Los asesinatos cometidos en Londres en 1888 fueron terribles, y de una violencia que en parte escapa al marco de la razón, pero sin duda hubo antes y después asesinatos y asesinos también muy violentos y sanguinarios. No obstante, la figura nunca descubierta de quien popularmente es denominado "Jack el Destripador" continúa interesando a estudiosos y público en general, tal vez por la época en que fueron cometidos los asesinatos, tal vez por el perfil de las víctimas, tal vez porque el asesino pasó a ser una figura emblemática. Sea como sea, los hechos y circunstancias de 1888 continúan acaparando la atención de muchos...
Investigaciones en curso por maniobras con recetas falsas de insulina y tiras...
Nuevos enfoques sobre Jack el Destripador (la leyenda continúa)...
1. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
LOS MISTERIOS DE
JACK el DESTRIPADOR
GABRIEL POMBO
2. I) ¿Inventó el propio asesino su alias criminal?
Desde el mes de septiembre de 1888 comenzó a arribar a la policía
británica correspondencia remitida por sujetos que se identificaban como
responsables de los homicidios del East End londinense. Por tales fechas
sólo se habían verificado dos de las muertes que tradicionalmente se le
asignan al asesino; vale decir, la de Mary Ann Nichols y la de Annie
Chapman.
Las autoridades no concedían difusión a estos comunicados, ya sea para
evitar que cundiera el pánico en la gente o, sencillamente, porque estimaron
que eran obra de bromistas.
El maníaco aún carecía del seudónimo que le valdría su renombre
universal. La prensa, a falta de un calificativo mejor, se limitaba a referirse
a él como el "Asesino de Whitechapel".
Pero llegaría el 27 de septiembre de 1888. Ese día la denominada “Agencia
Central de Noticias de Londres” alegó haber recibido una carta firmada por
el homicida anunciando nuevos crímenes, y el día 29 de ese mes la entregó
a la policía.
El tenor de la extraordinaria epístola relacionaba:
"... Querido Jefe: Constantemente oigo que la policía me ha atrapado
pero no me echarán el guante todavía. Me he reído cuando parecen tan
listos y dicen que están tras la pista correcta. Ese chiste sobre "Mandil de
Cuero" me hizo partir de risa. Odio a las putas y no dejaré de destriparlas
hasta que me harte. El último trabajo fue grandioso. No le di tiempo a la
señora ni de chillar. ¿Cómo me atraparán ahora? me encanta mi trabajo y
quiero empezar de nuevo si tengo la oportunidad. Pronto oirán hablar de
mí y de mis divertidos jueguecitos. Guardé algo de la sustancia roja en una
botella de jengibre para escribir, pero se puso tan espesa como la cola y
no la pude usar. La tinta roja servirá igual, espero, já, já. En el próximo
trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré a la policía para
divertirme. Guarden esta carta en secreto hasta que haya hecho un poco
más de trabajo y después tírenla sin rodeos. Mi cuchillo es tan bonito y
3. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
afilado que quisiera ponerme a trabajar ahora mismo si tengo la ocasión.
Buena suerte. Sinceramente suyo. Jack el Destripador..."
Y en una especie de posdata impresa transversalmente, el redactor del
comunicado se mofaba:
"... No se molesten si les doy mi nombre profesional. No estaba
bastante bien para enviar esto antes de quitarme toda la tienta roja de las
manos. Maldita sea. No ha habido suerte todavía, ahora dicen que soy
médico, já, já..."
A esta comunicación se le adicionó muy pronto una postal, también
recepcionada por la Agencia Central de Noticias, el 1 de octubre de 1888,
donde su emisor, tras presentarse como "Saucy Jacky" (Jacky el
Descarado), se manifestaba en los siguientes términos:
"...No estaba de broma, querido jefe, cuando le di la información.
Mañana se enterará del trabajo de ese descarado de Jacky. Doble función
esta vez. La número uno chilló un poco. No pude acabar enseguida. No
tuve tiempo de cortar las orejas para la policía. Gracias por guardar la
carta de mi último trabajo. Jack el Destripador..."
La postal “Jacky el Descarado”
4. Es un punto en discusión establecer si el verdadero criminal escribió
algunas de aquellas misivas que llegaron a poder de los periodistas y de las
autoridades. Esta incertidumbre parece imposible de despejar, y a más de
ciento veinticinco años de los eventos la interrogante sigue en vigor.
En los archivos de la Policía Metropolitana y en los Archivos Generales de
Londres se conservan más de doscientos mensajes vínculados al asunto.
Pero sólo una ínfima proporción merecería que se les preste atención.
Una de las escasas comunicaciones reputada por los especialistas como
eventualmente veraz fue la que el 16 de octubre de 1888 recibió en su
domicilio el Presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel,
empresario constructor George Akin Lusk.
George Lusk:
El presidente del Cómité de Vigilancia
fue receptor de una sórdida broma
Esa carta fue acompañada por una caja de cartón que contenía un trozo de
riñón humano. Junto con el horrible obsequio iba un recado escrito con
letra irregular, tosca y plagada de errores gramaticales -que en esta
transcripción se obvian- cuyo texto decía:
"...Desde el infierno Mr. Lusk, Señor: Le envío la mitad del riñón que
saqué de una mujer, lo guardé para usted, la otra parte la freí y me la
comí, estaba muy buena. Puedo mandarle el cuchillo ensangrentado con el
5. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
que lo saqué sólo si espera un poco. Firmado: Atrápame si puedes. Mister
Lusk..."
La infame misiva con el encabezado: “Desde el infierno”
La primera ocasión en que un ex periodista se habría incriminado
admitiendo ser el emisor de correspondencia remitida a las autoridades y a
los medios de comunicación bajo el seudónimo Jack the Ripper, se
registró en un relato publicado por la revista Crime and Detection en
agosto de 1966. En dicho artículo, el profesor y grafólogo Francis
Camps cuenta cómo fue que conoció a Frederick Best, antiguo notero
del diario Star.
6. Este último le refirió que, durante el tiempo de los asesinatos de
Whitechapel, él en colaboración con un colega de provincias, fue el
responsable de pergeñar todas las cartas del "Destripador", y que lo
hizo motivado por el afán de "mantener con vida el negocio" de la venta
de periódicos, notablemente incrementado entonces merced al
sensacionalismo originado por aquella ola de crímenes.
Añadió que, para concretar el plagio, se valió de una pluma
marca Waverley Nib, a la cual deliberadamente estropeó a fin de que
su trazo diese la impresión de que las misivas eran obra de un sujeto
semi analfabeto. Empero, esta versión no luce congruente, pues si algo
destacaba en aquella célebre epístola trazada con tinta roja era la
atildada caligrafía y la correcta ortografía del guasón que la escribiera.
Hoy día, sin embargo, se duda de esta versión, pues se da por
descontado que la mayoría de los mensajes se debieron a ciudadanos
impelidos por los más diversos intereses (no necesariamente
periodistas).
Frederick Best:
periodista que se adjudicó la invención
del seudónimo “Jack el Destripador”
La epístola que dio comienzo a la escalada de comunicados, y que hizo
público el apodo Jack the Ripper, se supone que arribó el 27 de septiembre
de 1888 a la Agencia Central de Noticias de Londres (estaba fechada al 25
de ese mes). Esa letra devino la primera firmada con el famoso mote.
7. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Se especula fuertemente que el texto fue redactado, no por el aludido
Frederick Best sino por el reportero Thomas Bulling con la anuencia de su
jefe de prensa, John Moore. Este periodista trabajaba para aquella agencia
noticiosa, y resultó encargado de llevarla personalmente a las autoridades
un día antes del doble crimen de Jack el Destripador.
Cuando ese 29 de septiembre de 1888 el inspector Adolphus
Williamson, que a la sazón oficiaba, de hecho, como jefe de prensa de
Scotland Yard, leyó la carta que su amigo Thomas Bulling le trajo, no
pareció especialmente impactado. Aunque la policía lo ocultaba, lo cierto
era que ya tenían noticias sobre varios mensajes relacionados con los
crímenes que se venían consumando en el East End de Londres. Por eso, al
pesquisa esa noticia no le generaba mucha emoción.
Inspector Adolphus Williamson
Pero debía cumplir su trabajo y comunicó la novedad a sus superiores,
quienes guardaron dentro de un cajón aquella letra. Probablemente no
hubiera salido nunca de allí si al día siguiente no ocurriera lo imprevisto:
el "doble evento"; vale decir: los dos homicidios perpetrados en la
madrugada del 30 de septiembre que tuvieron por víctimas del maníaco
ultimador de prostitutas a Liz Stride y Kate Eddowes.
A la primera difunta la habían degollado pero no mutilado, y tampoco le
sustrajeron órganos. Sin embargo, el cadáver de la otra fallecida padeció
una virtual carnicería: múltiples tajos asestados por un cuchillo frenético
laceraban su faz, y uno de ellos le había rasgado el lóbulo de su oreja
derecha. Cuando colocaron el cuerpo inerte en el ataud el lóbulo troceado
se desprendió y cayó dentro.
8. Este tétrico hecho bastó para que se creyese que el presunto homicida, que
en aquella ocasión firmaba Jack el Destripador (o más exactamente "Jack
el desgarrador" en inglés) fuese aceptado, sin más, como el genuino
emisor de la amenazante epístola. Y es que en ella, entre otras jactancias y
banalidades, se proclamaba:
"...en el próximo trabajo le cortaré las orejas a la dama y las enviaré
como broma a la policía..."
Esta fue la génesis de un mito que pervive hasta el presente. Esos horribles
crímenes suburbanos posiblemente hubiesen quedado relegados al olvido o,
al menos, minimizados, si el anónimo victimario hubiese seguido siendo
conocido como "El Asesino de Whitechapel", o por el mote de "Mandil de
Cuero", con el cual se lo designase mientras se pensó que el responsable
era el zapatero judío John Pizer, luego exculpado.
Ninguno de estos alias delictivos poseían el gancho mediático del que
rubricaba aquella carta que la Agencia Central de Noticias de Londres, por
medio del ya citado Thomas Bulling, hizo llegar a Scotland Yard; y que
presuntamente la había remitido previamente el matador serial a sus
oficinas dirigiéndola a su jefe de redacción. De allí el encabezado "Querido
Jefe", pues a un jefe de prensa iba destinada la misiva, en vez ser cursada
directamente a las autoridades.
Muy curioso resulta que un asesino elija a una agencia noticiosa para
promocionarse. Aunque parecería que en realidad sí remitió algunos
mensajes al cuerpo policial, aunque sin encontrar mayor eco.
El 17 de septiembre de 1888 habría arribado a manos del máximo
responsable de la Policía Metropolitana, general Charles Warren, una
epístola inculpatoria, y otra similar la recibió el Departamento de
Investigación Criminal el 25 del mismo mes. Frente el silencio opuesto por
los jerarcas el emisor optó por dirigirse a la prensa para ver si ahora lo
tomaban en serio. Luego de esto, los casi doscientos periódicos británicos
compitieron en medio de una fiebre de tiradas dedicadas a las tropelías de
Whitechapel.
Entre los más furibundos resaltaba el Star de Frederick Best. Este
periódico, recién fundado en 1888, hizo su agosto gracias a la conmoción
social que los asesinatos provocaron; pero ciertamente no representó el
único órgano de difusión favorecido. La palma al efecto se la llevó la
Agencia Central de Noticias de Londres, que vendió a los diarios muchas
9. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
copias de aquellas epístolas que el criminal tan generosa, como
sospechosamente, les obsequiaba en forma personal.
Muchos años más tarde –según antes señalamos- un anciano Frederick Best
se inculpó reconociendo, en un artículo periodístico, que él en complicidad
con otro reportero inventó a "Jack el Destripador".
Durante largo tiempo se reputó a este sedicente periodista como plausible
responsable de forjar el mito sensacionalista de Jack the Ripper, e incluso
en películas y mini series televisivas (por ejemplo: "Jack el Destripador",
serial inglesa de 1988 con Michael Caine en el protagónico principal)
veremos a ese inquieto reportero y al diario Star jugar un papel de gran
fuste en la saga ripperiana.
No obstante, desde época relativamente reciente (año 2001) las cosas
comenzaron a cambiar. En "Letters from hell"; publicación
española: "Jack el Destripador. Cartas desde el infierno" (ediciones
Jaguar, Madrid, España, 2003), los expertos Stewart Evans y Keith
Skinner plantearon que el responsable no fue otro sino Thomas Bulling.
Sostienen que ese periodista fabricó (de su puño y letra) el mensaje, y
también inventó el mediático seudónimo; contando para ello con el
consenso de su jefe de prensa John Moore. La primordial fuente que acusa
a Bulling y a la Agencia Central de Noticias provino de John Litlechild,
un inspector jefe de la Brigada Especial de Scotland Yard, el cual, en una
misiva redactada en 1913, le confió a su amigo el dramaturgo y
periodista George R. Sims su convicción de que las cartas suscritas con el
infame alias constituyeron un bulo creado por un sector de la prensa.
10. II) El extraño graffiti de la calle Goulston
Un inciso aparte en esta historia sobre el perfil mediático del elusivo
criminal lo configura la célebre pintada trazada con tiza sobre el muro de la
calle Goulston. Así se llamaba la calle de Whitechapel por donde habría
transitado, durante su escape, el asesino tras destripar a Catherine
Eddowes y arrojar contra la pared que portaba la consigna un trozo de tela
impregnado en sangre; presumiblemente arrancado de las ropas de esa
occisa.
El tenor del mensaje fue objeto de permanentes discusiones pero, en
general, se acepta que señalaba:
“LOS JUWES SON LOS HOMBRES QUE NO SERAN
CULPADOS POR NADA”
El texto en inglés reproducido en un informe policial
11. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
No llegó a fotografiarse nunca la escritura pues se ordenó que fuera
borrada, tras instrucciones impartidas por el jerarca supremo de la Policía
Metropolitana británica Sir Charles Warren, quien se había personado al
lugar.
Cabe concluir, entonces, en que otro notable acto publicitario, cimentador
de la leyenda, lo configuró la frase estampada sobre un muro descubierta
luego de perpetrado el crimen de la plaza Mitre, la cual se erigió en una
incógnita menor inmersa dentro del misterio mayor que rodeó a los
homicidios.
Si realmente se trató de un acto deliberado a cargo del asesino estaríamos
frente a un suceso clave que desvela el móvil principal, o uno de los
móviles accesorios que lo impelían a matar, a saber: su afán por causar el
mayor impacto y extrañeza posibles; el anhelo mediático. Dicha
característica habría parecido insólita cuando se concretaron aquellos
delitos, pero ya no lo resulta tanto en épocas recientes.
El fragmento de ropa ensangrentada, que delató la presencia de la frase
estampada en la pared, había sido descubierto por el agente policial Alfred
Long placa 254 A, no perteneciente al distrito H -que era la jurisdicción de
los policías que custodiaban en Whitechapel-, sino a la división de
Westminster; y que fuese asignado al patrullaje del área a modo de
refuerzo. El hallazgo tuvo lugar en la madrugada del 30 de septiembre de
1888 durante el curso de un rastreo rutinario.
Al comenzar esa madrugada dos mujeres habían sido asesinadas en el
distrito y la policía actuaba intensamente en procura de cerrar las vías de
escape al criminal. Pero esa noche reservaba otra sorpresa a los agentes. A
las 2 y 55 Long en su ronda por la calle Goulston vio un trozo de delantal
de mujer manchado con sangre caído en la entrada que conducía a la
escalera de los números 108-119 de las viviendas modelo Wentworth.
De inmediato el policía se abocó a buscar otras señales de sangre, pero no
las había. Sin embargo, en el lado derecho de la entrada, por encima de la
plataforma, hizo un segundo hallazgo. Escrito en tiza blanca contra una
pared de ladrillos negros estaba visible el mensaje. Long no investigó a los
inquilinos residentes en ese edificio y se limitó a buscar en las escaleras.
No encontró allí tampoco rastros de sangre ni huellas de pisadas. Luego,
tras consignar en su libreta el texto de la frase descubierta, tomó el delantal
ensangrentado y se dirigió a la comisaría de la calle Leman. Una vez en esa
sede, informó de los hechos y entregó la prenda al inspector que estaba de
guardia.
12. Arcada en cuyo pasaje interior
se trazó la enigmática pintada
Desde esa comisaría se contactaron con la Policía de la City, dado que
dentro de la competencia de ésta se había consumado el crimen; siendo
llamados a comparecer al escenario de los luctuosos hechos varios
pesquisantes de dicha jurisdicción.
En particular, el detective Daniel Halse montó guardia frente al muro
donde se consignaba el mensaje y se quedó protegiendo esta importante
evidencia forense hasta el arribo del inspector James Mac William, jefe
del Departamento de Investigación de Scotland Yard de la City, quien
ordenó que el graffiti fuera fotografiado lo antes posible.
Pero su colega el superintendente inspector Thomas J. Arnold de la
Policía Metropolitana, que también había arribado al lugar, mostró dudas y
prefirió aguardar ordenes superiores, debido a que la prueba estaba
localizada dentro del ámbito competencial perteneciente a la Policía de la
Metro.
Seguidamente se le comunicó la novedad al general Charles Warren. Una
vez que, alrededor de la hora 5 de esa mañana, el supremo jefe policial de
Inglaterra concurriera a dónde fue hallado el extraño mensaje dispuso que
el mismo fuera borrado de inmediato, y prohibió que le tomaran
fotografías.
13. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Dibujo contemporáneo que muestra a Sir Charles
rodeado por sus subordinados mientras lee el graffiti
General Charles Warren:
Máximo Jefe de la Policía Metropolitana
Ese mandato fue aceptado a regañadientes por el principal policía de la
City de Londres, comisionado Henry Smith, quien en sus memorias
fustigaría acerbamente a Sir Charles por adoptar esa actitud.
Dicha decisión se fundó en evitar posibles desordenes y disturbios al
estimarse que se trataba de una consigna antisemita insultante, y que el
14. público podría tomar represalias generalizadas contra los integrantes de
esta colectividad que habitaban en el distrito.
En los alrededores poblaba una vasta comunidad judía que ya había sido
objeto de recelos por los habitantes del East End mientras se mantuvo
detenido a John Pizer -“Mandil de Cuero”- acusado de ser el responsable
de inferir los desmanes.
Además, el primero de los dos asesinatos concretados aquella noche se
llevó a cabo al lado de un club socialista emplazado en la calle Berner cuya
principal concurrencia era de origen semita, y esta coincidencia podía
inducir a creer que el criminal integraba dicha colectividad.
Debe tenerse presente, asimismo, que al arribar el general Warren a dónde
lucía la pintada ya era de madrugada y pronto amanecería, lo cual la dejaría
expuesta a la vista de mucha gente que se congregaba en una feria que tenía
lugar todas las mañanas de domingo en las inmediaciones de la calle
Goulston.
Aunque devinieran infundadas, y producto de la xenofobia, las sospechas
recaídas sobre miembros de la grey judía con asiento en el este de Londres,
tal suspicacia fue muy pertinaz.
De aquí que los motivos de la cautela exhibida por el jerarca al mandar
borrar el escrito en la pared no devendrían tan ilógicos y absurdos como,
vistos en retrospectiva, parecerían haber sido.
Pero lo real fue que el graffiti -haya o no sido obra del criminal- adquirió
estado público, y la tal vez loable mesura que inspiró al responsable
policial a hacerlo prontamente desaparecer, impidiendo que fuera
fotografiado, ninguna utilidad revistió sino que, contrariamente a sus
propósitos, sólo sirvió para fomentar las suspicacias.
¿Acaso las autoridades ocultaban datos esenciales por oscuras e
inconfesadas razones? ¿Había un complot de alto nivel destinado a proteger
al perpetrador?
La prensa ciertamente no desaprovechó la oportunidad de agudizar sus
críticas contra la policía en general, y sobre su máximo jefe en especial.
Novelescas obras literarias posteriores considerarían a la enérgica actitud
asumida por el general Warren como una pieza importante dentro de sus
teorías acerca de la existencia de una conspiración a gran escala.
15. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
La pintada hecha sobre el friso de la calle Goulston, junto con las cartas,
establece el perfil mediático que alimentó el misterio, y le garantizó su
triste pero duradera celebridad.
Aquel acto constituiría el germen de álgidas y antagónicas interpretaciones.
¿Se quiso referir en la pintada a los Judíos? –“Jews” en inglés– ¿O, en
cambio, su autor realmente escribió “Juwes”, y tal término tendría otra
significación?
Dentro de las eventuales acepciones de esa palabra, quizás no mal escrita,
podría haber implicancias masónicas, según algunos ensayistas plantearon.
También se ha rebatido esta posición considerándose que la palabra
“Juwes” ningún significado poseía en la tradición masónica. Y como tal
vocablo no existe en el idioma inglés, de haberse impreso así, esa escritura
pudo obedecer a un mero error de ortografía.
En otro sentido, otros escritores pretendieron que verdaderamente en la
pintada se decía “Jews” –“Judíos”, en mayúscula– y que la diferencia que
se creyó advertir en esa palabra es atribuible a un error de transcripción
sufrido por Alfred Long, el primer policía que la descubriese, cuando la
anotó en su libreta personal antes de que el jefe ordenara hacer desaparecer
el mensaje.
Pero, más allá de esas polémicas, vale aquí resaltar que se debe tener en
cuenta que algunos de los más sólidos especialistas actuales sobre el caso
del Destripador le restan importancia al episodio, ponderando que la
escritura no tuvo por qué ser necesariamente autoría del homicida.
Opinan que el graffiti podría estar estampado con anterioridad a llevarse a
cabo la acción criminal. Parecería que no era infrecuente, en aquel tiempo,
que los frentes y demás paredes de las casas suburbanas en la principal urbe
del mundo estuviesen decoradas con pintadas similares.
De tal suerte, los peritos Stewart Evans y Keith Skinner han afirmado:
“...Esa frase sobre la que tanto se ha discutido y analizado, puede que
ni siquiera fuese escrita por el asesino. Si el trozo de delantal se hubiese
depositado en el siguiente portal, probablemente se hubiese estudiado con
lupa una críptica pintada totalmente diferente. Porque entonces, como
ahora, este tipo de pintadas eran comunes en el East End de Londres…”
.
16. III) ¿Tuvo imitadores Jack el Destripador?
Tal vez el fenómeno de los homicidios de imitación (perpetrados
por "copycats") no sea tan moderno tal cual parecerían indicarlo películas
taquilleras de reciente data. Es posible que el viejo monstruo de la era de la
reina Victoria no fuera una unidad, sino que aquella brutal matanza
constituyese obra de una sucesión de matadores que se imitaron entre sí.
Respecto a este asunto cabe recordar la historia del amante de Elizabeth
Stride y la hipótesis de que ese sujeto ultimó por despecho a su mujer, y
que ese crimen pasó como uno más dentro del elenco fatal de los cometidos
por el depredador de Whitechapel, cuando en realidad sólo se habría
tratado de un vulgar crimen pasional.
Resulta pertinaz la desconfianza en relación con el presunto tercer
homicidio atribuido al mutilador; o sea, el perpetrado contra la prostituta
sueca de cuarenta y cinco años apodada "Long Liz" ("Liz la Larga").
17. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Elizabeth Stride pudo morir a manos de su amante
Hasta escasos días previos a su óbito, acaecido en la madrugada del 30 de
septiembre de 1888, la mujer convivió con un belicoso irlandés de nombre
Michael Kidney. Se separaron luego de una violenta pelea (una de las
tantas); pero antes del incidente Liz lo había denunciado a causa de malos
tratos verbales, amenazas y agresiones.
El individuo (cuyo apellido rememora inquietantes evocaciones, pues
equivale a "riñón" en lengua inglesa) exhibió un comportamiento tan
asombroso que despertó justificadas suspicacias en investigadores
ulteriores, aún cuando debe admitirse que no fue reputado sospechoso por
la policía de la época.
Sin embargo, tanto sus declaraciones inmediatas al cruel desenlace, cuanto
sus actitudes posteriores, dieron pábulo a acentuados recelos. De ser veraz
la conjetura de que dicho hombre fue el ultimador de su novia, no cabría
dudar que interpretó a entera satisfacción el papel de inocente, cual si de un
buen actor aficionado que supo cubrir hábilmente sus huellas se hubiese
tratado. Supo fingir indignación frente a la impericia de que hizo gala la
policía a la hora de desenmascarar al que mató a su "amada" Elizabeth.
A escasas horas de saberse del crimen se personó en la comisaría de la calle
Leman y montó un escándalo. Entró borracho y aferró por las solapas al
sargento de guardia, al cual le espetó: "Si hubiesen asesinado a Liz la
18. Larga en mi distrito, y fuese policía, yo ya me habría matado".
Entre otros peritos, la ripperóloga A.P.Wolf, autora de "Jack. The Myth",
sustenta la culpabilidad de Michael Kidney en el homicidio de Elizabeth
Stride, y destaca que el incidente antes referido ocurrió el 1º de octubre de
1888, un día después del atentado fatal contra la meretriz, cuando por
entonces los policías todavía no sabían cuál era la identidad de esta víctima.
Por consecuencia, a esta escritora el problema provocado en la comisaría,
donde tan histriónicamente Kidney manifiesta su desazón echando en cara
a los agentes lo ineficaces que eran por no descubrir al ejecutor de su
amante, le parece que es una de las más firmes pruebas de su culpa.
¿Cómo pudo saber en aquel momento este hombre que la aún anónima
víctima no era otra sino su amante Long Liz? Y más aún: ¿Cómo podía
saberlo si al declarar en interrogatorios posteriores reconoció que desde
días atrás, luego de una agria disputa, se encontraba separado de ella? Por
lo tanto, Michael Kidney se erigiría en un sospechoso de primer orden
respecto del asesinato de esta víctima en particular.
Michael Kidney:
sospechoso de asesinar fingiendo ser el Destripador
Pero la plausible imitación asesina en el caso de los crímenes de Jack el
Destripador no se limita a esa posibilidad aislada.
También llama la atención el homicidio de Catherine Eddowes, que
19. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
resultó muy diferente a los tres crímenes canónicos que le antecedieron –
los de Nichols, Chapman y Stride–, pues aquí el rostro de la difunta fue
mutilado. Los estudiosos suelen justificar esa disparidad en la actitud
seguida por el criminal, esgrimiendo la opinión de que los victimarios
seriales se van tornando más audaces a medida que avanzan en sus ataques,
y que necesitan operar cada vez con mayor encarnizamiento impelidos por
un irrefrenable crescendo salvaje.
Pero: ¿Si esto no hubiese acontecido así en el caso del Destripador? ¿Y si
el ejecutor del East End no fue una única persona, sino que cada asesinato
se hubiese debido a la aparición de sucesivos imitadores de los homicidios
precedentes?
Si tal fuera la situación, el ultimador de Kate Eddolwes por fuerza debió –
en el acto de provocar mutilaciones faciales a esa agredida– obrar
remedando la conducta observada por otro matador, al cual la gente
consideraba el verdadero causante de los decesos que venían
sobreviniendo. Lo inquietante es que tal extremo pudo en verdad haber
acontecido. Ocurre que por las fechas en que cristalizó la secuencia de
atentados, otra muerte más –aparte de las canónicas y las de Emma
Elizabeth Smith y Martha Tabram– fue atribuida a la saña del mismo
perpetrador.
Se trató del homicidio de una chica de nombre Jane Beadmoore acaecido
entre la noche el 22 y la madrugada del 23 de septiembre de 1888, en la
localidad de Birttley Fell, County Durhan, una semana antes de ser
finiquitada Catherine. En esa emergencia, la fenecida soportó extensas
mutilaciones faciales. Vale significar, se trató de idéntico género de ataque
que precisamente iría a reiterarse pocos días más tarde en el crimen
consumado en la plaza Mitre.
Su cadáver exhibía cortes en el abdomen y en la región genital y, lo que era
peor aún, le habían acuchillado frenéticamente la cara hasta desfigurarla.
Las heridas abdominales semejaban a las padecidas por dos víctimas que
toda la prensa adjudicaba al matador tildado "Asesino de
Whitechapel" (pues el mote "Jack el Destripador" todavía no había
cobrado estado público).
20. Mutilaciones faciales curiosamente semejantes en las víctimas Jane Beadmoore y Kate Eddowes
La mujer asesinada contaba con veintiocho años, seis más que su homicida,
un joven que realizaba trabajos ocasionales. El individuo, si bien se mostró
hábil al imitar los precedentes crímenes del bajo Londres intentando así
despistar, incurrió en errores muy torpes que facilitaron su aprehensión.
Entre éstos se cuenta el hecho de vender –dos días después del crimen– su
ropa con manchas de sangre a una tienda de compra al menudeo. A su vez,
varios testigos declararon haberlo visto con la occisa en los momentos
previos a concretarse el ataque letal; y la precipitada huída de la localidad
emprendida por el sospechoso contribuyó a dejarlo en evidencia.
Pero lo relevante es que para la prensa el asesinato de Beadmoore y el
sucedido a la siguiente semana en la plaza Mitre eran faena del mismo
perpetrador. Ese convencimiento caló muy hondo en el público. Tanto fue
así que, aunque dos meses después se arrestó al asesino de Jane y se supo
que el responsable era un rufián llamado William Waddell –que había sido
amante de la muchacha y que la mató por despecho–, ese homicidio bien
pudo servir de modelo al inferido contra Eddowes, pues por entonces fue
echado a la lista de los infligidos por Jack el Destripador.
Por consiguiente, vale enfatizar que ya en la era de la reina Victoria
existían asesinos imitadores, y dicho extremo quedó comprobado, entre
otros casos, por el crimen de Beadmoore. Y ello pues resulta que, tras su
captura, el ultimador confesó a sus interrogadores haberse inspirado en las
21. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
muertes que venían aconteciendo en los arrabales del este de Londres.
Pero, a la parafernalia de aquellas matanzas precedentes que imitó, el
ejecutor de esta joven le añadiría un nuevo y siniestro ingrediente: las
mutilaciones faciales.
Los modernos estudios sobre el comportamiento psicopático homicida
coinciden en sostener que en crímenes particularmente sangrientos, donde
preexiste una relación pasional entre la víctima y el victimario, no resulta
infrecuente que el asesino infiera tajos sobre la faz de la persona agredida,
para de tal manera “deshumanizarla”. Se trata de un comportamiento
habitual en los homicidas violentos que actúan imbuídos por lo que en
criminología se denomina “pensamiento mágico”.
Como el matador de Jane era un ex amante suyo, la vinculación pasional
incidió sobremanera. El crimen estuvo motivado por los celos, y por la
frustración que experimentó aquel sujeto al verse rechazado en su tentativa
de reanudar la relación sentimental. No se trató de un delito meramente
impulsivo, sino que el responsable buscó en forma deliberada despistar y
alejar de sí la atención de la policía, cuando decidió remedar la operativa
del mutilador victoriano procurando que los pesquisas creyeran hallarse
frente a otro deceso más en esa cadena de agresiones mortales.
Sin embargo, William Waddell no copió el cruel acto de rebanarle a
cuchillo la cara a su víctima –menoscabo que no tenía planificado, y que no
había ocurrido aún en los desquicios del East End–, sino que ese brutal
añadido obedeció a un impulso. Como el crápula conocía a la mujer y se
hallaba ligado pasionalmente a ella, en forma inconsciente, trató de
deshumanizarla al infligir esa desfiguración facial puesto que, según
confesaría a sus aprehensores: “No pude soportar cómo me miraba”.
22. Jane Beadmoore: víctima de un homicida imitador.
Al principio se creyó que esta joven había sido asesinada por el demonio de
Whitechapel, pero luego la policía apresó a su verdadero ejecutor
Mary Ann Nichols (31 de agosto 1888) y Annie Chapman (8 de
septiembre 1888) también padecieron profundas incisiones en sus
abdómenes, y le extrajeron órganos a la última. No se había practicado
mutilación facial todavía, por lo cual este nuevo crimen no tenía por fuerza
que serle asignado al mismo victimario.
No obstante, los periodistas sí lo atribuyeron, y durante un par de meses,
mientras se mantuvo libre el auténtico responsable, toda Inglaterra estaba
convencida de que el homicidio de Jane Beadmoore también había
constituído una sanguinaria faena del Destripador.
¿El motivo de este error? Según parece, los periódicos de entonces dieron
amplio pábulo a la hablilla de que el perpetrador, además de acuchillar a
sus presas humanas en el abdomen y extirparle órganos, les desfiguraba el
rostro. Esta versión falsa circuló con extrema insistencia tras el asesinato de
Annie Chapman, y no fue desmentida hasta tiempo después.
Debido a ello fue que el verdadero ultimador de Jane, el aludido ex novio,
pensaba que el asesino de Whitechapel rebanaba a cuchilladas la cara de
sus víctimas. Por esa razón, de acuerdo confesó, fue que ejercitó esas
laceraciones faciales para que los investigadores creyeran que el crimen
también pertenecía a aquel homicida, y de ese modo desviar las sospechas
sobre su persona y salir impune.
De poco le valió la treta a este imitador (tempranero copycat de la era
23. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
victoriana). Lo descubrieron, fue declarado culpable por el tribunal reunido
al efecto, y pagó su culpa pereciendo en la horca.
IV) ENIGMAS EN LA MUERTE DE MARY
JANE KELLY
24. Thomas Bowyer, conocido como "Indian Harry", por tratarse de un
militar retirado del ejército inglés de la India, mejoraba los ingresos de su
magra pensión trabajando como cobrador al servicio de John McCarthy,
dueño de unos miserables cuartuchos en el edificio llamado Miller´s Court,
cuyos ocupantes en su mayoría eran mujeres que se ganaban la vida
ejerciendo la prostitución.
Una de aquellas desafortunadas era Mary Jane Kelly, joven irlandesa
pelirroja de venticinco años que rentaba la habitación número 13.
En la mañana del 9 de noviembre de 1888 el casero mandó a su
dependiente a que fuese hasta aquella covacha para tratar de cobrar la renta
que la chica adeudaba. Afuera se oía el jolgorio de un día festivo para los
londinenses, en el cual se celebraba la fiesta del Lord Mayor, título que
recibe en el Reino Unido el Alcalde de Londres, York y otras ciudades
importantes del país.
Bowyer llamó varias veces a la puerta. Como no obtuvo respuesta se
dirigió hacia una ventana lateral que él sabía tenía una rotura. Cuidando de
no lastimarse, introdujo su mano a través del hueco del vidrio y descorrió la
cortina para escudriñar hacia el interior. Lo que vio le hizo proferir un grito
de horror.
Sobre la cama empapada en sangre yacía el destrozado cuerpo de la
desdichada inquilina. Su estómago lucía abierto en canal, y sus órganos
internos se amontonaban en torno suyo, cual una masa informe, repugnante
y sanguinolenta.
El cuadro era dantesco y el cadáver estaba irreconocible. Posteriormente, el
ex novio de la víctima, el jornalero Joseph Barnett, aseguró en la morgue
que se trataba sin duda de Mary Jane, pues la reconoció a causa de su
cabellera rojiza, y por sus ojos y orejas, que era lo único que quedó intacto
en aquel rostro desfigurado.
Lleno de espanto, Indian Harry volvió corriendo al bazar de su patrón y le
comunicó sobre el terrible descubrimiento. El arrendador fue junto con su
empleado a Miller´s Court y comprobó la escena mirando también él a
través de la hendija. Llamaron a la policía, y pronto acudieron los
inspectores Walter Beck y Frederick Abberline, y casi al mismo tiempo
el médico forense George Bagster Philips.
¡Parecía más la obra de un demonio que la de un hombre!, exclamaría
más tarde en los estrados un conmocionado John McCarthy, al deponer en
25. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
la encuesta judicial instruida por motivo de ese crimen.
Así dejaba constancia de la tremenda impresión que le produjo el
monstruoso hallazgo, que estremeció incluso a los endurecidos agentes que
concurrieron a aquella tétrica habitación.
Dibujo del arrendador John McCarthy; al lado: macabra fotografía del cadáver de Mary Kelly
No cabe vacilar que la joven y bella irlandesa pelirroja de ojos azules
conocida por los motes de "Ginger", "Fair Emma" o "Jeannette"
Kelly resulta la víctima de Jack the Ripper cuya muerte arroja mayores
incógnitas.
El 8 de noviembre de 1888, penúltimo día en la existencia de esta mujer, su
casi adolescente vecina Lizzie Albroock acudió hasta su pieza a visitarla, y
allí emprendieron una ánimada plática que fue interrumpida bruscamente
por Mary, quien le aconsejó a su oyente: "Hagas lo que hagas, no termines
como yo", palabras sombrías y premonitorias si las hay.
Entre la noche del 8 y la madrugada del 9 de noviembre, Mary Jane Kelly
fue vista mientras era abordada por hombres, cuando menos, en dos
oportunidades. La testigo del primer avistamiento fue la viuda Mary Ann
Cox, una prostituta de treinta y un años que vivía en la pensión de Miller´s
Court.
Pero posiblemente el más trascendente testigo que la habría observado en
compañía masculina, horas previas a su óbito, lo constituyó un individuo
llamado George Hutchinson. Se presentó tres días después del crimen, el
26. 12 de noviembre, en la estación de policía de la calle Comercial, y su
inicial deposición fue recogida por el sargento de guardia Edward
Badham.
Este informante, por medio de esa tardía denuncia, declaró haber visto a la
chica caminando asida del brazo de un cliente muy peculiar. El deponente
describió con minucia el aspecto de aquel sujeto, a quien calificó
como "extranjero, posiblemente judío".
Viñeta que recrea el avistamiento de Mary Kelly caminando
junto a un sospechoso cliente horas previas a su deceso
Tan interesante pareció su testimonio que se llamó al inspector Frederick
Abberline para interrogarlo. El detective aseguró en un reportaje de prensa
que aquellas declaraciones le parecieron veraces y muy sugestivas. Señaló
en concreto: «Lo he interrogado esta tarde y tengo la opinión de que su
declaración es verdadera. Él me informó que en ocasiones le había dado
unos chelines a la fallecida y que la conocía desde hacía tres años.
También me dijo que le sorprendió que el acompañante de Kelly fuera un
hombre tan bien vestido.»
Si damos crédito a la especie que a la policía aportó el testificante, por
aquel tiempo se alojaba en el hogar Victoria de la calle Comercial y
regresaba de Romford, en Essex, cuando advirtió cómo un individuo se
personaba a la muchacha que él conocía por el mote de “Ginger”. Se
trataba, a todas luces, de un posible cliente que requería los servicios de la
atrayente ramera.
De acuerdo se conjetura, el mismo George también resultaba ser uno de los
clientes habituales de dicha joven. Declaró que hacia las 2 de la madrugada
27. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
del día 9 de noviembre, justo antes de arribar a la calle Flower and Dean se
encontró con Marie Jeannette Kelly, la mujer asesinada. Eran amigos o,
cuando menos, tenían mucha confianza entre sí. De otra forma no se
explica que ella le preguntara si tenía algo de dinero para prestarle, de
conformidad reportó Hutchinson. Él estaba sin un penique, y así se lo dijo.
Ella le contestó que debía conseguir dinero para pagar la renta y prosiguió
su camino.
En la denuncia se relata de qué modo un sujeto que venía transitando en
dirección contraria a la de la joven le dio un golpecito sobre el hombro y le
susurró al oído unas palabras que la hicieron echarse a reír. Tras esto, el
denunciante habría escuchado que ella le decía: “De acuerdo”, a lo cual el
presunto cliente respondió: “Saldrás ganando lo que ya te he dicho”. Acto
seguido, le acomodó su brazo derecho por encima de los hombros y
marcharon hacia a la pensión de Miller´s Court.
En la mano izquierda el sospechoso aferraba: “Una especie de paquete
sujetado por una especie de correa”, atento indicó con lenguaje redundante
el testigo; quien añadió: “Yo estaba parado bajo la farola de la taberna
Queen´s Head y me quedé mirándolo”.
La descripción suministrada prosigue dando cuenta de que el acompañante
de Mary era un hombre de cabellos negros y con apariencia de extranjero,
posiblemente un judío. En lo referente a su indumentaria, iba vestido con
un gabán largo de color oscuro con cuello y puños ribeteados en piel de
astracán, su chaqueta y sus pantalones eran de tono también sombrío, usaba
camisa de cuello blanco y corbata negra.
También portaba un sombrero de fieltro opaco, el cual llevaba tan hundido
sobre la frente que no permitía observarle con claridad el rostro. Calzaba
polainas oscuras con botones claros sobre zapatos abotonados. Pendía de su
chaqueta un reloj de bolsillo asido por una gruesa cadena de oro que traía
engarzado un ostentoso sello con una piedra de color rojo. Un par de finos
guantes de cabritilla enfundaban sus manos completando su elegante
atuendo. En cuanto a su estatura, ésta oscilaba en torno al metro setenta, su
edad entre los treinta y cuatro y los treinta y cinco años, su tez era de
tonalidad clara tirando a pálida, y lucía un afinado bigote.
28. Representación alegórica del extraño acompañante
de la víctima descrito por el testigo Hutchinson
¿Por qué razón demoró tres días George Hutchinson en personarse a la
policía y radicar su denuncia? Este atraso indujo a especular que tal vez él
era el homicida, y que se tomó ese tiempo para buscarse una coartada. De
acuerdo sugieren algunos escritores, este individuo efectivamente era Jack
el Destripador, y asesinó a Mary por frustración amorosa. Aquella noche
trágica se presentó ante la chica; pues al enterarse que ésta había roto la
relación con su concubino creyó que su oportunidad había al fin llegado.
Esa ocasión requirió los servicios de la mujer como un cliente más; pero
una vez dentro de la pieza, le manifestó su amor proponiéndole que se
fuera a vivir con él. La muchacha lo despreció. Sobrevino una agria pelea
y, enardecido de despecho, la estranguló previo a inferir las salvajes
mutilaciones en las cuales esta vez, por el odio desatado, estaba ausente la
precisión ginecológica que caracterizó al resto de la matanza del Ripper.
Una vez repuesto del éxtasis vesánico que lo invadiese comprendió que se
había arriesgado en demasía esa vez. Temió que lo hubiesen visto ingresar
junto con su víctima a la habitación del crimen, y salir después
ensangrentado. El matador necesitaba distraer la atención antes de que la
policía lo detectara sirviéndose de las descripciones que, a no dudar, irían a
suministrar quienes lo sorprendieron junto a Kelly aquella madrugada.
Esgrimió la historia de haber observado a la occisa abordada por un
extranjero rico. Sabía que de ese modo las miradas apuntarían a un hebreo,
y la xenofobia que desde la acusación contra "Mandil de Cuero" - John
Pizer - se venía desatando haría el resto. No desconfiarían de que un
29. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
decente trabajador inglés como él era el verdadero responsable de la
masacre.
Sin embargo, la conjetura donde se lo acusa no parecería contar con base
sólida; y lo cierto es que obra prueba en apoyo de las afirmaciones de este
informante. La versión de aquel hombre fue convalidada por los dichos de
la vecina Sarah Lewis. Esta fémina, tanto en la encuesta judicial como en
deposiciones formuladas en los periódicos, informó haber concurrido a
Miller´s Court entre las 2 y las 3 de la madrugada de la noche fatídica. Al
ingresar contempló a un tipo sospechoso, cuya fisonomía coincidía con la
de Hutchinson, rondando por la entrada del patio de aquel edificio.
La joven Sarah, de veintitrés años, alegó que había reñido con su esposo -
luego se supo que era su concubino del cual ya tenía un hijo y otro venía en
camino, pues estaba embarazada de cinco meses por entonces-, y haber ido
a pernoctar al hogar de una familia amiga que allí residía. La dama también
contó haber escuchado, cerca de las 4 de esa madrugada, el grito de
"¡asesinato!" prorrumpido por una voz femenina; pero adujo que no se
molestó en salir del apartamento a verificar de dónde procedía el llamado,
debido a que tales barullos eran frecuentes por allí, y porque no volvió a oír
nada más.
Fotografía de la testigo Sarah Lewis
Y no sólo este presunto amigo y cliente sería reputado sospechoso de haber
sido el victimario. El último compañero sentimental de la finada también
fue objeto de una hipótesis inculpatoria desarrollada décadas más tarde.
30. Joseph Barnett tenía treinta años, y estaba cesado de su trabajo habitual
cuando fue brutalmente masacrada su ex novia Mary Jane Kelly, ese
viernes 9 de noviembre de 1888. Su actividad usual consistía en trabajar
como changador en el mercado de pescado de Billinsgate, aunque
ocasionalmente laboraba de peón en la construcción.
Bosquejo de Joseph Barnett: última pareja de Mary Kelly
Fue el último concubino de la joven y sensual irlandesa conocida como
"Marie Jeannette", "Fair Emma", "Ginger", y por varios otros seudónimos;
y hasta escasos días precedentes a la tragedia compartió con ella la
minúscula habitación número 13 del edificio de Miller´s Court, situado
frente al número 26 de la calle Dorset.
El 30 de octubre de 1888 se había separado de la chica, tras protagonizar
una violenta pelea en cuyo transcurso los airados amantes se agredieron
lanzándose con cuanto objeto contundente tuvieron a mano y, de resultas
de tal estropicio, se rompió el vidrio de la ventana contigua a la puerta que
daba ingreso al modesto alojamiento.
Al parecer, mientras el hombre se hallaba con empleo, ayudaba a la
manutención de la muchacha, y ésta no ejercía la prostitución ni se
31. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
alcoholizaba durante esos intérvalos. El problema radicaba en que Joe solía
estar desocupado, situación que precipitaba las fricciones entre ambos
provocando que, acuciada por la necesidad, ella volviera a vender su
cuerpo, recorriendo las callejuelas del Este de Londres en busca de clientes.
La realidad era que la peliroja no conocía otra forma de ganarse la vida
para afrontar el pago de la renta y mantenerse, y aún dedicada a su
profesión las ganancias obtenidas no le alcanzaban para saldar sus cuentas.
Tanto era así que a la fecha de su muerte, su retraso en el abono de los
arriendos ascendía a una libra y nueve chelines.
Ese adeudo determinó que –atento ya se dijera- Thomas Bowyer, el
dependiente encargado de las cobranzas, aporreara su puerta a las ocho de
aquella lúgubre mañana y, tras correr la escuálida cortina que cubría el
cristal roto, a fin de averiguar si la mujer estaba dentro y fingía no oírlo,
escudriñó por la hendidura captando la conmocionante visión de aquel
cuerpo irreconocible y mutilado tumbado en el camastro tinto en sangre.
Joseph Barnett dispuso de oportunidades más que suficientes para ser el
homicida de su amante, e igualmente para finiquitar a las precedentes
víctimas. En la teoría que lo postula como el culpable de las muertes se
sindica que, dada su relación sentimental con Mary, representaba una
figura familiar para otras compañeras de oficio de aquella, circunstancia
que contribuyó a que éstas no estuvieran en guardia cada vez que él
procedía a agredirlas.
En cuanto a las desfiguraciones que exhibían los cadáveres, se argumentó
que la destreza adquirida por este sujeto, gracias a su labor de cortador de
pescado en el mercado, le habría dotado de los rudimentos técnicos que el
macabro desmembrador victoriano acreditó poseer a la hora de diseccionar
los organismos. Este trabajador resultaba un joven carente de fortuna que,
en principio, no mostraba bastante inteligencia para hacer pensar que
pudiese salir bien librado. Sin embargo, evitó la segura ejecución que
habría sido su destino inexorable si era desenmascarado y aprehendido.
Conforme se supo, un homónimo suyo falleció en 1926 en la localidad
británica de Stepney, a la edad de sesenta y ocho años; bien podría haberse
tratado del amante de Kelly, y haber constituido -ciñéndonos a esta
propuesta- su bárbaro matador. Enfermo de pasión por la cautivante
peliroja Barnett habría tratado de persuadirla para que abandonase su
existencia promiscua y se comprometiese en exclusiva con él.
32. A tal fin, la emprendió contra las compañeras de oficio de su novia,
finiquitándolas de una forma singularmente violenta y sádica. Si Mary creía
que podía transformarse en la próxima víctima de un implacable psicópata,
era factible que se convenciera de que lo mejor para ella consistía en
renunciar definitivamente a las calles, y pasar a vivir segura bajo la
protección de su fiel amante.
El retorcido plan parecía ir transitando por exitoso camino. La joven
transcurría sus días sumida en el temor, tras enterarse de los espantosos
homicidios que se iban acumulando a su alrededor. Pero al descubrir el
enamorado a su chica compartiendo el lecho con otra prostituta llamada
María Harvey -según una versión las sorprendió en medio de una relación
lésbica- se retiró de la vivienda, humillado y derrotado en su afán
reformador.
En la madrugada del 9 de noviembre de 1888, Joseph habría arribado a la
habitación número 13 de Miller´s Court para ensayar un postrero intento
reconciliador y trató de hacer, de una vez por todas, las paces con su
antigua concubina. Sobrevendría el tajante rechazo de la mujer, otra
virulenta disputa, y la furia del individuo se dispararía como jamás antes
ocurriera. Ello explicaría la extensión y el salvajismo de las mutilaciones.
¿Fue Joseph Barnett el asesino de su amada y, además, Jack el
Destripador? Casi seguramente no, atendiendo a la carencia de evidencias
aptas para incriminarlo. La hipótesis que lo pinta como un hombre que se
abismó en los crímenes más barbáricos cegado por el amor frustrado,
aunque literariamente devenga seductora, resulta demasiado artificiosa y
forzada.
Poco se sabe a ciencia cierta del gris cortador de pescado y peón de albañil
ocasional. Tal vez continuó residiendo en Whitechapel. Es posible que
haya contraído enlace o que se buscase una nueva concubina, tratando de
olvidar la tormentosa tragedia caída cual funesto rayo tan cerca suyo.
Quizás -conforme se especulase- se mudó del distrito y, sin llamar la
atención, concluyó oscuramente su existencia casi cuarenta años más tarde.
Tras la defunción de Mary Jane Kelly otro de los testimonios reproducidos
en la encuesta judicial devino especialmente conflictivo. Se trató del
vertido por un sastre de la calle Dorset de nombre Maurice Lewis -sin
ninguna relación parental con la testigo homónima antes aludida-. Este
caballero insistió que conocía muy bien a la fallecida y al hombre que fuese
su pareja sentimental -Joseph Barnett- al cual él identificaba por el apodo
de "Danny". Indicó que vio a ambos de jarana y bebiendo licor en la
33. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
taberna "The Horn o´Pienty" en compañía de su joven vecina Julia
Venturney.
Lo preocupante de esa declaración se centró en la hora en que el testigo
aseguró haber avistado al alegre trío, a saber: las 10 de la mañana del 9 de
noviembre de 1888. Ocurre que -de atenernos a los reportes forenses- la
infeliz muchacha ya había sido brutalmente masacrada horas atrás y, desde
entonces, su destrozado cadáver debía irremisiblemente estar yaciendo
sobre el ensangrentado camastro de la habitación sita en el número 13 de la
pensión donde moraba.
El testimonio del sastre se adicionó a otro que dio no pocos quebraderos de
cabeza a los investigadores: el aportado por Caroline Maxwell. Pese a ser
contradichas sus afirmaciones en la instrucción judicial, la mujer se
empecinó en sostener que se había visto cara a cara con Mary Jane Kelly
después de cuándo aquella debía estar muerta. El encuentro se habría
producido entre las 8 y las 8,30 del mencionado 9 de noviembre en la
esquina de Miller´s Courts. La deponente repitió que no abrigaba la más
mínima duda acerca del horario porque su marido siempre regresaba de
trabajar a las 8 en punto de la mañana.
A la testificante le llamó la atención comprobar que la bonita meretriz se
hallaba con su ánimo sumamente decaído, acusando obvios síntomas de
malestar; por lo cual, le ofreció ron a fin de levantarle el espíritu en el curso
de una breve conversación. También apuntó que, una hora más tarde, la
volvió a ver hablando con un individuo en el club Britannia, popularmente
conocido como el Ringers en honor al apellido del propietario de ese
establecimiento.
Caroline proporcionó un minucioso recuento del aspecto que exhibía aquel
hombre y de la ropa que vestía la chica. La presunta Kelly lucía una falda
oscura, corpiño de terciopelo y un chal marrón. Maxwell expresó que dicha
vestimenta era habitual en la finada, y reiteró que en esa segunda
emergencia tampoco se había equivocado al identificarla. El
inspector Frederick Abberline interrogó personalmente a esta testigo, la
cual se mantuvo inflexible en sus aseveraciones.
Estos curiosos aportes testimoniales dieron pie a los recelos. Por caso, en
una vidriosa versión, se atribuyó al detective Abberline haber consultado
con un médico de nombre Thomas Dutton si no era posible que Mary
hubiese sido finiquitada por una mujer que escapó del teatro del crimen
usando las ropas de su víctima para disimular, y que fuera a ésta a quien los
deponentes confundieron con la occisa.
34. Vista de las ventanas laterales de la habitación del crimen
Otras ideas más estrafalarias aún se formularon, aunque fueron postuladas a
través de obras de ficción. En "The Michaelmas girls" ("Las muchachas de
San Miguel"), publicada en 1975, el autor John Barry Brooks sustentó
que aquellos testimonios no estaban equivocados ni eran falsos.
Efectivamente fue Mary Jane Kelly la fémina a la cual vieron los testigos
en horas tan tardías de esa mañana.
¿La explicación? la muchacha no fue la víctima cuyo lacerado cuerpo halló
la policía en la lóbrega habitación. Por el contrario, Kelly -con la asistencia
de un cómplice masculino- constituía la victimaria, y el descarnado cadáver
pertenecía a una pordiosera a la cual el perverso dúo atrajo con engaños. En
consecuencia, Mary y su secuaz fueron los responsables de los crímenes
atribuidos a Jack el Destripador.
En el mundo de los hechos reales la policía concluyó, sin embargo, que los
testigos Lewis y Maxwell se habían confundido en cuanto al horario, o
respecto a las personas que creyeron ver. No quedaba otra opción más que
considerar erróneos estos testimonios.
El informe de la autopsia redactado por los forenses doctores George
Bagster Phillips y Thomas Bond precisaba con exactitud el tiempo en que
acaeció el óbito el cual quedó fijado, como mucho, próximo a la hora 5 de
la madrugada de aquel luctuoso 9 de noviembre.
35. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
V) ¿VIDENTES E ILUMINADOS
DESCUBRIERON LA IDENTIDAD DEL
CRIMINAL?
Robert James Lees fue un psíquico, médium y espiritista cristiano que
alcanzó rápida fama en la corte de la reina Victoria. Apenas contaba con
dieciseís años cuando fue conducido ante la Monarca para mostrarle sus
dotes de precoz visionario. Tan grata impresión le causó a la reina madre y
a su entorno, que continuaría durante muchos años vinculado a la corte en
carácter de médium o vidente, cobrando el correspondiente estipendio a
cambio de sus servicios.
En la teoría de la conspiración monárquico masónica se incluye una
anécdota donde aparece este hombre fungiendo un papel importante en la
historia del victimario serial Jack the Ripper. Anécdota que fue repetida a
través de distintos medios de prensa hasta llegar a la pantalla grande en
películas como "Muerte por Decreto", donde veremos al vidente
cooperando codo a codo con el mítico Sherlock Holmes en la búsqueda
del elusivo desmembrador de rameras.
Afiche publicitario del filme “Muerte por Decreto”
donde el médium colabora con Sherlock Holmes
Según esta añeja formulación, Lees ayudó a las autoridades británicas en
las indagatorias tendientes a desenmascarar al culpable. De esta manera,
suministraría relatos describiendo sus visiones respecto de los crímenes, e
informando sobre cuál era el posible aspecto del criminal y dónde podría
éste estar escondido. En una de sus premoniciones, en particular, habría
contemplado claramente el rostro del victimario.
36. Sucedió que una tarde viajando en uno de los autobuses tirados por
caballos (que constituían el medio de transporte habitual en el Londres de
1888), y mientras el rodado avanzaba por Baywater Road, reconoció al
Destripador en la persona del hombre que ocasionalmente se hallaba
sentado a su frente. Se trataba de un individuo de características
distinguidas que iba vestido de levita y portaba un sombrero de copa.
El clarividente descendió raudo del transporte colectivo y siguió los pasos
de su sospechoso hasta verlo entrar en una finca sita en Park Lane. Dicha
mansión era propiedad de un prominente médico de la casa imperial y,
aunque en la narración no se aclara, cabe presumir que Lees conocía al
galeno porque también él mantenía fluido contacto con la corona británica.
El vidente Robert Lees en su vejez
Cuando el psíquico requirió el auxilio de las fuerzas del orden fue
rechazado en más de una oportunidad. No obstante, su insistencia
produciría frutos, y más adelante lograría que un detective lo acompañase a
inspeccionar la residencia del facultativo. Una vez allí fueron atendidos por
la esposa de aquél, quien al principio se manifestó molesta por la
intromisión, pero finalmente admitió que su cónyuge venía obrando de
forma muy extraña últimamente, y temía que estuviese perdiendo la
cordura. Tras ello, accedió a que revisaran las pertenencias de su marido, y
el inspector encontró dentro del maletín de cirujano un cuchillo de trinchar,
objeto que obviamente no tenía sentido lógico que estuviera guardado allí.
La investigación continuaría avanzando hasta desembocar en la detención
del profesional quien, luego de ser examinado por sus pares médicos y tras
determinarse que se hallaba irremisiblemente fuera de sus cabales,
37. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
terminaría encerrado en un manicomio durante el resto de su vida.
Al igual que sucediera con tantas otras, esta incomprobada conjetura
sufriría diversos ajustes en las ulteriores obras que retomaron el asunto.
Depurando la versión, se aseguraría que el anónimo galeno, sospechoso
gracias a las premoniciones del espiritista, no era otro más que Sir William
Withey Gull, el cual efectivamente residía en las cercanías de Park Lane;
más concretamente en el número 74 de Grosvenor Square. En su mansión
recibiría la impertinente visita de un detective de Scotland Yard -el
inspector Frederick Abberline, de acuerdo con algunas propuestas-
asistido por el médium acusador.
La esposa del Dr. Gull se indignó ante la presencia de los extraños que
requerían al dueño de casa, pero después intervendría el propio médico,
apaciguando a su cónyuge y encarándose con los intrusos. Sir William trató
de desviar las suspicacias que recaían sobre el príncipe Albert Víctor,
paciente suyo al cual trataba por su progresiva sífilis, y de cuya identidad
como asesino de Whitechapel el doctor estaba al tanto. Aparentemente
procuró atraer -en un gesto de grandeza- esas sospechas hacia sí mismo
pretextando que padecía amnesia, y que en cierta ocasión se despertó con
las mangas de su camisa empapadas de sangre.
En fin: que el Dr. Gull constituía el médico oficial de la corona inglesa por
el año 1888, y que se le había encomendado cuidar del enfermo de sangre
real deviene una circunstancia históricamente verificada. El resto pertenece
al ámbito de la fabulación, o por lo menos de los hechos no corroborados.
Ni su enjundia profersional evitaría que el
Dr. William Gull fuese acusado de ser Jack el Destripador
38. En cuanto atañe a Lees, sin duda le gustaba el circo mediático y, de hecho,
merced a ello se ganaba la vida. Nunca se animó, sin embargo, a defender
publicamente esta versión, pero permitió que en notas de prensa otros lo
hicieran por él. Así fue que la leyenda del medium que actuó
mancomunado con las autoridades en procura de capturar al asesino serial
victoriano perduró en el tiempo.
Ejemplo de esta creencia es una carta despachada desde el correo en
noviembre de 1889, y que permanece en los archivos de la Policía
Metropolitana. Stephen Knigth, primordial promotor de la teoría de la
conspiración monárquico masónica, a través de su taquillera obra Jack the
Ripper: The final solution (Londres, Inglaterra, 1976), pretendió que esa
comunicación representaba una prueba irrefutable de que Robert James
Lees integró las pesquisas en pos de dar caza al criminal.
En la letra referida un presunto "Jack el Destripador" se burlaba de las
fuerzas del orden, y calificaba a sus jerarcas de incompetentes.
Aparentemente comenzaba señalando:
"Querido Jefe.
Ya ves que no me has atrapado todavía con toda tu astucia, con todos tus
Lees, con todos tus maderos..."
Se suponía que si ya por el año 1889 había cobrado estado público que el
psíquico participó en la infructuosa búsqueda, era claro que bien podía ser
cierta la versión conforme la cual, fundado en sus visiones, guió al
detective de Scotland Yard hasta la casa del cirujano sospechoso.
No obstante, en la magnífica obra Jack el Destripador. Cartas desde el
Infierno, escrita por los peritos Stewart Evans y Keith Skinner (ediciones
Jaguar, Madrid, España, 2003) se estudia minuciosamente dicha misiva y
se descubre la verdad. En realidad allí no decía "Lees", sino "Tecs", palabra
ésta que evoca a un lunfardismo con el cual las clases bajas del East End
londinense calificaban despectivamente a los agentes de policía. Por ende,
ninguna prueba válida avala que el médium participase en la investigación
y persecusión del matador de meretrices.
A despecho de la orfandad de evidencias, el mito de que Lees le pisó los
talones a Jack the Ripper ha perdurado desde 1931, cuando una revista
especializada en temas esotéricos editase una nota alusiva bajo el rótulo "El
vidente que descubrió a Jack el Destripador".
39. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Pero Robert James Lees no es el único iluminado que se registra vinculado
a la historia de Jack the Ripper. Más mediático que él resultó el célebre
Aleister Crowley. De casi todo se ha acusado a este individuo. ¿Agente de
Lucifer, místico, charlatán? Tal vez fue un poco de cada una de estas cosas.
Personaje extraordinario del siglo XX, sin embargo, este hombre dejó su
singular impronta sobre las sociedades ocultistas.
El místico Crowley vestido con curioso atuendo
En una de las más recientes acusaciones que se le endilgan lo imputan de
ser el responsable de la sucesión de misteriosas muertes acaecidas luego del
descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón.
Edward Alexander Crowley vino a este mundo el 12 de octubre de 1875 en
el seno de una familia inglesa acomodada (su padre fue un magnate
cervecero). El dinero que heredó de su acaudalado progenitor le posibilitó
llevar una existencia de leyenda, aunque con el andar el tiempo supo
acrecentar sus arcas por méritos propios, ya que decenas de seguidores
solventarían sus emprendimientos mesiánicos.
Fue igualmente un poeta y un escritor radical, además de mago, drogadicto
y bisexual. La prensa lo fustigaría con acritud aplicándole epítetos tales
como "El hombre más malvado del mundo" y "La gran bestia 666". Definió
40. a su doctrina esotérica "Iluminismo científico", método que, conforme
adujo, cuando deviene utilizado e interpretado adecuadamente, sintetiza la
sabiduría humana suprema. Los mensajes crípticos de sus teorías resultaron
difundidos por conducto de la revista The Equinox -El Equinocio-.
Entre otras curiosidades, se cuenta que Alesteir fue quién le sugirió al líder
Winston Churchill el empleo del símbolo de la "V" de la victoria,
mediante la exhibición de los dedos mayor e índice de la mano derecha.
Durante la Segunda Guerra Mundial se presentó ante la opinión pública
como un patriota inglés, y apoyó a los soldados en lucha remitiéndoles
panfletos con inflamados poemas y pentagramas místicos que -de
conformidad pretendía- garantizaban el triunfo bélico de las fuerzas
armadas aliadas.
Logró comandar la antigua asociación hermética Golden Dawn, no sin
antes chocar contra miembros prominentes de la misma. Por ejemplo, con
el literato William Butler Years, y con S.L. Mac Gregor Matthers. En
dicha entidad Crowley principió a ejercitar ceremoniales exóticos,
inspirándose en las instrucciones de un remoto manuscrito del siglo XV
conocido por el nombre de "El libro de la magia sagrada de Merlín el
Mago".
Lo radiaron de esa secta por causa de sus actitudes rebeldes y
contestatarias, pero pronto fundaría la Astrum Argentum. También actuó
con singular brillo dentro de la renombrada orden ocultista OTO (Ordo
Templis Orientalis), sociedad másónica rosacruz para la cual redactó los
textos de una misa gnóstica.
Años más tarde, se retiró a Escocia donde instaló una magnífica mansión
emplazada a las orillas de lago Nees, a la cual bautizó: "Palacio de
Boleskine". Observaba la manía de cambiarse de alias y, entre los muchos
que utilizó al cabo de su luenga vida, se cuentan los de Conde Vladimir
Svareff, Master Terrino, Príncipe Chiog Kim, Baphomet, y Lord Boleskine.
En el correr de su estadía en Norteamérica, una vez concluida la Primera
Guerra Mundial, estrechó relaciones con personas de variopinta opción
sexual para -según alegara- reforzar así el alcance y poderío de sus
ceremonias gnósticas. En este país conoció a su segunda esposa, Leah
Hirsing, a quien calificó herméticamente "Mujer Escarlata", y la cual contó
con la Baronesa Vittoria Cremers como su primordial asistente.
Residiendo en Italia fundó la llamada Abadía Thelema, en la ciudad de
Cefalú, Sicilia. Allí se dedicó a organizar a un reducido grupo de devotos
41. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
con los cuales consumaba orgías sexuales en pos de potenciar la eficacia de
sus rituales mágicos. El régimen fascista de Benito Mussolini lo expusó de
esa nación, tras el escándalo desatado a raíz de la muerte de un adepto a la
orden, debida a intoxicación por ingesta de estupefacientes. Aparte de ese
trágico hecho, las autoridades itálicas lo consideraron un espía británico y,
pese a que dicha acusación era falsa, el propio Crowley se encargó de
propalarla con el objeto de auto promocionarse.
Ya había despertado, debido a sus actitudes excéntricas, la atención pública
desde tiempo atrás. Por caso, en el transcurso del año 1901 se encontraba
residiendo en México cuando se enteró del fallecimiento de la Reina
Victoria. Acto seguido, delante de testigos, se puso a bailar una pretendida
danza ceremonial azteca, al tiempo que exclamaba jubiloso que por fin
vendría la era de la luz. Y es que, conteste con la opinión de este seudo
profeta, la anciana monarca representaba el símbolo del más arcaico
oscurantismo y de la máxima intolerancia política, social y religiosa. En
aquel país centroamericano, asimismo, afirmó haber descubierto y
perfeccionado un sistema centrado en fórmulas alquímicas que le permitía
volverse invisible.
Poco después, avanzando el año 1904, sacó a publicidad el primigenio de
sus ensayos de largo aliento, a saber: "El libro de la Ley", cuyo principio
crucial consistía en "Haz lo que quieras", de consuno con el cual no existe
otra ley por encima de la voluntad individual. A través de ese trabajo
literario desarrolló una intensa apología a la libertad sexual, así como al
consumo sin trabas de las drogas, los alucinógenos, y al ejercicio de las
prácticas mágicas. Todo ello se relaciona con lo que dio en llamarse
"Cultura Thelémica"; manifestación social que, de hecho, configuró un
adelanto temporal al movimiento hippie operante en Estados Unidos por la
década sesenta de la pasada centuria.
Para las sociedades demoníacas la obra y el ejemplo proporcionado por este
gran adepto conformó una fuerte influencia de la cual daría cuenta, años
más adelante, la fundación de la denominada "Iglesia de Satán", a cargo de
Anton Lavey, en California, la que lo tuvo por uno de sus más fecundos
mentores.
El extravagante iluminado murió en plena ruina económica durante el
decurso del año 1946 en una casa de huéspedes situada en la localidad de
Hasting, condado de Sussex, Gran Bretaña, a consecuencia del
agravamiento de una enfermedad asmática crónica. De acuerdo comentó la
enfermera que lo atendiese en sus instantes postreros, sus últimas palabras
fueron: "A veces me odio a mí mismo".
42. Aleister Crowley contaba con sólo trece años en 1888, pero ya desde
entonces los crímenes del Este de Londres comenzaron a obsesionarlo.
Una vez adulto se sumó al estudio de aquel irresuelto caso criminal. Pero,
tal como cabe imaginar, lo hizo con su particularísisma impronta. ¿Cuál fue
el candidato postulado por el psíquico para el cargo de haber sido el asesino
de Whitechapel? Una mujer. Nada menos que la también mística Helena
Petrona Blavatsky; más recordada para la historia como Madame
Blavatsky, escritora, ocultista y teosofa rusa que fuese una de las
fundadoras de la Sociedad Teosófica.
La ocultista y sospechosa Madame Blavatsky
La única base para tan infundada atribución estriba en que está comprobado
que la teosofa residía en Inglaterra desde 1887. En el año de los asesinatos
del East End fundó la rama esotérica de la Sociedad Teosófica. También
publicó el libro “La doctrina secreta”, que venía preparando desde varios
años atrás, y que se considera una de las obras más representativas en la
materia. Su salud era ya delicada y falleció tres años más tarde en 1891.
43. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
VI) ¿PODRIA UNA MUJER HABER SIDO JACK
EL DESTRIPADOR?
Elizabeth Williams
Elizabeth "Lizzie" Williams, esposa del afamado médico galés de la casa
real británica John Williams, es la última candidata presentada para ocupar
la esquiva identidad de Jack the Ripper en su versión femenina. Así se
sostiene en una obra aparecida en el año 2012 donde, con peregrinos
argumentos, se la postula como asesina de las prostitutas mutiladas durante
el otoño europeo de 1888.
Se pretende que Lizzie disponía de algunos esenciales conocimientos de
anatomía y disección gracias a ser cónyuge de un connotado cirujano, y que
sus móviles para asesinar y amputar fincaban en el cerril odio que sentía
hacia las meretrices, porque éstas podían concebir hijos mientras que ella
era infértil. Asimismo, se sugiere que la víctima Mary Jane Kelly era
amante de su esposo, etc, etc...
Vale decir, todas las alegaciones utilizadas a fin de fundar la
responsabilidad de esta señora carecen de cualquier base, devienen
disparatadas, y en verdad cuesta creer que la formulación hubiera circulado
44. con tanta insistencia en la prensa y a través de internet, a despecho de
tratarse de una hipótesis tan absurda.
Debe subrayarse, no obstante, que no resulta novedoso culpar a una mujer
de haber sido el victimario serial designado "Jack el Destripador". Estas
conjeturas siempre han sido estrafalarias, y en este caso la proposición no
se volvió diferente de otras antiguas nominaciones que también fueron
ridículas.
Viendo la fotografía de la cónyuge del galeno John William, y advirtiendo
su frágil constitución, bastaría con ello para descartarla cómo plausible
homicida. Pues si algo caracterizó al brutal matador en cuestión es que
debía tratarse de una persona que gozaba de notable vitalidad y gran
enjundia muscular.
Cabe recordar que, precisamente, el tema de la fortaleza física desplegada
por quien perpetró los ataques conformó uno de los débiles argumentos
aducidos a fin de culpar -años después de su ejecución- a una joven
británica contemporánea a los crímenes del Ripper, llamada Mary Eleanor
Pearcey.
Mary Eleanor Pearcey
45. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Esta muy peligrosa fémina consumó sus homicidios en el año 1890,
llevando a término el despiadado acuchillamiento de la esposa y de la hija
del hombre que por entonces era su amante. El 23 de diciembre de aquel
año, Mrs. Pearcey, contando a la sazón con sólo veinticuatro años, subiría
al cadalso de la prisión de Newgate expiando la culpa impuesta por sus
violentos crímenes. Las fotografías que de ella se conservan la retratan
como una chica delgada, de rostro poco agraciado y hombruno, en el cual
resalta una amplia y prominente dentadura.
Se llevó a la tumba varios secretos. Entre éstos, el motivo que la impulsó a
realizar un críptico mensaje que, en periódicos de Madrid, España, su
abogado hiciera publicar en cumplimiento de la última voluntad
manifestada por su defendida. El texto de dicho comunicado
mentaba: "Para M.E.C.P último pensamiento de M.E.W. No te he
traicionado".
Esta extraña acción de la condenada a muerte se interpretó como un aviso
dejado a un cómplice, haciéndole saber que -pese a las presiones recibidas-
mantuvo la boca cerrada, y no delató ante la policía la participación de
aquél en los asesinatos que la enviaron a la horca.
Nunca se acusó formalmente durante su proceso penal a Mary Eleanor
Pearcey, la matadora de la época victoriana, de haber sido la
pretensa criminal destripadora. Su postulación para tan oscuro cargo
exclusivamente se debió a especulaciones ulteriores a su trágico deceso.
Muy escasos puntos en común guardaba la personalidad de aquella
malograda joven con las características personales, y con el modus
operandi ultimador, que cabría atribuirle a la ficticia Jill the Ripper. Entre
otras razones, la asesina a la cual venimos refiriendo no era una obstetra, ni
mantenía vinculación con la profesión médica. Sus delitos estuvieron,
puntual y claramente, inspirados en los celos, y en el ciego anhelo de
quedarse con el amante de su víctima, eliminando de paso a la hija de
aquella para no dejar potenciales testigos con vida.
Dicho rasgo la coloca dentro del elenco de victimarios denominados "spree
killers" -homicidas itinerantes u ocasionales-; categoría diversa a la de los
asesinos seriales a la cual, sin la menor vacilación, pertenecía el metódico
ultimador de mujeres que operó en el distrito de Whitechapel.
Al ser consultado con respecto a su opinión de quién podría ser el asesino,
Arthur Conan Doyle, el inmortal creador de Sherlock Holmes, expresó
creer que una mujer podía ser la causante de las muertes.
46. Arthur Conan Doyle
Tan sólo una mujer representaría la solución apropiada para una sumatoria
de preguntas que se formularon las desconcertadas autoridades policiales
de entonces, tales como:
¿Qué clase de persona habría podido deambular sola, sin despertar
sospechas en las sórdidas noches del este de Londres, cuando se llevaron a
cabo los crímenes? ¿Qué individuo podía haber transitado aquellas
callejuelas con las ropas manchadas de sangre y, aun así, haber pasado
inadvertido? ¿Quién poseía conocimientos médicos, de entidad tal, para
haber infligido las extensas mutilaciones apreciables en los cadáveres?
¿Qué sujeto iría a disponer de una sólida coartada, en el caso de ser visto
junto a las futuras difuntas?
La postulante perfecta a fin de llenar esos requerimientos -además de
tratarse de una fémina- debía ejercer la profesión de partera o, cuando
menos, dedicarse al más modesto oficio de comadrona. Probablemente,
devenía conocida por las víctimas al haberle practicado abortos a algunas
de aquellas, o bien a otras compañeras de oficio con las cuales mantenían
trato.
Esta circunstancia explicaría la actitud desprevenida adoptada por éstas en
los instantes precedentes al fatal ataque, a pesar de que debían estar
alertadas de que un sádico acechaba a la caza de meretrices. La criminal en
cuestión debía poseer la fuerza muscular suficiente para someter a sus
agredidas dejándolas indefensas, mediante una enérgica maniobra de
estrangulamiento.
47. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Al tratarse de una partera, era dable imaginarla haciendo gala de la destreza
y pericia imprescindibles para inferir las mutilaciones a los cadáveres de
aquellas desafortunadas. Las disecciones ejercitadas en los cuerpos daban
la impresión de haber sido ocasionadas por una mano que dominaba
rudimentos sobre anatomía humana; extremo compatible con la sapiencia
que correspondía aguardar en una obstetra.
En favor de la hipótesis de una partera o comadrona asesina milita la
creencia generalizada de que el agresor forzosamente tenía que ser un
hombre; razón por la cual una fémina podía andar libremente por los
barrios bajos londinenses sin despertar ningún resquemor.
A lo sumo, cabía esperar de una señora deambulando sola de noche por tan
peligrosos arrabales que la desgracia le recayera, y terminara convertida en
una nueva presa humana de aquel maníaco. Pero a nadie jamás se le iría a
ocurrir que, en realidad, la ejecutora de las prostitutas era ella.
Está acreditado que Jack el Destripador no violaba a sus víctimas. Las
autopsias son concluyentes en que no se hallaron fluidos seminales, lo cual
indujo a presumir que el victimario podría ser un varón impotente. Pero,
claro está, no se iría a postular -pues devenía inimaginable- la solución que
más obviamente explicaba la ausencia de actividad sexual sobre las
extintas.
Y tal respuesta, ante la carencia de muestras de semen, era que no podía de
modo alguno haberlo, en tanto el verdugo no era -por más increíble que
pareciera- un hombre, sino una mujer.Tal resulta, en esencia, la teoría de
"Jill the Ripper".
Desde el mundo de la ficción, se propuso a varias asesinas para el papel de
haber sido el psicópata del East End. Uno de los libros más destacados se
editó en 1939, y tuvo por autor al periodista australiano William Stewart.
Su título fue: "Jack el Destripador: Una nueva teoría".
En la trama de esa obra, la culpable resultaba una partera poseedora de
tremenda potencia física. Esta comadrona era muy torpe en la práctica de
su oficio, y sus intervenciones solían concluir trágicamente con el óbito de
sus pacientes. Para cubrir las huellas de sus errores letales, la obstetra
comenzó a mutilar los cuerpos sin vida, fingiendo que se trataba de los
bestiales homicidios cometidos por un loco. La prensa, en su afán de
vender periódicos, fabricó el mito de "Jack el Destripador", lo cual fue
aprovechado por la responsable -quien seguía matando involuntariamente a
sucesivas clientas- a fin de desviar de sí las sospechas y la investigación
48. policial.
Dos años antes -en 1937- se había publicado el libro de Edwind
Woodhall: "Cuando en Londres caminaba el terror". Aquí una ficticia
modista rusa (Olga Tchkersoff ), de sobrehumana fortaleza, era quién en
las brumosas noches se vestía de hombre y salía a asesinar.
Y es que Olga estaba furiosa con las rameras por haber inducido en el viejo
oficio a su inocente hermana menor, que murió de septicemia tras un aborto
mal practicado. Mary Jane Kelly, atento a esta versión, fue la inductora que
guió por el mal sendero a la hermana de la modista. Ello provocó que la
desquiciada vengadora desfigurase con mayor saña el cuerpo de aquella
desventurada.
Tiempo más tarde, en notas editadas por agosto de 1972 en el
periódico The Sun, el ex policía Arthur Butler insistió con la teoría de
William Stewart aportando mayores presuntos datos. Según Butler, la
innominada partera contaba con un cómplice masculino que fue el
encargado de consumar los homicidios. De acuerdo con esta proposición,
además de mediar errores abortivos que determinaron los fallecimientos, al
menos dos de las presas humanas perecieron a raíz del encarnizamiento de
ese compinche.
Se pretendió que Emma Elizabeth Smith chantajeaba a la partera,
amenazándola con denunciarla a las autoridades si no le pagaba una gruesa
suma de dinero a cambio de su silencio. Las prácticas abortivas eran
castigadas severamente en la legislación inglesa, y la desesperación por
evitar una denuncia, que suponía muchos años de cárcel, indujo a la
amenazada obstetra a fraguar la muerte de la chantajista. Su amigo la
remató, luego de que entre ambos la apalearan con ferocidad. Le infligieron
a la víctima terribles heridas -por las cuales fue internada el lunes 3 de abril
de 1888 en el hospital de Whitechapel- provocándole una agonía que al día
siguiente la llevó a la tumba.
Igual desgracia recayó el 7 de agosto de ese año sobre Martha Tabram,
quien resultó ultimada mediante múltiples cuchilladas por el sanguinario
secuaz de la obstetra. La razón argüida aquí fue que Martha condujo a una
joven compañera de oficio, de nombre Rossie, para que se le ejercitase un
aborto. La chica feneció presa de la torpeza ejecutiva de la comadrona.
Como Tabram los importunaba, con sus insistentes preguntas acerca del
paradero de su amiga, decidieron silenciarla.
Estos homicidios se consideraron labor de un criminal demente y salvaje.
49. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
El "Asesino de Whitechapel", al cual más adelante se bautizaría "Jack el
Destripador" cuando una retahíla de errores abortivos precipitó el fin de las
victimas canónicas, desde Mary Ann Nichols hasta Mary Jane Kelly. Las
amputaciones post mórtem infligidas a los organismos tuvieron por
finalidad hacer creer que aquellos óbitos, fruto de fallidos abortos,
devenían la abominable faena de un ejecutor de prostitutas.
En fin: tal cual cabe advertir tras este repaso, las muestras de fantasía
literaria donde se endilgó a mujeres haber sido Jack the Ripper han
recorrido un azaroso camino, y no parecería que el libro en donde se
responsabiliza a la esposa del médico John Williams termine siendo la
última perla de este largo collar.
50. VII) MEDICOS FORENSES EN LA HISTORIA DE
JACK THE RIPPER
Desde el comienzo fueron motivo de encendida polémica, y de arduo
dilema, los eventuales conocimientos de anatomía que pudiera ostentar el
criminal que durante el otoño de 1888 se encarnizara con las prostitutas del
East End londinense.
Un puñado de médicos forenses participaron en las autopsias y en la
elaboración de los reportes de las muertes atribuidas a aquel homicida
serial. Destaca entre todos esos profesionales el Dr. George Bagster
Phillips, cirujano de la Policía Metropolitana. Resultó lógico que este
galeno apareciera en forma preponderante, en tanto la mayoría de los óbitos
acaecieron dentro de la jurisdicción asignada a la Policía de la Metro para
la cual revistaba.
Boceto del Dr. George Bagter Phillips
La excepción la conformó el homicidio perpetrado contra Catherine
Eddowes, a primeras horas de la madrugada del 30 de septiembre de 1888
en la plaza Mitre, pues ese crimen cayó bajo la competencia de la Policía
de la City de Londres. Debido a esta circunstancia jurídica, el forense
encargado de ejercitar aquella necropsia devino el cirujano oficial de la
Policía de dicha urbe: Dr. Frederick Gordon Brown.
51. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Dr. Frederick Gordon Brown
Le cupo una intervención subrayable, asimismo, al médico Thomas Bond.
Este profesional se encargó, junto al aludido Dr.Phillips, de redactar el
informe de la autopsia practicada al destrozado cuerpo de Mary Jane Kelly.
Pero lo más llamativo fue que presentó, a solicitud de Scotland Yard, un
reporte criminológico sobre la plausible personalidad del matador múltiple.
Visto así, este cirujano fue un pionero de los modernos estudios de
perfilación criminal que efectúan el FBI y otras instituciones policiales y,
por ende, precedió a emblemáticos expertos en materia de perfilación de
homicidas de la talla de David Canter y Robert K. Ressler, por ejemplo.
También se lo recuerda por su creencia de que aquel victimario serial no
podría haber sido un médico, en tanto no acreditó siquiera los rudimentos
de disección que cabría aguardar en un carnicero o en un matarife, dado el
alto grado de desorden que exhibían las heridas infligidas a los cadáveres.
Dr. Thomas Bond
52. De acuerdo con este facultativo, los homicidios que ulteriormente darían en
denominarse "canónicos" fueron todos facturados por el mismo agresor, el
cual no había dado cuenta de una especial sapiencia técnica a la hora de
acometer las mutilaciones. No se habría tratado de un cirujano, ni de un
sujeto vinculado a la profesión médica. El motivo de los asesinatos
consideró que radicaba en un desenfrenado apetito sexual, pese a que las
autopsias practicadas a las víctimas descartaban la presencia de fluidos
seminales. Tal vez era impotente o sufría dificultades para acceder al coito
de manera normal.
A partir de datos recabados en la escena de los crímenes, y del análisis de
los cadáveres, el forense se animó -cosa insólita para aquella época- a
plantear su parecer sobre cuál podría ser la personalidad del matador. A
éste lo imaginó como un individuo de mediana edad, costumbres sobrias y
temperamento sosegado, de quien sus vecinos jamás sospecharían nada
malo. Debía disponer considerables ingresos económicos y un trabajo
estable que lo inhibía de emprender sus asaltos en los días hábiles, lo cual
justificaba que éstos siempre tuviesen cabida los fines de semana.
De modo pues que en los balbuceos en pos de elaborar un esquema
psicológico sobre este tan extraordinario homicida, se lo conceptuaba un
delincuente de índole sexual, detentador de una doble personalidad al más
puro estilo de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Igualmente le correspondió un papel de interés en la historia de Jack el
Destripador al Dr. Thomas Openshaw. Este prestigioso patólogo dio su
parecer tras examinar el trozo de riñón que arribó por correo dentro de una
caja de cartón dirigida al Presidente del Cómité de Vigilancia de
Whitechapel el 16 de octubre de 1888. Dicho cirujano ratificó la naturaleza
humana de aquel órgano, así como el hecho de que pertenecía a una mujer
de cuarenta a cuarenta y cinco años de edad aquejada, en un estadio
avanzado, por una enfermedad típica en los alcohólicos.
Sin embargo, preguntado si aquella víscera casaba con la de Kate Eddowes
(a quien dos semanas atrás el asesino le extirpase su riñón izquierdo) el
especialista se mostró dubitativo, y dejó entrever que el órgano no
pertenecía a dicha occisa, sino que podría haberle sido extraído a un
cadáver dispuesto para la disección. En suma: Openshaw admitió que tal
vez el truculento obsequio sólo conformase una broma gastada por un
estudiante de medicina a costa del entonces mediático George Akin Lusk,
que presidía el grupo de perseguidores civiles del matador londinense.
53. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
Dr. Thomas Openshaw
Otro perfilador contemporáneo a las mutilaciones victorianas fue el doctor
Lyttleton Stewart Forbes Winslow, un reputado neurólogo o "alienista" -
expresión mediante la cual se designaba en la era eduardiana a tales
profesionales de la medicina-, el cual propugnó la hipótesis de que la luna
oficiaba de causa motriz en la masacre desatada.
Este facultativo era un especialista en afecciones mentales procedente de
una antigua prosapia de galenos. Las matanzas del Ripper lo perturbaron en
grado sumo y, una vez puesto a reflexionar en la manera de resolver el
enigma, se forjó una rápida idea de cuál podría ser la más verosímil
personalidad de aquel salvaje. Definió al ejecutor como un desorientado
con dogmáticas creencias religiosas, persuadido de estar llamado a cumplir
en la tierra un destino aniquilador designado por Dios.
Dr. Lytletton Forbes Winslow
¿Que movía a Jack el Destripador a actuar? ¿Quizás lo imbuía una
alteración psiquiátrica fundada en religiosidad enfermiza, o la influencia de
54. fuerzas naturales aún más irrefrenables? Para contestar a tales interrogantes
el Dr. Forbes Winslow desarrolló la hipótesis de la influencia lunar como
explicación de aquellas insensatas tropelías.
A juicio del emprendedor facultativo, el perpetrador padecía una manía
sanguinaria incurable y se trataba, por tal razón, de un desquiciado con
intérvalos lúcidos que aún no había sido desenmascarado, y que continuaba
ocupando un lugar en la sociedad. Tales dotes de camaleón le permitían
sorprender inermes a sus víctimas, valiéndose de esa apariencia de
normalidad que era capaz de fingir.
El alienista planteó una conjetura que designó "teoría de la locura lunar".
En ella trazó un contorno psicológico del escurridizo delincuente,
caracterizándolo como un criminal monomaníaco embargado por
fundamentalismos religiosos extremos, y persuadido de tener un destino
ineludible para cumplir en este planeta. Siguiendo sus desviadas creencias
este sujeto habría elegido a los componentes de cierto grupo social -en este
caso meretrices- para descargar allí su implacable venganza.
Al comienzo el forense se puso en contacto con las fuerzas del orden. Años
más tarde, proporcionó a un rotativo una extensa entrevista sobre el tópico.
Finalmente, resumiría sus pensamientos acerca del misterio del Destripador
en un libro autobiográfico editado en 1910. El autor pretendía que si el
cuerpo policial seguía fielmente sus instrucciones estarían en condiciones
de arrestar al responsable en un término inferior a las dos semanas.
Su inicial consejo fincó en que debía colocarse por el territorio inglés, y en
especial en el área aledaña a los crímenes, a un grupo de agentes
disfrazados de mujeres, portando armas adecuadas bajo sus vestimentas
femeninas. De acuerdo explicaba, los guardias de los manicomios eran los
candidatos más idóneos para conducir a buen puerto esa arrisgada misión,
merced a su conocimento sobre la forma en que funcionan los cerebros
enfermos.
Otra sugerencia que suministró a Scotland Yard radicó en que debían
ponerse en comunicación con los hospitales psiquiátricos y, luego,
confeccionar una pormenorizada lista que abarcase a los internos que
hubieran escapado en fecha reciente; o a los cuales se hubiese dado de alta
por haber mejorado (en apariencia) su estado mental.
El primer acusado por el Dr. Winslow fue un comerciante que se afincaba
en la pensión de un casero amigo suyo, quien le informó sobre la
personalidad extraña de aquel inquilino.
55. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
El negociante solía abandonar por las noches la vivienda alquilada, y
desaparecía durante lapsos prolongados, coincidentes con los homicidios.
Incluso, en una de tales ausencias, la sirvienta de la casa de huéspedes
encontró su cama manchada de sangre. Ese individuo odiaba a las busconas
y se dedicaba, en sus momentos libres, a escribir octavillas llenas de rencor
calificando a estas mujeres "fuentes de infección " y "emisarias del
maligno".
Este presunto asesino misionero, al parecer, insistía que estas descarriadas
eran la peor clase de arpía; y merecían morir a manos de un anónimo
justiciero. Las definía como “escuálidas bebedoras de ginebra” que
entregaban su cuerpo cual “impura mercancía por las calles”, mientras
conducían a sus clientes a los recovecos donde les daban el sucio servicio,
a cambio de saciar su sed alcohólica. Estaría justificado que el vengador
fingiese ser un cliente más, y que portase consigo el fatal cuchillo presto a
ser blandido cuando la desvergonzada se embriagaba en esos callejones.
56. Prostituta bebiendo alcohol frente a un cliente previo a brindar el servicio carnal
Tuvieran o no asidero los recelos contra ese arrendatario de mórbida
religiosidad, lo cierto fue la denuncia del galeno requiriendo la detención
de aquel hombre no halló eco en las autoridades. Pero, pese a todo, el
inspector Donald Swanson elaboró un dossier interno dando cuenta de
que había interrogado al sospechoso sugerido, y que se lo dejó libre por
entender que nada más se trataba de un "extravagante inofensivo".
Como la policía no le hacía caso, Forbes Winslow apeló a la prensa. En
declaraciones para el periódico The New York Times, en Nueva York,
Estados Unidos (brindadas el 1 de setiembre de 1895, durante su asistencia
al congreso médico legal de agosto a setiembre de aquel año) cambió de
candidato. Ahora pretendió que Jack el Destripador era un estudiante de
medicina proveniente de una respetable familia. El sospechosos, conforme
57. Jack el Destripador 125 años de sangre y misterio
adujo, era de complexión delgada, tez pálida, cabellos claros, ojos azules,
su exterior lucía irreprochable y estudiaba intensamente.
El médico investigador explicó que el endeble raciocinio de ese joven se
fue derrumbando hasta quedarle como único sostén su fanatismo religioso,
y que asistía puntualmente a los oficios matinales de la catedral San Pablo.
Su fervor místico lo había llevado a ensañarse con las mujeres de la calle, a
quienes buscaba exterminar obedeciendo a un programa de moralización y
de saneamiento social autoimpuesto.
Como, más allá de estas vagas descripciones, aquí no se aportaba la
identidad de la persona sindicada, por cierto que no se arrestó a nadie.
Empero, aun cuando la persecusión emprendida resultó infructuosa, el celo
y el empeño desplegados revistieron, igualmente, innegable valor.
Y ello, porque este profesional fue de los primeros en diagramar el perfil
psicológico de un homicida en serie. Sus ideas guardan contacto con las
que emplean los "perfiladores" en la actualidad. De hecho, el alienista
sugirió para la identidad de Jack the Ripper la figura de un culpable que
mezclaba rasgos de los "asesinos misioneros " con facetas de los "asesinos
visionarios". En tal sentido, cabe afirmar con propiedad que el Dr.
Lytletton Forbes Winslow constituyó un precursor.
Tales categorías de ultimadores secuenciales recién devenieron acuñadas y
perfeccionadas por la criminología transcurridas varias decadas desde esa
añeja matanza. La descripción planteada reveló puntos en común con
clasificaciones muy ulteriormente diseñadas para los tipos o perfiles de los
asesinos seriales.
Más de cien años transcurrieron desde aquellas primitivas formulaciones de
los doctores Thomas Bond y Forbes Winslow. Modernos estudios en la
confección de perfiles psicológicos sobre la identidad y personalidad de
quien podría haber sido aquel culpable determinaron que, en noviembre de
2006, un grupo de expertos reconstruyeran la fisonomía del mítico
finquitador secuencial victoriano. A tal fin, se basaron en los testimonios
que estimaron más fiables. Así construyeron una imagen robot de cómo
habría lucido la faz del taimado personaje, recreando su plausible
apariencia física.
Laura Richard, jefa del comando de Crímenes Violentos de Scotland
Yard fue la responsable de coordinar a un selecto equipo que incluyó a
patólogos, historiadores y peritos en la elaboración de análisis criminales.
58. La evidencia recopilada los indujo a proponer que el responsable contaba
con una edad de entre veinticinco y treinta años, medía entre un metro
sesenta y cinco y un metro setenta, gozaba de complexión robusta, portaba
poblado bigote negro, lucía cejas espesas, y ostentaba una cara angulosa
con acentuados pómulos.
Su exterior sería prolijo y en su entorno social dejaba la impresión de ser
un individuo perfectamente cuerdo; aunque era capaz de alcanzar cotas de
violencia explosiva. Estimaron que debía residir en la región donde
sucedieron las fechorías, y que se trataría de un ocupante de los atestados
edificios situados en los alrededores de las calles Dorset y Flower and
Dean.
El dibujo robot dio la vuelta al mundo incluyendo los citados rasgos
faciales y, en su conjunto, la sensación que provoca es que no se trataba de
un inglés; y ni siquiera de un anglosajón. Por cierto que no se parece en
nada al clásico rostro británico, sino que el retrato refleja los rasgos de un
extranjero. La de uno de los tantos inmigrantes rusos, polacos o judíos que,
durante las postrimerías del siglo XIX, polulaban por los barrios bajos de
Gran Bretaña.
Retrato robot con la posible fisonomía del asesino
Volviendo este relato a la época contemporanea a los crímenes, cabe
recordar que los profesionales de la medicina la pasaron mal por entonces.
Presionados por los jueces en las encuestas judiciales donde debían aportar