1. KILIMA 94 Septiembre 2012
Queridos amigos:
Os cuento un suceso corriente del mundo que vivimos. Una chavala de la
parroquia se encontraba mal desde hacía tiempo. La habían operado una vez pensando
que lo que la hacía sufrir era una apendicitis, pero cuando todo parecía resuelto,
recomenzaba con la fiebre, dolores de estómago, etc., hasta que el cirujano decidía
intervenirla por segunda vez, pero se volvía a repetir la misma situación poco tiempo
después.
Sus padres estaban preocupados porque los mismos síntomas de la enfermedad
se repetían constantemente y empezaron a pensar que tal vez había algunas otras fuerzas
negativas las que estaban causando esa situación y convocaron una reunión de familia
para estudiar entre todos la forma de solucionar el problema. Todos los hermanos de los
padres no vivían en Likasi, algunos se encontraban en lugares bastante alejados como
Lubumbashi que está a 125 Km o Kolwezi que está a 180 Km., pero la llamada a
reunirse era apremiante y nadie podía eludir sus responsabilidades.
Cuando se recurre a la familia por motivos serios, en general, nadie escurre el
bulto y busca disculpas para ausentarse de esos encuentros. Si no tienen dinero para
cubrir los gastos del desplazamiento, lo pedirán prestado pero acudirán a la cita.
Mientras tanto, la niña seguía enferma y en una noche de pesadillas por la fiebre
y los dolores, vio en sueños a una tía suya que vive precisamente a 180 Km del lugar de
los hechos. A primera hora de la mañana se lo comunicó a los padres el encuentro que
había tenido con la tía y ya todos empezaron a pensar mal de ella. Se dio la
circunstancia que fue ella la que no asistió a la reunión familiar. ¿Qué más pruebas se
podía esperar sobre su culpabilidad en la enfermedad hasta ahora incurable de la
chavala?.
Ahora todos estaban convencidos de que era la hechicera de la familia. La
acusada alegaba que si no había asistido al encuentro era porque estaba embarazada y le
habían aconsejado que no se desplazara teniendo en cuenta la distancia y el mal estado
de la carretera, ya que podría provocar un aborto. ¿Era esa una razón válida? ¿No
trataba de disimular de esa manera sus malas artes?
El estado de la chavala se fue agravando hasta que un día dejó de respirar. Con
sus 17 años, era la pequeña de una familia de 10 hermanos. Con motivo del duelo se
volvieron a reunir toda la familia y llamaron al abuelo para que les aconsejara a todos
los hijos y nietos y terminara la mala racha que estaba sufriendo la familia. ¿Por qué los
que habían terminado sus estudios universitarios no encontraban trabajo? ¿Por qué las
hijas que se habían casado no conseguían tener descendencia, mientras que los hijos
solteros de dicha familia que vivían una vida de aventuras terminaban siempre con un
hijo en brazos? ¿Por qué el padre se había caído recientemente de la bicicleta y tenía
todavía la cara marcada por las heridas? ¿Por qué tenían siempre problemas con los
vecinos con los que hasta hacía poco se habían arreglado sin mayor problema?
2. Era difícil responder a todos estos interrogantes, pero lo que estaba claro es que
alguien estaba influyendo negativamente y les imposibilitaba la buena marcha de la
familia. Ellos tenían 10 hijos entre los chicos y las chicas, todos habían estudiado
carrera, el matrimonio se llevaba de maravilla, podían comer cada día, ¿que más se
puede pedir en esta vida?.
Alguno del entorno familiar envidiaba su situación, sobretodo teniendo en
cuenta que probablemente no ocurría lo mismo en su propia familia y quería poner freno
a tanta dicha recurriendo a manejos mágicos con los que abrir la puerta a la desgracia y
mordieran también ellos el polvo de la desdicha para que no se creyeran superiores a
los demás miembros de la familia.
En este caso concreto, la suerte estaba echada. Pero por si acaso recurrieron a los
conocimientos de un adivino, a quien le pusieron al corriente de sus sospechas y el
adivino lo tuvo bastante fácil a la hora de dictar sentencia. Estaba claro, quien
entorpecía el progreso de la familia era la tía, la hermana del padre, que solo tenía dos
hijos, esperaba el tercero, pero su marido se encontraba sin trabajo desde hacía tiempo.
Pudiera ser que dicho hermano no se mostrara muy magnánimo con su hermana y eso
hacía que la envidia y las ganas de vengarse fueran en aumento.
Como todos eran católicos y muy practicantes, no recurrieron a la violencia sino
que convocaron otra reunión familiar, la colocaron a la acusada en medio del círculo en
el que se encontraban reunidos y la acusada fue confesando todas sus actuaciones contra
los diversos miembros de la familia, hermanos, sobrinos, etc. Pidió perdón a todos, le
dieron una buena ración de aceite de ricino y todos los males que llevaba en su vientre
fueron a parar al poco tiempo al WC y limpia de toda mancha, arrepentida de sus malas
actuaciones, fue admitida de nuevo en el seno familiar. Ella tuvo que poner un par de
pollos para la comida de reconciliación y terminaron el encuentro con la alegría de
haber arreglado las relaciones familiares.
Probablemente, no había intervenido en las desgracias que se sucedían en la
familia, pero era tal el cúmulo de acusaciones que recaían sobre su persona, que ella
misma dudaba de su inocencia porque era cierto que en ocasiones había sentido envidia
de la suerte de sus hermanos y no podía asegurar que en esos momentos no se le hubiera
escapado alguna fuerza negativa de su persona que fuera a chocar contra la persona que
luego resultaría afectada.
Y el asunto terminó bien porque todos son católicos practicantes, miembros de
diversas organizaciones parroquiales, algunos de ellos incluso catequistas, pero cuando
les ocurre algo como lo que os he narrado, dejan sus actividades pastorales en un lado,
arreglan los problemas a su manera y luego vuelven a ocupar sus puestos, lo cual nos
desorienta bastante a nosotros.
Pero hay diversas maneras de aclarar el misterio de la muerte. Os relato un
hecho acontecido en una población vecina de gran importancia minera y que ha
ocurrido apenas hace un par de meses.
Murió una persona en el barrio y sus familiares estaban convencidos de que no
fue una muerte natural, sino que había sido provocada por la acción mágica de alguno
del entorno de la casa del difunto. No podían quedarse cruzados de brazos porque quien
3. había actuado una vez podría seguir interviniendo de nuevo y causar más muertes.
Había que descubrirle y poner freno a sus actividades.
Entre los miembros de la familia se organizó una comisión encargada de actuar
de la forma que les pareciera mejor con tal de descubrir al asesino que merodeaba por
aquellos alrededores. Habían oído hablar de un famoso adivino que residía en un
pequeño poblado a unos cuantos kilómetros de distancia. El viaje no suponía ningún
obstáculo. Se realizó una cotización entre los miembros que participaban en el duelo y
mandaron a dos personas para entrevistarse con el adivino y volver con él lo antes
posible para que el presunto asesino no tuviera tiempo para seguir haciendo daño.
Este adivino tiene sus acólitos que le ayudan en el ejercicio de su actuación.
Normalmente viene acompañado de cuatro o cinco jóvenes dispuestos a hacer frente a
toda clase de situaciones que pudieran encontrarse. El adivino, hace primero una
encuesta en el entorno familiar del difunto, se interesa por el tipo de relaciones que
mantenía con los demás miembros de la familia, se informa sobre la situación
económica de todos ellos, y le preocupa saber si últimamente ha mantenido un
enfrentamiento con alguno en el lugar del trabajo o en el vecindario, etc.
Cuando ya ha sacado sus conclusiones decide intervenir. Llama a sus acólitos y
van todos a la morgue del hospital para hacerse con el muerto. En primer lugar entran
ellos solos porque tienen que “hablar con el muerto” y conocer su opinión sobre lo que
le ha ocurrido. Nadie sabe en qué términos se desarrolla esa conversación. Al cabo de
un cuarto de hora pueden entrar los familiares, que se encargarán de preparar al difunto
para su paso al lugar definitivo. Le lavan, le afeitan, le visten con la mejor ropa y
cuando ya está “guapo” y le han colocado en el ataúd, los acólitos entran en acción.
Colocan el cadáver en el ataúd, lo ponen sobre sus hombros y salen corriendo
con el ataúd al hombro hacia el barrio en el que vivía el difunto. La gente corre también
tras ellos porque nadie quiere perderse los acontecimientos que darán que hablar durante
mucho tiempo en el barrio.
Todos van corriendo, los porteadores los primeros y toda la gente detrás,
levantando un polvo que entorpece la visión de los que vienen los últimos. La gente con
la que se cruzan y no está al corriente de lo que sucede se retiran lo más lejos que
pueden para no verse arrastrados por la muchedumbre que se va enardeciendo con
cantos que excitan a los porteadores y al mismo adivino, quien sabe de antemano como
va a terminar la película.
Los porteadores giran rápidamente a la izquierda y siguen corriendo, se paran
parece que hay dudas sobre el camino a seguir. Es el muerto quien les empuja y les
orienta sobre la dirección que tienen que coger. Parece que la muerte ha ensombrecido
su memoria. De pronto comienzan de nuevo el galope, ahora hacia la derecha, dan la
vuelta, van hacia atrás, y así durante un buen rato y siempre acompañados por la
multitud de curiosos que quieren presenciar el final del espectáculo.
Por fin, en una de estas maniobras y cuando la gente menos lo espera, se
abalanzan contra la puerta de una casa, que muchas veces la derriban. Esa es la señal. Es
el causante de la muerte quien vive en ella. Y en el caso concreto que os estoy contando,
se trataba de un matrimonio que aparentemente jamás ha matado una mosca pero ante
4. semejante acusación la evidencia es indiscutible y los familiares del difunto que seguían
a los acólitos, entraron en la casa tras el ataúd y los mataron a los dos.
Al día siguiente, la radio daba la noticia y condenaba esa forma de actuar, pero
de palabra, no hay una actuación enérgica contra ese tipo de acciones que se van
generalizando y que son un ejemplo del decaimiento de las costumbres. Si también las
autoridades creen en las artes mágicas, ¿cómo van a poner freno a todo lo que ocurre?.
Yo he plantado más de mil árboles frutales alrededor de la escuela de la
parroquia: mangos, aguacates, guayabas, papayas… y les he dicho desde el principio
que los frutos serán para ellos, para que sus hijos tengan siempre algo que comer, en el
período en el que todavía el maíz está creciendo, el campo no produce nada y sienten un
cosquilleo en el estómago porque no tienen nada para llevarse a la boca..
He estado con las autoridades de Panda, quienes me han alabado por mi trabajo,
pero las alabanzas no me dicen nada. Les pido que cumplan la ley, ya que está prohibido
que las cabras y los cerdos se paseen alegremente por donde les viene en gana y me
comen todos los arbolitos cuando son todavía pequeños y tengo que recomenzar a
plantarlos otra vez. Les encanta ver el monte limpio y los árboles, algunos de los cuales
ya dan fruto, son el orgullo del alcalde y los críos del barrio han encontrado un lugar
seguro para sus juegos, pero yo tengo que luchar con los amos de dichos animales
porque el alcalde me respondió que le habían amenazado con echarle la mala suerte si
se le ocurría prohibirles la cría de ganado porque eso supone para ellos una seguridad
para sacar adelante a su familia. No piensan en las huertas que destrozan y en las
cosechas que se zampan y las víctimas no tienen el coraje de enfrentarse con los amos
de las cabras o de los cerdos.
He hablado del asunto en cada grupo de personas que se reúnen por cualquier
motivo y en el que yo estoy presente, incluso en las homilías de la iglesia he sacado a
relucir el tema y la gente sabe que normalmente soy un hombre de palabra, que lo que
amenazo lo cumplo. Pero a pesar de todo, tengo que contentarme con echar algunas
piedras para ahuyentarlas o salir con el tiragomas con intención escarmentarlas, pero no
consigo lo que pretendo porque mi falta de práctica hace que mi puntería deje mucho
que desear.
Los chavales de casa, que están muy sensibilizados ante este problema, porque
las cabras les comen toda la verdura que plantan para mejorar su comida, de vez en
cuando, cogían alguna cabra la llevaban al ayuntamiento como prueba de mis quejas. El
alcalde me agradecía mi labor, le echaba una multa al amo, se quedaba él con el dinero
y yo con las berzas estropeadas. Ya me aburrí de cumplir siempre la ley. Ahora, cuando
los chavales cogen una cabra, la guardo en casa un par de días para ver si aparece el
amo y llegar a un acuerdo con él. Si no se presenta nadie, la meto en el coche y les llevo
a un asilo de ancianos al otro extremo de la ciudad o a unas monjitas a quienes les falta
de todo y se dedican a recoger los niños de la calle y cuando me ven llegar con una
cabra no paran de agradecerme por el regalo tan generoso que les he hecho y cuando
alguna vez me encuentro con ellas, lo primero que hacen es darme el parte del estado de
la cabra, si ha engordado, si ha tenido descendencia, o les han robado también a ellas,
cosa que ocurre con cierta frecuencia.
5. La creencia en la hechicería se ha extendido de manera inimaginable. No se dan
cuenta que es como una cadena que les une al pasado y no les deja avanzar. Si un
estudiante suspende en sus estudios es porque algún miembro de la familia le está
entorpeciendo su camino, con lo cual el estudiante es inocente. Si han tenido mala
cosecha es porque el vecino les tiene envidia y les ha echado la mala suerte, no
descubrirán que han comenzado tarde, que la semilla era de mala calidad o no han
quitado las hierbas a tiempo. Si la enfermedad les ataca a varios miembros de la familia
es porque alguna parienta se está alegrando de las desgracias que van mermando sus
fuerzas vitales hasta destruirla y no pensarán que los alrededores de la casa están llenos
de porquería que se está pudriendo allí mismo y que eso es un vivero de mosquitos.
Y hay gente intelectual, con estudios universitarios que cree también en estas
costumbres porque aunque conozcan el por qué de una enfermedad, la pregunta es: “Si,
pero ¿quién ha dispuesto eso para que los mosquitos vayan a picar a mi hijo, o para que
la semilla se pudra? Siempre encontrarán razones para justificar sus creencias.
Muchas veces me encuentro desarmado, no sé ni qué predicar ni cómo. Es cierto
que la fe es una gracia, y aquí se ve mejor que en ningún sitio, pero también supone un
esfuerzo, una aceptación del misterio, un tomar en serio la vida y las palabras de Jesús,
un confiar en alguien que quiere lo mejor para nosotros. La gente quiere creer pero no
puede, la presión familiar y la del entorno, les puede.
Por eso, las autoridades me ofrecen grandes promesas, pero vacías de contenido
porque temen los poderes mágicos de sus conciudadanos que pueden provocar un
estancamiento en su carrera administrativa, un accidente, o un enfrentamiento con sus
superiores y prefieren estar a bien con ellos que pensar en la responsabilidad que tienen
para custodiar a su gente y protegerles precisamente de esos que no hacen sino mal a
todo aquel que se interponga en su camino. Así, es muy difícil avanzar, pero seguimos
tercamente en nuestra tarea para que con la ayuda del Espíritu podamos romper el yugo
que los tiene atenazados y les impide todo tipo de progreso.
Un abrazo.
Xabier.