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Dirección General
Valeria Wozniak
Corrección:
Victoria Márques
Grupo Editorial:
Nueve Musas
nuevemusasrevistacultural@hotmail.com
Nueve
Musas
ISBN 978-987-33-2476-5
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Nueve
Musas
Nueve Musas es una mujer luminosa que fantasea palacios de
colores sobre olas que la elevan hasta las estrellas. Conoce mi
destino y mi sueño. Sabe que me encuentra levitando en las
líneas del cosmos por eso me regala la belleza de su lumbre. Yo
sólo soy la emisaria. Ella ya es antes de nacer en las líneas de
mi tinta y su suerte. Buen viaje mi hermosa dama…buen viaje….
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Julio Cortázar
Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.
A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser
tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del
rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla.
En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado
adónde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí
mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La
moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes
vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el
verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas
que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá
algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la
tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario
relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la
esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las
soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito
de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de
debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron
gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían
pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su
único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la
esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta.
Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del
accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe
le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de
espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió
en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda
donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos
de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía;
de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los
labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y
nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural",
dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al
llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo
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llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles
llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron
largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y
vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que
le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las
contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda
puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de
blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le
acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco
se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la
mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero
un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los
tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia
compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan
natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única
probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse
de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo
se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del
juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en
su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil,
temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó,
tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del
otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía
esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez
un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se
oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida.
Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas,
agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos.
Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el
sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más
temía, y saltó desesperado hacia adelante.
-Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo.
Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras
trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la
pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como
si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para
mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido
dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos,
escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna
pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera
rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada
con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con
un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la
noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un
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relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente
repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la
calle es peor; y quedarse.
Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito
de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no
le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una
punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un
azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero
al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de
felicidad, abandonándose.
Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante
embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque
arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada",
pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no
podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas.
Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para
escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez.
Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango
del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el
amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las
lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero
sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la
espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra
florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía
refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las
ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros
que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza
continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y
su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores
Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en
el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era
insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la
hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a
cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
-Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del
duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una
lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser,
respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin...
Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse.
Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el
aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete,
golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con
vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como
un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado
que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia
advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el
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choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no
le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había
durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera
pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra
el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio
mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja
partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse
sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora
volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en
su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin
las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero
en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo
obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una
oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos.
Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la
espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su
amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía
salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los
atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la
espera de su turno.
Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un
quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se
defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros
que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó
de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a
la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El
chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por
zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte,
tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta,
y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la
ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las
luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las
sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado,
siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los
portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes
mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo
llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se
iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se
alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no
acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero
todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y
él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero
corazón, el centro de la vida.
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Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que
lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa
de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra
azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas
imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía
formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber
que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el
buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba
mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con
la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se
cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con
súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a
acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de
la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla,
desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo
el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras
lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban
las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante
de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para
tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los
párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque
estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y
cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el
cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía
que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el
otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas
avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo,
con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de
ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un
cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre
las hogueras.
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El naturalismo es un movimiento literario
que tuvo lugar aproximadamente entre finales del siglo XIX (a partir de 1880)
y mediados del siglo XX (fundamentalmente hasta 1940).
No obstante las raíces el movimiento son anteriores, pues los escritores
naturalistas tomaron sus ideas y las desarrollaron
a partir del movimiento literario dominante durante el siglo XIX,
el realismo.
Algunos críticos han tratado de etiquetar
el naturalismo como una especie de "realismo radical",
pero este movimiento tiene suficiente personalidad
y profundidad como para ser apartado del realismo
y considerado diferente.
Allí donde el realismo era básicamente descriptivo, meramente literario y
únicamente atento hacia la capa social burguesa -principal promotora y
consumidora del mismo-, el naturalismo resultó un movimiento con influencias
más profundas -entre las que destacan sobre todo la teoría de la evolución de
Darwin y la filosofía determinista- y metas más altas -no sólo mostrar la vida de su
época “tal como era” sino terminar “por qué era como era”, y hacerlo sin omitir sus
aspectos más hermosos ni tampoco los más desagradables-.
12
Las obras naturalistas solían incluir, de
hecho, la pobreza, el racismo, el sexo, los
prejuicios, la enfermedad, la
prostitución, la suciedad y la muerte
tratadas de una forma exenta de
dramatismo, lo que las hizo algo difíciles
para el público en general y consiguió
que fueran criticadas por ser demasiado
directas y francas. Frente al optimismo y
al progresismo liberal del que solían
hacer gala los escritores realistas, el
naturalismo se mostraba fuertemente
pesimista; y en contra de la “apología de
la libertad” propia de los realistas, los
naturalistas negaban la libre voluntad y
se refugiaban en su pesimismo
determinista, afirmando que las
condiciones sociales y naturales de los
personajes les impiden vivir de acuerdo
con su voluntad.
En este sentido, los naturalistas se
mostraron muy interesados en abordar
sus obras desde un punto de vista
“científico”, intentando identificar las
fuerzas ocultas que influencia las
acciones de los personajes. Esas fuerzas
serían principalmente el ambiente en el
que esos personajes crecen y operan, así
como la herencia que reciben o, en otras
palabras, la posición social y económica
que ocupan. El máximo representante,
principal impulsor y primer teórico del
naturalismo fue el escritor francés Émile
Zola, quien dejó canonizado el género en
el prólogo de su novela Thérèse Raquin.
Desde Francia el naturalismo se
extendió a Alemania, Italia -donde se
denominó verismo-, a Rusia -donde
influyó en autores como Gogol y
Dostoiveski- , a España y también a
Latinoamérica y a los Estados Unidos.
13
Desde Francia, el Naturalismo se
extendió a toda Europa en el curso de
los veinte años siguientes adaptándose a
las distintas literaturas nacionales. El
naturalismo presenta al ser humano sin
albedrío, determinado por la herencia
genética y el medio en que vive. En él
influyen el Positivismo de Auguste
Comte, que no valora que no puede ser
objeto de experiencia, el Utilitarismo de
Bentham y Stuart Mill, que juzga todo en
función de su utilidad, y el
Evolucionismo físico de Darwin y social
de Herbert Spencer, que niega la
espiritualidad del hombre al negar la
intervención divina, y el materialismo
histórico de Marx y Engels. En la
mayoría de los escritos lo que se intenta
es reflejar que la condición humana está
mediatizada por tres factores: la
herencia genética, las taras sociales
(alcoholismo, prostitución, pobreza,
violencia) y el entorno social y material
en que se desarrolla e inserta el
individuo.
Esto es, lo que se conoce en filosofía
como Determinismo. De aquí deriva otra
importante característica del
Naturalismo, una crítica (implícita, ya
que el valor documental y científico que
se pretende dar a la literatura de este
tipo impide aportar opiniones propias) a
la forma como está constituida la
sociedad, a las ideologías y a las
injusticias económicas, en que se hallan
las raíces de las tragedias humanas.
La fisiología como motor de la conducta
de los personajes;
Sátira y denuncia social. La novela
naturalista no vale como simple
pasatiempo, es un estudio serio y
detallado de los problemas sociales,
cuyas causas procura encontrar y
mostrar de forma documental
Concepción de la literatura como arma
de combate político, filosófico y social;
Argumentos construidos a la sombra de
la herencia folletinesca y orlados de un
abrumador.
Feísmo y tremendismo como revulsivos.
Puesto que se presentan casos de
enfermedad social, el novelista
naturalista no puede vacilar al
enfrentarse con lo más crudo y
desagradable de la vida social.
Adopción de los temas relativos a las
conductas sexuales como elemento
central de las novelas. No se trata de un
erotismo deleitoso y agradable, sino que
es una manifestación de enfermedad
social, suciedad y vicio. Por ello,
frecuentemente el novelista naturalista
se centra en el mundo de la prostitución,
vista como lacra social y como tragedia
individual. El público confundía sin
embargo a veces naturalismo con
pornografía, lo que no era la intención
de los naturalistas. Estos critican con
frecuencia la literatura folletinesca que
trastorna la percepción de la realidad.
Cabe destacar que, si bien Realismo y
Naturalismo son muy parecidos en el
sentido de reflejar la realidad tal y como
es (contrariamente al idealismo
romántico), la diferencia radica en que
el Realismo es más descriptivo y refleja
los intereses de una capa social muy
definida, la burguesía, mientras que el
Naturalismo extiende su descripción a
las clases más desfavorecidas, intenta
explicar de forma materialista y casi
mecanicista la raíz de los problemas
sociales y alcanza a hacer una crítica
social profunda; además, si el
individualismo burgués es siempre libre
y optimista en su fe liberal de que es
posible el progreso sin contrapeso y
labrar el propio destino, el Naturalismo
es pesimista y ateo merced al
determinismo, que afirma que es
imposible escapar de las condiciones
sociales que guían nuestro sendero en la
vida sin que podamos hacer nada por
14
impedirlo. Por otra parte los naturalistas
españoles hacen uso de un narrador
omnisciente y se alejan del
impersonalismo que busca el maestro
francés Zola; por otra parte, estas
novelas no consiguen una reproducción
fiel de la realidad, objetivo que sí busca
Zola, sino que recargan excesivamente
los aspectos que quieren destacar, con lo
que pierden el valor documental que
busca Zola.
Se considera que el Naturalismo es una
evolución del Realismo. De hecho, la
mayoría de los autores realistas
evolucionó hacia esta corriente
materialista, si bien otros orientaron su
descripción de la realidad hacia el
interior del personaje llegando a la
novela psicológica.
El Naturalismo, al igual que el Realismo,
refuta el Romanticismo rechazando la
evasión y volviendo la mirada a la
realidad más cercana, material y
cotidiana, pero, lejos de conformarse
con la descripción de la mesocracia
burguesa y su mentalidad individualista
y materialista, extiende su mirada a las
clases más desfavorecidas de la sociedad
y pretende explicar los males de la
sociedad de forma determinista.
15
Émile Zola
La modernidad y la tradición dividían
Francia a mediados del siglo XIX.
El sur francés vivía plácidamente
instalado en su cálido pasado e inmerso
en las creencias populares de
honda raigambre: familia, trabajo y
religión, valores éstos que dejarán una
profunda huella en la formación de Zola
y que, como la estética meridional,
formarán parte del substrato que nutre
su producción. La primera adolescencia
de Zola estuvo marcada por su
archiconocida amistad con Cézanne y
por el despertar de sus primeras
lecturas, algo que le hizo zambullirse
plenamente en la lírica romántica.
Aunque Zola nació en París, a la edad de tres
años se trasladó junto con su familia al sur
francés, a la Provenza, más concretamente, a la
ciudad de Aix-en-Provence, donde pasaría toda su
infancia y parte de su juventud. Zola resultó ser
doblemente meridional, por parte geográfica y por
parte familiar, al ser hijo de veneciano y nieto de
griego. Esa tierra, tan rica estéticamente,
impregnó la vista y la sensibilidad del joven Émile,
despertando en él una conciencia artística que, no
sólo podemos apreciar en sus críticas pictóricas –
Mes salons-, sino también en muchas de sus
novelas. Por aquel entonces, las diferencias socio-
culturales entre el norte y el sur, entre la capital y
la provincia, eran muy notables.
16
El poso romántico del autor es
innegable; sin embargo, en sus
inicios como novelista, lo reconocía,
de mala gana, como si de un desliz
de adolecen se tratara. Sólo muchos
años después llegaría a esgrimirlo
como un valor esencial de su
producción. Desde lo ideológico,
escritores románticos como
Rousseau, Hugo, Musset o Michelet,
favorecieron la elaboración de un
moralismo idealista en el joven Zola,
que, torpemente todavía, se
empezaba a debatir entre la ciencia y
la religión, la fe y la razón.
Literariamente, el Zola de
adolescencia romántica creía en la
capacidad regeneradora y moral de
la poesía, y criticaba los textos que
se complacían en reproducir el
aspecto más crudo y escatológico de
la realidad, como una traba
insalvable en su vuelo hacia el ideal.
Estos planteamientos resultan
sorprendentes si los comparamos
con los del Zola más conocido. El
tópico del escritor maldito, obsceno y
blasfemo, contrasta con ese joven
que cree en el cometido divino de las
manifestaciones artísticas,
especialmente de la poesía lírica, la
única, según él, capaz de llevar a
cabo, dignamente, la función
moralizante que Dios había atribuido
al poeta. A finales de la década de
los cincuenta, Zola se trasladó a vivir
a París, y fue allí, donde, en medio
de la vida de bohemia y estrecheces,
comenzó a olvidar su herencia
romántica y a encaminarse hacia
presupuestos materialistas y
positivistas. De estos primeros años
parisinos, data una de las
constantes ideologías más
interesantes en su producción: el
redentorismo, aún en el aire del
Romanticismo. Se trata, obviamente
de una redención en el amor, lo cual
implica que, previamente a esa
salvación, ha habido un "pecado" que
la requiriera; y ¿Cuál es el pecado en
el amor? ¿Cuál su traición, su
hipocresía?: la prostitución. No en
vano, el objeto de la redención es
siempre mujer y prostituta,
especialmente en la época
romántica, que recreó hasta la
saciedad esta situación, en la que el
hombre era siempre el redentor y la
mujer, obviamente la redimida. Este
tema se inicia con una novela casi
desconocida llamada La confession
de Claude (1865) que podemos
considerar como la frontera que
separa la adolescencia romántica de
la juventud positivista de nuestro
autor. En la primera parte del libro,
el protagonista, de claras
resonancias autobiográficas, cree
todavía en esa idealista redención
por el amor al estilo de Michelet o de
Hugo; sin embargo, en la segunda
parte, renuncia a esa posibilidad
encaminándose hacia otros
presupuestos, más de su tiempo.
Pero, aunque el espíritu redentor de
los primeros años fracasará en su
intento regenerador, volverá más
tarde, con toda la fuerza y la
madurez que dan los años, para
triunfar plenamente en la mujer y en
el amor. Nos referimos a ese
segundo estadio del redentorismo
zoliano que protagonizará sus
últimas novelas, especialmente, a
partir de Le Docteur Pascal (1893) y,
de un modo casi obsesivo, en Les
Quatre Évangiles (1899-1903). No
obstante, entre esta primera novela
y las últimas se abre un foso enorme
de más de una veintena de años, que
corresponde a su obra más
monumental y conocida, Le Rougon-
Macquart (1870-1893). A la idea de
salvación le sucederá, en el tiempo y
en la obra, la idea de investigación.
No se tratará ya de curar, sino de
estudia los motivos y circunstancias
que han llevado a las gentes a la
decadencia social, moral y física. Así,
a la primera intención religiosa, aún
de herencia romántica, sucederá el
impulso científico, entre la sociología,
la historia y la fisiología, hijas todas
ellas de la nueva época positivista
que comenzaba a mediados de
siglo. Émile Zola comenzó a caminar
por las sendas de la doctrina
positiva, que iba imponiéndose con
fuerza en Francia, en el momento en
que entró a trabajar en la librería
Hachette, en 1862. Este empleo
supuso para él un verdadero proceso
de iniciación en la mentalidad
17
positivista y cientifista. La editorial,
dirigida por Louis Hachette, se había
convertido en un foro de
pensamiento e ideología republicanos
próximo a la burguesía ilustrada y
liberal. El momento de la
incorporación de Zola a la empresa
coincidió con la ampliación de la
misma y los grandes trabajos de
expansión que, de 1862 a 1864,
contribuyeron a hacer de ella el gran
coloso que conocemos. Al poco
tiempo de su entrada, Zola accedió al
puesto de jefe del recientemente
creado departamento de publicidad,
un puesto clave para un joven con
pretensiones literarias. Allí conoció
las obras de divulgación científica de
Hippolyte Taine, Claude Bernard y
sobre todo de Émile Littré, el gran
autor de la casa. Este período de
formación en las nuevas ideas se vio
reforzado por la asidua lectura del
periódico Le Siècle, fuertemente
republicano y anticlerical. Su llegada
a París y su contacto con medios
positivistas le hicieron, además,
reafirmarse en algo que venía
sospechando desde 1860: su
mediocridad como poeta. Quedaron,
pues, definitivamente olvidados
aquellos poemas grandiosos sobre la
creación del Universo, enterrados
bajo la besogne du siècle: su tarea
de novelista. En realidad, esto
supone un intento de resolver el
dualismo estético que venía
arrastrando: su opción entre la
realidad y el ideal, la prosa y la
poesía, lo contemporáneo y lo
eterno. la evolución personal y
estética de Zola coincide plenamente
con la evolución del siglo. Por eso, no
nos debe extrañar la sucesión de
etapas, en apariencia contradictorias,
que no son sino el reflejo del rumbo
que tomaron los últimos años del
siglo XIX. Sus primeros años en París
coincidieron con la época del
cientifismo a ultranza, de la
demostración de influencias
románticas anteriores y del más
acusado anticlericalismo. Éstas, que
son las 3 características generales de
mediados de siglo, lo son de igual
modo, de la primera madurez de
Zola. Ideológicamente, asistimos al
reinado de la ciencia; la ciencia que
todo lo puede y todo lo invade. El
método científico aplicado a la
pintura, a la novela, a la filosofía, a
la educación, a la política, la historia,
a un mundo "cientificado". Del tronco
común que representa August
Comte, verdadero creador del
positivismo, se desarrollaron fuertes
y notables ramas representadas por
Ernest Renan, Taine, Claude Bernard
o Littré, pilares fundamentales de la
intelectualidad francesa de la
segunda mitad de siglo. La invasión
que llevó a cabo la ciencia, en todos
los órdenes de la vida trajo como
consecuencia, el repudio a cualquier
dimensión metafísica, especialmente
religiosa. Se abrió entonces una
fuerte incompatibilidad entre ciencia
y religión. Esta incompatibilidad
orquestará en Zola un dualismo feroz
que, como una corriente
subterránea, irá alimentando el nivel
más profundo de sus obras. Esa
dialéctica, de tan difícil solución,
entre lo material y lo espiritual, la
inmanencia y la trascendencia, el
cuerpo y el alma, lo cronológico y lo
intemporal es, a nuestro juicio, el eje
sobre el que se articula la gran serie
de novelas Les Rougon-Macquart,
como veremos más adelante. En el
devenir de esa exaltación
materialista se esperó todo de una
ciencia que avanzaba despacio,
demasiado despacio para unas
mentes hambrientas de respuestas.
El hombre no supo acomodarse a su
nuevo papel, en el aquí y el ahora
positivistas, y corrió de nuevo a
refugiarse en las antiguas creencias.
"La moral de los fuertes" no
conquistó a las
conciencias. Proclamada por el
estoicismo post-naturalista, defendía
la convivencia del hombre consigo
mismo, aceptando sus límites y las
condiciones, a menudo adversas, de
una existencia nada fácil de llevar.
Esta moral se hallaba muy lejos de
triunfar en la sociedad francesa, que,
en medio del sufrimiento, seguía
manteniendo su necesidad
antropológica de la esperanza en el
más allá. El último tercio del siglo
XIX vio nacer lo que se llamó la
18
faillite de la science. Al furor
cientifista le sucedió un retorno a la
trascendencia, a la fe religiosa y a la
figura de Dios, relegada en los días
del positivismo. Semejante trastorno
del orden de prioridades para el
hombre que se decía "moderno", no
pudo dejar indiferente a nadie: ni a
los que, abandonando los dictados
positivistas, se zambulleron en la
renovada trascendencia, ni a los que
desarrollaron una mayor hostilidad
ante tal "retorno al pasado", ni a los
que -como el caso de Zola-, tras un
primer momento de incertidumbre y
desconcierto, intentaron una tópica
aproximación. Estas particulares
circunstancias contribuyeron a que
los principios teóricos del naturalismo
comenzasen a tambalearse, así como
su aplicación en la música, la
literatura o la pintura, en un intento
de responder a las nuevas
necesidades.
El Zola del "Discours aux Etudiants",
texto clave para entender la
evolución ideológica de finales del
siglo, defiende el papel de la ciencia
en nombre de la verdad, que no de
la felicidad, porque, según él, el
hombre no siempre está preparado
para vivir con una verdad amarga e
injusta. Sin embargo, tras estas
palabras al parecer plenas de
convicción y confianza, propias de
alguien que ve claramente las
dificultades del camino, y que aún
así, está dispuesto a recorrerlo, se
esconde la vertiente más sombría
de un Zola apesadumbrado por las
dudas, por un miedo inexplicable;
un Zola que, pocos años antes,
estuvo a punto de naufragar en la
desesperación tras las muertes de
seres muy queridos para él
(Duranty, Flaubert o su madre)
Estas muertes, por lo que de trágico
tuvieron para Zola, supusieron en el
plano existencial, un
replanteamiento, consciente o no,
de sus convicciones materialistas de
negación de toda trascendencia.
A estas desgracias hay que sumarle
su entrada en una grave crisis
personal, acrecentada por un mal
estado de salud y una débil moral,
fruto quizá de sus primeras
aproximaciones a las lecturas de
Schopenhauer.
Este estado de ánimo tiene como
consecuencia la creación de un
proyecto novelístico, que, tras una
pausa, vio la luz en 1884:
La joie de vivre, decimosegunda
obra de Les Rougon-Macquart. En
este texto, Zola lleva a cabo una
especie de catarsis o depuración,
respecto a dos tendencias que
estaban minando su equilibrio
mental, la hipocondría y el
pesimismo de Schopenhauer, que
ya habían hecho mella en algunos
de sus compañeros. Al borde del
abismo, del mismo precipicio que
engulló a Maupassant, Zola supo
vencer la tentación de dejarse
arrastrar por el vacío, aferrado a su
natural fuerza vital y a su esperanza
en un futuro mejor, nacido de la
feliz reunión de esos contrarios que
desgarraban las conciencias
finiseculares. La inmensa tarea que
se había impuesto de recrear el
universo en las veinte novelas de
Les Rougon-Macquart, contribuyó
también a mantenerlo firme y
confiado en los tiempos venideros.
La serie termina, como veremos,
con una nota de optimismo y de
confianza, y abre las puertas a una
época de búsqueda de soluciones. A
esta época corresponden Les Trois
illes.
La última etapa en la vida y la obra
de Zola, se inicia con las tres
novelas que configuran la serie Les
Trois Villes: Lourdes (1894), Rome
(1896) y Paris (1898) Cada una de
ellas representa un alto en su
evolución ideológica y existencial de
Zola; las dos primeras suponen el
rechazo ante las posibles
"soluciones" a la crisis ideológica de
finales de siglo: el misticismo y el
neo-cristianismo en Lourdes y el
catolicismo social en Rome. Paris,
como es habitual en las novelas que
cierran sus series, termina esa
etapa de búsqueda y abre otra
nueva, en la que Zola desarrollará
su "nueva religión".
Confirmada su ruptura con el
catolicismo y la Iglesia, Zola insiste
en la necesidad que tiene el hombre
19
de mantener cierto sentimiento
religioso. Zola propone, pues, una
nueva religión, una "religión del
trabajo", edificada sobre los
cimientos del primitivo cristianismo,
como la justicia, la defensa del
pobre o el amor. Su desarrollo
supondrá la conclusión a Les Trois
Villes y el preludio a la serie
siguiente.
En su nueva religión Zola rechaza
cualquier dogma revelado, y busca
una vuelta al hombre natural,
tradicionalmente negado por el
catolicismo, regido por la razón y el
amor. Ideológicamente, estos
planteamientos, ciertamente
utópicos, deben mucho a Darwin, al
socialismo utópico de Fourier (1772-
1837), y literariamente al
simbolismo naciente y a la novela
rusa -el evangelismo de Dostoyevski
y el espiritualismo pacifista de
Tolstoi-.
Así, la última novela de Les Trois
Villes es el fin de las sucesivas
tentativas y el comienzo de la
particular religiosidad zoliana, que
se desarrollará plenamente en Les
Quatre Evangiles.
Esta última e inacabada serie de
novelas –Fécondité (1899), Travail
(1901) y Vérité (1903) ilustra la
creación de una nueva sociedad,
muy alejada ya de la oscura y
mísera sociedad de Les Rougon-
Macquart. Este nuevo orden se
edificaría sobre la fe en el trabajo,
verdadero y único motor del
progreso, sobre la capacidad del
hombre y la mujer para amar y
crear enormes familias, sobre la
justicia y el reparto equitativo de los
bienes, sobre el esfuerzo común, en
definitiva, sobre una vuelta a ese
estado idílico y natural, de
comunión del hombre con el cosmos
y consigo mismo, integrando, por
fin, las dos vertientes de esa tensión
dual que lo dividía años atrás. El
tono de estas últimas propuestas
puede mover a dos interpretaciones
de signo contrario. En primer lugar,
la recreación del mito de la ciudad
perfecta, de la organización
evangélica y socializante del mundo
provoca, lógicamente, una
interpretación optimista: después de
las tragedias anteriores, del mundo
bestial y en descomposición,
aparece una sociedad regenerada y
radiante, producto de alguien
esperanzado que confía en que se
avecinen tiempos mejores. Sin
embargo, el estudio de los textos
deja alguna duda.
La mayor parte de sus novelas
anteriores se desarrollan en un eje
cronológico y espacial muy
detalladamente descrito, muy
concreto y, reflejo de un tiempo y
una geografía perfectamente
reconocibles. Abundan las
referencias históricas, los nombres
de calles, de pueblos o regiones.
Frente a esta constante, en la
última serie, asistimos a la
desaparición del espacio mimético y
a la referencia al tiempo histórico.
Nos encontramos en medio de una
utopía y una ucronía que bien
pueden entenderse como la
desconfianza o el pesimismo de
aquél que no cree que sus
esperanzas tengan cabida en el
mundo real.
20
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Fiódor Mijáilovich Dostoievski nació en
el año 1821, en Moscú (Rusia). Durante
su juventud se vio influido
profundamente por su padre, un médico
retirado del ejército, alcohólico, avaro y
sensual. Cuando el pequeño Fiódor tenía
11 años, su padre adquirió unas fincas
en la provincia de Tula con la intención
de llevar una vida de terrateniente y
trasladó su familia allí. En 1838, el joven
Fiódor partió, por decisión de su padre,
hacia San Petersburgo, para ingresar en
la Escuela de Ingenieros Militares,
aunque él no se encontraba a gusto con
sus estudios técnicos.
Murió su padre y, luego de graduarse,
decidió dedicarse a la Literatura, al
punto que llegó a publicar su primera
obra, Pobres gentes, obteniendo una
gran repercusión. A esta obra la
siguió El doble que, al igual que otros
trece esbozos escritos por Dostoievski
en los tres años siguientes, centró su
atención en la situación de los pobres y
desheredados, en sus humillaciones y
sus reacciones ante ellas.
Paralelamente, se sumó a un grupo de
jóvenes intelectuales que estudiaban las
obras de los socialistas franceses,
prohibidas por el zar. En el grupo logró
infiltrarse un miembro de las fuerzas de
seguridad y todos los integrantes del
grupo terminaron en prisión. Sufrieron
el destierro a Siberia y fueron
condenados a muerte. Pero salvaron sus
vidas minutos antes de la ejecución, al
recibir una conmutación de penas.
Fiódor fue condenado a cuatro años de
trabajos forzados en Siberia y a
desempeñarse luego como soldado raso.
Tal vez como consecuencia de las
situaciones de extrema tensión vividas,
comenzó a padecer ataques de epilepsia,
que lo acompañarían durante toda su
vida. Durante su período en prisión sólo
leyó la Biblia. Influido por esa lectura
rechazó el socialismo ateo, del que había
sido partidario en su juventud.
21
La cárcel le permitió también descubrir
cómo entre los mismos delincuentes se
daban gestos de altruismo y nobleza, lo
que le permitió profundizar en la
complejidad del espíritu humano. En
1854 fue liberado de prisión y enviado
como soldado a una unidad militar en
Mongolia. Allí vivió por un lapso de
cinco años, luego de los cuales lo
autorizaron a regresar a San
Petersburgo. Regresó junto a la mujer
con la que había contraído matrimonio,
una viuda enferma de tuberculosis.
Luego de diez años de prisión y exilio,
pudo retomar su carrera literaria.
Fundó, junto a su hermano Mijáil, una
publicación mensual llamada Tiempo.
Allí fueron apareciendo, por entregas,
algunas de sus nuevas obras,
como Memorias de la casa
muerta y Humillados y ofendidos (1861).
Luego publicó Notas de invierno sobre
impresiones de verano (1863). La revista
Tiempo fue cerrada por las autoridades
por haber publicado un artículo
supuestamente subversivo. Junto a su
hermano inició una nueva publicación,
Época, que tendría una vida más corta
aún. Allí publicar la primera parte
de Memorias del subsuelo.
En 1864 falleció su esposa, luego de una
penosa convalecencia, y también su
hermano, cuyas deudas, de las que tuvo
que hacerse cargo, lo dejaron en la
ruina. Para salir de su situación
económica desesperante tramitó un
crédito que le fue concedido contra el
compromiso de presentar una nueva
novela en no más de un año.
Cumpliendo con ese compromiso
escribió El jugador (1866). Al poco
tiempo contrajo matrimonio con Anna
Snitkina, la mecanógrafa que contratara
para transcribir su obra.
Escapando de sus acreedores,
Dostoievski pasó los años siguientes
fuera de Rusia. A pesar de su situación
económica angustiosa, durante este
período continuó su labor de escritor,
publicando Crimen y castigo (1866)
y Los endemoniados (1871-1872).
Retornó a Rusia recién en 1873,
portando ya el halo del reconocimiento
internacional como escritor. En 1880
publicó Los hermanos Karamazov. Poco
tiempo después murió en San
Petesburgo; corría el mes de febrero de
1881.
En toda su obra mostró Dostoievski un
inmenso interés por el hombre de su
tiempo. Estaba convencido de que el
futuro de la humanidad se hallaba en
juego. Por eso sus obras no abordan
temas históricos sino actuales. “El
hombre en la superficie de la tierra no
tiene derecho a dar la espalda y a
ignorar lo que sucede en el mundo, y para
ello existen causas morales supremas",
decía. Y su realismo no se detuvo ante
las facetas más oscuras del espíritu
humano sino, por el contrario, penetró
en ellas, colocando a los héroes de sus
novelas en las situaciones más
extremas, rastreando sus conflictos
interiores y sus motivaciones más
profundas. Consideraba su deber, en
cuanto escritor, encontrar el ideal que
late en corazón del hombre, "rehabilitar
al individuo destruido, aplastado por el
injusto yugo de las circunstancias, del
estancamiento secular y de los prejuicios
sociales.”
La temática, y el modo de abordarla, de
sus novelas trágicas se adelantó en el
tiempo a los estudios psicoanalíticos
sobre el inconsciente, al surrealismo y al
existencialismo. En cuanto a lo
estrictamente literario, tal vez haya sido
su mayor aporte el haber colocado al
narrador dentro de la obra, dejando la
postura externa de quien relata una
historia ajena. Este estilo fue retomado
posteriormente por autores de la talla
de Thomas Mann, Unamuno y Sartre.
22
23
Dostoiveski vivió en una época en
la cual la masa democrática
activa y manifiesta sus derechos.
Esta masa la integraba una parte
del pueblo inquieto hasta lo más
hondo por el auge del capitalismo
y por la derrota sufrida por el
movimiento revolucionario
durante el tercer, cuarto y sexto
decenio del Siglo XIX.
Era una época de transición, que
según palabras de Marx, “a pesar
de los brillantes éxitos de la
tecnología y la cultura, se
caracterizaban por unos rasgos
de decadencia, que superaban
con mucho todos los horrores que
conoce la historia desde el
Imperio Romano”.
En el género novela-trágica
creada por él, Dostoiveski
encarna para el futuro, con
extraordinaria fuerza, muchos de
los trágicos rasgos de Rusia; y la
Rusia de Dostoiveski presentaba
una enorme particularidad con
respecto a Occidente: En pleno
siglo XIX el país era aún feudal,
con un régimen de señores y
siervos, como fue, durante la edad
media, Europa. Su época
corresponde a los reinados de
Nicolás I que se caracterizó por su
despotismo y por Alejandro II, de
espíritu más tolerante. Fueron
tiempos de grandes tensiones en
el terreno ideológico, entre
corrientes tradicionalistas y
progresistas.
Rodion Romanovich Raskolnikov, el célebre protagonista de
la novela, vive durante su infancia en miserables barrios del
cordón tugurial de San Petersburgo. Hambre, soledad,
maltratado y frio han sido las notas predominantes de la
tristeza canción que es su vida. El aislamiento y su orgullo se
convierten en su único recurso y refugio. La imponencia se
torna en una de sus armas: Se considera superior a los otros;
con inteligencia analiza todas las cosas acomodándolas a su
‘teoría del superhombre’, desdeñándolo todo, fermentado su
rencor y reforzando su escepticismo. Alena Ivanova es una
anciana que se dedica a la usura. De esta actividad ha
derribado un capital considerable que cuida con avaricias.
Vive en compañía de su hermano en el vecindario que
frecuenta Raskolnikov. Advotia, hermano de la protagonista,
pensando en el futuro de Rodion, más joven que ella, quien
aspira a realizar los estudios que lo sacarían de la miseria
están a punto de aceptar por interés la propuesta
matrimonial de Ludzin, hombre adinerado que la asedia con
sus peticiones desde hace tiempo. Ante esta perspectiva e
impulsado por las ideas nihilistas que ha cultivado y
sintiendo sobre sus espaldas el desprecio y las humillaciones
que padece todos los desposeídos de Rusia, planea y comete
el crimen que desencadena el conflicto en la novela: armado
con un hacha y con las ideas, cuya génesis se encuentra en la
doctrina marxista y la teoría del superhombre, Raskolnikov
entra en la casa de Alena Ivanova, la vieja usurera y la
asesina.
La hermana de la víctima, que lo ha observado todo con
silencioso terror, sucumbe también bajo los hachazos del
joven. A tomar el hacha con la firmeza decisiva de cometer el
crimen, Rodion, más que obtener dinero que necesita para
evitar el sacrificio de su hermana, pretende cambiar un
estado de cosas que está caracterizado en la sociedad por el
más injusto de los desequilibrios.
Alena Ivanova había obtenido su riqueza explotando la
necesidad ajena, actuando como un piojo inútil y dañino que
lleva una vida parasitaria. Su exterminio constituía entonces
una prueba que el joven se impone para convencerse de un
hecho: El pertenece a esa casta de hombres especiales que
pueden transgredir las leyes impuestas por la sociedad y el
hábito. Es un elegido.
24
Estando todavía en la escena del crimen,
unos visitantes llegan a la casa de
Ivanova. Con extremada sangre fría,
Raskolnikov espera a que se retiren,
toma unas cuantas joyas y escapa del
lugar sin que nadie lo vea. Con el doble
asesinato comienza el verdadero drama
de Raskolnikov.
Escondido en su cuartucho analiza los
hechos para llegar a la triste conclusión
de que el crimen no a resultado nada. Lo
que ha robado no es suficiente para
satisfacer sus necesidades, la situación de
su hermana se mantiene invariable y su
conciencia le atormenta. El sufrimiento y
las noches insomnes le hacen caer en la
cuenta del error cometido y es
casualmente el error lo que su espíritu le
recrimina, no el asesinato cometido.
Es ahora cuando entra en escena Sonia
Marmeladova, alma, en cierto modo,
gemela de la de Raskolnikov. La
muchacha ejerce la prostitución a
sabiendas de que ese hecho la convierte
en una paria de la sociedad. Hija de un
alcohólico cuya inutilidad le impide velar
por su familia, Sonia debe sacarla de la
miseria por ese medio.
Sonia Marmeladova y Rodion
Raskolnikov se encuentran.
Ella lo mismo que él, ha cometido un
error movida por el amor que siente por
unos seres desgraciados, sumidos en la
miseria. Ella lo mismo que el, quiere con
vehemencia cambiar la injusticia que lo
envuelve todo.
A todas estas, Porfirio Pretovich, el juez
encargado del caso, ha reunido ciertas
evidencias que lo conducen a sospechar
de Rodion; no obstante, espera que el
muchacho se entregue por voluntad
propia, lo cual ocurre al poco tiempo a
instancia de Sonia.
Raskolnikov es condenado y parte a
Siberia en compañía de Sonia. Allí
intentan vivir a pesar de los tormentosos
acontecimientos del pasado de ambos.
Alrededor de estos dos personajes giran
las micro historias de otros de menor
importancia para la trama, mas no por
ellos menos dramáticos; tal es el caso de
Advotia, la hermana de Rodion,
presionada por las pretensiones
amorosas de dos hombres: Ludzin, con
quien estuvo a punto de casarse por
interés; y Svidriagailov, para quien
trabaja como institutriz.
Este ultimo llega, por el amor de Advotia,
a asesinar a su esposa, suicidándose
luego en presencia de la joven quien se
niega rotundamente a concederle sus
favores.
Patética también resulta la circunstancia
de los Marmelado va (la familia de
Sonia). El padre ebrio, brutal, y la madre
pusilánime, son incompetentes para
sostener a su familia. Es la propia
Catalina Ivanovna quien con sus
insinuaciones conduce a su hija a la
prostitución.
Raskolnikov, el primer asesino de
Dostoievski, se convierte gracias a
crimen y castigo en una de las creaciones
más elaboradas y de mayor taya en la
literatura mundial.
25
Poeta
Nunca he tocado nada de lo que
tú eres.
Estás como una idea en un instante
puro.
Clara en tu firmamento de firmeza
blanca…
Juan Eduardo Cirlot
Valeria Wozniak
26
Recurro al silencio
para que no sea
tu ausencia la santa matadora
del delirio en el que ha elegido perderse mi alma.
El dolor me llega hasta el centro
del pecho y me revienta
en el fulgor de mis manos que anhelan
ese beso tuyo que no es de nadie
y es del aire que me envuelve.
Ojala pudiera dejar de ser un emisario
del poema que nace de mí
cada vez que muero y renazco
en un pensamiento tuyo
que a la distancia me evoca…
Ariadna
Herbert James Drape
27
Se acercan las luces del ocaso a explotar
lentamente en la retina de mis ojos y
su tristeza, maquillada de avatares cotidianos;
entonces surge de mí la imagen de tu cuerpo
esfumándose en la oscura liviandad de la bohemia
soledad de adentro que siempre me apodera en los días
extraños, cuando transito la callada quietud de saberme
extranjera en mis propias huellas.
Hoy quisiera poder encontrarte navegando
Por los caminos invisibles de un verso mío…
encontrarte sin carne, serena y desnuda,
reviviendo desde el silencio que anida
en mi pecho.
El fantasma que me reviste
levita por las líneas etéreas de la tierra
reciclando la pesada ausencia de tu primavera
que ya no me transforma;
entonces le rezo a los dragones del tiempo
para que puedan cauterizarme la pena
de saber que ya habías muerto antes
que a mi boca se le diera por inmortalizar tu nombre,
en las bitácoras de mi viaje.
Ariadna en Naxos
Evelyn de Morgan
28
Llueve.
Arremeten los sonidos que duermen
en el silencio y colapsan inclementes
en las vestiduras de mi alma.
Un perfume efímero que
se disfraza de poeta arrasa con mi cordura
y me somete a las manías del olvido
Ese falso profeta de versículos tacaños.
Parece que sueño entre
los vértices de
mi habitación vacía.
Un vaso añejo de bebida
barata hace de sacro
patrono
escuchando mis
bohemias y elijo,
voluntariamente,
suicidar los recuerdos de
vos en mí
desojándome el aura con
los vestigios de tu mirada
que aún insiste en no abandonarme
Y pasa de largo el embrujo del agua pura
que cae furiosa sobre las tejas de mi refugio
Y no se quedan a deambular conmigo los
suaves acordes de ésta tarde y su nueva primavera.
Me quedo solo
escribiendo el obituario de mi amor y su agonía.
29
Soy un hombre cualquiera y solitario
que vive entristecido a ciertas horas
por indeterminados pensamientos.
Externamente sufro como todos
las huellas cotidianas, indelebles.
Voy vestido de gris. A veces llevo
una corbata rosa.
Miro lejanamente los jardines,
separado del cielo, ciudadano
inscrito en el cemento y en el sordo
rumor inconsolable de las plazas.
Mi corazón es mío algunos días
especialmente bellos….
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http://www.amediavoz.com/cirlot.htm
30
Juan Eduardo Cirlot forma parte de una corriente que sólo muy escasamente ha asomado en
las letras: esa tradición de carácter visionario que penetra en el mundo del misterio, de lo
oculto, de los sueños, que se remonta a la antigüedad clásica y medieval, que retoman William
Blake, Hölderlin, Novalis, Poe, Nerval, Wagner, los prerrafaelistas ingleses, y que expresa una
sensibilidad característica de los mundos céltico y germánico. No en vano – ¿casualidad o leyes
de sincronicidad y convergencia?– los principales cultivadores en lengua castellana de esta
corriente, o bien procedían de la parte céltico-galaica de la península –Vicente Risco, Álvaro
Cunqueiro, Torrente Ballester– o bien tenían sangre celta o germana en sus venas, como
Gustavo Adolfo Bécquer, Jorge Luis Borges y Juan Eduardo Cirlot, este último con antepasados
irlandeses y bretones entre los que se cuenta un linaje de soldados. El espíritu sopla donde
quiere.
Son datos significativos. De sus antepasados militares –españoles y británicos–Cirlot hereda un
sentir heroico que incorpora en su quehacer poético. Y de sus ancestros de la cornisa gaélica
asoma en Cirlot esa tensión singular que imanta el espíritu –como si de una brújula se tratase–
siempre hacia el Norte. Se trata de una particular disposición anímica que en algunos adquiere
el vértigo de una revelación, y que el escritor C. S. Lewis describía así:
“El ‘Nordismo’ en estado puro se apoderó de mí: una visión de grandes y claros espacios sobre
el Atlántico, en el crepúsculo interminable del verano nórdico, lejanía, severidad […] y al
instante supe que yo ya conocía esto desde hacía mucho tiempo […]. Sigfrido pertenecía al
mismo universo que Baldur, que las grullas que vuelan en dirección al sol […] y con esa
zambullida en mi propio pasado se alzó de nuevo, como un ataque al corazón, la memoria de
la Alegría que una vez tuve y que durante años había perdido.” La poesía de Juan Eduardo
Cirlot –muy especialmente su obra central, el ciclo de Bronwyn– es entre otras cosas un
himno a ese Norte, una inmersión en la música sombría y formidable de ese mundo céltico,
galés, irlandés, alto germánico, escandinavo e islandés. Una música áspera y metálica de
brumas, piedras y espadas, de runas, espirales y mágicas cosmogonías, que si también habita
nuestro idioma lo es gracias al autor de La Dama de Vallacarca.
Juan Eduardo Cirlot fue mucho más que un poeta.
Su vida transcurrió en Barcelona entre
1916 y 1973. Desarraigado de su entorno,
siempre manifestó que no se identificaba
con el tiempo presente, y que hubiera
preferido vivir en otra época. Sin embargo
–y paradójicamente– no hubo en la
España de aquellos años un crítico más
agudo, ni un oteador más perspicaz de
todas las experimentaciones y
vanguardias que en el arte del siglo XX
conformaron eso que vino en llamarse
modernidad. Músico dodecafónico, teórico de la abstracción y del surrealismo, cómplice de
André Breton y figura central de Dau al Set, como crítico de arte Cirlot impulsó la agitación
vanguardista de su época, exploró todos los ismos habidos y por haber –su Diccionario de los
ismos es prueba fehaciente–, y diseccionó como nadie el estilo del siglo XX. Pionero de la
31
Reincorporación de España a las corrientes
estéticas de Europa y Occidente, fue uno
de los que más hicieron para expandir el
horizonte cultural de la península tras una
época de guerra, penuria y aislamiento.
Indiscutiblemente a Cirlot le sobraban
condiciones para convertirse en figura de
culto entre aquella “izquierda divina”
barcelonesa de los años sesenta. Pero algo
no encajaba. Pese a su protagonismo en la
vida intelectual de la época el autor catalán
nunca dejó de ser un desarraigado, un
marginal. Absolutamente libre, ajeno a
modas y reconocimientos, una
autosuficiencia aristocrática parecía
alejarlo y su obra poética sólo tuvo, en
vida, una difusión minoritaria. Cirlot
pertenecía a otro mundo…
Más allá del poeta, del crítico de arte y
cine, del musicólogo, hay un Cirlot
interesado en las disciplinas herméticas, el
esoterismo y la magia, un estudioso que
por la vía del surrealismo enlazó con la
mística, el ocultismo y la simbología. De
hecho el estudio de los símbolos –su
Diccionario de símbolos es referencia
mundial en la materia– tendrá una
importancia central en su poesía, en
cuanto ésta aspira a vehicular una
explicación simbólica del universo. Cirlot
fue, más que un intelectual, un sabio. Mal
podría encajar entre una progresía de
esnobs y saltimbanquis de la cultura.
“Lo propio del simbolismo –señala Cirlot–
es tender puentes verticales. El símbolo no
se detiene en la comunicación, sino que es
de un lado una vivencia, y de otro un
medio de conocimiento. El gran proceso
simbólico se produce cuando se trata de lo
trascendente, y la simbología es, ante todo,
una ciencia de la trascendencia”. Tender
puentes verticales. He ahí el empeño
central de la poesía de Cirlot. Para Cirlot,
“frente al materialismo del mundo
moderno puede encontrarse un sentido
místico de los ismos, aunque se tratase de
una mística heterodoxa”. Su poesía transita
el terreno de lo sagrado. Lo real es para él
“lo que está más allá de lo palpable: la
esencia, el “ser” que se halla en el plano de
lo sagrado, donde transcurre su verdadera
vida. Esto le mantiene en una lucha titánica
con la concreta realidad exterior”.
El pensamiento de Cirlot está influido por
la filosofía de Heidegger, por Nietzsche y
por los presocráticos. “La palabra –señala
Clara Janés– tiene en Cirlot un carácter
revelador, se convierte en intermediaria
entre Dios y la finitud del hombre, hace
que lo nombrado adquiera la existencia, lo
que no es nombrado no existe”. Porque si
en nuestro mundo lo sagrado desaparece
es porque los hombres ya no saben
nombrarlo. Lo religioso –en palabras de
Heidegger– no es destruido por la lógica,
sino porque el Dios se retira. La misión del
32
poeta –señala el filósofo en su estudio de
Hölderlin– es contribuir al desvelamiento
del mundo, decir la palabra esencial,
aquella que denomina al ente por lo que
es, porque el habla es la casa del ser y la
poesía es la instauración del ser con la
palabra.
Decía Cirlot: “mi poesía es un esfuerzo por
encontrar el umbral de la ultrarrealidad […]
Y luego intento que esa poesía sustituya en
mí lo que el mundo no es y no me da”.
Restauración de lo sagrado en la que el
poder de la palabra es decisivo, porque –
como la mitología y la mística siempre han
sabido– el nombre no sólo designa, sino
que también es ese mismo ser. Y si el
lenguaje opera por vía racional también lo
hace por vía intuitiva, y las palabras están
llenas de posibilidades mágicas: el poder
evocador de las aliteraciones, de las
onomatopeyas, las permutaciones y
técnicas combinatorias, los ritmos y las
disposiciones arquitectónicas imaginativas
y fantásticas que pueblan los poemas de
Cirlot y les confieren un carácter de
ventanas al más allá.
Preocupación esencial de Cirlot es el
Tiempo, esa barrera que hace que todo lo
existente se convierta de inmediato en
ausencia, que la vida sea una sucesión de
carencias. Poeta nietzscheano, Cirlot
invoca al eterno resurgir. Sus obras
discurren entre dos polos principales: el
ser-dejando-de-ser y el renacer
eternamente. Y para ello el poeta acomete
la destrucción del tiempo: evocación de
épocas pasadas, nostalgia de lo
arqueológico, evocación de personajes
míticos, identificación de sexualidad,
muerte y resurgir. Pero la auténtica clave
en esa disolución de la existencia temporal.
Es lo que Cirlot denomina simbólicamente
el “Centro”, que se entiende como el eje
que debe regir toda creación y en torno al
cual se ordena cualquier cosmogonía, y
que en su Diccionario de símbolos expresa
como un eterno fluir y refluir de las formas
de los seres y de las propias dimensiones
espaciales.
La obra de Cirlot es una “quête”, una
búsqueda de ese centro, del que la mujer
amada es imagen reflejada. La amada
como anima-mater que empuja hacia el
resurgir y que es vehículo de reconciliación
con el cosmos, en cuanto el amor es un
absoluto, síntesis de esencia y existencia,
en cuanto se sitúa fuera del tiempo y
conduce al eterno renacer.
Fuente: www.elmanifiesto.com
33
La habitación imaginaria
En el Espai Arxiu del Arts Santa Mónica, muy cerca de la puerta que da acceso al
bullicio de las Ramblas en su cercana confluencia con la plaza de Colón, se abre de
par en par al visitante La habitación imaginaria, exposición dedicada al particular
universo del poeta, compositor, estudioso de los símbolos, ensayista y crítico de arte,
Juan Eduardo Cirlot (Barcelona 1916-1973). El conocedor de la obra de Cirlot no
necesita mayores presentaciones y disfrutará del recorrido probablemente
reafirmando la sensación de hermetismo que emana de una de las personalidades
creativas más influyentes y secretas del siglo XX. El no iniciado vivirá un episodio de
complejo descubrimiento al encontrarse de lleno con la individualidad, pensamiento
personal y universo de un poeta heterodoxo e inclasificable.
La exposición toma como punto de partida el poema “Momento” escrito el 29 de mayo
de 1971, última vez que Juan Eduardo Cirlot dedica un poema a su habitación
imaginaria:
Mi cuerpo se pasea por mi habitación llena de libros y espadas y con dos
cruces góticas;
sobre mi mesa están “Art of the European Iron Age” y “The Age of
Plantagenets and Valois”, aparte de un resumen de la Ars Magna de
Lulio.
La fotografía de Bronwyn (las fotografías) están en sus carpetas, como tantas
otras cosas que guardo (versos, ideas, citas, fotos).
Si ahora fuera a morir, en esta tarde (son las 6) de finales de mayo de
1971, y lo supiera de antemano,
no me conmovería mucho, ni siquiera a causa del poema “La Quête de
Bronwyn” que está en la imprenta.
En rigor, no creo en la “otra vida”, ni en la reencarnación, ni tengo la
dicha (menos aún) de creer
que se pueda renacer hacia atrás, por ejemplo, en el siglo XI.
Sé que me espera la nada, y como la nada es inexperimentable,
me espera algo no sé dónde ni cómo,
34
posiblemente ser en cualquier existente como ahora soy ahora en Juan-Eduardo
Cirlot.
Mi cuerpo me estorbaría y desearía la muerte −¡ah, cómo la desearía!−
si pudiera
creer en que el alma es algo en sí que se puede alejar
e ir hacia los bosques donde el triángulo invertido de los ojos y
boca de Rosemary Forsyth
me lanzaría de nuevo a la tierra de los hombres, porque en esta vida no
he sabido o no he podido
trascender la condición humana, y el amor ha sido mi elemento,
aunque fuese un amor hecho de nada, para la nada y donde nunca.
Estoy oyendo Khamma de Debussy, que, sin ser uno de mis músicos favoritos
(éstos son Scriabin, Schönberg y otros)
no deja de ayudarme cuando estoy triste, que es casi siempre.
Mi tristeza proviene de que me acuerdo demasiado de Roma y de mis campañas con
Lúculo, Pompeyo o Sila,
y de que recuerdo también el brillo dorado de mis mallas doradas en los
tiempos románicos,
y proviene de que nunca pude encontrar a Bronwyn cuando, entonces, en el
siglo XI,
regresé de la capital de Brabante y fui a Frisia en su busca.
Pero, pensándolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto, pues cuando era
en Egipto vendedor de caballos,
ya era un hombre conocido por “el triste”.
Y es que el ángel, en mí, siempre está a punto de rasgar el velo del cuerpo,
y el ángel que no se rebeló y luchó contra Lucifer, pero más tarde
cedió a las hijas de los hombres y
devino hombre,
el ángel es el peor de los dragones.
I. La habitación imaginaria. Destaca
la colección de espadas de Cirlot (en
especial una gótica del siglo XVI), un
autómata poeta del Parque de
35
atracciones del Tibidabo (lugar mágico al que Cirlot dedicó un libro) y referencias a la
privilegiada capacidad de sueño del poeta, y la relación de este don del sueño con su
poesía.
(…) Pero no quiero escribir nada sobre espadas, sino sobre la interpretación o
la justificación de las mías. Resulta que mis amigos y conocidos saben mis
aficiones a lo extraño, lo oculto: al surrealismo, el simbolismo, la astrología, la
alquimia, la morfología y la heráldica… pero en cambio se asombran ante mi
reunión de espadas, esos seres vigilantes, silenciosos, quietos en su azul
verticalidad negra, en su premeditada seguridad de filo y aguzada punta. (…)
Lo más probable es que constituyan la cristalización de la tensión intermedia,
es decir, la fase en la que el lanzamiento hacia una virtud o potestad ya sea ha
activado, pero no hasta el extremo de internalizar el objeto y hacerlo
innecesario. Si mi progreso espiritual prosigue, llegará, si lo anterior es cierto,
un día en que no necesitaré mis espadas, pues mi alma será como un bosque de
hierro afilado y dispuesto. (…) La Vanguardia, 11 de noviembre de 1954.
II. Geografías imaginarias. Encontramos referencias a Egipto, Cartago, Roma, África
o Carcassona. Son para Cirlot geografías temporales de historia mítica comunicadas
por túneles secretos por los cuales desplazarse a través del tiempo. Cartago es el
símbolo de la destrucción total. Roma es su contrapunto; si Cartago es la destruida,
Roma es la destructora. África es el lugar del ritual multitudinario, el lugar del redoblar
salvaje de los tambores. Carcassona es una de las capitales cátaras hasta su destrucción
en 1209; para Cirlot, su triple muralla es símbolo
de recinto interior.
El juglar, de Joan Ponç es un retrato de Juan
Eduardo Cirlot. La fisonomía del juglar, el tema,
el escenario cerrado por la montaña de
Montserrat, el fondo con el edificio de la Sagrada
Familia de Antonio Gaudí, iluminado por un
amarillo ácido, y la fecha –mayo de 1950-, un
mes después de que se publicase El arte de
Gaudí, así lo indican.
36
El mito de Cartago debió formarse en Juan Eduardo Cirlot después de dos lecturas
transcendentales, La tierra gastada, de T. S. Eliot, y Salambó, de Gustave Flaubert, sin
olvidar tampoco el conocimiento precoz de la Salomé de Richard Strauss. Una tarde de
finales de diciembre de 1946, en el Café de la Rambla de Barcelona, Cirlot comenzó a
escribir su Libro de Cartago (diario de una tristeza irrazonable). Del libro, que no se
publicó nunca, existen dos copias.
III. Mujeres imaginarias. Mujeres que pueblan su obra, nacidas en una pantalla de
cine o de recuerdos de tabernas ruidosas, como Susan Lenox, Izé Kranile o Bronwyn o
el personaje bíblico Lilith, la primera esposa de Adam, a quien abandonó a la vez que
abandonó el jardín del Edén.
Jazz Lilith
Grabado para Lilith (Antoni Tàpies, 1949)
Con mis ojos escucho, con mis ojos
de menta y de cristal desmesurado.
Con mis ojos de piano en el ocaso,
con mis ojos de tigre y de cerezo.
Con mis ojos escucho los acordes,
los desgarrados sones de la tarde,
los sones del amor y del sollozo,
los muslos que se acercan por el cielo.
Con mis ojos escucho tantas selvas,
tantas selvas de furia y de carbunclos.
Con mis ojos de piano, con mis ojos
de hoguera abandonada en el desierto.
Los acordes se rompen en el canto,
los acordes se quiebran en los árboles,
los muslos se me acercan por el cielo,
los muslos de magnolia y de ceniza.
Con mis ojos escucho los dos muslos,
con mis ojos de menta y de asesino,
con mis ojos de músico extraviado. Juan Eduardo Cirlot, 1953
Fuente: www.lavanguardia.com
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38
Bitácora del Capitán Pablo Irmaio
Tantas veces he recorrido éstos trozos de Mar conocido y ahora resultan extraños,
misteriosos, casi inexistentes.
¿Hacia dónde me llevas mujer de piel dorada?
Anoche he vuelto a ver tu figura contorneándose entre las olas.
Sé que me guías hacia un nuevo mundo: Tu mundo.
Mis hombres temen.
Lejos estamos ya de las rutas que sabemos.
Reina el silencio entre los rincones de este barco fantasma que rompe la niebla espesa
y avanza sin destino fijo.
Yo, escucho solo tu voz.
Yo, contemplo sólo tu mirada.
Es imposible definir la emoción que me causo encontrar ese cuaderno.
Inmediatamente me sentí embrujada no bien pude ojearlo rápidamente y detenerme
en la firma al final de un escrito. —Pablo Irmaio— murmuré—
Elysa me había hablado acerca de él en muchas ocasiones: Resultaba ser que la
historia de nuestra isla estaba directamente relacionada con ese navegante. En la
época de la conquista, el archipiélago de La Sirene y el de Guadalupe habían sido en
un principio ignorados por los europeos en su arribo a las aguas del Caribe debido a
la ausencia de oro. Sin embargo, en el año 1493, el almirante Colón bautiza a una de
ellas, la más grande, con el nombre de Guadalupe en honor a la Virgen de Santa María
Guadalupe en España y la declara “tierra de aguadas”, convirtiéndose de esta manera
en un punto estratégico en donde los marineros podían encontrar agua dulce para re
abastecerse y continuar el viaje hacia otros rincones del Mar Caribe.
La Sirene, ubicada a tan solo 75 km de su hermana Guadalupe, queda totalmente
relegada ante la creciente afluencia de navegantes que se dirigían por ese motivo
hacia Karukera, tal como era llamada por sus habitantes originarios, los indios
caribes-los cuales serían más tarde en su mayoría esclavizados, cuando a partir de
1635, los franceses iniciaran una guerra contra los indígenas autóctonos de esas
islas.-
En el año 1848, tras la abolición definitiva de la esclavitud en Guadalupe, comienzan
a llegar hacia La Sirenes antiguos esclavos africanos que ahora al ser libres y no
contando con los recursos para volver a su país se convertirían, después de los
caribes, en habitantes permanentes.
Después llegarían los europeos, la gran mayoría franceses, quienes descubrirían la
belleza y tranquilidad del olvidado archipiélago, en donde crecían plantas de
arándanos y especies exóticas de hierbas nunca vistas y su nombre original sería
traducido al francés.
Se podría decir que solamente a través de los cánticos de esos primeros hombres a los
cuáles la pequeña sirena les dio abrigo se le atribuye el descubrimiento de la isla al
Capitán Irmaio aproximadamente 1 año después del hallazgo de Barbados, aunque
para el mundo ella forme parte del botín del famoso Almirante Colón.
39
Las hojas del cuaderno habían sufrido la inclemencia del tiempo pero sus embestidas
no habían logrado opacarlo del todo, la letra era muy clara, casi dibujada. Reflejaba
una profunda pasión en cada frase que evidentemente habían logrado mantenerlo a
salvo.
Tenía dibujos de mapas extraños, anotaciones al pie de la página y bosquejos del
rostro de una mujer de cabellos muy largos y cola de pez.
Verdaderamente Pablo Irmaio había visto a una sirena y lo plasmaba de manera
incuestionable en ese cuaderno que al parecer lo había acompañado durante todo su
viaje. Imperiosamente le pedí a Nancy que guardara conmigo el secreto de nuestro
hallazgo, prometiéndole la posibilidad de vernos involucradas en una aventura sin
precedentes. —No hay nada más misterioso que el diario secreto de un navegante—le
decía—mientras los ojos de Nancy explotaban de imaginación y entusiasmo ante mis
palabras.
Solemnemente realizamos un juramento y a partir de ese momento acordamos
reunirnos todo el tiempo que fuera posible a investigar sobre el asunto.
Esa noche yo soñé con él. Estaba parado en la proa de su barco mirando hacia el
horizonte. Una brillante cabellera plateada le caía por los hombros. Llevaba un gran
sombrero con una pluma gris y un saco negro hasta los tobillos. Recuerdo que me
acerqué lentamente hasta su lado, Él entonces, bajo la mirada y me contemplo
sonriendo con ternura. En ese instante me desperté sobresaltada descubriendo un
lazo incuestionable entre los dos.
Rápidamente salté de mi catre, me vestí a toda prisa y me escabullí entre los
ronquidos de Elysa rumbo a la playa en donde habíamos ocultado el cuaderno. Tenía
que saber más. Corrí impulsada por un sentimiento desconocido que me explotaba en
el pecho, a mi paso, las luces lejanas del caserío destellaban formas extrañas, formas
nuevas, como si todo mi universo estuviera modificándose sutilmente ante mi avance.
No era tarde. Todavía el movimiento de la isla no se había aplacado en los brazos de
la noche. Todavía llegaban embarcaciones a descansar en el vientre de nuestro
pequeño puerto; atravesarlo era una dirección obligatoria para llegar hasta mi
destino, situación que me inquieto durante una fracción de segundo, sobre todo si
quería mantener en secreto mi escabullida nocturna, seguramente el viejo Luc, amigo
de Elysa, estaría como todas las noches levantando sus redes y seguramente se
extrañaría ante mi presencia; pero nada me importaba en ese momento, apreté los
párpados con fuerza y deseé ser invisible. Pasé a su lado como si fuera una estela
luminosa, un fogonazo impredecible, un soplido fugaz mezclado con el aire. No
advirtió mi presencia, solamente se llevó la mano al rostro encandilado por los
chispazos que dejaron mis huellas descalzas y yo sonreí satisfecha, siempre había
querido probarme que podía ser invisible. Pero me detuve de repente, como si una
pared de concreto se hubiera manifestado de la nada, frente a mí, descendiendo de un
pequeño bote junto a otras tres personas vi a Catalina y me desplomé al suelo.
La última imagen antes de perder el conocimiento fueron los asustados ojos azules de
esa mujer, tomándome de la mano.
40
Bitácora del Capitán Pablo Irmaio
¿Acaso existes?
O es tan solo mi corazón el que te inventa en la bruma de las olas...
¿Vives?
¿Respiras?
¿Acaso existes?
Mil veces durante el día me acosan interminables interrogantes,
Entonces cae el sol en el horizonte, se asoman las estrellas en el firmamento y me
iluminan tu rostro, que como una brújula me provoca a seguir avanzando más
adentro en el vientre del mar que abraza tu cuerpo húmedo mujer.
Mis hombres cuestionan mi cordura. Lo sé. Ya casi no les dirijo la palabra, mi buen
amigo Alonso está prácticamente al mando.
He decidido firmemente guardar cada una de mis palabras para dártelas.
Sé que hallar tierra se ha convertido en una necesidad, pues en el corazón de éstos
hombres comienza a gestarse lentamente la semilla de la desconfianza ante mis
falsas promesas.
¿Qué sucede? Me pregunto.
¿Acaso los hombres ya no sueñan con encontrar sirenas?
¿Acaso la fiebre ésta, la nueva fiebre, la de la riqueza, es tan devastadoramente
poderosa que impide y va a impedir que los hombres sueñen con encontrar sirenas?
Durante años he vagado sin rumbo.
Desde que fui un pequeño que navegaba sin barco. Sin velas y sin viento.
Un vagabundo sin rumbo...acumulando monedas que nunca acariciaron mi rostro
cansado. Acumulando besos de labios fríos, pechos vacíos, mujeres sin rostro,
corazones de los cuales nunca quise ser el dueño, hijos que nunca fueron míos.
¿Acaso los hombres van a dejarse vencer por tanto desconsuelo?
Se viene el mundo.
El nuevo mundo.
¿Van acaso a llevar a esos parajes nada más que un sueño de monedas?
¿Van acaso a dejar que muera la ilusión del navegante?
La ilusión de ver los ojos del mar, de frente y con el alma…
¿Acaso los hombres van a dejar de soñar que sueñan sirenas?
Desperté sobre mi catre rodeada de voces que parecían extrañas pero no lo eran. Se
trataba de Elysa, el Doctor Fuley y Luc, que no se explicaba cómo pude haber
aparecido en el muelle sin que él no lo hubiera notado. —Fue un susto, Elysa—dijo el
Doctor Fuley—no te preocupes, seguramente algo debió sobresaltarla mucho. —El
muelle estaba muy tranquilo— interrumpió Luc—Sea como haya sido ésta pequeña
debe reposar tranquila—concluyó el doctor—cuando recobre totalmente la
conciencia seguramente te dirá lo sucedido. Ahora me retiro. Descansa tú también
Elysa, Naia va a estar bien, tú lo sabes.
Giró y se dirigió a la puerta de salida acompañado por Luc.
Un par de horas después regresé del ensueño y del embrujo de esos ojos de sirena,
aturdida y con dolor de cabeza. Agudicé la mirada que aún me traicionaba borrosa y
41
contemplé a Elysa, sentada al pie de mi cama. —Elysa, perdóname—dije y me
temblaba la voz, angustiada por haberla preocupado. —Mi pequeña—respondió,
estrechándome en sus brazos—no hay nada que perdonar, me diste un buen susto,
nada más. —Lo sé y te pido disculpas—repetí, acurrucándome en su pecho. — ¿Que
hacías en el muelle a esa hora?—me preguntó, mientras me consolaba acariciando mi
cabello.
Hubiera sido la oportunidad de contarle a Elysa acerca del diario de Irmaio y de lo
que me había provocado encontrarme con esa extraña mujer pero no lo hice, no
porque tuviera secretos que ocultarle a mi querida amiga, si no porque interiormente
intuía que no debía hacerlo aún. —Sentí que debía ir hacia el mar— respondí, sin
pensarlo, pero no muy lejos de la verdad.
Elysa me contemplo en silencio unos minutos, bajo la mirada y suspiró
profundamente. —No te preguntaré más sobre lo sucedido y respetaré tu silencio, sólo
quiero que te cuides y que ahora descanses. Asentí con el rostro. —Si mañana te
sientes bien—agregó, mientras doblaba mi delantal—recuerda que tienes un día
importante en la escuela. La miré confundida. — ¿Un día importante?—Así es. Pensé
que Conrado Mclaggen les había contado ya que ha traído una nueva profesora de
Literatura—dijo— Berta Mills por fin ha decido casarse con Serge Ferrans y se mudan
a Inglaterra… ¡la mujer que casi matas del susto en el muelle es la nueva profesora!—
concluyó, soltando una estruendosa carcajada. — ¿La mujer de muelle es la nueva
profesora?—refunfuñé, entre dientes— ¡Dios!—Así es y creo que le debes una disculpa
señorita, se la veía bastante asustada.
Amaneció y ese día, más que ningún otro día, sentí la presencia del sol sobre mis
hombros. Lejos de ser agobiante, se convirtió en una luz reconfortante que me invitó a
vivir plenamente las horas de su presencia. Sonreí, pues había imaginado que después
de lo sucedido iba a despertar sintiéndome terriblemente angustiada. Nadie hablaba
de otra cosa en la escuela, Catalina era su nombre.
Henry Jones bromeaba, desparramando el rumor que era la novia de Mclaggen.
Juliette Terry lo interrumpía, diciéndole que no era cierto y se ufanaba en contarnos
que su Madre la conocía muy bien, de Barbados, —Catalina Fabre es una
prestigiosa profesora del Queen´s College, según dice mi madre ha venido a buscar
niñas para competir por una beca del colegio— agregaba—y según mi Padre, no cree
que vaya a quedarse mucho tiempo en esta isla.
Yo los escuchaba sin prestarles atención.
Nancy apareció de repente y me interceptó preguntándome que había pasado y como
me encontraba. Le aseguré que estaba bien y que después de clases le contaría todos
los detalles de lo sucedido en el muelle. El regente hizo sonar la campana y corrimos al
salón ubicándonos enseguida. A todos nos envolvía la misma exaltación. Mclaggen
entró con su habitual imponencia. Su cabellera y su barba rojiza en más de una
oportunidad eran motivo de risas entre nosotros pero ese día estábamos en prolijo
silencio, aguardando sus palabras.
Catalina ingresó inmediatamente después y yo me quedé otra vez prácticamente sin
aire.
Era una mujer alta y delgada, llevaba el cabello recogido pero se notaba que era muy
largo, amarillo como el sol. Tenía ojos azules, tan azules como el mar y sus facciones
eran delicadas y sutiles, como si hubieran sido dibujadas en el lienzo de su rostro. —
Niños—comenzó Mclaggen, la señorita Fabre será temporalmente su profesora de
42
literatura ante la ausencia de la señorita Mills. Además de la tarea que va a
desempeñar trae consigo buenas noticias que quiero compartir con ustedes, el
prestigioso Queen College de señoritas ha dispuesto algunas becas para aquellas
niñas que estén interesadas en asistir a la institución, una noticia que me hace muy
feliz-muy pronto les informaremos detalles sobre esta magnífica propuesta
educativa.- De más está decirles que espero la reciban con respeto y cariño. Señorita
Fabre, su clase—concluyó, dejándola parada frente al salón.
Ella no parecía estar nerviosa, al contrario, graciosamente se desplazó hasta su
escritorio, dejó los libros que cargaba y nos saludó cálidamente.
—Buenos días niños—dijo, en medio de una cálida sonrisa— como bien les informó
el profesor Mclaggen, mi nombre es Catalina Fabre, vengo desde Barbados, enseño
Literatura en el Instituto Queen´s College desde hace dos años y estoy muy contenta de
haber sido convocada por el Regente; siempre he amado esta isla maravillosa y ahora
tengo la oportunidad de estar aquí y estoy contenta de que así sea. Quiero que se
sientan libres de preguntarme cualquier cosa, quiero ser su profesora y su amiga,
porque no, su confidente, cuentan con mi asistencia después de clase para todo aquel
que necesite recuperar temas, solo tienen que avisarme con anticipación. Me gustaría
saber cuáles son sus autores preferidos, podemos organizar talleres de lectura o de
creación literaria, incluso si alguno tiene ideas al respecto podríamos armar debates
durante la clase….
Definitivamente ninguno de nuestros profesores era como Catalina Fabre. Hablo
durante casi treinta y cinco minutos en los que ni una mosca voló por las cuatro
paredes del salón, maravillados o no por la etérea presencia de esa mujer distinta,
nadie se atrevió a romper el círculo de su poderoso hechizo.
Yo traté de hacerme invisible en mi banco una vez que finalizó su discurso y nos
indicó la tarea que debíamos realizar en clase pero el truco de la invisibilidad no
funcionó con Catalina Fabre, me ubicó, se aproximó a mi pupitre y se inclinó hacia mí
suavemente. — ¿Te encuentras mejor?—preguntó— anoche en el muelle ¿recuerdas?
te llevamos hasta tu casa con uno de los pescadores, tu madre me dijo que estarías
bien ¿Naia es tu nombre, verdad?
Hubiera querido responderle, pero presa de su magnetismo solo asentí con el rostro.
Ella me devolvió una sonrisa —Me alegra mucho que te encuentres bien―agregó.-
Su voz me resultó tan familiar que en ese momento hubiera querido saltar a sus
brazos.
— ¿Podía ser posible?—pensé, con los ojos a punto de explotarme de emoción—
Catalina llegó desde el Mar…tal vez….
Continúa en la página 73
43
Juana
De América
44
Juana Fernández Morales, quien se
convertiría más tarde en Juana de
Ibarbourou, nació en Melo el 8 de
marzo de 1892. Su madre Valentina
Morales, era descendiente de una
antigua familia de origen español
afincada en la zona desde finales del
siglo XVIII y su padre Vicente
Fernández, un inmigrante gallego
nacido en Lugo que a pesar de saber
apenas leer recitaba a Juana de
pequeña los versos de los poetas de
su tierra.
En 1908 apareció el primer poema
de Juana en el periódico local “El
deber cívico”, que firmó con el
seudónimo Fid. También escribió
poemas y otros textos para distintas
publicaciones periódicas: “La
defensa”, “El Deber Cívico” y “El
Nacionalista”. Más tarde utilizó el
seudónimo de Jeanette D’Ibar para
registrar sus obras, que utilizó por
algún tiempo hasta que lo sustituyó
por el de Juana de Ibarbourou
asumiendo el apellido de su esposo.
En 1913 contrajo enlace civil con el
capitán Lucas Ibarbourou y un año
más tarde, nació su único hijo Julio
César.
En 1919 se editó el primer libro de
Juana, “Las lenguas de diamante”,
prologado y elogiado por Manuel
Gálvez:
“Este libro, tan sano, tan juvenil, tan
moderno y a la vez de todos los
tiempos, está realizado con un
verdadero arte. El verso de Juana de
Ibarbourou no siempre es perfecto,
pero jamás carece de vigor, de
exactitud, de soltura. […]Es la obra de
eso algo tan escaso, sobre todo entre
nosotros -y tan necesario y admirable
en todas partes- que se llama poeta”
Más tarde la escritora enviaría una
carta a Miguel de Unamuno
solicitando la lectura de esta obra y
este le respondió:
“He leído, señora mía, primero con
desconfianza y luego con grandísimo
interés y agrado su libro “Lenguas de
diamante” […]me ha sorprendido
gratísimamente la castísima
desnudez espiritual de las poesías de
usted, tan frescas, tan ardorosas a la
vez. Y al enviárselas, como me pide
usted, a J.R. Giménez y a los Machado,
se las recomiendo
” Un año después, en 1920 se editó
“Cántaro Fresco”, treinta y cinco
prosas líricas que recrean la vida
doméstica y en 1922 apareció “Raíz
Salvaje” culminando así una el
primer ciclo creador de la autora.
El 10 de agosto de 1929 Juana de
Ibarbourou fue proclamada “Juana
de América” en una memorable
ceremonia presidida por Zorrilla de
San Martín, que se realizó en el Salón
de los Pasos Perdidos del Palacio
Legislativo. En dicha ocasión Alfonso
Reyes expresó:
“Juana en el Norte, Juana en el Sur, en
el Este y en el Oeste: por todas partes
fueron cayendo las palabras. Juana
donde se dice poesía y Juana donde se
45
dice mujer. Juana en todo sitio de
América donde hacía falta un
aliento. Juana en las fiestas de la
razón y en el luto de los
corazones…En estos pueblos de
anhelo y brega, en estos pueblos
nuestros sedientos ¡qué mejor piedad
ni que misericordia más plena! ( )
Con cuanta justicia la aclamamos
nuestra Juana de América”
Hacia el verano de 1938 se produjo el
encuentro en Montevideo de las tres
grandes figuras femeninas de la
poesía latinoamericana del siglo XX:
Juana de Ibarbourou Alfonsina Storni
y Gabriela Mistral, en una
conferencia dictada durante los
cursos de verano de la Universidad de
la República. En este evento, la poeta
chilena pronunció elogiosas palabras
su par uruguaya:
“La Naturaleza, es decir Juana, no
puede contar a vosotros,
curiosísimos varones interrogadores,
cómo se las arregla para soltar la luz
sin ningún trabajo y cómo hace para
que el agua de su poesía resulte a la
vez eterna y niña. Son cosas muy
profundas, aunque parezcan tan
inocentes, la Naturaleza, hija de Dios,
y Juana, hija del Uruguay, y nadie
tampoco acertaría con las índoles y
los modos…de Juana de América […]
Ahí está el agua cayendo llena de luz
y de gozo, el agua sin par de Juana.
Beber, callar mientras se bebe, y
agradecer: esa es toda la política que
nos corresponde a las mujeres y
hombres en el caso de Juana de
América”
Entre los diversos premios y
reconocimientos que recibió Juana de
Ibarbourou figura la Orden del
Cóndor de los Andes en Bolivia (1937)
la Cruz del Comendador del Gran
Premio Humanitario de Bélgica
(1946), la Medalla de Oro del
Ministerio de Instrucción Pública
(1948), el nombramiento como
Huésped de Honor de la Ciudad de
México(1951), el premio “Mujer de
las Américas” conferido por la Unión
de Mujeres Americanas de Nueva
York (1953), el Premio de Poesía del
Ministerio de Instrucción Pública
(1954), el Gran Premio Nacional de
Literatura (1959), la Orden de
Quetzal en Guatemala (1960) y la
Medalla de Oro Alfonsina Storni
otorgada por el Consejo Nacional de
Mujeres Argentinas, entre otros.
Desde 1943 además fue designada
para ocupar un sillón en la Academia
y en 1960 se convierte en Académica
de Honor en la Academia Nacional de
Letras.
Juana de Ibarbourou falleció en
Montevideo, en su casona del barrio
de la Unión, el 15 de julio de 1979.
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero22/j_ibarbo.html
46
Diego Fischer publica la primera biografía de Juana de Ibarbourou
(1892-1979), la mayor poeta uruguaya que fue ignorada por sus
compañeros de generación, quienes la veían como la escritora del
gobierno de turno. En ella se revela el infierno de una mujer marcada
por el talento y la belleza, pero desgarrada por la violencia doméstica,
la adicción a la morfina, penurias económicas y un amor prohibido
casi en el crepúsculo de su vida.
"Juana de América", como se la conoció a partir de la distinción
creada para ella en 1929 (cuando aún no cumplía los 40 años), integró
con la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral una
tríada femenina de escritoras notables del Cono Sur durante la
primera mitad del siglo pasado.
Pero fue la uruguaya quien mejor combinó belleza con un talento que, aunque desdeñado
por sus compatriotas de la Generación del 45, integrada por los escritores Juan Carlos Onetti
y Mario Benedetti, fue aclamada por poetas de la talla de los españoles Miguel de
Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca.
Basado en cartas de la escritora, testimonios y documentos, el libro es la travesía amarga de
una mujer que, superadas las delicias de la fama y de una belleza que marcó época, vivió
atormentada, "cautiva" de su hijo Julio César y enamorada sin futuro, pero correspondida, a
los 60 años de un médico argentino de 40 -Eduardo De Robertis- con quien venció un
tiempo su dependencia a la morfina.
Juana de Ibarbourou fue "ignorada por la intelectualidad del Uruguay, la llamada
Generación del 45 que integraron Onetti, Benedetti y Ángel Rama entre otros " porque "le
atribuyeron el mote de ser la poeta del gobierno de turno", cosa que es "absolutamente
falsa", dice Fischer a la hora de explicar la ausencia de biografías de la mayor poeta del país.
Juana padeció serias penurias económicas buena parte de su vida -llegó a vender su
Biblioteca personal de más de 4 mil volúmenes- y aunque cortó amarras con el mundo
exterior en 1976 la alcanzó el galardón "Protector de los Pueblos Libres José Artigas" que le
otorgó la dictadura uruguaya (1973-85), premio que luego recibieron los dictadores
argentino Jorge Rafael Videla y el chileno Augusto Pinochet.
"La condecoración fue infamante" y Juana la aceptó "presionada por su hijo", una "figura
nefasta, con dimensiones de novela medieval", afirmó Fischer sobre Julio César Ibarbourou,
quien, según sostiene el libro, llegó a agredir físicamente a su madre, como alguna vez había
hecho su marido, Lucas de Ibarbourou.
El "muchachón sin alegría", como lo definió su madre, fue también responsable -sostiene
Fischer- de que el anuncio de la muerte de Juana, posiblemente entre el 12 y 14 de julio de
1979, recién se anunciara oficialmente el 15 de julio porque éste había comprometido la
"primicia" con un diario de la época.
"Lo que más impresiona es cómo en ese infierno, en ese calvario que vivió fue capaz de
crear belleza", afirmó Fischer, cuya biografía se lanzó a menos de un año del trigésimo
aniversario de la muerte de Ibarbourou, 70 de la proclamación de "Juana de América" y
medio siglo del Premio Nacional de Literatura.
47
"¡Chico Carlo! Fue mi compañero de toda la infancia, mi doble con
pantalones, y la agilidad a veces maligna de un gato montés. No sé por
dónde, ni adónde, se lo llevó la vida."
Chico Carlo es y será uno de los libros más bellos y reveladores que marcaron mi
infancia. Fue sin duda alguna, a mis 8 años de edad, la primera puerta que
atravesé hacia el mundo de las letras. Tuve que releerlo hace unos años para
incorporar más detalles pero indefectiblemente había otros que sí se habían
aferrado a mi memoria y seguían destellando como la primera vez. Volver a
tenerlo en mis manos detonó en mi pecho aquellas idénticas emociones de niña y
no pude evitar conmoverme.
Juana de Ibarbourou escribió un libro para toda la vida. Dio a luz esa clase de
historias eternas que no tiene tiempo. Ocupa en mi biblioteca, con sus tapas
desgastadas y parchadas con un trozo de cartulina celeste que mi madre le pegó
para no perderlo en las fauces del devenir, un lugar de privilegio absoluto; verlo
ahí, existiendo con su amarga dulzura imponente no me deja olvidarme un
instante que el porqué de mi amor profundo con los paraísos de la fantasía
literaria.
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  • 2. 2 Dirección General Valeria Wozniak Corrección: Victoria Márques Grupo Editorial: Nueve Musas nuevemusasrevistacultural@hotmail.com Nueve Musas ISBN 978-987-33-2476-5
  • 3. 3 S Su um ma ar ri io o/ // // // // // // // // // // // // // // // // // // / N No ot ta a E Ed di it to or ri ia al l N Na ar rr ra at ti iv va a: : L La a n no oc ch he e b bo oc ca a a ar rr ri ib ba a d de e J Ju ul li io o C Co or rt tá áz za ar r E El l n na at tu ur ra al li is sm mo o É Ém mi il le e Z Zo ol la a E El l c cr ri im me en n y y e el l c ca as st ti ig go o d de e F Fi io od do or r D Do os st to oy ye ev vs sk ky y P Po oe et ta a : : d de e L La as s e es st te ep pa as s d de el l s si il le en nc ci io o d de e V Va al le er ri ia a W Wo oz zn ni ia ak k J Ju ua an n E Ed du ua ar rd do o C Ci ir rl lo ot t L La a h ha ab bi it ta ac ci ió ón n i im ma ag gi in na ar ri ia a d de e C Ci ir rl lo ot t N Na ar rr ra at ti iv va a: : E El l v vi ia aj je e d de e N Na ai ia a F Fi il ll li ip pa a d de e V Va al le er ri ia a W Wo oz zn ni ia ak k J Ju ua an na a d de e A Am mé ér ri ic ca a C Ch hi ic co o C Ca ar rl lo o L Li ib br ro o d de e C Ca ab be ec ce er ra a: : E El l A Ad dá án n B Bu ue en no os sa ay yr re es s d de e L Le eo op po ol ld do o M Ma ar re ec ch ha al l A An ng gi ie e F Fe er rr re er ro o: : U Un na a f fu ug gi it ti iv va a c co on n l la a s so og ga a e en n l lo os s p pi ie es s L La a t ta al le en nt to os sa a s se eñ ño or ra a H Hi ig gh hs sm mi it th h I Il lu us si io on ne e d de e V Va al le er ri ia a C Co or rv vi in no o T To ou ul lo ou us se e- -L La au ut tr re ec c G Gr ra an nd d M Ma aî ît tr re e d de es s A Af ff fi ic ch he es s L La a G Go ou ul lu ue e L Lo os s d de es si ie er rt to os s d de e G Ge eo or rg gi ia a E El l v vi ia aj je e d de e N Na ai ia a F Fi il ll li ip pa a – – c co on nt ti in nu ua ac ci ió ón n- - P Po or rt ta ad da a: : L La a p pr ri im ma av ve er ra a d de e G Ge eo or rg gi ia a O O´ ´k ke ef ff fe e
  • 4. 4 N No ot ta a E Ed di it to or ri ia al l / // // // // // // // // // // // // // // // // // // / Nueve Musas Nueve Musas es una mujer luminosa que fantasea palacios de colores sobre olas que la elevan hasta las estrellas. Conoce mi destino y mi sueño. Sabe que me encuentra levitando en las líneas del cosmos por eso me regala la belleza de su lumbre. Yo sólo soy la emisaria. Ella ya es antes de nacer en las líneas de mi tinta y su suerte. Buen viaje mi hermosa dama…buen viaje….
  • 5. 5 L La a n no oc ch he e b bo oc ca a a ar rr ri ib ba a Julio Cortázar Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos; le llamaban la guerra florida. A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adónde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pie y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en las piernas. "Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado..."; Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio. La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. "Natural", dijo él. "Como que me la ligué encima..." Los dos rieron y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo
  • 6. 6 llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaban la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. "Huele a guerra", pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor a guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. -Se va a caer de la cama -dijo el enfermo de la cama de al lado-. No brinque tanto, amigazo. Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo, y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un
  • 7. 7 relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. "La calzada", pensó. "Me salí de la calzada." Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como un escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada más allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en la cantidad de prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces y los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás. -Es la fiebre -dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien. Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el
  • 8. 8 choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el piso, en un suelo de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y hubo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como el bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba, tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara ante él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
  • 9. 9 Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de rojo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado, que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque estaba otra vez inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.
  • 10. 10
  • 11. 11 E El l N Na at tu ur ra al li is sm mo o El naturalismo es un movimiento literario que tuvo lugar aproximadamente entre finales del siglo XIX (a partir de 1880) y mediados del siglo XX (fundamentalmente hasta 1940). No obstante las raíces el movimiento son anteriores, pues los escritores naturalistas tomaron sus ideas y las desarrollaron a partir del movimiento literario dominante durante el siglo XIX, el realismo. Algunos críticos han tratado de etiquetar el naturalismo como una especie de "realismo radical", pero este movimiento tiene suficiente personalidad y profundidad como para ser apartado del realismo y considerado diferente. Allí donde el realismo era básicamente descriptivo, meramente literario y únicamente atento hacia la capa social burguesa -principal promotora y consumidora del mismo-, el naturalismo resultó un movimiento con influencias más profundas -entre las que destacan sobre todo la teoría de la evolución de Darwin y la filosofía determinista- y metas más altas -no sólo mostrar la vida de su época “tal como era” sino terminar “por qué era como era”, y hacerlo sin omitir sus aspectos más hermosos ni tampoco los más desagradables-.
  • 12. 12 Las obras naturalistas solían incluir, de hecho, la pobreza, el racismo, el sexo, los prejuicios, la enfermedad, la prostitución, la suciedad y la muerte tratadas de una forma exenta de dramatismo, lo que las hizo algo difíciles para el público en general y consiguió que fueran criticadas por ser demasiado directas y francas. Frente al optimismo y al progresismo liberal del que solían hacer gala los escritores realistas, el naturalismo se mostraba fuertemente pesimista; y en contra de la “apología de la libertad” propia de los realistas, los naturalistas negaban la libre voluntad y se refugiaban en su pesimismo determinista, afirmando que las condiciones sociales y naturales de los personajes les impiden vivir de acuerdo con su voluntad. En este sentido, los naturalistas se mostraron muy interesados en abordar sus obras desde un punto de vista “científico”, intentando identificar las fuerzas ocultas que influencia las acciones de los personajes. Esas fuerzas serían principalmente el ambiente en el que esos personajes crecen y operan, así como la herencia que reciben o, en otras palabras, la posición social y económica que ocupan. El máximo representante, principal impulsor y primer teórico del naturalismo fue el escritor francés Émile Zola, quien dejó canonizado el género en el prólogo de su novela Thérèse Raquin. Desde Francia el naturalismo se extendió a Alemania, Italia -donde se denominó verismo-, a Rusia -donde influyó en autores como Gogol y Dostoiveski- , a España y también a Latinoamérica y a los Estados Unidos.
  • 13. 13 Desde Francia, el Naturalismo se extendió a toda Europa en el curso de los veinte años siguientes adaptándose a las distintas literaturas nacionales. El naturalismo presenta al ser humano sin albedrío, determinado por la herencia genética y el medio en que vive. En él influyen el Positivismo de Auguste Comte, que no valora que no puede ser objeto de experiencia, el Utilitarismo de Bentham y Stuart Mill, que juzga todo en función de su utilidad, y el Evolucionismo físico de Darwin y social de Herbert Spencer, que niega la espiritualidad del hombre al negar la intervención divina, y el materialismo histórico de Marx y Engels. En la mayoría de los escritos lo que se intenta es reflejar que la condición humana está mediatizada por tres factores: la herencia genética, las taras sociales (alcoholismo, prostitución, pobreza, violencia) y el entorno social y material en que se desarrolla e inserta el individuo. Esto es, lo que se conoce en filosofía como Determinismo. De aquí deriva otra importante característica del Naturalismo, una crítica (implícita, ya que el valor documental y científico que se pretende dar a la literatura de este tipo impide aportar opiniones propias) a la forma como está constituida la sociedad, a las ideologías y a las injusticias económicas, en que se hallan las raíces de las tragedias humanas. La fisiología como motor de la conducta de los personajes; Sátira y denuncia social. La novela naturalista no vale como simple pasatiempo, es un estudio serio y detallado de los problemas sociales, cuyas causas procura encontrar y mostrar de forma documental Concepción de la literatura como arma de combate político, filosófico y social; Argumentos construidos a la sombra de la herencia folletinesca y orlados de un abrumador. Feísmo y tremendismo como revulsivos. Puesto que se presentan casos de enfermedad social, el novelista naturalista no puede vacilar al enfrentarse con lo más crudo y desagradable de la vida social. Adopción de los temas relativos a las conductas sexuales como elemento central de las novelas. No se trata de un erotismo deleitoso y agradable, sino que es una manifestación de enfermedad social, suciedad y vicio. Por ello, frecuentemente el novelista naturalista se centra en el mundo de la prostitución, vista como lacra social y como tragedia individual. El público confundía sin embargo a veces naturalismo con pornografía, lo que no era la intención de los naturalistas. Estos critican con frecuencia la literatura folletinesca que trastorna la percepción de la realidad. Cabe destacar que, si bien Realismo y Naturalismo son muy parecidos en el sentido de reflejar la realidad tal y como es (contrariamente al idealismo romántico), la diferencia radica en que el Realismo es más descriptivo y refleja los intereses de una capa social muy definida, la burguesía, mientras que el Naturalismo extiende su descripción a las clases más desfavorecidas, intenta explicar de forma materialista y casi mecanicista la raíz de los problemas sociales y alcanza a hacer una crítica social profunda; además, si el individualismo burgués es siempre libre y optimista en su fe liberal de que es posible el progreso sin contrapeso y labrar el propio destino, el Naturalismo es pesimista y ateo merced al determinismo, que afirma que es imposible escapar de las condiciones sociales que guían nuestro sendero en la vida sin que podamos hacer nada por
  • 14. 14 impedirlo. Por otra parte los naturalistas españoles hacen uso de un narrador omnisciente y se alejan del impersonalismo que busca el maestro francés Zola; por otra parte, estas novelas no consiguen una reproducción fiel de la realidad, objetivo que sí busca Zola, sino que recargan excesivamente los aspectos que quieren destacar, con lo que pierden el valor documental que busca Zola. Se considera que el Naturalismo es una evolución del Realismo. De hecho, la mayoría de los autores realistas evolucionó hacia esta corriente materialista, si bien otros orientaron su descripción de la realidad hacia el interior del personaje llegando a la novela psicológica. El Naturalismo, al igual que el Realismo, refuta el Romanticismo rechazando la evasión y volviendo la mirada a la realidad más cercana, material y cotidiana, pero, lejos de conformarse con la descripción de la mesocracia burguesa y su mentalidad individualista y materialista, extiende su mirada a las clases más desfavorecidas de la sociedad y pretende explicar los males de la sociedad de forma determinista.
  • 15. 15 Émile Zola La modernidad y la tradición dividían Francia a mediados del siglo XIX. El sur francés vivía plácidamente instalado en su cálido pasado e inmerso en las creencias populares de honda raigambre: familia, trabajo y religión, valores éstos que dejarán una profunda huella en la formación de Zola y que, como la estética meridional, formarán parte del substrato que nutre su producción. La primera adolescencia de Zola estuvo marcada por su archiconocida amistad con Cézanne y por el despertar de sus primeras lecturas, algo que le hizo zambullirse plenamente en la lírica romántica. Aunque Zola nació en París, a la edad de tres años se trasladó junto con su familia al sur francés, a la Provenza, más concretamente, a la ciudad de Aix-en-Provence, donde pasaría toda su infancia y parte de su juventud. Zola resultó ser doblemente meridional, por parte geográfica y por parte familiar, al ser hijo de veneciano y nieto de griego. Esa tierra, tan rica estéticamente, impregnó la vista y la sensibilidad del joven Émile, despertando en él una conciencia artística que, no sólo podemos apreciar en sus críticas pictóricas – Mes salons-, sino también en muchas de sus novelas. Por aquel entonces, las diferencias socio- culturales entre el norte y el sur, entre la capital y la provincia, eran muy notables.
  • 16. 16 El poso romántico del autor es innegable; sin embargo, en sus inicios como novelista, lo reconocía, de mala gana, como si de un desliz de adolecen se tratara. Sólo muchos años después llegaría a esgrimirlo como un valor esencial de su producción. Desde lo ideológico, escritores románticos como Rousseau, Hugo, Musset o Michelet, favorecieron la elaboración de un moralismo idealista en el joven Zola, que, torpemente todavía, se empezaba a debatir entre la ciencia y la religión, la fe y la razón. Literariamente, el Zola de adolescencia romántica creía en la capacidad regeneradora y moral de la poesía, y criticaba los textos que se complacían en reproducir el aspecto más crudo y escatológico de la realidad, como una traba insalvable en su vuelo hacia el ideal. Estos planteamientos resultan sorprendentes si los comparamos con los del Zola más conocido. El tópico del escritor maldito, obsceno y blasfemo, contrasta con ese joven que cree en el cometido divino de las manifestaciones artísticas, especialmente de la poesía lírica, la única, según él, capaz de llevar a cabo, dignamente, la función moralizante que Dios había atribuido al poeta. A finales de la década de los cincuenta, Zola se trasladó a vivir a París, y fue allí, donde, en medio de la vida de bohemia y estrecheces, comenzó a olvidar su herencia romántica y a encaminarse hacia presupuestos materialistas y positivistas. De estos primeros años parisinos, data una de las constantes ideologías más interesantes en su producción: el redentorismo, aún en el aire del Romanticismo. Se trata, obviamente de una redención en el amor, lo cual implica que, previamente a esa salvación, ha habido un "pecado" que la requiriera; y ¿Cuál es el pecado en el amor? ¿Cuál su traición, su hipocresía?: la prostitución. No en vano, el objeto de la redención es siempre mujer y prostituta, especialmente en la época romántica, que recreó hasta la saciedad esta situación, en la que el hombre era siempre el redentor y la mujer, obviamente la redimida. Este tema se inicia con una novela casi desconocida llamada La confession de Claude (1865) que podemos considerar como la frontera que separa la adolescencia romántica de la juventud positivista de nuestro autor. En la primera parte del libro, el protagonista, de claras resonancias autobiográficas, cree todavía en esa idealista redención por el amor al estilo de Michelet o de Hugo; sin embargo, en la segunda parte, renuncia a esa posibilidad encaminándose hacia otros presupuestos, más de su tiempo. Pero, aunque el espíritu redentor de los primeros años fracasará en su intento regenerador, volverá más tarde, con toda la fuerza y la madurez que dan los años, para triunfar plenamente en la mujer y en el amor. Nos referimos a ese segundo estadio del redentorismo zoliano que protagonizará sus últimas novelas, especialmente, a partir de Le Docteur Pascal (1893) y, de un modo casi obsesivo, en Les Quatre Évangiles (1899-1903). No obstante, entre esta primera novela y las últimas se abre un foso enorme de más de una veintena de años, que corresponde a su obra más monumental y conocida, Le Rougon- Macquart (1870-1893). A la idea de salvación le sucederá, en el tiempo y en la obra, la idea de investigación. No se tratará ya de curar, sino de estudia los motivos y circunstancias que han llevado a las gentes a la decadencia social, moral y física. Así, a la primera intención religiosa, aún de herencia romántica, sucederá el impulso científico, entre la sociología, la historia y la fisiología, hijas todas ellas de la nueva época positivista que comenzaba a mediados de siglo. Émile Zola comenzó a caminar por las sendas de la doctrina positiva, que iba imponiéndose con fuerza en Francia, en el momento en que entró a trabajar en la librería Hachette, en 1862. Este empleo supuso para él un verdadero proceso de iniciación en la mentalidad
  • 17. 17 positivista y cientifista. La editorial, dirigida por Louis Hachette, se había convertido en un foro de pensamiento e ideología republicanos próximo a la burguesía ilustrada y liberal. El momento de la incorporación de Zola a la empresa coincidió con la ampliación de la misma y los grandes trabajos de expansión que, de 1862 a 1864, contribuyeron a hacer de ella el gran coloso que conocemos. Al poco tiempo de su entrada, Zola accedió al puesto de jefe del recientemente creado departamento de publicidad, un puesto clave para un joven con pretensiones literarias. Allí conoció las obras de divulgación científica de Hippolyte Taine, Claude Bernard y sobre todo de Émile Littré, el gran autor de la casa. Este período de formación en las nuevas ideas se vio reforzado por la asidua lectura del periódico Le Siècle, fuertemente republicano y anticlerical. Su llegada a París y su contacto con medios positivistas le hicieron, además, reafirmarse en algo que venía sospechando desde 1860: su mediocridad como poeta. Quedaron, pues, definitivamente olvidados aquellos poemas grandiosos sobre la creación del Universo, enterrados bajo la besogne du siècle: su tarea de novelista. En realidad, esto supone un intento de resolver el dualismo estético que venía arrastrando: su opción entre la realidad y el ideal, la prosa y la poesía, lo contemporáneo y lo eterno. la evolución personal y estética de Zola coincide plenamente con la evolución del siglo. Por eso, no nos debe extrañar la sucesión de etapas, en apariencia contradictorias, que no son sino el reflejo del rumbo que tomaron los últimos años del siglo XIX. Sus primeros años en París coincidieron con la época del cientifismo a ultranza, de la demostración de influencias románticas anteriores y del más acusado anticlericalismo. Éstas, que son las 3 características generales de mediados de siglo, lo son de igual modo, de la primera madurez de Zola. Ideológicamente, asistimos al reinado de la ciencia; la ciencia que todo lo puede y todo lo invade. El método científico aplicado a la pintura, a la novela, a la filosofía, a la educación, a la política, la historia, a un mundo "cientificado". Del tronco común que representa August Comte, verdadero creador del positivismo, se desarrollaron fuertes y notables ramas representadas por Ernest Renan, Taine, Claude Bernard o Littré, pilares fundamentales de la intelectualidad francesa de la segunda mitad de siglo. La invasión que llevó a cabo la ciencia, en todos los órdenes de la vida trajo como consecuencia, el repudio a cualquier dimensión metafísica, especialmente religiosa. Se abrió entonces una fuerte incompatibilidad entre ciencia y religión. Esta incompatibilidad orquestará en Zola un dualismo feroz que, como una corriente subterránea, irá alimentando el nivel más profundo de sus obras. Esa dialéctica, de tan difícil solución, entre lo material y lo espiritual, la inmanencia y la trascendencia, el cuerpo y el alma, lo cronológico y lo intemporal es, a nuestro juicio, el eje sobre el que se articula la gran serie de novelas Les Rougon-Macquart, como veremos más adelante. En el devenir de esa exaltación materialista se esperó todo de una ciencia que avanzaba despacio, demasiado despacio para unas mentes hambrientas de respuestas. El hombre no supo acomodarse a su nuevo papel, en el aquí y el ahora positivistas, y corrió de nuevo a refugiarse en las antiguas creencias. "La moral de los fuertes" no conquistó a las conciencias. Proclamada por el estoicismo post-naturalista, defendía la convivencia del hombre consigo mismo, aceptando sus límites y las condiciones, a menudo adversas, de una existencia nada fácil de llevar. Esta moral se hallaba muy lejos de triunfar en la sociedad francesa, que, en medio del sufrimiento, seguía manteniendo su necesidad antropológica de la esperanza en el más allá. El último tercio del siglo XIX vio nacer lo que se llamó la
  • 18. 18 faillite de la science. Al furor cientifista le sucedió un retorno a la trascendencia, a la fe religiosa y a la figura de Dios, relegada en los días del positivismo. Semejante trastorno del orden de prioridades para el hombre que se decía "moderno", no pudo dejar indiferente a nadie: ni a los que, abandonando los dictados positivistas, se zambulleron en la renovada trascendencia, ni a los que desarrollaron una mayor hostilidad ante tal "retorno al pasado", ni a los que -como el caso de Zola-, tras un primer momento de incertidumbre y desconcierto, intentaron una tópica aproximación. Estas particulares circunstancias contribuyeron a que los principios teóricos del naturalismo comenzasen a tambalearse, así como su aplicación en la música, la literatura o la pintura, en un intento de responder a las nuevas necesidades. El Zola del "Discours aux Etudiants", texto clave para entender la evolución ideológica de finales del siglo, defiende el papel de la ciencia en nombre de la verdad, que no de la felicidad, porque, según él, el hombre no siempre está preparado para vivir con una verdad amarga e injusta. Sin embargo, tras estas palabras al parecer plenas de convicción y confianza, propias de alguien que ve claramente las dificultades del camino, y que aún así, está dispuesto a recorrerlo, se esconde la vertiente más sombría de un Zola apesadumbrado por las dudas, por un miedo inexplicable; un Zola que, pocos años antes, estuvo a punto de naufragar en la desesperación tras las muertes de seres muy queridos para él (Duranty, Flaubert o su madre) Estas muertes, por lo que de trágico tuvieron para Zola, supusieron en el plano existencial, un replanteamiento, consciente o no, de sus convicciones materialistas de negación de toda trascendencia. A estas desgracias hay que sumarle su entrada en una grave crisis personal, acrecentada por un mal estado de salud y una débil moral, fruto quizá de sus primeras aproximaciones a las lecturas de Schopenhauer. Este estado de ánimo tiene como consecuencia la creación de un proyecto novelístico, que, tras una pausa, vio la luz en 1884: La joie de vivre, decimosegunda obra de Les Rougon-Macquart. En este texto, Zola lleva a cabo una especie de catarsis o depuración, respecto a dos tendencias que estaban minando su equilibrio mental, la hipocondría y el pesimismo de Schopenhauer, que ya habían hecho mella en algunos de sus compañeros. Al borde del abismo, del mismo precipicio que engulló a Maupassant, Zola supo vencer la tentación de dejarse arrastrar por el vacío, aferrado a su natural fuerza vital y a su esperanza en un futuro mejor, nacido de la feliz reunión de esos contrarios que desgarraban las conciencias finiseculares. La inmensa tarea que se había impuesto de recrear el universo en las veinte novelas de Les Rougon-Macquart, contribuyó también a mantenerlo firme y confiado en los tiempos venideros. La serie termina, como veremos, con una nota de optimismo y de confianza, y abre las puertas a una época de búsqueda de soluciones. A esta época corresponden Les Trois illes. La última etapa en la vida y la obra de Zola, se inicia con las tres novelas que configuran la serie Les Trois Villes: Lourdes (1894), Rome (1896) y Paris (1898) Cada una de ellas representa un alto en su evolución ideológica y existencial de Zola; las dos primeras suponen el rechazo ante las posibles "soluciones" a la crisis ideológica de finales de siglo: el misticismo y el neo-cristianismo en Lourdes y el catolicismo social en Rome. Paris, como es habitual en las novelas que cierran sus series, termina esa etapa de búsqueda y abre otra nueva, en la que Zola desarrollará su "nueva religión". Confirmada su ruptura con el catolicismo y la Iglesia, Zola insiste en la necesidad que tiene el hombre
  • 19. 19 de mantener cierto sentimiento religioso. Zola propone, pues, una nueva religión, una "religión del trabajo", edificada sobre los cimientos del primitivo cristianismo, como la justicia, la defensa del pobre o el amor. Su desarrollo supondrá la conclusión a Les Trois Villes y el preludio a la serie siguiente. En su nueva religión Zola rechaza cualquier dogma revelado, y busca una vuelta al hombre natural, tradicionalmente negado por el catolicismo, regido por la razón y el amor. Ideológicamente, estos planteamientos, ciertamente utópicos, deben mucho a Darwin, al socialismo utópico de Fourier (1772- 1837), y literariamente al simbolismo naciente y a la novela rusa -el evangelismo de Dostoyevski y el espiritualismo pacifista de Tolstoi-. Así, la última novela de Les Trois Villes es el fin de las sucesivas tentativas y el comienzo de la particular religiosidad zoliana, que se desarrollará plenamente en Les Quatre Evangiles. Esta última e inacabada serie de novelas –Fécondité (1899), Travail (1901) y Vérité (1903) ilustra la creación de una nueva sociedad, muy alejada ya de la oscura y mísera sociedad de Les Rougon- Macquart. Este nuevo orden se edificaría sobre la fe en el trabajo, verdadero y único motor del progreso, sobre la capacidad del hombre y la mujer para amar y crear enormes familias, sobre la justicia y el reparto equitativo de los bienes, sobre el esfuerzo común, en definitiva, sobre una vuelta a ese estado idílico y natural, de comunión del hombre con el cosmos y consigo mismo, integrando, por fin, las dos vertientes de esa tensión dual que lo dividía años atrás. El tono de estas últimas propuestas puede mover a dos interpretaciones de signo contrario. En primer lugar, la recreación del mito de la ciudad perfecta, de la organización evangélica y socializante del mundo provoca, lógicamente, una interpretación optimista: después de las tragedias anteriores, del mundo bestial y en descomposición, aparece una sociedad regenerada y radiante, producto de alguien esperanzado que confía en que se avecinen tiempos mejores. Sin embargo, el estudio de los textos deja alguna duda. La mayor parte de sus novelas anteriores se desarrollan en un eje cronológico y espacial muy detalladamente descrito, muy concreto y, reflejo de un tiempo y una geografía perfectamente reconocibles. Abundan las referencias históricas, los nombres de calles, de pueblos o regiones. Frente a esta constante, en la última serie, asistimos a la desaparición del espacio mimético y a la referencia al tiempo histórico. Nos encontramos en medio de una utopía y una ucronía que bien pueden entenderse como la desconfianza o el pesimismo de aquél que no cree que sus esperanzas tengan cabida en el mundo real.
  • 20. 20 E E El l l c c cr r ri i im m me e en n n y y y e e el l l c c ca a as s st t ti i ig g go o o D D De e e F F Fi i io o od d do o or r r D D Do o os s st t to o oy y ye e ev v vs s sk k ki i i Fiódor Mijáilovich Dostoievski nació en el año 1821, en Moscú (Rusia). Durante su juventud se vio influido profundamente por su padre, un médico retirado del ejército, alcohólico, avaro y sensual. Cuando el pequeño Fiódor tenía 11 años, su padre adquirió unas fincas en la provincia de Tula con la intención de llevar una vida de terrateniente y trasladó su familia allí. En 1838, el joven Fiódor partió, por decisión de su padre, hacia San Petersburgo, para ingresar en la Escuela de Ingenieros Militares, aunque él no se encontraba a gusto con sus estudios técnicos. Murió su padre y, luego de graduarse, decidió dedicarse a la Literatura, al punto que llegó a publicar su primera obra, Pobres gentes, obteniendo una gran repercusión. A esta obra la siguió El doble que, al igual que otros trece esbozos escritos por Dostoievski en los tres años siguientes, centró su atención en la situación de los pobres y desheredados, en sus humillaciones y sus reacciones ante ellas. Paralelamente, se sumó a un grupo de jóvenes intelectuales que estudiaban las obras de los socialistas franceses, prohibidas por el zar. En el grupo logró infiltrarse un miembro de las fuerzas de seguridad y todos los integrantes del grupo terminaron en prisión. Sufrieron el destierro a Siberia y fueron condenados a muerte. Pero salvaron sus vidas minutos antes de la ejecución, al recibir una conmutación de penas. Fiódor fue condenado a cuatro años de trabajos forzados en Siberia y a desempeñarse luego como soldado raso. Tal vez como consecuencia de las situaciones de extrema tensión vividas, comenzó a padecer ataques de epilepsia, que lo acompañarían durante toda su vida. Durante su período en prisión sólo leyó la Biblia. Influido por esa lectura rechazó el socialismo ateo, del que había sido partidario en su juventud.
  • 21. 21 La cárcel le permitió también descubrir cómo entre los mismos delincuentes se daban gestos de altruismo y nobleza, lo que le permitió profundizar en la complejidad del espíritu humano. En 1854 fue liberado de prisión y enviado como soldado a una unidad militar en Mongolia. Allí vivió por un lapso de cinco años, luego de los cuales lo autorizaron a regresar a San Petersburgo. Regresó junto a la mujer con la que había contraído matrimonio, una viuda enferma de tuberculosis. Luego de diez años de prisión y exilio, pudo retomar su carrera literaria. Fundó, junto a su hermano Mijáil, una publicación mensual llamada Tiempo. Allí fueron apareciendo, por entregas, algunas de sus nuevas obras, como Memorias de la casa muerta y Humillados y ofendidos (1861). Luego publicó Notas de invierno sobre impresiones de verano (1863). La revista Tiempo fue cerrada por las autoridades por haber publicado un artículo supuestamente subversivo. Junto a su hermano inició una nueva publicación, Época, que tendría una vida más corta aún. Allí publicar la primera parte de Memorias del subsuelo. En 1864 falleció su esposa, luego de una penosa convalecencia, y también su hermano, cuyas deudas, de las que tuvo que hacerse cargo, lo dejaron en la ruina. Para salir de su situación económica desesperante tramitó un crédito que le fue concedido contra el compromiso de presentar una nueva novela en no más de un año. Cumpliendo con ese compromiso escribió El jugador (1866). Al poco tiempo contrajo matrimonio con Anna Snitkina, la mecanógrafa que contratara para transcribir su obra. Escapando de sus acreedores, Dostoievski pasó los años siguientes fuera de Rusia. A pesar de su situación económica angustiosa, durante este período continuó su labor de escritor, publicando Crimen y castigo (1866) y Los endemoniados (1871-1872). Retornó a Rusia recién en 1873, portando ya el halo del reconocimiento internacional como escritor. En 1880 publicó Los hermanos Karamazov. Poco tiempo después murió en San Petesburgo; corría el mes de febrero de 1881. En toda su obra mostró Dostoievski un inmenso interés por el hombre de su tiempo. Estaba convencido de que el futuro de la humanidad se hallaba en juego. Por eso sus obras no abordan temas históricos sino actuales. “El hombre en la superficie de la tierra no tiene derecho a dar la espalda y a ignorar lo que sucede en el mundo, y para ello existen causas morales supremas", decía. Y su realismo no se detuvo ante las facetas más oscuras del espíritu humano sino, por el contrario, penetró en ellas, colocando a los héroes de sus novelas en las situaciones más extremas, rastreando sus conflictos interiores y sus motivaciones más profundas. Consideraba su deber, en cuanto escritor, encontrar el ideal que late en corazón del hombre, "rehabilitar al individuo destruido, aplastado por el injusto yugo de las circunstancias, del estancamiento secular y de los prejuicios sociales.” La temática, y el modo de abordarla, de sus novelas trágicas se adelantó en el tiempo a los estudios psicoanalíticos sobre el inconsciente, al surrealismo y al existencialismo. En cuanto a lo estrictamente literario, tal vez haya sido su mayor aporte el haber colocado al narrador dentro de la obra, dejando la postura externa de quien relata una historia ajena. Este estilo fue retomado posteriormente por autores de la talla de Thomas Mann, Unamuno y Sartre.
  • 22. 22
  • 23. 23 Dostoiveski vivió en una época en la cual la masa democrática activa y manifiesta sus derechos. Esta masa la integraba una parte del pueblo inquieto hasta lo más hondo por el auge del capitalismo y por la derrota sufrida por el movimiento revolucionario durante el tercer, cuarto y sexto decenio del Siglo XIX. Era una época de transición, que según palabras de Marx, “a pesar de los brillantes éxitos de la tecnología y la cultura, se caracterizaban por unos rasgos de decadencia, que superaban con mucho todos los horrores que conoce la historia desde el Imperio Romano”. En el género novela-trágica creada por él, Dostoiveski encarna para el futuro, con extraordinaria fuerza, muchos de los trágicos rasgos de Rusia; y la Rusia de Dostoiveski presentaba una enorme particularidad con respecto a Occidente: En pleno siglo XIX el país era aún feudal, con un régimen de señores y siervos, como fue, durante la edad media, Europa. Su época corresponde a los reinados de Nicolás I que se caracterizó por su despotismo y por Alejandro II, de espíritu más tolerante. Fueron tiempos de grandes tensiones en el terreno ideológico, entre corrientes tradicionalistas y progresistas. Rodion Romanovich Raskolnikov, el célebre protagonista de la novela, vive durante su infancia en miserables barrios del cordón tugurial de San Petersburgo. Hambre, soledad, maltratado y frio han sido las notas predominantes de la tristeza canción que es su vida. El aislamiento y su orgullo se convierten en su único recurso y refugio. La imponencia se torna en una de sus armas: Se considera superior a los otros; con inteligencia analiza todas las cosas acomodándolas a su ‘teoría del superhombre’, desdeñándolo todo, fermentado su rencor y reforzando su escepticismo. Alena Ivanova es una anciana que se dedica a la usura. De esta actividad ha derribado un capital considerable que cuida con avaricias. Vive en compañía de su hermano en el vecindario que frecuenta Raskolnikov. Advotia, hermano de la protagonista, pensando en el futuro de Rodion, más joven que ella, quien aspira a realizar los estudios que lo sacarían de la miseria están a punto de aceptar por interés la propuesta matrimonial de Ludzin, hombre adinerado que la asedia con sus peticiones desde hace tiempo. Ante esta perspectiva e impulsado por las ideas nihilistas que ha cultivado y sintiendo sobre sus espaldas el desprecio y las humillaciones que padece todos los desposeídos de Rusia, planea y comete el crimen que desencadena el conflicto en la novela: armado con un hacha y con las ideas, cuya génesis se encuentra en la doctrina marxista y la teoría del superhombre, Raskolnikov entra en la casa de Alena Ivanova, la vieja usurera y la asesina. La hermana de la víctima, que lo ha observado todo con silencioso terror, sucumbe también bajo los hachazos del joven. A tomar el hacha con la firmeza decisiva de cometer el crimen, Rodion, más que obtener dinero que necesita para evitar el sacrificio de su hermana, pretende cambiar un estado de cosas que está caracterizado en la sociedad por el más injusto de los desequilibrios. Alena Ivanova había obtenido su riqueza explotando la necesidad ajena, actuando como un piojo inútil y dañino que lleva una vida parasitaria. Su exterminio constituía entonces una prueba que el joven se impone para convencerse de un hecho: El pertenece a esa casta de hombres especiales que pueden transgredir las leyes impuestas por la sociedad y el hábito. Es un elegido.
  • 24. 24 Estando todavía en la escena del crimen, unos visitantes llegan a la casa de Ivanova. Con extremada sangre fría, Raskolnikov espera a que se retiren, toma unas cuantas joyas y escapa del lugar sin que nadie lo vea. Con el doble asesinato comienza el verdadero drama de Raskolnikov. Escondido en su cuartucho analiza los hechos para llegar a la triste conclusión de que el crimen no a resultado nada. Lo que ha robado no es suficiente para satisfacer sus necesidades, la situación de su hermana se mantiene invariable y su conciencia le atormenta. El sufrimiento y las noches insomnes le hacen caer en la cuenta del error cometido y es casualmente el error lo que su espíritu le recrimina, no el asesinato cometido. Es ahora cuando entra en escena Sonia Marmeladova, alma, en cierto modo, gemela de la de Raskolnikov. La muchacha ejerce la prostitución a sabiendas de que ese hecho la convierte en una paria de la sociedad. Hija de un alcohólico cuya inutilidad le impide velar por su familia, Sonia debe sacarla de la miseria por ese medio. Sonia Marmeladova y Rodion Raskolnikov se encuentran. Ella lo mismo que él, ha cometido un error movida por el amor que siente por unos seres desgraciados, sumidos en la miseria. Ella lo mismo que el, quiere con vehemencia cambiar la injusticia que lo envuelve todo. A todas estas, Porfirio Pretovich, el juez encargado del caso, ha reunido ciertas evidencias que lo conducen a sospechar de Rodion; no obstante, espera que el muchacho se entregue por voluntad propia, lo cual ocurre al poco tiempo a instancia de Sonia. Raskolnikov es condenado y parte a Siberia en compañía de Sonia. Allí intentan vivir a pesar de los tormentosos acontecimientos del pasado de ambos. Alrededor de estos dos personajes giran las micro historias de otros de menor importancia para la trama, mas no por ellos menos dramáticos; tal es el caso de Advotia, la hermana de Rodion, presionada por las pretensiones amorosas de dos hombres: Ludzin, con quien estuvo a punto de casarse por interés; y Svidriagailov, para quien trabaja como institutriz. Este ultimo llega, por el amor de Advotia, a asesinar a su esposa, suicidándose luego en presencia de la joven quien se niega rotundamente a concederle sus favores. Patética también resulta la circunstancia de los Marmelado va (la familia de Sonia). El padre ebrio, brutal, y la madre pusilánime, son incompetentes para sostener a su familia. Es la propia Catalina Ivanovna quien con sus insinuaciones conduce a su hija a la prostitución. Raskolnikov, el primer asesino de Dostoievski, se convierte gracias a crimen y castigo en una de las creaciones más elaboradas y de mayor taya en la literatura mundial.
  • 25. 25 Poeta Nunca he tocado nada de lo que tú eres. Estás como una idea en un instante puro. Clara en tu firmamento de firmeza blanca… Juan Eduardo Cirlot Valeria Wozniak
  • 26. 26 Recurro al silencio para que no sea tu ausencia la santa matadora del delirio en el que ha elegido perderse mi alma. El dolor me llega hasta el centro del pecho y me revienta en el fulgor de mis manos que anhelan ese beso tuyo que no es de nadie y es del aire que me envuelve. Ojala pudiera dejar de ser un emisario del poema que nace de mí cada vez que muero y renazco en un pensamiento tuyo que a la distancia me evoca… Ariadna Herbert James Drape
  • 27. 27 Se acercan las luces del ocaso a explotar lentamente en la retina de mis ojos y su tristeza, maquillada de avatares cotidianos; entonces surge de mí la imagen de tu cuerpo esfumándose en la oscura liviandad de la bohemia soledad de adentro que siempre me apodera en los días extraños, cuando transito la callada quietud de saberme extranjera en mis propias huellas. Hoy quisiera poder encontrarte navegando Por los caminos invisibles de un verso mío… encontrarte sin carne, serena y desnuda, reviviendo desde el silencio que anida en mi pecho. El fantasma que me reviste levita por las líneas etéreas de la tierra reciclando la pesada ausencia de tu primavera que ya no me transforma; entonces le rezo a los dragones del tiempo para que puedan cauterizarme la pena de saber que ya habías muerto antes que a mi boca se le diera por inmortalizar tu nombre, en las bitácoras de mi viaje. Ariadna en Naxos Evelyn de Morgan
  • 28. 28 Llueve. Arremeten los sonidos que duermen en el silencio y colapsan inclementes en las vestiduras de mi alma. Un perfume efímero que se disfraza de poeta arrasa con mi cordura y me somete a las manías del olvido Ese falso profeta de versículos tacaños. Parece que sueño entre los vértices de mi habitación vacía. Un vaso añejo de bebida barata hace de sacro patrono escuchando mis bohemias y elijo, voluntariamente, suicidar los recuerdos de vos en mí desojándome el aura con los vestigios de tu mirada que aún insiste en no abandonarme Y pasa de largo el embrujo del agua pura que cae furiosa sobre las tejas de mi refugio Y no se quedan a deambular conmigo los suaves acordes de ésta tarde y su nueva primavera. Me quedo solo escribiendo el obituario de mi amor y su agonía.
  • 29. 29 Soy un hombre cualquiera y solitario que vive entristecido a ciertas horas por indeterminados pensamientos. Externamente sufro como todos las huellas cotidianas, indelebles. Voy vestido de gris. A veces llevo una corbata rosa. Miro lejanamente los jardines, separado del cielo, ciudadano inscrito en el cemento y en el sordo rumor inconsolable de las plazas. Mi corazón es mío algunos días especialmente bellos…. J JU UA AN N E ED DU UA AR RD DO O C CI IR RL LO OT T http://www.amediavoz.com/cirlot.htm
  • 30. 30 Juan Eduardo Cirlot forma parte de una corriente que sólo muy escasamente ha asomado en las letras: esa tradición de carácter visionario que penetra en el mundo del misterio, de lo oculto, de los sueños, que se remonta a la antigüedad clásica y medieval, que retoman William Blake, Hölderlin, Novalis, Poe, Nerval, Wagner, los prerrafaelistas ingleses, y que expresa una sensibilidad característica de los mundos céltico y germánico. No en vano – ¿casualidad o leyes de sincronicidad y convergencia?– los principales cultivadores en lengua castellana de esta corriente, o bien procedían de la parte céltico-galaica de la península –Vicente Risco, Álvaro Cunqueiro, Torrente Ballester– o bien tenían sangre celta o germana en sus venas, como Gustavo Adolfo Bécquer, Jorge Luis Borges y Juan Eduardo Cirlot, este último con antepasados irlandeses y bretones entre los que se cuenta un linaje de soldados. El espíritu sopla donde quiere. Son datos significativos. De sus antepasados militares –españoles y británicos–Cirlot hereda un sentir heroico que incorpora en su quehacer poético. Y de sus ancestros de la cornisa gaélica asoma en Cirlot esa tensión singular que imanta el espíritu –como si de una brújula se tratase– siempre hacia el Norte. Se trata de una particular disposición anímica que en algunos adquiere el vértigo de una revelación, y que el escritor C. S. Lewis describía así: “El ‘Nordismo’ en estado puro se apoderó de mí: una visión de grandes y claros espacios sobre el Atlántico, en el crepúsculo interminable del verano nórdico, lejanía, severidad […] y al instante supe que yo ya conocía esto desde hacía mucho tiempo […]. Sigfrido pertenecía al mismo universo que Baldur, que las grullas que vuelan en dirección al sol […] y con esa zambullida en mi propio pasado se alzó de nuevo, como un ataque al corazón, la memoria de la Alegría que una vez tuve y que durante años había perdido.” La poesía de Juan Eduardo Cirlot –muy especialmente su obra central, el ciclo de Bronwyn– es entre otras cosas un himno a ese Norte, una inmersión en la música sombría y formidable de ese mundo céltico, galés, irlandés, alto germánico, escandinavo e islandés. Una música áspera y metálica de brumas, piedras y espadas, de runas, espirales y mágicas cosmogonías, que si también habita nuestro idioma lo es gracias al autor de La Dama de Vallacarca. Juan Eduardo Cirlot fue mucho más que un poeta. Su vida transcurrió en Barcelona entre 1916 y 1973. Desarraigado de su entorno, siempre manifestó que no se identificaba con el tiempo presente, y que hubiera preferido vivir en otra época. Sin embargo –y paradójicamente– no hubo en la España de aquellos años un crítico más agudo, ni un oteador más perspicaz de todas las experimentaciones y vanguardias que en el arte del siglo XX conformaron eso que vino en llamarse modernidad. Músico dodecafónico, teórico de la abstracción y del surrealismo, cómplice de André Breton y figura central de Dau al Set, como crítico de arte Cirlot impulsó la agitación vanguardista de su época, exploró todos los ismos habidos y por haber –su Diccionario de los ismos es prueba fehaciente–, y diseccionó como nadie el estilo del siglo XX. Pionero de la
  • 31. 31 Reincorporación de España a las corrientes estéticas de Europa y Occidente, fue uno de los que más hicieron para expandir el horizonte cultural de la península tras una época de guerra, penuria y aislamiento. Indiscutiblemente a Cirlot le sobraban condiciones para convertirse en figura de culto entre aquella “izquierda divina” barcelonesa de los años sesenta. Pero algo no encajaba. Pese a su protagonismo en la vida intelectual de la época el autor catalán nunca dejó de ser un desarraigado, un marginal. Absolutamente libre, ajeno a modas y reconocimientos, una autosuficiencia aristocrática parecía alejarlo y su obra poética sólo tuvo, en vida, una difusión minoritaria. Cirlot pertenecía a otro mundo… Más allá del poeta, del crítico de arte y cine, del musicólogo, hay un Cirlot interesado en las disciplinas herméticas, el esoterismo y la magia, un estudioso que por la vía del surrealismo enlazó con la mística, el ocultismo y la simbología. De hecho el estudio de los símbolos –su Diccionario de símbolos es referencia mundial en la materia– tendrá una importancia central en su poesía, en cuanto ésta aspira a vehicular una explicación simbólica del universo. Cirlot fue, más que un intelectual, un sabio. Mal podría encajar entre una progresía de esnobs y saltimbanquis de la cultura. “Lo propio del simbolismo –señala Cirlot– es tender puentes verticales. El símbolo no se detiene en la comunicación, sino que es de un lado una vivencia, y de otro un medio de conocimiento. El gran proceso simbólico se produce cuando se trata de lo trascendente, y la simbología es, ante todo, una ciencia de la trascendencia”. Tender puentes verticales. He ahí el empeño central de la poesía de Cirlot. Para Cirlot, “frente al materialismo del mundo moderno puede encontrarse un sentido místico de los ismos, aunque se tratase de una mística heterodoxa”. Su poesía transita el terreno de lo sagrado. Lo real es para él “lo que está más allá de lo palpable: la esencia, el “ser” que se halla en el plano de lo sagrado, donde transcurre su verdadera vida. Esto le mantiene en una lucha titánica con la concreta realidad exterior”. El pensamiento de Cirlot está influido por la filosofía de Heidegger, por Nietzsche y por los presocráticos. “La palabra –señala Clara Janés– tiene en Cirlot un carácter revelador, se convierte en intermediaria entre Dios y la finitud del hombre, hace que lo nombrado adquiera la existencia, lo que no es nombrado no existe”. Porque si en nuestro mundo lo sagrado desaparece es porque los hombres ya no saben nombrarlo. Lo religioso –en palabras de Heidegger– no es destruido por la lógica, sino porque el Dios se retira. La misión del
  • 32. 32 poeta –señala el filósofo en su estudio de Hölderlin– es contribuir al desvelamiento del mundo, decir la palabra esencial, aquella que denomina al ente por lo que es, porque el habla es la casa del ser y la poesía es la instauración del ser con la palabra. Decía Cirlot: “mi poesía es un esfuerzo por encontrar el umbral de la ultrarrealidad […] Y luego intento que esa poesía sustituya en mí lo que el mundo no es y no me da”. Restauración de lo sagrado en la que el poder de la palabra es decisivo, porque – como la mitología y la mística siempre han sabido– el nombre no sólo designa, sino que también es ese mismo ser. Y si el lenguaje opera por vía racional también lo hace por vía intuitiva, y las palabras están llenas de posibilidades mágicas: el poder evocador de las aliteraciones, de las onomatopeyas, las permutaciones y técnicas combinatorias, los ritmos y las disposiciones arquitectónicas imaginativas y fantásticas que pueblan los poemas de Cirlot y les confieren un carácter de ventanas al más allá. Preocupación esencial de Cirlot es el Tiempo, esa barrera que hace que todo lo existente se convierta de inmediato en ausencia, que la vida sea una sucesión de carencias. Poeta nietzscheano, Cirlot invoca al eterno resurgir. Sus obras discurren entre dos polos principales: el ser-dejando-de-ser y el renacer eternamente. Y para ello el poeta acomete la destrucción del tiempo: evocación de épocas pasadas, nostalgia de lo arqueológico, evocación de personajes míticos, identificación de sexualidad, muerte y resurgir. Pero la auténtica clave en esa disolución de la existencia temporal. Es lo que Cirlot denomina simbólicamente el “Centro”, que se entiende como el eje que debe regir toda creación y en torno al cual se ordena cualquier cosmogonía, y que en su Diccionario de símbolos expresa como un eterno fluir y refluir de las formas de los seres y de las propias dimensiones espaciales. La obra de Cirlot es una “quête”, una búsqueda de ese centro, del que la mujer amada es imagen reflejada. La amada como anima-mater que empuja hacia el resurgir y que es vehículo de reconciliación con el cosmos, en cuanto el amor es un absoluto, síntesis de esencia y existencia, en cuanto se sitúa fuera del tiempo y conduce al eterno renacer. Fuente: www.elmanifiesto.com
  • 33. 33 La habitación imaginaria En el Espai Arxiu del Arts Santa Mónica, muy cerca de la puerta que da acceso al bullicio de las Ramblas en su cercana confluencia con la plaza de Colón, se abre de par en par al visitante La habitación imaginaria, exposición dedicada al particular universo del poeta, compositor, estudioso de los símbolos, ensayista y crítico de arte, Juan Eduardo Cirlot (Barcelona 1916-1973). El conocedor de la obra de Cirlot no necesita mayores presentaciones y disfrutará del recorrido probablemente reafirmando la sensación de hermetismo que emana de una de las personalidades creativas más influyentes y secretas del siglo XX. El no iniciado vivirá un episodio de complejo descubrimiento al encontrarse de lleno con la individualidad, pensamiento personal y universo de un poeta heterodoxo e inclasificable. La exposición toma como punto de partida el poema “Momento” escrito el 29 de mayo de 1971, última vez que Juan Eduardo Cirlot dedica un poema a su habitación imaginaria: Mi cuerpo se pasea por mi habitación llena de libros y espadas y con dos cruces góticas; sobre mi mesa están “Art of the European Iron Age” y “The Age of Plantagenets and Valois”, aparte de un resumen de la Ars Magna de Lulio. La fotografía de Bronwyn (las fotografías) están en sus carpetas, como tantas otras cosas que guardo (versos, ideas, citas, fotos). Si ahora fuera a morir, en esta tarde (son las 6) de finales de mayo de 1971, y lo supiera de antemano, no me conmovería mucho, ni siquiera a causa del poema “La Quête de Bronwyn” que está en la imprenta. En rigor, no creo en la “otra vida”, ni en la reencarnación, ni tengo la dicha (menos aún) de creer que se pueda renacer hacia atrás, por ejemplo, en el siglo XI. Sé que me espera la nada, y como la nada es inexperimentable, me espera algo no sé dónde ni cómo,
  • 34. 34 posiblemente ser en cualquier existente como ahora soy ahora en Juan-Eduardo Cirlot. Mi cuerpo me estorbaría y desearía la muerte −¡ah, cómo la desearía!− si pudiera creer en que el alma es algo en sí que se puede alejar e ir hacia los bosques donde el triángulo invertido de los ojos y boca de Rosemary Forsyth me lanzaría de nuevo a la tierra de los hombres, porque en esta vida no he sabido o no he podido trascender la condición humana, y el amor ha sido mi elemento, aunque fuese un amor hecho de nada, para la nada y donde nunca. Estoy oyendo Khamma de Debussy, que, sin ser uno de mis músicos favoritos (éstos son Scriabin, Schönberg y otros) no deja de ayudarme cuando estoy triste, que es casi siempre. Mi tristeza proviene de que me acuerdo demasiado de Roma y de mis campañas con Lúculo, Pompeyo o Sila, y de que recuerdo también el brillo dorado de mis mallas doradas en los tiempos románicos, y proviene de que nunca pude encontrar a Bronwyn cuando, entonces, en el siglo XI, regresé de la capital de Brabante y fui a Frisia en su busca. Pero, pensándolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto, pues cuando era en Egipto vendedor de caballos, ya era un hombre conocido por “el triste”. Y es que el ángel, en mí, siempre está a punto de rasgar el velo del cuerpo, y el ángel que no se rebeló y luchó contra Lucifer, pero más tarde cedió a las hijas de los hombres y devino hombre, el ángel es el peor de los dragones. I. La habitación imaginaria. Destaca la colección de espadas de Cirlot (en especial una gótica del siglo XVI), un autómata poeta del Parque de
  • 35. 35 atracciones del Tibidabo (lugar mágico al que Cirlot dedicó un libro) y referencias a la privilegiada capacidad de sueño del poeta, y la relación de este don del sueño con su poesía. (…) Pero no quiero escribir nada sobre espadas, sino sobre la interpretación o la justificación de las mías. Resulta que mis amigos y conocidos saben mis aficiones a lo extraño, lo oculto: al surrealismo, el simbolismo, la astrología, la alquimia, la morfología y la heráldica… pero en cambio se asombran ante mi reunión de espadas, esos seres vigilantes, silenciosos, quietos en su azul verticalidad negra, en su premeditada seguridad de filo y aguzada punta. (…) Lo más probable es que constituyan la cristalización de la tensión intermedia, es decir, la fase en la que el lanzamiento hacia una virtud o potestad ya sea ha activado, pero no hasta el extremo de internalizar el objeto y hacerlo innecesario. Si mi progreso espiritual prosigue, llegará, si lo anterior es cierto, un día en que no necesitaré mis espadas, pues mi alma será como un bosque de hierro afilado y dispuesto. (…) La Vanguardia, 11 de noviembre de 1954. II. Geografías imaginarias. Encontramos referencias a Egipto, Cartago, Roma, África o Carcassona. Son para Cirlot geografías temporales de historia mítica comunicadas por túneles secretos por los cuales desplazarse a través del tiempo. Cartago es el símbolo de la destrucción total. Roma es su contrapunto; si Cartago es la destruida, Roma es la destructora. África es el lugar del ritual multitudinario, el lugar del redoblar salvaje de los tambores. Carcassona es una de las capitales cátaras hasta su destrucción en 1209; para Cirlot, su triple muralla es símbolo de recinto interior. El juglar, de Joan Ponç es un retrato de Juan Eduardo Cirlot. La fisonomía del juglar, el tema, el escenario cerrado por la montaña de Montserrat, el fondo con el edificio de la Sagrada Familia de Antonio Gaudí, iluminado por un amarillo ácido, y la fecha –mayo de 1950-, un mes después de que se publicase El arte de Gaudí, así lo indican.
  • 36. 36 El mito de Cartago debió formarse en Juan Eduardo Cirlot después de dos lecturas transcendentales, La tierra gastada, de T. S. Eliot, y Salambó, de Gustave Flaubert, sin olvidar tampoco el conocimiento precoz de la Salomé de Richard Strauss. Una tarde de finales de diciembre de 1946, en el Café de la Rambla de Barcelona, Cirlot comenzó a escribir su Libro de Cartago (diario de una tristeza irrazonable). Del libro, que no se publicó nunca, existen dos copias. III. Mujeres imaginarias. Mujeres que pueblan su obra, nacidas en una pantalla de cine o de recuerdos de tabernas ruidosas, como Susan Lenox, Izé Kranile o Bronwyn o el personaje bíblico Lilith, la primera esposa de Adam, a quien abandonó a la vez que abandonó el jardín del Edén. Jazz Lilith Grabado para Lilith (Antoni Tàpies, 1949) Con mis ojos escucho, con mis ojos de menta y de cristal desmesurado. Con mis ojos de piano en el ocaso, con mis ojos de tigre y de cerezo. Con mis ojos escucho los acordes, los desgarrados sones de la tarde, los sones del amor y del sollozo, los muslos que se acercan por el cielo. Con mis ojos escucho tantas selvas, tantas selvas de furia y de carbunclos. Con mis ojos de piano, con mis ojos de hoguera abandonada en el desierto. Los acordes se rompen en el canto, los acordes se quiebran en los árboles, los muslos se me acercan por el cielo, los muslos de magnolia y de ceniza. Con mis ojos escucho los dos muslos, con mis ojos de menta y de asesino, con mis ojos de músico extraviado. Juan Eduardo Cirlot, 1953 Fuente: www.lavanguardia.com
  • 37. 37 E E l l v v i i a a j j e e D D e e N N a a i i a a F F i i l l l l i i p p a a
  • 38. 38 Bitácora del Capitán Pablo Irmaio Tantas veces he recorrido éstos trozos de Mar conocido y ahora resultan extraños, misteriosos, casi inexistentes. ¿Hacia dónde me llevas mujer de piel dorada? Anoche he vuelto a ver tu figura contorneándose entre las olas. Sé que me guías hacia un nuevo mundo: Tu mundo. Mis hombres temen. Lejos estamos ya de las rutas que sabemos. Reina el silencio entre los rincones de este barco fantasma que rompe la niebla espesa y avanza sin destino fijo. Yo, escucho solo tu voz. Yo, contemplo sólo tu mirada. Es imposible definir la emoción que me causo encontrar ese cuaderno. Inmediatamente me sentí embrujada no bien pude ojearlo rápidamente y detenerme en la firma al final de un escrito. —Pablo Irmaio— murmuré— Elysa me había hablado acerca de él en muchas ocasiones: Resultaba ser que la historia de nuestra isla estaba directamente relacionada con ese navegante. En la época de la conquista, el archipiélago de La Sirene y el de Guadalupe habían sido en un principio ignorados por los europeos en su arribo a las aguas del Caribe debido a la ausencia de oro. Sin embargo, en el año 1493, el almirante Colón bautiza a una de ellas, la más grande, con el nombre de Guadalupe en honor a la Virgen de Santa María Guadalupe en España y la declara “tierra de aguadas”, convirtiéndose de esta manera en un punto estratégico en donde los marineros podían encontrar agua dulce para re abastecerse y continuar el viaje hacia otros rincones del Mar Caribe. La Sirene, ubicada a tan solo 75 km de su hermana Guadalupe, queda totalmente relegada ante la creciente afluencia de navegantes que se dirigían por ese motivo hacia Karukera, tal como era llamada por sus habitantes originarios, los indios caribes-los cuales serían más tarde en su mayoría esclavizados, cuando a partir de 1635, los franceses iniciaran una guerra contra los indígenas autóctonos de esas islas.- En el año 1848, tras la abolición definitiva de la esclavitud en Guadalupe, comienzan a llegar hacia La Sirenes antiguos esclavos africanos que ahora al ser libres y no contando con los recursos para volver a su país se convertirían, después de los caribes, en habitantes permanentes. Después llegarían los europeos, la gran mayoría franceses, quienes descubrirían la belleza y tranquilidad del olvidado archipiélago, en donde crecían plantas de arándanos y especies exóticas de hierbas nunca vistas y su nombre original sería traducido al francés. Se podría decir que solamente a través de los cánticos de esos primeros hombres a los cuáles la pequeña sirena les dio abrigo se le atribuye el descubrimiento de la isla al Capitán Irmaio aproximadamente 1 año después del hallazgo de Barbados, aunque para el mundo ella forme parte del botín del famoso Almirante Colón.
  • 39. 39 Las hojas del cuaderno habían sufrido la inclemencia del tiempo pero sus embestidas no habían logrado opacarlo del todo, la letra era muy clara, casi dibujada. Reflejaba una profunda pasión en cada frase que evidentemente habían logrado mantenerlo a salvo. Tenía dibujos de mapas extraños, anotaciones al pie de la página y bosquejos del rostro de una mujer de cabellos muy largos y cola de pez. Verdaderamente Pablo Irmaio había visto a una sirena y lo plasmaba de manera incuestionable en ese cuaderno que al parecer lo había acompañado durante todo su viaje. Imperiosamente le pedí a Nancy que guardara conmigo el secreto de nuestro hallazgo, prometiéndole la posibilidad de vernos involucradas en una aventura sin precedentes. —No hay nada más misterioso que el diario secreto de un navegante—le decía—mientras los ojos de Nancy explotaban de imaginación y entusiasmo ante mis palabras. Solemnemente realizamos un juramento y a partir de ese momento acordamos reunirnos todo el tiempo que fuera posible a investigar sobre el asunto. Esa noche yo soñé con él. Estaba parado en la proa de su barco mirando hacia el horizonte. Una brillante cabellera plateada le caía por los hombros. Llevaba un gran sombrero con una pluma gris y un saco negro hasta los tobillos. Recuerdo que me acerqué lentamente hasta su lado, Él entonces, bajo la mirada y me contemplo sonriendo con ternura. En ese instante me desperté sobresaltada descubriendo un lazo incuestionable entre los dos. Rápidamente salté de mi catre, me vestí a toda prisa y me escabullí entre los ronquidos de Elysa rumbo a la playa en donde habíamos ocultado el cuaderno. Tenía que saber más. Corrí impulsada por un sentimiento desconocido que me explotaba en el pecho, a mi paso, las luces lejanas del caserío destellaban formas extrañas, formas nuevas, como si todo mi universo estuviera modificándose sutilmente ante mi avance. No era tarde. Todavía el movimiento de la isla no se había aplacado en los brazos de la noche. Todavía llegaban embarcaciones a descansar en el vientre de nuestro pequeño puerto; atravesarlo era una dirección obligatoria para llegar hasta mi destino, situación que me inquieto durante una fracción de segundo, sobre todo si quería mantener en secreto mi escabullida nocturna, seguramente el viejo Luc, amigo de Elysa, estaría como todas las noches levantando sus redes y seguramente se extrañaría ante mi presencia; pero nada me importaba en ese momento, apreté los párpados con fuerza y deseé ser invisible. Pasé a su lado como si fuera una estela luminosa, un fogonazo impredecible, un soplido fugaz mezclado con el aire. No advirtió mi presencia, solamente se llevó la mano al rostro encandilado por los chispazos que dejaron mis huellas descalzas y yo sonreí satisfecha, siempre había querido probarme que podía ser invisible. Pero me detuve de repente, como si una pared de concreto se hubiera manifestado de la nada, frente a mí, descendiendo de un pequeño bote junto a otras tres personas vi a Catalina y me desplomé al suelo. La última imagen antes de perder el conocimiento fueron los asustados ojos azules de esa mujer, tomándome de la mano.
  • 40. 40 Bitácora del Capitán Pablo Irmaio ¿Acaso existes? O es tan solo mi corazón el que te inventa en la bruma de las olas... ¿Vives? ¿Respiras? ¿Acaso existes? Mil veces durante el día me acosan interminables interrogantes, Entonces cae el sol en el horizonte, se asoman las estrellas en el firmamento y me iluminan tu rostro, que como una brújula me provoca a seguir avanzando más adentro en el vientre del mar que abraza tu cuerpo húmedo mujer. Mis hombres cuestionan mi cordura. Lo sé. Ya casi no les dirijo la palabra, mi buen amigo Alonso está prácticamente al mando. He decidido firmemente guardar cada una de mis palabras para dártelas. Sé que hallar tierra se ha convertido en una necesidad, pues en el corazón de éstos hombres comienza a gestarse lentamente la semilla de la desconfianza ante mis falsas promesas. ¿Qué sucede? Me pregunto. ¿Acaso los hombres ya no sueñan con encontrar sirenas? ¿Acaso la fiebre ésta, la nueva fiebre, la de la riqueza, es tan devastadoramente poderosa que impide y va a impedir que los hombres sueñen con encontrar sirenas? Durante años he vagado sin rumbo. Desde que fui un pequeño que navegaba sin barco. Sin velas y sin viento. Un vagabundo sin rumbo...acumulando monedas que nunca acariciaron mi rostro cansado. Acumulando besos de labios fríos, pechos vacíos, mujeres sin rostro, corazones de los cuales nunca quise ser el dueño, hijos que nunca fueron míos. ¿Acaso los hombres van a dejarse vencer por tanto desconsuelo? Se viene el mundo. El nuevo mundo. ¿Van acaso a llevar a esos parajes nada más que un sueño de monedas? ¿Van acaso a dejar que muera la ilusión del navegante? La ilusión de ver los ojos del mar, de frente y con el alma… ¿Acaso los hombres van a dejar de soñar que sueñan sirenas? Desperté sobre mi catre rodeada de voces que parecían extrañas pero no lo eran. Se trataba de Elysa, el Doctor Fuley y Luc, que no se explicaba cómo pude haber aparecido en el muelle sin que él no lo hubiera notado. —Fue un susto, Elysa—dijo el Doctor Fuley—no te preocupes, seguramente algo debió sobresaltarla mucho. —El muelle estaba muy tranquilo— interrumpió Luc—Sea como haya sido ésta pequeña debe reposar tranquila—concluyó el doctor—cuando recobre totalmente la conciencia seguramente te dirá lo sucedido. Ahora me retiro. Descansa tú también Elysa, Naia va a estar bien, tú lo sabes. Giró y se dirigió a la puerta de salida acompañado por Luc. Un par de horas después regresé del ensueño y del embrujo de esos ojos de sirena, aturdida y con dolor de cabeza. Agudicé la mirada que aún me traicionaba borrosa y
  • 41. 41 contemplé a Elysa, sentada al pie de mi cama. —Elysa, perdóname—dije y me temblaba la voz, angustiada por haberla preocupado. —Mi pequeña—respondió, estrechándome en sus brazos—no hay nada que perdonar, me diste un buen susto, nada más. —Lo sé y te pido disculpas—repetí, acurrucándome en su pecho. — ¿Que hacías en el muelle a esa hora?—me preguntó, mientras me consolaba acariciando mi cabello. Hubiera sido la oportunidad de contarle a Elysa acerca del diario de Irmaio y de lo que me había provocado encontrarme con esa extraña mujer pero no lo hice, no porque tuviera secretos que ocultarle a mi querida amiga, si no porque interiormente intuía que no debía hacerlo aún. —Sentí que debía ir hacia el mar— respondí, sin pensarlo, pero no muy lejos de la verdad. Elysa me contemplo en silencio unos minutos, bajo la mirada y suspiró profundamente. —No te preguntaré más sobre lo sucedido y respetaré tu silencio, sólo quiero que te cuides y que ahora descanses. Asentí con el rostro. —Si mañana te sientes bien—agregó, mientras doblaba mi delantal—recuerda que tienes un día importante en la escuela. La miré confundida. — ¿Un día importante?—Así es. Pensé que Conrado Mclaggen les había contado ya que ha traído una nueva profesora de Literatura—dijo— Berta Mills por fin ha decido casarse con Serge Ferrans y se mudan a Inglaterra… ¡la mujer que casi matas del susto en el muelle es la nueva profesora!— concluyó, soltando una estruendosa carcajada. — ¿La mujer de muelle es la nueva profesora?—refunfuñé, entre dientes— ¡Dios!—Así es y creo que le debes una disculpa señorita, se la veía bastante asustada. Amaneció y ese día, más que ningún otro día, sentí la presencia del sol sobre mis hombros. Lejos de ser agobiante, se convirtió en una luz reconfortante que me invitó a vivir plenamente las horas de su presencia. Sonreí, pues había imaginado que después de lo sucedido iba a despertar sintiéndome terriblemente angustiada. Nadie hablaba de otra cosa en la escuela, Catalina era su nombre. Henry Jones bromeaba, desparramando el rumor que era la novia de Mclaggen. Juliette Terry lo interrumpía, diciéndole que no era cierto y se ufanaba en contarnos que su Madre la conocía muy bien, de Barbados, —Catalina Fabre es una prestigiosa profesora del Queen´s College, según dice mi madre ha venido a buscar niñas para competir por una beca del colegio— agregaba—y según mi Padre, no cree que vaya a quedarse mucho tiempo en esta isla. Yo los escuchaba sin prestarles atención. Nancy apareció de repente y me interceptó preguntándome que había pasado y como me encontraba. Le aseguré que estaba bien y que después de clases le contaría todos los detalles de lo sucedido en el muelle. El regente hizo sonar la campana y corrimos al salón ubicándonos enseguida. A todos nos envolvía la misma exaltación. Mclaggen entró con su habitual imponencia. Su cabellera y su barba rojiza en más de una oportunidad eran motivo de risas entre nosotros pero ese día estábamos en prolijo silencio, aguardando sus palabras. Catalina ingresó inmediatamente después y yo me quedé otra vez prácticamente sin aire. Era una mujer alta y delgada, llevaba el cabello recogido pero se notaba que era muy largo, amarillo como el sol. Tenía ojos azules, tan azules como el mar y sus facciones eran delicadas y sutiles, como si hubieran sido dibujadas en el lienzo de su rostro. — Niños—comenzó Mclaggen, la señorita Fabre será temporalmente su profesora de
  • 42. 42 literatura ante la ausencia de la señorita Mills. Además de la tarea que va a desempeñar trae consigo buenas noticias que quiero compartir con ustedes, el prestigioso Queen College de señoritas ha dispuesto algunas becas para aquellas niñas que estén interesadas en asistir a la institución, una noticia que me hace muy feliz-muy pronto les informaremos detalles sobre esta magnífica propuesta educativa.- De más está decirles que espero la reciban con respeto y cariño. Señorita Fabre, su clase—concluyó, dejándola parada frente al salón. Ella no parecía estar nerviosa, al contrario, graciosamente se desplazó hasta su escritorio, dejó los libros que cargaba y nos saludó cálidamente. —Buenos días niños—dijo, en medio de una cálida sonrisa— como bien les informó el profesor Mclaggen, mi nombre es Catalina Fabre, vengo desde Barbados, enseño Literatura en el Instituto Queen´s College desde hace dos años y estoy muy contenta de haber sido convocada por el Regente; siempre he amado esta isla maravillosa y ahora tengo la oportunidad de estar aquí y estoy contenta de que así sea. Quiero que se sientan libres de preguntarme cualquier cosa, quiero ser su profesora y su amiga, porque no, su confidente, cuentan con mi asistencia después de clase para todo aquel que necesite recuperar temas, solo tienen que avisarme con anticipación. Me gustaría saber cuáles son sus autores preferidos, podemos organizar talleres de lectura o de creación literaria, incluso si alguno tiene ideas al respecto podríamos armar debates durante la clase…. Definitivamente ninguno de nuestros profesores era como Catalina Fabre. Hablo durante casi treinta y cinco minutos en los que ni una mosca voló por las cuatro paredes del salón, maravillados o no por la etérea presencia de esa mujer distinta, nadie se atrevió a romper el círculo de su poderoso hechizo. Yo traté de hacerme invisible en mi banco una vez que finalizó su discurso y nos indicó la tarea que debíamos realizar en clase pero el truco de la invisibilidad no funcionó con Catalina Fabre, me ubicó, se aproximó a mi pupitre y se inclinó hacia mí suavemente. — ¿Te encuentras mejor?—preguntó— anoche en el muelle ¿recuerdas? te llevamos hasta tu casa con uno de los pescadores, tu madre me dijo que estarías bien ¿Naia es tu nombre, verdad? Hubiera querido responderle, pero presa de su magnetismo solo asentí con el rostro. Ella me devolvió una sonrisa —Me alegra mucho que te encuentres bien―agregó.- Su voz me resultó tan familiar que en ese momento hubiera querido saltar a sus brazos. — ¿Podía ser posible?—pensé, con los ojos a punto de explotarme de emoción— Catalina llegó desde el Mar…tal vez…. Continúa en la página 73
  • 44. 44 Juana Fernández Morales, quien se convertiría más tarde en Juana de Ibarbourou, nació en Melo el 8 de marzo de 1892. Su madre Valentina Morales, era descendiente de una antigua familia de origen español afincada en la zona desde finales del siglo XVIII y su padre Vicente Fernández, un inmigrante gallego nacido en Lugo que a pesar de saber apenas leer recitaba a Juana de pequeña los versos de los poetas de su tierra. En 1908 apareció el primer poema de Juana en el periódico local “El deber cívico”, que firmó con el seudónimo Fid. También escribió poemas y otros textos para distintas publicaciones periódicas: “La defensa”, “El Deber Cívico” y “El Nacionalista”. Más tarde utilizó el seudónimo de Jeanette D’Ibar para registrar sus obras, que utilizó por algún tiempo hasta que lo sustituyó por el de Juana de Ibarbourou asumiendo el apellido de su esposo. En 1913 contrajo enlace civil con el capitán Lucas Ibarbourou y un año más tarde, nació su único hijo Julio César. En 1919 se editó el primer libro de Juana, “Las lenguas de diamante”, prologado y elogiado por Manuel Gálvez: “Este libro, tan sano, tan juvenil, tan moderno y a la vez de todos los tiempos, está realizado con un verdadero arte. El verso de Juana de Ibarbourou no siempre es perfecto, pero jamás carece de vigor, de exactitud, de soltura. […]Es la obra de eso algo tan escaso, sobre todo entre nosotros -y tan necesario y admirable en todas partes- que se llama poeta” Más tarde la escritora enviaría una carta a Miguel de Unamuno solicitando la lectura de esta obra y este le respondió: “He leído, señora mía, primero con desconfianza y luego con grandísimo interés y agrado su libro “Lenguas de diamante” […]me ha sorprendido gratísimamente la castísima desnudez espiritual de las poesías de usted, tan frescas, tan ardorosas a la vez. Y al enviárselas, como me pide usted, a J.R. Giménez y a los Machado, se las recomiendo ” Un año después, en 1920 se editó “Cántaro Fresco”, treinta y cinco prosas líricas que recrean la vida doméstica y en 1922 apareció “Raíz Salvaje” culminando así una el primer ciclo creador de la autora. El 10 de agosto de 1929 Juana de Ibarbourou fue proclamada “Juana de América” en una memorable ceremonia presidida por Zorrilla de San Martín, que se realizó en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. En dicha ocasión Alfonso Reyes expresó: “Juana en el Norte, Juana en el Sur, en el Este y en el Oeste: por todas partes fueron cayendo las palabras. Juana donde se dice poesía y Juana donde se
  • 45. 45 dice mujer. Juana en todo sitio de América donde hacía falta un aliento. Juana en las fiestas de la razón y en el luto de los corazones…En estos pueblos de anhelo y brega, en estos pueblos nuestros sedientos ¡qué mejor piedad ni que misericordia más plena! ( ) Con cuanta justicia la aclamamos nuestra Juana de América” Hacia el verano de 1938 se produjo el encuentro en Montevideo de las tres grandes figuras femeninas de la poesía latinoamericana del siglo XX: Juana de Ibarbourou Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, en una conferencia dictada durante los cursos de verano de la Universidad de la República. En este evento, la poeta chilena pronunció elogiosas palabras su par uruguaya: “La Naturaleza, es decir Juana, no puede contar a vosotros, curiosísimos varones interrogadores, cómo se las arregla para soltar la luz sin ningún trabajo y cómo hace para que el agua de su poesía resulte a la vez eterna y niña. Son cosas muy profundas, aunque parezcan tan inocentes, la Naturaleza, hija de Dios, y Juana, hija del Uruguay, y nadie tampoco acertaría con las índoles y los modos…de Juana de América […] Ahí está el agua cayendo llena de luz y de gozo, el agua sin par de Juana. Beber, callar mientras se bebe, y agradecer: esa es toda la política que nos corresponde a las mujeres y hombres en el caso de Juana de América” Entre los diversos premios y reconocimientos que recibió Juana de Ibarbourou figura la Orden del Cóndor de los Andes en Bolivia (1937) la Cruz del Comendador del Gran Premio Humanitario de Bélgica (1946), la Medalla de Oro del Ministerio de Instrucción Pública (1948), el nombramiento como Huésped de Honor de la Ciudad de México(1951), el premio “Mujer de las Américas” conferido por la Unión de Mujeres Americanas de Nueva York (1953), el Premio de Poesía del Ministerio de Instrucción Pública (1954), el Gran Premio Nacional de Literatura (1959), la Orden de Quetzal en Guatemala (1960) y la Medalla de Oro Alfonsina Storni otorgada por el Consejo Nacional de Mujeres Argentinas, entre otros. Desde 1943 además fue designada para ocupar un sillón en la Academia y en 1960 se convierte en Académica de Honor en la Academia Nacional de Letras. Juana de Ibarbourou falleció en Montevideo, en su casona del barrio de la Unión, el 15 de julio de 1979. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero22/j_ibarbo.html
  • 46. 46 Diego Fischer publica la primera biografía de Juana de Ibarbourou (1892-1979), la mayor poeta uruguaya que fue ignorada por sus compañeros de generación, quienes la veían como la escritora del gobierno de turno. En ella se revela el infierno de una mujer marcada por el talento y la belleza, pero desgarrada por la violencia doméstica, la adicción a la morfina, penurias económicas y un amor prohibido casi en el crepúsculo de su vida. "Juana de América", como se la conoció a partir de la distinción creada para ella en 1929 (cuando aún no cumplía los 40 años), integró con la argentina Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral una tríada femenina de escritoras notables del Cono Sur durante la primera mitad del siglo pasado. Pero fue la uruguaya quien mejor combinó belleza con un talento que, aunque desdeñado por sus compatriotas de la Generación del 45, integrada por los escritores Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, fue aclamada por poetas de la talla de los españoles Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca. Basado en cartas de la escritora, testimonios y documentos, el libro es la travesía amarga de una mujer que, superadas las delicias de la fama y de una belleza que marcó época, vivió atormentada, "cautiva" de su hijo Julio César y enamorada sin futuro, pero correspondida, a los 60 años de un médico argentino de 40 -Eduardo De Robertis- con quien venció un tiempo su dependencia a la morfina. Juana de Ibarbourou fue "ignorada por la intelectualidad del Uruguay, la llamada Generación del 45 que integraron Onetti, Benedetti y Ángel Rama entre otros " porque "le atribuyeron el mote de ser la poeta del gobierno de turno", cosa que es "absolutamente falsa", dice Fischer a la hora de explicar la ausencia de biografías de la mayor poeta del país. Juana padeció serias penurias económicas buena parte de su vida -llegó a vender su Biblioteca personal de más de 4 mil volúmenes- y aunque cortó amarras con el mundo exterior en 1976 la alcanzó el galardón "Protector de los Pueblos Libres José Artigas" que le otorgó la dictadura uruguaya (1973-85), premio que luego recibieron los dictadores argentino Jorge Rafael Videla y el chileno Augusto Pinochet. "La condecoración fue infamante" y Juana la aceptó "presionada por su hijo", una "figura nefasta, con dimensiones de novela medieval", afirmó Fischer sobre Julio César Ibarbourou, quien, según sostiene el libro, llegó a agredir físicamente a su madre, como alguna vez había hecho su marido, Lucas de Ibarbourou. El "muchachón sin alegría", como lo definió su madre, fue también responsable -sostiene Fischer- de que el anuncio de la muerte de Juana, posiblemente entre el 12 y 14 de julio de 1979, recién se anunciara oficialmente el 15 de julio porque éste había comprometido la "primicia" con un diario de la época. "Lo que más impresiona es cómo en ese infierno, en ese calvario que vivió fue capaz de crear belleza", afirmó Fischer, cuya biografía se lanzó a menos de un año del trigésimo aniversario de la muerte de Ibarbourou, 70 de la proclamación de "Juana de América" y medio siglo del Premio Nacional de Literatura.
  • 47. 47 "¡Chico Carlo! Fue mi compañero de toda la infancia, mi doble con pantalones, y la agilidad a veces maligna de un gato montés. No sé por dónde, ni adónde, se lo llevó la vida." Chico Carlo es y será uno de los libros más bellos y reveladores que marcaron mi infancia. Fue sin duda alguna, a mis 8 años de edad, la primera puerta que atravesé hacia el mundo de las letras. Tuve que releerlo hace unos años para incorporar más detalles pero indefectiblemente había otros que sí se habían aferrado a mi memoria y seguían destellando como la primera vez. Volver a tenerlo en mis manos detonó en mi pecho aquellas idénticas emociones de niña y no pude evitar conmoverme. Juana de Ibarbourou escribió un libro para toda la vida. Dio a luz esa clase de historias eternas que no tiene tiempo. Ocupa en mi biblioteca, con sus tapas desgastadas y parchadas con un trozo de cartulina celeste que mi madre le pegó para no perderlo en las fauces del devenir, un lugar de privilegio absoluto; verlo ahí, existiendo con su amarga dulzura imponente no me deja olvidarme un instante que el porqué de mi amor profundo con los paraísos de la fantasía literaria.