Este documento presenta el encuentro entre J.D. MacLean y Katherine Kelly en el aeropuerto de Denver. J.D. está esperando a su nieto Travis cuando ve a Katherine, una antigua amante. Los dos tuvieron una relación tormentosa en el pasado que terminó cuando Katherine se casó con otro hombre rico. Ahora ambos viven en Denver y sienten rencor el uno por el otro. Cuando se encuentran, intercambian provocaciones y amenazas, dejando en claro que su rivalidad continúa después de tantos años.
Cait london serie mac lean 2 - entre el odio y el amor
1. Entre el odio y el amor
J.D. MacLean tenía una hija pequeña, y no podía prestarle atención a la mujer a quien amaba,
una joven inmadura incapaz de soportar los problemas que lo rodeaban.
Sintiéndose rechazada, Katherine se casó con otro hombre. Cuando se encontraron de nuevo,
ella ya no era la mujer impulsiva y él ya era un hombre rico, acostumbrado a conseguir lo que
deseaba...
CAPITULO 1
PARA J.D. MacLean resultaba odioso esperar, sobre todo muy temprano por la mañana. Frunció el
ceño ante la hilera de relojes que se encontraban en la pared del aeropuerto de Denver, y vio la
hora con impaciencia.
Normalmente, estaría sentado en su escritorio trabajando mientras su secretaria le informaba
de las citas del día. Dobló con cuidado el informe del mercado de valores, lo puso bajo su brazo y
se levantó de la dura silla de plástico.
Una mujer ataviada con un ajustado vestido rojo, le sonrió despacio.
A sus cuarenta y cuatro años, J.D. reconoció la invitación con una inclinación de cabeza y
después se alejó para ver los aviones que despegaban y llegaban. El viento de mayo soplaba con
fuerza y empujaba a los trabajadores que estaban en la pista haciendo que su ropa se abanicara
contra sus cuerpos.
Más a11á, un enorme jet se alineó para despegar. Pronto otro avión traería a su nieto. Travis
MacLean Malone, quien regresaba de pasar una semana con su abuela materna.
J.D. sabía que Travis lo necesitaba mucho. El niño de cinco años era huérfano y él, su único
tutor, había prometido que el pequeño sería lo más importante de su vida.
Una avalancha de nieve había acabado con las vidas de su hija y de su yerno. Recordó el coche
aplastado y sintió un dolor que lo desgarraba.
Evocó a Daisy, como si fuera ayer; J.D. podía escuchar el maravilloso.
• ¡Hola, papi! ¿Adivinas qué pasó hoy en la escuela?‐ Podía recordar su carita cuando le
enseñó el dibujo de un camión en rotuladores.
“Te quiero, papi”. ¿Cuántas veces había hecho eco el susurro infantil y soñoliento de Daisy en
sus noches solitarias? Parpadeó contra la repentina humedad de sus ojos, y contra la soledad que
lo embargó.
Y después tuvo que enfrentar las preguntas de Travis. “¿Cuándo van a regresar mami y papi,
abuelo? ¿El cielo es un lugar bonito?”
2. Los puños lastimados le molestaron cuando rozaron contra su pantalón. Darle un puñetazo a la
pared había sido una estupidez; la muerte y el destino eran duros oponentes.
Nunca tuvo tiempo suficiente para Daisy. Veintiún años atrás su esposa lo dejó endeudado y
cuando lo abandonó, dejándole a Daisy, él intentó ocuparse de su hija, pero entre su negocio de
camiones y las tabernas, no le fue posible hacerlo.
J.D. pasó los dedos por sus nudillos lastimados. Esta vez criar a un niño sería diferente.
Daisy le había dejado un tesoro, y Travis lo necesitaba con desesperación. Miró distraído a las
personas que estaban en el espacioso aeropuerto, y permitió que la calidez que sentía por su nieto
lo envolviera. Aunque aún estaba callado a inseguro por la muerte de sus padres, Travis era todo
un MacLean.
En silencio, se prometió que ese verano Travis tendría to que un niño necesita: sol, risas y amor.
En la semana anterior a la visita del pequeño, J.D. había trabajado día y noche en las últimas
fases del cambio de su negocio a Denver.
Ahora que Inversiones MacLean estaba establecida, podía terminar de planear unas vacaciones
en las montañas con su nieto.
Imaginó la majestuosa vista de las Rocosas, desde los ventanales de la habitación de Travis. J.D.
se había criado en las montañas y deseaba que su nieto disfrutara del mismo escenario hermoso y
salvaje.
Con paciencia y amor, su nieto, quien tenía el cabello negro, pronto reflejaría su herencia
MacLean.
Antes del accidente, Travis era un terror, aunque los MacLean eran conocidos por eso mismo.
J.D. pensó por un momento en sus desenfrenados hermanos, Mac y Rafe, que vivían en las
montañas San Juan en Colorado del Sur. Aunque Mac se había casado hacía poco, Rafe estaba aún
en busca de su “verdadero amor”.
Una rubia entró en la ocupada sala de esperar como si fuera suya. J.D. apretó la mandíbula.
Vestida con un elegante traje sastre que se ceñía a su alta figura, la rubia le daba la espalda.
Lucía unas maravillosas piernas largas y bronceadas; se detuvo ante los tableros de vuelo.
Ella se pasó una mano por su largo cabello. Sujetando un gastado portafolios negro, se movió
inquieta.
Una ola de odio a ira lo envolvió, y eso lo sorprendió. Demonios, con su experiencia ya debía
controlar mejor sus reacciones.
Pero por alguna razón ella siempre se reflejaba en cualquier rostro hermoso. La curvatura de
una ceja y la suave mejilla bajo el espeso cabello rubio todavía lo alteraban. Aun en sus recuerdos,
Katherine Dalton Kelly sabía cómo golpearlo.
Kat. Casi se muere cuando él rechazó el amor que ella le ofrecía, y a cambio, la mujer lo
destrozó en pedazos.
3. El estómago de J.D. se contrajo con dolor, al recordar veinte años atrás.
Tres adolescentes risueñas pasaron junto a él. Se dio cuenta de las miradas coquetas que
recorrían su traje ázul marino y costosas botas vaqueras. J.D. asintió ausente.
Cuando la conoció, Kat, la dulce a inocente niñera de su hija Daisy, después de la abrupta
decisión de su esposa, tenía esa edad.
Sacudió la cabeza para olvidar los recuerdos dolorosos de los años que siguieron. La necesidad
de vengarse de Katherine, de tirarla de su pedestal, lo había perseguido durante años, y ahora que
tenía su base en Denver, la hora había llegado.
Sabía que cuando Katherine se enterara de que era socio de su hermana Irish, la venganza sería
dulce. Sí, anticipaba esa reunión con la arrogante señora Kelly. Pero Travis estaba primero.
J.D. estudió la elegante espalda de la rubia. El traje gris no escondía su figura esbelta y alta ni la
delicada curva de sus caderas. Se movió inquieto cuando su cuerpo se tensó.
Impaciente, miró alrededor de la sala de espera. No tenía intenciones de sentirse atrapado en
viejas frustraciones ni de alterarse por causa de esa mujer de cabello rubio.
Frotó su nuca tensa, irritado porque después de todos esos años debía tener más control. Travis
no necesitaba más problemas.
La rubia se volvió con lentitud, sus ojos grises inspeccionaban el lugar. J.D. se paralizó.
Una chispa de ira lo abrumó cuando reconoció el inconfundible rostro de Katherine Kelly.
El Angel vengador de Denver, como los medios de comunicación la llamaban, era una abogada
dura y brillante, dedicada a sus causas y profesión.
El apretó los labios. Se suponía que los ángeles eran humildes y caritativos, y J.D. sabía que a
Katherine podía comprársela.
Todo lo que hacía, lo hacía por dinero.
Se alejó de la pared y caminó hacia ella, enojado. Con Katherine, un hombre debía aprovechar
las oportunidades cuando podía.
Y ella le debía mucho.
Como si algo presintiera, se volvió y levantó la vista para ver el rostro de ella.
• Hola, Kat ‐dijo J.D. con soltura, a pesar de la ira que lo quemaba.
• J.D. ‐fue fría... le concedía ese crédito. Sólo abrió los ojos un poco y perdió algo de color
para indicar la sorpresa de verlo.
Hizo una inclinación y volvió su atención al monitor para ver las llegadas. Notó que él no se
movía, lo miró y dijo con sequedad:
• ¿No deberías estar en otro lado? ¿En cualquier otro lugar?
4. • Quizá nos veamos ahora con más frecuencia. Denver es mi nuevo hogar ‐contestó y
observó su expresión.
• Eso oí ‐echó atrás su cascada de cabello. El legendario diamante Kelly estaba en su mano
izquierda.
Aún lo llevaba, a pesar de que hacía cinco años que había enviudado. Seguramente la compañía
de seguros le había advertido sobre los ladrones, pero a Katherine le importaba un comino.
Estaba convencido de que el diamante no era falso, ya que a ella no le gustaba la fantasia.
• Creí que el ángel vengador de Denver tendría tiempo para un viejo amigo ‐hizo una pausa y
después añadió‐: Angel, esa etiqueta atrae muchas donaciones de los corazones rotos,
¿verdad?
La mujer se volvió hacia él y to miró directo a los ojos.
• He tenido un día pesado, J.D. No estoy de humor para discutir.
Pero J.D. no pudo resistirse a probar las emociones controladas bajo su rostro inexpresivo.
Ella~ abogaba por los desprotegidos, se enfrentaba a muchos tribunales, presentaba causas
brillantes con mente ágil; y una vez que preparaba bien el escenario, sacaba su fuego explosivo
para arrinconar a los juristas.
Katherine no estaría tan calmáda cuando descubriera que él era socio de Irish. J.D. no se
arriesgaría. Podía esperar, escoger la hora y lugar.
Deslizó un dedo por la mejilla de ella, y disfrutó de la forma en que Katherine levantó la barbilla
y se movió un poco.
• Vete, J.D.—expresó sin tono‐. Antes de que llame a la policía.
El se rió. Usaría a Irish como carnada para hacer surgir su odio.
• No has cambiado nada, Kat ‐dijo con suavidad.
Retiró la cabeza como si la hubiera golpeado, y sus pupilas parecían lanzar chispas.
• Dime, Angel ‐dijo con tono cínico‐. ¿Cómo están los millones Kelly?
Por un instante se puso pálida, y sólo apretó sus labios.
• Sigue provocándome J.D. y te arrepentirás.
• Siempre me gustaron las buenas peleas, Kat.
• Te destrozaré ‐susurró la mujer con voz temblorosa.
• ¿En serio? ‐enunció él sonriendo‐. Me muero de miedo.
Las largas y cuidadas uñas se enterraron en el portafolios.
• Deberías tenerlo.
5. Katherine echó atrás un mechón de cabello, revelando una perla en su oreja. Usaba poco
maquillaje y su belleza era clásica.
Las tonalidades plateadas de su cabello resaltaban con elegancia. Fría, distante a igual de
hermosa que cuando le dio la espalda para casarse con el propietario de los millones de Kelly.
J.D. vio que sus dedos, pálidos y largos, se movían inquietos en el portafolios.
Era un gesto nervioso. El sabía que la estaba alterando y eso le causó gran placer. Cuando
estaba nerviosa movía mucho las manos, al igual que muchas mujeres se alisaban el cabello.
Pero Katherine no era cualquier mujer. Era la que lo había perseguido durante años...
• No trates de alterarme, J.D. ‐le advirtió con calma y levantó su manga para ver el práctico
reloj‐. Detesto los señuelos en los aeropuertos.
Son vulgares, y no me agradan.
Se forzó a sonreír, enojado porque la había dejado anotarse un punto.
Miró el anuncio del vuelo de Travis. Su venganza tendría que esperar.
Le dirigió una última mirada escudriñante.
• Nos veremos... Angel.
Cuando J.D. se dirigió a una de las puertas, Katherine permaneció inmóvil y estudió las llegadas
en el monitor.
No estaba de humor para ver a Maxy, una vieja amiga que iba de camino a ver a su familia; de
hecho, Katherine sólo quería dormir. Trató de relajarse. Estaba muy tensa por haberse enfrentado
con J.D. MacLean, o porque hizo un gran esfuerzo para mantenerse fría.
J.D. Las iniciales eran como una maldición.
Ella sabía que se había mudado a Denver; debía prepararse más para un encuentro inesperado.
Cerró los ojos, dispuesta a pensar en un río del bosque fresco. Era un truco que había aprendido
a usar en su violenta vida como abogada, y las minivacaciones por lo general le servían.
Pero esta vez, cuando cerró los ojos, sólo vio a J.D.... distinguió las facciones pronunciadas de su
rostro, duro a inflexible.
Moreno, con herencia escocesa, y sangre india en sus venas, J.D. era un salvaje bajo esa ropa de
Wall Street, pensó Kat.
Su espeso cabello bien cortado rozaba el cuello de su traje. Tenía los suficientes mechones
plateados para darle el aire de un hombre de negocios distinguido.
Se veía duro; era duro, corrigió. Pero J.D. exudaba un aura primitiva a indiferente que atraía a
las mujeres. Como hombre de negocios era astuto, hacía negocios pequeños y los succíonaba
dentro de su imperio personal.
6. Sus dedos aún temblaban. Debió estar preparada. El se interpuso a propósito en sus nervios
destrozados, decidió, y ella apenas pudo contener su salvaje respuesta inmediata a él. Deseaba
ponerle las manos encima.
Como abogada profesional y dedicada, había trabajado años para poder enfrentarse a los
hombres, a cualquiera, en términos iguales.
Cuando se encontraran de nuevo, no dejaría que la atrapara. Había irrumpido en su territorio y
pagaría las consecuencias.
La próxima vez estaría lista.
Respiró profundamente y apretó los labios. Como hombre, se hallaba en su pasado. Katherine
quería que su vida fuera simple, con horribles criminales y jueces duros; no tenía intenciones de
dejar que J.D. complicara las cosas, aun si tenían que compartir Denver.
Estaba cansada, razonó, de otra forma
J.D. no le hubiera sacado la ira que había guardado durante años.
Quizá Irish tenía razón al decir que necesitaba un buen descanso.
Pasó el pulgar por la sortija de matrimonio en su mano izquierda, trazando sus contornos. Big
Jim la había escuchado, ayudado y apoyado. Extrañaba ese compañerismo.
Una joven pareja se detuvo para darse un prolongado beso y Katherine frunció el ceño.
Jugó con su anillo y regresó a otro tiempo. J.D. la había besado así... como si ella fuera to más
preciado en su vida. Cada caricia se había prolongado y la hizo desear más. Le hubiera entregado
su alma entera.
Entregarle su cuerpo fue una experiencia que nunca olvidó.
Katherine cerró los ojos y lo odió. Hacía veinte años no tuvo oportunidad. J.D. la dañó... se hizo
cargo, tomó decisiones por ella.
Katherine acababa de salir del colegio y buscaba trabajo en el verano, antes de asistir a la
universidad. Cuando la esposa de J.D. lo había abandonado, Katherine había entrado como niñera
de la hija del luchador camionero.
Lo amaba con todo su corazón de juventud. En poco tiempo sintió que ese amor era
correspondido. Entonces J.D. se le adelantó y tomó la decisión de que ella era demasiado joven.
La dejó destrozada y furiosa. J.D. había hecho su dictamen sin pensar siquiera que ella quería
quedarse con él, que en realidad lo amaba.
Katherine lo abandonó, incapaz de soportar el dolor que le había causado.
Después de la decisión de J.D., Big Jim la tranquilizó como una brisa marina.
Aceptó su consejo, su beca y su anillo. Siempre a su lado, Big Jim fue más un amigo que un
amante.
7. Apreció que él no hurgara en sus emociones. Su esposo le ofreció apoyo cuando lo necesitó y se
mantuvo a distancia de su carrera.
Seis años más tarde visitó a J.D. y tuvo el placer de ver su expresión de rabia: Quizá hizo mal en
dejarle creer que se había casado con Big Jim por su dinero; sin embargo, necesitaba vengarse y
ver el dolor a incredulidad en el rostro de J.D.
Katherine se frotó un brazo con fuerza. Aún extrañaba a Big Jim.
Desde la muerte de éste ella se dedicó sólo a su carrera, trabajaba fervientemente para causas
que la dejaban exhausta.
Con razón J. D. la tomó por sorpresa.
¡Hola, abuelo!
• Travis escapó de la mano de la azafata y corrió hacia J. D.
Alzó al chico en vilo y notó que Travis to abrazaba muy fuerte. El cuerpecito estaba temblando.
• Hola, scout ‐murmuró J.D. con gentileza‐. Me alegra que estés en casa.
Travis continuó abrazándolo con fuerza y J.D. salió del paso de los demás pasajeros. Contra su
cuello Travis murmuró:
• Nunca volveré a11í, nunca. No te dejaré solo otra vez.
Podría sucederte algo.
Lo bajó al suelo y el pequeño miró a J. D.
• Estoy listo para ir a casa ‐anunció con solemnidad.
Esa noche, al pie de la cama de Travis, J.D. sacó el pulgar del niño de su boca y frunció el ceño al
ver que el mal hábito había regresado. Su nieto tenía que sanar Los dos tenían que hacerlo.
CAPITULO 2
MANDY, la secretaria de Katherine, dejó caer un pesado archivo en la pila de documentos sobre
el escritorio de ésta.
• Te fuiste muy tarde de aquí anoche ‐la acusó por encima del borde de sus gafas.
• Mmm ‐el viaje al aeropuerto ya le parecía muy lejano. Katherine tomó el nuevo archivo y lo
abrió‐. ¿Es del caso Krevis contra Neman? Ah... ‐buscó con el dedo una línea y señaló una
parte‐.
Aquí dice que él no sabía que el edificio sería destruido, pero el juez Rebloski dijo que...
Sacó otro archivo del montón y lo abrió.
• Aquí está. Claro que Krevís sabía que el edificio iba a ser destruido.
8. La secretaria de Rebloski le informó que estaba en la lista. Lo tenemos atrapado, Mandy.
• Ajá ‐respondió la secretaria y cruzó los brazos‐. ¿Pudiste dormir?
Katherine no respondió y comenzó a sacar notas de los dos archivos. Mandy sacudió la cabeza.
• Un miembro del consejo Kelly está esperando afuera ‐informó con un suspiro‐. Quiere
hablarte sobre la fusión propuesta.
Y un puerta vendiendo seguros de vida a los viejos. Desea advertir al público...
• Es buena idea ‐Katherine tomó el auricular y comenzó a hablar mientras Mandy escribía
una nota: Irish está en la línea uno.
Le diré que la llamarás cuando termines.
Katherine asintió y continuó su conversación con el periodista, luego presionó su estómago
donde la úlcera le quemaba. Mandy la miró por un momento y después le pasó unas pastillas para
la acidez.
Se llevó la taza llena de café de Katherine y la reemplazó por agua mineral.
Tres horas más tarde, Katherine halló la nota de Mandy y llamó a su hermana.
Irish era tan alegre como su nombre. Tenía una personalidad cálida y adorable. Katherine la
quería mucho.
Se reclinó en la silla, conmovida por la voz preocupada de Irish.
• Siempre lo haces ‐dijo‐. Trabajas demasiado y nunca te relajas. ¿Cuántas veces te he pedido
que te tomes con calma? ¿Cuántas veces te he invitado a venir a la posada? Necesitas
descansar, Kat ‐terminó con severidad‐. ¿Qué dirían mamá y papá si supieran que estás
muy cerca de Kodíak y que nunca vienes para que yo te cuide?
• Tengo mucho trabajo atrasado, Irish. Piensa en lo que pasaría con mi carrera si tomara
vacaciones cuando quisiera. Hablemos de tu negocio ‐de inmediato cambió de tema.
Katherine notó el silencio, significativo en la otra línea.
• ¿Negocio? ‐preguntó Irish en un tono que puso sobre aviso a Katherine.
• Sí, negocio. Tu posada.
• Ah... está bien ‐respondió Irish con tono distraído‐. Me preocupo por ti. ¿Comes bien, Kat?
• ¿Tienes muchas reservaciones? ‐la interrumpió, sin dejar de presionar.
• Muchas. ¿Descansas lo suficiente?
• Mucho. ¿Todavía estás en números rojos? ¿Estás segura de que no quieres mi ayuda?
• Dios, no. No te llamé para pedirte ayuda, Kat. Sólo me preocupo por tí.
• ¿Ya pusiste el alambrado nuevo? ‐preguntó Katherine.
• Claro que sí. Era peligroso que...
• ¿Cuánto pagaste por el trabajo?
9. ¿Tuviste que recurrir de nuevo al banco?
• Kat—dijo Irish acaloradamente‐. Soy tu hermana, no un testigo hostil. De cualquier forma,
mi socio se encarga de...
• ¿Socio? ‐ahí estaba, decidió Katherine. Muchas veces se había ofrecido a ayudar a Irish,
pero su hermana se había negado.
Ahora Irish se sentía culpable.
• Ah... J.D. MacLean—deletreó el nombre como si fuera francés‐.
Katherine, deja de jugar al abogado conmigo. Te llamo para ver si...
• J.D. MacLean ‐repitió Katherine, pasmada; la imagen del rostro de él aún estaba en su
mente‐. Es un lobo ‐declaró con fuerza‐.
¿Has firmado documentos con él, Irísh?
Su hermana titubeó y después expresó con firmeza.
• Sí. Somos socios. Me presta bastante dinero para salir de deudas y maneja la contabilidad.
Katherine se sintió como una víctima en la mira. ¡J.D. tenía a su hermanita en el anzuelo!
• Si necesitabas ayuda, ¿por qué no me la pediste? ‐exigió.
• Por favor, no te enfades, Katherine. Es un arreglo de negocios.
Sabes que me gusta hacer las cosas yo sola. Tú... bueno, tú eres muy‐‐. pues... muy mandona
‐explicó Irish con inseguridad‐.
Kat, por favor, trata de comprender.
Con J.D. es diferente... eso es todo.
• Apuesto que sí ‐dijo Katherine, despacio.
• Siempre asumes lo peor. La sociedad va a salir bien. Lo que pasa es que como siempre
tratas con criminales y con ese tipo de problemas, tienes una mente suspicaz. J.D. es
legal.
• Yo tengo mejores adjetivos para él ‐murmuró Katherine. Frunció el ceño y jugó inquieta
con un papel, al recordar la seguridad de J.D. el día anterior.
El sabía que ella protestaría respecto de la sociedad. Sin duda estaba en su madriguera,
esperando que ella to llamara. Bueno, no to iba a desilusionar.
El señor MacLean tendría que saber que no podría cobrarse con su hermanita.
• ¿Vas a venir a visitarme, Kat? ‐preguntó Irish, esperanzada‐.
Te contaré todo si vienes. Oh, es tan emocionante...
10. • Tengo otra llamada. Te hablo después ‐cuando Katherine colgó el auricular, los dedos le
dolían por la tensión‐. J.D. MacLean ‐repitió perpleja‐. Es típico de él haberse aprovechado
de Irish.
Pasó las manos por los papeles esparcidos en su escritorio. Cerró los ojos y descansó, por
primera vez desde el amanecer.
Si iba a hablar con J.D. necesitaría de toda su fuerza. Una semana de desvelos le tenía los
nervios de punta, y frotó sus sienes buscando calma.
Se reclinó y miró por la ventana de su bufete hacia la ciudad de Denver.
El cielo azul, los edificios altos y las montañas detrás no le dieron la respuesta. Estaba nerviosa y
cansada, pero debía sacar a J.D. del marco personal y financiero de Irish.
Debía existir una salida. Quizá si hablaba con él y examinaba el contrato de sociedad,
encontraría algo.
Su moderna oficina de latón y cristal por to general la calmaba, pero no esta vez. Paseó por la
mullida alfombra blanca.
Katherine miró los diversos títulos colocados en la librería y después fue a las ventanas.
El nuevo Edificio MacLean se cernía sobre otros más pequeños en el centro de Denver. Era de
granito oscuro y ventanas de espejo; se parecía a su dueño: duro, inflexible a impenetrable.
En la cima, Katherine sabía que J.D. tenía su guarida... y esperaba a que lo Ilamara para hablar
sobre el negocio con Irish.
Katherine presionó el botón de su teléfono.
En segundos la llamada había pasado por cuatro secretarias y hasta el santuario de J.D.
MacLean.
• Habla MacLean.
• ¿Andas abusando de alguna mujer indefensa, J.D.? ‐preguntó sin tono y vio la foto de Irish.
Se frotó la sien; era una, locura que Irish se hubiera asociado con J.D., inconsciente de los
peligros.
Hubo una pausa que le indicó que él sonreía con malicia.
• ¿Te refieres a Irish? ‐dijo‐. Esperaba tu llamada, Kat.
La voz ronca y profunda del hombre invadió su oficina.
Su tono era bastante masculino para crispar sus nervios. Deseaba ver su rostro, explorar su
expresión. ¿Qué sentía? ¿Qué lo tranquilizaba y qué lo enloquecía?
• Irish debió llamarme a mí cuando se vio en aprietos económicos, J. D.
• Eres muy mandona ‐le dijo con calma.
11. Así que le lanzaba golpes, ¿eh? Podía sentir que la ira la quemaba.
• Empezaré una guerra, buitre salvaje ‐susurró la mujer cuando la ira creció‐. ¿Cuánto
quieres para salirte de la sociedad?
• No tengo tiempo para discutir ahora la situación. Estoy en medio de una reunión ‐cortó
J.D.‐. Estaré ocupado hasta esta noche a las diez.
Ven aquí a esa hora.
Colgó, y lá ira de Katherine parecía devorarla. J.D. era así: creaba el escenario para ventaja de él.
Arrugó un papel en la mano y después lo arrojó.
• Ven aquí a esa hora ‐repitió entre dientes‐. Apuesta a que sí.
Frente a los ventanales J.D. estaba mirando las luces de la ciudad. Miró el reloj de oro en su
muñeca.
Faltaban quince minutos para las diez, Travis estaría durmiendo rodeado de camiones y
animales de peluche. Estaba loco de contento porque dentro de dos días irían a las montañas.
Aquella tarde, J.D. y Travis fueron a una pajarería y salieron con Puddle, un cachorrito peludo
que había prometido comprarle.
Miró al estacionamiento del edificio y vio que el jeep blanco se estacionaba. Momentos después
Katherine salió, vestida con un pantalón y una chaqueta.
Tocó el talismán indio, bajo su camisa; era un hábito que había adquirido cuando se ponía
nervioso.
Después de todos esos años, era una maravillosa sensación saber que ella quería clavarle las
uñas. Con Irish como carnada, la atormentaría hasta morir, sólo por placer.
Recordó su nerviosismo, esos dedos inquietos y delgados con el espléndido diamante Kelly. Una
necesidad primitiva lo embargó y apretó la mandíbula. Deseaba quitar esa maldita sortija del dedo
de Katherine.
Su mente regresó veinte años atrás. Frotó una vieja cicatriz en su sien y arqueó una ceja. A
veces le dolía, como los recuerdos de Katherine.
Retrocedió y recordó que Katherine había insistido en ser la niñera de Daisy. Incluso entonces
había acero en Kat, bondadosa... la luchadora que había escogido a un camionero con un
pequeño.
Y bajo el acero estaba la piel sedosa.
De pronto se le secó la boca y sintió la necesidad de una bebida fuerte.
Los recuerdos de Katherine... su Kat, siempre le causaban eso.
Ella lo había deseado; él lo notó en cada curva suave de su cuerpo, en cada sonrisa dulce y
dudosa.
12. El se contuvo y anheló su cuerpo joven y ágil.
Fue honrado por luchar contra esa atracción fuerte; Kat era virgen y nunca sabría cómo lo hizo
desearla.
Por fin, una noche, él se rindió a su hechizo y se permitió olvidar la realidad. Katherine se puso
de puntillas hacia él y se rió con sensualidad... como si la vida fuera un misterio y ella tuviera la
llave.
Poseerla, recordar su dulce suspiro de sorpresa y besar sus lágrimas fueron cosas que lo habían
perseguido desde entonces.
Por unos momentos, ¿o una eternidad?, Katherine se acurrucó con dulzura en sus brazos, y la
realidad lo desgarró.
Ella era demasiado joven, no podía abrumarla con sus deudas y con su hija. Ella se merecía una
vida mejor, no largas horas de trabajo para levantar un negocio.
Cerró los ojos al recordar el impacto en sus ojos grandes, el temblor de sus labios cuando las
palabras de él la cortaron... “Eres endiabladamente joven. Ahora lárgate de aquí”.
Dios, la mujer lo partió en dos. Se volvió hacia él y clavó sus garras para despedazarlo.
• ¿Cómo te has sentido al saber que me tenías colgada de un hilo, que me controlabas, que
hiciste que me enamorara de...?
Había titubeado luchando contra las lágrimas y después continuó:
• Bueno, ya está hecho, J.D. Cuando quiera que tomes decisiones por mí, te lo pediré. Ya no
eres parte de mí, J.D. ¡Te odio! Te crees el omnipotente, que hace juicios desde las alturas.
No soy una niña.
Tomo mis propias decisiones. Vuelve a acercarte a mí y te mataré.
Dos semanas más tarde, Katherine estaba en la universidad y estudiaba Derecho. Un amigo de
la familia, Big Jim Kelly, en seguida la acogió. Katherine entró a trabajar en su bufete mientras
terminaba la carrera; el millonario de cuarenta años la escoltaba por todo Denver.
Cuando visitó a su familia, hizo gala de su relación con Big Jim. Mayor que J.D., Big Jim podía
darle todo a Katherine, mientras que MacLean luchaba con sus cuentas y su pequeña.
Seis años después de su ruptura, Katherine se presentó en la oficina de J.D. para mostrarle su
anillo de bodas. Las palabras que le dijo lo marcaron como una espada caliente: “Big Jim no me
aceptaba siendo virgen, J.D.
Siempre fue a él a quien quise. Así que ya ves, después de todo me serviste de algo...”
Su beso brutal, un castigo para su duke Kat, la hizo sangrar.
• ¿Puede Big Jim igualar eso, Kat? ‐había preguntado después.
Estaba enloquecido, pero sabía, con todo el dolor, que había dado un buen golpe.
13. Katherine se lo devolvió con creces.
La mujer se limpió la boca con asco.
• El es mejor, J.D., mucho mejor‐replicó y sonrió con frialdad‐. Y me da lo que quiero
‐después se marchó alisandose el cabello y se alejó en su lujoso coche.
J.D. frunció el ceño. Katherine finalmente iba a él... había llegado la hora del juego.
Después de todos aquellos años, él tenía algo que Katherine deseaba con todo su corazón.
• La tigresa protegiendo a su cría ‐murmuró cuando bajó las luces y puso música suave y
romántica.
Katherine lucharía con uñas y dientes por su familia. J.D. admitió de mala gana que admiraba
esa cualidad: la fuerza de acero que una vez lo había sacado de su corazón.
AI oír el zumbido del timbre, escondió sus emociones y abrió la puerta.
Katherine entró en su suite en un despliegue de telas cremosas.
• J. D.
• Kat ‐replicó sin tono y admiró la forma en que la tela se adaptaba a sus piernas largas‐.
¿Quieres beber algo?
Ella suspiró, miró las paredes de nogal con pinturas. Se paseó, cruzando la alfombra hacia el
escritorio cubierto de papeles, y después al sillón.
• No ‐respondió por fin‐. Prefiero hablar sobre Irish.
• Entonces, cenaremos ‐informó con calma‐. El chef está esperando mi llamada. ¿Quieres
comer algo especial?
Sus ojos grises parecieron fulminarlo cuando aplicó su primer golpe y estableció las reglas del
juego. Sacudió la cabeza.
• Ha sido un día pesado. Prefiero hablar del asunto.
• En la cena, entonces ‐enunció despacio, adivinando que su ira crecía. Le sostuvo la mirada,
caminó al bar y se sirvió agua mineral helada.
Exprimió un poco de limón en el líquido y arrojó el resto del citrico a la papelera‐. Sugiero que te
relajes ‐ofreció sin preámbulos‐.
Yo tampoco he tenido un buen día.
• Haz lo que quieras.
Ah, eso planeo ‐J.D. presionó el botón del intercomunicador‐. Henri, estoy listo. Lo de siempre
y... ‐miró a Katherine, que comenzaba a pasearse inquieta por la habitación‐, langosta y tu
ensalada especial.
Te llamaré después de que terminemos. Gracias.
14. La belleza de Katherine no había cambiado, decidió más tarde, la observó comer la langosta.
Realzados por la luz de las velas, sus ojos sesgados parecían brillar cuando lo estudiaban con
cautela.
Eso le gustaba, que Katherine lo mirara, lo escudriñara mientras sus manos inquietas jugaban
con los cubiertos de plata. Era obvio que esperaba y se recordaba que la cena sólo era una batalla
menor, no la guerra.
Comieron en silencio, pero la suave música no aliviaba sus nervios. Kat empujaba la comida con
el tenedor y lanzaba miradas de impaciencia.
J. D. notó las profundas ojeras bajo sus ojos, la transparencia de su piel a la luz de la velada.
Estaba cansada.
• ¿Terminaste? ‐preguntó él y se levantó de su silla. Katherine asintió y también comenzó a
ponerse de pie. J.D. se inclinó de prisa y colocó una mano en el respaldo de la silla.
Sus ojos se encontraron cuando él le retiró la silla despacio, estableciendo el ritmo para su
libertad.
• Permíteme.
Kat le lanzó una mirada iracunda y J.D. sintió satisfacción. Había en provocarla algo que le
causaba enorme placer.
Katherine caminó hacia los ventanales, se frotó las manos y le dio la espalda.
J.D. estudió su trasero con mucho interés. El pensamiento de que ella aún se tensaba ante él, lo
irritaba. Se acomodó en el sillón y la miró.
• ¿Bien? Puedes sentarte, Kat. ¿O tienes miedo de mí?
La mujer apretó los labios con furia, pero se sentó en la silla frente a él.
Cuando cruzó la pierna en un movimiento suave, J.D. sintió una ola de deseo puro. El satén
subió y bajó y Kat suspiró, miró el cielo estrellado como si deseara estar en otro lado.
Con otra persona. El pensamiento lo aguijoneaba.
• ¿Qué se necesita para comprarte, J.D.? Irish no tiene idea de lo que te debe
• su voz era sensual, suave por la tension.
• Ni tú podrías pagar la cantidad que quiero, Kat.
Katherine abrió los ojos, permitiendo ver las profundidades plateadas.
• No puedes tenerla, J.D. No lo permitiré.
Tendrás que escoger a otra pobre mujer.
J.D. sopesó su siguiente tiro.
15. • Me gusta Irish. Si fuera tú, no jugaría sucio con esto, Kat. Irish no conoce el juego..Podrías
perder. Tendrás que tratar conmigo.
• Creo que podemos arreglar el asunto sin ella—dijo más calmada.
• ¿Quieres decir que los millones Kelly sacarán de apuros a Irish?
Es una mujer de corazón, pero tu hermanita tiene más determinación de la que crees. Quizá
está cansada de que tú controles su vida.
• Yo puedo encargarme de los problemas económicos de Irish, J.D.
Mi administrador llamará para preguntar la suma.
• Tu dinero puede irse al diablo ‐declaró J.D. con calma, mirándola a los ojos‐.
No hablaré con él. Irish y yo tenemos un trato.
• No te interpongas en mi camino. Si te acercas a mi hermana, yo...
• Me estoy interponiendo en tu camino ‐replicó‐.
Tienes que controlar todo, ¿verdad? Todo es negro o blanco contigo... los chicos malos y los
buenos. ¿Creerías que la he ayudado porque me agrada, Kat?
• Para nada. Estás preparando quedarte con el poder.
J.D. sonrió. Tenía la carnada correcta a intentaba vengarse de Katherine.
• Quizá sí. Tal vez ni tú ni todo el imperio Kelly puedan detenerme... si de verdad deseara a
Irish. O a cualquier otra mujer.
Sus ojos le lanzaron chispas.
• Maldito seas, J.D. No juegues conmigo. No me interesan tus aventuras con otras mujeres,
pero deja en paz a Irish. Pagaré sus deudas con intereses.
• Ah, pagarás, Angel ‐murmuró, observando el rostro tenso; su cabello brillaba a la tenue luz.
En las sombras, sus ojos sesgados eran profundidades luminosas.
• Pelearé...
La expresión de J.D. se endureció y sus ojos brillaron.
• Le agrado a Irish, Kat. Tendrás que tragarte eso en tu hermosa garganta.
• Intento sacar a Irish de este desastre ‐informó con un tono de voz que lo perturbó. De
pronto quería que ella lo necesitara.
Pero el orgullo de Katherine nunca lo permitiría.
• Tendrás que tratar conmigo esta vez, Kat. Irish no sabe nada de lo nuestro... de lo que
sucedió hace años.
16. Además ella se hallaba en un terrible aprieto.
Kat irguió los hombros despacio como si luchara contra un gran peso.
• Me lo imagino. Llegaste en el momento en que necesitaba ayuda, claro. No desperdiciarías
la oportunidad de hacer una buena adquisición.
Sin embargo, no te acercarás a ella ‐le advirtió con serenidad.
• No estarás celosa, ¿verdad Angel? ¿De mí y de Irish?
• la aguijoneó, sintiendo de nuevo la rabia‐. El ángel vengador de Denver... si tan sólo
supieran que su ángel tiene un contrato de un dólar por su corazón.
Nuestra reunión, vía Irish, será interesante.
Se inclinó adelante y observó el desprecio de ella. Katherine necesitaba conocer cada partícula
de su venganza y más.
• Sabes, Kat, me recuerdas a la espada del rey Arturo, Excalibur.
Sólo se requirió del hombre adecuado para sacar la espada incrustada en la roca...
La mujer palideció visiblemente, y J. D. registró su tensión. Se permitió por un momento
preocuparse por ella.
• Kat, te ves endiabladamente frágil. ¿Qué te pasa?
Se inclinó más de cerca para inspeccionarla.
• El hecho de que no puedas controlar la situación te altera mucho, ¿verdad?
Katherine se negó a retroceder, aunque sintió el calor de él bajo su ropa, en su piel desnuda.
La loción masculina la envolvió y ella la odió. El suave olor lo recordaba muy bien. Se preguntó si
todavía Ilevaría el talismán indio bajo su camisa.
El pensamiento de su encanto evocó to que quería olvidar. Aún podía ver el talismán
descansando en el vello negro que cubría su pecho, y sentirlo caliente por el calor de su unión, el
brillo de sus cuerpos húmedos.
Lo había sentido presionar contra sus senos desnudos cuando él se había acostado sobre ella la
primera vez, poseyéndola con un control tierno que la hizo amarlo más.
J.D. había visto la piedra contra su piel pálida y se la quitó del cuello. Su boca había rozado la
tierna marca que dejó y el calor fluyó en ellos cuando ella lo aceptó despacio.
Murmurando palabras de amor, alentándola a entregarse, temblando en sus tímidos brazos, J.D.
había sido el amante perfecto.
Katherine tembló y luchó contra la reacción a su cercanía. Qué tonta había sido.
17. No podía dejar que Irish cometiera el mismo error...
• ¿Cuánto? ‐cortó tensa por su proximidad.
El la miró y sus facciones se endurecieron. Katherine pasó saliva y miró hacia la ventana.
Ella podía sentirlo respirar y ver el pulso en su garganta. Entonces, de repente el hombre la
sujetó por el cabello y la obligó a ponerse de pie.
Katherine irguió el rostro a él, asumiendo una fría máscara.
Permaneció inmóvil, conocía la fuerza de él. Experimentaba el poder, los músculos listos;
esperaba que ella luchara.
Se negó a darle to que quería, ni ahora ni nunca.
J.D. acarició la tensión de su cuello. Era como si le gustara tenerla sometida.
• Sólo tú y yo, uno a uno ‐murmuró con sensualidad‐.
Los chicos buenos y los malos.
Tiró de ella hacia atrás y observó bien su rostro.
• Esta vez tienes temor, ¿verdad? Kat? Tienes miedo de mi relación con Irish ‐murmuró casi
para sí.
• El dinero, J.D. ‐insistió Katherine con calma y observó la creciente excitación en los ojos de
él.
Su estómago se contrajo cuando su mirada se posó en sus labios.
J.D. pasó los dedos por su cabello. Su aliento cálido rozó su mejiIla y Kat tembló. J.D. movió la
mano y la descansó en la mandíbula de ella.
• ¿Qué hay ahí dentro, Kat? ‐preguntó‐. ¿Una mujer o una máquina?
¿En dónde enterraste a la chica risueña?
Acarició su labio inferior y entornó los ojos.
• ¿Exactamente cuánto vale Irish para ti, Kat?
El tono íntimo a insinuante recorrió como hielo su espalda.
Katherine se liberó, y se enfrentó a él con el cuerpo tenso.
¿Me tengo que ofrecer yo en lugar de mi hermana?
Katherine lamentó el ataque verbal. Si J. D. quería jugar sucio, ella también lo haría, pero
deseaba que se retirara.
La aterrorizaba cuando se acercaba demasiado, y siempre perdía el control cuando tenía miedo.
Irguió los hombros y levantó la cabeza. Si él quería guerra, la tendría.
18. • Estás cansada y nerviosa, Kat ‐anunció después de un rato.
Ladeó la cabeza de manera arrogante‐. ¿Soy el causante?
J.D. presionaba, la acechaba, estudiaba dónde golpear. Podía sentirlo sopesar la situación.
Katherine empezaba a preguntarse cómo controlar a J.D. Estaba muy cerca y la perturbaba.
Las piernas se le debilitaron, como si la estuviera desmoronando.
Con voz más sensual de to que planeaba, Katherine exigió:
• Quiero que esta farsa termine esta noche.
• Esta vez la pelota está en mi campo, dulce Katherine ‐replicó con simpleza‐.
Así veo yo la situación. A menos de que se declare a Irish incompetente para controlar sus
propios negocios, no puedes hacer algo sobre la sociedad. Estás a mi merced ‐añadió de manera
placentera.
La garganta se le contrajo cuando los ojos negros de J.D. se posaron en sus labios.
• ¿Cómo fue...—preguntó con esfuerzo‐, hacer el amor con un hombre veinte años mayor
que tú? ¿Gastar su dinero y reírse del pobre camionero sudado?
No esperaba menos de él. J.D. no tenía la menor idea sobre su relación con Big Jim, cómo la
había dejado tomar sus decisiones.
J.D. nunca le dio confianza cuando tuvo la oportunidad. El sólo tomó las decisiones, como lo
hacía ahora.
• Big Jim era mi esposo...
• Maldición. Ahora no quiero hablar de él ‐declaró con rudeza, y ella captó el primer brillo de
ira salvaje. Se humedeció los labios con nerviosismo y él los miró casi con hambre. Ahora
no.
• No tengo por qué aceptar esto ‐dijo intranquila cuando él pasó un dedo por sus labios
húmedos. Se sintió temblar y se odió.
Lo que necesitaba J.D. para ser feliz, era verla perder su famoso control. Y en ese momento
tenía la fuerza de una telaraña.
La había provocado con su falta de débilidad.
• No, no querrías aceptarlo, pero yo sí ‐gruñó y su boca apresó la de ella.
De alguna forma la atrapó en sus brazos y las emociones giraron como un río.
Katherine se preparó contra la violencia de su boca, presionó las palmas contra el pecho de él,
pero sus labios eran suaves, la rozaban, saboreando...
Sus grandes manos enmarcaron el rostro femenino y le levantó la boca a él con sus besos
sensuales. Kat gimió al ver que la sostenía con suavidad, sin lastimarla.
19. El corazón de J.D. latía de manera salvaje contra sus palmas. Un temblor recorrió su cuerpo, y
algo como el miedo explotó en ella.
J.D. la atrajo más cerca, susurrando contra su mejilla.
• Esta vez se va a acabar, Kat. Puedes apostarlo ‐susurró con firmeza.
El tembló, deslizó una mano por la espalda femenina, y la acercó más a él. Cuando Kátherine
levantó la mirada, vio que los ojos del hombre estaban cerrados y fruncía el ceño como si se
concentrara, en ella.
No quería sentir el calor que derretía su cuerpo, ni levantar la boca a la de él, ni ofrecer el dulce
beso que siguió como si todos esos años nunca hubieran pasado.
No deseaba responderle, pero los besos embriagadores se profundizaron, él le mordió con
suavidad los labios. Luchando contra la niebla sensual, ella separó la boca de esos labios, y sintió
que rozaban su mejilla.
• J. D., vine aquí para hablar de negocios, y tú me estás besando sin mi permiso.
• ¿En serio? ‐enunció, y besó sus párpados‐. Entonces, dame permiso, Kat.
• Puedes irte al...
J.D. la observaba de cerca. Le sonrió de forma que le erizó la piel.
• Estás temblando, Kat ‐murmuró contra su oído‐. Es sorprendente lo suave que eres, lo
esbelta...
Katherine se acercó más a él, tratando desesperadamente de sofocar la necesidad dormida
dentro de ella. La esencia de la piel de él parecía envolverla cuando sus labios siguieron la línea
tensa del cuello de la mujer hasta su oreja.
• No to preocupes por Irish, Katherine ‐murmuró él‐. Estará bien.
Irish. El nombre cortó la sensualidad como un cuchillo caliente. Katherine abrió los ojos cuando
J.D. acarició su cuello con la boca.
Ella permaneció inmóvil en los brazos de él y reconoció su propio pánico.
¿Era así como J.D. abrazaba o intentaba abrazar a su hermana?
Lo apartó y se liberó; su mente giraba como un remolino de ira salvaje. Sintió una punzada de
terribles celos y eso le dolió.
Tembló cuando vio endurecerse el rostro de J.D.
• Guarda tus juegos amorosos para otra mujer, excepto Irish ‐ordenó.
Los ojos de él brillaron; descargó toda su ira en ella.
• No estás celosa, ¿verdad, Angel? ‐preguntó otra vez con demasiada suavidad.
20. • No. He tenido mejores oportunidades ‐le dio la espalda y caminó hacia la puerta con
piernas temblorosas. Se paró en la puerta cuando la profunda voz de J.D. la aguijoneó.
‐Hasta pronto, Angel.
Katherine empujó con los pies las mantas, y miró el reloj de su mesilla. A las dos de la mañana
odiaba a J.D. MacLean más que nunca.
Jamás volvería a conmoverla.
Si no hubiera estado tan cansada y nerviosa...
Quizá sí necesitaba ese descanso en casa de Irish. Necesitaba hablar con su hermana y sacarla
de las garras de J.D. Suspiró.
Por la mañana comenzaría a hacer planes para dejar algo de trabajo con sus asociados. No sería
fácil, pero tenía que descansar para poder luchar contra J. D.
CAPITULO 3
DOS semanas después, Katherine llegaba a Kodiak para empezar sus vacaciones. Planeaba
descansar y aprovechar el tiempo para sacar a su hermana de las garras de J.D..
La posada de Irish estaba lejos de la carretera primordial.
El techo principal estaba ligeramente caído, y el resto de la casa parecía un poco deforme.
Cuando estalló la fiebre de la plata en Colorado, la casa había servido como burdel y casino; su
bien conocida matrona, Abagail Whitehouse, murió en una pelea entre sus dos amantes.
Irish Dalton amaba todo eso. Ayudaba por una vieja mujer llamada Granny, mantenía limpio el
lugar y atendía a los huéspedes.
Para Katherine, la casa significaba una prueba de su mayor problema: legalmente, J.D. MacLean
poseía a su hermana.
Esa mañana, unas semanas después de su encuentro con J.D. en el aeropuerto, Katherine se
sentía apática y cansada.
No había descansado desde que llegó a11í, el día anterior.
Ahora, sentada en la gran cocina de su hermana, Katherine necesitaba desesperadamente de un
hechizo mágico para comprender el sistema de contabilidad de Irish. Consistía en un galletero en
forma de manzana y una caja de zapatos, grande. Ella le explicó que la manzana era para las
cuentas mayores y la caja para las pequeñas. Katherine asintió, y miró con enojo el sello que J.D. le
había dado a Irish. Su firma personal se encontraba detrás de todas las cuentas de la posada.
21. El documento legal que Irish extrajo de una vieja lata de comida era una copia de su acta de
sociedad con J.D.; Katherine tuvo que admitir que era legal y sin cabo alguno suelto.
A lo lejos, se encontraba una ostentosa vagoneta propiedad de MacLean.
Qué típico de él dejar recordatorios de sus posesiones, pensó.
Irish sonrió y corrió la cortina contra la brillante luz del sol; su cabello corto y rubio lanzaba
chispas rojas.
• ¿Qué tal otra taza de café, Kat? Pareces tan... ‐sonrió con picardía‐, fantasmal.
Irish siempre trataba de resucitar la presencia fantasmal de Abagail Whitehouse, y Katherine
sonrió.
• Irish, sabes bien que aquí no hay fantasmas.
• Claro que sí hay, si nos hacemos a la idea. A la gente le encanta la idea de tener fantasmas
residentes. Sería una buena publicidad de ventas. También es romántico. Podrías usar un
poco la fantasía.
• Gracias ‐Katherine ansiaba romper el contrato‐. ¿Tienes idea de lo que...?
Con su buen corazón y personalidad extrovertida, Irish no le daba demasiada importancia a los
problemas.
Vestida con camiseta roja y vaqueros, parecía una adolescente. Irish dio un profundo suspiro, el
que siempre daba antes de acusar a Katherine de preocuparse por algo tan simple.
Katherine cerró los ojos, y evocó la sonrisa maliciosa de J.D. Tenía justo la apariencia sensual
que combinaba con ese “palacio de entretenimiento” de hacía ciento veinte años. Podía
imáginarlo vestido de negro, y con un puro entre sus dientes, buscando a la “pichoncita”
adecuada.
¿Por qué pensaba en él ahora? Porque estaba muy cansada y desequilibrada. Con dedos
temblorosos, ajustó la bata de satín color crema en sus rodillas, mientras su hermana servía el
café.
Irish retrocedió y la miró con ojo crítico.
• ¿Qué tal unas tostadas y mermelada, cariño?
• No, gracias. Tendría que pasar una semana en el gimnasio para perder los kilos de más.
• Estás muy flaca, Kat. Estás peor que cuando murió Big Jim. Debe ser por culpa del trabajo.
Ten, cómete al menos una manzana ‐se la pasó‐.
Parece como si estuvieras al borde del precipicio. ¿Aceptas muchos casos de almas indefensas?
Katherine no pudo evitar sonreír y mordió la manzana.
Proteger a los inocentes siempre había sido un sueño para ella.
22. • Irish, de verdad tenemos que hablar ‐le dijo cuando su hermana se sentó en una de las
viejas sillas.
• Reconozco esa actitud de hermana mayor, Kat. Creí que estabas de vacaciones. Tienes esa
mirada cautelosa que asumes cuando te preparas para una buena pelea.
Katherine hojeó las cuentas, todas con el sello de J.D.
• ¿Por qué tuviste que recurrir a él? Te he ofrecido...
Irish la miró a irguió la barbilla, era un gesto característico de los Dalton.
• Tengo veintisiete años ‐le recordó con énfasis‐. Después de que Mark y yo rompimos, sólo
me quedé con un título de ama de casa y cinco años de experiencia en el banco.
Necesito esto, Kat, y no puedo permitir que interfieras.
Tenía pocos ahorros, y el banco me prestó el resto... J.D. se encargó de que lo autorizaran,
cuando comenzó a ayudarme.
Yo planeo hacerlo funcionar. Los dos estamos trabajando en eso
• se corrigió.
Colocó una mano en su cintura y continuó:
• ¿Y qué si me las paso duras? Tú también viviste eso y saliste adelante.
Acuérdate de cuando murió Big Jim y tuviste que luchar tú sola contra los miembros del
consejo...
• Big Jim me enseñó muchas cosas, Irish. Tú te metiste en una posada sin saber que...
• ¿Y quién eres tú, de todas formas? Yo tengo mis sueños, Kat.
Todos los tienen y nada sucede sin ellos. Tú querías ser abogada y ahora lo eres ‐frunció el
ceño‐. Bueno, no soy buena para los números, pero sí lo soy para cuidar de la gente.
Les doy un lugar en mi casa.
Miró con honestidad a Katherine.
• La gente necesita una sensación de hogar, Kat. ¿No sientes lo mismo?
¿Como si necesitaras de que alguien lo cuidara?
Ultimamente Katherine se había sentido así, admitió. Pero sobreviviría; era Irís la que ahora
importaba.
• No hablo de eso. Has hecho una hermosa labor aquí, pero Irish se volvió.
• El se ha portado maravillosamente. Somos socios, Kat.
23. • ¿Socios? ‐Katherine pronunció la palabra con cautela y observó a su hermana. ¿Acaso ella
sabía to que J.D. podía hacerle como mujer? Irish era muy inocente en comparación con él,
y ahora eran socios.
La palabra comenzaba como una avalancha de desastres‐. Irish, ese hombre tiene reputación
de...
• Socios ‐la interrumpió su hermana con firmeza‐.
Sólo socios. J.D. controla la parte comercial y yo la posada.
La gente tiene administradores. Nuestra fiesta de caridad va a hacer historia en los catálogos de
posadas ‐continuó‐.
J.D. está trabajando en los folletos...
• Quiero saber ‐interpuso Katherine de mala gana‐, cómo te dejaste arrastrar por ese
hombre.
• No me hables en ese tono ‐le dijo después de un momento ‐. Soy tu hermana, recuerdas,
no el sospechoso de un terrible crimen.
• Irish, J.D. MacLean es...—comenzó a decir Katherine, pero se calló cuando vio la fuerte
mirada que le digirió su hermana.
• Mi amigo ‐terminó Irish‐. Te juro, tu vicio por el trabajo puede ser deprimente en cuanto a
diversión y amistad.
Lo que necesitas es a alguien que ayude a relajarte.
Irish hizo una pausa, y escudriñó a Katherine.
• Tranquilízate, Kat ‐sugirió con suavidad‐.
¿Qué tal si llegara el hombre correcto y tú estuvieras en uno de tus arranques?
Lo espantarías.
Irish suspiró y luego agregó:
• Tienes una cualidad admirable, Kat: preocuparte demasiado por los demás, pero si quisiera
cambiar algo en ti, sería eso.
Algún día vas a tener que rendirte... dar un poco de ti a otra persona. ¿Cuándo has disfrutado de
algo más que no sea la participación en un juicio?
Irish se acercó con expresión mortificada.
• Espero no haberte lastimado, Kat. Pero trata de entender que tengo que hacer esto yo sola.
Tú to hubieras encargado de todo. Tienes esa costumbre... Tú disecas todo, le quitas la
aventura y romance ‐dijó, y examinó, nerviosa, una esponja‐. Kat, tú has tenido errores, yo
también tengo que cometer los míos.
24. El porqué y cómo J.D. y yo somos socios, en realidad no importa, ¿o sí?
Katherine sabía que todo lo relacionado con él era muy importante.
La chica se estremeció y dio un sorbo a su café. Después irguió los hombros, dio un profundo
suspiro y se hizo una promesa: cambiaría su vida, encontraría sus necesidades y recuperaría la
salud.
Y mientras lo hacía, buscaría una salida para que Irish no estuviera bajo mando de J.D.
Más tarde, vestida con vaqueros, botas y un suéter azul, Katherine se dirigió a las caballerizas
con Irish.
Tío, el caballo de J.D., pastaba en un prado, otra manifestación más de su poder sobre Irish. El
lugar tenía a una yegua, cuatro burros viejos, que Irish juraba que descendían de los burros
mineros de Colorado, y una mula resultado de los negocios de su hermana.
Katherine irguió el rostro contra la brisa.
• Este es un lugar maravilloso. Aunque sólo he visto dos parejas mayores, que se tomaban de
la mano y reían como niños.
Irish sonrió y enlazó su brazo con el de ella.
• Espera al año que viene. Tendremos mucho huésped. J. D. cree que deberíamos cambiar el
nombre a Abagail’s, algo que dé la idea del fantasma de la antigua residencia. Dice que
sería una buena estrategia publicitaria.
Katherine levantó una tabla y la arrojó.
Ojalá pudiera sacar a J.D. con la misma facilidad, pensó, y lanzó una mirada hacia la cabaña que
la madame tenía para sus amantes.
• Supongo que también le gusta la pintura de la dama recostada con apenas un pañuelo,
¿no?
• Podrías tomar lecciones de ella. Dicen que Abagail LaRue Whitehouse reía mucho. Tengo el
presentimiento que han pasado siglos desde la última vez que tú to hiciste.
Sus cosas todavía están en el baúl de tu habitación. Te verías muy bien con su ropa.
• ¿Por qué diablos querría ponerme la ropa de tu fantasma?
Irish sonrió con malicia.
• Te has vuelto mojigata. Podría darte algunas ideas. Dicen que el sexo es un gran escape,
una necesidad.
Quizá de ahí provienen los amantes como Abagail. Y también J.D.; él dice que ella era toda una
mujer.
• J.D. puede irse al diablo ‐anunció Katherine antes de pensarlo‐.
25. Claro, a él le gustaría esa imagen de burdel... y deja de pensar que soy una viuda amargada.
• Pues no eres la viuda alegre, Kat. Vamos, pruébate la ropa de Abagail. Será divertido.
Irish le dio la mitad de la manzana a Morticia, la mula.
• Te pareces a un caracol, escondiéndose en su concha.
Su hermana se estiró y acarició el lomo de una yegua que se curvó.
• Kat, sé que no te gusta J.D... nuestra sociedad.
• Sólo quiero saber cómo te... ‐comenzó Katherine, preguntándose si Irish sabía a cuál de las
hermanas había puesto en su menú masculino.
• Cállate ya ‐le advirtió con un dedo.
Katherine trató de pensar en la imagen tranquilizante del río. Pero éste se había secado. Se
escuchó gruñir.
• Pobre Kat ‐Irish le acarició el cabello‐. Sí que necesitas descanso, te preocupas demasiado,
pero yo te cuidaré.
Esa noche Katherine colocó un trapo húmedo y frío en su frente. Miró el candelabro de techo
que parecía balancearse con suavidad; sus gotas de cristal brillaban.
Su habitación contenía el opulento terciopelo original y olía a roble tallado. Una enorme bañera
se hallaba detrás de los biombos orientales. Captó el olor a lavanda. La risueña y sensual madame
y ella no tenían algo en común.
Katherine cambio de lado la comprensa fría y cerró los ojos y gruñó.
Es sólo la segunda semana de junio. Todavía podemos plantar flores en aquel lugar‐dijo Irish,
mientras barría el porche frontal. Miró el perfil de su hermana, quien permanecía pensativa.
El sol de Colorado se posaba en su cabello rubio. Le gustara o no, el atractivo misterioso y
excitante de J.D. era un contraste perfecto para la belleza de Katherine.
Sería interesante verlos juntos... si su plan funcionaba. Había algo tormentoso en Katherine cada
vez que hablaba de J. D.
• Vaya, sí que estabas pensativa, Kat. No has escuchado nada.
• ¡Mmm! ‐se volvió a su hermana y se quitó un mechón de cabello del rostro. Pasó el dorso
de su mano por el cuello y sintió como si él la acariciara con los labios. Respiró
profundamente.
• ¿Qué decías sobre las flores?
• Quiero miles de peonias. Y por cierto, creo que Abagail aún habita en esta casa.
• Irish, olvidate de eso. El lugar esta viejo. No hay ni una tabla derecha aquí. La base es débil
y las cosas se balancean.
26. Lo demás se debe a la gravedad, no a los fantasmas. Pusiste paquetes de lavanda por toda la
casa, anoche. Tú misma creas el ambiente.
Irish olfateó el aire.
• Tendrías una buena razón para no querer dejar este mundo. Imagínala, interponiéndose
entre sus dos amantes, aceptando las balas para qué epocas vivieran...
• Abagail era una meretriz, Irish—corrigió Katherine, quien miraba al chiquillo que jugaba
con su cachorrito en la hierba del campo cercano a la famosa cabaña de Abagail.
El cabello lacio y negro del niño brillaba a la luz de la mañana mientras que el perrito corría
alrededor de él.
Se llevó una mano a su estómago. Había deseado tener los hijos de J.D. El mes había sido
interminable después de que hicieran el amor...
Se encogió de hombros y se olvidó de eso.
• Veré si están listas las galletitas, y después hablaremos de J.D. ‐repitió por quinta vez en
tres días.
• El me conviene—declaró Irish‐. Somos socios y no permitiré que lo acuses de aventurero.
De verdad, Kat, deja de ver con malos ojos las intenciones de la gente. J.D. dijo que este
lugar es un verdadero reto, justo lo que estaba buscando.
No es una persona malvada ‐declaró con irritación.
Bajó del porche en dirección al niño y se volvió a Katherine.
• Ni una palabra más, Kat, hablo en serio.
Katherine vio el rostro decidido de su hermana y pensó que tendría mejor suerte con las
galletas.
Justo cuando el aroma de éstas invadía la casa, se escuchó un ruido en la puerta posterior, y
después la vocecita que regañaba al perrito.
Abrió la puerta y vio una silla caída.
El chico parpadeó con sus largas pestañas negras de manera inocente.
Katherine se agachó. Tenía una mirada solemne y la observaba con cautelosos ojos negros.
• Mi nombre es Katherine ‐dijo con dulzura‐. ¿Quién eres tú?
Estiró una mano para sujetar al perro contra su pierna.
• Travis. El es Puddles.
Katherine abrió la puerta de la cocina.
• Estoy sacando las galletitas. ¿Quieres ayudarme, Travis?
• Bueno ‐respondió el pequeño..
27. Katherine sonrió y esperó; el chico le devolvió la mirada con firmeza.
• Soy la hermana de Iris. Mi madre me llamaba Kat ‐añadió. Travis apretó fuerte al perro‐. No
le pasará nada. Ven, pasa.
Los dos entraron y Travis se detuvo, inseguro.
• Yo no tengo mami ni papi. Están en el cielo ‐anunció‐, pero tengo al abuelo.
Katherine se conmovió y sintió simpatía por el chico.
• Apuesto a que a tu abuelo le gustarían algunas galletitas, Travis.
Si me ayudas, le mandaré unas ‐sugirió, señalando el lavabo‐.
Sólo súbete en ese banquito para lavarte las manos y después puedes...
Travis escondió las manos detrás de él.
• No me gusta el jabón.
Katherine sonrió, se inclinó y le dio un beso en la mejilla al chico, quien despacio se llevó la
mano al lugar del beso y la miró con los ojos muy abiertos.
• Travis, lavarte las manos es una de mis condiciones ‐Katherine levantó el tazón de la pasta
de las galletas y se la enseñó‐.
Después puedes ayudarme.
Más tarde, el niño tomaba la cuchara de palo, para lamerla. Katherine lo observó mientras
cortaba las galletas.
Había algo mimoso en él, como si necesitara de alguien que lo abrazara.
Los niños tienen necesidades, pensó, y ella también.
Colocó una galleta en la servilleta de él y le acarició su cabello negro, con ternura. Había algo en
el pequeño que... Los ojos negros de Travis la miraron intensamente.
• Besas como mi mami ‐susurró con timidez‐. Extraño a mis papas.
Katherine lo besó de nuevo y apretó su mejilla con afecto.
• Bueno, ahora me tienes a mí, Travis. Cuando quieras un beso de mami, ven a verme, ¿de
acuerdo?
El asintió. Después de una segunda galleta comentó;
• Están sabrosas. ¿Puedo llevar algunas al abuelo.
• Claro ‐le nuevo le acarició su cabello ‐. ¿Quieres hablarme de tu abuelo?
• Sí ‐sus ojos brillaron‐. A veces lloro por las noches y el abuelo me abraza. El nunca dejará
que algo malo me súceda.
28. rish sacudió la manta de Travis cuando hacía su cama en la cabaña. Miró a J.D., quien arreglaba
una bomba de aire para un acuario.
• Kat no es de corazón duro ‐contestó‐. Está en la casa cocinando galletas con Travis.
Si fuera fría como dices, no tendría nada que ver con niños.
Irish sacudió la cabeza, preguntándose cómo dos personas tan ideales podían ser tan tercas.
Realmente había sido obra del destino que el coche de J. D. se averiara a un paso de su posada,
en diciembre pasado, cuando regresaban a casa después del funeral de Daisy y su esposo. El y
Travis estaban tristes, y ella disfrutó de cuidarlos. Cuando J.D. se fue, le ofreció su ayuda y ella
aceptó.
Pero el asunto económico sólo era un pretexto; la verdad de las cosas era que así podía
cuidarlos de nuevo.
Y podía también... bueno, ser la celestina entre J.D. y Kat. Ultimamente se preocupaba mucho
por su hermana.
Con tanto trabajo, no se divertía.
Quizá necesitaba a alguien igual de fuerte para sacarla de su encierro.
Ahí entraba J.D. en sus planes. Sabía que eran el uno para el otro.
Sólo necesitaban un empujoncito...
Su víctima se irguió, limpió sus manos con una toalla y arqueó una ceja.
• Son tan diferentes como el día y la noche. Si Kat está cocinando galletas, es porque sólo así
puede tenerlas.
Irish se llevó las manos a las caderas.
• Oyeme, explícame eso... Iba a entrar en la casa cuando la vi abrazando y besando a Travis.
Sabes que él necesita mucho cariño.
Si es tan insensible a inhumana, ¿por qué lo hizo? ¿Cuál es su motivo?
J.D. arrojó la toalla y frunció el ceño.
• Yo qué sé.
Miró a la posada. Así que Katherine estaba abrazando y besando a Travis, ¿eh?
De pronto y sin quererlo evocó la forma cariñosa y tierna en que cuidaba a Daisy. Se recordó en
la vieja mecedora con Daisy en el regazo.
Dios, todavía le dolía recordarla, como todos aquellos años sin ella.
Travis necesitaba tanto amor y atención que si Katherine podría darle algo de ternura al
pequeño, J.D. le estaría agradecido.
29. • Dale una oportunidad, J.D. ‐ordenó Irish con firmeza‐. No está contenta con nuestra
sociedad, y no quiero darle más molestias de las que tiene.
• El único problema que tiene es que es mujer.
• Ten cuidado, J.D. Es mi hermana y no dejaré que hables mal de ella.
La quiero y puedo contar con ella ‐Irish lo calló.
Cambió de tema y preguntó.
• Entonces, ¿crees que podrás comercializar la posada para las reuniones de los ejecutivos?
Es una de mis mejores ideas, creo.
Esa y el lugar de salud y los baños de barro.
La expresión de J.D. estaba sombría; comenzó a sonreír de mala gana.
Irish le pegó en el brazo.
• Déjalo pasar, socio. Ouiero escuchar tus ideas sobre revivir a la “madame fantasma”.
Travis se bebió la leche. Estudió a Katherine largo rato y después, se estiró para acariciarle el
cabello.
• Tienes el cabello tan bonito, como el de mami ‐comentó con suavidad.
Ella se rió y lo abrazó.
• Espero que a tu abuelo le gusten las galletas.
Travis la abrazó del cuello y Katherine besó su mejilla y lo estrechó con suavidad. Después de un
rato, el niño tomó el plato de las galletas que llevaría a su abuelo.
Katherine sonrió al imaginar a un viejecito débil, acosado por un niño y un perro. Despeinó el
cabello de Travis.
• Haré más esta semana.
• Estupendo.
Una hora después, Katherine miraba las posesiones del mundo de madame Whitehouse
mientras esperaba a Irish.
Guardadas en un baúl, la pila de corsets, ligas y medias todavía tenía el olor de algún perfume
erótico. Dos hermosas batas negras con bordados orientales de dragones estaban dobladas bajo
un camisón de seda negra.
La esencia se esparció en la habitación cuando colocó las prendas sobre la cama.
Extendió un abanico decorado con incrustaciones de marfil y disfrutó de su belleza oriental. El
teléfono sonó.
Cuando respondió, la voz del otro lado de la línea la congeló.
30. • ¿Kat? Soy J.D..
• ¿Sí? ‐deseó no respirar tan fuerte‐. ¿Qué quieres? ‐cortó.
Se calló por un momento.
• No te gustará saberlo, Kat.
El tono sensual la encendió.
J.D., deja en paz a Irish. Apenas se está recuperando de lo de Mark.
Te prohíbo que...
• Vaya, Kat. Ya es demasiado tarde. Tengo grandes planes para ella.
Katherine estaba tan enojada que iba a explotar.
• Ahora estoy aquí, J.D. Primero discutirás las cosas conmigo.
El se rió con ese tono sensual y dominante que la erizaba.
• ¿Cuánto tiempo puedes dejar tu trabajo para proteger a tu hermanita? ‐preguntó con
burla.
• ¿Dónde estás? ‐preguntó de pronto para asegurarse de la distancia. Los enemigos como
MacLean debían señalarse en la Zona de Peligro.
• Dile a Irish que me llame ‐pidió y después colgó. Katherine tiró del auricular y deseó poder
ahorcarlo con el cordón.
Salió para dar de comer al ganado y luego pintó la cerca. Necesitaba el aire puro para despejarse
y alejar el recuerdo de la voz sensual de J.D.
Más tarde, llenó la bañera y vació un frasco de sales de baño.
Para tranquilizar sus nervios, encendió velas aromáticas que iluminaban la habitación con su
suave brillo.
Se metió en el agua caliente justo cuando el teléfono sonó.
• Kat, ¿estás desocupada? ‐~oyó preguntar a su hermana.
• No, ¿qué pasa? ‐Katherine tomó las burbujas para formar un collar en su cuello.
• Los recién casados han llegado y voy hacia la cabaña—gritó Irish.
El antiguo calentador de agua chirrió para llenarse, de nuevo con agua caliente. Las tablas
sueltas crujían y la rama de un árbol chocó contra el cristal de la ventana de la habitación de
Katherine.
Un coyote aulló en la distancia. El viento sopló con mayor fuerza y la sombra en la ventana se
movió.
El candelabro de cristal tembló un poco y sus largos prismas tintinearon.
31. • Basta, Abagail ‐murmuró Katherine, saliendo de la bañera para secarse‐.
Deja de mover tus huesos.
Miró la cama imperial y las prendas antiguas extendidas a11í.
• ¿Cómo...?
El camisón de encaje negro se deslizó por su cuerpo, delineando con claridad las curvas de sus
senos. Katherine se puso las pequeñas bragas de seda negra y después acomodó el corset de
encaje negro alrededor de su cintura. Contuvo el aliento para apretarlo bien contra su trasero...
• Este atuendo sí que combinaría con mi portafolios y mis zapatos bajos
• dijo, y rió cuando tomó las mediás negras y las ligas rojas.
La suave seda que terminaba en satín rojo, se ajustó con elegancia a sus piernas.
Se miró al espejo. Tomó una pequeña caja del baúl y la abrió: encontró unos pasadores de
carey, unos aretes largos y una rosa~de seda roja.
Recogió el cabello detrás de su nuca sujetándolo con los broches. Fascinada por todo el
atuendo, Katherine se puso los pendientes y la rosa en el cabello.
La esencia sensual de la madame la envolvió cuando irguió la cabeza y estudió su imagen sexy.
Con el cabello recogido y vestida como para excitar a un centenar de hombres, no se veía como el
ángel vengador de Denver.
Tocó la curva de su seno izquierdo sobre el encaje negro.
Pasó un dedo por el estrecho talle y trató de pensar en la ternura de Big Jim. Movió la cabeza y
los aretes brillaron a la luz de la vela.
Recordó que cuando hacían el amor, era como una dulce caricia.
Eran amigos, se respetaban, y por alguna razón la sexualidad no fue el centro de su matrimonio.
Quizá por sus ocupaciones, pero aun así, habían sido felices.
Big Jim siempre fue gentil y había confiado en ella.
No como J.D..
Evocó la respiración entrecortada de J.D., su fuerte cuerpo presionado contra el suyo. El no
sabía cómo ser tierno...
Pero lo fue cuando ella tenía díeciocho años.
Se volvió y miró por encima de su hombro el reflejo de su imagen.
¿Por qué no reaccionó con Big Jim como lo hizo con J.D.? Sus sentidos femeninos eran casi
primitivos cuando J.D. la acariciaba...
Sumida en sus pensamientos, oyó el sonido de la puerta.
• ¿Qué te parece, Irish? ‐preguntó y se volvió.
32. • Es todo un atuendo, Angel ‐enunció J.D.
CAPITULO 4
VESTIDO con vaqueros y camisa, J.D. apoyó el hombro contra el marco.
Sobre sus brazos cruzados su pecho resaltaba.
Una cinta de cuero colgaba de su cuello.
Recordó el amuleto y la garganta se le secó. Se llevó la mano al cuello para esconder el pulso;
recordó la cálida piedra entre sus senos...
El viento silbó, y la rama rozó la ventana.
• Lárgate ‐era la última persona a quien quería ver.
• Pero Kat, he venido a verte ‐informó, arqueando una ceja.
La chica se enojó.
• Es típico en ti venir para inspeccionar las posesiones de Irish—declaró con simpleza, a la
defensiva, con el puño de la mano en la cadera y las uñas clavadas con sus palmas
húmedas.
• Sólo soy un buen vecino—ofreció con voz sensual‐.
¿Irish no te dijo que Travis y yo estamos hospedados en la cabaña de Abagail?
Su corazón dio un vuelco. Su hermana tendría mucho que explicarle. Era como invitar al lobo a
la casa de Caperucita.
No le daría la satisfacción de sorprenderla, pensó y recordó al chico de pestañas negras y
grandes.
• ¿Travis?
• Ya lo conociste... Soy su tutor. Es el hijo de Daisy
• dijo con suavidad y por un momento su pena la conmovió.
El recuerdo de Daisy se manifestó entre ellos, retrocediéndola en el tiempo. Podía sentir los
recuerdos dolorosos que lo embargaban.
• Oí lo de la avalancha. Lamento lo de Daisy ‐respondió con sinceridad.
Cuando J.D. continuó mirándola, ella desvió la vista.
No quería sentir nada por él, más que el disgusto de todos esos afros.
Anhelaba a la niña a quien había abrazado y besado.
33. • Yo también lo lamento ‐replicó él con tensión.
Sus ojos estudiaron el atuendo de Kat casi de mala gana‐.
Recuerdo cuando regresaba a casa y las encontraba dormidas en el sillón, con la televisión
encendida.
Katherine lo miró a los ojos; su expresión la hizo evocar cuando él se inclinaba, alisaba el cabello
rubio de Daisy y decía:
• Hola, chicas ‐murmuraba con expresión tierna‐. ¿Hay sitio para mí?
Somnolíenta, ella lo abrazaba por el cuello y el calor comenzaba a surgir entre ellos.
El viento azotó las ventanas de la casa y Katherine se sintió intranquila y herida. Frotó sus brazos
para combatir el repentino vacío que la envolvió.
J.D. comenzaba a acecharla, a resucitar recuerdos amargos.
• Sólo hablaré contigo bajo mis condiciones. Ahora, sal de mi habitación.
“Sal de mi vida, sal de mi mente”, pensó.
Estaba descubriendo sus emociones y lo odiaba por hacerla recordar.
Entonces él sonrió.
• No me perdería el paisaje por nada del mundo ‐continuó‐. El famoso ángel vengador de
Denver, vestido para una noche en la cama.
¿Así es como a tu esposo ‐escupió la palabra‐ le gustaba verte?
• ¿Cómo to atreves? ‐comenzó, y se contuvo para no tomar la bata de encima de la cama.
Su estómago se contrajo de tensión y presionó los dedos. No dejaría que J.D. viera nada de
debilidad, aunque su vista la recorría como las manos dulces de un amante.
La mirada de J.D. se posó en sus senos cubiertos de encaje, y con lentitud bajó hacia sus
piernas..
Respirando con dificultad, Katherine permaneció inmóvil.
• Si ya has visto suficiente, vete.
Le sonrió con esa masculinidad que la había atormentado hacía años. Había luchado contra los
chismes, contra las advertencias de sus padres para que se alejara de él... antes de que J. D.
hubiera escogido “lo que era bueno” para ella.
Lo presentía en lo más profundo... y la ira la invadió cuando él continuó.
• Todo está ahí, el equipo adecuado: curvas, una piel suave que ansía... ¿Es así como... te
diviertes, dulce Kat?
34. ¿Jugando a ser una mujer que sabe todo sobre cómo complacer a un hombre? Big Jim estaba
enfermo aun antes que...
• Sal de aquí ‐cortó Katherine entre dientes.
La expresión de J.D. se endureció, las líneas se profundizaron en su frente. El peligro lo rodeó
como una nube de polvo en un día seco y caliente antes de una tormenta de verano.
• Cuando yo quiera.
Señaló el atuendo de ella y comentó:
• Angel, sabes que no necesito un estímulo así. Recuerda que ya te conozco todo.
J.D. quería pelea. Podía sentirlo buscar sus debilidades.
Recordaba la forma en que sus cuerpos se habían amoldado, y la desesperación con que to
había deseado.
Se le secó la garganta cuando miró los ojos negros que la escudriñaban, provocándola,
excitándola.
El encaje demasiado apretado rozaba su piel.
Nerviosa pasó una mano por su muslo, deteniéndose en la liga roja. Eso le recordó su disfraz y
su objetivo... seducir a los hombres.
De inmediato se frotó las palmas húmedas.
• Ya es suficiente.
• Nunca lo es. No hasta que esté terminado. ¿O apenas acaba de empezar? Quizá es hora de
averiguarlo...
No dejaré que mi nieto se vea inmiscuido en nuestras guerras, Kat.
Irish está de niñera con Travis, y como los cuatro estaremos viviendo juntos este verano, quizá
sería bueno establecer reglas ‐se separó del marco, y caminó lentamente hacia ella.
Lo que vio en sus ojos la aterrorizó más que el infierno mismo... era el deseo puro de un hombre
por una mujer.
Pero no necesitaba que J.D. la tocara y la mirara como si sólo ella pudiera satisfacer su deseo.
Una fuerte tensión se formó entre ellos, y pareció enterrársele en los huesos.
J.D. deslizó un dedo por el cuello de ella, sintiendo su pulso.
• ¿Por qué estás tan nerviosa, Kat?
El deslizó su mano hasta sus hombros y Katherine tembló.
Deseaba abrazarlo y dejarse llevar.
• Maldita seas ‐susurró él con demasiada suavidad, haciéndola estremecerse‐.
35. No necesitas a nadie, ¿verdad? ‐su voz era profunda, provocativa‐.
La señorita Perfecta, envuelta en su torre de marfil y libro de leyes, mirándonos desde arriba a
los mortales.
Debería tratar de examinar las debilidades humanas, abogada.
Quizá deberías invertir en una.
Katherine bajó la vista, mortificada. El acariciaba su suave mejilla, y esto la excitaba.
• Kat ‐susurró con sensualidad; el sonido penetró en sus nervios, deslizándose cálidamente
por su piel.
Había luchado por liberarse de J.D. para siempre.
Y ahora él regresaba y...
La puerta se cerró de golpe con un crujido. Un segundo después, se escuchó el click metálico del
antiguo seguro.
Al otro lado de la puerta, la llave hizo un ruido cuando cayó sobre la alfombra del pasiIlo.
Observándola, J.D. titubeó, después comenzó a sonreír con malicia.
• Creo que estamos solos, tú y yo, encerrados, Angel.
Por lo menos hasta que Irish decida venir a ver qué pasa.
La sangre de Katherine se agolpó en sus venas, y su cuerpo gritaba contra el calor del
dormitorio.
• Oh, no.
• Oh, sí ‐él pasó junto a ella, y se detuvo al lado de la cama, estudiando los postes tallados‐.
Qué cama. Si pudiera hablar ‐se sentó y con calma se quitó las botas.
Se reclinó contra las almohadas, cruzando los brazos detrás de la cabeza y estirando las largas
piernas sobre la colcha y la bata de ella.
• ¿Serías tan amable de... ? ‐dijo Katherine golpeando el suelo con el pie.
J.D. se rió con suavidad.
• Soy demasiado grande para salir por debajo de la puerta, cariño
Presionó los labios y le dirigió una mirada que bien podía matarlo. Deseaba golpearlo.
• Con ese atuendo podrías ser la misma señorita Abagail entreteniendo a un caballero. ¿Es
así como realmente eres, Angel?
¿Con ojos color gris humo, y suaves labios y trémulos y un cuerpo que se siente como seda bajo
las manos de un hombre?
36. Mientras Katherine se concentraba para encontrar palabras adecuadas para contestarle, J.D. se
quitó el cinturón de piel.
Lo arrojó en una silla y acomodó la cabeza en la almohada.
• Siempre me pregunté por esta habitación... ¿Por qué no te sueltas el cabello?
Eso le daría un toque maravilloso.
Katheríne podía sentir la tensión cuando la ira la encendió.
Dio un profundo respiro... pero se arrepintió al instante, cuando los ojos de J. D. de inmediato
examinaron el valle entre sus senos.
• ¿Qué pasa, Kat? ‐la provocó con suavidad‐. Pareces nerviosa.
No lo soportas, ¿verdad? ‐murmuró, pasando una mano por su cabello‐. Que alguien se te
acerque. Lo que necesitas es... ¿qué necesitas, Kat? ‐‐preguntó escudriñando su rostro pálido.
Katherine tenía que alejarse; podía sentir el pánico, perdía el control de sí misma, En un instante
estaría atacándolo.
• J.D. ¿por qué no dejas de examinarme y encuentras una forma de salir de aquí?
El arqueó una de sus cejas espesas.
• Vaya, Angel. Ni siquiera he empezado a examinarte
• espetó y lo observó sonrojarse.
Ella se enfadó por el rubor que encendió su rostro.
• Si no haces algo... lo haré yo.
• ¿Sí? Adelante, Houdini.
Cuando Irish pintó las ventanas, las dejó cerradas.
Sólo si las rompes podrás salir ‐se desabrochó la camisa y la lámpara iluminó su fuerte pecho.
Bostezó y cerró los ojos‐. Ha sido un día pesado.
Travis es incansable. Despiértame cuando encuentres la salida.
Katherine se mordió el labio, deseando que él desapareciera. J.D. se estiró con pereza y abrió un
ojo.
• Parece que estás a punto de estallar en pedazos, Kat—dio palmaditas en la cama‐. Por las
profundas ojeras que tienes, adivino que no has dormido bien. ¿Por qué no vienes a
descansar hasta que Irish...?
• ¿Compartir una cama contigo? Ni loca ‐replicó Katherine y comenzó a buscar con
desesperación con qué abrir la puerta.
Se pasó una mano por el cabello y se quitó el broche.
37. J.D. la observó y pensó que nada mejor había que mirar a Kat. De hecho, mirarla ya era toda una
experiencia.
El cabello cayó suelto, flotando sedosamente en sus hombros desnudos.
Lo sorprendió pensar que Kat aún to intrigaba.
J.D. podía sentir sus músculos moverse, listos para la pelea. ¿Por qué nunca había necesitado a
otra mujer de la forma en que la necesitaba a ella?
Durante un segundo imaginó que ella se acercaba a éI, que se deslizaba en sus brazos. Frunció el
ceño, sintiendo su propia tensión.
Bueno, quizá la necesitaba un poco.
Por lo menos hasta que pudiera olvidarse de ella.
Pálida y frágil, Katherine le llegaba directo al corazón.
Era una antigua debilidad que aún lo perseguía.
Katherine dejó escapar un profundo suspiro, como si se preparara para el gran escape y J.D.
comenzó a excitarse. Nunca antes había sentido tanta urgencia de acariciar los senos de una
mujer.
Los seductores pezones color malva se movían bajo el frágil encaje, y J.D. cruzó has manos sobre
su vientre.
La lámpara iluminaba su silueta, delineando su figura desde los hombros, hasta la breve cintura,
caderas redondas y piernas largas.
Cuando la chica caminó con decisión hacia la puerta, J.D. admiró el suave balanceo de sus
caderas.
El disfraz de madame se le había subido y el pálido trasero de Katherine se curvaba gentilmente.
Gotas de sudor perlaron su frente y su garganta se secó.
Katherine metió el broche en la antigua cerradura, giró y escuchó con atención. Pasado un
momento maldijo con suavidad y después se arrodilló para ver por la rendija de la cerradura. El
disfraz subió aún más y J. D. continuó observándola.
Deseaba quitar el encaje a Kat como si quitara los años, pero si ella sabía que no podía controlar
su deseo, eso le causaría satisfacción.
Cuando Katherine suspiró y se puso de pie, el camisón cayó sobre su seno izquierdo.
Katherine le dirigió una mirada. Satisfecha porque él parecía estar dormido, buscó otra
herramienta por la habitación. Se inclinó, estudió el contenido de la pequeña caja y el camisón
cayó, descubriendo sus senos.
J.D. gruñó, y deseó unirse a ella. La frustración lo envolvió como un guante caliente, apretando
su piel. De manera inocente ella lo había inquietado, y él lo permitió.
• ¡Katherine, levántate del suelo y métete a la cama! ‐estalló.
38. • No estabas dormido ‐lo acusó‐. Deja de decirme qué hacer.
• Claro que no. ¿Qué hombre puede dormir con una mujer vestida así, paseándose por todo
el dormitorio?
• Piensa en mí como en alguien que desea no haberte conocido.
Se volvió lentamente hacia ella y la vieja cama crujió.
• Eso es imposible, vestida como estás.
Se estiró y deslizó una mano por el muslo de la chica para sujetar la liga. Se rió, sintió que
Katherine había olvidado cómo jugar. Sonrió.
Parecía que quería desgarrarlo. Eso sería interesante, pues exigía pelear.
• Cálmate, Kat. Te estás preocupando por nada.
Pasó las manos por su cabello y lo apartó de su rostro. Ella tembló y miró a la noche.
• No dices nada, ¿eh?
Katherine pasó el dorso de la mano por sus ojos. Cuando la quitó, sus mejillas brillaban por las
lágrimas.
Verla así, le partió el corazón. No había esperado que ella llorara.
Luchando contra sus emociones, la vio morderse el labio trémulo, incapaz de esconder el terror
detrás de sus pestañas.
• Quiero salir de aquí, ahora ‐declaró con voz serena, frotándose los brazos como si se
estuviera congelando.
• Kat, cálmate. ¿De qué tienes miedo? Irish regresará pronto
• dijo, y le acarició las mejillas.
Mordiéndose el labio inferior, Katherine descansó las manos en las muñecas de él.
• Esto sólo es un juego para ti, ¿verdad, J.D.? Deja en paz a Irish ‐susurró como si las palabras
le fueran arrancadas‐. No es tu tipo.
Cuando respiró, sus senos rozaron el pecho masculino. La fragancia sensual del baño de ella, lo
envolvió, hechizándolo.
• No, pero tú si, ¿verdad dulce Katherine? ‐preguntó despacio, trazando su rostro con el
dedo; lo evocó sonrojado por la pasión.
• Ya no soy una niña ‐susurró y lo vio a la boca. Esa simple chispa de curiosidad lo crispó‐. No
busco a un vaquero que se anota conquistas en su libreta.
• Ya no somos las mismas personas, Kat, y es demasiado tarde para cambiar el pasado. Pon
los dedos en mi cabello, Kat, como solías hacerlo ‐la urgió consciente de que necesitaba
sentir sus manos.
• No.
39. • Entonces tócame ‐susurró J.D. con sensualidad, y sintió la tensión en ella, olió la fragancia
de su cabello.
Presionó su boca contra su sien y frotó la piel suave y fresca‐.
Aún estás en mí, Kat, y yo en ti ‐afirmó, pasando los labios por las pestañas húmedas.
En alguna zona sensata de su cerebro sonó la campana, aunque con Katherine dulce y suave en
sus brazos, no le importó.
Dio un fuerte respiro y se estremeció cuando la atrajo más cerca.
• Déjame calentarte ‐le dijo él.
Su cuerpo se puso rígido cuando besó sus párpados. Descansó la mejilla contra la de ella, y la
rodeó por la cintura; su palma acariciaba la espalda de la chica.
J.D. cerró los ojos y saboreó el orgullo que la regía.
Siendo galante la heriría, y ahora quería cambiar la dirección de la marea. Deseaba que ella se
sintiera bien.
De manera gradual la tensión femenina disminuyó y ella respiró con más calma sobre la mejilla
de él. Probando sus propias emociones, se acercó un poco y, consciente del peligro de la mujer de
ojos grises, J.D. presionó los labios contra el cabello de ella, probando los mechones de seda,
aferrándolos a su boca.
Las manos de ella, atrapadas entre sus cuerpos, se apoyaron en el pecho de él y se movieron
lenta a intranquilamente.
Levantó el rostro a él y se reclinó un poco.
• Esto no está bien y tú lo sabes. Nos hemos odiado durante años.
No puedo confiar en ti.
J.D. le besó la frente.
• Confía en ti, entonces. Escucha a tus necesidades.
Katherine encontró el amuleto y lo sujetó con fuerza; la cinta se apretó en su cuello y J. D. se dio
el lujo de bajar sus labios.
De pronto Katherine lo sujetaba del cabello y su boca se movía dulcemente bajo la de él. J.D.
sucumbió y permitió que sus labios trazaran los suyos en una dulce exploración.
El la besó de manera apasionada.
Ardiente, la pasión lo envolvió, quiso lanzarla sobre la cama, desnudarla y olvidar el pasado,
pero el placer sería momentáneo y él deseaba más de Katherine.
Colocó las manos en su mandíbula y con cuidado le irguió la cabeza para mirarla.
Katherine comenzó a llorar en silencio, tratando de controlar las emociones que la abrumaban.
40. El corazón de J.D. se detuvo por la fragilidad del momento. Ella siempre había deseado que él la
cuidara.
¿Por qué tenía que tocarla como si le importara?, se preguntó
Katherine y sintió las manos que acariciaban su cabello. J.D. susurró con suavidad contra su
mejilla, besándola como lo haría una niña.
No podía confiar en él; sabía que no. ¿No la había herido ya bastante?
Dios, ¿cómo podía ser tan débil y dejar que él la controlara?
¿Por qué se portaba tan tierno ahora?
No confiaba en J. D.
Katherine colocó las manos contra el estómago de él y lo apartó tirándolo sobre la cama.
‐,J.D., si alguna vez quiero algo de ti, te lo pediré. Mientras tanto, no te acerques de nuevo a mí.
Katherine pasó el dorso de su mano por sus labios. Su expresión de sorpresa había cambiado a
una de ira.
El se levantó de la cama y tiró de ella con fuerza. El impacto contra su cuerpo duro le quitó el
aliento.
• Cambiar de caballo, o debo decir hombres, en medio de la corriente, es típico de ti, Kat.
Podría hacer que te arrastres... y quizá to haga...
Katherine echó atrás su cabello y espetó:
• No creo que puedas, J.D..
• ¿Sí? ‐preguntó con demasiada frialdad‐.
¿A quién tratas de convencer, a mí o a ti?
La llave se oyó en el cerrojo, la puerta crujió cuando se abrió y apareció Irish.
• Llevo tiempo intentando arreglarlo, pero...—comentó y sintió la tensión que predominaba
en la habitación. Miró del disfraz de Katherine a la camisa abierta de J.D. y después los
rostros enojados.
• Tienes mucho que explicarme. ¿Tienes más sorpresas en las mangas, querida hermana?
‐‐preguntó Katherine entre dientes.
Travis, con los ojos muy abiertos se apoyó en el muslo de Irish, mientras la tomaba de la mano.
• Oímos un ruido.
Dio un vistazo al dormitorio, Irish vio la cama caída. Atisbó a Katherine y a J. D..
Para mortificación de Katherine, J.D. se inclinó y le besó el cuello.
41. • Estábamos luchando, Travis.
El niño parpadeó y después sonrió.
Mientras tanto, Irish estudiaba con intensidad la expresión de furia de su hermana.
• No es lo que tú crees, Irish—dijo Katherine, con la mandíbula apretada por la ira.
Para colmo, J.D. se levantó y tomó su bata. La sostuvo para ella y sonrió con malicia a Irish.
• Ten, Angel. Te vas a enfriar.
Katherine metió los brazos, ató el cinturón y se volvió para gritarle.
• Y a ti to irá peor, J.D..
• Mmm. Estoy esperando. De verdad ‐replicó.
Irish suspiró y sacudió la cabeza.
• Bueno, no han hecho las paces, pero al menos no se han matado.
Ven, Travis. Bajemos y comamos un poco de helado, mientras estos dos se calman... arreglan la
cama ‐corrigió.
Cuando Katherine pasó junto, J. D. la sujetó por el antebrazo.
• Suéltame, J. D. ‐ordenó despacio.
• ¿Abuelo? ‐preguntó Travis con incertidumbre.
Dirigiéndole una mirada a su nieto, J.D. suspiró y soltó a Katherine. Pasó una mano trémula por
su cabello.
Katherine experimentó una fuerte ola de placer... él estaba igual de alterado que ella.
• Estamos bien, hijo. Ve con Irish.
Cuando Katherine to miró, J.D. guiñó un ojo y se dispuso a arreglar la cama.
• ¿No habrá más emociones esta noche, Angel?
Con deliberación subrayó el nombre como para darle a entender que en su opinión ella había
perdido.
Entonces la mujer deseó hacerle daño, experimentar la venganza, y después reírse. No se había
reído desde hacia años, y ahora sabía que si podía asentarle una patada a su trasero, ella...
Como percibiendo sus intenciones, J.D. miró por encima de su hombro.
• Ni tlo intentes ‐le advirtió, y la miró.
42. A las dos de la madrugada, Katherine se asomó por la ventana para ver la cabaña. Iluminada por
la luna y entre los pinos, la casa de J.D. poseía un misterio que no podía resolver.
Arropada con la seda, Katherine escuchó aullar a los coyotes. Después vio a J.D. moverse entre
las sombras y mirar hacia arriba.
Protegida por las cortinas de encaje, Katherine sabía que no podía verla. La tensión la envolvió
como una ola caliente.
J.D. Un solo hombre, delgado y amenazante, con el rostro duro mirándola a ella.
Recordó el dulce sabor de su boca cuando la besaba con suavidad, y tembló. Podía luchar contra
su arrogancia. Pero, ¿podía luchar contra su ternura?
Se sintió como un atleta falto de aliento, Katherine colocó la mano en su corazón y se alejó de la
ventana.
CAPITULO 5
AL día siguiente, J.D. estaba sentado en una mecedora en el porche de atrás de la posada, con
los pies apoyados sobre la barandilla. Katherine dormía en una hamaca, en la sombra, como si él
no le importara.
J.D. frunció el ceño y después levantó un periódico para leer de nuevo el artículo ‘titulado: Angel
Asesta un Golpe a la Venta ilegal de Coches.
Según el periódico, Katherine había exhibido sus habilidades al descubrir un círculo criminal de
venta de coches.
Las víctimas eran como siempre personas muy jóvenes o muy viejas, las causas favoritas de
Katherine.
De mala gana, J.D. admiró su capacidad para rescatar a los necesitados. Con cuidado leyó la
columna y se enteró de que Katherine había tratado de minimizar su participación en la
investigación.
De hecho había reprendido al periodista por “ensalzar acciones que cualquier abogado hubiera
tomado”. También le dijo que el énfasis de la historia debería dirigirse a detectar ventas ilegales
de coches, y no a destacarla a ella.
Aventó el periódico a un lado, y se sintió molesto. Maldición, le agradaba la forma en que se
conducía a sí misma y a su profesión.
43. Se olvidó de eso y frunció el ceño, luego la miró. Según él, ella tenía una deuda que él planeaba
cobrar.
Quiero hablarte sobre Travis ‐
• J.D. rozó el pie desnudo de Katherine con sus botas. Ella acababa de dormirse y se negó a
abrir los ojos.
Pasó una noche muy mala y una mañana inútil tratando de hablar de J.D. con Irish.
• Ahora no.
• Ahora sí ‐dijo él, y cuando le tocó otra vez el pie, Katherine sintió la punzada de la
confrontación.
¿Cómo era posible que Katherine Dalton Kelly se alterase con sólo rozarle la pier, se preguntó
J.D. Con el cabello suelto brillando al sol, la brisa lo agitaba y estaba...
Metió las manos en los bolsillos, la observó y se recriminó porque la atracción que sentía por
ella no había disminuido con los años.
Una mariposa aleteó cerca de su mejilla y Katherine levantó una mano para espantarla. El
movimiento desperezó su esbelto cuerpo.
J.D. aún sentía el cuerpo suave de Kat contra el suyo durante la entrega mutua. Cuando ella
lloró suavemente en sus brazos, alejó los años de soledad.
• Bueno, Angel ‐dijo y miró sus párpados cerrados‐.
Necesito hablar contigo sobre Travis.
Meció la hamaca con sus botas, disfrutando la forma en que sus labios generosos se comprimían
de ira.
Se estremeció al pensar en los firmes senos descansando contra él. Sus dedos largos y pálidos se
encogieron en la red y de pronto quiso acariciarlos.
Se olvidó de eso y de los recuerdos.
No quería que esa dulce sensación lo invadiera. Si Katherine lo descubría, se aprovecharía de su
debilidad.
• Si quieres que me una a ti, supongo que podríamos encontrar una mejor manera de pasar
el día.
Abrió los ojos molesta.
• Retrocede.
Se rió.
• Quizá estés cansada y nerviosa, pero siempre eres como una fiera conmigo. ¿Te has
preguntado por qué?
44. Eso la hizo ponerse de pie con agilidad y apretar los puños.
• Bueno. Hablaremos de Travis y después de Irish.
Las mejillas de Katherine estaban sonrojadas por la siesta; el la miró y se preguntó cómo sería
despertar con ella después de hacer el amor.
Un repentino dolor lo invadió.
Recordaba muy bien la suave disposición de su cuerpo contra el de él, antes que la realidad lo
abrumara.
Deseaba que ella también sintiera ese dolor. Deslizando un dedo por la mejilla caliente, J.D.
observó cómo se estremecía.
• Estás muy tensa, Kat ‐dijo con suavidad, sin el tono provocativo que quiso imponer.
• Diablos, sí ‐estalló ella‐. Estoy enfadada y bien lo sabes.
• Lo de anoche estuvo bien, ¿verdad, Angel? ‐preguntó despacio, luego le miró la boca. Sabía
que sus provocaciones la crisparían.
Como esperaba, Katherine levantó la mano para golpearlo, pero él le sujetó la muñeca.
Sintió los delicados huesos de su mano y miró el rostro furioso.
Estaba rígida, negándose a luchar, con la cabeza echada atrás.
La brisa agitó su cabello multicolor.
Dios, era hermosa... enloquecida por el deseo de herir.
• ¿Qué te parecería una demanda por acoso? ‐preguntó con fuerza‐.
No voy a dejar que me aplaste tu peso.
Complacido porque la conmovía, J.D. se acercó más.
• Toda esta atención me abruma. Estás luchando mucho, Kat.
Eso lleva a un hombre pensar que...
• Ni lo pienses, J.D., te metes en problemas cada vez que usas el cerebro.
El sonrió, y aceptó que con sus furiosos ojos plateados y la sangre hirviendo en sus venas,
Katherine Dalton Kelly era más mujer que todas las que se habían cruzado en su camino.
• Si es acosamiento lo que quieres, yo sé cómo dártelo. Pero sólo me preocupa Travis.
La vio parpadear y después mirar hacia los árboles. Aleteando en la brisa vespertina, las hojas le
recordaban a J.D. la frágil naturaleza de su relación con Katherine.
• Suelta mi brazo—ordenó‐. No soporto que me toques.
Las palabras suaves fueron como un golpe en su estómago y J.D. ocultó el dolor que sintió.
45. • ¿Y Travis? ‐preguntó cuando él abrió los dedos. J.D. colocó la mano en su fuerte muslo y
trató de olvidar la piel caliente.
• Mi nieto ha caído bajo tu hechizo—comenzó y después se percató de que los dos hombres
MacLean tenían el mismo problema.
Rechinó los dientes y apretó los músculos de la mandíbula‐.
Empieza a trasmitir los sentimientos de su madre hacia ti.
Anoche sólo habló de que eres rubia como Daisy.
Sin quererlo pasó la vista por el cabello dorado. Para evitar acariciarlo, cerró los puños en los
bolsillos.
• Eso y el hecho de que cuidabas a su madre cuando era pequeña Es muy susceptible a
cualquier imagen materna, sobre todo por parte de una rubia que lo abraza con frecuencia.
Te pido que tengas cuidado ‐declaró despacio, y observó la tristeza que se reflejaba y se
desvanecía del rostro femenino.
Katherine se llevó los dedos a la muñeca y se frotó distraída.
• Yo también me preocupo por lo mismo, J.D.
Conozco las trampas de perder a alguien que amas y sé cómo duele.
• Estoy seguro de que has sanado bien, Angel—declaró con firmeza.
• Travis es un niño, J.D. No es maduro y fuerte como tú... todavía no. Dale la oportunidad de
ser querido, ¿quieres? ¿O también vas a tomar las decisiones por él? No siempre lograrás
que los demás hagan lo que quieres, lo sabes. Travis es tierno.
Una parte de mi Daisy... ‐sus palabras se escaparon al aire; era como si de pronto le revelara una
parte de ella a él... una parte que no deseaba que se supiera.
De repente se abrazó como si tuviera frío y miró al suelo.
• Adoraba a Daisy ‐murmuró con simpleza‐.
Travis se parece mucho a ella. Sé del peligro de la trasmisión de sentimientos, pero esta vez
pides demasiado, J. D. ‐continuó con tono sereno.
Una sola lágrima rodó por su mejilla y J.D. sintió la garganta seca.
Sólo deseaba sentir desprecio por ella; necesitaba vengar su dolor.
No deseaba abrazarla ni posar gentilmente la cabeza en sus hombros.
Pero ni el mismo infierno le hubiera prohibido hacerlo.
Una vez más lloró en silencio y el ‐sonido le arrancó el corazón.
46. La abrazó, ofreciéndole el refugio de sus brazos contra las emociones que con desesperación
trataba de controlar, pero no podía.
Le acarició la espalda; J.D. cerró los ojos y saboreó la esencia y la sensación de su Kat. El cabello
de la mujer rozaba su mejilla.
• Oh, J.D. ‐susurró con voz entrecortada‐. Estoy tan cansada.
Pasó su mano en la nuca de ella para relajar los músculos tensos, consciente de que no se
retiraría. Katherine tembló, y lloró de nuevo cuando él la abrazó más.
• La extraño ‐susurró con impotencia‐. Oh Dios, no puedo dejar de llorar... anoche y hoy. Haz
algo.
• No puedo ‐admitió con voz ronca después de un rato, sorprendido y alterado por el
repentino descubrimiento.
J.D. colocó su mejiIla contra la de ella, frotando la humedad con ternura. Los empezaban a
invadir los recuerdos.
• Oh, Dios... Oh Dios ‐repitió ella y lo abrazó por la cintura con fuerza.
Las sombras perezosas de la tarde los envolvieron. J.D. la sostuvo contra su cuerpo, y dejó
escapar las emociones que se rompían en ellos.
• No soporto esta... debilidad ‐balbuceó ella con voz suave y lo atrajo a su boca para que
besara su dolor.
J.D. sabía lo que le costó revelarle el simple hecho de que había perdido el control y que la
ayudara a recuperarlo.
Era su dulce Kat otra vez, necesitándolo.
Una vez que sus labios tocaron la humedad y calidez, J.D. se olvidó de todo, excepto ahogase en
las lágrimas vacías de Katherine.
Ella levantó el rostro y su boca aceptó el ligero roce de él, lo saboreó y se retiró con timidez.
La acercó más contra su cuerpo. J.D. olió su aroma.
• Ven aquí.
En las sombras, Ios años se olvidaron cuando ella lo abrazó por el cuello.
Las manos de J.D. se deslizaron por el cuerpo femenino, trazando las curvas dulces. Ella levantó
la boca, separó los labios y aceptó la gentil intrusión de la lengua de J.D., quien se derritió.
Los besos eran breves, ofreciendo el sabor del placer en el redescubrimiento de la excitación
que los había abrumado.
J.D. se hundió en profundidades bañadas de sensaciones.
Su Kat. Su mujer.