El documento analiza la situación de pobreza e indigencia entre los menores de 18 años en Argentina, donde el 56,4% son pobres y el 23,6% son indigentes. Esto afecta las políticas educativas y la formación de la subjetividad de los estudiantes. Además, señala que la pobreza y violencia estructural condicionan fuertemente a los niños y adolescentes en las escuelas, pero que estas a veces funcionan para relegar a los estudiantes en lugar de ser espacios de inclusión.
1. En Argentina, el 56,4% de los menores de
18 años son pobres y el 23, 6% son
indigentes.
La pobreza que atraviesa a las infancias y
adolescencias no es solo una variable a
considerar en la cuestión escolar sino una
matriz que estructura la trama de las
políticas, las practicas educativas y la
producción de subjetividad.
2. Se trata de infancias y adolescencias en
minúscula y en plural, dada la
heterogeneidad de condiciones materiales y
simbólicas que atraviesan a los sectores y
grupos, por ello los efectos de la desigualdad
no es igual para todos.
3. La homogeneidad debería seguir siendo
una utopía.
Se debería pensar al alumno en mayúscula
y en singular para tender a la igualación, al
menos en el plano de las representaciones
simbólicas, dimensión que incide en la
configuración de discursos con sentido
práctico en la vida cotidiana de la sociedad
y en la de las dimensiones. Estos niños y
adolescentes con constricciones
heterogéneas y diversas se transforman en
alumnos en el sistema escolar.
4. Es ser alumno es una categoría que se va
transformando históricamente conforme a las
transformaciones de la sociedad. La interrogación es:
«cómo se mira» hoy a la pobreza y a la violencia
estructural que condiciona fuertemente a los niños y
adolescente que habitan las escuelas. ¿Es la escuela
un espacio de residencia o funcionan en su interior
los mecanismos de la relegación de los estudiantes
atravesados por la exclusión? ¿ O ambas cuestiones
coexisten en el espacio escolar?
5. En lugar de pensarse a los niño y adolescentes
como sujetos con riesgo social y desprovistos
de derechos, se los mira como sujetos de
peligrosidad social. Los niños pasan a ser
sospechosos, donde la sociedad pareciera
tener que protegerse de ellos
Se pasa de una consideración ingenua de la
infancia y de la adolescencia a una visión
criminalizante.
6. Son las sociedades las que vuelven brutales
a las personas. Se trata de superar esas
miradas esencialistas y sustancialitas sobre
la infancia y la adolescencia, quitándoles
la responsabilidad última sobre sus
conductas que suelen denominarse como
«antisociales».
Es la miseria de la sociedad que vuelve
miserables a los hombres y la violencia
social la que torna violentos a los niños y
adolescentes.
7. Hacemos referencia entonces a una construcción
de la violencia en el campo escolar y es
necesario aplicar contrariamente, una noción
esencialista, un pensamiento racional
8. Es imprescindible avanzar en la
desnaturalización de del «alumno violento» que
deja bajo sospecha a niños y adolescentes que
transitan por el sistema escolar, espacio éste
que debiera tender a asumirse como un espacio
simbólico para torcer los destino socialmente
pre-asignados.
Es su función simbólica de biografizar, la
escuela puede ofrecer otra mirada sobre los
niños y adolescentes. La escuela, bajo cierta
condiciones, torna lo imposible en posible.