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Kilima 126 Mayo 20202

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Kilima 126 Mayo 20202

  1. 1. Queridos amigos: Vivir en el siglo XXI pero con el espíritu de la Edad Media, nos resulta imposible, pero si alguno quisiera hacer la prueba, podría venir a pasar unas largas vacaciones entre esta gente y se encontraría metido en un ambiente de brujas, hechicerías, amuletos, fetiches, adivinaciones, con los que quedaría satisfecho para una larga temporada y se preguntaría cómo se puede vivir todavía de esas maneras. Sin embargo esta es la realidad con la que me encuentro cada día e intento meterme en su mentalidad para que mis respuestas puedan ser aceptables y no desconfíen de mi persona, porque en ese caso no volverían a presentarme más sucesos que les agobian, quitándoles la tranquilidad que necesitan para luchar con los problemas de cada día. Lo que os voy a contar sucedió en el poblado al que voy con cierta frecuencia para celebrar la Eucaristía los domingos, hablar con la comunidad cristiana, arreglar las diferencias que surgen entre ellos y animarles a que coticen lo necesario para fabricar los bancos que se necesitan para su iglesia. Todos los habitantes de este poblado viven del trabajo de los campos. A pesar de mis consejos para que no se dediquen tan solo al maíz sino que cultiven también arroz, mandioca, alubias, soja, etc., para diversificar su alimento y para que si un producto no resultara bien ese año pudieran vivir con las cosechas de los demás productos, la gente prefiere dedicar sus esfuerzos cultivando el maíz, que es lo que constituye su alimento base. Entre estos cultivadores se encontraba un matrimonio que trabajaba como todo los demás, pero al comienzo del curso, ella, de común acuerdo con su marido, decidió volver al poblado con sus hijos para que estos pudieran asistir a la escuela. Los campos quedaban como a unos 10 km, y allí, en una pequeña choza de adobe y techo de paja, vivía la pareja con sus cinco hijos pequeños. El marido solía visitarla semanalmente y aprovechaba para llevarles a los pequeños algunos frutos del campo, especialmente mangos, ya que era la temporada. Un día, cuando iba a regresar a su tarea, después de haber pasado el domingo con su familia, su mujer le dio una estaca o cayado para que se defendiera de las serpientes u otros bichos que podrían aparecer allá donde se encontraba. Quienes cultivaban en los alrededores, le veían cada día salir de su choza con la azada al hombro y trabajar hasta media tarde, que volvía a desaparecer en su choza para prepararse algo para comer y descansar del trabajo diurno.
  2. 2. Pero un día no le vieron. Pensaron que habría pasado una mala noche y habría prolongado el sueño. Pero tampoco salió de su choza al atardecer y preocupados por si le habría ocurrido algo o se encontraba enfermo, fueron a su choza y le encontraron muerto, con dos mordeduras de serpiente, una en un pie y otra en la cabeza, y el cayado no estaba, lo cual quería decir que el cayado era una serpiente que de forma mágica se había convertido en estaca por la acción de la brujería de su mujer y cuando volvió a recuperar su estado normal, le atacó al cultivador causándole la muerte. La noticia se propagó rápidamente y llegó a oídos de su mujer, que sabiendo lo que le esperaba, abandonó a sus hijos y desapareció del poblado. Nadie sabe dónde ha ido o dónde se ha refugiado. Se supone que algún miembro de su familia la esconde en su casa, donde permanecerá unos meses y luego irá vivir a otro poblado donde recomenzará una nueva vida. En general, en estos casos la policía no interviene porque temen que si se meten a esclarecer líos de familia, pueden convertirse también ellos en víctimas como consecuencia de algún embrujo de alguien que no desea su presencia en el asunto. Nadie quiere seguir cultivando aquellos campos porque el maleficio les podría sorprender y ser las siguientes víctimas. El abuelo se ha hecho cargo de los hijos de la familia y la vida continúa. Esta semana me ha venido una abuela con dos nietos, de unos 12 y 14 años. Los chavales estaban jugando al fútbol y al término de la partida, uno del equipo perdedor les ha pedido que les ofrezcan a un familiar o en caso contrario que les diesen 1.500 Francos Congoleños, que vienen a ser algo así como unos 5 €. En sí, es una cantidad irrisoria, pero hay que entenderlo desde el aspecto de la hechicería. No se trata de entregarle a la persona viva, sino que puede valer cualquier cosa que le pertenezca ya que se supone que hay algo de ella misma en esa cosa, ya sea alguna ropa, o alguna cosa de su propiedad. Los hechiceros, a través de esa ropa u objeto pueden alcanzar a la misma persona e ir vaciándola de su fuerza vital, que es la que se la van merendando poco a poco en esos festines que organizan en descampados misteriosos y a los que participan todos los miembros. Es algo así como lo que en nuestra tradición o cultura se llamaban “los akelarres”. La persona se va sintiendo cada vez más débil hasta que finalmente, muere. De ahí que cuando alguien enferma y no da síntomas de curación, los familiares acuden al adivino para intentar descubrir si no hay alguien que le está robando su fuerza vital que le provocará la muerte. Estos dos chavales vivían con el abuelo porque sus padres habían fallecido de sida y él se había hecho cargo de ellos. No quisieron entregar a ningún familiar y robaron los 1.500 FC que les pedían, pero en su inocencia contaron en casa lo que les había sucedido y cómo habían resuelto la dificultad. Cuando se enteró el abuelo, cogió miedo, no porque le habían robado, sino porque se sentía en continuo peligro con unas personas que le podrían poner en manos de los hechiceros por cualquier motivo y llamó a todos los familiares para decirles que no se hacía más cargo de los niños y que alguno de la familia los acogiera porque el temía por su vida y los iba a echar a la calle. Esto ocurría en un pueblo que está a unos 200 Km de nuestra parroquia. Pero entre los familiares que acudieron a la cita se encontraba una mujer, abuela ya, de nuestra parroquia, viuda, con una partida de hijos mayores pero que se encontraban sin trabajo porque habían cerrado las empresas en las que trabajan y que vivía de lo que ella cultivaba, pero que al mismo tiempo también tenía que hacerse cargo de su madre, ya muy mayor, pero sin ningún otro apoyo y de una hermana que se refugiaba en su casa porque sus hijos mayores no querían saber nada de ella ya que también era acusada de hechicería.
  3. 3. Si los chavales no hubieran dicho nada, seguramente que nada hubiera ocurrido, pero ya sea por su inocencia o porque querían hacerse los importantes y darse a conocer como que poseían poderes extraordinarios, confesaron el delito y todo el mundo cogió miedo de ellos y ahora nadie quería acogerles en su casa. El que fueran considerados hechiceros era una disculpa para no recibirlos en sus familias porque en la situación actual, con unos salarios escasos, si es que los reciben, el que tuvieran que alimentar a dos bocas más y preocuparse de su ropa, escuela, cuidados sanitarios, etc., era una carga difícil de soportar ya que a duras penas consiguen sacar adelante a sus propios hijos, y la proposición del abuelo recibió el silencio como respuesta. Una tía de los chavales, que habitaba también en la casa del abuelo, comentaba a la familia que por las noches muchas veces no dormía porque oía pisadas en el tejado y se preguntaba si no serían los que venían a llamarles a los chavales para salir de noche y frecuentar esas reuniones nocturnas a las que asistían. Eran razones más que suficientes para probar su hechicería y aún sabiendo que estaban condenados a irse a vivir a la calle, nadie quería acogerlos en sus casas. Hablaban de que un dragón les venía a buscar por la noche y les llevaba sobre su lomo a un lugar lejano, donde en compañía con los demás hechiceros se repartían la carne de la víctima y volvían a sus camas antes del amanecer. (Aquí ni hay dragones, ni esos animales aparecen en los cuentos de los niños, pero cuando se habla de hechicerías nadie hace preguntas y se creen todo lo que cuentan). Sin embargo, viendo la situación de estos dos chavales, nuestra abuela tuvo piedad de ellos, se hizo cargo y volvió a su casa en su compañía. Ahora venía a mi casa y me pedía que los bendijera para que desapareciera su hechicería y todos pudieran vivir en paz. Hablé un largo rato con ellos, les hice ver que los pasos que oían sobre el tejado podrían ser los mangos maduros que caían sobre el tejado por la noche y rodaban alero abajo hasta caer al suelo ya que las ramas de varios árboles se alargaban por encima del tejado, que se habían dejado engañar por sus amigos… Los chavales me miraban atentamente, pero no creo que mis palabras les resultaran eficaces. Le pregunté a la abuela: Pero si no tienes ningún trabajo ¿Cómo les vas a alimentar a los dos, más a tu hermana, a tu madre y a ti misma?. Me respondió como Abraham cuando conducía a su hijo Isaac al lugar del sacrificio y éste le preguntó: “Dónde está la víctima? Y Abraham le respondió: “Dios proveerá”. Esa fue la respuesta que recibí de la abuela y que me dejó desconcertado. Y no es de las que frecuenta demasiado la parroquia. Me dejaron inquieto. Busqué en mi armario alguna cosa que podría convenirles y encontré unos zapatos y algo de ropa que les ofrecí y se marcharon contentos y una botella de agua bendita para la abuela que quedó muy agradecida por el recibimiento y por cuanto les había ofrecido. Todos los días escucho historias parecidas, sobre todo cuando alguien sufre una enfermedad grave, ha tenido un accidente, le han despachado de la empresa o ha suspendido los exámenes. Pero no quiero seguir relatando más sucesos tristes y para terminar quiero comentaros que no todo son historias para llorar, ya que también participamos en historias para sonreír, también misteriosas para nuestra mentalidad, acostumbrada a creer solo lo que se toca o se ve con nuestros ojos, pero que tienen un valor real en el mundo en el que vivimos. Hace unos días fui a visitar a una mujer, entrada ya en años, que se había caído y se había fracturado la pierna. Estaba escayolada, no podía andar, y solía pasar todas les semanas para distraerla en su soledad y comentar lo que ocurría por el pueblo o las novedades de la parroquia. La conocía desde hacía muchos años. Un día me comentó algo que lo oía por primera vez a pesar de haber estado muchas veces en su casa. Estaba ocupada en sus quehaceres domésticos cuando sintió que llamaban a la puerta. Salió para ver quién era y se encontró con una mujer joven con un bebé en sus brazos y le preguntó: “¿Tú eres mamá Rosa?” “Si”, le contestó extrañada la mujer y la visitante se abalanzó sobre ella abrazándola y poniéndola el bebé en sus brazos. “Cógela, ella lleva tu nombre y yo no te olvidaré nunca”.
  4. 4. La mamá Rosa no salía de su asombro y se preguntaba si aquella mujer estaba en su sano juicio porque no se aclaraba con lo que estaba sucediendo. Entonces ella, secándose las lágrimas, le contó por qué la había abrazado con tanta alegría. Su verdadera madre había fallecido cuando apenas tenía un par de meses y su padre no tenía ninguna hermana en quien confiar aquel bebé. La criatura lloraba desconsoladamente a lo largo del día porque su padre no acertaba a darle el biberón y temiendo que pudiera fallecer por falta de cuidados apropiados, unas mujeres se acercaron al padre para decirle que mamá Rosa se podría hacer cargo de la criatura y que ellas mismas se lo llevarían y tratarían de ayudarla en lo que hiciera falta. La mamá Rosa se llevó un susto pero viendo la carita de la criatura, le dio pena y se quedó con ella. Ella le daba el biberón y enriquecía su dieta con todos los mejunjes que les había dado a sus hijos cuando tenían esa edad y la cría salió adelante, con gran alegría de su padre que le agradeció todo lo que había hecho con la pequeña. De eso, habían pasado muchos años. La que fue bebé fue creciendo, se hizo joven, se casó y siempre guardaba el recuerdo de que su madre había muerto sin que nadie la hablara de la mama Rosa, pero un día su madre se le apareció en sueños y le dijo insistentemente que ella no era su madre, sino mamá Rosa y que se lo preguntara a su padre para saber si era verdad. Ella ya se había casado, vivía en otra casa, estaba embarazada, y al día siguiente del sueño, muy de mañana, fue a casa de su padre para preguntarle si lo que había soñado era verdad. El padre lo confirmó, le explicó las dificultades de su infancia y el trabajo que había hecho con ella la mamá Rosa y que ahora vivía en el número 31 de la calle Charpentiers. Esperó a dar a luz, y al ver que era una niña, quiso que llevara el nombre de la que tanto había trabajado para mantenerla en vida y hoy pudiera gozar de ser madre como todas las demás mujeres. Esa fue la razón de la visita, cuyo comienzo fue un sueño pero creyó en la veracidad del mismo y comprobó que también en sueños se pueden transmitir las noticias. Los sueños, para mucha gente son como premoniciones que previenen de lo que puede ocurrir en el futuro y hay gente que deja de hacer un viaje porque ha tenido un sueño en el que le anunciaba un accidente en el que incurriría si lo hiciera o ve que en sus campos hay quienes quieren echar malas hierbas o que su hijo aprobará en los exámenes. Nosotros no creemos en los sueños como anuncio de algo que puede ocurrir, ellos piensan de otra manera. ¿Quién tiene razón? Un abrazo. Xabier

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