una pequeña glorieta, en el medio de la cual se alza un monolito blanco con un capitel corintio decorado con flores de acanto. Unos metros más allá entre los arbustos se oyen los gemidos de una pareja. ―¿Ve a aquellas dos bolleras? Acérquese a ellas, quítese los pantalones y hágase una paja mirándolas. Cuando haya acabado encontrará un sobre con dinero aquí, a los pies a la columna. ―¿Y Vd., qué hará de mientras?
  • 6. ―Eso es asunto mío. El taxista titubea pero finalmente se dirige hacia las dos mujeres que fundidas en un beso interminable no se percatan de su presencia. Desperdigado por el suelo, una chaqueta y pantalón azul marino de Armani, una blusa de rayón, una camiseta de Custo en deslavados colores azul y rojo, unos pantalones de camuflaje y un sombrero de ala ancha que contiene un precioso pañuelo de seda naranja y violeta. De un móvil suena una canción Nothing compares, No worries or cares, Regrets and mistakes, they're memories made, Who would have known how bittersweet this would taste? Never mind, I'll find someone like you… I