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GUÍA No 3
REPETICIÓN DEL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (III)
JESÚS VIVE PARA ALABAR Y GLORIFICAR A SU PADRE
REFLEXIONES PREVIAS
La ausencia de una referencia explícita a Jesucristo en el texto del Principio y
Fundamento ha suscitado diversas interpretaciones y estudios. ¿Es cristológico el Principio
y Fundamento? ¿Está Jesús implícitamente presente en él? ¿Se trata de la consideración de
un texto puramente filosófico o teológico, sin referencia concreta a Jesucristo?
Frente a estas preguntas hay que afirmar ante todo que el Principio y Fundamento
está concebido en una perspectiva claramente cristiana. «Aunque pueda ser acomodado a la
pura razón, San Ignacio escribió el Principio y Fundamento, como todo el resto de los
Ejercicios, para hombres de fe y en una perspectiva de fe»1
.
Algunos comentadores insinúan que Jesucristo está explícitamente presente, bajo el
título de «Dios nuestro Señor». Jacques Lewis lo dice con gran convicción:
«Hoy se impone ver en ese “Dios nuestro Señor” del Fundamento a Jesús resucitado, en
posesión del Señorío universal. Esta es la teología del Nuevo Testamento, y muy
formalmente la de San Pablo: «todo fue creado por él y para é» (Col 1, 16)…El hombre
encuentra la razón de ser de su existencia en su relación con Jesús Señor, vive en
movimiento hacia Cristo glorificado».2
En verdad, así lo presenta Ignacio en el primer ejercicio de la primera Semana y en
la contemplación del Reino, donde aplica a Jesucristo títulos que ordinariamente atribuimos
al Padre: «cómo de criador es venido a hacerse hombre» (EE 53); «Eterno Señor de todas
las cosas… yo quiero y deseo… imitaros en pasar todas injurias…» (EE 98).
Aunque la formulación del Principio y Fundamento, de sabor un tanto académico,
probablemente pertenece a la etapa final de los estudios de Ignacio en París, su sustancia,
sin embargo, se atribuye a Manresa. En esta página el santo nos deja lo más profundo de su
experiencia a orillas del Cardoner. Recordemos que el texto de los Ejercicios viene de aquel
deseo de San Ignacio de comunicar a otros, a quienes pensaba que les podría ser útil, lo que
había pasado por su alma en Loyola y en Manresa. Dios le enseñaba, comunicándole
«mucha devoción a la Santísima Trinidad… con muchas comparaciones y muy diversas, y
con mucho gozo y consolación; de modo que toda su vida le ha quedado esta impresión de
sentir grande devoción haciendo oración a la Santísima Trinidad»3
. Afirma también que
1
ENCINAS, ANTONIO, S.J., Los Ejercicios de San Ignacio, Sal Terrae, 1957, p. 99.
2
LEWIS, JACQUES, S.J., Conocimiento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Sal Terrae, 1987,
p.118-119.
3
Autobiografía, n.28.
2
hacía oración cada día a las tres personas distintamente y que Dios le representó en el
entendimiento «con grande alegría espiritual el modo con que había criado el mundo…».
Durante ese período «muchas veces y por mucho tiempo, estando en oración, veía con los
ojos interiores la humanidad de Cristo… esto vio en Manresa muchas veces: si dijese veinte
o cuarenta, no se atrevería a juzgar que era mentira»4
. Como fruto de estas gracias se le
abrieron los ojos del entendimiento, «entendiendo y conociendo muchas cosas», dejó los
extremos que antes tenía y comprendió que hacía mucho fruto en el trato con la gente.
Tenemos, pues, buenas razones para proponer explícitamente el paradigma de la
vida de Jesús en una repetición sobre el Principio y Fundamento. Si por razones
pedagógicas, como piensan algunos, no conviene presentar a Jesucristo ya desde el
Principio y Fundamento a quienes hacen los Ejercicios por vez primera, teniendo en cuenta
que estamos tratando con jesuitas y otras personas ya familiarizadas con la experiencia, no
vemos problema para introducir esta invitación a repetir el ejercicio tomando como
inspiración la forma como vivió Jesús su relación con el Padre.
¿Qué mejor manera de considerar el fin del hombre, su relación con Dios, con los
demás y con la creación entera, que volviendo nuestra mirada a la persona de Jesús de
Nazaret? La carta a los Hebreos nos exhorta a que «corramos con fortaleza la carrera que
tenemos por delante, fijando nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es
quien la perfecciona» (Heb 12, 2).
Por su parte el Concilio Vaticano II ofrece una motivación similar con estas
consideraciones:
«En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo
Encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su
amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación. Con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con
manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó
con corazón de hombre»5
.
«El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana. Asistió a las bodas
de Caná, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del
Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida
social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente»6
.
Si juzgas provechoso dedica, pues, toda esta semana, a una contemplación global de
la vida de Jesús: mira al hombre que dio cumplimiento cabal al proyecto creador, en quien
la creación llegó a su cumbre al realizar con plenitud en sí mismo, por primera vez, el
designio inicial de Dios: «hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Proponemos
una contemplación en la forma como la enseña San Ignacio para la segunda Semana: ver
las personas, oír lo que hablan, mirar lo que hacen y después reflectir, para sacar algún
provecho.
4
Autobiografía, 29.
5
Gaudium et Spes, 22.
6
Gaudium et Spes, 32.
3
FIN QUE SE PRETENDE
Contemplando el Principio y Fundamento personificado en la existencia
terrena de Jesús de Nazaret, en cuyo seguimiento hemos comprometido nuestra vida,
renovar y consolidar nuestra decisión de buscar y hallar la voluntad divina en la
disposición de nuestra vida, para «más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí
nuevamente encarnado» (EE. 109).
A diferencia de quien hace los Ejercicios por primera vez, nosotros nos disponemos
a repetirlos a fondo en la vida ordinaria, para lo cual no es inapropiado que traigamos a este
momento experiencias y opciones que ya forman parte de nuestra vida espiritual como fruto
de Ejercicios anteriores y que pueden enriquecer y consolidar las consideraciones del
Principio y Fundamento.
GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR
Pretendemos ahondar la fidelidad a nuestros compromisos con el Señor,
con la Iglesia y con la Compañía, tal como lo han explicitado las últimas
Congregaciones Generales. Y para ello, pedimos tener los mismos criterios,
valores, sentimientos y actitudes de Cristo Jesús -el “sensus Christi”-, para
realizar en todo la voluntad del Padre.
Se podría también formular la petición con la Congregación General 32:
gracia para «reconocer que somos pecadores y, sin embargo, llamados a ser
compañeros de Jesús, como lo fue San Ignacio: Ignacio que suplicaba
insistentemente a la Virgen Santísima que “le pusiera con su Hijo” y que vio un
día al Padre mismo pedirle a Jesús, que llevaba la cruz, que aceptara al peregrino
en su compañía»7
.
El Padre General, Peter-Hans Kolvenbach, motivando el año jubilar de San Ignacio,
San Francisco Javier y del Beato Pedro Fabro, indicaba:
«Una de las tareas de este nuevo año será preparar juntos el año jubilar que comienza el 3
de diciembre de 2005. El nacimiento en la tierra de Francisco de Jassu y Javier el 7 de abril
de 1506 en Javier, Navarra, y el de Pedro Fabro el 13 de abril del mismo año en Villaret,
Saboya, así como el nacimiento para el cielo de Ignacio de Loyola el 31 de julio de 1556 en
Roma, nos invitan a examinar e intensificar nuestra fidelidad al llamamiento del Señor.
Fueron ellos los primeros en discernirlo y en seguirlo de una manera tan creativa que sigue
desafiándonos a nosotros, sus compañeros del tercer milenio…
[A continuación destaca en su carta algunos aspectos de la espiritualidad original que
impulsó a estos tres compañeros de Jesús]...Estos son algunos aspectos de la espiritualidad
de estos primeros compañeros de Jesús que hoy todavía constituyen otros tantos desafíos
para el cuerpo apostólico de la Compañía: que Dios sea real y existencialmente el primero
7
CG 32, d.2, 1.
4
en ser servido en toda nuestra manera de vivir nuestra vocación; que, siguiendo a su Señor,
la Compañía diga consciente de la urgencia de su misión, porque: “contemplad los campos,
que están ya dorados para la siega”» (Jn 4,35); y que aferrados por el Espíritu, vivamos
personalmente el oficio de consolador que el Señor resucitado viene a ejercitar, a la manera
como unos amigos suelen consolar a otros (EE. 224)
Sobre estos diversos puntos, deberíamos verdaderamente aprovechar el año jubilar para
examinar nuestra manera de vivir y poner los medios para vivir a fondo el carisma recibido
de nuestros Fundadores: en nuestra oración apostólica, alimentada por la Eucaristía, en
nuestro celo misionero, en nuestro ministerio de ayuda espiritual a las personas. Las
Provincias y regiones podrán acentuar uno u otro aspecto más pertinente dentro de su
contexto apostólico; pero que todas participen en este examen e intensificación de nuestra
fidelidad al llamamiento acogido por Ignacio, Francisco Javier y Pedro Fabro»8
.
Vamos, pues, a meditar el Principio y Fundamento como miembros de una Orden
que en la pedagogía de los Ejercicios descubre a un «Jesús [que] nos invita a ver en su vida
terrena el modelo de la misión de la Compañía: predicar en pobreza, estar libres de ataduras
familiares, ser obedientes a la voluntad divina, tomar parte en su combate contra el pecado
con una generosidad total»9
.
TEXTO IGNACIANO
«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y,
mediante esto, salvar su alma».
En esta guía presentaremos el tema de la alabanza y gloria de Dios y en la siguiente
lo referente a la reverencia y al servicio. Proponemos contemplar globalmente la vida de
Jesús: verlo, escuchar lo que dice, mirar lo que hace…
Alabar: la gloria de su Padre es la inspiración que colma la existencia de Jesús, el
sentido de su vida. Vive y muere para que brille en todo su esplendor el amor gratuito e
incondicional del Padre que se manifiesta a los hombres dando plenitud de vida. San Juan
contempla en el prólogo de su Evangelio cómo la Palabra se hizo hombre y acampó entre
nosotros; en su humanidad, la comunidad pudo contemplar la gloria de Dios, propia del
Hijo único, plenitud de amor y de lealtad. La gloria que brilla en Jesús, su amor leal e
incondicional, es la gloria del Padre manifestada en una carne humana.10
Jesús afirma claramente que no acepta gloria humana (Jn 5, 41). «Mi enseñanza no
es mía, sino de aquel que me envió. Si alguien está dispuesto a hacer la voluntad de Dios,
podrá reconocer si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta. El que
habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero quien busca la gloria del que lo envió, ese
dice la verdad y en él no hay nada reprochable» (Jn 7, 16-18).
A pesar de tantas señales como realizaba delante de los judíos, ellos se negaban a
darle su adhesión, y aunque algunos creyeron en él, no lo confesaban para no ser excluidos
8
Carta del P. Peter-Hans Kolvenbach sobre los centenarios de Ignacio, Javier y Fabro, Roma, febrero 2005.
9
CG. 34, d.2, 4.
10
Cf MATEOS, JUAN, S.J. y BARRETO, JUAN, S.J., El Evangelio de Juan. Ediciones Cristiandad, pp.
67-72.
5
de la sinagoga; porque como comenta San Juan: «preferían la gloria que dan los hombres a
la gloria que da Dios» (Jn 7, 42). En cambio Jesús responde con fuerza al tentador que le
ofrece el poder y la gloria de los reinos de este mundo: «adora al Señor tu Dios, y sírvele
solo a él» (Lc 4, 8).
Sus milagros son para manifestar la gloria del Padre, que quiere vida en abundancia
para el hombre. Por eso la enfermedad de Lázaro no es para muerte, sino para que por ella
se manifieste la gloria de Dios. Y a Marta le advierte; «¿No te dije que si crees verás la
gloria de Dios»? (Jn 11, 40).
Ni siquiera la angustiosa perspectiva de su muerte, ante la que se siente fuertemente
agitado y a punto de gritar: «Padre, líbrame de esta angustia» (Jn 12, 27), le aparta de ese
anhelo de dar gloria a su Padre: «pero para esto he venido. Padre, glorifica tu nombre» (Jn
7, 28).
En múltiples pasajes de su Encíclica «Dives in misericordia», Juan Pablo II nos
ofrece a este respecto un riquísimo tema de contemplación: Jesús es el sacramento que nos
revela el esplendor del Padre «rico en misericordia», su gloria:
«Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como “Padre de misericordia” nos permite
“verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado
en el núcleo de su existencia y de su dignidad»11
.
«Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el
mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante que se dirige al hombre y
abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el
contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda “la condición
humana”, histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación la fragilidad del
hombre, bien sea física, bien sea moral»12
.
«Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es, en la conciencia de Cristo
mismo, la prueba fundamental de su misión de Mesías»13
.
«No sólo habla de ella [la misericordia] y la explica usando semejanzas y parábolas, sino
que además, y ante todo, él mismo la encarna y la personifica. El mismo es, en cierto
sentido, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente «
visible » como Padre « rico en misericordia»14
.
En esta manifestación, con gestos y palabras, del Dios “rico en misericordia”, se
expresa la gloria de Dios: «la gloria de Dios es que el hombre viva; y la vida del hombre
es la visión de Dios» (San Ireneo).
Su vida concluye con aquella maravillosa oración al Padre: «yo te he glorificado
aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste» (Jn. 17, 40
Todo eso que Jesús vivió, lo dejó a sus discípulos como componente nuclear del
modo de proceder evangélico: en sus oraciones, ayunos y limosnas, no deberán exhibirse
ante la gente; no habrán de buscar, antes temer, el aplauso humano y los honores del mundo
(cf Mt 6, 1-18; Lc 6, 26). Cuando oren comenzarán pidiendo que el nombre de Dios Padre
11
Dives in misericordia, I, 2.
12
Dives in misericordia, II, 3.
13
Dives in Misericordia, II, 3.
14
Dives in Misericordia, I, 2.
6
sea santificado, que la humanidad lo reconozca y lo proclame como Padre rico en
misericordia. La vida de sus discípulos ha de permitir «que su luz brille delante de la gente,
para que viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo»
(Mt 5, 16). La gloria del Padre ha de manifestarse, pues, ya no en el texto de la Ley ni en el
local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. Esa luz< que ha de
brillar delante de la gente son las obras a favor de los hombres, descritas en Mateo (5, 9), en
las que resplandece la gloria de Dios: misericordia, sinceridad, limpieza de corazón, trabajo
por la paz. Viéndolas, los hombres glorificarán al Padre, es decir, conocerán al único Dios
verdadero15
.
SUGERENCIAS PRÁCTICAS
En esta primera contemplación de la persona de Jesús que hace de su vida una
glorificación del Padre, amor que comunica vida, podemos centrar nuestra oración de esta
semana, dejando para la próxima, como ya advertimos, los otros dos aspectos: Jesús
servidor del proyecto del Padre; Jesús obediente a su voluntad.
Después de contemplarlo, reflectir en nosotros mismos para sacar algún provecho:
¿Es nuestra vida hoy -intenciones, actitudes, hechos, palabras -, una manifestación de la
gloria del Padre? ¿Hacemos presente con nuestro actuar la cercanía del Padre, rico en
misericordia, que ofrece a los hombres “vida en plenitud”? ¿Cómo nos comportamos frente
a la gloria y al vano honor del mundo?
Confrontemos nuestra vida con aquellas palabras de las Constituciones en el
Examen Primero y General:
«Como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligencia honores,
fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña; así los que van
en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo
contrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor por su debido
honor y reverencia…pues la vistió él por nuestro mayor provecho espiritual, dándonos
ejemplo, que en todas cosas a nosotros posibles, mediante su divina gracia, le queramos
imitar y seguir, como sea la vía que lleva los hombres a la vida”»16
.
Miembros de una Compañía fundada para la gloria de Dios, preguntémonos cómo
vivimos el ideal que nos trazan las Constituciones:
«Todos se esfuercen de tener la intención recta, no solamente acerca del stado de su vida,
pero aún de todas cosas particulares, siempre pretendiendo en ellas puramente servir y
complacer a la Divina Bondad por Sí mesma, y por el amor y beneficios tan singulares en
que nos previno, más que por temor de penas ni speranza de premios, aunque desto deben
también ayudarse; y sean exhortados a menudo a buscar en todas cosas a Dios nuestro
Señor, apartando cuanto es posible de sí el amor de todas las criaturas, por ponerle en el
Criador dellas, a él en todas amando y a todas en él, conforme a su santísima y divina
voluntad»17
.
15
Cf MATEOS, JUAN, S.J. y CAMACHO, FERNANDO, S.J. El Evangelio de Mateo. Lectura comentada.
Ediciones Cristiandad, pp. 58-59.
16
Const., 101.
17
Const., 288.

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  • 1. GUÍA No 3 REPETICIÓN DEL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO (III) JESÚS VIVE PARA ALABAR Y GLORIFICAR A SU PADRE REFLEXIONES PREVIAS La ausencia de una referencia explícita a Jesucristo en el texto del Principio y Fundamento ha suscitado diversas interpretaciones y estudios. ¿Es cristológico el Principio y Fundamento? ¿Está Jesús implícitamente presente en él? ¿Se trata de la consideración de un texto puramente filosófico o teológico, sin referencia concreta a Jesucristo? Frente a estas preguntas hay que afirmar ante todo que el Principio y Fundamento está concebido en una perspectiva claramente cristiana. «Aunque pueda ser acomodado a la pura razón, San Ignacio escribió el Principio y Fundamento, como todo el resto de los Ejercicios, para hombres de fe y en una perspectiva de fe»1 . Algunos comentadores insinúan que Jesucristo está explícitamente presente, bajo el título de «Dios nuestro Señor». Jacques Lewis lo dice con gran convicción: «Hoy se impone ver en ese “Dios nuestro Señor” del Fundamento a Jesús resucitado, en posesión del Señorío universal. Esta es la teología del Nuevo Testamento, y muy formalmente la de San Pablo: «todo fue creado por él y para é» (Col 1, 16)…El hombre encuentra la razón de ser de su existencia en su relación con Jesús Señor, vive en movimiento hacia Cristo glorificado».2 En verdad, así lo presenta Ignacio en el primer ejercicio de la primera Semana y en la contemplación del Reino, donde aplica a Jesucristo títulos que ordinariamente atribuimos al Padre: «cómo de criador es venido a hacerse hombre» (EE 53); «Eterno Señor de todas las cosas… yo quiero y deseo… imitaros en pasar todas injurias…» (EE 98). Aunque la formulación del Principio y Fundamento, de sabor un tanto académico, probablemente pertenece a la etapa final de los estudios de Ignacio en París, su sustancia, sin embargo, se atribuye a Manresa. En esta página el santo nos deja lo más profundo de su experiencia a orillas del Cardoner. Recordemos que el texto de los Ejercicios viene de aquel deseo de San Ignacio de comunicar a otros, a quienes pensaba que les podría ser útil, lo que había pasado por su alma en Loyola y en Manresa. Dios le enseñaba, comunicándole «mucha devoción a la Santísima Trinidad… con muchas comparaciones y muy diversas, y con mucho gozo y consolación; de modo que toda su vida le ha quedado esta impresión de sentir grande devoción haciendo oración a la Santísima Trinidad»3 . Afirma también que 1 ENCINAS, ANTONIO, S.J., Los Ejercicios de San Ignacio, Sal Terrae, 1957, p. 99. 2 LEWIS, JACQUES, S.J., Conocimiento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Sal Terrae, 1987, p.118-119. 3 Autobiografía, n.28.
  • 2. 2 hacía oración cada día a las tres personas distintamente y que Dios le representó en el entendimiento «con grande alegría espiritual el modo con que había criado el mundo…». Durante ese período «muchas veces y por mucho tiempo, estando en oración, veía con los ojos interiores la humanidad de Cristo… esto vio en Manresa muchas veces: si dijese veinte o cuarenta, no se atrevería a juzgar que era mentira»4 . Como fruto de estas gracias se le abrieron los ojos del entendimiento, «entendiendo y conociendo muchas cosas», dejó los extremos que antes tenía y comprendió que hacía mucho fruto en el trato con la gente. Tenemos, pues, buenas razones para proponer explícitamente el paradigma de la vida de Jesús en una repetición sobre el Principio y Fundamento. Si por razones pedagógicas, como piensan algunos, no conviene presentar a Jesucristo ya desde el Principio y Fundamento a quienes hacen los Ejercicios por vez primera, teniendo en cuenta que estamos tratando con jesuitas y otras personas ya familiarizadas con la experiencia, no vemos problema para introducir esta invitación a repetir el ejercicio tomando como inspiración la forma como vivió Jesús su relación con el Padre. ¿Qué mejor manera de considerar el fin del hombre, su relación con Dios, con los demás y con la creación entera, que volviendo nuestra mirada a la persona de Jesús de Nazaret? La carta a los Hebreos nos exhorta a que «corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante, fijando nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona» (Heb 12, 2). Por su parte el Concilio Vaticano II ofrece una motivación similar con estas consideraciones: «En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre»5 . «El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana. Asistió a las bodas de Caná, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente»6 . Si juzgas provechoso dedica, pues, toda esta semana, a una contemplación global de la vida de Jesús: mira al hombre que dio cumplimiento cabal al proyecto creador, en quien la creación llegó a su cumbre al realizar con plenitud en sí mismo, por primera vez, el designio inicial de Dios: «hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Proponemos una contemplación en la forma como la enseña San Ignacio para la segunda Semana: ver las personas, oír lo que hablan, mirar lo que hacen y después reflectir, para sacar algún provecho. 4 Autobiografía, 29. 5 Gaudium et Spes, 22. 6 Gaudium et Spes, 32.
  • 3. 3 FIN QUE SE PRETENDE Contemplando el Principio y Fundamento personificado en la existencia terrena de Jesús de Nazaret, en cuyo seguimiento hemos comprometido nuestra vida, renovar y consolidar nuestra decisión de buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de nuestra vida, para «más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado» (EE. 109). A diferencia de quien hace los Ejercicios por primera vez, nosotros nos disponemos a repetirlos a fondo en la vida ordinaria, para lo cual no es inapropiado que traigamos a este momento experiencias y opciones que ya forman parte de nuestra vida espiritual como fruto de Ejercicios anteriores y que pueden enriquecer y consolidar las consideraciones del Principio y Fundamento. GRACIA QUE SE QUIERE ALCANZAR Pretendemos ahondar la fidelidad a nuestros compromisos con el Señor, con la Iglesia y con la Compañía, tal como lo han explicitado las últimas Congregaciones Generales. Y para ello, pedimos tener los mismos criterios, valores, sentimientos y actitudes de Cristo Jesús -el “sensus Christi”-, para realizar en todo la voluntad del Padre. Se podría también formular la petición con la Congregación General 32: gracia para «reconocer que somos pecadores y, sin embargo, llamados a ser compañeros de Jesús, como lo fue San Ignacio: Ignacio que suplicaba insistentemente a la Virgen Santísima que “le pusiera con su Hijo” y que vio un día al Padre mismo pedirle a Jesús, que llevaba la cruz, que aceptara al peregrino en su compañía»7 . El Padre General, Peter-Hans Kolvenbach, motivando el año jubilar de San Ignacio, San Francisco Javier y del Beato Pedro Fabro, indicaba: «Una de las tareas de este nuevo año será preparar juntos el año jubilar que comienza el 3 de diciembre de 2005. El nacimiento en la tierra de Francisco de Jassu y Javier el 7 de abril de 1506 en Javier, Navarra, y el de Pedro Fabro el 13 de abril del mismo año en Villaret, Saboya, así como el nacimiento para el cielo de Ignacio de Loyola el 31 de julio de 1556 en Roma, nos invitan a examinar e intensificar nuestra fidelidad al llamamiento del Señor. Fueron ellos los primeros en discernirlo y en seguirlo de una manera tan creativa que sigue desafiándonos a nosotros, sus compañeros del tercer milenio… [A continuación destaca en su carta algunos aspectos de la espiritualidad original que impulsó a estos tres compañeros de Jesús]...Estos son algunos aspectos de la espiritualidad de estos primeros compañeros de Jesús que hoy todavía constituyen otros tantos desafíos para el cuerpo apostólico de la Compañía: que Dios sea real y existencialmente el primero 7 CG 32, d.2, 1.
  • 4. 4 en ser servido en toda nuestra manera de vivir nuestra vocación; que, siguiendo a su Señor, la Compañía diga consciente de la urgencia de su misión, porque: “contemplad los campos, que están ya dorados para la siega”» (Jn 4,35); y que aferrados por el Espíritu, vivamos personalmente el oficio de consolador que el Señor resucitado viene a ejercitar, a la manera como unos amigos suelen consolar a otros (EE. 224) Sobre estos diversos puntos, deberíamos verdaderamente aprovechar el año jubilar para examinar nuestra manera de vivir y poner los medios para vivir a fondo el carisma recibido de nuestros Fundadores: en nuestra oración apostólica, alimentada por la Eucaristía, en nuestro celo misionero, en nuestro ministerio de ayuda espiritual a las personas. Las Provincias y regiones podrán acentuar uno u otro aspecto más pertinente dentro de su contexto apostólico; pero que todas participen en este examen e intensificación de nuestra fidelidad al llamamiento acogido por Ignacio, Francisco Javier y Pedro Fabro»8 . Vamos, pues, a meditar el Principio y Fundamento como miembros de una Orden que en la pedagogía de los Ejercicios descubre a un «Jesús [que] nos invita a ver en su vida terrena el modelo de la misión de la Compañía: predicar en pobreza, estar libres de ataduras familiares, ser obedientes a la voluntad divina, tomar parte en su combate contra el pecado con una generosidad total»9 . TEXTO IGNACIANO «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma». En esta guía presentaremos el tema de la alabanza y gloria de Dios y en la siguiente lo referente a la reverencia y al servicio. Proponemos contemplar globalmente la vida de Jesús: verlo, escuchar lo que dice, mirar lo que hace… Alabar: la gloria de su Padre es la inspiración que colma la existencia de Jesús, el sentido de su vida. Vive y muere para que brille en todo su esplendor el amor gratuito e incondicional del Padre que se manifiesta a los hombres dando plenitud de vida. San Juan contempla en el prólogo de su Evangelio cómo la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros; en su humanidad, la comunidad pudo contemplar la gloria de Dios, propia del Hijo único, plenitud de amor y de lealtad. La gloria que brilla en Jesús, su amor leal e incondicional, es la gloria del Padre manifestada en una carne humana.10 Jesús afirma claramente que no acepta gloria humana (Jn 5, 41). «Mi enseñanza no es mía, sino de aquel que me envió. Si alguien está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, podrá reconocer si mi enseñanza viene de Dios o si hablo por mi propia cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero quien busca la gloria del que lo envió, ese dice la verdad y en él no hay nada reprochable» (Jn 7, 16-18). A pesar de tantas señales como realizaba delante de los judíos, ellos se negaban a darle su adhesión, y aunque algunos creyeron en él, no lo confesaban para no ser excluidos 8 Carta del P. Peter-Hans Kolvenbach sobre los centenarios de Ignacio, Javier y Fabro, Roma, febrero 2005. 9 CG. 34, d.2, 4. 10 Cf MATEOS, JUAN, S.J. y BARRETO, JUAN, S.J., El Evangelio de Juan. Ediciones Cristiandad, pp. 67-72.
  • 5. 5 de la sinagoga; porque como comenta San Juan: «preferían la gloria que dan los hombres a la gloria que da Dios» (Jn 7, 42). En cambio Jesús responde con fuerza al tentador que le ofrece el poder y la gloria de los reinos de este mundo: «adora al Señor tu Dios, y sírvele solo a él» (Lc 4, 8). Sus milagros son para manifestar la gloria del Padre, que quiere vida en abundancia para el hombre. Por eso la enfermedad de Lázaro no es para muerte, sino para que por ella se manifieste la gloria de Dios. Y a Marta le advierte; «¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios»? (Jn 11, 40). Ni siquiera la angustiosa perspectiva de su muerte, ante la que se siente fuertemente agitado y a punto de gritar: «Padre, líbrame de esta angustia» (Jn 12, 27), le aparta de ese anhelo de dar gloria a su Padre: «pero para esto he venido. Padre, glorifica tu nombre» (Jn 7, 28). En múltiples pasajes de su Encíclica «Dives in misericordia», Juan Pablo II nos ofrece a este respecto un riquísimo tema de contemplación: Jesús es el sacramento que nos revela el esplendor del Padre «rico en misericordia», su gloria: «Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como “Padre de misericordia” nos permite “verlo” especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo de su existencia y de su dignidad»11 . «Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda “la condición humana”, histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral»12 . «Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es, en la conciencia de Cristo mismo, la prueba fundamental de su misión de Mesías»13 . «No sólo habla de ella [la misericordia] y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y la personifica. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia. A quien la ve y la encuentra en él, Dios se hace concretamente « visible » como Padre « rico en misericordia»14 . En esta manifestación, con gestos y palabras, del Dios “rico en misericordia”, se expresa la gloria de Dios: «la gloria de Dios es que el hombre viva; y la vida del hombre es la visión de Dios» (San Ireneo). Su vida concluye con aquella maravillosa oración al Padre: «yo te he glorificado aquí en el mundo, pues he terminado la obra que tú me confiaste» (Jn. 17, 40 Todo eso que Jesús vivió, lo dejó a sus discípulos como componente nuclear del modo de proceder evangélico: en sus oraciones, ayunos y limosnas, no deberán exhibirse ante la gente; no habrán de buscar, antes temer, el aplauso humano y los honores del mundo (cf Mt 6, 1-18; Lc 6, 26). Cuando oren comenzarán pidiendo que el nombre de Dios Padre 11 Dives in misericordia, I, 2. 12 Dives in misericordia, II, 3. 13 Dives in Misericordia, II, 3. 14 Dives in Misericordia, I, 2.
  • 6. 6 sea santificado, que la humanidad lo reconozca y lo proclame como Padre rico en misericordia. La vida de sus discípulos ha de permitir «que su luz brille delante de la gente, para que viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo» (Mt 5, 16). La gloria del Padre ha de manifestarse, pues, ya no en el texto de la Ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. Esa luz< que ha de brillar delante de la gente son las obras a favor de los hombres, descritas en Mateo (5, 9), en las que resplandece la gloria de Dios: misericordia, sinceridad, limpieza de corazón, trabajo por la paz. Viéndolas, los hombres glorificarán al Padre, es decir, conocerán al único Dios verdadero15 . SUGERENCIAS PRÁCTICAS En esta primera contemplación de la persona de Jesús que hace de su vida una glorificación del Padre, amor que comunica vida, podemos centrar nuestra oración de esta semana, dejando para la próxima, como ya advertimos, los otros dos aspectos: Jesús servidor del proyecto del Padre; Jesús obediente a su voluntad. Después de contemplarlo, reflectir en nosotros mismos para sacar algún provecho: ¿Es nuestra vida hoy -intenciones, actitudes, hechos, palabras -, una manifestación de la gloria del Padre? ¿Hacemos presente con nuestro actuar la cercanía del Padre, rico en misericordia, que ofrece a los hombres “vida en plenitud”? ¿Cómo nos comportamos frente a la gloria y al vano honor del mundo? Confrontemos nuestra vida con aquellas palabras de las Constituciones en el Examen Primero y General: «Como los mundanos que siguen al mundo, aman y buscan con tanta diligencia honores, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña; así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo contrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor por su debido honor y reverencia…pues la vistió él por nuestro mayor provecho espiritual, dándonos ejemplo, que en todas cosas a nosotros posibles, mediante su divina gracia, le queramos imitar y seguir, como sea la vía que lleva los hombres a la vida”»16 . Miembros de una Compañía fundada para la gloria de Dios, preguntémonos cómo vivimos el ideal que nos trazan las Constituciones: «Todos se esfuercen de tener la intención recta, no solamente acerca del stado de su vida, pero aún de todas cosas particulares, siempre pretendiendo en ellas puramente servir y complacer a la Divina Bondad por Sí mesma, y por el amor y beneficios tan singulares en que nos previno, más que por temor de penas ni speranza de premios, aunque desto deben también ayudarse; y sean exhortados a menudo a buscar en todas cosas a Dios nuestro Señor, apartando cuanto es posible de sí el amor de todas las criaturas, por ponerle en el Criador dellas, a él en todas amando y a todas en él, conforme a su santísima y divina voluntad»17 . 15 Cf MATEOS, JUAN, S.J. y CAMACHO, FERNANDO, S.J. El Evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, pp. 58-59. 16 Const., 101. 17 Const., 288.