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1 
Filosofía del lenguaje y epistemología: ¿una vinculación 
accidental o sustancial? 
Susana V. Calvo (UBA) 
En el presente trabajo nos propondremos abordar críticamente dos posiciones 
teóricas antagónicas respecto del lenguaje: la orientación pragmática y la 
representacionista. 
Se ha sostenido, no sin razón, que mientras la filosofía clásica hizo de la 
ontología su objeto de reflexión y la moderna realizó lo propio con el conocimiento, el 
pensamiento contemporáneo centró su atención en la investigación del lenguaje. 
El denominado “giro lingüístico” modificó radicalmente la formulación de 
intrincados problemas filosóficos. Ello no significa que el examen del lenguaje haya 
tenido comienzo en las primeras décadas del siglo pasado, porque como es bien sabido, 
tal tipo investigaciones se remonta a la antigüedad preplatónica. Corresponde, no 
obstante, señalar que el concepto de “giro lingüístico” no hace sólo referencia al 
lenguaje como objeto de reflexión: alude, asimismo, a la convicción de que el camino 
preliminar de toda búsqueda filosófica y la manera más apropiada de resolver sus 
problemas es, precisamente, la reflexión sobre el lenguaje. 
-1. La perspectiva analítico-logicista 
El mérito fundamental de esta perspectiva teórica es el de haber contribuido a 
orientar el pensamiento contemporáneo hacia la problemática del lenguaje. Su 
Manifiesto programático1, fuertemente inspirado en las tesis de Wittgenstein2, comienza 
denunciando el crecimiento ininterrumpido del pensamiento “metafísico y teologizante” 
tanto en el ámbito cotidiano como en el científico. Los empiristas lógicos explican tales 
extravíos a partir de distintos orígenes: psicológicos, sociológicos, etc. Pero según el 
Manifiesto en cuestión, estas desviaciones proceden, además, de la ligazón del intelecto 
con los lenguajes naturales, intrínsecamente ambiguos e imprecisos, y de la exagerada 
1 cfr. La concepción científica del mundo: el Círculo de Viena, en Redes, Revista De Estudios sobre la 
Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de Quilmes, Vol. 9 Nº 18, junio de 2002 
Presentación y traducción Lorenzano, P., pp.103-149 
2 Wittegenstein, L. Tractatus Logico- Philosopicus, escrito entre 1914 y 1916
confianza en que el pensar, por sí solo, puede llevar al conocimiento sin recurrir a 
ningún tipo de contacto experiencial. 
El artículo titulado “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico 
del lenguaje”3 resulta en tal sentido de especial interés. Allí plantea Carnap el problema 
de la demarcación entre el lenguaje significativo y el no significativo. Según el autor, en 
la búsqueda de criterios que permitan distinguir las expresiones verdaderamente 
significativas de aquellas que carecen de significación, no es conveniente atenerse a los 
criterios lingüísticos gramaticales, pues éstos hacen aparecer como dotadas de sentido 
oraciones que, analizadas lógicamente, se encuentran totalmente desprovistas del 
mismo. Se requiere, según Carnap, un análisis semántico profundo, con arreglo al cual 
pueda establecerse una neta diferenciación entre enunciados que representan hechos y 
enunciados que no los representan en absoluto, debido a deficiencias sintácticas o 
léxicas que los despojan de toda significación. La teoría lógico-lingüística puede y debe, 
entonces, constituir un instrumento apropiado para diferenciar las auténticas 
proposiciones, los enunciados con significado, de las pseudoproposiciones, entidades 
lingüísticas aparentemente enunciativas, pero carentes de sentido. 
La lengua consta esencialmente de léxico y de sintaxis, es decir, de un conjunto 
de palabras que poseen significado y de un conjunto de reglas conforme a las que éstas 
deben combinarse. Que una entidad lingüística enunciativa posea significado depende 
entonces de estas dos condiciones: de las palabras utilizadas y de las reglas aplicadas 
para su combinación. Son asimismo éstos los dos factores responsables de la 
asignificatividad de las pseudoproposiciones: en ellas no se emplean términos con 
significado o no se los combina de manera apropiada. 
¿En qué consiste el significado de una palabra? Carnap responde: “en designar 
un concepto”. ¿Qué estipulaciones deben establecerse para que una palabra tenga 
significado? Según el autor, debe fijarse la sintaxis de la palabra, es decir, la manera 
como se presenta en la forma proposicional más simple en la que pueda aparecer. El 
término 'piedra', por ejemplo, podría aparecer en una forma enunciativa elemental como 
“x es una piedra”. Si llamamos p a este tipo de proposiciones, el significado del término 
`piedra' viene indicado en el significado global de p. Captar este significado global 
3 cfr. “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje” en Ayer, A.J 
(comp.)., El positivismo lógico, México, F.C.E., 1965, pp. 66-87. 
2
equivale, según la tesis de Carnap a conocer las condiciones bajo las que p es verdadera 
o no lo es. En otras palabras, 'piedra' tiene el significado que nosotros le atribuimos 
cuando atendiendo la categoría de cosas escogidas para ocupar el lugar de “x” podemos 
determinar el valor veritativo de “x es una piedra” (Pa), es decir, cuando podemos saber 
qué observaciones llevarían, bajo ciertas condiciones, a aceptar la proposición como 
verdadera o a rechazarla como falsa. 
Así, pues, si alguien pretendiera introducir un nuevo término para designar un 
conjunto de elementos, resultaría imprescindible que proporcionara alguna prueba 
empírica con arreglo a la cual se pudiese distinguir la “cosa” a la que se refiere el 
vocablo en cuestión. Si afirmara que no hay ningún criterio empírico de aplicación, 
insistiendo no obstante en querer significar algo con la nueva expresión, su aplicación 
en el lenguaje sería, según Carnap, ilegítima. 
El mencionado autor establece las condiciones necesarias y suficientes para 
3 
otorgarle significado a una proposición “P(a)”: 
1. Que las notas empíricas de “a” sean conocidas. 
2. Que haya sido estipulado de qué proposiciones protocolares es 
derivable “P(a)”. 
3. Que las condiciones de verdad para “P(a)” hayan sido 
establecidas. 
4. Que el método de verificación “P(a)” sea conocido. 
Será, entonces, éste el único medio legítimo con arreglo al cual podrán 
introducirse nuevas expresiones en un lenguaje, puesto que “…la estipulación 
de este criterio elimina cualquier posible libertinaje con respecto a lo que nos gustaría 
que “significara” una palabra. Si la palabra ha de recibir un significado exacto no debe 
mutilarse su criterio de aplicación” 4 
No siempre las condiciones de verificabilidad de una proposición elemental p 
suelen ser muy sencillas. Podría suceder que el concepto utilizado fuese más complejo 
que el de “piedra”; en tal caso, la atribución de significado al vocablo requiere el 
4 cfr. ibid. p.69
conocimiento de su definición en términos de otros más simples. Es éste el caso de 
términos tales como “artrópodo”, “perisodáctilo”, “gimnosperma”, “esclerodermia”, etc. 
La atribución de un significado a los mismos requiere el conocimiento de su definición 
en términos de otras expresiones más simples. Así, por ejemplo, puede precisarse el 
significado de “artrópodo” retrotrayendo este vocablo a otros de menor complejidad: 
“artrópodo”=df. “animal que posee un cuerpo segmentado con extremidades articuladas 
y una cubierta de quitina”; en otras palabras, tratando de derivar la proposición 
elemental “x es un artrópodo” de la conjunción de las proposiciones elementales o 
primarias (proposiciones protocolares) que contienen los vocablos simples que integran 
su definición. Según la tesis expuesta por Carnap, cualquier expresión significativa 
resulta, entonces, contrastable directamente con la realidad, o indirectamente, partiendo 
de su descomposición en expresiones más simples: 
4 
“cada palabra del lenguaje se retrotrae a otras y, finalmente, a las palabras que 
aparecen en las llamadas 'proposiciones protocolares' o 'proposiciones de 
observación'. Es a través de este procedimiento como adquiere su significado una 
palabra”5 
Sintetizando, aquello que otorga significación a las proposiciones protocolares 
de una lengua es, en última instancia, su conexión con la realidad, directa o mediante 
definición; las expresiones no susceptibles de tal conexión resultan vacías de 
significado, del mismo modo que las pseudoproposiciones de las cuales forman parte, 
puesto que no se ajustan a los criterios de aplicación establecidos. Se advierte, entonces, 
que para los representantes del Wiener Kreis el significado de una palabra no depende 
de sus relaciones intralingüísticas con expresiones o enunciados, sino de su vinculación 
con la realidad extralingüística6, vinculación que solamente la teoría del conocimiento 
5 cfr. ibid. pp.68-69 
6Moritz Schlick, el fundador del Círculo de Viena, sostuvo que resulta imprescindible distinguir la 
coherencia o compatibilidad entre las proposiciones, de su acuerdo con la realidad, pues el que sólo exige 
la coherencia, sin más, como criterio de verdad “debería considerar los cuentos fantásticos tan verdaderos 
como un relato histórico o como el contenido de un tratado de química a condición de que sean 
hábilmente inventados y que no presenten contradicciones”. Continúa Schlick: “Puedo describir 
arbitrariamente un universo grotescamente extraño; el filósofo de la coherencia deberá encontrar mi 
exposición exacta, verdadera, si tan sólo mis afirmaciones son compatibles unas con otras y si, con 
precaución adicional, evito chocar con las maneras habituales de describir el mundo colocando el teatro 
de mi narración en una estrella lejana donde nadie irá a ver allí lo que pasa /nadie tendrá/ el derecho de 
objetarme sus observaciones, que nada tienen que ver aquí, puesto que sólo cuenta la ausencia de 
contradicción entre enunciados.” (Lecourt, D.; El orden y los juegos, Bs. As., Ediciones de la Flor, 1984,pp..108- 
109).
(con el auxilio de la lógica) puede especificar. De modo, entonces, que los problemas 
semánticos de definición de significado se trasladan así al ámbito epistemológico. 
No sólo razones de índole léxica pueden, según Carnap, tornar asignificativa una 
proposición. Existen, además, razones de orden sintáctico, consistentes en la utilización 
incorrecta de las reglas conforme a las que deben combinarse las palabras. A este 
respecto, Carnap y los positivistas consideraron necesario diferenciar la sintaxis lógica 
de la gramatical. Al solo efecto de aclarar esta distinción consideraremos los siguientes 
enunciados: 
5 
a) “Este escritorio es ante” 
b) “César es un número primo” 
La primera expresión revela un error sintáctico gramatical y representa un 
sinsentido. La segunda, aun siendo asignificativa, resulta gramaticalmente correcta, 
pues se trata de una oración bimembre del tipo sujeto predicado verbal; en otras 
palabras, responde a un esquema formal correcto. Es este último ejemplo el escogido 
por Carnap para ilustrar las discrepancias que suelen suscitarse entre ambas sintaxis. A 
la sintaxis gramatical le corresponde sólo investigar el carácter estructural de las 
expresiones que se combinan, estableciendo cuáles configuraciones son gramaticales y 
cuáles no, sin ir más allá; pero esto resulta claramente insuficiente cuando se trata de 
identificar las distintas clases de pseudoproposiciones. Corresponderá, en consecuencia, 
a la sintaxis lógica establecer una nítida diferenciación entre las combinaciones 
categoriales de índole ontológico-semántica permisibles, y las construcciones 
gramaticales que en verdad no lo son. 
“El hecho de que los lenguajes cotidianos permitan la formación de secuencias verbales 
carentes de sentido sin violar las reglas de la gramática indica que la sintaxis gramatical 
resulta insuficiente desde un punto de vista lógico. Si la sintaxis gramatical tuviera una 
exacta correspondencia con la sintaxis lógica no podrían formarse pseudoproposiciones. Si 
la sintaxis gramatical no solamente estableciera diferencias en el orden categorial de las 
palabras, tales como sustantivos, adjetivos, verbos, conjunciones, etc., sino que hiciera 
dentro de cada una de esas categorías las diferencias posteriores que son lógicamente 
indispensables, no podrían constituirse pseudoproposiciones” 7 
Sintetizando, Carnap sostuvo que la sintaxis lógica debía incorporar las reglas de 
compatibilidad semántica omitidas por la sintaxis gramatical. De esta manera quedaría 
7 cfr. op.cit p.74
satisfactoriamente explicada la asignificatividad de los enunciados metafísicos típicos, 
cuyo origen radica en los errores categoriales que incluyen. 
El autor analizó en particular algunos enunciados de la obra de Heidegger 
titulada ¿Qué es la metafísica? mostrando que en éstos se emplea, por ejemplo, el 
término 'nada'8 de forma sustantivada, que de él se deriva el espurio neologismo 
'nadear', y que de ambas transgresiones categoriales proceden combinaciones 
asignificativas como “la angustia revela la Nada” o “la Nada nadea”. Así, pues, los 
empiristas lógicos creyeron poder mostrar de qué manera las trampas del lenguaje 
suelen conducirnos a postular la existencia de entidades que, en verdad, sólo tienen 
lugar en el ámbito lingüístico como consecuencia de la trasgresión de la sintaxis lógica. 
Los integrantes de Wiener Kreis, reconocieron además otro tipo de 
pseudoproposiciones metafísicas: las que contienen palabras carentes de sentido. Un 
ejemplo de ello es “El principio del ser es el espíritu”, pues allí “principio” no alude a 
una prioridad temporal, la cual podría determinarse empíricamente, sino a una prioridad 
metafísica, para la cual no puede señalarse ningún criterio empírico. 
No sólo los enunciados del texto heideggeriano -concluye el Círculo de Viena-carecen 
de sentido, sino que toda la metafísica se halla desprovista de él, pues sus 
proposiciones infringen la sintaxis lógica o contienen términos que no se encuentran en 
relación designativa con la realidad. 
Resumiendo, los empiristas lógicos establecieron dos exigencias insoslayables 
para determinar la significatividad de los enunciados: a) la conexión de los términos 
empleados con la realidad, a través de la verificación de los enunciados protocolares a 
que fueran reducibles, y b) la adecuada construcción lógica, con arreglo a la cual 
pudieran evitarse las combinaciones categoriales aberrantes. Tomando como criterio 
las condiciones en cuestión, pretendieron efectuar una nítida diferenciación entre los 
enunciados con significado cognitivo y los enunciados carentes del mismo (enunciados 
sin sentido o con un significado puramente emotivo). Entre los primeros incluyeron los 
que poseen contenido informativo, propios de las ciencias empíricas y, conforme a su 
8 Según los empiristas lógicos la utilización que Heidegger efectúa del vocablo ´nada´ constituiría, 
entonces, un claro ejemplo de la falacia de reificación. 
6
interpretación del Tractatus wittgensteiniano9, sostuvieron el carácter tautológico de las 
proposiciones lógicas y matemáticas, a las que no corresponde ningún estado 
individualizable de la realidad; en otras palabras, consideraron que tales proposiciones 
carecen de contenido informativo y precisamente por ello están privadas de 
significación.10; Entre las pseudoproposiciones incluyeron los enunciados metafísicos, 
éticos y estéticos.. 
Resulta, evidente, a partir de lo expuesto, el privilegio que los empiristas lógicos 
otorgaron a la función descriptiva o referencial, y la aspiración a un representacionismo 
lingüístico capaz de alcanzar el acoplamiento progresivo, cada vez más perfecto, entre 
el lenguaje y los hechos del mundo; asimismo, su íntima convicción de que el análisis 
del lenguaje constituye la condición sine qua non para alcanzar el orden lógico y la 
claridad enunciativa en ausencia de los cuales resulta imposible someter proposición 
alguna al control observacional. 
Conforme a su concepción verificacionista del significado, los integrantes del 
Wiener Kreis olvidaron la amplia gama de posibilidades que encierra el lenguaje y 
limitaron la imagen del mundo a un conjunto de hechos simples de los que darían 
cuenta las proposiciones elementales. 
Mucho de lo que se ha sostenido acerca del lenguaje procede, como se ha 
observado con anterioridad, de la ilusión de que éste representa -o debiera representar-la 
realidad extramental, de que una vez despojado de sus tendencias anárquicas 
mediante una adecuada terapia lógico-lingüística, podría exhibir una estructura capaz 
de reflejar isomórficamente la estructura del mundo real. Según los integrantes del 
Círculo de Viena, las expresiones anfibológicas o polisémicas, los significados 
9 “La proposición muestra aquello que dice; la tautología y la contradicción muestran que no dicen nada. 
La tautología no tiene condiciones de verdad, pues es incondicionalmente verdadera; y la contradicción, 
bajo ninguna condición es verdadera. La tautología y la contradicción carecen de sentido (como el punto 
del cual parten dos flechas en direcciones opuestas.) (Yo no sé, por ejemplo, nada sobre el tiempo, cuando 
yo sé que llueve o no llueve.)” (TLF, 4.461). “Tautología y contradicción no son figuras de la realidad. 
No representan ningún posible estado de cosas. En efecto, una permite todos los posibles estados de 
cosas; la otra, ninguno. En las tautologías, las condiciones de acuerdo con el mundo –las relaciones 
representativas- se anulan recíprocamente en cuanto no están en ninguna relación representativa con la 
realidad. (Wittgenstein, L., Tractatus Logico-philosophicus, Madrid, Alianza, 1979, 4.462) 
10 Los positivistas lógicos adoptaron la distinción wittgensteiniana entre sinlos (carente de significación) y 
unsinnig (carente de sentido, absurdo, insensato) “Tautologia y contradicción no son, sin embargo, 
sinsentidos (unsinnig); pertenecen al simbolismo, del mismo modo que cero es parte del simbolismo de la 
aritmética” En otras palabras, no informan nada ni tienen la pretensión de hacerlo. (op-cit. 4.4611). 
7
emotivos, las paradojas, en suma, la amplia diversidad de supuestas irregularidades y 
anomalías, debía ceder en beneficio de un lenguaje descriptivo emotivamente neutro y 
exclusivamente literal, apropiado para expresar de modo preciso y unívoco, mediante 
enunciados elementales, los hechos atómicos primarios. 
Conforme a una tradición que Frege transmitió a buena parte de la filosofía del 
lenguaje del siglo XX, la disyuntiva que se presenta ante las anomalías e irregularidades 
del lenguaje corriente es o bien su reemplazo por instrumentos expresivos más claros y 
precisos como los símbolos matemáticos o bien el análisis conceptual de dicho lenguaje, 
que haga posible descubrir la estructura lógica oculta de las expresiones que lo 
conforman. La estricta ordenación lógica y el análisis formal serán entonces, a partir de 
Frege los instrumentos predilectos de quienes se declaran comprometidos en la 
resolución de los tradicionales problemas semánticos. 
No sólo Frege y Russell, sino diversos filósofos posteriores a ellos, suscribieron 
aquella tendencia semántica a ver en el lenguaje natural una fuente de engaño. Según 
estos pensadores, en el lenguaje se debe buscar un orden que no se halla manifiesto, 
sino velado por su forma superficial; en otras palabras, el lenguaje no revela de manera 
directa su estructura lógico-semántica. Pensar que sí lo hace constituye la causa de 
diversos errores y confusiones. Se debe efectuar, entonces, un análisis que permita 
acceder a su naturaleza profunda; esa naturaleza es lógica, es decir, formal, constituida 
por relaciones entre elementos que tienen una conexión directa con la realidad. El 
examen de esa lógica interna y la captación de sus reglas es lo que hace posible 
diferenciar la clase de las proposiciones significativas del conjunto de las 
pseudoproposiciones carentes de significación. La tarea del análisis lógico, consistirá, 
entonces, en la búsqueda de una estructura lógica oculta bajo la forma superficial del 
enunciado, pues sólo ésta recoge la naturaleza lógica de la proposición poniendo de 
manifiesto su estructura pictórica o figurativa y permitiendo así comprender la relación 
interna en que se encuentran la proposición y el hecho. 
El medio del cual se valieron los integrantes de Wiener Kreis para delimitar el 
conocimiento científico y formular los criterios que permitiesen diferenciarlo de otros 
sistemas de ideas no cognoscitivos fue –como se observó en uno de sus más notables 
representantes- el análisis lógico del lenguaje, presuntamente depositario de tal 
8
conocimiento. Su modo de concebir la semántica se pone de manifiesto en los rasgos 
siguientes: a) la reducción de las funciones semánticas lingüísticas a la descriptiva o 
enunciativa; b) el análisis semántico entendido esencialmente como la búsqueda de una 
estructura lógica oculta bajo la forma superficial de los enunciados correspondientes al 
lenguaje natural, cuyo carácter confundente impide captar en forma inmediata el 
significado de las proposiciones c) la consideración de la estructura lógica como base 
para la interpretación semántica; d) la tesis según la cual el significado de la proposición 
consiste en la vinculación entre los elementos que la componen y la realidad. Queda 
claro, entonces, a partir de lo expuesto, que para efectuar la diferenciación entre el 
genuino conocimiento y las creencias infundadas, los empiristas lógicos se vieron 
obligados a centrar sus investigaciones en el lenguaje enunciativo, es decir, en aquel 
tipo de entidades lingüísticas indicativas de cómo son los hechos. Es así como el 
problema epistemológico se transformó en un problema lógico-lingüístico. 
-2. La perspectiva pragmática 
Tal como se observó con anterioridad el interés que suscitó el estudio del 
lenguaje en las primeras décadas del siglo pasado se ha dado en llamar “giro 
lingüístico”. Pero en el interior de este giro cabe, además, reconocer el giro pragmático. 
La perspectiva pragmática sostiene que la referencialidad semántica depende del uso, de 
los juegos de lenguaje y de las formas de vida que enmarcan la interacción lingüística, 
en otras palabras, que no existe una relación de referencia lenguaje-cosa que funcione 
con prescindencia de los usuarios del lenguaje, de sus prácticas y de sus creencias 
básicas. 
La idea de que el significado de una expresión debe rastrearse en su uso se 
encuentra desde el inicio de las Investigaciones Filosóficas11, en clara contraposición 
con el modelo representacionista que Wittgenstein imputa allí a San Agustín. El autor 
comienza mencionando un pasaje de las Confesiones con el propósito de destacar las 
insuficiencias de las teorías tradicionales: 
Cuando ellos (los mayores) nombraban alguna cosa y consecuentemente con esa apelación 
se movían hacia algo, lo veía y comprendía que con los sonidos que pronunciaban 
llamaban ellos a aquella cosa. Pues lo que ellos pretendían se entresacaba de su 
movimiento corporal: cual lenguaje natural de todos los pueblos que con mímica y juegos 
de ojos, con el movimiento del resto de los miembros y con el sonido de la voz hacen 
11 cfr. Wittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, México, ed. Crítica, edición bilingüe, trad. García 
Suárez A.y . Moulines, U. 1988 
9
indicaciones de las afecciones del alma al apetecer, tener, rechazar o indicar cosas. Así, 
oyendo repetidamente las palabras colocadas en sus lugares apropiados en diferentes 
oraciones, colegía paulatinamente de qué cosas eran signos, y una vez adiestrada la lengua 
en esos signos, expresaba ya con ellos mis deseos”12 
Esta manera de definir dando significado a un vocablo -el nombre- al tiempo que 
se señala su referente -la cosa-. conlleva la idea de que “nombrar algo es similar a fijar 
un rótulo en una cosa”13 lo cual supone para el filósofo vienés “una extraña conexión de 
una palabra con un objeto”14. 
De hecho, la imagen tradicional de lo que es aprender un lenguaje comporta 
cierta circularidad; si concebimos que el aprendizaje consiste en pensar (decirse) que 
ciertas palabras se corresponden con objetos, el propio aprendizaje supone ya una forma 
de lenguaje, aun cuando ésta fuese muy primitiva. En otras palabras, para aprender el 
lenguaje el niño debería hallarse ya en posesión de alguno. Aun cuado sea cierto que no 
se debe ignorar la relevancia que el juego nominativo y la definición ostensiva pueden 
tener en la adquisición del lenguaje, ello no justifica, según el autor, que se reduzca a 
esta definición toda nuestra práctica lingüística. 
Con la intención de adelantar sus objeciones a aquel reduccionismo nominativo 
según el cual todo simbolismo, y en particular el del lenguaje natural, debe su 
virtualidad semiótica a esa capacidad reproductora de una realidad simbolizada, 
Wittgenstein afirmará que tal postura teórica realiza una abusiva extrapolación de la 
función nominativa y mutila de esta forma la realidad concreta de lo que pretende 
caracterizar. 
Esta idea –agrega el autor de Investigaciones refiriéndose a la concepción 
agustiniana- no es incorrecta, sino incompleta; entre otras razones, porque solamente 
toma en consideración un tipo de palabras, los sustantivos o nombres que se refieren 
directamente a objetos; y porque puede valer, por lo tanto, para caracterizar un juego de 
lenguaje tan primitivo y simple como lo es el de “nombrar”, propio de los albañiles15 y 
análogo, asimismo, a los tempranos usos lingüísticos con que los niños comienzan a 
aprender un vocabulario. Tratará seguidamente de demostrar que aquello que la 
10 
12 IF. & 1 
13 ibid. &15 
14 ibid.&38 
15 ibid. &2-3
tradición lingüística consideraba esencial en el lenguaje, no es más que la injustificada 
generalización de un juego semántico muy simple, el de nombrar objetos, y además, que 
éste no ostenta el carácter paradigmático que la tradición filosófica le ha conferido. 
Al solo efecto de manifestar sus discrepancias con esa concepción combinatoria 
y representacionista apelará a un ejemplo de codificación e intercambio lingüístico 
entre agentes A y B, ocupados en la construcción de una obra de albañilería, donde en 
una especie de lenguaje primitivo y en extremo precario, los sustantivos “ladrillo”, 
“losa”, “soporte”, “bloque” son usados por A para impartir a B la orden de traer los 
diversos materiales, pero donde un cierto juego permitiría a B emplear los mismos 
vocablos para confirmar o infirmar la presencia de los materiales en cuestión. 
(…) Imaginemos un lenguaje para el que vale una descripción como la que ha dado 
Agustín. El lenguaje debe servir a la comunicación de un albañil A con su ayudante B. A 
construye un edificio con piedras; hay cubos, pilares, losas y vigas. B tiene que pasarle las 
piedras y justamente en el orden en que A las necesita. A este fin se sirven de un lenguaje 
que consta de las palabras “cubo”, “pilar”, “losa”, “viga”. A las grita –B le lleva la piedra 
que ha aprendido a llevar a ese grito” 
"Ese concepto filosófico del significado reside en una imagen primitiva del modo y manera 
en que funciona el lenguaje. Pero también puede decirse que es la imagen de un lenguaje 
más primitivo que el nuestro. 16 
Este ejemplo le permitirá a Wittgenstein marcar los límites del paradigma 
descriptivo o aseverativo del lenguaje, introduciendo una idea que será de capital 
importancia para el giro pragmático retomado posteriormente por Austin, a saber, que 
el lenguaje puede ser empleado con significado para múltiples propósitos, y no 
solamente en clave representacionista: 
11 
“…Es como si alguien explicara: ´Los juegos consisten en desplazar cosas sobre una 
superficie según ciertas reglas…` - Y le respondiéramos: ´Pareces pensar en juegos de 
tablero; pero estos no son todos los juegos. Puedes corregir tu explicación restringiéndola 
expresamente a esos juegos` “17 
El autor de Investigaciones sostiene que la enseñanza basada en la definición 
ostensiva se limita simplemente a grabar en la mente del ayudante una conexión 
asociativa entre los nombres y los objetos correspondientes, suscitando la evocación de 
imágenes en la mente del aprendiz que escucha un nombre. Ello no garantiza que éste 
actúe tal como el albañil espera. Por ello es que “con una diferente instrucción la misma 
16 ibid & 19 y ss 
17 IF &3
enseñanza ostensiva habría producido una comprensión enteramente diferente”18 . Aun 
cuando el juego del albañil y su ayudante se presente como un ejemplo de lenguaje 
nominativo, éste no es, en rigor, un juego nominativo en estado puro, pues si bien es 
cierto que la enseñanza ostensiva tuvo alguna utilidad en el proceso de aprendizaje, el 
objetivo del albañil, lejos de limitarse a producir una evocación en la mente del 
ayudante, fue el de lograr que éste aprendiera una actuación o conducta específica. Se 
revela, así, el corto alcance de aquella concepción que ve la esencia del lenguaje en esa 
extraña conexión de una palabra con una cosa. Debe subrayarse, entonces, una idea 
central en las Investigaciones: aprender el significado de un nombre no consiste en 
evocar las imágenes correspondientes ni en ningún otro proceso mental concomitante, 
sino en adquirir una forma de conducta que, en distintos individuos, puede hallarse 
asociada a diferentes representaciones o procesos psicológicos; pero, subraya el autor, 
no es la referencia a los hechos psicológicos aquello que puede dar cuenta de la 
homogeneidad necesaria para el despliegue de la comunicación. 
Con éstas y otras observaciones análogas, Wittgenstein intentará explicitar las 
insuficiencias de la definición que San Agustín formula con respecto a la esencia del 
lenguaje. 
Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: hay un martillo, unas tenazas, una 
sierra, un destornillador, una regla, un tarro de cola, cola, clavos y tornillos.- Tan diversas 
como las funciones de estos objetos son las funciones de las palabras. (Y hay semejanzas 
aquí y allí)”19 
Así, pues, el acento estará ahora puesto en el vínculo consustancial que une los 
significados de las palabras con sus múltiples usos, para marcar cómo la tradicional 
concepción filosófica del “significado”, al no haber considerado esta diversidad, 
propició cuanto dijeron los lógicos sobre la estructura del lenguaje (y entre ellos se 
incluye explícitamente Wittgenstein a sí mismo) 
El hecho de que una expresión nominal nombre realmente un objeto (en el 
interior de una proposición) -sostiene Wittgenstein- no es algo inherente a la propia 
naturaleza del nombre; contrariamente a ello, depende de factores externos a sus 
propiedades estrictamente lingüísticas. Para expresarlo en términos del autor, que un 
12 
18 IF & 6 
19 cfr. op.cit. & 11
nombre denomine efectivamente un objeto depende de su aplicación como nombre, y 
ésta no se encuentra en una relación interna con el nombre, sino externa a él, por cuanto 
depende de que tal nombre sea realmente empleado en una ocasión concreta, con el 
propósito de nombrar un objeto. Sintetizando, la función designativa de las expresiones 
se muestra en su uso. 
Aquello que nos confunde, en el caso de las palabras es, según el autor, la 
uniformidad de su apariencia, cuando las consideramos como signos, ya sea hablados o 
escritos: 
Es como cuando miramos la cabina de una locomotora. Los diferentes manubrios que hay 
en ella son parecidos, en tanto todos han sido diseñados para manejar con la mano. Pero un 
análisis más minucioso nos permite advertir que algunos de ellos pueden graduarse de 
modo continuo en tanto que otros tienen tan sólo un par de posiciones efectivas. El mango 
de una palanca de freno acentúa su poder en función de la fuerza ejercida sobre él, 
mientras el manubrio de una bomba sólo funciona al ser movido de un lado a otro20 
Tal como sucede con los diversos manubrios existentes en la cabina de una 
locomotora, lo importante, lo que cuenta en el caso de las palabras no es la uniformidad 
de su apariencia, sino el modo en que se las emplea para que puedan cumplir las 
diversas funciones en virtud de que han sido creadas. El autor de Investigaciones 
cuestiona, entonces, el supuesto de que los nombres refieren a objetos 
independientemente de los propósitos de su utilización, y de que éste es un hecho básico 
en el proceso de aprendizaje de cualquier lengua. Con ello ataca las tesis de toda una 
tradición filosófica, representada por San Agustín, conforme a la cual los signos 
significan porque están en lugar de aquello que designan, es decir, porque su 
significación consiste en sustituir realidades, y comprenderlos equivale, entonces, a 
advertir que están lugar de las cosas significadas. 
La nueva teoría del lenguaje que Wittgenstein defenderá en las Investigaciones 
consiste precisamente en la propuesta de un nuevo modo de entender la significación de 
un signo y su comprensión. ¿De qué depende, entonces, el significado de una palabra? 
La respuesta de Wittgenstein es categórica: “Del papel que desempeña esa palabra 
dentro de un juego de lenguaje”. En otros términos, “el significado está en el uso”; “el 
significado de una palabra es su uso en el lenguaje” Las voces son función de los 
“juegos” 
13 
20 cfr. ibid. & 12
Según Wittgenstein, entonces, es falaz creer que un lenguaje suficientemente 
rico posee una sola función, y erróneo pensar que todos los lenguajes tienen la misma 
función. Las funciones lingüísticas son muy variadas. No hay lenguaje sino “juegos 
lingüísticos”. Éstos no corresponden a expresiones o grupos de expresiones 
determinados, sino a actos tales como “dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir 
un objeto por su apariencia o sus medidas, relatar un suceso, hacer conjeturas sobre el 
suceso, formular y comprobar una hipótesis, presentar los resultados de un experimento 
mediante tablas y diagramas, inventar una historia y leerla, actuar en teatro… traducir 
un lenguaje a otro, suplicar, agradecer, saludar, maldecir, rezar.21 
También el sentido de las oraciones depende del modo de su empleo, es decir, 
reside también en el uso: “¿Pero no consiste el mismo sentido de las oraciones en su 
mismo empleo? (En ruso se dice “piedra roja” en vez de “la piedra es roja”; ¿les falta la 
cópula en el sentido o añaden la cópula mentalmente? Naturalmente que es por el 
contexto de uso como se ve la injerencia de la cópula y se la completa mentalmente.” 
De modo, pues, que así como el uso que damos a las palabras es múltiple y diverso, 
también lo es el que damos a las oraciones, razón por la cual su significado debe 
especificarse en el uso. 
No son escasos ni carentes de importancia los autores que manifiestan su 
desacuerdo con el filósofo vienés y afirman que las diferentes oraciones se caracterizan 
por poseer estructuras que las hacen apropiadas para funcionar de tal o cual manera – 
como órdenes, como ruegos, como advertencias, como informaciones, como 
expresiones de sentimientos, etc.-, y, conforme a tal criterio las dividen en enunciativas, 
interrogativas, directivas, expresivas, etc. Hay quienes sostienen que la función primaria 
es la aseverativa o “descriptiva”, y, además, que si la oración no es descriptiva tiene que 
poder reducirse lógicamente a tal. 
Contra tales criterios se levantó la concepción pragmatista de Wittgenstein, 
según la cual un enunciado es descriptivo, exhortativo o de cualquier otra índole, porque 
se usa como tal dentro de un juego determinado.22 Y los ejemplos precedentes parecen 
21 IF. & 23 
22 “¡Fuego!” por ejemplo, puede servir para dar una voz de alarma, para ordenar a un pelotón 
que ejecute una sentencia, etc. “Cinco peras y dos naranjas” puede usarse para contar peras y 
14
apoyar esta aserción. En síntesis, así como el uso que damos a las palabras es múltiple y 
diverso, también lo es el que les damos a las oraciones. Por ello es que su significado 
tiene que especificarse en el uso: 
¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? Hay 
innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que 
llamamos “signos”, “palabras”, “oraciones”. Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de 
una vez por todas; sino que nuevos signos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como 
podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de ello 
pueden dárnosla los cambios de la matemática 23 
Los juegos que constituyen nuestro lenguaje son, entonces, múltiples; y las 
palabras que lo componen son empleadas de formas diversas, participan en variados 
juegos y se hallan sujetas a la peculiar gramática de cada uno de ellos. 
La declaración de Wittgenstein de que existen incontables tipos de oraciones, 
innumerables formas en que podemos emplearlas, resulta algo extraña, pues parece 
poco respetuosa con evidentes hechos gramaticales. Pero es necesario entender esta 
aseveración en el contexto de lo que constituye una explicación del significado. Desde 
el punto de vista gramatical existen varios tipos de oraciones que se distinguen por 
características estructurales; pero lo que resulta esencial para Wittgenstein consiste en 
aclarar si son realmente las clases de oraciones las que determinan los tipos de 
significados. Ya conocemos su respuesta: las aparentes homogeneidades estructurales 
esconden una infinita variedad de usos, una indeterminada cantidad de posibilidades de 
que tales oraciones entren a formar parte de juegos lingüísticos diversos. Lo interesante, 
entonces, en la medida en que queremos entender cómo funciona el lenguaje, es que el 
significado de una oración no se halla determinado por sus aspectos gramaticales o 
estructurales (la gramática superficial en la acepción de wittgensteiniana). Aun cuando 
sólo contáramos con oraciones indicativas, interrogativas e imperativas, ello no 
supondría que podemos efectuar sólo afirmaciones, preguntas o mandatos24podríamos, 
contrariamente a ello, realizar una infinidad de (tipos de) acciones que, entretejidas, 
constituyen nuestra vida social y comunicativa. 
naranjas, para solicitarlas en un comercio, para separar o distinguir las peras de las naranjas, 
etc. 
23 ibid. op.cit 
24 IF.&12 
15
La expresión “juego de lenguaje” debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma 
parte de una actividad o de una forma de vida25 
Cuando se concibe el lenguaje como una actividad que se realiza en el seno de 
una comunidad, es decir, como una práctica socialmente compartida, la apertura y la 
historicidad de la vida social se trasladan al propio sistema lingüístico. No sólo existe la 
libertad de inventar y vivir nuevas formas de comunicación que den lugar a nuevos 
juegos de lenguaje, a nuevos significados; también es preciso considerar el lenguaje 
bajo la óptica de la historia, como la acumulación de formas de vida inventadas, 
practicadas, quizás ya olvidadas: 
Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y 
plazas, de viejas y nuevas plazas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto 
rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas 
uniformes.26 
…Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos 
signos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir, nacen y otros 
envejecen y se olvidan…27 
Los juegos lingüísticos se hallan indisolublemente vinculados con las formas de 
vida, su unión con ellas no es ni azarosa ni irrelevante sino interna y sustancial. Usar 
una expresión perteneciente a un juego lingüístico equivale a comportarse de cierta 
manera. Los “modos de hablar” se hallan entretejidos con los modos de vivir, y en 
particular, de actuar. Entender un lenguaje implica, entonces, hacer algo o dominar algo 
en lo que uno se ha ejercitado y ha aprendido durante mucho tiempo. Entender un 
lenguaje y saber hablar conlleva, necesariamente, haber aprendido a realizar ciertas 
actividades referidas a contextos particulares y específicos, entender y ostentar una 
praxis social, participar en una forma de conducta gobernada por reglas28. La 
multiplicidad y dinamismo de los juegos lingüísticos parece, entonces, hallarse en 
función de las necesidades humanas, si se considera que Wittgenstein ofrece una visión 
25 IF &23 
26 IF.&18 
27 IF & 20 
28 La pertinencia de las reglas se pone de manifiesto cuando ingresamos en un grupo cuyos juegos 
lingüísticos desconocemos. Al intentar comunicarnos allí experimentaremos inevitablemente 
discordancias y tensiones. porque la comunicación entre sus miembros responde a reglas que sólo 
podremos conocer en la medida en que abandonemos nuestro rol de observadores no participantes y nos 
"arrojemos al agua”; en otras palabras, cuando decidamos participar en la comunicación. Lograr hacerlo 
de tal modo que la interacción no quede perturbada implica haber comprendido las reglas en cuestión. 
16
pragmática del lenguaje, situándolo en el mismo nivel que cualquier otro tipo de 
actividad de la especie humana. 
A lo largo de este trabajo se ha venido observando que las Investigaciones se 
dirigen principalmente a cuestionar la “concepción agustiniana del lenguaje”. Si las 
palabras fueran rótulos y el lenguaje constituyese el medio para hacer referencia a las 
cosas del mundo, a la vez que para expresar nuestros pensamientos y creencias, lenguaje 
y mundo serían dos esferas separadas aun cuando estuviesen correlacionadas, y la 
estructura del mundo determinaría, sin más, la estructura del lenguaje. Es éste, 
precisamente, el supuesto sobre el cual descansa la teoría semántica de la verdad, 
formulada inicialmente por Aristóteles y formalizada luego por Tarski. El autor de 
Investigaciones adopta una posición marcadamente polémica respecto del supuesto en 
cuestión: cualquier determinación de la realidad resulta, según Wittgenstein, 
inevitablemente parasitaria del lenguaje; en otras palabras, no existe fuera de la 
experiencia lingüística ningún lugar desde el cual poder acceder al mundo, pues nuestra 
relación con éste se halla simbólicamente mediada por el lenguaje. Así, entonces, los 
presuntos rasgos de la realidad que tradicionalmente se presentan como dados, lejos de 
determinar el lenguaje, son, según Wittgenstein productos de su actividad 
configuradora. A ello se refiere Winch en el siguiente pasaje: 
17 
Nuestra idea de lo que pertenece al reino de la realidad nos viene dada en el lenguaje 
que empleamos. Los conceptos que poseemos establecen para nosotros la forma de la 
experiencia que tenemos del mundo 29 
Un claro ejemplo al respecto lo proporciona el lenguaje de la física cuántica. 
Quine formula el siguiente interrogante: “¿Quién se compromete a traducir ´ los 
neutrinos carecen de masa´ al lenguaje de la jungla?”. Es obvio que la respuesta a este 
interrogante exige el previo esclarecimiento de una cuestión fundamental: “¿Hay o no 
neutrinos en el mundo?” Como atinadamente observa Hanna Fenichel Pitkin, el acceso 
a algún ámbito del saber científico, implica la incorporación de lenguajes 
especializados, de sistemas simbólicos que suponen nuevos modos de ver el mundo. 
Así, por ejemplo, en la actualidad casi todos los físicos “ven” la naturaleza en términos 
de partículas elementales y creen que la realidad está compuesta por electrones, 
protones, neutrones, neutrinos, y que a su vez estas partículas pueden estar compuestas 
29 cfr. Rivera, S., “La relación entre lenguaje y orden del mundo en el pensamiento de Ludwig 
Wittgenstein”, en Cuadernos de Ética Nº 11-12, diciembre de 1991, pp.111-124)
por entidades más elementales llamadas quarks. El recurso a un lenguaje especializado 
como el de la física de partículas resulta, sin duda, sumamente apropiado para hacer 
zozobrar el supuesto sobre el cual se erigen “la concepción agustiniana del lenguaje” y 
la teoría semántica de la verdad. 
También la multiplicidad de lenguas naturales ofrece una amplia variedad de 
ejemplos ilustrativos al respecto. Sapir y Whorf relevaron una abundante cantidad de 
datos reveladores de la influencia que ejerce el lenguaje sobre la percepción sensible a 
nivel cotidiano30, en lo que respecta a objetos, a colores e incluso al tiempo.31Si bien es 
cierto que Wittgenstein no adhiere a un determinismo lingüístico en sentido “fuerte” a la 
manera de Whorf, es indudable que deja abierta la posibilidad de entender la relación 
entre el lenguaje y el mundo de otra manera, y de preguntarse, por ejemplo: “si el 
mundo es algo estable, permanente, que antecede como tal al propio lenguaje, ¿por qué 
no impone su auténtica estructura, su organización unívoca sobre nuestro trato 
lingüístico con él? ¿Por qué no reduce la diversidad de lenguas y de formas de empleo a 
una leibniziana mathesis universalis?” 
Se ha afirmado con anterioridad que un mérito fundamental de la corriente 
analítico-logicista fue haber orientado el pensamiento contemporáneo hacia el estudio 
del lenguaje. Cabe atribuir a Wittgenstein otro mérito de análoga importancia: su dura 
crítica a los supuestos epistemológicos de la mencionada corriente y a los criterios de 
verdad que la acompañan ha producido un vuelco radical en el concepto de lenguaje y 
una influencia nada desdeñable en la reconsideración de la naturaleza misma del 
conocimiento (tanto científico como ordinario), en la reformulación de la vinculación 
que media entre el conocimiento y la realidad, y en la redefinición del concepto mismo 
de realidad. 
18 
30 cfr.ibid. pp. 117-118 
31 cfr.ibid p.118

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Filosofia lenguaje y epistemología - Susana V. Calvo

  • 1. 1 Filosofía del lenguaje y epistemología: ¿una vinculación accidental o sustancial? Susana V. Calvo (UBA) En el presente trabajo nos propondremos abordar críticamente dos posiciones teóricas antagónicas respecto del lenguaje: la orientación pragmática y la representacionista. Se ha sostenido, no sin razón, que mientras la filosofía clásica hizo de la ontología su objeto de reflexión y la moderna realizó lo propio con el conocimiento, el pensamiento contemporáneo centró su atención en la investigación del lenguaje. El denominado “giro lingüístico” modificó radicalmente la formulación de intrincados problemas filosóficos. Ello no significa que el examen del lenguaje haya tenido comienzo en las primeras décadas del siglo pasado, porque como es bien sabido, tal tipo investigaciones se remonta a la antigüedad preplatónica. Corresponde, no obstante, señalar que el concepto de “giro lingüístico” no hace sólo referencia al lenguaje como objeto de reflexión: alude, asimismo, a la convicción de que el camino preliminar de toda búsqueda filosófica y la manera más apropiada de resolver sus problemas es, precisamente, la reflexión sobre el lenguaje. -1. La perspectiva analítico-logicista El mérito fundamental de esta perspectiva teórica es el de haber contribuido a orientar el pensamiento contemporáneo hacia la problemática del lenguaje. Su Manifiesto programático1, fuertemente inspirado en las tesis de Wittgenstein2, comienza denunciando el crecimiento ininterrumpido del pensamiento “metafísico y teologizante” tanto en el ámbito cotidiano como en el científico. Los empiristas lógicos explican tales extravíos a partir de distintos orígenes: psicológicos, sociológicos, etc. Pero según el Manifiesto en cuestión, estas desviaciones proceden, además, de la ligazón del intelecto con los lenguajes naturales, intrínsecamente ambiguos e imprecisos, y de la exagerada 1 cfr. La concepción científica del mundo: el Círculo de Viena, en Redes, Revista De Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología, Universidad Nacional de Quilmes, Vol. 9 Nº 18, junio de 2002 Presentación y traducción Lorenzano, P., pp.103-149 2 Wittegenstein, L. Tractatus Logico- Philosopicus, escrito entre 1914 y 1916
  • 2. confianza en que el pensar, por sí solo, puede llevar al conocimiento sin recurrir a ningún tipo de contacto experiencial. El artículo titulado “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje”3 resulta en tal sentido de especial interés. Allí plantea Carnap el problema de la demarcación entre el lenguaje significativo y el no significativo. Según el autor, en la búsqueda de criterios que permitan distinguir las expresiones verdaderamente significativas de aquellas que carecen de significación, no es conveniente atenerse a los criterios lingüísticos gramaticales, pues éstos hacen aparecer como dotadas de sentido oraciones que, analizadas lógicamente, se encuentran totalmente desprovistas del mismo. Se requiere, según Carnap, un análisis semántico profundo, con arreglo al cual pueda establecerse una neta diferenciación entre enunciados que representan hechos y enunciados que no los representan en absoluto, debido a deficiencias sintácticas o léxicas que los despojan de toda significación. La teoría lógico-lingüística puede y debe, entonces, constituir un instrumento apropiado para diferenciar las auténticas proposiciones, los enunciados con significado, de las pseudoproposiciones, entidades lingüísticas aparentemente enunciativas, pero carentes de sentido. La lengua consta esencialmente de léxico y de sintaxis, es decir, de un conjunto de palabras que poseen significado y de un conjunto de reglas conforme a las que éstas deben combinarse. Que una entidad lingüística enunciativa posea significado depende entonces de estas dos condiciones: de las palabras utilizadas y de las reglas aplicadas para su combinación. Son asimismo éstos los dos factores responsables de la asignificatividad de las pseudoproposiciones: en ellas no se emplean términos con significado o no se los combina de manera apropiada. ¿En qué consiste el significado de una palabra? Carnap responde: “en designar un concepto”. ¿Qué estipulaciones deben establecerse para que una palabra tenga significado? Según el autor, debe fijarse la sintaxis de la palabra, es decir, la manera como se presenta en la forma proposicional más simple en la que pueda aparecer. El término 'piedra', por ejemplo, podría aparecer en una forma enunciativa elemental como “x es una piedra”. Si llamamos p a este tipo de proposiciones, el significado del término `piedra' viene indicado en el significado global de p. Captar este significado global 3 cfr. “La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje” en Ayer, A.J (comp.)., El positivismo lógico, México, F.C.E., 1965, pp. 66-87. 2
  • 3. equivale, según la tesis de Carnap a conocer las condiciones bajo las que p es verdadera o no lo es. En otras palabras, 'piedra' tiene el significado que nosotros le atribuimos cuando atendiendo la categoría de cosas escogidas para ocupar el lugar de “x” podemos determinar el valor veritativo de “x es una piedra” (Pa), es decir, cuando podemos saber qué observaciones llevarían, bajo ciertas condiciones, a aceptar la proposición como verdadera o a rechazarla como falsa. Así, pues, si alguien pretendiera introducir un nuevo término para designar un conjunto de elementos, resultaría imprescindible que proporcionara alguna prueba empírica con arreglo a la cual se pudiese distinguir la “cosa” a la que se refiere el vocablo en cuestión. Si afirmara que no hay ningún criterio empírico de aplicación, insistiendo no obstante en querer significar algo con la nueva expresión, su aplicación en el lenguaje sería, según Carnap, ilegítima. El mencionado autor establece las condiciones necesarias y suficientes para 3 otorgarle significado a una proposición “P(a)”: 1. Que las notas empíricas de “a” sean conocidas. 2. Que haya sido estipulado de qué proposiciones protocolares es derivable “P(a)”. 3. Que las condiciones de verdad para “P(a)” hayan sido establecidas. 4. Que el método de verificación “P(a)” sea conocido. Será, entonces, éste el único medio legítimo con arreglo al cual podrán introducirse nuevas expresiones en un lenguaje, puesto que “…la estipulación de este criterio elimina cualquier posible libertinaje con respecto a lo que nos gustaría que “significara” una palabra. Si la palabra ha de recibir un significado exacto no debe mutilarse su criterio de aplicación” 4 No siempre las condiciones de verificabilidad de una proposición elemental p suelen ser muy sencillas. Podría suceder que el concepto utilizado fuese más complejo que el de “piedra”; en tal caso, la atribución de significado al vocablo requiere el 4 cfr. ibid. p.69
  • 4. conocimiento de su definición en términos de otros más simples. Es éste el caso de términos tales como “artrópodo”, “perisodáctilo”, “gimnosperma”, “esclerodermia”, etc. La atribución de un significado a los mismos requiere el conocimiento de su definición en términos de otras expresiones más simples. Así, por ejemplo, puede precisarse el significado de “artrópodo” retrotrayendo este vocablo a otros de menor complejidad: “artrópodo”=df. “animal que posee un cuerpo segmentado con extremidades articuladas y una cubierta de quitina”; en otras palabras, tratando de derivar la proposición elemental “x es un artrópodo” de la conjunción de las proposiciones elementales o primarias (proposiciones protocolares) que contienen los vocablos simples que integran su definición. Según la tesis expuesta por Carnap, cualquier expresión significativa resulta, entonces, contrastable directamente con la realidad, o indirectamente, partiendo de su descomposición en expresiones más simples: 4 “cada palabra del lenguaje se retrotrae a otras y, finalmente, a las palabras que aparecen en las llamadas 'proposiciones protocolares' o 'proposiciones de observación'. Es a través de este procedimiento como adquiere su significado una palabra”5 Sintetizando, aquello que otorga significación a las proposiciones protocolares de una lengua es, en última instancia, su conexión con la realidad, directa o mediante definición; las expresiones no susceptibles de tal conexión resultan vacías de significado, del mismo modo que las pseudoproposiciones de las cuales forman parte, puesto que no se ajustan a los criterios de aplicación establecidos. Se advierte, entonces, que para los representantes del Wiener Kreis el significado de una palabra no depende de sus relaciones intralingüísticas con expresiones o enunciados, sino de su vinculación con la realidad extralingüística6, vinculación que solamente la teoría del conocimiento 5 cfr. ibid. pp.68-69 6Moritz Schlick, el fundador del Círculo de Viena, sostuvo que resulta imprescindible distinguir la coherencia o compatibilidad entre las proposiciones, de su acuerdo con la realidad, pues el que sólo exige la coherencia, sin más, como criterio de verdad “debería considerar los cuentos fantásticos tan verdaderos como un relato histórico o como el contenido de un tratado de química a condición de que sean hábilmente inventados y que no presenten contradicciones”. Continúa Schlick: “Puedo describir arbitrariamente un universo grotescamente extraño; el filósofo de la coherencia deberá encontrar mi exposición exacta, verdadera, si tan sólo mis afirmaciones son compatibles unas con otras y si, con precaución adicional, evito chocar con las maneras habituales de describir el mundo colocando el teatro de mi narración en una estrella lejana donde nadie irá a ver allí lo que pasa /nadie tendrá/ el derecho de objetarme sus observaciones, que nada tienen que ver aquí, puesto que sólo cuenta la ausencia de contradicción entre enunciados.” (Lecourt, D.; El orden y los juegos, Bs. As., Ediciones de la Flor, 1984,pp..108- 109).
  • 5. (con el auxilio de la lógica) puede especificar. De modo, entonces, que los problemas semánticos de definición de significado se trasladan así al ámbito epistemológico. No sólo razones de índole léxica pueden, según Carnap, tornar asignificativa una proposición. Existen, además, razones de orden sintáctico, consistentes en la utilización incorrecta de las reglas conforme a las que deben combinarse las palabras. A este respecto, Carnap y los positivistas consideraron necesario diferenciar la sintaxis lógica de la gramatical. Al solo efecto de aclarar esta distinción consideraremos los siguientes enunciados: 5 a) “Este escritorio es ante” b) “César es un número primo” La primera expresión revela un error sintáctico gramatical y representa un sinsentido. La segunda, aun siendo asignificativa, resulta gramaticalmente correcta, pues se trata de una oración bimembre del tipo sujeto predicado verbal; en otras palabras, responde a un esquema formal correcto. Es este último ejemplo el escogido por Carnap para ilustrar las discrepancias que suelen suscitarse entre ambas sintaxis. A la sintaxis gramatical le corresponde sólo investigar el carácter estructural de las expresiones que se combinan, estableciendo cuáles configuraciones son gramaticales y cuáles no, sin ir más allá; pero esto resulta claramente insuficiente cuando se trata de identificar las distintas clases de pseudoproposiciones. Corresponderá, en consecuencia, a la sintaxis lógica establecer una nítida diferenciación entre las combinaciones categoriales de índole ontológico-semántica permisibles, y las construcciones gramaticales que en verdad no lo son. “El hecho de que los lenguajes cotidianos permitan la formación de secuencias verbales carentes de sentido sin violar las reglas de la gramática indica que la sintaxis gramatical resulta insuficiente desde un punto de vista lógico. Si la sintaxis gramatical tuviera una exacta correspondencia con la sintaxis lógica no podrían formarse pseudoproposiciones. Si la sintaxis gramatical no solamente estableciera diferencias en el orden categorial de las palabras, tales como sustantivos, adjetivos, verbos, conjunciones, etc., sino que hiciera dentro de cada una de esas categorías las diferencias posteriores que son lógicamente indispensables, no podrían constituirse pseudoproposiciones” 7 Sintetizando, Carnap sostuvo que la sintaxis lógica debía incorporar las reglas de compatibilidad semántica omitidas por la sintaxis gramatical. De esta manera quedaría 7 cfr. op.cit p.74
  • 6. satisfactoriamente explicada la asignificatividad de los enunciados metafísicos típicos, cuyo origen radica en los errores categoriales que incluyen. El autor analizó en particular algunos enunciados de la obra de Heidegger titulada ¿Qué es la metafísica? mostrando que en éstos se emplea, por ejemplo, el término 'nada'8 de forma sustantivada, que de él se deriva el espurio neologismo 'nadear', y que de ambas transgresiones categoriales proceden combinaciones asignificativas como “la angustia revela la Nada” o “la Nada nadea”. Así, pues, los empiristas lógicos creyeron poder mostrar de qué manera las trampas del lenguaje suelen conducirnos a postular la existencia de entidades que, en verdad, sólo tienen lugar en el ámbito lingüístico como consecuencia de la trasgresión de la sintaxis lógica. Los integrantes de Wiener Kreis, reconocieron además otro tipo de pseudoproposiciones metafísicas: las que contienen palabras carentes de sentido. Un ejemplo de ello es “El principio del ser es el espíritu”, pues allí “principio” no alude a una prioridad temporal, la cual podría determinarse empíricamente, sino a una prioridad metafísica, para la cual no puede señalarse ningún criterio empírico. No sólo los enunciados del texto heideggeriano -concluye el Círculo de Viena-carecen de sentido, sino que toda la metafísica se halla desprovista de él, pues sus proposiciones infringen la sintaxis lógica o contienen términos que no se encuentran en relación designativa con la realidad. Resumiendo, los empiristas lógicos establecieron dos exigencias insoslayables para determinar la significatividad de los enunciados: a) la conexión de los términos empleados con la realidad, a través de la verificación de los enunciados protocolares a que fueran reducibles, y b) la adecuada construcción lógica, con arreglo a la cual pudieran evitarse las combinaciones categoriales aberrantes. Tomando como criterio las condiciones en cuestión, pretendieron efectuar una nítida diferenciación entre los enunciados con significado cognitivo y los enunciados carentes del mismo (enunciados sin sentido o con un significado puramente emotivo). Entre los primeros incluyeron los que poseen contenido informativo, propios de las ciencias empíricas y, conforme a su 8 Según los empiristas lógicos la utilización que Heidegger efectúa del vocablo ´nada´ constituiría, entonces, un claro ejemplo de la falacia de reificación. 6
  • 7. interpretación del Tractatus wittgensteiniano9, sostuvieron el carácter tautológico de las proposiciones lógicas y matemáticas, a las que no corresponde ningún estado individualizable de la realidad; en otras palabras, consideraron que tales proposiciones carecen de contenido informativo y precisamente por ello están privadas de significación.10; Entre las pseudoproposiciones incluyeron los enunciados metafísicos, éticos y estéticos.. Resulta, evidente, a partir de lo expuesto, el privilegio que los empiristas lógicos otorgaron a la función descriptiva o referencial, y la aspiración a un representacionismo lingüístico capaz de alcanzar el acoplamiento progresivo, cada vez más perfecto, entre el lenguaje y los hechos del mundo; asimismo, su íntima convicción de que el análisis del lenguaje constituye la condición sine qua non para alcanzar el orden lógico y la claridad enunciativa en ausencia de los cuales resulta imposible someter proposición alguna al control observacional. Conforme a su concepción verificacionista del significado, los integrantes del Wiener Kreis olvidaron la amplia gama de posibilidades que encierra el lenguaje y limitaron la imagen del mundo a un conjunto de hechos simples de los que darían cuenta las proposiciones elementales. Mucho de lo que se ha sostenido acerca del lenguaje procede, como se ha observado con anterioridad, de la ilusión de que éste representa -o debiera representar-la realidad extramental, de que una vez despojado de sus tendencias anárquicas mediante una adecuada terapia lógico-lingüística, podría exhibir una estructura capaz de reflejar isomórficamente la estructura del mundo real. Según los integrantes del Círculo de Viena, las expresiones anfibológicas o polisémicas, los significados 9 “La proposición muestra aquello que dice; la tautología y la contradicción muestran que no dicen nada. La tautología no tiene condiciones de verdad, pues es incondicionalmente verdadera; y la contradicción, bajo ninguna condición es verdadera. La tautología y la contradicción carecen de sentido (como el punto del cual parten dos flechas en direcciones opuestas.) (Yo no sé, por ejemplo, nada sobre el tiempo, cuando yo sé que llueve o no llueve.)” (TLF, 4.461). “Tautología y contradicción no son figuras de la realidad. No representan ningún posible estado de cosas. En efecto, una permite todos los posibles estados de cosas; la otra, ninguno. En las tautologías, las condiciones de acuerdo con el mundo –las relaciones representativas- se anulan recíprocamente en cuanto no están en ninguna relación representativa con la realidad. (Wittgenstein, L., Tractatus Logico-philosophicus, Madrid, Alianza, 1979, 4.462) 10 Los positivistas lógicos adoptaron la distinción wittgensteiniana entre sinlos (carente de significación) y unsinnig (carente de sentido, absurdo, insensato) “Tautologia y contradicción no son, sin embargo, sinsentidos (unsinnig); pertenecen al simbolismo, del mismo modo que cero es parte del simbolismo de la aritmética” En otras palabras, no informan nada ni tienen la pretensión de hacerlo. (op-cit. 4.4611). 7
  • 8. emotivos, las paradojas, en suma, la amplia diversidad de supuestas irregularidades y anomalías, debía ceder en beneficio de un lenguaje descriptivo emotivamente neutro y exclusivamente literal, apropiado para expresar de modo preciso y unívoco, mediante enunciados elementales, los hechos atómicos primarios. Conforme a una tradición que Frege transmitió a buena parte de la filosofía del lenguaje del siglo XX, la disyuntiva que se presenta ante las anomalías e irregularidades del lenguaje corriente es o bien su reemplazo por instrumentos expresivos más claros y precisos como los símbolos matemáticos o bien el análisis conceptual de dicho lenguaje, que haga posible descubrir la estructura lógica oculta de las expresiones que lo conforman. La estricta ordenación lógica y el análisis formal serán entonces, a partir de Frege los instrumentos predilectos de quienes se declaran comprometidos en la resolución de los tradicionales problemas semánticos. No sólo Frege y Russell, sino diversos filósofos posteriores a ellos, suscribieron aquella tendencia semántica a ver en el lenguaje natural una fuente de engaño. Según estos pensadores, en el lenguaje se debe buscar un orden que no se halla manifiesto, sino velado por su forma superficial; en otras palabras, el lenguaje no revela de manera directa su estructura lógico-semántica. Pensar que sí lo hace constituye la causa de diversos errores y confusiones. Se debe efectuar, entonces, un análisis que permita acceder a su naturaleza profunda; esa naturaleza es lógica, es decir, formal, constituida por relaciones entre elementos que tienen una conexión directa con la realidad. El examen de esa lógica interna y la captación de sus reglas es lo que hace posible diferenciar la clase de las proposiciones significativas del conjunto de las pseudoproposiciones carentes de significación. La tarea del análisis lógico, consistirá, entonces, en la búsqueda de una estructura lógica oculta bajo la forma superficial del enunciado, pues sólo ésta recoge la naturaleza lógica de la proposición poniendo de manifiesto su estructura pictórica o figurativa y permitiendo así comprender la relación interna en que se encuentran la proposición y el hecho. El medio del cual se valieron los integrantes de Wiener Kreis para delimitar el conocimiento científico y formular los criterios que permitiesen diferenciarlo de otros sistemas de ideas no cognoscitivos fue –como se observó en uno de sus más notables representantes- el análisis lógico del lenguaje, presuntamente depositario de tal 8
  • 9. conocimiento. Su modo de concebir la semántica se pone de manifiesto en los rasgos siguientes: a) la reducción de las funciones semánticas lingüísticas a la descriptiva o enunciativa; b) el análisis semántico entendido esencialmente como la búsqueda de una estructura lógica oculta bajo la forma superficial de los enunciados correspondientes al lenguaje natural, cuyo carácter confundente impide captar en forma inmediata el significado de las proposiciones c) la consideración de la estructura lógica como base para la interpretación semántica; d) la tesis según la cual el significado de la proposición consiste en la vinculación entre los elementos que la componen y la realidad. Queda claro, entonces, a partir de lo expuesto, que para efectuar la diferenciación entre el genuino conocimiento y las creencias infundadas, los empiristas lógicos se vieron obligados a centrar sus investigaciones en el lenguaje enunciativo, es decir, en aquel tipo de entidades lingüísticas indicativas de cómo son los hechos. Es así como el problema epistemológico se transformó en un problema lógico-lingüístico. -2. La perspectiva pragmática Tal como se observó con anterioridad el interés que suscitó el estudio del lenguaje en las primeras décadas del siglo pasado se ha dado en llamar “giro lingüístico”. Pero en el interior de este giro cabe, además, reconocer el giro pragmático. La perspectiva pragmática sostiene que la referencialidad semántica depende del uso, de los juegos de lenguaje y de las formas de vida que enmarcan la interacción lingüística, en otras palabras, que no existe una relación de referencia lenguaje-cosa que funcione con prescindencia de los usuarios del lenguaje, de sus prácticas y de sus creencias básicas. La idea de que el significado de una expresión debe rastrearse en su uso se encuentra desde el inicio de las Investigaciones Filosóficas11, en clara contraposición con el modelo representacionista que Wittgenstein imputa allí a San Agustín. El autor comienza mencionando un pasaje de las Confesiones con el propósito de destacar las insuficiencias de las teorías tradicionales: Cuando ellos (los mayores) nombraban alguna cosa y consecuentemente con esa apelación se movían hacia algo, lo veía y comprendía que con los sonidos que pronunciaban llamaban ellos a aquella cosa. Pues lo que ellos pretendían se entresacaba de su movimiento corporal: cual lenguaje natural de todos los pueblos que con mímica y juegos de ojos, con el movimiento del resto de los miembros y con el sonido de la voz hacen 11 cfr. Wittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, México, ed. Crítica, edición bilingüe, trad. García Suárez A.y . Moulines, U. 1988 9
  • 10. indicaciones de las afecciones del alma al apetecer, tener, rechazar o indicar cosas. Así, oyendo repetidamente las palabras colocadas en sus lugares apropiados en diferentes oraciones, colegía paulatinamente de qué cosas eran signos, y una vez adiestrada la lengua en esos signos, expresaba ya con ellos mis deseos”12 Esta manera de definir dando significado a un vocablo -el nombre- al tiempo que se señala su referente -la cosa-. conlleva la idea de que “nombrar algo es similar a fijar un rótulo en una cosa”13 lo cual supone para el filósofo vienés “una extraña conexión de una palabra con un objeto”14. De hecho, la imagen tradicional de lo que es aprender un lenguaje comporta cierta circularidad; si concebimos que el aprendizaje consiste en pensar (decirse) que ciertas palabras se corresponden con objetos, el propio aprendizaje supone ya una forma de lenguaje, aun cuando ésta fuese muy primitiva. En otras palabras, para aprender el lenguaje el niño debería hallarse ya en posesión de alguno. Aun cuado sea cierto que no se debe ignorar la relevancia que el juego nominativo y la definición ostensiva pueden tener en la adquisición del lenguaje, ello no justifica, según el autor, que se reduzca a esta definición toda nuestra práctica lingüística. Con la intención de adelantar sus objeciones a aquel reduccionismo nominativo según el cual todo simbolismo, y en particular el del lenguaje natural, debe su virtualidad semiótica a esa capacidad reproductora de una realidad simbolizada, Wittgenstein afirmará que tal postura teórica realiza una abusiva extrapolación de la función nominativa y mutila de esta forma la realidad concreta de lo que pretende caracterizar. Esta idea –agrega el autor de Investigaciones refiriéndose a la concepción agustiniana- no es incorrecta, sino incompleta; entre otras razones, porque solamente toma en consideración un tipo de palabras, los sustantivos o nombres que se refieren directamente a objetos; y porque puede valer, por lo tanto, para caracterizar un juego de lenguaje tan primitivo y simple como lo es el de “nombrar”, propio de los albañiles15 y análogo, asimismo, a los tempranos usos lingüísticos con que los niños comienzan a aprender un vocabulario. Tratará seguidamente de demostrar que aquello que la 10 12 IF. & 1 13 ibid. &15 14 ibid.&38 15 ibid. &2-3
  • 11. tradición lingüística consideraba esencial en el lenguaje, no es más que la injustificada generalización de un juego semántico muy simple, el de nombrar objetos, y además, que éste no ostenta el carácter paradigmático que la tradición filosófica le ha conferido. Al solo efecto de manifestar sus discrepancias con esa concepción combinatoria y representacionista apelará a un ejemplo de codificación e intercambio lingüístico entre agentes A y B, ocupados en la construcción de una obra de albañilería, donde en una especie de lenguaje primitivo y en extremo precario, los sustantivos “ladrillo”, “losa”, “soporte”, “bloque” son usados por A para impartir a B la orden de traer los diversos materiales, pero donde un cierto juego permitiría a B emplear los mismos vocablos para confirmar o infirmar la presencia de los materiales en cuestión. (…) Imaginemos un lenguaje para el que vale una descripción como la que ha dado Agustín. El lenguaje debe servir a la comunicación de un albañil A con su ayudante B. A construye un edificio con piedras; hay cubos, pilares, losas y vigas. B tiene que pasarle las piedras y justamente en el orden en que A las necesita. A este fin se sirven de un lenguaje que consta de las palabras “cubo”, “pilar”, “losa”, “viga”. A las grita –B le lleva la piedra que ha aprendido a llevar a ese grito” "Ese concepto filosófico del significado reside en una imagen primitiva del modo y manera en que funciona el lenguaje. Pero también puede decirse que es la imagen de un lenguaje más primitivo que el nuestro. 16 Este ejemplo le permitirá a Wittgenstein marcar los límites del paradigma descriptivo o aseverativo del lenguaje, introduciendo una idea que será de capital importancia para el giro pragmático retomado posteriormente por Austin, a saber, que el lenguaje puede ser empleado con significado para múltiples propósitos, y no solamente en clave representacionista: 11 “…Es como si alguien explicara: ´Los juegos consisten en desplazar cosas sobre una superficie según ciertas reglas…` - Y le respondiéramos: ´Pareces pensar en juegos de tablero; pero estos no son todos los juegos. Puedes corregir tu explicación restringiéndola expresamente a esos juegos` “17 El autor de Investigaciones sostiene que la enseñanza basada en la definición ostensiva se limita simplemente a grabar en la mente del ayudante una conexión asociativa entre los nombres y los objetos correspondientes, suscitando la evocación de imágenes en la mente del aprendiz que escucha un nombre. Ello no garantiza que éste actúe tal como el albañil espera. Por ello es que “con una diferente instrucción la misma 16 ibid & 19 y ss 17 IF &3
  • 12. enseñanza ostensiva habría producido una comprensión enteramente diferente”18 . Aun cuando el juego del albañil y su ayudante se presente como un ejemplo de lenguaje nominativo, éste no es, en rigor, un juego nominativo en estado puro, pues si bien es cierto que la enseñanza ostensiva tuvo alguna utilidad en el proceso de aprendizaje, el objetivo del albañil, lejos de limitarse a producir una evocación en la mente del ayudante, fue el de lograr que éste aprendiera una actuación o conducta específica. Se revela, así, el corto alcance de aquella concepción que ve la esencia del lenguaje en esa extraña conexión de una palabra con una cosa. Debe subrayarse, entonces, una idea central en las Investigaciones: aprender el significado de un nombre no consiste en evocar las imágenes correspondientes ni en ningún otro proceso mental concomitante, sino en adquirir una forma de conducta que, en distintos individuos, puede hallarse asociada a diferentes representaciones o procesos psicológicos; pero, subraya el autor, no es la referencia a los hechos psicológicos aquello que puede dar cuenta de la homogeneidad necesaria para el despliegue de la comunicación. Con éstas y otras observaciones análogas, Wittgenstein intentará explicitar las insuficiencias de la definición que San Agustín formula con respecto a la esencia del lenguaje. Piensa en las herramientas de una caja de herramientas: hay un martillo, unas tenazas, una sierra, un destornillador, una regla, un tarro de cola, cola, clavos y tornillos.- Tan diversas como las funciones de estos objetos son las funciones de las palabras. (Y hay semejanzas aquí y allí)”19 Así, pues, el acento estará ahora puesto en el vínculo consustancial que une los significados de las palabras con sus múltiples usos, para marcar cómo la tradicional concepción filosófica del “significado”, al no haber considerado esta diversidad, propició cuanto dijeron los lógicos sobre la estructura del lenguaje (y entre ellos se incluye explícitamente Wittgenstein a sí mismo) El hecho de que una expresión nominal nombre realmente un objeto (en el interior de una proposición) -sostiene Wittgenstein- no es algo inherente a la propia naturaleza del nombre; contrariamente a ello, depende de factores externos a sus propiedades estrictamente lingüísticas. Para expresarlo en términos del autor, que un 12 18 IF & 6 19 cfr. op.cit. & 11
  • 13. nombre denomine efectivamente un objeto depende de su aplicación como nombre, y ésta no se encuentra en una relación interna con el nombre, sino externa a él, por cuanto depende de que tal nombre sea realmente empleado en una ocasión concreta, con el propósito de nombrar un objeto. Sintetizando, la función designativa de las expresiones se muestra en su uso. Aquello que nos confunde, en el caso de las palabras es, según el autor, la uniformidad de su apariencia, cuando las consideramos como signos, ya sea hablados o escritos: Es como cuando miramos la cabina de una locomotora. Los diferentes manubrios que hay en ella son parecidos, en tanto todos han sido diseñados para manejar con la mano. Pero un análisis más minucioso nos permite advertir que algunos de ellos pueden graduarse de modo continuo en tanto que otros tienen tan sólo un par de posiciones efectivas. El mango de una palanca de freno acentúa su poder en función de la fuerza ejercida sobre él, mientras el manubrio de una bomba sólo funciona al ser movido de un lado a otro20 Tal como sucede con los diversos manubrios existentes en la cabina de una locomotora, lo importante, lo que cuenta en el caso de las palabras no es la uniformidad de su apariencia, sino el modo en que se las emplea para que puedan cumplir las diversas funciones en virtud de que han sido creadas. El autor de Investigaciones cuestiona, entonces, el supuesto de que los nombres refieren a objetos independientemente de los propósitos de su utilización, y de que éste es un hecho básico en el proceso de aprendizaje de cualquier lengua. Con ello ataca las tesis de toda una tradición filosófica, representada por San Agustín, conforme a la cual los signos significan porque están en lugar de aquello que designan, es decir, porque su significación consiste en sustituir realidades, y comprenderlos equivale, entonces, a advertir que están lugar de las cosas significadas. La nueva teoría del lenguaje que Wittgenstein defenderá en las Investigaciones consiste precisamente en la propuesta de un nuevo modo de entender la significación de un signo y su comprensión. ¿De qué depende, entonces, el significado de una palabra? La respuesta de Wittgenstein es categórica: “Del papel que desempeña esa palabra dentro de un juego de lenguaje”. En otros términos, “el significado está en el uso”; “el significado de una palabra es su uso en el lenguaje” Las voces son función de los “juegos” 13 20 cfr. ibid. & 12
  • 14. Según Wittgenstein, entonces, es falaz creer que un lenguaje suficientemente rico posee una sola función, y erróneo pensar que todos los lenguajes tienen la misma función. Las funciones lingüísticas son muy variadas. No hay lenguaje sino “juegos lingüísticos”. Éstos no corresponden a expresiones o grupos de expresiones determinados, sino a actos tales como “dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir un objeto por su apariencia o sus medidas, relatar un suceso, hacer conjeturas sobre el suceso, formular y comprobar una hipótesis, presentar los resultados de un experimento mediante tablas y diagramas, inventar una historia y leerla, actuar en teatro… traducir un lenguaje a otro, suplicar, agradecer, saludar, maldecir, rezar.21 También el sentido de las oraciones depende del modo de su empleo, es decir, reside también en el uso: “¿Pero no consiste el mismo sentido de las oraciones en su mismo empleo? (En ruso se dice “piedra roja” en vez de “la piedra es roja”; ¿les falta la cópula en el sentido o añaden la cópula mentalmente? Naturalmente que es por el contexto de uso como se ve la injerencia de la cópula y se la completa mentalmente.” De modo, pues, que así como el uso que damos a las palabras es múltiple y diverso, también lo es el que damos a las oraciones, razón por la cual su significado debe especificarse en el uso. No son escasos ni carentes de importancia los autores que manifiestan su desacuerdo con el filósofo vienés y afirman que las diferentes oraciones se caracterizan por poseer estructuras que las hacen apropiadas para funcionar de tal o cual manera – como órdenes, como ruegos, como advertencias, como informaciones, como expresiones de sentimientos, etc.-, y, conforme a tal criterio las dividen en enunciativas, interrogativas, directivas, expresivas, etc. Hay quienes sostienen que la función primaria es la aseverativa o “descriptiva”, y, además, que si la oración no es descriptiva tiene que poder reducirse lógicamente a tal. Contra tales criterios se levantó la concepción pragmatista de Wittgenstein, según la cual un enunciado es descriptivo, exhortativo o de cualquier otra índole, porque se usa como tal dentro de un juego determinado.22 Y los ejemplos precedentes parecen 21 IF. & 23 22 “¡Fuego!” por ejemplo, puede servir para dar una voz de alarma, para ordenar a un pelotón que ejecute una sentencia, etc. “Cinco peras y dos naranjas” puede usarse para contar peras y 14
  • 15. apoyar esta aserción. En síntesis, así como el uso que damos a las palabras es múltiple y diverso, también lo es el que les damos a las oraciones. Por ello es que su significado tiene que especificarse en el uso: ¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? Hay innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos “signos”, “palabras”, “oraciones”. Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos signos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de ello pueden dárnosla los cambios de la matemática 23 Los juegos que constituyen nuestro lenguaje son, entonces, múltiples; y las palabras que lo componen son empleadas de formas diversas, participan en variados juegos y se hallan sujetas a la peculiar gramática de cada uno de ellos. La declaración de Wittgenstein de que existen incontables tipos de oraciones, innumerables formas en que podemos emplearlas, resulta algo extraña, pues parece poco respetuosa con evidentes hechos gramaticales. Pero es necesario entender esta aseveración en el contexto de lo que constituye una explicación del significado. Desde el punto de vista gramatical existen varios tipos de oraciones que se distinguen por características estructurales; pero lo que resulta esencial para Wittgenstein consiste en aclarar si son realmente las clases de oraciones las que determinan los tipos de significados. Ya conocemos su respuesta: las aparentes homogeneidades estructurales esconden una infinita variedad de usos, una indeterminada cantidad de posibilidades de que tales oraciones entren a formar parte de juegos lingüísticos diversos. Lo interesante, entonces, en la medida en que queremos entender cómo funciona el lenguaje, es que el significado de una oración no se halla determinado por sus aspectos gramaticales o estructurales (la gramática superficial en la acepción de wittgensteiniana). Aun cuando sólo contáramos con oraciones indicativas, interrogativas e imperativas, ello no supondría que podemos efectuar sólo afirmaciones, preguntas o mandatos24podríamos, contrariamente a ello, realizar una infinidad de (tipos de) acciones que, entretejidas, constituyen nuestra vida social y comunicativa. naranjas, para solicitarlas en un comercio, para separar o distinguir las peras de las naranjas, etc. 23 ibid. op.cit 24 IF.&12 15
  • 16. La expresión “juego de lenguaje” debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida25 Cuando se concibe el lenguaje como una actividad que se realiza en el seno de una comunidad, es decir, como una práctica socialmente compartida, la apertura y la historicidad de la vida social se trasladan al propio sistema lingüístico. No sólo existe la libertad de inventar y vivir nuevas formas de comunicación que den lugar a nuevos juegos de lenguaje, a nuevos significados; también es preciso considerar el lenguaje bajo la óptica de la historia, como la acumulación de formas de vida inventadas, practicadas, quizás ya olvidadas: Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas plazas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes.26 …Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos signos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan…27 Los juegos lingüísticos se hallan indisolublemente vinculados con las formas de vida, su unión con ellas no es ni azarosa ni irrelevante sino interna y sustancial. Usar una expresión perteneciente a un juego lingüístico equivale a comportarse de cierta manera. Los “modos de hablar” se hallan entretejidos con los modos de vivir, y en particular, de actuar. Entender un lenguaje implica, entonces, hacer algo o dominar algo en lo que uno se ha ejercitado y ha aprendido durante mucho tiempo. Entender un lenguaje y saber hablar conlleva, necesariamente, haber aprendido a realizar ciertas actividades referidas a contextos particulares y específicos, entender y ostentar una praxis social, participar en una forma de conducta gobernada por reglas28. La multiplicidad y dinamismo de los juegos lingüísticos parece, entonces, hallarse en función de las necesidades humanas, si se considera que Wittgenstein ofrece una visión 25 IF &23 26 IF.&18 27 IF & 20 28 La pertinencia de las reglas se pone de manifiesto cuando ingresamos en un grupo cuyos juegos lingüísticos desconocemos. Al intentar comunicarnos allí experimentaremos inevitablemente discordancias y tensiones. porque la comunicación entre sus miembros responde a reglas que sólo podremos conocer en la medida en que abandonemos nuestro rol de observadores no participantes y nos "arrojemos al agua”; en otras palabras, cuando decidamos participar en la comunicación. Lograr hacerlo de tal modo que la interacción no quede perturbada implica haber comprendido las reglas en cuestión. 16
  • 17. pragmática del lenguaje, situándolo en el mismo nivel que cualquier otro tipo de actividad de la especie humana. A lo largo de este trabajo se ha venido observando que las Investigaciones se dirigen principalmente a cuestionar la “concepción agustiniana del lenguaje”. Si las palabras fueran rótulos y el lenguaje constituyese el medio para hacer referencia a las cosas del mundo, a la vez que para expresar nuestros pensamientos y creencias, lenguaje y mundo serían dos esferas separadas aun cuando estuviesen correlacionadas, y la estructura del mundo determinaría, sin más, la estructura del lenguaje. Es éste, precisamente, el supuesto sobre el cual descansa la teoría semántica de la verdad, formulada inicialmente por Aristóteles y formalizada luego por Tarski. El autor de Investigaciones adopta una posición marcadamente polémica respecto del supuesto en cuestión: cualquier determinación de la realidad resulta, según Wittgenstein, inevitablemente parasitaria del lenguaje; en otras palabras, no existe fuera de la experiencia lingüística ningún lugar desde el cual poder acceder al mundo, pues nuestra relación con éste se halla simbólicamente mediada por el lenguaje. Así, entonces, los presuntos rasgos de la realidad que tradicionalmente se presentan como dados, lejos de determinar el lenguaje, son, según Wittgenstein productos de su actividad configuradora. A ello se refiere Winch en el siguiente pasaje: 17 Nuestra idea de lo que pertenece al reino de la realidad nos viene dada en el lenguaje que empleamos. Los conceptos que poseemos establecen para nosotros la forma de la experiencia que tenemos del mundo 29 Un claro ejemplo al respecto lo proporciona el lenguaje de la física cuántica. Quine formula el siguiente interrogante: “¿Quién se compromete a traducir ´ los neutrinos carecen de masa´ al lenguaje de la jungla?”. Es obvio que la respuesta a este interrogante exige el previo esclarecimiento de una cuestión fundamental: “¿Hay o no neutrinos en el mundo?” Como atinadamente observa Hanna Fenichel Pitkin, el acceso a algún ámbito del saber científico, implica la incorporación de lenguajes especializados, de sistemas simbólicos que suponen nuevos modos de ver el mundo. Así, por ejemplo, en la actualidad casi todos los físicos “ven” la naturaleza en términos de partículas elementales y creen que la realidad está compuesta por electrones, protones, neutrones, neutrinos, y que a su vez estas partículas pueden estar compuestas 29 cfr. Rivera, S., “La relación entre lenguaje y orden del mundo en el pensamiento de Ludwig Wittgenstein”, en Cuadernos de Ética Nº 11-12, diciembre de 1991, pp.111-124)
  • 18. por entidades más elementales llamadas quarks. El recurso a un lenguaje especializado como el de la física de partículas resulta, sin duda, sumamente apropiado para hacer zozobrar el supuesto sobre el cual se erigen “la concepción agustiniana del lenguaje” y la teoría semántica de la verdad. También la multiplicidad de lenguas naturales ofrece una amplia variedad de ejemplos ilustrativos al respecto. Sapir y Whorf relevaron una abundante cantidad de datos reveladores de la influencia que ejerce el lenguaje sobre la percepción sensible a nivel cotidiano30, en lo que respecta a objetos, a colores e incluso al tiempo.31Si bien es cierto que Wittgenstein no adhiere a un determinismo lingüístico en sentido “fuerte” a la manera de Whorf, es indudable que deja abierta la posibilidad de entender la relación entre el lenguaje y el mundo de otra manera, y de preguntarse, por ejemplo: “si el mundo es algo estable, permanente, que antecede como tal al propio lenguaje, ¿por qué no impone su auténtica estructura, su organización unívoca sobre nuestro trato lingüístico con él? ¿Por qué no reduce la diversidad de lenguas y de formas de empleo a una leibniziana mathesis universalis?” Se ha afirmado con anterioridad que un mérito fundamental de la corriente analítico-logicista fue haber orientado el pensamiento contemporáneo hacia el estudio del lenguaje. Cabe atribuir a Wittgenstein otro mérito de análoga importancia: su dura crítica a los supuestos epistemológicos de la mencionada corriente y a los criterios de verdad que la acompañan ha producido un vuelco radical en el concepto de lenguaje y una influencia nada desdeñable en la reconsideración de la naturaleza misma del conocimiento (tanto científico como ordinario), en la reformulación de la vinculación que media entre el conocimiento y la realidad, y en la redefinición del concepto mismo de realidad. 18 30 cfr.ibid. pp. 117-118 31 cfr.ibid p.118