SlideShare uma empresa Scribd logo
1 de 18
Baixar para ler offline
Si Una nación para el desierto argentino es uno de los textos más sugerentes y
a la vez complejos de la vasta y celebrada producción historiográfica de Tulio
Halperin Donghi, ello obedece a que ese escrito se estructura a partir del
asedio continuo a un problema capital de la historia intelectual: el que persigue
la dinámica histórica de las ideas en su entrevero con lo que convenimos en
llamar lo real. Y es que, como supo decir Oscar Terán, "la historia de las ideas
es la historia de la relación entre lo que son las ideas y aquello que no son las
ideas".1 El libro de Halperin está construido precisamente como una historia
que confronta los contornos de la ambiciosa iniciativa de un conjunto de
letrados -los de la Generación de 1837- por diseñar un proyecto para lo que
empieza a ser Argentina, con los resultados pormenorizados de esa tentativa.
Sólo que ese cotejo está lejos de llevarse a cabo de modo lineal: antes bien,
ese contrapunto entre ideas y realidad se despliega en un haz de planos
diversos que, por la pluralidad de enfoques que conlleva, se revela altamente
productivo no solamente para evaluar la suerte de ese grupo de intelectuales,
sino también para iluminar importantes aspectos de la historia política, sobre
todo, pero también social y económica, del decisivo período de organización
nacional que va de mediados de siglo XIX a 1880.
En efecto: si, tal como indica Halperin, dar cuenta "del complejo
entrelazamiento de ideas y acciones que subtiende esa etapa es el propósito
de la presente introducción" (p. 10), es decir, del texto que da cuerpo aUna
nación para el desierto argentino,2 esa meta se descompone en su desarrollo
en una miríada de direcciones que, a la vez que reconstruyen múltiples
dimensiones del proceso histórico-de un modo tal que el resultado es la
obtención de una versión panorámica del período-, colocan un interrogante
nunca completamente despejado acerca de la eficacia de las ideas. Porque tal
parece que, para servirse de la variedad de planos que la apertura de ese
problema permite, Halperin lo presenta de un modo deliberadamente ambiguo.
Esa ambigüedad se esboza en la exposición inicial de lo que juzga una
excepcionalidad de la Argentina. Según señala, "sólo allí iba a parecer
realizada una aspiración muy compartida y muy constantemente frustrada en el
resto de Hispanoamérica: el progreso argentino es la encarnación en el cuerpo
de la nación de lo que comenzó por ser un proyecto formulado en los escritos
de algunos argentinos cuya única arma política era su superior clarividencia"
(pp. 7-8; cursivas mías). La incógnita queda disimuladamente planteada en esa
portentosa afirmación, y a partir de allí el recorrido propuesto por Halperin se
beneficia de la gama de perspectivas que surgen de esa indeterminación
propia de un fenómeno que parece, pero que no necesariamente es.
Se encadenan entonces episodios de distinto calibre en los cuales las ideas, y
con ellas los letrados que les dan vida, miden su fortuna en sus encuentros con
lo real. En sucesivas encrucijadas históricas, se dibuja una travesía sinuosa
que deja como saldo un cuadro ambivalente. Así, por caso, la Joven
Generación del '37 conoce un primer y trágico fracaso en su pretensión de
asumir una función tutora de una coalición antirrosista cuya coherencia "sólo
puede hallarse en la mente de quienes suscitan y dirigen el proceso, que son
desde luego los miembros de esa renovada elite letrada" (p. 15); aun así, esa
derrota no impide que se refuerce en esas jóvenes figuras una "avasalladora
pretensión de constituirse en guías del nuevo país", y con ello "la noción de que
la acción política, para justificarse, debe ser un esfuerzo por imponer [...] un
modelo previamente definido por quienes toman a su cargo la tarea de
conducción política" (pp. 17-18). Ya en ese momento, miembros de ese grupo
como Alberdi, Echeverría o Vicente Fidel López se destacan por ofrecer
"análisis de problemas y aspectos de la realidad nacional [...] que están
destinados a alcanzar largo eco durante la segunda mitad del siglo, e incluso
más allá"; aunque, morigera de inmediato Halperin, "no es siempre
sencisencillo establecer hasta donde su presencia refleja una continuidad
ideológica real", en vista de que esos temas y nociones fueron "encarados por
tantos y desde tan variadas perspectivas desde antes y después de 1837" (p.
17).
Son ésos apenas los primeros pliegues del texto en que se escudriña la
relación entre los intelectuales y lo real-histórico. Halperin aborda luego ese
vínculo desde diversas perspectivas. Lo hace por ejemplo a partir de la
adopción por la generación del '37 del canon romántico, que comporta el
pasaje de una actitud propia del legislador de la sociedad de cuño ilustrado, al
político que "aun cuando propone soluciones legislativas, sabe que no está
plasmando una pasiva materia sino insertándose en un campo de fuerzas con
las que no puede establecer una relación puramente manipuladora y unilateral"
(p. 18).3 Y lo hace, sobre todo, en la persecución de las vicisitudes de los
proyectos de nación que se delinean ante la inminencia de la caída de Rosas,
muy especialmente los de Alberdi y Sarmiento. Son estas dos figuras las
protagonistas centrales (aunque de ningún modo únicas) del escrutinio
halperiniano entre ideas y realidad. En el contrapunto que propone, el
"marcado eclecticismo" sarmientino en lo político se le aparece más adecuado
que "la rigidez política del modelo alberdiano" para transitar las tormentosas
décadas de discordia que siguen a la batalla de Caseros (p. 55). Halperin
reconoce no obstante que el programa que surge de las Bases de Alberdi tenía
"perfecta relevancia" en la coyuntura que se abre con la caída de Rosas (p.
37). Aun así, busca relativizar la extendida opinión que otorga un papel
fundacional a ese texto, a través de un señalamiento que, por contraste,
detecta en Sarmiento "una imagen del nuevo camino que la Argentina debía
tomar, que rivaliza en precisión y coherencia con la alberdiana, a la que supera
en riqueza de perspectivas y contenidos" (p. 44). Se percibe aquí la
ambivalencia antes referida, pues a pesar de sus reticencias a Halperin no se
le escapa que buena parte del proyecto de Alberdi (desde su fe en las fuerzas
del mercado como palanca modernizadora a su tematización de lo que llama
república posible) encarnará en el cuerpo de la nación. Menos claro,
nuevamente, es que ese curso se deba nítidamente a las ideas de alguien que
"se ha visto siempre a sí mismo como el guía político de la nación, y comienza
a columbrar el peligro de transformarse en paria dentro de ella" (p. 88). En ese
sentido, una primera conclusión general del texto halperiniano, que permite
pensar no solamente el caso de Alberdi, es que la suerte de las ideas puede al
cabo contrastar con la de quienes las han prohijado. Tampoco Halperin invita a
trazar un balance unívoco de las peripecias de Sarmiento (por quien no
disimula sus preferencias). Ni siquiera le otorga la gracia del triunfo pleno en el
decisivo renglón de la educación popular, que ha tenido en el sanjuanino, en
discrepancia con Alberdi, a su más firme impulsor. Si esa opción ha recibido
una aceptación generalizada, de un modo tal que incluso quienes le objetan
aspectos puntuales no contradicen "la decisión de hacer de la educación
popular uno de los objetivos centrales de cualquier acción de gobierno",
Halperin no deja de notar que Sarmiento no le concedió "en los años de 1862 a
1880 la atención que le otorgó en etapas anteriores" (pp. 110-111).
Como se ha dicho, esa mirada ambigua acerca de la eficacia de lo simbólico da
acceso en Una nación para el desierto argentino al examen de un abanico de
figuras y problemas que resulta imposible reseñar en este breve ensayo (por
mencionar algunos, recordemos que a partir de Mitre o José Hernández
Halperin ofrece agudas visiones de cuestiones como la dinámica política
facciosa del período o la construcción del Estado). Pero sobre el final del libro
se acentúa el sesgo que otorga a las ideas un carácter fallido. En un nuevo
juego de espejos, Halperin traza un balance de la suerte de los proyectos de
nación forjados hacia mitad de siglo a partir de las representaciones
intelectuales que acompañan al proceso que tiene un punto de llegada -y
también de partida- en 1880. La resignada aceptación de una situación en la
campaña que desvanece las ilusiones de quienes habían abogado por la
democratización de la propiedad rural (empezando por Sarmiento) es un índice
claro de que en esa coyuntura "ha pasado la hora de imaginar libremente un
futuro" (p. 138). Y en la célebre referencia a la sombría observación
retrospectiva que el autor del Facundo ofrece en 1883 -según la cual el rutilante
progreso argentino era "más que el resultado de las sabias decisiones de sus
gobernantes posrosistas, el del avance ciego y avasallador de un orden
capitalista que se apresta a dominar todo el planeta" (p. 140)- parece cerrarse
el círculo sobre el enigma que se bosquejaba al comienzo del texto.
Malogradas, redundantes o superfl uas, las ideas de los letrados argentinos
decimonónicos no han tenido la potencia instituyente por ellos mismos
imaginada. Aun así, Halperin se reserva en el último párrafo del texto un
postrero matiz: la sociedad moderna que se yergue luego de 1880 es en
definitiva fruto de un proyecto que "no ha fracasado por entero" (p. 148), y que
en virtud de ello lega un conjunto de nuevos problemas que empiezan a ser
encarados -aun sin la exultante seguridad de sus antecesores- por los
intelectuales de la hora.

2 De ese final del libro dominado por un tono desencantado, en ocasiones se
ha querido deducir una posición genérica de Halperin respecto al ser de los
intelectuales. En efecto, cierto ánimo desencontrado y hasta en ocasiones
trágico habita muchas de sus exploraciones en la historia de las elites letradas,
y ello no solamente en Una nación para el desierto argentino. Pero, como
advirtió Carlos Altamirano, si esos exámenes no entonan un canto alabado del
accionar de la intelligentsia, "tampoco se los puede incluir en la especie
contraria, la que entabla un proceso a los intelectuales".4 No hay, por caso, un
sesgo antiintelectualista como el que podía ofrecer Ángel Rama en La ciudad
letrada, un texto contemporáneo al que retiene aquí nuestra atención. Si del
análisis histórico de Halperin surge un papel tanto más errático de los letrados
que lo que sugiere el ensayo del crítico uruguayo (para quien a la cultura
escrita le cupo un rol central en la historia latinoamericana, sólo que en
inexorable connivencia con los resortes del poder), ello, a más de librarlos de la
genérica condena que subtiende al texto de Rama, les reserva una posición
más insegura y en definitiva modesta pero no carente de significación. Antes
que de un cuestionamiento global de su función o de un diagnóstico que
constata su irrelevancia, las perplejidades que soporta la figura del intelectual
en Halperin surgen del atento examen de la azarosa y con frecuencia
infortunada navegación de sus ideas, de un lado, y, de otro, de la insatisfacción
que suele exhibir por no ver colmadas sus expectativas en cuanto al
reconocimiento y la obtención de un lugar acorde a sus a veces desmesuradas
aspiraciones.
Interrogado acerca de ese sino desventurado que atraviesa a los intelectuales
en sus reconstrucciones históricas, Halperin traía a colación un aserto de
Hobsbawm según el cual "todas las revoluciones fracasan porque ninguna
logra todo lo que se propone, y al mismo tiempo todas tienen éxito porque
ninguna deja las cosas como las encontró". De inmediato, agregaba que esa
aseveración era "tan universal, y al mismo tiempo tan trivial, que no hace al
problema específico de los intelectuales".5 Pero dejando un momento de lado
su generalidad, la frase de Hobsbawm en efecto revela un aspecto del
problema que abordamos en este texto. Así como resulta difícil mensurar la
estricta eficacia del excedente imaginario que liberan las revoluciones y los
grandes acontecimientos políticos, tampoco es sencillo medir el impacto exacto
de las ideas de los intelectuales (al menos de algunos intelectuales en ciertas
circunstancias históricas). Esa dificultad para sopesar los efectos de lo
simbólico, que se vincula con el malhumor que Halperin detecta usualmente en
las elites letradas -que no se sienten plenamente recompensadas por su labor-,
no significa que su actividad resulte anecdótica o superflua. El hecho de que,
de sus trabajos iniciales de juventud (su primer texto, consagrado a Sarmiento,
lo publica a los 22 años, y dos años después edita su Echeverría) a algunos de
sus principales libros de madurez, Halperin se haya ocupado reiteradamente de
los miembros de la Generación del '37 algo dice acerca de la efectiva
relevancia que para él supieron tener esas figuras.

3. En la introducción a un libro dedicado a pensar la labor historiográfica de
Halperin, Roy Hora y Javier Trímboli subrayaban la originalidad de su modo de
hacer historia y la dificultad de emparentarla con otras empresas de
exploración del pasado. Según señalaban, mirada en su conjunto su obra "se
hace especialmente esquiva, al no dejarse filiar sin gruesos forzamientos con la
producción intelectual argentina que la antecedió o que le es
coetánea".6 Todavía más: se ha dicho recurrentemente que algunos rasgos
(como su reducido sistema de citas, o su escritura laberíntica) dotan a su estilo
historiográfico de un carácter enigmático, irreductible a sencillas
descomposiciones que permitan observar qué tipo de "taller de la historia" lo
subtiende. En otras palabras, no resulta fácil advertir qué operaciones realiza
Halperin en su escritura de la historia. Movidos por esa curiosidad, en la
entrevista antes citada Hora y Trímboli ensayaban averiguar algo del
laboratorio historiográfico halperiniano. Por toda respuesta, recibían una
escueta y disuasoria contestación: "yo no sé cómo trabajo, junto materiales y
después escribo, como todo el mundo".7
A este respecto, enfocada desde otro ángulo la cuestión central que se aborda
en este texto tal vez puede echar luz sobre un aspecto de las maneras de
hacer historia de Halperin. En Una nación para el desierto argentino, las ideas
de los intelectuales no son sólo objeto de su inspección: además de eso,
orientan algunas de sus hipótesis e intuiciones sobre el pasado argentino. Por
señalar rápidamente dos ejemplos, la atención que supo prestar a la "red de
intereses consolidados" (p. 22) que, como trasfondo silencioso de su
autoritarismo, la pax rosista lega como plataforma para el despliegue del
progreso económico argentino, surge o al menos se alimenta de sus lecturas
de Alberdi, Sarmiento, Hilario Ascasubi y Florencio Varela; del mismo modo
que, para el tratamiento de las tensiones entre el Estado y los grupos
terratenientes -un tema que mereció repetidas y variadas aproximaciones a lo
largo de su obra- en la coyuntura específica de la Guerra del Paraguay,
Halperin saca provecho de las indicaciones de Eduardo Olivera y de José
Hernández.
Esta observación puede parecer obvia, desde que es común a los historiadores
utilizar los testimonios de los actores históricos para reconstruir la realidad que
los circunda. Pero en el caso de Halperin, y especialmente en Una nación para
el desierto argentino, ese recurso asume ribetes singulares. De él surgen los
pliegues y las bifurcaciones del texto. Una y otra vez, Halperin se desplaza de
las representaciones de las figuras de las que se ocupa a su propia visión del
proceso histórico. Las ideas de Sarmiento, Alberdi, Mitre o Hernández sitúan,
describen, grafican, ofrecen elementos que luego son corroborados,
enriquecidos o, las más de las veces, corregidos o desmentidos (más o menos
sutilmente) por Halperin. Ese pasaje de registros a menudo se realiza
inadvertidamente, y de allí que la escritura asuma un carácter intrincado, en el
que con frecuencia no salta a primera vista quién es el sujeto que enuncia.
Pero además, ese expediente se vincula con el componente irónico habitual en
el retrato halperiniano de los intelectuales que fuera señalado por Carlos
Altamirano.8 El contraste de las ideas de los letrados con el efectivo curso
histórico los deja a menudo descolocados, perplejos, sujetos al examen de una
mirada que ironiza sobre su fortuna y la juzga sin miramientos.
Es posible afirmar, en definitiva, que ese uso de las figuraciones intelectuales
como insumo para la reconstrucción del pasado revela una faceta recurrente
del modo de historiar de Halperin. Cierto que en el caso de Una nación para el
desierto argentino ese rasgo no resulta sorpresivo, desde que este libro -como
ya mencionamos- nació como una suerte de estudio preliminar a una antología
de textos de letrados argentinos del período de la organización nacional. Pero,
si se observa bien, esa modalidad es detectable en varios otros lugares de la
extensa obra del autor de Revolución y guerra. En tal sentido, puede concluirse
que aspectos sustantivos del siglo XIX de Tulio Halperin Donghi surgen de su
capacidad para leer finamente, confrontadas entre sí, las representaciones
intelectuales de la intelligentsia de esa centuria (empezando por las de los
hombres de la Generación del '37).

4. Otras dimensiones de Una nación para el desierto argentino permiten
corroborar el peso efectivo que Halperin otorga a los procesos de ideas.
Mencionemos tres casos relevantes. En primer lugar, los efectos ideológicos y
políticos de la recepción de las novedades que llegan con las noticias de las
revoluciones europeas de 1848. El tema es mencionado una y otra vez a lo
largo del texto en referencia al clima de opinión que subtendió a la inflexión
conservadora de los representantes del liberalismo argentino hacia mediados
de siglo. En segundo lugar, el sesgo democrático que no obstante embarga a
algunos grupos enrolados en esa corriente de pensamiento dos décadas más
tarde. Aun cuando constata su limitada relevancia práctica, Halperin dedica
varias páginas a esos grupos, que se reclutan entre la acrecentada inmigración
italiana de inspiración mazziniana y los círculos masones. Entre ellos, destaca
a José Hernández y a aquellas figuras jóvenes "que no quisieran ser dejadas
atrás por la marcha de las ideas en Europa y Francia" (p. 108). Finalmente,
mencionemos un rasgo que hace a la arquitectura general del texto. Frente a la
visión que esgrimía que los pensadores que en las postrimerías del rosismo
buscaron diseñar un futuro para la Argentina "querían todos sustancialmente lo
mismo", y que los conflictos que se sucedieron entre ellos surgieron sea de
"deplorables malos entendidos", sea de "rivalidades personales y de grupo" (p.
8), Halperin prefiere distinguir y precisar proyectos ideológicos de diferente
perfil y contenido que a su juicio compitieron entre sí. Y si las batallas políticas
que suceden a la caída de Rosas no se explican por esas diferencias (otras
causas, y ante todo la ausencia de un centro de poder establecido e
indiscutido, crean las condiciones para esos combates de casi tres décadas),
esa diversidad de ideas sí talló y jugó su suerte, con resultados variables, en
esas circunstancias.
Para finalizar este texto, pongamos brevemente en relación esa atención a las
ideas con un rasgo de las tradiciones intelectuales y políticas que informaron al
siglo en que tuvo asiento lo principal de la producción historiográfica
halperiniana. Cuando Halperin publica por primera vez Una nación para el
desierto argentinoen 1980, densos procesos históricos han horadado
paulatinamente en América Latina la fe de cuño ilustrado en el poder
transformador de las ideas. Un ideologema se ha abierto camino, enrostrado
sobre todo a las izquierdas que se reconocen en esa fe: el de la superioridad
epistemológica y política de lo real en su pura desnudez; el de la concomitante
impotencia de las ideas. Y aunque la historia de su incrustación en las culturas
políticas del continente a lo largo del siglo XX no es lineal, sino que reconoce
complejos vaivenes, pueden mencionarse algunos hitos significativos que
colaboraron en su constitución. Esa historia puede partir de una de las riadas
despertadas por la Revolución Mexicana (esa que, en el prisma del Octavio
Paz que enEl Laberinto de la Soledad insiste en la figura de las ideas como
máscaras, es un puro estallido de la realidad); puede detenerse en la estación
aprista como laboratorio en el que apreciar privilegiadamente el tránsito que se
opera desde una matriz de izquierda ilustrada, a otra que toma parcial distancia
de ella; puede, en fin, considerar la herencia del peronismo, que a partir de la
legitimidad extraída de su exitosa y perdurable implantación como fenómeno de
masas legó un eficaz argumento descalificatorio de las tradiciones de izquierda
y los intelectuales, en tanto cultoras de una "razón abstracta" que las ubica en
recurrente posición de exterioridad respecto a la sociedad.
Son ésos sólo algunos de los nudos que hacen a la historia del ascenso de una
cultura política que tiende a despreciar las ideas, y que sin duda tiñe nuestra
contemporaneidad.9 Pero es el mismo Halperin quien nos sugiere que esa
historia, cuyo desenvolvimiento solemos situar en el siglo XX, es compleja y
quebradiza, y que incluso algunas de sus facetas se prefiguran en la centuria
anterior. En una tesis sobre la que vuelve en más de una ocasión, Halperin
ubica en el Partido de la Libertad de Mitre el nacimiento de una voluntad de
representar los intereses de la nación toda que tiene como precondición el
pragmatismo y el "mal humor frente a quienes proclaman la necesidad de
partidos agrupados en torno a programas" (p. 70). Se trata de una concepción
destinada a tener portentoso futuro: "la deuda que con esa definición [...] tienen
tantos movimientos políticos argentinos es muy grande" (p. 71), nos dice
Halperin, y entre ellos se apresura a encolumnar al yrigoyenismo y al
peronismo.10
Frente a esa tradición, en definitiva, el cometido de recuperar el gesto exultante
del voluntarismo de las ideas de los letrados argentinos del siglo XIX ha tenido
y tiene un sentido que no dudamos en llamar político. Recientemente, Gonzalo
Aguilar llamaba a "pensar las relaciones entre dominación y antiintelectualismo:
cómo, a menudo, cuestionar la tarea intelectual significa una reafirmación del
presente".11 La superior legitimidad que, por su pretendida proximidad a la
realidad, reclama para sí el populismo encubre así un talante conservador: y es
que en ese amor por lo real, lo real queda incuestionadamente
confirmado en aquello que es.12


1
 Oscar Terán, "Modernos intensos en los veintes", Prismas. Revista de historia intelectual, Nº
1, Universidad Nacional de Quilmes, 1997, p. 102.     [ Links ]

2
 Recordemos que antes de ser editado en forma independiente el texto ofició de introducción a
una antología de escritos del período publicada bajo el título de Proyecto y construcción de una
Nación (Argentina 1846- 1880) (Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980). Todas las referencias de
página que se citan aquí entre paréntesis surgen en cambio de una edición posterior: Tulio
Halperin Donghi, Una nación para el desierto argentino, Buenos Aires, CEAL, 1995.
     [ Links ]

3
 Halperin no obstante no se detiene en un análisis pormenorizado de cómo las ideas del
romanticismo conllevan un desplazamiento de los letrados en su tratamiento de la realidad.
Una brillante reconstrucción en ese sentido se la debemos a Jorge Myers en su "La revolución
en las ideas: la generación romántica de 1837 en la cultura y en la política argentinas", en
Noemí Goldman (dir.), Nueva Historia Argentina, tomo 3: Revolución, República,
Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998.            [ Links ]

4
 Carlos Altamirano, "Hipótesis de lectura (sobre el tema de los intelectuales en la obra de Tulio
Halperin Donghi)", en Roy Hora y Javier Trímboli (comps.), Discutir Halperin. Siete ensayos
sobre la contribución de Tulio Halperin Donghi a la historia argentina, Buenos Aires, El Cielo
por Asalto, 1997, p. 27.      [ Links ]

5
  Tulio Halperin Donghi entrevistado por Roy Hora y Javier Trímboli en Pensar la Argentina. Los
historiadores hablan de historia y política, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p. 43.
      [ Links ] Halperin además relativizaba allí la desdichada impresión que podía extraerse de
la actuación de los letrados en Una nación para el desierto argentino: "Lo que hace interesante
esa trayectoria de los intelectuales argentinos de mediados de siglo no es tanto lo que al final
algunos de ellos consideran su fracaso sino la desaforada ambición que llevan a ese proyecto
al comienzo y la medida en la cual han tenido éxito [...] A Sarmiento, que es constantemente
presentado como un soñador golpeado por la realidad, lo vemos así porque lo vemos a través
de sus desoladas refl exiones de final de vida, pero si se mira objetivamente la carrera de
Sarmiento, se ve que es enormemente exitosa".

6
    Roy Hora y Javier Trímboli, "Introducción" a Discutir Halperin, op. cit., p. 8.   [ Links ]

7
 Tulio Halperin Donghi entrevistado por Roy Hora y Javier Trímboli en Pensar la Argentina, op.
cit., p. 54.   [ Links ]

8
    Carlos Altamirano, "Hipótesis de lectura", op. cit., p. 28.     [ Links ]

9
 Al respecto, en 2002 Oscar Terán remataba un ensayo señalando que "es preciso
preguntarse si muchos de nuestros políticos, incluidos los de la franja progresista, no siguen
adheridos a la concepción antiintelectualista -populista al fin-, convencida de que quienes están
más cerca de los libros están por definición más lejos de la realidad". Oscar Terán,
"Intelectuales y política en la Argentina: una larga tradición", en De utopías, catástrofes y
esperanzas. Un camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p. 84.          [ Links ]

10
   Sobre las raíces decimonónicas de ese apego por la indefinición ideológica del radicalismo
yrigoyenista y del peronismo, véase Tulio Halperin Donghi, "El lugar del peronismo en la
tradición política argentina", en Samuel Amaral y Mariano Plotkin (comps.),Perón: del exilio al
poder, Ciudad de San Martín, Cántaro, 1993.        [ Links ]

11
  Gonzalo Aguilar, "Ángel Rama y La ciudad letrada o la fatal exterioridad de los intelectuales",
en Liliana Weimberg (coord.),Estrategias del pensar: ensayo y prosa de ideas en América
Latina en el siglo XX, México, UNAM, 2010, p. 254.      [ Links ]

12
   Halperin mismo adhiere oblicuamente a esta tesis en un pasaje circunstancial de Una nación
para el desierto argentino: "Alberdi desde 1837 ha intentado sacar lecciones permanentes del
estudio de los procesos políticos que se desenvuelven ante sus ojos, y no está inmune al
riesgo implícito en esa actitud; a saber, el de descubrir en la solución momentáneamente
dominante el punto de llegada de la historia universal" (pp. 37-3
HALPERIN DONGUI – UNA NACIÓN PARA El DESIERTO ARGENTINO(trabajo
práctico Nº 6)La Argentina vivió en la segunda mitad del siglo XIX una etapa de
progreso muy rápido.
La hipótesis central de Halperin en este trabajo es que Caseros no inició una etapa de
paz, nitampoco marcó el surgimiento de un Estado ni una nación sino que por el
contrario abre laetapa final de su construcción. Al contrario de lo sostenido por otros
autores, tanto Estadocomo nación, en 1853, luego de promulgada la Constitución, son
tareas aún por realizar. Esdecir la caída de Rosas no soluciona a priori nada.Esta etapa –
iniciada después de Caseros– se abre con la conquista de Buenos Aires comodesenlace
de una guerra civil, se cierra casi treinta años después con otra conquista de
BuenosAires; en ese tiempo caben otros dos choques armados entre el país y su primera
provincia, dosalzamientos de importancia en el Interior, algunos esbozos adicionales de
guerra civil y la máslarga y costosa guerra internacional nunca afrontada por el país.Si
la acción de Rosas en la consolidación de la personalidad internacional del nuevo país
dejaun legado permanente, su afirmación de la unidad interna basada en la hegemonía
porteña nosobrevive a su derrota en 1852. En 1880 recién, esta etapa de creación de una
realidad nueva, puede considerarse cerrada.
La herencia de la generación de 1837
Su concepción del progreso nacional será el punto de llegada de un largo examen decon
ciencia sobre la posición de la elite letrada posrevolucionaria, emprendido en una
horacrítica del desarrollo político del país.En 1837 hace dos años que Rosas ha llegado
al poder por segunda vez, ahora como indiscutido jefe de la provincia de Buenos Aires
y de la facción federal. Es entonces cuando un grupo
de jóvenes provenientes de las elites letradas de Buenos
Aires y el Interior se proclamandestinados a tomar el relevo de la clase política que ha
guiado al país desde la revolución deIndependencia hasta la catastrófica tentativa de
organización unitaria de 1824-1827. Frente aese grupo unitario raleado por la derrota, el
que ha tomado a su cargo el reemplazo seautodefine como la Nueva
Generación.Esa Nueva Generación en esta primera etapa de actuación política, parece c
onsiderar lahegemonía de la clase letrada como el elemento básico del orden político al
que
aspira.Esta generación recoge de Cousin el principio de la soberanía de la razón. Esa mi
smaconvicción colorea la discusión sobre el papel del sufragio en el orden político que
la NuevaGeneración propone y caracteriza como
democrático.Es la inesperada agudización de los conflictos políticos a partir de 1838, co
n elentrelazamiento de la crisis uruguaya y la argentina y los comienzos de la intervenci
ónfrancesa, la que lanza a una acción más militante a este grupo que se había creído
hastaentonces desprovisto de la posibilidad de influir de modo directo en un desarrollo
político,sólidamente estabilizado. Juan Bautista Alberdi se marcha a la Montevideo
antirrosista; un par de años más y Vicente Fidel López, participará del alzamiento
antirrosista en Córdoba; yMarco Avellaneda, llegado a gobernador de
Tucumán, contribuirá a volcar a todo el Norte almismo alzamiento.El problema de la
coherencia política de ese frente antirrosista que se había formado, nisiquiera se plantea.
Para la generación sólo puede hallarse en la mente de quienes dirigen el proceso, es
decir en la elite ilustrada. Esto crea una relación entre ésta y aquellos a quienesaspira
dirigir, una actitud manipuladora, ya que los ve como meros instrumentos y no
comoaliados.
Las transformaciones de la realidad argentina
En 1847 Alberdi publica desde Chile, un breve escrito destinado a provocar escándalo.
En “LaRepública Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo” traza
un retrato favorable




del país que le está vedado. A su juicio, la estabilidad política alcanzada gracias a la
victoria deRosas, no sólo ha hecho posible una prosperidad que desmiente los
pronósticos adelantados por sus enemigos, sino –al enseñar a los argentinos a obedecer–
ha puesto finalmente las basesindispensables para cualquier institucionalización del
orden político.Más preciso es el cuadro que dos años antes que Alberdi, traza Sarmiento
en la tercera parte desu Facundo. Comienza a advertir en 1845 que la Argentina surgida
del triunfo de Rosas de1838-1842, es ya irrevocablemente distinta. Si Sarmiento
excluye la posibilidad de que Rosastome a su cargo la instauración de un orden basado
precisamente en esos cambios
de maneramás explícita que Alberdi, convoca a colaborar en esa tarea a quienes han cre
cido en prosperidad e influencia gracias a la paz de Rosas. La diferencia capital entre el
Sarmiento de1845 y el Alberdi de 1847 debe buscarse en la imagen que uno y otro se
forman de la etapa posrosista. Para Sarmiento, ésta debe aportar algo más que
institucionalización; lo más urgentees acelerar el ritmo del progreso. El legado más
importante del rosismo, no le parece consistir en la creación de hábitos de obediencia
resaltados por Alberdi, sino en una red de interesesconsolidados por la prosperidad
alcanzada gracias a la dura paz rosista. En Sarmiento, Rosasrepresenta para entonces,
el último obstáculo para el definitivo advenimiento de esa etapa de paz y progreso;
aparece simplemente como un estorbo.Correspondió a un veterano unitario, Florencio
Varela, sugerir una estrategia política basadaen la utilización de lo que él creía, era la
más flagrante contradicción del orden interno deRosas. Descubre esa fisura en la
oposición entre Buenos Aires y las provincias del Litoral, lasque encontrarían sus
aliados naturales en Paraguay y Brasil en la futura coalición antirrosista.El tema clave
era la apertura de los ríos interiores, que ya había sido reclamada por los bloqueadores
anglo–franceses en 1845.
La Argentina es un mundo que se transforma
Los cambios cada vez más acelerados de la economía mundial ofrecen oportunidades
nuevas para la Argentina; suponen también riesgos más agudos. No es sorprendente hall
ar esaconclusión en la pluma de un agudo colaborador de Rosas, José María Rojas y
Patrón, paraquien la manifestación de esa acrecida presión externa ha de ser una
incontenible inmigracióneuropea. Espera mucho de bueno de esa conmoción que será la
inmigración para la sociedadrioplatense, pero por otra parte teme que esa marea humana
arrase con las instituciones.A primera vista, es sorprendente ver que Sarmiento coincide
con esa lectura, aunque para él,sólo un Estado más activo puede esquivar los peligros.
El proyecto nacional en el período rosista
La caída de Rosas en febrero de 1852, no introdujo ninguna modificación sustancial en
lareflexión en curso sobre el presente y el futuro de la Argentina, pero inclinó a
acelerar propuestas más precisas. Así en menos de un año a partir de Caseros, iba a
completarse unabanico de proyectos alternativos.1) La alternativa reaccionaria:Félix
Frías aspira al orden, al que concibe como aquel régimen que asegure el
ejercicioincontrastado y pacífico de la autoridad política por parte de “los mejores”. Ello
será
posiblecuando las masas populares hayan sido devueltas a una espontánea obediencia p
or elacatamiento universal a un código moral apoyado en las creencias religiosas
compartidas por esas masas y sus gobernantes.2) La alternativa
revolucionaria:Echeverría saludó en las jornadas de febrero, el nacimiento de una nueva
era. Fue más allá alseñalar como legado de la revolución el “fin del proletarismo, forma
postrera de esclavitud
delhombre por la propiedad”. El programa social de algunos sectores revolucionarios es

condenado por irrelevante en el contexto hispanoamericano. Para Sarmiento, la guerra
del ricocontra el pobre es una idea que lanzada a la sociedad, puede un día estallar. Es la
educación para él, quien hará ineficaz cualquier prédica disolvente.3) Una nueva
sociedad ordenada conforme a razón.Mariano Fragueiro publicó en 1850 su
Organización del Crédito. Toca al Estado
monopolizar el crédito público. La transferencia del crédito a la esfera estatal
es justificada por unadistinción entre los medios de producción sobre los cuales los
derechos de propiedad privada – según él– deben continuar ejerciéndose; y la moneda
que “no es producto de la industria privada ni es capital”. Así, moneda y crédito no
integran por su naturaleza misma la esfera privada. La estatización del crédito, debe
hacer posible al Estado “la realización de empresas ytrabajos públicos.4) El
autoritarismo progresista de Juan bautista Alberdi.El programa ofrecido en las Bases
había sido desarrollado a partir del trabajo de Fragueiro de1850. La solución
propugnada por Alberdi, combina rigor político y activismo económico, pero rehúsa ver
en la presión acrecida de las clases desposeídas el estímulo principal para
esamodificación en el estilo de gobierno. Por el contrario, él aparece como un instrumen
tonecesario para mantener la disciplina de la elite, cuya tendencia a las querellas
intestinas, sigue pareciendo la más peligrosa fuente de inestabilidad política.Para
Alberdi, el bienestar que el avance de la economía hace posible, no sólo está destinado
acompensar las limitaciones impuestas a la libertad política, sino también a atenuar laste
nsiones sociales.Para Alberdi, una sociedad más compleja y una nueva economía serán
forjadas bajo la férreadirección de una elite política y económica consolidada en su
prosperidad por la paz de Rosas.Crecimiento económico significa para Alberdi,
crecimiento acelerado de la producción, sinelemento.Ese proyecto de cambio
económico, a la vez acelerado y unilateral, requiere un contexto político preciso, que
Alberdi describe bajo el nombre de república posible. La complicadaestructura
institucional que para ella se propone en las Bases, busca impedir que el
régimenautoritario sea también un régimen arbitrario. La eliminación
de la arbitrariedad, es vista por Alberdi como el requisito ineludible para lograr el ritmo
de crecimiento económico que juzgadeseable.La apelación al trabajo y capital
extranjero constituye el mejor instrumento para el
cambioeconómico acelerado. El país necesita población, pero además, ve la inmigración
comofundamentalmente de capitalistas. Para esa inmigración destinada a traer todos los
factores dela producción salvo la tierra, se prepara el aparato político que Alberdi
propone.La justificación de la república posible, es que está destinada a dejar paso a la
repúblicaverdadera, la cual se realizará sólo cuando el país haya adquirido una
estructura económica ysocial comparable a la de las naciones que han creado y son
capaces de conservar ese
sistemainstitucional.Alberdi hace de los avances de la instrucción un instrumento import
ante de progresoeconómico y social. Un exceso de instrucción, atenta contra la
disciplina necesaria en los pobres.5) Progreso sociocultural como requisito del progreso
económico.Sarmiento elaboró una imagen del nuevo camino que la Argentina debía
tomar, que



rivalizacon el de Alberdi, al que además supera en riqueza de perspectivas y   contenid
o. Laimportancia de la palabra escrita se le aparece a Sarmiento como decisiva. Si esa
sociedad

requiere una masa letrada es porque requiere una vasta masa de consumidores; para
crearla no basta la difusión del alfabeto, es necesaria la del bienestar y de las
aspiraciones a la mejoraeconómica a partes cada vez más amplias de la población
nacional. Para esa distribución del bienestar a sectores más amplios, debe ofrecer una
base sólida: la de la propiedad de la tierra.Sarmiento no dejará de condenar la
concentración de la propiedad.Veía en la educación un instrumento de conservación
social, no porque pudiese disuadir al pobre de cualquier ambición de mejorar su lote,
sino porque debía ser capaz, a la vez que desugerirle esa ambición, de indicarle los
modos de satisfacerlas en el marco social existente.El ejemplo de los Estados Unidos,
persuadió a Sarmiento de que la pobreza del pobre no teníanada de necesario. Lo
persuadió también de que la capacidad de distribuir bienestar a sectorescada vez más
amplios no era solamente una consecuencia positiva del orden económico, sinouna
condición necesaria para la viabilidad económica de ese orden. La imagen del
progresoeconómico que madura en Sarmiento postula un cambio de la sociedad en su
conjunto, nocomo resultado, sino como precondición del orden.Respecto a esto Alberdi
había planteado que la Argentina sería renovada por la fuerza delcapitalismo en avance;
había en el país grupos dotados ya de poderío político y económico,que estaban
destinados a recoger los provechos de esa renovación y el servicio de la eliteletrada
sería revelarles dónde estaban sus propios intereses, para luego prepararse a
morir.Sarmiento no cree con la misma fe que las consecuencias del avance de la nueva
fuerzaeconómica sobre las áreas marginales sean siempre benéficas. Postula un poder
político consuficiente independencia de ese grupo dominante para imponer por sí
rumbos y límites a esealuvión de energías económicas. ¿Quiénes han de ejercer ese
poderío político y en qué seapoyarán para ello? Nunca se planteó la respuesta a la
segunda pregunta; en cuanto a la primera, es desde luego la elite letrada, de la que se
declara orgulloso integrante. No descubreningún otro sector habilitado para asumir
esa tarea y desde entonces se resigna a que su carrera política se transforme en una
aventura estrictamente personal, aunque no sea esa una soluciónque Sarmiento
encuentre admirable.
Treinta años de discordia
Luego de 1852 el problema urgente no fue cómo utilizar el poder legado por Rosas a
susenemigos, sino cómo erigir un sistema de poder en reemplazo del que fue barrido en
Caseros.A Juicio de Sarmiento, Urquiza no está dispuesto a poner su poder al servicio
de una políticade rápido progreso como las que él y Alberdi proponen. La convicción de
que así estaban lascosas había llevado a Sarmiento de nuevo a Chile y a marginarse de
la política argentina. Loque lo devuelve a ella es el descubrimiento de que Urquiza no
ha sabido hacerse el heredero deRosas; no hay en Argentina una autoridad
irrecusable.Para Alberdi, la creación en Buenos Aires de un centro de poder rival del
que reconocía por jefe al general Urquiza, podía sólo tener consecuencias
calamitosas.1) Las facciones resurrectas.Como temía Alberdi, un periodismo formado
en el clima de guerra civil que acompañó laetapa rosista, se esfuerza por mantenerse
vivo.Caseros ha puesto en entredicho la hegemonía de Buenos Aires y ha impuesto la
búsqueda deun nuevo modo de articulación entre esta provincia, el resto del país y los
vecinos.La caída de Rosas deja un vacío que llenan mal los sobrevivientes de la política
prerrosista,como por ejemplo Vicente López y Planes, designado por Urquiza,
gobernador de BuenosAires.Ese vacío será llenado entre junio y diciembre de 1852; un
nuevo sistema de poder serácreado; habrá surgido una nueva dirección política con una
nueva base urbana y un sosténmilitar improvisado, pero suficiente para jaquear la
hegemonía que Entre Ríos creyó ganar en




Caseros. El 11 de setiembre de 1852, marca la fecha de una de las pocas
revolucionesargentinas que marcan un punto de inflexión en su vida política.2) Nace el
Partido de la Libertad.A fines de junio de 1852, la recién elegida Legislatura de la
Provincia de Buenos Aires rechazalos términos del Acuerdo de San Nicolás, por el que
las provincias otorgan a Urquiza ladirección de los asuntos nacionales durante el
periodo constituyente. El héroe de la jornada esBartolomé Mitre. Quien será portavoz
de una ciudad y una provincia que no ha renunciado adefender la causa de la
libertad.Está renaciendo algo que faltaba en la ciudad desde hacía veinte años: una vida
política. Peroel éxito parlamentario de junio fue contrarrestado por un golpe de estado
de Urquiza, dispuestoa volver a la obediencia a Buenos Aires.La ocupación militar
entrerriano–correntina se hace pronto insostenible y el 11 de setiembre seasiste a un
alzamiento exitoso. Pero esos advenedizos no están solos; junto con ellos selevantan
los titulares del aparato militar creado por Rosas. Unos y otros reciben
el inmediatoapoyo de las clases propietarias de ciudad y campaña.Cuando el
movimiento vencedor en Buenos Aires busca expandirse al Interior, amenazandoasí
inaugurar un nuevo ciclo de guerras civiles, ese aparato militar se alza. No logra
derrocar algobierno de la ciudad y Urquiza decide darle su apoyo bloqueando
navalmente Buenos Aires.La provincia pasa la prueba, Urquiza se retira una vez más y
la organización militar de lacampaña es cuidadosamente reestructurada para que no
pueda volver a ser un contrapeso de laGuardia Nacional de Infantería que es ahora la
expresión armada de la facción dominante en laciudad.El partido impone una conexión
nueva entre dirigente y séquito político. El énfasis en el partido, lleva a los políticos a
un esfuerzo por buscar un pasado para ese partido. En estemarco, el retorno de los restos
de Rivadavia –sobre cuya acción política la generación de 1837había dado un juicio
muy duro– lejos de marcar una vuelta al conflicto interno, viene a
coronar un largo esfuerzo integrador en que Buenos Aires se reconcilia consigo misma.
Laresurrección de una tradición política que a partir de 1837 había sido declarada
muerta, renacede la identificación entre la tradición unitaria y la causa de Buenos Aires.
Esa tradición seadecua a las necesidades de una Buenos Aires que luego de su derrota
en Caseros, debereivindicar más explícitamente que nunca, su condición de escuela y
guía política de la enteranación.Por su parte, al mantener su identificación intransigente
con la causa del progreso –viene aafirmarnos Mitre– el Partido de la Libertad que ha
nacido, no hará sino reflejar lo que lasociedad porteña mantiene desde su origen. Pero
Mitre definió sus posiciones programáticassobre puntos tan variados como el impuesto
al capital, la convertibilidad del papel moneda y lacreación de un sistema de asistencia
pública. Pero no hay duda de que esas definiciones programáticas no podrían ser las de
un partido que pretendiese representar armoniosamentetodas las aspiraciones que se
agitan en la sociedad. Esas indefiniciones de 1852, quedaránhasta tal punto
incorporadas a la tradición política argentina que seguirán gravitando hastanuestros
días.La movilización política urbana en Buenos Aires no tuvo efectos duraderos; sería
agotada por una desmesurada victoria: a partir de 1861 el Partido de la Libertad, intenta
la conquista del país y no sólo fracasa sino que destruye las bases mismas desde las que
ha podido lanzar suofensiva.3) El Partido de la Libertad a la conquista del país




Buenos Aires va a mantener dos conflictos armados con la Confederación. Derrotada en
1859admite integrarse a su rival, pero obtiene de éste el reconocimiento del papel
director dentro dela provincia de quienes la han mantenido
disidente.Vencedora en 1861, su victoria provoca el derrumbe del gobierno de la Confe
deración, presidido por Derqui y sólo tibiamente sostenido por Urquiza. Mitre,
gobernador de BuenosAires, advierte muy bien los límites de su victoria, que pone a su
cargo la reconstitución delEstado federal, admite que los avances del partido de la
Libertad no podrían alcanzar a las provincias mesopotámicas que quedan bajo la
influencia de este y parece dispuesto a admitir también que en algunas de las provincias
interiores la base local para establecer el predominioliberal es tan exigua, que no debe
siquiera intentarse.El vencedor de Pavón, admite en cambio la remoción de los
gobiernos provinciales de signofederal en el Interior, hecha posible por la presencia de
destacamentos militares de BuenosAires, y en el Norte, por los ejércitos de Santiago del
Estero y los hermanos Taboada.
Esaempresa afronta la resistencia de La Rioja, aparentemente doblegada cuando su máxi
mocaudillo –el Chacho Peñaloza– es vencido y ejecutado. No obstante, la escisión del
liberalismo porteño, no pudo ser evitada luego de
Pavón.Mitre, sacudida ya su base provincial, busca consolidarla mediante la supresión d
e laautonomía de Buenos Aires, que una ley nacional dispone colocar bajo la
administracióndirecta del gobierno federal. La Legislatura rehúsa su asentimiento; Mitre
se inclina ante ladecisión pero no logra evitar que la erosión de su base porteña quede
institucionalizada en laformación de una facción liberal antimitrista: la autonomista, que
en pocos años se hará delcontrol de la provincia.La división del liberalismo porteño va a
gravitar en la ampliación de la crisis política cuyaintensidad Mitre había buscado paliar
mediante su acercamiento a Urquiza. Pero lo que
sobretodo va a agravarla es su internacionalización. La victoria liberal de 1861 sólo pue
deconsolidarse a través de conflictos externos. Es el entrelazamiento entre las luchas
facciosasargentinas y uruguayas lo que conduce a ese desenlace.El predominio blanco
asegurado en Quinteros, va a afrontar el desafío de espadas veteranas delcoloradismo
que han encontrado en Buenos Aires, lugar en el ejército disidente.
La CruzadaLibertadora que el general Flores lanza sobre su país, cuenta con el apoyo de
Buenos Aires. Asu vez, el cruzado colorado contará con otro apoyo externo aún más
abierto: el imperio delBrasil.Si la pasividad de Urquiza despierta reprobación entre los
federales, los liberales autonomistashallan posible acusar de pasividad a Mitre. Esos
reproches se harán más vivos cuando el joven presidente de Paraguay, Francisco Solano
López, juzgando oportuno el momento, entre en laliza en defensa del equilibrio
rioplatense que proclama amenazado por la intervención
delimperio en el Uruguay. López espera contar con el apoyo de Urquiza a más del queo
bviamente tiene derecho a esperar del gobierno blanco. Los autonomistas urgen a Mitre
a quelleve a Argentina a la guerra del lado del Brasil. Por su parte Mitre busca evitar
que la guerrallegue como una decisión independiente de su gobierno. Cuando
López decide atacar aCorrientes luego de que le ha sido denegado el paso con sus tropas
por Misiones, logra hacer de la entrada de la Argentina en el conflicto, la respuesta a
una agresión externa. Pero en lamedida en que la guerra no ha de servir para la
definitiva limpieza de los últimos reductosfederales, ella pierde buena parte del interés
para la facción autonomista.El esfuerzo que la guerra impone acelera la agonía del
Partido de la Libertad. Urquiza ha vistoreconocida en el nuevo orden una influencia que
espera poder ampliar apenas dejen de
hacersesentir los efectos inmediatos de la victoria de Buenos Aires en un Interior en que
elfederalismo sigue siendo la facción más fuerte. Asistirá así como espectador dispuesto
sólo acomentarios ambiguos al gran alzamiento federal de 1866-67, que desde Mendoza
a Saltaconvulsiona todo el Interior andino, pero esta línea política que adopta se
revelará suicida.

Como se ve, no es sólo la erosión de su base política porteña la que ocasiona la
decadencia delmitrismo; es también el hecho –de que en el contexto institucional
adoptado por la nación– esa base no bastaría para asegurar un predominio nacional no
disputado.El Partido de la Libertad ya no existe, Mitre lo ha destruido. Mitre traicionó a
los de su partidocuando proclamó la espectabilidad del caudillo Urquiza, cuando aceptó
como sus aliados en elInterior a los Taboada, cuando favoreció en el Uruguay la causa
de ese otro traidor a sus principios Flores, la traicionó aun más cuando desencadenada la
guerra con el Paraguay pactócon el Imperio brasileño, alianza contraria
al republicanismo de su partido. A esa bancarrotamoral, siguió la bancarrota política.4)
De la reafirmación del federalismo a la definición de una alternativa a las
tradicionesfacciosas.La caída de Rosas había significado un punto de inflexión en la
trayectoria del federalismo. Lasolidaridad del partido encontraba a su vez
una nueva base en la identificación con
laConstitución Nacional de 1853. La secesión de Buenos
Aires devolverá a primer planomotivos antiporteños a los que había puesto sordina la
hegemonía rosista. Ese federalismoconstitucionalista y antiporteño es el que debe hallar
modo de sobrevivir a Pavón.El jefe nacional del federalismo, Urquiza, no ha sido
despojado por Pavón de un lugar legítimoen la vida política argentina. Ese federalismo
que debe resurgir, desenvuelve los esfuerzos por hacer de Urquiza un candidato a la
sucesión constitucional de Mitre.Sarmiento es presidente en 1868 contra los deseos de
Mitre. Falto de apoyo partidario propio,Sarmiento se acerca a Urquiza dándose así la
posibilidad de una nueva alineación en que elfederalismo puede aspirar a ganar
gravitación decisiva.El liberalismo mitrista aparece así como contrario a las tendencias
de nuevo dominantes enEuropa. No sólo los
voceros del federalismo comienzan a golpear ese flanco débil delmitrismo. También
desde el liberalismo se proclamará una creciente decepción hacia



él.Pocos meses    después de recibir la visita de Sarmiento, Urquiza es asesinado por los
participantes en la revolución provincial que ponen en el poder a Ricardo López Jordán,
el
másimportante de sus segundones. José Hernández, político federal, quiere creer que au
n es posible salvar el frágil entendimiento entre el gobierno nacional y el federalismo
entrerriano
yse declara seguro de que López Jordán condenará ese crimen. Luego de la derrota del j
ordanismo queda la crisis abierta con la candidatura de Avellaneda para suceder a
Sarmiento,y su culminación en la infortunada rebelión militar encabezada por Mitre en
1874.
El consenso después de la discordia
1) Los instrumentos del cambio.Sarmiento impone sin duda una reorientación seria a la
educación primaria y popular.La inmigración despierta reacciones más matizadas que
sin embargo tampoco alcanzan a poner en duda la validez de esa meta. La confrontación
entre las propuestas renovadoras y losresultados de su aplicación, es menos fácil de
esquivar en el área económica.Sólo ocasional y tardíamente se discutirá la apertura
sistemática al capital y la iniciativaeconómica extranjera; con mayor frecuencia se oirán
protestas contra la supuesta timidez conque se las implementa. En Buenos Aires el
hecho de que el primer ferrocarril, creado por iniciativa de capitalistas locales, pase
luego a propiedad de la provincia, es visto por muchoscomo una anomalía. En 1857
Sarmiento ha subrayado que el único modo de acelerar lacreación de la red ferroviaria
es dejarla a cargo de la iniciativa extranjera que debe ser
atraídamediante generosas concesiones en tierras, condenadas éstas a ser insuficienteme
nteexplotadas mientras falten medios de comunicación.Por una larga etapa el
librecambismo va a ser reconocido como un principio doctrinarioirrecusable, sin
embargo la necesidad de proteger ciertos sectores, va a ser vigorosamente

subrayada. Un sólido consenso va a afirmarse en torno a los principios básicos de lareno
vación económica. Sólo en la década del
setenta, algo parecido a un debate sobre principios económicos, comienza a
desarrollarse en torno al proteccionismo, que adquiere unanueva respetabilidad al ser
presentado como alternativa válida a un librecambismo a vecesrecusado en los
hechos.Una razón para que la disidencia que
el proteccionismo implica permanezca en límitesestrechos, es que en su versión más
extrema, el proteccionismo, recusa la teoría de divisióninternacional del
trabajo, sobre lo cual hay general consenso en aprobar. Lo que no seexamina, es si, al
margen de la política económica del gobierno argentino, la nueva inclusiónen la
economía mundial no está consolidando un lazo de desigualdad de intercambio difícil
demodificar. Lo que ocurre es que hay una fe en que está abierto a la Argentina el
camino que lacolocará en un nivel de civilización, poderío económico y político,
comparable al alcanzado por las potencias europeas.
La campaña y sus problemas
Durante la etapa de separación de Buenos Aires, una coyuntura especialísima hizo
posible unaformulación del proyecto de transformación social que Sarmiento había
declarado esencial para la creación de una nueva nación.En nombre del gaucho errante,
estigmatiza un sistema que expulsa a los hombres para dar másancho lugar a los
ganados. Su propuesta se plasmó en el proyecto de reforma agraria que presentó en
1860 como ministro de Mitre, que propone para el área destinada a ser servida por la
continuación del Ferrocarril Oeste –justificada por la necesidad de asegurar rentabilidad
a lalínea– y que permite a los terratenientes conservar sólo la mitad de la tierra que
poseen. Laidea que lo domina es que la eliminación del primitivismo socio–cultural de
la campaña, exigela eliminación del predominio ganadero.El tránsito de una economía
ganadera a una agrícola es visto como el elemento básico delascenso de una entera
civilización a una etapa superior, idea que es compartida también por losfederales. En
esa noción se apoya también el vasto consenso que propone la colonizaciónagrícola de
la campaña como solución para el atraso y los problemas socio–políticos de laentera
nación.El programa de cambio rural mediante la colonización agraria está representado
por la propuesta de formación de colonias con hijos del país. Se trata de un programa de
renovaciónrural definido en diálogo exclusivo con los grupos dominantes, por lo cual no
puede sinoaceptar de antemano la necesidad de adecuar sus alcances a las perspectivas
de esos grupos.
Balances de una época
En 1879 fue conquistado el territorio indio; al año siguiente el conquistador del desierto
era presidente tras doblegar la resistencia armada de Bs As, que veía así perdido el
último resto desu pasada hegemonía. La victoria hizo posible separar de la provincia a
la capital. Nadaquedaba en la nación que fuese superior a la nación misma. El triunfo de
Roca era el delEstado central.La Argentina es al fin una, porque ese Estado nacional,
lanzado desde Buenos Aires a laconquista del país, en diecinueve años ha coronado esa
conquista con la de Buenos Aires. Lanueva etapa de la historia argentina no ha
comenzado en 1852, está sólo comenzando en 1880.En ella dominará el lema de “paz y
administración”.El primer objetivo del nuevo presidente es la creación de un ejército
moderno; el segundo elrápido desarrollo de las comunicaciones; el tercero, acelerar el
poblamiento de los territorios.
EDITADO: Es un resumen que explica el período comprendido entre 1852 a 1880 visto desde el punto de vista de los
autores abajo mencionados. Insisto, es una ficha bibliográfica de dos libros que expresan dos teorías que no se
contraponen porque cada uno toma un aspecto diferente: la Penetración material y la penetración ideológica.

Los que leen historia saben que no es fácil encontrar el estado de la cuestión en Halperín Donghi. Oszlak es quien
escribe mas detallado y con cantidad de notas al pié.

Con respecto a las fotos, no corresponde ponerlas ya que es un tema tratado desde el punto de vista de un análisis
historiográfico. Insisto, esto no es para aprender que pasó en forma fáctica sino para entender los procesos desde
distintas visiones.

Historia Argentina de 1852 a 1880


1º Conquista de Buenos Aires Caseros Urquiza derrota a Rosas (1852)
El litoral derrota a Buenos Aires.
2º Conquista de Buenos Aires La Capitalización es una nueva conquista de Buenos Aires que se resistía a la misma.
Roca a cargo del ejército, en el Gobierno de Avellaneda derrota a Tejedor al gobernador de Buenos Aires.

Dos choques: Cepeda y Pavón

Alzamientos: Peñaloza y Varela, ambas después de Pavón.

Costosa guerra: con Paraguay Guerra de la Triple Alianza

Halperín Donghi plantea en su hipótesis el problema entre Caseros y la derrota de Buenos Aires con su capitalización.
En 1880 el Estado Nacional ya funciona como tal en 1880. Avellaneda derrota a Tejedor.
Antes: Confederación urquicista y por otro lado en los primeros 10 años después de Caseros al Estado de Buenos
Aires.
Pavón es la victoria de Mitre, el fracaso de la Confederación Urquicista.
Cuando gana Buenos Aires hay disconformidad de los Caudillos del interior y es resistida. Peñaloza y Varela
derrotados por el Ejército Nacional utilizado en Pavón.
Según Oszlak, el Estado utilizó no sólo la fuerza, sino además la cooptación, es decir que atrajo o sedujo a las élites
provinciales del interior, les dio un lugar. Además menciona la Penetración material con los Ferrocarriles que les da la
posibilidad de expandir su mercado interno nacional a esas provincias, no para exportar sino para poder vender sus
productos en Buenos Aires. Otra cosa fue la creación de las escuelas secundarias
para crear el Estado y la Identidad Nacional, esto es la Penetración ideológica.

Coerción y cooptación: Penetración material e ideológica.

Construcción de una economía capitalista en expansión, agraria y exportadora. Los beneficios de la exportación son
para Buenos Aires, es cierto, pero también hay que tener en cuenta que las economías interiores crecieron como el
azúcar de Tucumán (el autor re categoriza en que Tucumán a su vez es un centro con respecto a Catamarca), y el vino
de Cuyo.
Las élites del interior y Buenos Aires crean un vínculo y alianza política y acuerdo que hacen posible la Construcción
de un Estado Nacional.
Halperín Donghi diferencia entre lo que dijo la Historiografía Clásica y la crítica que le hace el Revisionismo, y lo que el
mismo cree. Su hipótesis es en este punto que hay una distancia entre el antiguo legado político de Rosas y sus
adversarios para ser sus herederos. Si en el orden internacional el legado rosista fue permanente, en la unidad interna
fue efímera. La hegemonía sobre Buenos Aires se derrumbó a la caída de Rosas. Los herederos, sin embargo creían
que era un legado rosista y que solo faltaba un matíz Constitucional para edificar la Nación, pero descubren que tienen
que hacer al mismo tiempo la Nación y el Estado que no había hecho Rosas.

En 1880 la etapa de creación de una realidad nueva puede considerarse cerrada. No porque la Nueva Nación haya
sido edificada, sino que se ha culminado la construcción del Estado Nacional que se creía pre existente.

En 1880 hay un Estado Nacional, que terminará mucho después en una Nación con varias cosas mas (Leyes Laicas,
Ley 1420, Servicio Militar Obligatorio, etc.). Desde 1880 hay una Nueva Nación, de eso no hay dudas.

En resumen, según Halperín Donghi, hay una hipótesis doble, por un lado lo que caracteriza la etapa es construir y
elaborar un proyecto, pero la clave de los 30 años de discordia está en la distancia entre el legado que creían que
Rosas había dejado y el que realmente les dejó. El revisionismo tiene una lectura equívoca, según el autor, al
considerar que Rosas tenía o, mejor dicho, dejó un legado de Nación y unidad.

Mais conteúdo relacionado

Mais procurados

François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»
François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»
François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»Universidad de Chile
 
Carlos real de azúa
Carlos real de azúa Carlos real de azúa
Carlos real de azúa anaburgue83
 
‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...
‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...
‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...HAV_VI
 
Informe sobre centroamerica y su propuesta poetica
Informe sobre centroamerica y su propuesta poeticaInforme sobre centroamerica y su propuesta poetica
Informe sobre centroamerica y su propuesta poeticaainelid
 
Ernesto guevara una reflexión de largo aliento
Ernesto guevara una reflexión de largo alientoErnesto guevara una reflexión de largo aliento
Ernesto guevara una reflexión de largo alientoRafael Verde)
 
Herbert Read - Al diablo con la cultura.
Herbert Read - Al diablo con la cultura.Herbert Read - Al diablo con la cultura.
Herbert Read - Al diablo con la cultura.David Rivera
 
Mi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigosMi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigosCarlos Herrera Rozo
 
Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010
Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010
Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010David Espinoza
 
Mi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigosMi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigosCarlos Herrera Rozo
 
La propuesta analítica de Stavenhagen
La propuesta analítica de StavenhagenLa propuesta analítica de Stavenhagen
La propuesta analítica de Stavenhagengusesteban
 
Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...
Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...
Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...Miguel Angel Zamora
 
Estudios criticos sobre hamlet
Estudios criticos sobre hamletEstudios criticos sobre hamlet
Estudios criticos sobre hamletPixelPrima
 
Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.
Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.
Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.David Rivera
 
7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion
7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion
7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccionRodrigo Arrau
 
Arte y Tecnología
Arte y TecnologíaArte y Tecnología
Arte y TecnologíaDIANA PARIS
 

Mais procurados (20)

François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»
François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»
François Fédier «Seminario acerca de pensar y ser»
 
Deconstruyendo a donghi
Deconstruyendo a donghiDeconstruyendo a donghi
Deconstruyendo a donghi
 
Carlos real de azúa
Carlos real de azúa Carlos real de azúa
Carlos real de azúa
 
Dos santos
Dos santosDos santos
Dos santos
 
‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...
‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...
‐De la Villa, Rocío "El origen de la crítica de arte y los salones" En: Guasc...
 
Informe sobre centroamerica y su propuesta poetica
Informe sobre centroamerica y su propuesta poeticaInforme sobre centroamerica y su propuesta poetica
Informe sobre centroamerica y su propuesta poetica
 
Ernesto guevara una reflexión de largo aliento
Ernesto guevara una reflexión de largo alientoErnesto guevara una reflexión de largo aliento
Ernesto guevara una reflexión de largo aliento
 
Herbert Read - Al diablo con la cultura.
Herbert Read - Al diablo con la cultura.Herbert Read - Al diablo con la cultura.
Herbert Read - Al diablo con la cultura.
 
Mi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigosMi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigos
 
Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010
Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010
Heine y el_final_del_periodo_artistico-_velasco_alianza_2010
 
Marx manuscritos
Marx   manuscritosMarx   manuscritos
Marx manuscritos
 
Tema Historiografia
Tema HistoriografiaTema Historiografia
Tema Historiografia
 
Mi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigosMi regalo de navidad para mis amigos
Mi regalo de navidad para mis amigos
 
La propuesta analítica de Stavenhagen
La propuesta analítica de StavenhagenLa propuesta analítica de Stavenhagen
La propuesta analítica de Stavenhagen
 
Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...
Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...
Cp18 el desvanecimiento del tiempo y la estetización de la espacialidad polít...
 
Estudios criticos sobre hamlet
Estudios criticos sobre hamletEstudios criticos sobre hamlet
Estudios criticos sobre hamlet
 
Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.
Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.
Néstor Kohan - Desafíos actuales de la Teoría Crítica.
 
7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion
7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion
7240021 boltanski-y-chiapello-el-nuevo-espiritu-del-capitalismo-introduccion
 
Arte y Tecnología
Arte y TecnologíaArte y Tecnología
Arte y Tecnología
 
ZEA Y LA FILOSOFÍA IBEROAMERICANA
ZEA Y LA FILOSOFÍA  IBEROAMERICANAZEA Y LA FILOSOFÍA  IBEROAMERICANA
ZEA Y LA FILOSOFÍA IBEROAMERICANA
 

Destaque (6)

Halperin donghi -_revolucion_y_guerra
Halperin donghi -_revolucion_y_guerraHalperin donghi -_revolucion_y_guerra
Halperin donghi -_revolucion_y_guerra
 
Bernardino rivadavia
Bernardino rivadaviaBernardino rivadavia
Bernardino rivadavia
 
Domingo faustino sarmiento
Domingo faustino sarmientoDomingo faustino sarmiento
Domingo faustino sarmiento
 
Caudillos (justo josé de urquiza)
Caudillos (justo josé de urquiza)Caudillos (justo josé de urquiza)
Caudillos (justo josé de urquiza)
 
Presidencia bernardino rivadavia
Presidencia bernardino rivadaviaPresidencia bernardino rivadavia
Presidencia bernardino rivadavia
 
Juan Manuel de Rosas
Juan Manuel de RosasJuan Manuel de Rosas
Juan Manuel de Rosas
 

Semelhante a Donghi

Las fundaciones-de-la-literatura-argentina
Las fundaciones-de-la-literatura-argentinaLas fundaciones-de-la-literatura-argentina
Las fundaciones-de-la-literatura-argentinaBeatriz Lopez
 
Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251
Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251
Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251Pedro Lima
 
Ortega-espana invertebr - desconocido
  Ortega-espana invertebr - desconocido  Ortega-espana invertebr - desconocido
Ortega-espana invertebr - desconocidoJavier SaaDapart
 
Lara martíinez crisis de la novela
Lara martíinez crisis de la novelaLara martíinez crisis de la novela
Lara martíinez crisis de la novelaAlexander Escobar
 
La era del capital por Eric Hobsbawm
La era del capital por Eric HobsbawmLa era del capital por Eric Hobsbawm
La era del capital por Eric HobsbawmTati Mils
 
Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875
Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875
Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875CARLALURATI
 
CULTURA POLÍTICA GUAM
CULTURA POLÍTICA GUAMCULTURA POLÍTICA GUAM
CULTURA POLÍTICA GUAMNameless RV
 
Dialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistado
Dialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistadoDialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistado
Dialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistadoZuburbios Gramatik
 
Luces y sombras de la historiografia brasileña
Luces y sombras de la historiografia brasileñaLuces y sombras de la historiografia brasileña
Luces y sombras de la historiografia brasileñaJavier Gustavo Bonafina
 
resumen-de-jose-carlos-mariategui (4).doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui (4).docresumen-de-jose-carlos-mariategui (4).doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui (4).docJosMaraNSalasLancha
 
resumen-de-jose-carlos-mariategui.doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui.docresumen-de-jose-carlos-mariategui.doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui.doclyman3
 
“CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz...
 “CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz... “CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz...
“CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz...ali
 
Trabajo práctico sobre roberto arl
Trabajo práctico sobre roberto arlTrabajo práctico sobre roberto arl
Trabajo práctico sobre roberto arlCarolina Terraza
 

Semelhante a Donghi (20)

Las fundaciones-de-la-literatura-argentina
Las fundaciones-de-la-literatura-argentinaLas fundaciones-de-la-literatura-argentina
Las fundaciones-de-la-literatura-argentina
 
Los ríos profundos.pdf
Los ríos profundos.pdfLos ríos profundos.pdf
Los ríos profundos.pdf
 
Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251
Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251
Dialnet la estrategiadelfragmentoellibrodelosabrazosdeeduar-136251
 
Ortega-espana invertebr - desconocido
  Ortega-espana invertebr - desconocido  Ortega-espana invertebr - desconocido
Ortega-espana invertebr - desconocido
 
Lara martíinez crisis de la novela
Lara martíinez crisis de la novelaLara martíinez crisis de la novela
Lara martíinez crisis de la novela
 
Acerca de la literatura española
Acerca de la literatura españolaAcerca de la literatura española
Acerca de la literatura española
 
La era del capital por Eric Hobsbawm
La era del capital por Eric HobsbawmLa era del capital por Eric Hobsbawm
La era del capital por Eric Hobsbawm
 
Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875
Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875
Hobsbawm eric-la-era-del-capital-1848-1875
 
La era-del-capital
La era-del-capitalLa era-del-capital
La era-del-capital
 
CULTURA POLÍTICA GUAM
CULTURA POLÍTICA GUAMCULTURA POLÍTICA GUAM
CULTURA POLÍTICA GUAM
 
Dialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistado
Dialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistadoDialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistado
Dialéctica y deconstrucción del proceso colonial en una épica del conquistado
 
Luces y sombras de la historiografia brasileña
Luces y sombras de la historiografia brasileñaLuces y sombras de la historiografia brasileña
Luces y sombras de la historiografia brasileña
 
resumen-de-jose-carlos-mariategui (4).doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui (4).docresumen-de-jose-carlos-mariategui (4).doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui (4).doc
 
resumen-de-jose-carlos-mariategui.doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui.docresumen-de-jose-carlos-mariategui.doc
resumen-de-jose-carlos-mariategui.doc
 
“CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz...
 “CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz... “CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz...
“CARTA ABIERTA DE UN ESCRITOR A LA JUNTA MILITAR” (Rodolfo Walsh, 24 de Marz...
 
Barrientos
BarrientosBarrientos
Barrientos
 
Art.c.demasi
Art.c.demasiArt.c.demasi
Art.c.demasi
 
Trabajo práctico sobre roberto arl
Trabajo práctico sobre roberto arlTrabajo práctico sobre roberto arl
Trabajo práctico sobre roberto arl
 
Clase 1
Clase 1Clase 1
Clase 1
 
Ollantay Escalante Me
Ollantay Escalante MeOllantay Escalante Me
Ollantay Escalante Me
 

Donghi

  • 1. Si Una nación para el desierto argentino es uno de los textos más sugerentes y a la vez complejos de la vasta y celebrada producción historiográfica de Tulio Halperin Donghi, ello obedece a que ese escrito se estructura a partir del asedio continuo a un problema capital de la historia intelectual: el que persigue la dinámica histórica de las ideas en su entrevero con lo que convenimos en llamar lo real. Y es que, como supo decir Oscar Terán, "la historia de las ideas es la historia de la relación entre lo que son las ideas y aquello que no son las ideas".1 El libro de Halperin está construido precisamente como una historia que confronta los contornos de la ambiciosa iniciativa de un conjunto de letrados -los de la Generación de 1837- por diseñar un proyecto para lo que empieza a ser Argentina, con los resultados pormenorizados de esa tentativa. Sólo que ese cotejo está lejos de llevarse a cabo de modo lineal: antes bien, ese contrapunto entre ideas y realidad se despliega en un haz de planos diversos que, por la pluralidad de enfoques que conlleva, se revela altamente productivo no solamente para evaluar la suerte de ese grupo de intelectuales, sino también para iluminar importantes aspectos de la historia política, sobre todo, pero también social y económica, del decisivo período de organización nacional que va de mediados de siglo XIX a 1880. En efecto: si, tal como indica Halperin, dar cuenta "del complejo entrelazamiento de ideas y acciones que subtiende esa etapa es el propósito de la presente introducción" (p. 10), es decir, del texto que da cuerpo aUna nación para el desierto argentino,2 esa meta se descompone en su desarrollo en una miríada de direcciones que, a la vez que reconstruyen múltiples dimensiones del proceso histórico-de un modo tal que el resultado es la obtención de una versión panorámica del período-, colocan un interrogante nunca completamente despejado acerca de la eficacia de las ideas. Porque tal parece que, para servirse de la variedad de planos que la apertura de ese problema permite, Halperin lo presenta de un modo deliberadamente ambiguo. Esa ambigüedad se esboza en la exposición inicial de lo que juzga una excepcionalidad de la Argentina. Según señala, "sólo allí iba a parecer realizada una aspiración muy compartida y muy constantemente frustrada en el resto de Hispanoamérica: el progreso argentino es la encarnación en el cuerpo de la nación de lo que comenzó por ser un proyecto formulado en los escritos de algunos argentinos cuya única arma política era su superior clarividencia" (pp. 7-8; cursivas mías). La incógnita queda disimuladamente planteada en esa portentosa afirmación, y a partir de allí el recorrido propuesto por Halperin se beneficia de la gama de perspectivas que surgen de esa indeterminación propia de un fenómeno que parece, pero que no necesariamente es. Se encadenan entonces episodios de distinto calibre en los cuales las ideas, y con ellas los letrados que les dan vida, miden su fortuna en sus encuentros con lo real. En sucesivas encrucijadas históricas, se dibuja una travesía sinuosa que deja como saldo un cuadro ambivalente. Así, por caso, la Joven Generación del '37 conoce un primer y trágico fracaso en su pretensión de asumir una función tutora de una coalición antirrosista cuya coherencia "sólo puede hallarse en la mente de quienes suscitan y dirigen el proceso, que son desde luego los miembros de esa renovada elite letrada" (p. 15); aun así, esa derrota no impide que se refuerce en esas jóvenes figuras una "avasalladora pretensión de constituirse en guías del nuevo país", y con ello "la noción de que la acción política, para justificarse, debe ser un esfuerzo por imponer [...] un modelo previamente definido por quienes toman a su cargo la tarea de
  • 2. conducción política" (pp. 17-18). Ya en ese momento, miembros de ese grupo como Alberdi, Echeverría o Vicente Fidel López se destacan por ofrecer "análisis de problemas y aspectos de la realidad nacional [...] que están destinados a alcanzar largo eco durante la segunda mitad del siglo, e incluso más allá"; aunque, morigera de inmediato Halperin, "no es siempre sencisencillo establecer hasta donde su presencia refleja una continuidad ideológica real", en vista de que esos temas y nociones fueron "encarados por tantos y desde tan variadas perspectivas desde antes y después de 1837" (p. 17). Son ésos apenas los primeros pliegues del texto en que se escudriña la relación entre los intelectuales y lo real-histórico. Halperin aborda luego ese vínculo desde diversas perspectivas. Lo hace por ejemplo a partir de la adopción por la generación del '37 del canon romántico, que comporta el pasaje de una actitud propia del legislador de la sociedad de cuño ilustrado, al político que "aun cuando propone soluciones legislativas, sabe que no está plasmando una pasiva materia sino insertándose en un campo de fuerzas con las que no puede establecer una relación puramente manipuladora y unilateral" (p. 18).3 Y lo hace, sobre todo, en la persecución de las vicisitudes de los proyectos de nación que se delinean ante la inminencia de la caída de Rosas, muy especialmente los de Alberdi y Sarmiento. Son estas dos figuras las protagonistas centrales (aunque de ningún modo únicas) del escrutinio halperiniano entre ideas y realidad. En el contrapunto que propone, el "marcado eclecticismo" sarmientino en lo político se le aparece más adecuado que "la rigidez política del modelo alberdiano" para transitar las tormentosas décadas de discordia que siguen a la batalla de Caseros (p. 55). Halperin reconoce no obstante que el programa que surge de las Bases de Alberdi tenía "perfecta relevancia" en la coyuntura que se abre con la caída de Rosas (p. 37). Aun así, busca relativizar la extendida opinión que otorga un papel fundacional a ese texto, a través de un señalamiento que, por contraste, detecta en Sarmiento "una imagen del nuevo camino que la Argentina debía tomar, que rivaliza en precisión y coherencia con la alberdiana, a la que supera en riqueza de perspectivas y contenidos" (p. 44). Se percibe aquí la ambivalencia antes referida, pues a pesar de sus reticencias a Halperin no se le escapa que buena parte del proyecto de Alberdi (desde su fe en las fuerzas del mercado como palanca modernizadora a su tematización de lo que llama república posible) encarnará en el cuerpo de la nación. Menos claro, nuevamente, es que ese curso se deba nítidamente a las ideas de alguien que "se ha visto siempre a sí mismo como el guía político de la nación, y comienza a columbrar el peligro de transformarse en paria dentro de ella" (p. 88). En ese sentido, una primera conclusión general del texto halperiniano, que permite pensar no solamente el caso de Alberdi, es que la suerte de las ideas puede al cabo contrastar con la de quienes las han prohijado. Tampoco Halperin invita a trazar un balance unívoco de las peripecias de Sarmiento (por quien no disimula sus preferencias). Ni siquiera le otorga la gracia del triunfo pleno en el decisivo renglón de la educación popular, que ha tenido en el sanjuanino, en discrepancia con Alberdi, a su más firme impulsor. Si esa opción ha recibido una aceptación generalizada, de un modo tal que incluso quienes le objetan aspectos puntuales no contradicen "la decisión de hacer de la educación popular uno de los objetivos centrales de cualquier acción de gobierno", Halperin no deja de notar que Sarmiento no le concedió "en los años de 1862 a
  • 3. 1880 la atención que le otorgó en etapas anteriores" (pp. 110-111). Como se ha dicho, esa mirada ambigua acerca de la eficacia de lo simbólico da acceso en Una nación para el desierto argentino al examen de un abanico de figuras y problemas que resulta imposible reseñar en este breve ensayo (por mencionar algunos, recordemos que a partir de Mitre o José Hernández Halperin ofrece agudas visiones de cuestiones como la dinámica política facciosa del período o la construcción del Estado). Pero sobre el final del libro se acentúa el sesgo que otorga a las ideas un carácter fallido. En un nuevo juego de espejos, Halperin traza un balance de la suerte de los proyectos de nación forjados hacia mitad de siglo a partir de las representaciones intelectuales que acompañan al proceso que tiene un punto de llegada -y también de partida- en 1880. La resignada aceptación de una situación en la campaña que desvanece las ilusiones de quienes habían abogado por la democratización de la propiedad rural (empezando por Sarmiento) es un índice claro de que en esa coyuntura "ha pasado la hora de imaginar libremente un futuro" (p. 138). Y en la célebre referencia a la sombría observación retrospectiva que el autor del Facundo ofrece en 1883 -según la cual el rutilante progreso argentino era "más que el resultado de las sabias decisiones de sus gobernantes posrosistas, el del avance ciego y avasallador de un orden capitalista que se apresta a dominar todo el planeta" (p. 140)- parece cerrarse el círculo sobre el enigma que se bosquejaba al comienzo del texto. Malogradas, redundantes o superfl uas, las ideas de los letrados argentinos decimonónicos no han tenido la potencia instituyente por ellos mismos imaginada. Aun así, Halperin se reserva en el último párrafo del texto un postrero matiz: la sociedad moderna que se yergue luego de 1880 es en definitiva fruto de un proyecto que "no ha fracasado por entero" (p. 148), y que en virtud de ello lega un conjunto de nuevos problemas que empiezan a ser encarados -aun sin la exultante seguridad de sus antecesores- por los intelectuales de la hora. 2 De ese final del libro dominado por un tono desencantado, en ocasiones se ha querido deducir una posición genérica de Halperin respecto al ser de los intelectuales. En efecto, cierto ánimo desencontrado y hasta en ocasiones trágico habita muchas de sus exploraciones en la historia de las elites letradas, y ello no solamente en Una nación para el desierto argentino. Pero, como advirtió Carlos Altamirano, si esos exámenes no entonan un canto alabado del accionar de la intelligentsia, "tampoco se los puede incluir en la especie contraria, la que entabla un proceso a los intelectuales".4 No hay, por caso, un sesgo antiintelectualista como el que podía ofrecer Ángel Rama en La ciudad letrada, un texto contemporáneo al que retiene aquí nuestra atención. Si del análisis histórico de Halperin surge un papel tanto más errático de los letrados que lo que sugiere el ensayo del crítico uruguayo (para quien a la cultura escrita le cupo un rol central en la historia latinoamericana, sólo que en inexorable connivencia con los resortes del poder), ello, a más de librarlos de la genérica condena que subtiende al texto de Rama, les reserva una posición más insegura y en definitiva modesta pero no carente de significación. Antes que de un cuestionamiento global de su función o de un diagnóstico que constata su irrelevancia, las perplejidades que soporta la figura del intelectual en Halperin surgen del atento examen de la azarosa y con frecuencia infortunada navegación de sus ideas, de un lado, y, de otro, de la insatisfacción
  • 4. que suele exhibir por no ver colmadas sus expectativas en cuanto al reconocimiento y la obtención de un lugar acorde a sus a veces desmesuradas aspiraciones. Interrogado acerca de ese sino desventurado que atraviesa a los intelectuales en sus reconstrucciones históricas, Halperin traía a colación un aserto de Hobsbawm según el cual "todas las revoluciones fracasan porque ninguna logra todo lo que se propone, y al mismo tiempo todas tienen éxito porque ninguna deja las cosas como las encontró". De inmediato, agregaba que esa aseveración era "tan universal, y al mismo tiempo tan trivial, que no hace al problema específico de los intelectuales".5 Pero dejando un momento de lado su generalidad, la frase de Hobsbawm en efecto revela un aspecto del problema que abordamos en este texto. Así como resulta difícil mensurar la estricta eficacia del excedente imaginario que liberan las revoluciones y los grandes acontecimientos políticos, tampoco es sencillo medir el impacto exacto de las ideas de los intelectuales (al menos de algunos intelectuales en ciertas circunstancias históricas). Esa dificultad para sopesar los efectos de lo simbólico, que se vincula con el malhumor que Halperin detecta usualmente en las elites letradas -que no se sienten plenamente recompensadas por su labor-, no significa que su actividad resulte anecdótica o superflua. El hecho de que, de sus trabajos iniciales de juventud (su primer texto, consagrado a Sarmiento, lo publica a los 22 años, y dos años después edita su Echeverría) a algunos de sus principales libros de madurez, Halperin se haya ocupado reiteradamente de los miembros de la Generación del '37 algo dice acerca de la efectiva relevancia que para él supieron tener esas figuras. 3. En la introducción a un libro dedicado a pensar la labor historiográfica de Halperin, Roy Hora y Javier Trímboli subrayaban la originalidad de su modo de hacer historia y la dificultad de emparentarla con otras empresas de exploración del pasado. Según señalaban, mirada en su conjunto su obra "se hace especialmente esquiva, al no dejarse filiar sin gruesos forzamientos con la producción intelectual argentina que la antecedió o que le es coetánea".6 Todavía más: se ha dicho recurrentemente que algunos rasgos (como su reducido sistema de citas, o su escritura laberíntica) dotan a su estilo historiográfico de un carácter enigmático, irreductible a sencillas descomposiciones que permitan observar qué tipo de "taller de la historia" lo subtiende. En otras palabras, no resulta fácil advertir qué operaciones realiza Halperin en su escritura de la historia. Movidos por esa curiosidad, en la entrevista antes citada Hora y Trímboli ensayaban averiguar algo del laboratorio historiográfico halperiniano. Por toda respuesta, recibían una escueta y disuasoria contestación: "yo no sé cómo trabajo, junto materiales y después escribo, como todo el mundo".7 A este respecto, enfocada desde otro ángulo la cuestión central que se aborda en este texto tal vez puede echar luz sobre un aspecto de las maneras de hacer historia de Halperin. En Una nación para el desierto argentino, las ideas de los intelectuales no son sólo objeto de su inspección: además de eso, orientan algunas de sus hipótesis e intuiciones sobre el pasado argentino. Por señalar rápidamente dos ejemplos, la atención que supo prestar a la "red de intereses consolidados" (p. 22) que, como trasfondo silencioso de su autoritarismo, la pax rosista lega como plataforma para el despliegue del progreso económico argentino, surge o al menos se alimenta de sus lecturas
  • 5. de Alberdi, Sarmiento, Hilario Ascasubi y Florencio Varela; del mismo modo que, para el tratamiento de las tensiones entre el Estado y los grupos terratenientes -un tema que mereció repetidas y variadas aproximaciones a lo largo de su obra- en la coyuntura específica de la Guerra del Paraguay, Halperin saca provecho de las indicaciones de Eduardo Olivera y de José Hernández. Esta observación puede parecer obvia, desde que es común a los historiadores utilizar los testimonios de los actores históricos para reconstruir la realidad que los circunda. Pero en el caso de Halperin, y especialmente en Una nación para el desierto argentino, ese recurso asume ribetes singulares. De él surgen los pliegues y las bifurcaciones del texto. Una y otra vez, Halperin se desplaza de las representaciones de las figuras de las que se ocupa a su propia visión del proceso histórico. Las ideas de Sarmiento, Alberdi, Mitre o Hernández sitúan, describen, grafican, ofrecen elementos que luego son corroborados, enriquecidos o, las más de las veces, corregidos o desmentidos (más o menos sutilmente) por Halperin. Ese pasaje de registros a menudo se realiza inadvertidamente, y de allí que la escritura asuma un carácter intrincado, en el que con frecuencia no salta a primera vista quién es el sujeto que enuncia. Pero además, ese expediente se vincula con el componente irónico habitual en el retrato halperiniano de los intelectuales que fuera señalado por Carlos Altamirano.8 El contraste de las ideas de los letrados con el efectivo curso histórico los deja a menudo descolocados, perplejos, sujetos al examen de una mirada que ironiza sobre su fortuna y la juzga sin miramientos. Es posible afirmar, en definitiva, que ese uso de las figuraciones intelectuales como insumo para la reconstrucción del pasado revela una faceta recurrente del modo de historiar de Halperin. Cierto que en el caso de Una nación para el desierto argentino ese rasgo no resulta sorpresivo, desde que este libro -como ya mencionamos- nació como una suerte de estudio preliminar a una antología de textos de letrados argentinos del período de la organización nacional. Pero, si se observa bien, esa modalidad es detectable en varios otros lugares de la extensa obra del autor de Revolución y guerra. En tal sentido, puede concluirse que aspectos sustantivos del siglo XIX de Tulio Halperin Donghi surgen de su capacidad para leer finamente, confrontadas entre sí, las representaciones intelectuales de la intelligentsia de esa centuria (empezando por las de los hombres de la Generación del '37). 4. Otras dimensiones de Una nación para el desierto argentino permiten corroborar el peso efectivo que Halperin otorga a los procesos de ideas. Mencionemos tres casos relevantes. En primer lugar, los efectos ideológicos y políticos de la recepción de las novedades que llegan con las noticias de las revoluciones europeas de 1848. El tema es mencionado una y otra vez a lo largo del texto en referencia al clima de opinión que subtendió a la inflexión conservadora de los representantes del liberalismo argentino hacia mediados de siglo. En segundo lugar, el sesgo democrático que no obstante embarga a algunos grupos enrolados en esa corriente de pensamiento dos décadas más tarde. Aun cuando constata su limitada relevancia práctica, Halperin dedica varias páginas a esos grupos, que se reclutan entre la acrecentada inmigración italiana de inspiración mazziniana y los círculos masones. Entre ellos, destaca a José Hernández y a aquellas figuras jóvenes "que no quisieran ser dejadas atrás por la marcha de las ideas en Europa y Francia" (p. 108). Finalmente,
  • 6. mencionemos un rasgo que hace a la arquitectura general del texto. Frente a la visión que esgrimía que los pensadores que en las postrimerías del rosismo buscaron diseñar un futuro para la Argentina "querían todos sustancialmente lo mismo", y que los conflictos que se sucedieron entre ellos surgieron sea de "deplorables malos entendidos", sea de "rivalidades personales y de grupo" (p. 8), Halperin prefiere distinguir y precisar proyectos ideológicos de diferente perfil y contenido que a su juicio compitieron entre sí. Y si las batallas políticas que suceden a la caída de Rosas no se explican por esas diferencias (otras causas, y ante todo la ausencia de un centro de poder establecido e indiscutido, crean las condiciones para esos combates de casi tres décadas), esa diversidad de ideas sí talló y jugó su suerte, con resultados variables, en esas circunstancias. Para finalizar este texto, pongamos brevemente en relación esa atención a las ideas con un rasgo de las tradiciones intelectuales y políticas que informaron al siglo en que tuvo asiento lo principal de la producción historiográfica halperiniana. Cuando Halperin publica por primera vez Una nación para el desierto argentinoen 1980, densos procesos históricos han horadado paulatinamente en América Latina la fe de cuño ilustrado en el poder transformador de las ideas. Un ideologema se ha abierto camino, enrostrado sobre todo a las izquierdas que se reconocen en esa fe: el de la superioridad epistemológica y política de lo real en su pura desnudez; el de la concomitante impotencia de las ideas. Y aunque la historia de su incrustación en las culturas políticas del continente a lo largo del siglo XX no es lineal, sino que reconoce complejos vaivenes, pueden mencionarse algunos hitos significativos que colaboraron en su constitución. Esa historia puede partir de una de las riadas despertadas por la Revolución Mexicana (esa que, en el prisma del Octavio Paz que enEl Laberinto de la Soledad insiste en la figura de las ideas como máscaras, es un puro estallido de la realidad); puede detenerse en la estación aprista como laboratorio en el que apreciar privilegiadamente el tránsito que se opera desde una matriz de izquierda ilustrada, a otra que toma parcial distancia de ella; puede, en fin, considerar la herencia del peronismo, que a partir de la legitimidad extraída de su exitosa y perdurable implantación como fenómeno de masas legó un eficaz argumento descalificatorio de las tradiciones de izquierda y los intelectuales, en tanto cultoras de una "razón abstracta" que las ubica en recurrente posición de exterioridad respecto a la sociedad. Son ésos sólo algunos de los nudos que hacen a la historia del ascenso de una cultura política que tiende a despreciar las ideas, y que sin duda tiñe nuestra contemporaneidad.9 Pero es el mismo Halperin quien nos sugiere que esa historia, cuyo desenvolvimiento solemos situar en el siglo XX, es compleja y quebradiza, y que incluso algunas de sus facetas se prefiguran en la centuria anterior. En una tesis sobre la que vuelve en más de una ocasión, Halperin ubica en el Partido de la Libertad de Mitre el nacimiento de una voluntad de representar los intereses de la nación toda que tiene como precondición el pragmatismo y el "mal humor frente a quienes proclaman la necesidad de partidos agrupados en torno a programas" (p. 70). Se trata de una concepción destinada a tener portentoso futuro: "la deuda que con esa definición [...] tienen tantos movimientos políticos argentinos es muy grande" (p. 71), nos dice Halperin, y entre ellos se apresura a encolumnar al yrigoyenismo y al peronismo.10 Frente a esa tradición, en definitiva, el cometido de recuperar el gesto exultante
  • 7. del voluntarismo de las ideas de los letrados argentinos del siglo XIX ha tenido y tiene un sentido que no dudamos en llamar político. Recientemente, Gonzalo Aguilar llamaba a "pensar las relaciones entre dominación y antiintelectualismo: cómo, a menudo, cuestionar la tarea intelectual significa una reafirmación del presente".11 La superior legitimidad que, por su pretendida proximidad a la realidad, reclama para sí el populismo encubre así un talante conservador: y es que en ese amor por lo real, lo real queda incuestionadamente confirmado en aquello que es.12 1 Oscar Terán, "Modernos intensos en los veintes", Prismas. Revista de historia intelectual, Nº 1, Universidad Nacional de Quilmes, 1997, p. 102. [ Links ] 2 Recordemos que antes de ser editado en forma independiente el texto ofició de introducción a una antología de escritos del período publicada bajo el título de Proyecto y construcción de una Nación (Argentina 1846- 1880) (Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980). Todas las referencias de página que se citan aquí entre paréntesis surgen en cambio de una edición posterior: Tulio Halperin Donghi, Una nación para el desierto argentino, Buenos Aires, CEAL, 1995. [ Links ] 3 Halperin no obstante no se detiene en un análisis pormenorizado de cómo las ideas del romanticismo conllevan un desplazamiento de los letrados en su tratamiento de la realidad. Una brillante reconstrucción en ese sentido se la debemos a Jorge Myers en su "La revolución en las ideas: la generación romántica de 1837 en la cultura y en la política argentinas", en Noemí Goldman (dir.), Nueva Historia Argentina, tomo 3: Revolución, República, Confederación (1806-1852), Buenos Aires, Sudamericana, 1998. [ Links ] 4 Carlos Altamirano, "Hipótesis de lectura (sobre el tema de los intelectuales en la obra de Tulio Halperin Donghi)", en Roy Hora y Javier Trímboli (comps.), Discutir Halperin. Siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperin Donghi a la historia argentina, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1997, p. 27. [ Links ] 5 Tulio Halperin Donghi entrevistado por Roy Hora y Javier Trímboli en Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p. 43. [ Links ] Halperin además relativizaba allí la desdichada impresión que podía extraerse de la actuación de los letrados en Una nación para el desierto argentino: "Lo que hace interesante esa trayectoria de los intelectuales argentinos de mediados de siglo no es tanto lo que al final algunos de ellos consideran su fracaso sino la desaforada ambición que llevan a ese proyecto al comienzo y la medida en la cual han tenido éxito [...] A Sarmiento, que es constantemente presentado como un soñador golpeado por la realidad, lo vemos así porque lo vemos a través de sus desoladas refl exiones de final de vida, pero si se mira objetivamente la carrera de Sarmiento, se ve que es enormemente exitosa". 6 Roy Hora y Javier Trímboli, "Introducción" a Discutir Halperin, op. cit., p. 8. [ Links ] 7 Tulio Halperin Donghi entrevistado por Roy Hora y Javier Trímboli en Pensar la Argentina, op. cit., p. 54. [ Links ] 8 Carlos Altamirano, "Hipótesis de lectura", op. cit., p. 28. [ Links ] 9 Al respecto, en 2002 Oscar Terán remataba un ensayo señalando que "es preciso preguntarse si muchos de nuestros políticos, incluidos los de la franja progresista, no siguen adheridos a la concepción antiintelectualista -populista al fin-, convencida de que quienes están más cerca de los libros están por definición más lejos de la realidad". Oscar Terán,
  • 8. "Intelectuales y política en la Argentina: una larga tradición", en De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p. 84. [ Links ] 10 Sobre las raíces decimonónicas de ese apego por la indefinición ideológica del radicalismo yrigoyenista y del peronismo, véase Tulio Halperin Donghi, "El lugar del peronismo en la tradición política argentina", en Samuel Amaral y Mariano Plotkin (comps.),Perón: del exilio al poder, Ciudad de San Martín, Cántaro, 1993. [ Links ] 11 Gonzalo Aguilar, "Ángel Rama y La ciudad letrada o la fatal exterioridad de los intelectuales", en Liliana Weimberg (coord.),Estrategias del pensar: ensayo y prosa de ideas en América Latina en el siglo XX, México, UNAM, 2010, p. 254. [ Links ] 12 Halperin mismo adhiere oblicuamente a esta tesis en un pasaje circunstancial de Una nación para el desierto argentino: "Alberdi desde 1837 ha intentado sacar lecciones permanentes del estudio de los procesos políticos que se desenvuelven ante sus ojos, y no está inmune al riesgo implícito en esa actitud; a saber, el de descubrir en la solución momentáneamente dominante el punto de llegada de la historia universal" (pp. 37-3
  • 9. HALPERIN DONGUI – UNA NACIÓN PARA El DESIERTO ARGENTINO(trabajo práctico Nº 6)La Argentina vivió en la segunda mitad del siglo XIX una etapa de progreso muy rápido. La hipótesis central de Halperin en este trabajo es que Caseros no inició una etapa de paz, nitampoco marcó el surgimiento de un Estado ni una nación sino que por el contrario abre laetapa final de su construcción. Al contrario de lo sostenido por otros autores, tanto Estadocomo nación, en 1853, luego de promulgada la Constitución, son tareas aún por realizar. Esdecir la caída de Rosas no soluciona a priori nada.Esta etapa – iniciada después de Caseros– se abre con la conquista de Buenos Aires comodesenlace de una guerra civil, se cierra casi treinta años después con otra conquista de BuenosAires; en ese tiempo caben otros dos choques armados entre el país y su primera provincia, dosalzamientos de importancia en el Interior, algunos esbozos adicionales de guerra civil y la máslarga y costosa guerra internacional nunca afrontada por el país.Si la acción de Rosas en la consolidación de la personalidad internacional del nuevo país dejaun legado permanente, su afirmación de la unidad interna basada en la hegemonía porteña nosobrevive a su derrota en 1852. En 1880 recién, esta etapa de creación de una realidad nueva, puede considerarse cerrada. La herencia de la generación de 1837 Su concepción del progreso nacional será el punto de llegada de un largo examen decon ciencia sobre la posición de la elite letrada posrevolucionaria, emprendido en una horacrítica del desarrollo político del país.En 1837 hace dos años que Rosas ha llegado al poder por segunda vez, ahora como indiscutido jefe de la provincia de Buenos Aires y de la facción federal. Es entonces cuando un grupo de jóvenes provenientes de las elites letradas de Buenos Aires y el Interior se proclamandestinados a tomar el relevo de la clase política que ha guiado al país desde la revolución deIndependencia hasta la catastrófica tentativa de organización unitaria de 1824-1827. Frente aese grupo unitario raleado por la derrota, el que ha tomado a su cargo el reemplazo seautodefine como la Nueva Generación.Esa Nueva Generación en esta primera etapa de actuación política, parece c onsiderar lahegemonía de la clase letrada como el elemento básico del orden político al que aspira.Esta generación recoge de Cousin el principio de la soberanía de la razón. Esa mi smaconvicción colorea la discusión sobre el papel del sufragio en el orden político que la NuevaGeneración propone y caracteriza como democrático.Es la inesperada agudización de los conflictos políticos a partir de 1838, co n elentrelazamiento de la crisis uruguaya y la argentina y los comienzos de la intervenci ónfrancesa, la que lanza a una acción más militante a este grupo que se había creído hastaentonces desprovisto de la posibilidad de influir de modo directo en un desarrollo político,sólidamente estabilizado. Juan Bautista Alberdi se marcha a la Montevideo antirrosista; un par de años más y Vicente Fidel López, participará del alzamiento antirrosista en Córdoba; yMarco Avellaneda, llegado a gobernador de Tucumán, contribuirá a volcar a todo el Norte almismo alzamiento.El problema de la coherencia política de ese frente antirrosista que se había formado, nisiquiera se plantea. Para la generación sólo puede hallarse en la mente de quienes dirigen el proceso, es decir en la elite ilustrada. Esto crea una relación entre ésta y aquellos a quienesaspira dirigir, una actitud manipuladora, ya que los ve como meros instrumentos y no comoaliados. Las transformaciones de la realidad argentina
  • 10. En 1847 Alberdi publica desde Chile, un breve escrito destinado a provocar escándalo. En “LaRepública Argentina, 37 años después de su Revolución de Mayo” traza un retrato favorable del país que le está vedado. A su juicio, la estabilidad política alcanzada gracias a la victoria deRosas, no sólo ha hecho posible una prosperidad que desmiente los pronósticos adelantados por sus enemigos, sino –al enseñar a los argentinos a obedecer– ha puesto finalmente las basesindispensables para cualquier institucionalización del orden político.Más preciso es el cuadro que dos años antes que Alberdi, traza Sarmiento en la tercera parte desu Facundo. Comienza a advertir en 1845 que la Argentina surgida del triunfo de Rosas de1838-1842, es ya irrevocablemente distinta. Si Sarmiento excluye la posibilidad de que Rosastome a su cargo la instauración de un orden basado precisamente en esos cambios de maneramás explícita que Alberdi, convoca a colaborar en esa tarea a quienes han cre cido en prosperidad e influencia gracias a la paz de Rosas. La diferencia capital entre el Sarmiento de1845 y el Alberdi de 1847 debe buscarse en la imagen que uno y otro se forman de la etapa posrosista. Para Sarmiento, ésta debe aportar algo más que institucionalización; lo más urgentees acelerar el ritmo del progreso. El legado más importante del rosismo, no le parece consistir en la creación de hábitos de obediencia resaltados por Alberdi, sino en una red de interesesconsolidados por la prosperidad alcanzada gracias a la dura paz rosista. En Sarmiento, Rosasrepresenta para entonces, el último obstáculo para el definitivo advenimiento de esa etapa de paz y progreso; aparece simplemente como un estorbo.Correspondió a un veterano unitario, Florencio Varela, sugerir una estrategia política basadaen la utilización de lo que él creía, era la más flagrante contradicción del orden interno deRosas. Descubre esa fisura en la oposición entre Buenos Aires y las provincias del Litoral, lasque encontrarían sus aliados naturales en Paraguay y Brasil en la futura coalición antirrosista.El tema clave era la apertura de los ríos interiores, que ya había sido reclamada por los bloqueadores anglo–franceses en 1845. La Argentina es un mundo que se transforma Los cambios cada vez más acelerados de la economía mundial ofrecen oportunidades nuevas para la Argentina; suponen también riesgos más agudos. No es sorprendente hall ar esaconclusión en la pluma de un agudo colaborador de Rosas, José María Rojas y Patrón, paraquien la manifestación de esa acrecida presión externa ha de ser una incontenible inmigracióneuropea. Espera mucho de bueno de esa conmoción que será la inmigración para la sociedadrioplatense, pero por otra parte teme que esa marea humana arrase con las instituciones.A primera vista, es sorprendente ver que Sarmiento coincide con esa lectura, aunque para él,sólo un Estado más activo puede esquivar los peligros. El proyecto nacional en el período rosista La caída de Rosas en febrero de 1852, no introdujo ninguna modificación sustancial en lareflexión en curso sobre el presente y el futuro de la Argentina, pero inclinó a acelerar propuestas más precisas. Así en menos de un año a partir de Caseros, iba a completarse unabanico de proyectos alternativos.1) La alternativa reaccionaria:Félix
  • 11. Frías aspira al orden, al que concibe como aquel régimen que asegure el ejercicioincontrastado y pacífico de la autoridad política por parte de “los mejores”. Ello será posiblecuando las masas populares hayan sido devueltas a una espontánea obediencia p or elacatamiento universal a un código moral apoyado en las creencias religiosas compartidas por esas masas y sus gobernantes.2) La alternativa revolucionaria:Echeverría saludó en las jornadas de febrero, el nacimiento de una nueva era. Fue más allá alseñalar como legado de la revolución el “fin del proletarismo, forma postrera de esclavitud delhombre por la propiedad”. El programa social de algunos sectores revolucionarios es condenado por irrelevante en el contexto hispanoamericano. Para Sarmiento, la guerra del ricocontra el pobre es una idea que lanzada a la sociedad, puede un día estallar. Es la educación para él, quien hará ineficaz cualquier prédica disolvente.3) Una nueva sociedad ordenada conforme a razón.Mariano Fragueiro publicó en 1850 su Organización del Crédito. Toca al Estado monopolizar el crédito público. La transferencia del crédito a la esfera estatal es justificada por unadistinción entre los medios de producción sobre los cuales los derechos de propiedad privada – según él– deben continuar ejerciéndose; y la moneda que “no es producto de la industria privada ni es capital”. Así, moneda y crédito no integran por su naturaleza misma la esfera privada. La estatización del crédito, debe hacer posible al Estado “la realización de empresas ytrabajos públicos.4) El autoritarismo progresista de Juan bautista Alberdi.El programa ofrecido en las Bases había sido desarrollado a partir del trabajo de Fragueiro de1850. La solución propugnada por Alberdi, combina rigor político y activismo económico, pero rehúsa ver en la presión acrecida de las clases desposeídas el estímulo principal para esamodificación en el estilo de gobierno. Por el contrario, él aparece como un instrumen tonecesario para mantener la disciplina de la elite, cuya tendencia a las querellas intestinas, sigue pareciendo la más peligrosa fuente de inestabilidad política.Para Alberdi, el bienestar que el avance de la economía hace posible, no sólo está destinado acompensar las limitaciones impuestas a la libertad política, sino también a atenuar laste nsiones sociales.Para Alberdi, una sociedad más compleja y una nueva economía serán forjadas bajo la férreadirección de una elite política y económica consolidada en su prosperidad por la paz de Rosas.Crecimiento económico significa para Alberdi, crecimiento acelerado de la producción, sinelemento.Ese proyecto de cambio económico, a la vez acelerado y unilateral, requiere un contexto político preciso, que Alberdi describe bajo el nombre de república posible. La complicadaestructura institucional que para ella se propone en las Bases, busca impedir que el régimenautoritario sea también un régimen arbitrario. La eliminación de la arbitrariedad, es vista por Alberdi como el requisito ineludible para lograr el ritmo de crecimiento económico que juzgadeseable.La apelación al trabajo y capital extranjero constituye el mejor instrumento para el cambioeconómico acelerado. El país necesita población, pero además, ve la inmigración comofundamentalmente de capitalistas. Para esa inmigración destinada a traer todos los factores dela producción salvo la tierra, se prepara el aparato político que Alberdi propone.La justificación de la república posible, es que está destinada a dejar paso a la repúblicaverdadera, la cual se realizará sólo cuando el país haya adquirido una estructura económica ysocial comparable a la de las naciones que han creado y son capaces de conservar ese sistemainstitucional.Alberdi hace de los avances de la instrucción un instrumento import
  • 12. ante de progresoeconómico y social. Un exceso de instrucción, atenta contra la disciplina necesaria en los pobres.5) Progreso sociocultural como requisito del progreso económico.Sarmiento elaboró una imagen del nuevo camino que la Argentina debía tomar, que rivalizacon el de Alberdi, al que además supera en riqueza de perspectivas y contenid o. Laimportancia de la palabra escrita se le aparece a Sarmiento como decisiva. Si esa sociedad requiere una masa letrada es porque requiere una vasta masa de consumidores; para crearla no basta la difusión del alfabeto, es necesaria la del bienestar y de las aspiraciones a la mejoraeconómica a partes cada vez más amplias de la población nacional. Para esa distribución del bienestar a sectores más amplios, debe ofrecer una base sólida: la de la propiedad de la tierra.Sarmiento no dejará de condenar la concentración de la propiedad.Veía en la educación un instrumento de conservación social, no porque pudiese disuadir al pobre de cualquier ambición de mejorar su lote, sino porque debía ser capaz, a la vez que desugerirle esa ambición, de indicarle los modos de satisfacerlas en el marco social existente.El ejemplo de los Estados Unidos, persuadió a Sarmiento de que la pobreza del pobre no teníanada de necesario. Lo persuadió también de que la capacidad de distribuir bienestar a sectorescada vez más amplios no era solamente una consecuencia positiva del orden económico, sinouna condición necesaria para la viabilidad económica de ese orden. La imagen del progresoeconómico que madura en Sarmiento postula un cambio de la sociedad en su conjunto, nocomo resultado, sino como precondición del orden.Respecto a esto Alberdi había planteado que la Argentina sería renovada por la fuerza delcapitalismo en avance; había en el país grupos dotados ya de poderío político y económico,que estaban destinados a recoger los provechos de esa renovación y el servicio de la eliteletrada sería revelarles dónde estaban sus propios intereses, para luego prepararse a morir.Sarmiento no cree con la misma fe que las consecuencias del avance de la nueva fuerzaeconómica sobre las áreas marginales sean siempre benéficas. Postula un poder político consuficiente independencia de ese grupo dominante para imponer por sí rumbos y límites a esealuvión de energías económicas. ¿Quiénes han de ejercer ese poderío político y en qué seapoyarán para ello? Nunca se planteó la respuesta a la segunda pregunta; en cuanto a la primera, es desde luego la elite letrada, de la que se declara orgulloso integrante. No descubreningún otro sector habilitado para asumir esa tarea y desde entonces se resigna a que su carrera política se transforme en una aventura estrictamente personal, aunque no sea esa una soluciónque Sarmiento encuentre admirable. Treinta años de discordia Luego de 1852 el problema urgente no fue cómo utilizar el poder legado por Rosas a susenemigos, sino cómo erigir un sistema de poder en reemplazo del que fue barrido en Caseros.A Juicio de Sarmiento, Urquiza no está dispuesto a poner su poder al servicio de una políticade rápido progreso como las que él y Alberdi proponen. La convicción de que así estaban lascosas había llevado a Sarmiento de nuevo a Chile y a marginarse de la política argentina. Loque lo devuelve a ella es el descubrimiento de que Urquiza no ha sabido hacerse el heredero deRosas; no hay en Argentina una autoridad irrecusable.Para Alberdi, la creación en Buenos Aires de un centro de poder rival del que reconocía por jefe al general Urquiza, podía sólo tener consecuencias
  • 13. calamitosas.1) Las facciones resurrectas.Como temía Alberdi, un periodismo formado en el clima de guerra civil que acompañó laetapa rosista, se esfuerza por mantenerse vivo.Caseros ha puesto en entredicho la hegemonía de Buenos Aires y ha impuesto la búsqueda deun nuevo modo de articulación entre esta provincia, el resto del país y los vecinos.La caída de Rosas deja un vacío que llenan mal los sobrevivientes de la política prerrosista,como por ejemplo Vicente López y Planes, designado por Urquiza, gobernador de BuenosAires.Ese vacío será llenado entre junio y diciembre de 1852; un nuevo sistema de poder serácreado; habrá surgido una nueva dirección política con una nueva base urbana y un sosténmilitar improvisado, pero suficiente para jaquear la hegemonía que Entre Ríos creyó ganar en Caseros. El 11 de setiembre de 1852, marca la fecha de una de las pocas revolucionesargentinas que marcan un punto de inflexión en su vida política.2) Nace el Partido de la Libertad.A fines de junio de 1852, la recién elegida Legislatura de la Provincia de Buenos Aires rechazalos términos del Acuerdo de San Nicolás, por el que las provincias otorgan a Urquiza ladirección de los asuntos nacionales durante el periodo constituyente. El héroe de la jornada esBartolomé Mitre. Quien será portavoz de una ciudad y una provincia que no ha renunciado adefender la causa de la libertad.Está renaciendo algo que faltaba en la ciudad desde hacía veinte años: una vida política. Peroel éxito parlamentario de junio fue contrarrestado por un golpe de estado de Urquiza, dispuestoa volver a la obediencia a Buenos Aires.La ocupación militar entrerriano–correntina se hace pronto insostenible y el 11 de setiembre seasiste a un alzamiento exitoso. Pero esos advenedizos no están solos; junto con ellos selevantan los titulares del aparato militar creado por Rosas. Unos y otros reciben el inmediatoapoyo de las clases propietarias de ciudad y campaña.Cuando el movimiento vencedor en Buenos Aires busca expandirse al Interior, amenazandoasí inaugurar un nuevo ciclo de guerras civiles, ese aparato militar se alza. No logra derrocar algobierno de la ciudad y Urquiza decide darle su apoyo bloqueando navalmente Buenos Aires.La provincia pasa la prueba, Urquiza se retira una vez más y la organización militar de lacampaña es cuidadosamente reestructurada para que no pueda volver a ser un contrapeso de laGuardia Nacional de Infantería que es ahora la expresión armada de la facción dominante en laciudad.El partido impone una conexión nueva entre dirigente y séquito político. El énfasis en el partido, lleva a los políticos a un esfuerzo por buscar un pasado para ese partido. En estemarco, el retorno de los restos de Rivadavia –sobre cuya acción política la generación de 1837había dado un juicio muy duro– lejos de marcar una vuelta al conflicto interno, viene a coronar un largo esfuerzo integrador en que Buenos Aires se reconcilia consigo misma. Laresurrección de una tradición política que a partir de 1837 había sido declarada muerta, renacede la identificación entre la tradición unitaria y la causa de Buenos Aires. Esa tradición seadecua a las necesidades de una Buenos Aires que luego de su derrota en Caseros, debereivindicar más explícitamente que nunca, su condición de escuela y guía política de la enteranación.Por su parte, al mantener su identificación intransigente con la causa del progreso –viene aafirmarnos Mitre– el Partido de la Libertad que ha nacido, no hará sino reflejar lo que lasociedad porteña mantiene desde su origen. Pero Mitre definió sus posiciones programáticassobre puntos tan variados como el impuesto al capital, la convertibilidad del papel moneda y lacreación de un sistema de asistencia pública. Pero no hay duda de que esas definiciones programáticas no podrían ser las de un partido que pretendiese representar armoniosamentetodas las aspiraciones que se
  • 14. agitan en la sociedad. Esas indefiniciones de 1852, quedaránhasta tal punto incorporadas a la tradición política argentina que seguirán gravitando hastanuestros días.La movilización política urbana en Buenos Aires no tuvo efectos duraderos; sería agotada por una desmesurada victoria: a partir de 1861 el Partido de la Libertad, intenta la conquista del país y no sólo fracasa sino que destruye las bases mismas desde las que ha podido lanzar suofensiva.3) El Partido de la Libertad a la conquista del país Buenos Aires va a mantener dos conflictos armados con la Confederación. Derrotada en 1859admite integrarse a su rival, pero obtiene de éste el reconocimiento del papel director dentro dela provincia de quienes la han mantenido disidente.Vencedora en 1861, su victoria provoca el derrumbe del gobierno de la Confe deración, presidido por Derqui y sólo tibiamente sostenido por Urquiza. Mitre, gobernador de BuenosAires, advierte muy bien los límites de su victoria, que pone a su cargo la reconstitución delEstado federal, admite que los avances del partido de la Libertad no podrían alcanzar a las provincias mesopotámicas que quedan bajo la influencia de este y parece dispuesto a admitir también que en algunas de las provincias interiores la base local para establecer el predominioliberal es tan exigua, que no debe siquiera intentarse.El vencedor de Pavón, admite en cambio la remoción de los gobiernos provinciales de signofederal en el Interior, hecha posible por la presencia de destacamentos militares de BuenosAires, y en el Norte, por los ejércitos de Santiago del Estero y los hermanos Taboada. Esaempresa afronta la resistencia de La Rioja, aparentemente doblegada cuando su máxi mocaudillo –el Chacho Peñaloza– es vencido y ejecutado. No obstante, la escisión del liberalismo porteño, no pudo ser evitada luego de Pavón.Mitre, sacudida ya su base provincial, busca consolidarla mediante la supresión d e laautonomía de Buenos Aires, que una ley nacional dispone colocar bajo la administracióndirecta del gobierno federal. La Legislatura rehúsa su asentimiento; Mitre se inclina ante ladecisión pero no logra evitar que la erosión de su base porteña quede institucionalizada en laformación de una facción liberal antimitrista: la autonomista, que en pocos años se hará delcontrol de la provincia.La división del liberalismo porteño va a gravitar en la ampliación de la crisis política cuyaintensidad Mitre había buscado paliar mediante su acercamiento a Urquiza. Pero lo que sobretodo va a agravarla es su internacionalización. La victoria liberal de 1861 sólo pue deconsolidarse a través de conflictos externos. Es el entrelazamiento entre las luchas facciosasargentinas y uruguayas lo que conduce a ese desenlace.El predominio blanco asegurado en Quinteros, va a afrontar el desafío de espadas veteranas delcoloradismo que han encontrado en Buenos Aires, lugar en el ejército disidente. La CruzadaLibertadora que el general Flores lanza sobre su país, cuenta con el apoyo de Buenos Aires. Asu vez, el cruzado colorado contará con otro apoyo externo aún más abierto: el imperio delBrasil.Si la pasividad de Urquiza despierta reprobación entre los federales, los liberales autonomistashallan posible acusar de pasividad a Mitre. Esos reproches se harán más vivos cuando el joven presidente de Paraguay, Francisco Solano López, juzgando oportuno el momento, entre en laliza en defensa del equilibrio rioplatense que proclama amenazado por la intervención delimperio en el Uruguay. López espera contar con el apoyo de Urquiza a más del queo bviamente tiene derecho a esperar del gobierno blanco. Los autonomistas urgen a Mitre a quelleve a Argentina a la guerra del lado del Brasil. Por su parte Mitre busca evitar
  • 15. que la guerrallegue como una decisión independiente de su gobierno. Cuando López decide atacar aCorrientes luego de que le ha sido denegado el paso con sus tropas por Misiones, logra hacer de la entrada de la Argentina en el conflicto, la respuesta a una agresión externa. Pero en lamedida en que la guerra no ha de servir para la definitiva limpieza de los últimos reductosfederales, ella pierde buena parte del interés para la facción autonomista.El esfuerzo que la guerra impone acelera la agonía del Partido de la Libertad. Urquiza ha vistoreconocida en el nuevo orden una influencia que espera poder ampliar apenas dejen de hacersesentir los efectos inmediatos de la victoria de Buenos Aires en un Interior en que elfederalismo sigue siendo la facción más fuerte. Asistirá así como espectador dispuesto sólo acomentarios ambiguos al gran alzamiento federal de 1866-67, que desde Mendoza a Saltaconvulsiona todo el Interior andino, pero esta línea política que adopta se revelará suicida. Como se ve, no es sólo la erosión de su base política porteña la que ocasiona la decadencia delmitrismo; es también el hecho –de que en el contexto institucional adoptado por la nación– esa base no bastaría para asegurar un predominio nacional no disputado.El Partido de la Libertad ya no existe, Mitre lo ha destruido. Mitre traicionó a los de su partidocuando proclamó la espectabilidad del caudillo Urquiza, cuando aceptó como sus aliados en elInterior a los Taboada, cuando favoreció en el Uruguay la causa de ese otro traidor a sus principios Flores, la traicionó aun más cuando desencadenada la guerra con el Paraguay pactócon el Imperio brasileño, alianza contraria al republicanismo de su partido. A esa bancarrotamoral, siguió la bancarrota política.4) De la reafirmación del federalismo a la definición de una alternativa a las tradicionesfacciosas.La caída de Rosas había significado un punto de inflexión en la trayectoria del federalismo. Lasolidaridad del partido encontraba a su vez una nueva base en la identificación con laConstitución Nacional de 1853. La secesión de Buenos Aires devolverá a primer planomotivos antiporteños a los que había puesto sordina la hegemonía rosista. Ese federalismoconstitucionalista y antiporteño es el que debe hallar modo de sobrevivir a Pavón.El jefe nacional del federalismo, Urquiza, no ha sido despojado por Pavón de un lugar legítimoen la vida política argentina. Ese federalismo que debe resurgir, desenvuelve los esfuerzos por hacer de Urquiza un candidato a la sucesión constitucional de Mitre.Sarmiento es presidente en 1868 contra los deseos de Mitre. Falto de apoyo partidario propio,Sarmiento se acerca a Urquiza dándose así la posibilidad de una nueva alineación en que elfederalismo puede aspirar a ganar gravitación decisiva.El liberalismo mitrista aparece así como contrario a las tendencias de nuevo dominantes enEuropa. No sólo los voceros del federalismo comienzan a golpear ese flanco débil delmitrismo. También desde el liberalismo se proclamará una creciente decepción hacia él.Pocos meses después de recibir la visita de Sarmiento, Urquiza es asesinado por los participantes en la revolución provincial que ponen en el poder a Ricardo López Jordán, el másimportante de sus segundones. José Hernández, político federal, quiere creer que au n es posible salvar el frágil entendimiento entre el gobierno nacional y el federalismo entrerriano yse declara seguro de que López Jordán condenará ese crimen. Luego de la derrota del j
  • 16. ordanismo queda la crisis abierta con la candidatura de Avellaneda para suceder a Sarmiento,y su culminación en la infortunada rebelión militar encabezada por Mitre en 1874. El consenso después de la discordia 1) Los instrumentos del cambio.Sarmiento impone sin duda una reorientación seria a la educación primaria y popular.La inmigración despierta reacciones más matizadas que sin embargo tampoco alcanzan a poner en duda la validez de esa meta. La confrontación entre las propuestas renovadoras y losresultados de su aplicación, es menos fácil de esquivar en el área económica.Sólo ocasional y tardíamente se discutirá la apertura sistemática al capital y la iniciativaeconómica extranjera; con mayor frecuencia se oirán protestas contra la supuesta timidez conque se las implementa. En Buenos Aires el hecho de que el primer ferrocarril, creado por iniciativa de capitalistas locales, pase luego a propiedad de la provincia, es visto por muchoscomo una anomalía. En 1857 Sarmiento ha subrayado que el único modo de acelerar lacreación de la red ferroviaria es dejarla a cargo de la iniciativa extranjera que debe ser atraídamediante generosas concesiones en tierras, condenadas éstas a ser insuficienteme nteexplotadas mientras falten medios de comunicación.Por una larga etapa el librecambismo va a ser reconocido como un principio doctrinarioirrecusable, sin embargo la necesidad de proteger ciertos sectores, va a ser vigorosamente subrayada. Un sólido consenso va a afirmarse en torno a los principios básicos de lareno vación económica. Sólo en la década del setenta, algo parecido a un debate sobre principios económicos, comienza a desarrollarse en torno al proteccionismo, que adquiere unanueva respetabilidad al ser presentado como alternativa válida a un librecambismo a vecesrecusado en los hechos.Una razón para que la disidencia que el proteccionismo implica permanezca en límitesestrechos, es que en su versión más extrema, el proteccionismo, recusa la teoría de divisióninternacional del trabajo, sobre lo cual hay general consenso en aprobar. Lo que no seexamina, es si, al margen de la política económica del gobierno argentino, la nueva inclusiónen la economía mundial no está consolidando un lazo de desigualdad de intercambio difícil demodificar. Lo que ocurre es que hay una fe en que está abierto a la Argentina el camino que lacolocará en un nivel de civilización, poderío económico y político, comparable al alcanzado por las potencias europeas. La campaña y sus problemas Durante la etapa de separación de Buenos Aires, una coyuntura especialísima hizo posible unaformulación del proyecto de transformación social que Sarmiento había declarado esencial para la creación de una nueva nación.En nombre del gaucho errante, estigmatiza un sistema que expulsa a los hombres para dar másancho lugar a los ganados. Su propuesta se plasmó en el proyecto de reforma agraria que presentó en 1860 como ministro de Mitre, que propone para el área destinada a ser servida por la continuación del Ferrocarril Oeste –justificada por la necesidad de asegurar rentabilidad a lalínea– y que permite a los terratenientes conservar sólo la mitad de la tierra que poseen. Laidea que lo domina es que la eliminación del primitivismo socio–cultural de la campaña, exigela eliminación del predominio ganadero.El tránsito de una economía ganadera a una agrícola es visto como el elemento básico delascenso de una entera civilización a una etapa superior, idea que es compartida también por losfederales. En esa noción se apoya también el vasto consenso que propone la colonizaciónagrícola de la campaña como solución para el atraso y los problemas socio–políticos de laentera nación.El programa de cambio rural mediante la colonización agraria está representado
  • 17. por la propuesta de formación de colonias con hijos del país. Se trata de un programa de renovaciónrural definido en diálogo exclusivo con los grupos dominantes, por lo cual no puede sinoaceptar de antemano la necesidad de adecuar sus alcances a las perspectivas de esos grupos. Balances de una época En 1879 fue conquistado el territorio indio; al año siguiente el conquistador del desierto era presidente tras doblegar la resistencia armada de Bs As, que veía así perdido el último resto desu pasada hegemonía. La victoria hizo posible separar de la provincia a la capital. Nadaquedaba en la nación que fuese superior a la nación misma. El triunfo de Roca era el delEstado central.La Argentina es al fin una, porque ese Estado nacional, lanzado desde Buenos Aires a laconquista del país, en diecinueve años ha coronado esa conquista con la de Buenos Aires. Lanueva etapa de la historia argentina no ha comenzado en 1852, está sólo comenzando en 1880.En ella dominará el lema de “paz y administración”.El primer objetivo del nuevo presidente es la creación de un ejército moderno; el segundo elrápido desarrollo de las comunicaciones; el tercero, acelerar el poblamiento de los territorios.
  • 18. EDITADO: Es un resumen que explica el período comprendido entre 1852 a 1880 visto desde el punto de vista de los autores abajo mencionados. Insisto, es una ficha bibliográfica de dos libros que expresan dos teorías que no se contraponen porque cada uno toma un aspecto diferente: la Penetración material y la penetración ideológica. Los que leen historia saben que no es fácil encontrar el estado de la cuestión en Halperín Donghi. Oszlak es quien escribe mas detallado y con cantidad de notas al pié. Con respecto a las fotos, no corresponde ponerlas ya que es un tema tratado desde el punto de vista de un análisis historiográfico. Insisto, esto no es para aprender que pasó en forma fáctica sino para entender los procesos desde distintas visiones. Historia Argentina de 1852 a 1880 1º Conquista de Buenos Aires Caseros Urquiza derrota a Rosas (1852) El litoral derrota a Buenos Aires. 2º Conquista de Buenos Aires La Capitalización es una nueva conquista de Buenos Aires que se resistía a la misma. Roca a cargo del ejército, en el Gobierno de Avellaneda derrota a Tejedor al gobernador de Buenos Aires. Dos choques: Cepeda y Pavón Alzamientos: Peñaloza y Varela, ambas después de Pavón. Costosa guerra: con Paraguay Guerra de la Triple Alianza Halperín Donghi plantea en su hipótesis el problema entre Caseros y la derrota de Buenos Aires con su capitalización. En 1880 el Estado Nacional ya funciona como tal en 1880. Avellaneda derrota a Tejedor. Antes: Confederación urquicista y por otro lado en los primeros 10 años después de Caseros al Estado de Buenos Aires. Pavón es la victoria de Mitre, el fracaso de la Confederación Urquicista. Cuando gana Buenos Aires hay disconformidad de los Caudillos del interior y es resistida. Peñaloza y Varela derrotados por el Ejército Nacional utilizado en Pavón. Según Oszlak, el Estado utilizó no sólo la fuerza, sino además la cooptación, es decir que atrajo o sedujo a las élites provinciales del interior, les dio un lugar. Además menciona la Penetración material con los Ferrocarriles que les da la posibilidad de expandir su mercado interno nacional a esas provincias, no para exportar sino para poder vender sus productos en Buenos Aires. Otra cosa fue la creación de las escuelas secundarias para crear el Estado y la Identidad Nacional, esto es la Penetración ideológica. Coerción y cooptación: Penetración material e ideológica. Construcción de una economía capitalista en expansión, agraria y exportadora. Los beneficios de la exportación son para Buenos Aires, es cierto, pero también hay que tener en cuenta que las economías interiores crecieron como el azúcar de Tucumán (el autor re categoriza en que Tucumán a su vez es un centro con respecto a Catamarca), y el vino de Cuyo. Las élites del interior y Buenos Aires crean un vínculo y alianza política y acuerdo que hacen posible la Construcción de un Estado Nacional. Halperín Donghi diferencia entre lo que dijo la Historiografía Clásica y la crítica que le hace el Revisionismo, y lo que el mismo cree. Su hipótesis es en este punto que hay una distancia entre el antiguo legado político de Rosas y sus adversarios para ser sus herederos. Si en el orden internacional el legado rosista fue permanente, en la unidad interna fue efímera. La hegemonía sobre Buenos Aires se derrumbó a la caída de Rosas. Los herederos, sin embargo creían que era un legado rosista y que solo faltaba un matíz Constitucional para edificar la Nación, pero descubren que tienen que hacer al mismo tiempo la Nación y el Estado que no había hecho Rosas. En 1880 la etapa de creación de una realidad nueva puede considerarse cerrada. No porque la Nueva Nación haya sido edificada, sino que se ha culminado la construcción del Estado Nacional que se creía pre existente. En 1880 hay un Estado Nacional, que terminará mucho después en una Nación con varias cosas mas (Leyes Laicas, Ley 1420, Servicio Militar Obligatorio, etc.). Desde 1880 hay una Nueva Nación, de eso no hay dudas. En resumen, según Halperín Donghi, hay una hipótesis doble, por un lado lo que caracteriza la etapa es construir y elaborar un proyecto, pero la clave de los 30 años de discordia está en la distancia entre el legado que creían que Rosas había dejado y el que realmente les dejó. El revisionismo tiene una lectura equívoca, según el autor, al considerar que Rosas tenía o, mejor dicho, dejó un legado de Nación y unidad.