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Kilima 129 Febrero 2021

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Kilima 129 Febrero 2021

  1. 1. Queridos amigos: Se llama Marcelina. Es una fiel feligresa que no deja pasar un acto de la parroquia sin que ella esté presente. Conocía hasta el sitio que normalmente ocupaba en la iglesia cada vez que venía. Pero llevaba una temporada que su sitio estaba ocupado por diferentes personas y eso me extrañó. ¿Habría fallecido durante mis vacaciones?. Pero un día apareció y vino a saludarme. Le manifesté mi extrañeza de no verla y me contó que habían tenido un duelo en la familia. La mujer de su hijo mayor, que vivía junto a su casa había fallecido y habían tenido muchos problemas pero que ahora todo se había normalizado y me volvería a ver como en tiempos pasados. Era una familia con la que tenía mucha relación porque habían tenido la desgracia de tener cuatro hijos que padecieron la anemia falciforme, una especie de anemia que generalmente les conduce a la muerte antes de los 21 años. Es una incompatibilidad sanguínea de sus padres. Yo les había asistido en numerosas ocasiones y les había visitado con frecuencia. Le dije que viniera a contarme cómo había ocurrido puesto que la víctima gozaba de buena salud y nunca había oído que padeciera ninguna enfermedad. Me contó lo siguiente. Su hijo había tenido seis hijos con la misma mujer y se arreglaban estupendamente. Últimamente le había salido una especie de flemón que la hacía sufrir mucho. Tenía el carrillo inferior izquierdo muy abultado. Recurrieron a varios dentistas sin resultado alguno. Cada uno le prometía que se sentiría mejor pero seguían los dolores y la inflamación. No salía de casa porque todo el mundo se interesaba del hinchazón que aparecía en su cara y le daban consejos de cómo desaparecería todo sin darse cuenta porque a un amigo de ellos le había ocurrido algo parecido y terminó totalmente curado siguiendo sus consejos. Unos la recomendaban
  2. 2. cambiarse de secta. (Habían dejado de ser católicos). Otros le traían plantas de la selva con cuyas infusiones se reduciría la hinchazón en pocos días. Otros le recomendaron unos curanderos muy eficaces que además, eran expertos en esa clase de enfermedad. Todo resultó inútil. Se habían arruinado pagando a los curanderos y el mal continuaba igual que antes. El matrimonio se arreglaba estupendamente y también sus respectivas familias, hasta que apareció la enfermedad. La madre de la enferma, que vive en un poblado situado a unos 60 Km de nuestra parroquia, le llamó a su hija para que se presentara en casa urgentemente. Tenían necesidad de saber quién era el causante del mal y descubrir el remedio que pusiera fin a tanto sufrimiento. La llamada de la madre tiene más fuerza que el deseo del marido porque su negativa podría provocar el rechazo del clan, que es donde reside aquello que hace posible que la vida continúe. La madre tenía fama de ser una curandera renombrada. Marcelina temía por su nuera, a la que apreciaba como a una hija, porque le había hecho feliz a su hijo y le había dado seis nietos que ella cuidaba con cariño. Quiso quitarle de su cabeza la idea de juntarse con su madre, pero no lo consiguió. Incluso llamó a su hijo contándole lo que pasaba, pero tampoco éste logró convencerla para que se quedara en casa. Cogió cuatro ropas y antes de que su marido regresara del trabajo buscó un medio para que le acercara a su poblado. La madre, en cuanto vio a su hija, se asustó. Llamó inmediatamente a un adivino con quien había trabajado en ocasiones anteriores y le pidió que se presentara con urgencia porque tenía un caso muy grave que resolver. Llegó el adivino, interrogó a la enferma, utilizó sus huesecillos y raíces que llevaba en un saquito, los esparció por el suelo mientras pronunciaba unas palabras incomprensibles y después de dar vueltas y vueltas con la mano sobre sus amuletos, se consideró incapaz de descubrir al causante de la enfermedad. Según él, estaba claro que el causante del mal no era algún miembro por parte de la familia del marido, ni de la mujer, con lo cual concluyó diciendo que se debería a algún espíritu que anda por el aire pero que de vez en cuando aterriza sobre algún mortal, con lo cual se hacía más difícil descubrir la pócima que podría aliviar a la enferma. De todas formas, él llevaba siempre unos remedios con los que podía curar a cuantos enfermos necesitaran de sus atenciones, y la recomendó que los utilizara. La pobre enferma sufría lo indecible. El flemón no disminuía y el dolor de muelas tampoco. Su marido no podía desplazarse hasta ese poblado para recuperar a su mujer y llevarla al hospital, porque no solamente era la madre, es decir, su suegra, sino también
  3. 3. sus hijos quienes hacían piña defendiendo a la enferma y la presencia de su marido era considerada como si tratara de robarla y conducirla a una muerte segura. En cuestiones de costumbres muy raramente se recurre a la policía. Mientras tanto, habían estado llamando a todos los curanderos de los alrededores quienes se presentaban con toda clase de remedios a base de plantas, raíces, incluso tatuajes, sin que nada de lo que prometían resultara beneficioso. Pero, según me contaba Marcelina, un día desapareció el flemón y el mal fue a instalarse en un pecho que se le hinchó como si fuera un balón. Creían que ahora podían vencer el mal y llamaron a un curandero muy famoso que vive bastante lejos de su poblado, pero consiguieron una bicicleta y se presentaron en casa del adivino para contarle lo que les ocurría y solicitar su colaboración si es que se sentía capaz de curar la enfermedad. Concretaron la cantidad que deberían pagarle por el desplazamiento, los cuidados que iba a proporcionar, etc. El tratamiento no se comienza directamente. Todo curandero hace al mismo tiempo de adivino para intentar conocer el origen del mal. Primero comienzan por la parte ausente, es decir, de la familia del marido. Trata de conocer las relaciones existentes entre las dos familias, si en alguna ocasión llegaron a amenazarse, si hubiera pleitos pendientes o hubiera habido litigios que han ocasionado enfrentamientos y una vez satisfecho el interrogatorio, comienza el tratamiento. Les había asegurado que había actuado en casos semejantes y los enfermos habían sido curados, por lo cual él les garantizaba la curación de la persona que habían puesto en sus manos. Todos se sintieron tranquilos, menos la enferma, que no hacía sino quejarse de sus dolores en el pecho. Nadie la hacía caso hasta que vieron que adelgazaba de día en día y entonces pensaron que lo peor
  4. 4. podría ocurrir. Sin embargo, el curandero seguía en casa y trataba de calmar sus dudas, pero decidieron ponerle al corriente a su marido de lo que estaban observando prometiéndole que se sentirían más tranquilos si vinera a estar junto a ella. La situación se fue agravando. El curandero se dio cuenta que ese caso era diferente a otros que habían acudido a él y comenzó a temer por su integridad física. Procuraba calmar los temores de los miembros de la familia aunque se daba cuenta que sus palabras producían cada vez menos efecto. Y efectivamente, la enferma falleció. El curandero fue el primero en darse cuenta y trató de alejarse lo más posible de la casa antes de que sus moradores descubrieran también lo sucedido. Los hermanos de la difunta, cuando se dieron cuenta que su hermana había dejado de existir, salieron en busca del curandero para ajustarle las cuentas pero éste estaba ya lejos y de esa forma pudo salvar su vida. El problema que se presentaba ahora era ¿Dónde iban a enterrar a la difunta? ¿En la familia de la madre o en la familia del marido? La familia de la madre había gastado un montón de dinero en cuidados médicos de los curanderos y luego tendría que hacerse cargo de todos los demás gastos: ataúd, gente que asiste al entierro, velatorio durante varios días, etc. Le pidieron al marido que se hiciera cargo de todo, incluso del transporte de la difunta hasta la casa que hasta entonces había sido la suya para que sus hijos pudiera llorar a la que hasta entonces había sido su madre. Los hermanos y la madre de la difunta tenían miedo de que si se presentaban en el duelo les iban a pedir cuentas sobre lo ocurrido y podrían salir malparados. Al cabo de un mes, cuando ya había terminado todo y los familiares del marido habían vuelto a sus casas, se presentó el hermano mayor de la difunta para hacerse cargo de todo cuanto había pertenecido a la fallecida y llevárselo a su casa. Es costumbre que cuando fallece alguien, algún miembro de la familia del muerto recoge cuanto le había pertenecido para repartírselo entre ellos, como si fuera una compensación por la pérdida sufrida y para que la prenda que seguirían luego usando fuera como una forma de que la difunta continuara viviendo entre ellos.
  5. 5. Ahora, todo ha pasado. La vida sigue con normalidad, solamente que de vez en cuando alguno de los hijos nombra a la madre y vuelven a oírse los lloros de todos que aún no han podido olvidar a la que tanto echan en falta. Cada tribu tiene sus costumbres, unas más violentas que otras, pero en este caso tuvieron la suerte de que los diferentes adivinos que la trataron no pudieron descubrir al causante de la enfermedad, de lo contrario se hubieran ensañado con él, le hubieran desposeído de sus bienes o le hubieran matado, para evitar que “el agresor” continuara actuando impunemente. Si uno es acusado de ser “el hechicero”, el causante del mal, no le queda otro remedio si quiere vivir en paz, que marcharse a otro pueblo, lo más alejado posible, donde nadie le conozca, para poder hacer una vida normal. De lo contrario, la culpa de todo hecho luctuoso que ocurra en el poblado recaerá sobre él en un primer término, aunque luego se busquen también a otros autores. Los juicios no se celebran a puerta cerrada, sino son públicos y todo el mundo es testigo de lo que se dice o de lo que se hace. También los niños pueden participar en él. Yo fui a visitar a la familia. Les encontré a todos, unos haciendo los deberes de la escuela, los mayores habían ido a la fuente a coger agua para llenar el bidón vacío que tenían en casa, el padre no había salido todavía de su lugar de trabajo y la abuela, hecha una madre, atendía a unos y otros mientras vigilada el puchero que había puesto al fuego. Un abrazo. Xabier

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