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EDUCACIÓN EN AMÉRICA LATINA, ENTRE EL CAMBIO SOCIAL
Y LA INERCIA INSTITUCIONAL
1. INTRODUCCIÓN
En una sociedad cada vez más desigual es inevitable la preocupación sobre el
futuro de la educación. ¿No será necesario un mínimo de equidad para que sea posible
educar? ¿No se estarán conformando situaciones sociales en las cuales las
prácticas educativas se tornen imposibles? A partir de preguntas como éstas, durante
tres años el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación de la
UNESCO llevó adelante un estudio cualitativo en cuatro países de América latina:
Argentina, Chile, Colombia y Perú.
El presente artículo es una reflexión a partir de algunos de los hallazgos de este
estudio, y está basado en notas de campo y en versiones preliminares de un libro
que está a punto de ser publicado por esa institución. El diagnóstico que surge de la
observación de situaciones críticas, como lo son las que viven las comunidades rurales
indígenas del sur de Perú, los desplazados de la guerra en Colombia o los excluidos
de las zonas urbanas marginales de Buenos Aires, es realmente poco alentador
y apela a la necesidad de políticas que impliquen un cambio estructural en la
región. Las observaciones vertidas en este texto tienen por objeto poner en discusión
algunas claves de interpretación de la realidad social y educativa de América
latina con el fin de contribuir al debate sobre el sentido y la profundidad que deben
tener esas acciones políticas, que deben estar orientadas a lograr una sociedad más
justa y equitativa.
2. LOS DESAFÍOS DE UN NUEVO ESCENARIO SOCIAL
La gran mayoría de los estudios orientados a esclarecer la relación entre la educación
y la equidad social coinciden en centrar la atención en la educación como
una condición indispensable para el logro de una sociedad más equitativa. Los argumentos
que permiten pensar en la educación como una instancia previa a la
equidad, como su condición de posibilidad, son muy diversos y se pueden mencionar
aquí dos de los más contundentes. En primer lugar, se sostiene que los que no
tienen acceso a la educación carecen de aquellas competencias que los habilitan para
una inserción laboral con éxito. Como consecuencia de ello, estos sujetos excluidos
del sistema educativo son, además, marginados respecto del principal mecanismo
social de distribución de la riqueza −el mercado de trabajo−, consolidando
así uno de los modos de reproducción de las desigualdades en nuestras sociedades.
Con esta visión, fuertemente arraigada en enfoques que ponen el énfasis en la centralidad
de los recursos humanos, convive aquella que sostiene que los que no acceden
a una educación de calidad tienen limitadas las posibilidades de un pleno
ejercicio de sus derechos y de participación en la sociedad, lo cual se traduce en un
debilitamiento de su condición de ciudadanos.
Desde ambas perspectivas se coincide en que no es posible promover estrategias
de desarrollo e de integración social fundadas sobre una distribución no equitativa
del conocimiento. Más aún, desde ellas es posible sostener que nuestras sociedades
deben asumir y hacer efectivo el compromiso de movilizar aquellos recursos que
garanticen que todos los niños y adolescentes puedan recibir como mínimo doce
años de educación de calidad. Un horizonte de educación media de calidad para todos
representaría, sin duda, una gran contribución para la consolidación de sociedades
más justas y equitativas.
Ahora bien, la creciente complejidad que caracteriza al escenario social en los
países de América latina, y más específicamente la profundización de situaciones
de pobreza extrema y de exclusión social, nos enfrentan con los siguientes interrogantes:
¿Es posible educar en cualquier contexto? ¿Cuál es el mínimo de equidad
necesario para que las prácticas educativas sean exitosas? Cada vez se hacen más
visibles las limitaciones de los sistemas educativos frente a escenarios tan devastados
en los que los alumnos no cuentan con unas condiciones mínimas que les permitan
participar del proceso educativo. Aparece, así, la necesidad de señalar que
hace falta un mínimo de bienestar para poder educar.
En consecuencia, aquella visión que pone la educación como condición necesaria
para la equidad debe hoy ser complementada con otra que, en sentido inverso,
pone la equidad como condición de posibilidad para la educación. Se hace necesario,
por lo tanto, renunciar a esquemas de análisis que se apoyan en relaciones causales
unidireccionales y abordar la articulación entre educación y equidad desde
una perspectiva relacional que mantenga viva la tensión entre ambos términos.
Esta necesidad de profundizar en un debate en torno al modo de articulación entre
educación y equidad social resulta de la creciente complejidad de los escenarios
sociales de la región, que se traducen en nuevos y difíciles desafíos para los sistemas
educativos. El aumento de las desigualdades en el acceso al bienestar −hasta el
punto de que en varios países de la región la pobreza aumenta incluso en períodos
de crecimiento económico− es tal vez el más analizado de los procesos sociales
ocurridos en los últimos veinte años en América latina, pero no el único. Son indiscutibles,
hoy, los hallazgos respecto de las diversas formas en que se expresa la crisis
de cohesión social y la creciente fragmentación de la sociedad, y que se traducen
en la ruptura de los lazos sociales primarios y en la proliferación de prácticas
que privilegian el individualismo por encima del interés colectivo. Desde el punto
de vista político, venimos de años en los que, a la vez que se avanzó en la consolidación
de las democracias de la región, éstas se ven debilitadas como efecto de
permanentes episodios de corrupción, del desgaste de las formas tradicionales de
representación política y del desencanto de los ciudadanos ante las promesas incumplidas
por sus gobernantes. Desde el punto de vista cultural, nuestras sociedades
se encuentran en una permanente tensión entre los efectos universalistas e integradores
de los medios masivos de comunicación, en especial internet, y una vasta
proliferación de microculturas que refuerzan en el plano subjetivo los procesos de
fragmentación social y de aislamiento. La gran diversidad de escenarios, las múltiples
expresiones de la pobreza, las nuevas formas de exclusión social y espacial,
una sociedad cada vez más fragmentada y una creciente coexistencia de múltiples
configuraciones culturales, especialmente entre los jóvenes, son los elementos
constitutivos del nuevo panorama social en América latina. La década de los años
noventa fue una década de consolidación de escenarios sociales muy diversos, diversidad
que es riqueza en tanto complejidad cultural, pero que, a la vez, resulta de
situaciones de extrema pobreza y de exclusión.
En este contexto, los sistemas educativos quedan enfrentados a múltiples desafíos
y, tal y como están estructurados hoy, se ven con serias dificultades para hacer
efectivo el compromiso de una educación de calidad para todos. En principio, surge
la necesidad de desarrollar estrategias adecuadas para lograr resultados positivos en
cada uno de estos múltiples escenarios que se van dibujando en la región, lo cual
requiere el desarrollo de diversas aproximaciones pedagógicas para el logro de resultados
equivalentes. Surgen, así, interrogantes tales como de qué modo educar a
los niños de familias empobrecidas, cómo educar en contextos de extrema violencia,
cómo se logran resultados de éxito entre los refugiados o entre los desplazados
por la guerra, o cómo retener en la escuela a los adolescentes de las más diversas
tribus urbanas. Cada caso en particular requiere del desarrollo de estrategias educativas
que partan de un profundo conocimiento de estas realidades y que pueda operar
satisfactoriamente en ellas.
Sin embargo, ante la evidencia de la proliferación de fenómenos de extrema exclusión,
de marginalidad profunda o de ruptura de lazos sociales mínimos, surge
inevitablemente la pregunta de si los sistemas educativos están en condiciones de
desarrollar estrategias acordes a cada uno de ellos o si, por el contrario, podemos
sostener que se están conformando configuraciones sociales frente a las cuales no
hay pedagogía posible.
3. SOBRE LAS CONDICIONES SOCIALES PARA EL APRENDIZAJE
Una observación detallada de lo que ocurre en las escuelas, el diálogo con los
docentes, la posibilidad de reconstruir las prácticas en las aulas, el ejercicio de indagar
en las vivencias de los alumnos o en las expectativas y en las dificultades de
sus padres, permite ver, entre muchas otras cosas, las condiciones que la mayoría
de las escuelas les ponen hoy a los niños y a los adolescentes para que puedan acceder
a sus aulas y a participar del proceso educativo. Así, es posible identificar el
alumno para el cual esas escuelas están pensadas, a quién van dirigidas, en quién se
piensa cuando diseñan sus respectivas propuestas de trabajo.
Lo que se encuentra en la gran mayoría de los casos es que, para que los niños
puedan ir a la escuela y participar satisfactoriamente de las clases, es necesario que
estén adecuadamente alimentados y sanos, que vivan en un medio que no les ponga
obstáculos en las prácticas educativas y que hayan internalizado un conjunto de
representaciones,
de valores y de actitudes que los dispongan favorablemente para el
aprendizaje escolar. Dicho conjunto alude, por ejemplo, a la capacidad de dialogar,
de conocer y de dominar el idioma en el que se dictan las clases, de tratar con extraños,
de reconocer la autoridad del maestro, de “portarse bien”, de respetar normas
institucionales, de asumir los compromisos, de reconocer el valor de las obligaciones,
de depositar la confianza en otros, etcétera. Por último, vemos también
que las escuelas esperan de los alumnos una capacidad de adaptación a un entorno
múltiple y cambiante y una capacidad de individualización y de autonomía, escolar, tal y como
la conocemos hoy en nuestros países, presupone un
niño con un conjunto de predisposiciones desarrolladas previamente en el seno de
su familia.
Este aprendizaje previo a la escuela se da de múltiples maneras. Por un lado,
existen a diario esos momentos en que los adultos enseñan a los niños, por ejemplo,
a utilizar adecuadamente los cubiertos en la mesa, a atarse los zapatos o a cruzar las
calles con precaución, situaciones en las que el adulto es conciente de que está enseñándoles
del mismo modo en que el niño sabe que está aprendiendo. Pero además,
y sobre todo, existe todo un aprendizaje que se produce inconscientemente, de
modo inadvertido y espontáneo. Es un proceso de educación que se da de un modo
no racional, presente en todas las prácticas sociales en las que el niño participa desde
su nacimiento. La transmisión doméstica de este conjunto de disposiciones, de
este capital cultural incorporado, es el resultado de un trabajo físico y mental por
parte del niño, de un esfuerzo en el que involucra su cuerpo, de una exposición a
un trabajo de inculcación y de asimilación, un trabajo del sujeto sobre sí mismo caracterizado,
además, por tener una inmensa carga emocional. En efecto, el proceso
de conformación del sujeto en su etapa inicial es un proceso de construcción de
identidad, que enfrenta al niño con la necesidad de proveerse de ella, y que requiere
de un fuerte lazo afectivo con sus adultos de referencia. El proceso de construcción
de identidad, cargado de una fuerte base afectiva, presupone una identificación
previa con otros.
Un factor que define este conjunto de disposiciones para poder participar del
proceso educativo, como también para el resto de las esferas de la vida, es que no
puede ser transmitido instantáneamente sino que requiere de tiempo. La adquisición
de estas aptitudes resulta de una permanente exposición a situaciones transformadoras,
entre las que adquieren preeminencia el tiempo real de interacción con
sus adultos de referencia, de permanencia en ámbitos en los que se dialoga, de exposición
a determinados consumos culturales, de habituación a un día a día pautado
por determinadas normas y valores, etcétera. Cabe aquí adelantar que uno de los
factores que operan en el vínculo entre el origen social y el acceso al capital cultural
necesario para acceder a la escuela, o para luego acceder a determinada calidad
de vida (laboral, social...), es precisamente la disponibilidad del tiempo necesario
para la adquisición de éste último: el tiempo en que el niño puede estar expuesto a
espacios que estimulan el desarrollo de estas capacidades básicas, el tiempo en que
puede permanecer en la escuela, etcétera (Bourdieu, 2002).
La escuela, en tanto que experiencia educativa formal, requiere de la presencia y
de la eficacia de esta “educación primera” para su desarrollo. Cuando un niño ingresa
a la educación básica debe haber pasado por esta formación previa, que está
en manos de sus familias. Aunque cada vez más los niños son escolarizados desde
muy pequeños, en la mayoría de los países de América latina la educación es obligatoria
a partir de los cinco o de los seis años de edad, por lo que el paso de los años por los
jardines infantiles o por las salas de preescolar es parte de las decisiones
tomadas por los padres o por los tutores en este proceso de educación inicial. Frente
a la oferta educativa actual, este conjunto de aptitudes y de disposiciones adquiridas
o gestionadas en el seno familiar forma la base que condiciona y que hace posible
los aprendizajes posteriores. Para poder educar, nuestras escuelas esperan hoy
niños ya educados.
Esta demanda de una dotación específica de disposiciones para poder participar
del proceso educativo no sólo se manifiesta el primer día de clase en el momento
de la admisión, sino que se renueva permanentemente hasta el momento de la graduación.
La asistencia a la escuela implica la posibilidad de cumplir con las rutinas
cotidianas, de contar con recursos para acceder a los materiales y a los útiles necesarios,
de disponer del estímulo y del acompañamiento de los adultos y, de nuevo,
de contar con tiempo. El aprendizaje en la escuela, al igual que la adquisición de
las disposiciones para acceder a ella, significa un trabajo sobre el cuerpo y sobre la
mente de los niños y adolescentes, una transformación que es imposible sin un
fuerte compromiso por parte de ellos, y que implica una demanda de energía que
debe ser renovada día a día.
La educación no es una simple transmisión de conocimientos que pone al alumno
en el lugar de receptor pasivo, sino que es una construcción que se desarrolla en
una relación pedagógica respecto de la cual tanto los alumnos como los docentes se
asignan roles y expectativas. Este proceso sólo es posible en la medida en que los
alumnos se constituyan en sujetos capaces de llevar adelante este proceso, en sujetos
educables.
Centrar la atención en las condiciones de educabilidad de los niños y de los adolescentes
lleva a interrogar a la escuela respecto de qué es lo que espera de ellos.
Estas condiciones no se definen en sí mismas sino que resultan del modelo de
alumno que presupone la institución escolar. ¿Cuál es el tipo de alumno que está en
condiciones de responder a la dinámica que el sistema propone y terminar con éxito
su carrera educativa? ¿En qué alumno están pensando los sistemas educativos
cuando diseñan sus estrategias pedagógicas? La noción de educabilidad debe ser
comprendida como un concepto relacional, en tanto se define en la tensión entre los
recursos que el niño porta y aquellos que la escuela espera de ellos o que les exige.
Es en esa relación, en el punto límite del encuentro entre estas dos esferas, donde se
definen los criterios de educabilidad.
“El niño está en la encrucijada de estas dos socializaciones, y el éxito escolar
de unos se debe a la proximidad de estas dos culturas, la familiar y la escolar,
mientras que el fracaso de otros se explica por las distancias de esas culturas y
por el dominio social de la segunda sobre la primera” (Dubet y Martucelli, 2000).
En esta misma línea, Pierre Bourdieu señala que la productividad específica del
trabajo escolar se mide según el grado en que el sistema de los medios necesarios
para el cumplimiento del trabajo pedagógico está objetivamente organizado en
de la distancia existente entre el habitus que pretende inculcar y el habitus
producido por los trabajos pedagógicos anteriores (Tenti, 1994).
La educabilidad, en última instancia, puede ser interpretada como el resultado
de una adecuada distribución de responsabilidades entre la familia y la escuela.
Más específicamente, el problema de la educabilidad apunta a la calidad de un
arreglo institucional entre el estado, la familia y la sociedad civil, y el fortalecimiento
o el deterioro de las condiciones de educabilidad es el resultado de los cambios
en esa relación entre estas esferas, desajustes entre lo que el niño trae y lo que
la escuela exige.
¿A quién le toca socializar a los niños? ¿Compete exclusivamente a la familia?
¿Qué responsabilidad deben asumir otros actores sociales? ¿Cuál es el rol del estado?
¿Cuánto puede pedirse a la sociedad civil? El esquema que rige actualmente
en los países de América latina presupone un reparto de responsabilidades en el que
la familia asume el compromiso de llevar adelante ese proceso de formación inicial,
de socialización primaria o de primera educación, y la institución escolar, regulada
por el estado, se apoya sobre esa primera formación para el desarrollo del
proceso de educación formal. La transición entre una esfera y la otra es objeto de
intervención y regulación social, al definirse la obligatoriedad de la educación formal
a partir de determinadas edades o al promoverse la cada vez más temprana institucionalización
preescolar.
En este marco, identificar niños y adolescentes que no acceden a condiciones
básicas de educabilidad no debe ser entendido como un modo de depositar en ellos
la responsabilidad de su situación, culpabilizando y estigmatizando así a aquellos
que quedan fuera del sistema educativo. Por el contrario, señalar situaciones de no
educabilidad implica una alerta a las escuelas y a los sistemas educativos por no
poder desarrollar estrategias adecuadas a las necesidades específicas de estos niños
o adolescentes para garantizarles una educación de calidad, poniéndoles condiciones
que son imposibles de cumplir. Las escuelas generan ineducabilidad cuando
esperan que sus alumnos puedan asistir a clases en momentos del año en que su
participación en determinadas actividades productivas es vital para la supervivencia
de sus familias y de su comunidad, cuando exigen un uniforme al que sólo se accede
comprándolo, cuando les mandan tareas para hacer en el hogar a aquellos niños
que no cuentan con las condiciones mínimas para hacerlas, o cuando esperan pautas
de comportamiento inexistentes en sus familias. También lo hacen cuando los
admiten, pero con la convicción de que, por su condición social, étnica o racial, no
podrán tener un adecuado desempeño.
Pero identificar y señalar situaciones de ineducabilidad significa, fundamentalmente,
una denuncia a la sociedad en su conjunto por privar a las familias del acceso
a aquellos recursos que permitirían garantizar a sus niños las condiciones para
poder participar astisfactoriamente en el proceso educativo. Nuestras sociedades
generan ineducabilidad cuando privan a sus miembros de acceder a un trabajo
no y estable, cuando estigmatizan y culpan a los perdedores, o cuando promueven
políticas económicas y sociales que profundizan las desigualdades y la fragmentación
social. Por último, nuestras sociedades generan ineducabilidad cuando no movilizan
los recursos necesarios para cambiar las propuestas educativas escolares vigentes.
4. SOCIEDADES QUE SE DESPLAZAN
El éxito educativo, o la posibilidad de que todos los niños y adolescentes puedan
tener acceso a una educación de calidad, depende del grado de articulación que
existe entre la escuela y la familia. Un niño podrá participar de las prácticas educativas
si su familia tiene acceso a aquellos recursos con los que la escuela cuenta
cuando diseña su propuesta pedagógica, del mismo modo que una escuela tendrá
éxito en la medida en que elabore una oferta basada en un profundo conocimiento
de la realidad social y cultural de las familias hacia las que está dirigida.
Como ya se indicó, lo que define el éxito educativo es el grado de adaptación
que hay entre el alumno ideal para el cual fueron pensadas las prácticas educativas
en cada escuela y el alumno real que ingresa diariamente en sus aulas. Y en los
hechos es posible sostener que en la gran mayoría de los casos las escuelas latinoamericanas
son instituciones pensadas para niños y para adolescentes de clase
media urbana. Es en ese medio social donde se muestran eficaces, y son esos niños
y adolescentes los que son esperados como alumnos en sus aulas. Lo habitual es
que nuestras escuelas no logren iguales resultados con los alumnos que provienen
de los sectores más pobres, con los que viven en el medio rural o con aquellos que
provienen de las minorías étnicas socialmente más desfavorecidas. En la medida en
que los niños que ingresan aen las aulas se alejan en su perfil de este alumno esperado,
las probabilidades de éxito se reducen. Es en esta brecha donde radica la
fuente de las desigualdades educativas. Ahora bien, si la situación social latinoamericana
está en un momento de grandes transformaciones, ¿qué ocurre con esta brecha?
¿En qué medida las escuelas acompañan este proceso creando condiciones para
lograr una educación de calidad para todos?
En páginas anteriores queda presentada la idea de que hoy América latina, comparada
con lo que era hace dos décadas, es otra. La instalación de la desigualdad de
la distribución de la riqueza en el centro del diagnóstico social, la consolidación de
la pobreza en sectores históricamente pertenecientes a las clases medias urbanas, la
creciente exclusión de los sectores más marginales como consecuencia de la ruptura
de los mecanismos de movilidad social ascendente, o la crisis de cohesión son
todos procesos que, acompañados por la redefinición del panorama político y cultural,
definen un nuevo escenario en la región. Todos estos cambios, articulados,
rompen con la posibilidad de pensar en un proceso en el que prevalecen las continuidades,
e impone en el diagnóstico que uno puede hacer sobre la situación de la
región la idea de quiebra, de momentos que marcan un antes y un después. Una de
las claves de fondo que marca la diferencia entre ese antes y este después −y que de
algún modo late en todos estos fenómenos aquí enunciados− es el corrimiento del
estado del lugar de articulador de los procesos sociales.
Una hipótesis que invita a tener una actitud de indagación frente a este nuevo
escenario social y cultural es que se tradujo en un deterioro de las condiciones de
educabilidad, es decir, en un deterioro de las condiciones de acceso a aquellos recursos
que permiten a los niños y a los adolescentes una trayectoria escolar satisfactoria.
Ese deterioro de las condiciones de educabilidad debería ser entendido
como la profundización de la brecha que existe entre el alumno para el cual los sistemas
educativos están preparados y aquel otro que realmente ingresa en sus aulas.
La idea de cambio en el panorama social o la de deterioro de las condiciones de
educabilidad hacen referencia a procesos que se hacen efectivos en el tiempo. La
dimensión temporal es central en el análisis de la articulación entre educación y
equidad social, pues inevitablemente nos remite a la dinámica social e institucional,
a la idea de que estamos frente a procesos sociales nuevos, de la conformación de
situaciones respecto a las cuales poco sabemos por su carácter novedoso, y fundamentalmente
por la sensación de que se desencadenó un proceso de transición
hacia una nueva configuración difícil de predecir. Preguntarnos por el cambio social,
por la dinámica institucional o por el deterioro de las condiciones de educabilidad
es, necesariamente, enfrentarnos con una mirada sobre las tendencias, con la
dimensión temporal.
Una segunda hipótesis, que da más precisión a la anterior, es que el deterioro de
las condiciones de educabilidad resulta de un creciente desajuste entre los tiempos
y las características del cambio en la vida social y entre los tiempos y las características
del cambio en las instituciones educativas. Dos marchas a velocidades diferentes
y hacia horizontes no convergentes nos permiten vislumbrar un permanente
alejamiento entre la escuela y su entorno, un ensanchamiento continuo de esa brecha
que pone impedimentos a una educación equitativa y de calidad.
En el trabajo de campo realizado en un estudio reciente en diferentes contextos
sociales de América latina se hizo visible que diversos actores entrevistados dan
cuenta, desde diferentes lugares y en momentos distintos, de un cambio profundo
en su situación social. Los docentes, los padres y las demás personas hacen referencia
permanente a un nuevo contexto, un presente claramente diferenciado de lo
que fue un pasado no tan lejano. Independientemente de que uno pueda demostrar
el carácter objetivo de este cambio en la configuración social de la región, los actores
lo viven como tal. Es posible identificar los procesos que les permiten afirmar
que están viviendo algo diferente, siendo especialmente reveladora la existencia, en
cada caso, de un momento de quiebra, de un suceso que marca el antes y el después.
Cuando uno tiene la ocasión de dialogar con los nuevos pobres del área metropolitana
del gran Buenos Aires, se percibe que un momento especialmente significativo que
marca el cambio es la crisis económica, política y social que atravesó
Argentina en el mes de diciembre del año 2001. Aunque hay un alto consenso en
interpretar esa crisis como un hecho más de una larga historia de deterioro económico
y social, ese momento se constituye en punto de inflexión al hacer inevitable
la toma de conciencia por parte de la sociedad argentina de una nueva realidad que
se fue conformando por más de veinte años. Frente a la contundencia de los hechos
ocurridos, no sólo no hubo forma de ocultar esta realidad sino que, además, adquirió
legitimidad como base de un conjunto de reclamos y de demandas que quedaron
instaladas desde entonces (Feijóo, 2004). En un devenir de hechos que configuran
un continuo, la crisis de diciembre representa un momento de quiebra, un cambio
cualitativo a partir del cual se define un nuevo momento.
También en Buenos Aires es posible ver que el modo de procesar el cambio es
diferente entre los sectores más marginales y excluidos. Entre ellos, el momento
del quiebra se localiza cuando llega a su fin su relación con el mundo del trabajo.
La pérdida del último empleo y, en consecuencia, la imposibilidad de contribuir a
los ingresos en la familia es el punto de inflexión entre los padres de los alumnos
de los sectores más pobres, por las implicaciones materiales que esto tuvo, pero especialmente
por el impacto que tiene en su subjetividad.
En Chile la estabilidad de un modelo económico que permitió un alto crecimiento
económico hizo posible una fuerte reducción de la pobreza. Pero, a la vez,
este mismo modo de crecimiento acentuó las desigualdades sociales poniendo en
crisis la cohesión social, hecho que se traduce en un creciente malestar por parte de
los actores entrevistados y un sabor de nostalgia frente a un contexto de una gran
incertidumbre e inseguridad. Durante una larga conversación, un docente chileno
destaca muy de pasada que “aquí los problemas comenzaron cuando comienza el
crecimiento”, enunciado que tiene la capacidad de instalar una mirada crítica sobre
el mismo modelo de crecimiento que significó un alivio en términos de sus condiciones
materiales de vida (Navarro, 2004).
Para las familias rurales indígenas del Perú el momento del cambio se inicia en
los años ochenta, pero se intensifica en los años noventa con la crisis de los precios
de los productos agropecuarios. Esta devaluación de aquellos productos, que constituyen
la base de las economías de las comunidades rurales indígenas, implica una
pérdida en los ingresos y, en consecuencia, la intensificación de las carencias que
ya caracterizaban a estas familias. Pero el cambio más profundo tiene que ver con
que, de este modo, se está poniendo en juego la sustentabilidad de un modo de vida,
de una tradición, de una identidad comunitaria. Ya es difícil pensar en un futuro
estructurado desde sus tradiciones cuando la supervivencia de las familias no está
garantizada por su propio trabajo rural, lo que significa tener que migrar a las ciudades
y adaptarse a un nuevo escenario que es sumamente hostil. La quiebra no es
sólo económica sino también cultural y de identidad (Bello y Villarán, 2004).
En Colombia resultó muy enriquecedor poder dialogar con aquellas familias
desplazadas que debieron migrar de zonas rurales hacia los márgenes de la ciudad
de Cartagena de Indias. El fenómeno del desplazamiento da especificidad al panorama
social de ese país −el segundo del mundo en cuanto al número de familias en
esa situación− y es la causa y la expresión de la exclusión y de la injusticia que allí
reinan. Se trata de personas o de familias que se vieron forzadas a dejar su lugar de
residencia y a migrar como consecuencia de amenazas recibidas en un conflicto
armado en el que participan grupos guerrilleros, paramilitares, el narcotráfico, las
milicias urbanas y las bandas del crimen organizado. En las entrevistas realizadas a
diferentes miembros de estas familias se percibe que el momento que marca un antes
y un después en sus vidas es, sin duda, aquel en que debieron huir de su lugar
de residencia (Castañeda, 2004).
En cada uno de los casos mencionados los actores dan cuenta en su discurso de
un tránsito desde una situación a otra, de estar viviendo en un contexto que les es
ajeno o de haber tenido que renunciar a sus sueños y expectativas al percibir que
cambiaban las reglas de juego. En todos los casos se trata de familias que no decidieron
su suerte actual, que se vieron forzadas a asumir un nuevo modo de vida y
un nuevo mundo de posibilidades. El análisis de las situaciones observadas nos
permite enunciar que, en última instancia, todas las familias entrevistadas en cada
uno de los escenarios mencionados son desplazadas.
En efecto, el estudio de los desplazados es muy esclarecedor de lo que ocurre en
la región desde hace ya más de dos décadas. La descripción que hacen las autoras
del trabajo desarrollado en Colombia permite destacar algunas características de la
situación que vivieron y que viven estas familias.
Enunciamos a continuación algunas de ellas:
a) la especificidad del desplazamiento, comparada con las historias de migración rural-urbana
ocurridas como parte de los procesos de modernización de la sociedad colombiana, muestra el
carácter compulsivo de este cambio.
b) el proceso es difícilmente evitable y reversible por la ausencia de mecanismos de alerta
temprana o por la escasa posibilidad que tienen las familias de regresar a las localidades de las
que provienen.
c) la transición significó en todos los casos una pérdida en las condiciones materiales de vida.
d) el nuevo escenario en el que se encuentran carece de programas que los ayude a soportarla
situación y a aliviar los efectos.
e) los saberes y las destrezas que traen los adultos no tienen valor en el nuevo contexto. Las
historias de aprendizaje de un oficio se diluyen cuando el cambio de situación que viven hace
que esos saberes pierdan todo su valor, y sus herramientas ya no sirvan más.
f) la nueva vida es más cara. Todo se resuelve a través del mercado y quien no tiene dinero no
come.
Esto lleva a que toda la familia deba movilizarse para generar ingresos, lo que afecta
de modo significativo a la dinámica y a las relaciones en el interior del grupo
familiar (Castañeda y otros, 2004).
Sin desmerecer la gravedad de la situación de las familias desplazadas por la
violencia en Colombia, cabe preguntarse si no les pasó lo mismo a los excluidos, a
los nuevos pobres, a aquellos que ven como se desintegra el entramado social que
los sostiene, a las familias rurales, a los miembros de cada uno de los escenarios
trabajados. De algún modo es posible sostener que todos son desplazados en tanto
que víctimas de un corrimiento compulsivo al que no pudieron resistirse y que inevitablemente
los sitúa en un presente marcado por el empobrecimiento, por la incertidumbre,
por la inseguridad y por la desprotección. Comparado con diez años
atrás, todas las familias manifiestan estar viviendo en otra sociedad. Cuando se
habla de desplazados se está hablando de todos aquellos perdedores en el proceso
de reestructuración social que vive la región. Todos pasaron por un desplazamiento
que implicó un cambio vertiginoso con una gran dosis de aleatoriedad en sus trayectorias.
El desplazamiento es velocidad, es un cambio profundo en tiempos acotados.
Hoy América latina es otra y, en este cambio, la gran mayoría de las familias
vivieron esta experiencia de desplazamiento social. En todo caso, la especificidad
de la situación de los desplazados en Colombia es la violencia que enmarca estos
procesos. Detrás de cada una de las historias de desplazamientos forzados hay una
historia de muerte, y es esto lo que les confiere a estas experiencias el carácter trágico
que tienen y lo que pone un límite a la comparación con las otras situaciones
analizadas.
Emilio Tenti destaca que hoy nuestras sociedades latinoamericanas están en
transformación permanente. Masas de individuos deben enfrentar contextos estructurales
completamente diferentes de aquellos que presidieron la configuración de
su subjetividad (campesinos que deben acomodarse en las ciudades, mujeres
hechas para el hogar que tienen que trabajar, individuos que llegan a instituciones
que no han sido hechas para ellos). Lo normal es el desajuste entre el habitus y las
condiciones de vida (Tenti, 1994).
5. ESCUELAS QUE SE ADORMECEN
¿Qué pasó en ese mismo tiempo con las instituciones educativas? ¿Hay también
en las escuelas un momento de quiebra? ¿Acompañan esos desplazamientos múltiples?
No podría ser de otro modo, tras una década marcada por un gran debate sobre
el futuro de la educación y por la implementación de reformas de los sistemas
educativos en casi todos los países de la región. La década de los años noventa está
marcada por una fuerte reforma de las agencias estatales responsables de las áreas
sociales. La escuela, y el sistema educativo en su conjunto, quedan comprendidos
en esta dinámica, y es en este marco en el que se desarrollan las reformas educativas.
El hecho de que las reformas educativas tuvieran lugar en estas circunstancias
tiene algunas implicanciones. En primer lugar, éstas son parte constitutiva de las
reformas de estado y del conjunto de las políticas sociales desarrolladas en ese período,
por lo que no pueden ser interpretadas como hechos aislados, exclusivos del
campo educativo. En segundo lugar, la relevancia política de la educación en la
agenda social de los países de la región se ve reforzada durante los años noventa,
entre otros factores, por el lugar central que se da a la educación como motor del
desarrollo social, en el marco del nuevo modelo económico y social imperante. Por
último, la lógica de la focalización presente en los programas de todas las áreas sociales
de la década y el agravamiento de la situación social se articulan para dar cabida
al desarrollo de los programas compensatorios en educación, acciones que se
caracterizan por estar orientadas en función de los principios de discriminación positiva
a favor de los sectores más pobres.
Las reformas llevadas a cabo en la región estuvieron regidas por los imperativos
de calidad y de equidad, y los sistemas educativos no dejaron de considerar la
complejidad del contexto del que provienen sus alumnos, orientando sus acciones a
reducir la creciente brecha que los separa de la escuela. Los programas compensatorios
constituyeron la principal política de equidad en el campo educativo y partieron,
precisamente, del reconocimiento de la cada vez mayor heterogeneidad social,
y su impacto en el aumento de las desigualdades en las posibilidades educativas de
los niños y de los adolescentes.
Un hecho que caracteriza al conjunto de programas compensatorios desarrollados
en la región es una gran similitud en sus formulaciones. Hay ciertos rasgos comunes
a todos los programas, entre los cuales se pueden destacar, en primer lugar,
que estas políticas pusieron un especial énfasis en aspectos endógenos al sistema
educativo, principalmente en aquellos de índole material. Así, en los países de la
región se hicieron grandes esfuerzos en infraestructura y equipamiento de los establecimientos
orientados a ampliar la oferta y a recomponer las condiciones para el
trabajo en el aula. Un segundo elemento de similitud es el estímulo al desarrollo de
proyectos en el ámbito local como parte de la meta de descentralización que está
presente en todas las reformas de estos países. Por último, un tercer aspecto común
a las políticas desarrolladas, que entra en tensión con el punto anterior, es la escasa
participación de los beneficiarios de estos programas en su diseño y gestión. Esta
homogeneidad en el campo de los programas compensatorios se repite en gran medida
en el conjunto de las políticas educativas y sociales en la región durante los
años noventa.
Aunque los programas compensatorios representaron el principal instrumento
de acción orientado a neutralizar las disparidades en las condiciones con las que
llegan los niños a las escuelas, estos programas van acompañados por otras acciones
constitutivas de las reformas, tales como los cambios curriculares, el desarrollo
de nuevas propuestas pedagógicas o las actividades de formación docente, entre
otras.
¿En qué medida las reformas educativas y, dentro de ellas, los programas compensatorios,
implicaron cambios que estuvieran a la altura de los desafíos que impone
la dinámica social de la región en los últimos años? En relación con las reformas
educativas, prevalece en estos momentos un clima de desencanto por los
magros avances que implicaron, a la luz de las expectativas que se tuvieron sobre
ellas en el momento de su diseño y lanzamiento. En este punto es importante destacar
que las reformas educativas de la región se gestaron en los primeros años de la
década de los años noventa, momento en el que se manejaba como horizonte hacia
el futuro un escenario social mucho más apropiado para las prácticas educativas
que el actual.
Los primeros efectos de las políticas de ajuste económico implementadas a
principios de la década permitían vislumbrar una tendencia de crecimiento con una
reducción de la pobreza en un proceso de recomposición del deterioro social que
había significado la crisis de la década de los años ochenta. La situación social es
hoy muy diferente −y mucho más adversa− a la que se vislumbraba como posible
en el medio plazo diez años atrás. Las reformas educativas no pudieron prever un
cambio social de esa magnitud y quedaron fuera de contexto frente a los procesos
descritos aquí bajo la idea integradora de desplazamientos. Independientemente del
grado de acierto o de desacierto de cada una de las acciones que formaron parte de
estas reformas, la situación social actual cuestiona a los diagnósticos sobre los cuales
fueron diseñadas.
En relación con los programas compensatorios, se debate intensamente sobre los
verdaderos alcances que tuvieron dichos programas y en qué medida significaron
una reducción de las brechas sociales en el acceso al conocimiento. Pero en su concepción,
la puesta en marcha de programas compensatorios implica centrar las acciones
orientadas a los sectores más pobres con acciones que no cuestionan el
cuerpo central de las políticas educativas. La idea de compensación tiene que ver
con neutralizar los efectos de la pobreza −compensando las carencias− y con habilitar
a todos los niños y adolescentes para que participen en prácticas educativas diseñadas
para un universo socialmente más homogéneo.
Un desajuste en los diagnósticos −que hizo imposible prever la magnitud de los
cambios sociales y la decisión de abordar el problema de la pobreza a partir de estrategias
“periféricas” que protegen el corazón de las políticas educativas− se traduce
en sistemas educativos que resultan poco sensibles al cambio y dotados de recursos
adecuados para un contexto social que no es el actual.
Frente a estas reformas y cambios institucionales, pero fundamentalmente por el
modo en que es percibido por los diferentes actores −en especial por los docentes−,
se puede construir la imagen de una escuela debatida entre la necesidad de avanzar,
de modo que permita responder a las demandas y obligaciones que representa el
nuevo escenario en que desarrollan sus prácticas, y el riesgo de perder su identidad.
La observación de escuelas en contextos sociales adversos permite captar una dificultad
institucional de administración del cambio en la situación de sus alumnos.
Las señales son múltiples, en algunos casos casi imperceptibles, pero hablan de una
inercia institucional que intenta hacer invisibles los nuevos fenómenos sociales que
se filtran en las aulas.
Un primer punto que es preciso destacar es que en los docentes las referencias a
las reformas son escasas. En Buenos Aires se percibe una cierta dificultad por parte
de los docentes y de los directivos para sentirse parte de un entramado institucional
que trasciende la escuela y que se extiende hacia todo el aparato estatal. Por eso, las
políticas promovidas por los ministerios o por las secretarías son vividas por ellos
como ajenas, no se sienten parte de ellas, y sólo las hacen propias en la medida en
que adquieren existencia en las escuelas. Las reformas sólo son percibidas si significan
un cambio en sus prácticas y, en ese sentido, las menciones son negativas en
muchos casos.
Por otra parte, en las instituciones educativas operan ciertos mecanismos que de
algún modo pueden ser pensados como orientados a postergar la aceptación del
nuevo escenario social. Los ejemplos son diversos: la insistencia en el uso del gabinete
psicopedagógico, el no reconocimiento de los alumnos desplazados en las
aulas, la imposibilidad de ver el empobrecimiento de sus alumnos, la invisibilización
de los niños que provienen de las zonas rurales más alejadas, la selección de
los alumnos o la apelación a una estética “predesplazamiento”.
¿Cuándo los funcionarios y los docentes de una escuela asumirán que ciertas
prácticas y conductas deberían dejar de ser vistas como expresión de problemas individuales
de ciertos alumnos, y que son una señal de un proceso colectivo y social?
Sin duda, este cambio en el diagnóstico que cada institución hace de las causas
de los conflictos que se generan en su interior es una tarea difícil y −según se
percibió en el trabajo de campo− habitualmente postergada. La apelación al gabinete
psicopedagógico es un claro ejemplo de ello. Los docentes insisten en enviar al
gabinete a todos aquellos alumnos que muestran una conducta no esperada, aún
cuando esta situación remite a la mayoría de los chicos, en una actitud que pone en
el niño, en lo individual, la causa del problema, y que demora la posibilidad de
comprenderlo como situación colectiva que trasciende a cada uno de ellos.
En las escuelas de Colombia es posible detectar una actitud de ocultamiento de
los desplazados, que son tratados como si no lo fueran. Esto genera en algunos docentes
malestar por asumir que estaban manejando inadecuadamente una situación
por falta de recursos o de formación y, en otros casos, por la certeza de estar
haciendo lo adecuado para integrarlos en el conjunto de sus compañeros.
En el caso argentino fue posible percibir la dificultad que tuvo la escuela a la
que asisten niños de sectores denominados “nuevos pobres” para asumir la situación
de estos alumnos. ¿Cómo procesar el paso de una escuela de clase media que
hacía colectas y donaciones a las instituciones más necesitadas del país a otra que
debe ofrecer una merienda para garantizar un mínimo de alimentación que permita
sostener la calidad en sus logros educativos? Fue necesaria la evidencia del hambre
para que la institución reaccionara, indicio de la dificultad de percibir gradualmente
los cambios en la situación de sus alumnos, y poder así acompañarlos desde sus
prácticas.
Tanto en Perú como en Chile los mecanismos explícitos e implícitos de selección
de alumnos vigentes en algunas escuelas pueden ser interpretados como un
modo de impedir que ingresen en sus aulas las nuevas realidades, permitiendo el
ingreso sólo a aquellos niños y adolescentes que responden a un perfil más próximo
a aquel con el cual las instituciones se sienten en condiciones de garantizar
unos buenos resultados. Y, por último, podemos mencionar una apelación a una estética
tradicional como actitud de construir a la escuela como referente moral desde
el cual parapetarse frente a un aparente caos que ofrece las situación actual. Una
expresión de esto sería aquella maestra que reprende a sus alumnos por usar aritos
o por vestir de determinada manera, actitud que sustenta desde una apelación a lo
que es “ser un hombre” o “ser un buen muchacho”.
En todos estos casos podemos ver prácticas que postergan el cambio, que esquivan
o que niegan los indicios de una nueva realidad, en un esfuerzo resistente por
aferrarse a una imagen del contexto social, de las familias y de sus alumnos frente a
la que se sienten más eficaces. Una de las expresiones más claras de esta lentitud es
la situación en la que se encuentran los docentes, quienes, como agentes institucionales,
son portadores de recursos y de propuestas que son insuficientes frente a la
complejidad de las situaciones a las que se enfrentan día a día, y por la que se ven
obligados a poner algo de sí mismos para cubrir esas carencias. Aquello que la institucionalidad
no da, el agente se ve obligado a inventarlo.
Un análisis similar puede hacerse frente a los padres de familia creando oferta
educativa, como es el caso de las escuelas comunitarias de Colombia. Cuando familias
de una comunidad pobre se ven en la necesidad de crear su propia escuela
−obviamente pobre− y de salir a buscar el reconocimiento institucional, están poniendo
en evidencia la falta de respuesta del sistema educativo para poder garantizar
una oferta de calidad a las comunidades más postergadas contribuyendo, así, a
su exclusión.
Estos ejemplos llegan para dibujar instituciones regidas por una dinámica poco
apropiada a las exigencias que impone el cambio social que les da contexto. Las
instituciones educativas avanzan con una inercia que imprime un movimiento poco
sensible a aquellos estímulos que deberían reorientar su dirección, en una trayectoria
que insiste en un horizonte ya inexistente. La institución se mueve muy lentamente
en un devenir lineal, continuo. El peso que le da su historia hace que nada la
frene, la acelere, o que cambie ese horizonte. No hay obstáculo o estímulo que la
mueva de ese estado inercial.
Por un lado, está la metáfora del desplazamiento en la vivencia de las familias,
imagen que remite al cambio abrupto, profundo, estructural. Por el otro, están las
imágenes del inmovilismo y de la inercia institucional: cambios lentos, tendencias
estables. Son las aulas de una escuela con una propuesta institucional que da cuenta
de una trayectoria lineal y lenta, niños con trayectorias zigzagueantes, discontinuas,
con quiebras, veloces.
La educación, como ya se advirtió, presupone un pacto entre la escuela y la familia.
Pero este pacto está en riesgo cuando, frente al cambio que vivió la región en
la última década, ambas partes van por caminos distintos. Una sociedad que se
fragmenta, que se atomiza, que se divide en partes que adquieren trayectorias aleatorias,
impredecibles. Y frente a ella, un sistema educativo lento, que intenta captar
esa fragmentación social mediante su propia fragmentación pero de un modo que,
lejos de compensar las desigualdades en el acceso al conocimiento, las intensifica.
Ya se dijo que los problemas de equidad de los sistemas educativos pasan por el
grado de ajuste o de desajuste entre la oferta educativa y la demanda, entre la escuela
y el alumno, y que se expresa en la brecha existente entre el alumno ideal para
el cual está preparada la escuela y el alumno real que ingresa en ella. Un análisis
dinámico, localizado en el tiempo, de las tendencias y de las trayectorias de las partes
de esta relación nos muestra un continuo alejamiento entre ellas. La incorporación
de la dimensión temporal en el análisis de los problemas de equidad en el acceso
al conocimiento nos muestra no sólo que son cada día más complejos sino que
requieren cada vez más una intervención urgente.
Cuando uno puede recorrer las escuelas en la región, la debilidad institucional
no pasa inadvertida. La desatención de los recursos físicos, la falta de materiales
provistos a los docentes para abordar el nuevo escenario o la debilidad de las normas
son expresiones de escuelas desenganchadas de un cuerpo institucional que les
de solidez y legitimidad y, en consecuencia, en una especie de deriva dirigida por
la intuición y por la voluntad de los docentes y de los directivos.
Como ya se señaló, un hecho que se pone en evidencia en el discurso de los docentes
es que aquello que la institución no ofrece, el agente institucional lo inventa;
lo que la escuela ya no puede suponer, el docente lo agrega. Como resultado de esta
dinámica, los agentes quedan afectados y se ven obligados a inventar una serie
de operaciones para habitar las situaciones institucionales. Si el agente no configura
activamente esas operaciones, las situaciones se vuelven inhabitables. Uno se
encuentra permanentemente con docentes que, ante la ausencia de una respuesta
institucional frente al nuevo escenario social, improvisan soluciones informales con
un mayor o con un menor grado de éxito. Si, a pesar de que el alumno real se parece
cada vez menos al alumno esperado, las escuelas siguen funcionando se debe, en
gran medida, a la capacidad de los docentes y de los directivos de liberarse de la
inercia y de la lentitud de la institución que les da soporte, y de animarse a actuar
desde su compromiso y desde sus capacidades en prácticas ya desinstitucionalizadas.
La dinámica institucional presupone una superioridad del rol sobre el individuo.
En este sentido, cabe esperar que el maestro sea portador de principios que estén
por encima de él, que el rol quede por delante de la personalidad, invisibilizando al
sujeto. Hoy, en el proceso de desinstitucionalización que vive la escuela, las prácticas
cotidianas en el aula se constituyen en relaciones personales, intersubjetivas y,
en consecuencia, el conflicto, también desinstitucionalizado, pasa a ser psicologizado.
En los hechos, los sistemas educativos logran muchos de sus resultados a partir
de las iniciativas personales de los docentes, quienes se ven en la necesidad de sumar
un plus de energía y de inventiva a sus tareas para poder educar en situaciones
cada vez más adversas. Cada maestro se ve limitado por los recursos institucionales
que porta y se ve desafiado a un compromiso personal sin el cual estarían en juego
la situación de sus alumnos, la suya y la de sus instituciones. Son ejemplo aquellos
que ponen dinero de sus bolsillos para las meriendas, los que se convierten en “terapeutas”
de los padres de sus alumnos, los que salen a buscar a los niños a sus casas
ante la amenaza de deserción, los que se convierten en cocineros, los que quitan
los piojos de la cabeza a los niños, los que les enseñan a usar el baño o los que deben
improvisar nuevas formas de enseñar frente a esta realidad que se les presenta.
Los docentes, al igual que los trabajadores sociales, que los agentes sanitarios y
que otros funcionarios públicos que tienen interacción permanente con las familias
en este nuevo escenario social, remiten inevitablemente a la imagen de soldados
que son enviados al frente de batalla con un armamento obsoleto y en mal funcionamiento.
Sea por sostener prácticas institucionales desde diagnósticos que subestiman
la gravedad y la profundidad de los procesos sociales que se están viviendo,
por carecer de los recursos adecuados para desarrollar una oferta a la altura de las
circunstancias o por no dar prioridad a la educación en los sectores sociales más
postergados, estos agentes son colocados en una realidad que supera de lejos sus
posibilidades de acción, con la expectativa de que se van a poder arreglar de algún
modo, poniendo de sí aquello que no se les brinda institucionalmente. Cuanto más
visibles son las iniciativas de los docentes, más cuestionada queda la institución a
la que pertenecen. El corrimiento que debe de hacer el docente respecto de su lugar
institucional para hacer frente a un problema da cuenta de la incapacidad de la institución
para ofrecerle los recursos necesarios para abordarlo. ¿Qué pasaría con
nuestros sistemas educativos si los docentes trabajaran “por el reglamento”?
Cabe aquí preguntarse en qué medida un sistema con esta debilidad institucional
está en condiciones de generar una dinámica acorde a las exigencias del nuevo escenario
social. Cuando se indaga sobre el sistema educativo en su conjunto nace la
imagen de un aparato incapaz de contener y de orientar a sus establecimientos o de
garantizar que lleguen a ellos los recursos y las decisiones que se toman en el centro.
Cuando se analizan las escuelas, lo que se percibe es que éstas pueden lograr
una mayor o menor capacidad de posición frente al cambio, pero en gran medida
eso depende de factores no institucionales, de los docentes y de los directivos en
tanto sujetos más que en tanto funcionarios del sistema. De algún modo, las soluciones
son marginales, no sistemáticas, parainstitucionales.
Es un hecho que hubo esfuerzos por fortalecer las instituciones educativas, pero
es difícil poder decir si están mejor o no que hace quince o veinte años. Cuando se
recorren las áreas rurales o las periféricas urbanas es habitual ver que los establecimientos
son nuevos. Esto habla de una mejora en la oferta. Cuando se ingresa en
establecimientos tradicionales, la imagen es de deterioro en su infraestructura, en
su equipamiento y en la condición de sus docentes. En el discurso de los actores, la
valoración recurrente es de deterioro. Estamos ante sistemas educativos que articulan
estos cambios dispares que se constituyen en pequeños impulsos que lo van
moviendo gradualmente de su trayectoria inicial. Cabe preguntarse si esos desvíos
son hacia el lado adecuado y de la magnitud necesaria. Pareciera que no es así. La
magnitud de estos cambios es mínima en relación con los necesarios, y en direcciones
diversas que se neutralizan en una resultante de cierta continuidad degradada,
en un proceso de debilitamiento permanente.
¿Podría ser de otro modo? Dubet y Martuccelli sostienen que esta desinstitucionalización
de la escuela no debe ser pensada como un problema de desajuste o de
incapacidad de acompañar los cambios que se dan en la sociedad. Por el contrario,
se trata de un cambio de fondo, que se produce en el momento en que la escuela se
convierte en una escuela de masas. Para una escuela que tiene la obligación de garantizar
oportunidades a todos, ya no es el origen social sino el desempeño lo que
determina la carrera escolar, a pesar de que el desempeño está marcado por el origen
social. Esto no se hace visible en los resultados, pues siguen siendo los pobres
los perdedores y los ricos los triunfadores, pero tiene un impacto muy fuerte en la
institución −la selección se hace ahora dentro de la escuela y no fuera− y en la vivencia
de los alumnos, depositarios de la responsabilidad de su fracaso.
Por otra parte, la masificación alteró el valor de las credenciales, lo cual modifica
la relación de los jóvenes y de las familias con el sistema educativo. Además, la
masificación significó la irrupción de extraños en las aulas, niños que nunca habían
ingresado en ellas, que ya no adoptan las actitudes escolares esperadas y las motivaciones
previstas. En los términos formulados a lo largo de este texto, cada vez
más se pierde la imagen del alumno esperado, aquel para el cual fue pensada la escuela,
y se impone la de este nuevo joven en el cual las instituciones nunca pensaron.
Estos cambios, entre otros, hacen que la escuela sea considerada por diversos
actores como en crisis, desencadenando la nostalgia de una edad de oro perdida para
siempre, como si la recomposición de aquella escuela, su reinstitucionalización
sobre la base de aquellos pilares, fuera una solución adecuada frente a este nuevo
escenario social (Dubet y Martuccelli, 2000). Aún peor, el desprestigio de las instituciones
es una de las claves que permite entender la renuncia de muchos padres a
la posibilidad de una educación de calidad para sus hijos. Cierto realismo en la evaluación
que hacen de sus posibilidades y de la frustración ante reclamos anteriores
opera como un límite a las demandas de algunos padres, límite funcional debido a
la escasa posibilidad de los docentes y de los directivos para dar respuestas a esas
demandas.
En su propia debilidad, las escuelas no sólo dejan de ser portadoras de un ideal
de igualdad en el acceso al conocimiento sino que, además, refuerzan una actitud
de resignación y de renuncia, visible en aquellas madres que prefieren mandar a sus
hijos a la escuela comunitaria pues allí los niños van cuando pueden, llegan y salen
a la hora que quieren, si se quedan dormidos no les cierran la puerta “como pasaba
en la escuela pública”, y si no quieren estudiar más “pues se vienen para la casa”.
Por el contrario, ante escuelas prestigiosas los padres tienen elevadas expectativas
en relación con las posibilidades de sus hijos y establecen un diálogo con la institución
desde un lugar de demanda más cualificada.
La frustración no sólo la viven los padres con respecto a la educación que reciben
sus hijos sino que también invade a los docentes por las condiciones en las que
trabajan y por los resultados que logran en sus alumnos. Esta perversa sintonía entre
las expectativas de unos y de otros no hace más que instalar un techo a la posibilidad
de lograr una buena educación entre los sectores más desfavorecidos de la
región.
En la última década,la educación ha entrado en la agenda global como uno de los ámbitos
prioritarios. La Declaración Mundial sobre Educación para Todos (Jomtien, 1990), el Foro
Mundial de Educación (Dakar,2000) y, finalmente la Declaración del Milenio en la que los
jefes de Estado y de Gobierno establecieron ocho objetivos para acabar con la pobreza en el
mundo (Objetivos de Desarrollo del Milenio, ODM). En el 8º objetivo los países se
comprometieron a crear una asociación mundial para el desarrollo que encare el problema de la
deuda y favorezca el alivio de la carga que ésta supone para los países pobres, impidiéndoles
alcanzar los ODM. Sin embargo hoy, menos de la mitad de la Ayuda Oficial al Desarrollo
(AOD) mundial se concreta en el apoyo a estos objetivos. Otro de los objetivos se refiere a la
universalización de la educación básica en 2015, pero la AOD bilateral y multilateral mundial
destinada a ella es sólo una quinta parte de la financiación externa necesaria para alcanzarla.
Para promover la consecución de los objetivos de Dakar,en 2002 los ministros de educación
latinoamericanos y caribeños se reunieron en La Habana y definieron cinco focos estratégicos
de acción, en lo que constituye el Proyecto Regional de Educación para América Latina y el
Caribe (PREALC). Son bien conocidos los obstáculos a los que se enfrentan los países de
América Latina para lograr los objetivos educativos y presupuestarios establecidos: el servicio
de la deuda externa imposibilita a muchos para proveer educación básica a sus ciudadanos, las
políticas de ajuste estructuralimpulsadas por los organismos multilaterales han reducido la
inversión pública en educación,bajando el salario de los profesores —cuando no reduciendo su
número—, limitando la creación y dotación de escuelas,y transfiriendo una proporción muy
elevada del gasto educativo a las familias. Hay que decir en todo caso, que estas estimaciones y
valoraciones se establecen en un marco de inadecuación o falta de homologación de los sistemas
estadísticos, lo que no permite hacer una evaluación, seguimiento y comparación
completamente fiables de las iniciativas de la cooperación bilateral y multilateral.
COMPROMISOS ADQUIRIDOS POR ESPAÑA EN EL CONTEXTO
INTERNACIONAL E IBEROAMERICANO
Según cálculos de UNICEF los fondos necesarios para financiar la educación primaria universal
se pueden conseguir incrementando la ayuda de los cooperantes a educación hasta el 8% de la
AOD y a través de un mayor alivio de la deuda externa, debiendo comprometerse los países
receptores a invertir los recursos así ahorrados en programas de educación básica 1.
INTRODUCCIÓN
1 El 8% de la AOD destinado a educación básica fue aprobado por la Comisión de Cooperación
Internacional
del Congreso de los Diputados en la Proposición no de ley del 29/9/99. España ha
comprometido su política de cooperación en el marco de las disposiciones clave de los Tratados
Internacionales sobre la educación básica. Estos compromisos alcanzados en organismos y foros
internacionales orientan a su vez la política europea de cooperación al desarrollo, y España,
como país miembro, ha asumido y liderado muchas veces la dirigida hacia Latinoamérica,
reforzando sus compromisos desde este marco. Las nuevas bases de la política comunitaria
sobre cooperación en educación se establecen en:
— La Comunicación 116 final de la Comisión:
Al Consejo y al Parlamento Europeo, de 6 de marzo de 2002, sobre la contribución de la
educación y la formación a la reducción de la pobreza. — La Resolución del Consejo de la UE
de 30 de mayo de 2002 sobre la educación y la formación en el contexto de reducción de la
pobreza en los países en desarrollo, que precisa y amplía los compromisos de la resolución de la
Comisión. Finalmente, las Cumbres y Conferencias iberoamericanas han sido y son un marco de
especial compromiso de nuestro país con las necesidades de la región. En la XIII Conferencia
Iberoamericana de Educación (Tarija, Bolivia, septiembre de 2003), se acordó promover «un
movimiento latinoamericano a favor de la educación, que tenga como eje la movilización de
actores y la participación social» y reconoció la necesidad de «aumentar y mejorar la eficiencia
de la inversión en educación». A partir de aquí se empiezan a explorar desde nuestro país las
posibilidades de utilizar la conversión de deuda por educación, proceso que culmina en la
reunión de 2004 de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, donde el
Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, anuncia la intención de España
de poner en marcha una serie de operaciones de conversión de deuda por educación que a partir
de 2005 comenzarán a hacerse realidad. En 2000 los países ricos reconocieron que la carga de la
deuda impagable estaba impidiendo lograr la educación básica para todos los ciudadanos. Hoy
vemos cómo aunque el alivio y la conversión de la deuda alcanza a muy pocos países y en
cantidades pequeñas, estos mecanismos están suponiendo mejoras en los países beneficiarios.
Por eso son tan importantes iniciativas como la que ha emprendido nuestro país, aunque para
contribuir a cerrar las brechas de la educación básica en Latinoamérica, la cooperación española
tendrá que utilizar otros instrumentos además del canje de deuda, coordinarlos y orientarlos
decididamente en esa dirección.
Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), Convención contra la Discriminación
en la Educación
LA EDUCACIÓN BÁSICA DE CALIDAD ES UN DERECHO Y UN FACTOR CLAVE
DEL DESARROLLO
Antes de analizar los principales retos de la educación básica en América Latina, queremos
recordar las dos dimensiones clave de la educación. Desde la promulgación de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos en 1948 1, la educación se reconoce como un derecho
inalienable de la persona y por lo tanto constituye un fin en sí misma. Pero además tiene un
carácter propedéutico porque facilita el ejercicio efectivo de otros derechos fundamentales, tanto
civiles y sociales, como políticos. Desde ambas perspectivas, la educación de los ciudadanos
constituye un deber para los poderes públicos. Si entendemos por desarrollo humano el proceso
de ampliación efectiva de la libertad de las personas y de sus opciones y posibilidades, vemos
que el riesgo para lograrlo es mayor en países donde se mantienen aún altos niveles de
desigualdad y pobreza. Cuando la persona no tiene acceso a los derechos sociales básicos
(alimento, salud, educación, trabajo, etc.), tiene serias barreras para acceder a los derechos
políticos y cívicos propios de la ciudadanía democrática. Asimismo, la negación del derecho a la
educación acaba desembocando no sólo en el insuficiente desarrollo de la persona o en la
dificultad para el ejercicio de otros derechos, sino en el propio cuestionamiento de los mismos
(Vélaz de Medrano, 2005a). De ahí que se haya establecido jurídicamente que los derechos y
libertades fundamentales se basan en los principios de «universalidad» (son iguales para todas
las personas en todos los lugares y situaciones) e «indivisibilidad» (todos los derechos y
libertades son igualmente fundamentales, luego han de garantizarse «todos»). De ello se
derivandos importantes consecuencias:
— La educación es un derecho que el Estado debe garantizar a todos los ciudadanos.
— Para que los niños tengan acceso a ese derecho con probabilidad de éxito, deben tener acceso
a otros derechos (unas condiciones básicas de alimentación, salud, protección...).Atendiendo a
ambas consideraciones, vemos que quizá el mayor potencial de la Agenda del Milenio es
precisamente su carácter multisectorial, en el que los «objetivos tienen que verse como un todo
indivisible». La evidencia de que el acceso a la educación es un derecho que redunda
inmediatamente en otros, es que constituye.
1. LA EDUCACIÓN BÁSICA EN AMÉRICA LATINA:
METAS Y COMPROMISOS
El derecho de todos y todas a la educación está presente también en una amplia gama de
instrumentos. Jurídicos internacionales: el Pacto Internacional de Derechos Sociales,
Económicos y Culturales, la Convención para la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación contra la Mujer, la Convención para la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación Racial o la Convención de los Derechos del Niño. un factor de primer orden
para el desarrollo; para la reducción de la pobreza y las tasas de crecimiento de la población,
para la salud, la democracia, la cohesión y la movilidad social o para el crecimiento productivo
y económico, entre otros muchos. Sin embargo, pese a los avances producidos en los últimos
años, la situación de la educación en Latinoamérica —región con la mayor inequidad en
distribución de ingresos en el mundo— dista mucho de ser satisfactoria. Por otra parte, un
análisis del panorama educativo en países desarrollados y de ingresos medios aporta lecciones
importantes (OCDE, Informe PISA 2004).
Siendo un primer objetivo la escolarización básica universal en todos los países (la
disponibilidad y acceso a un puesto escolar para cada niño/a y joven), ahí no se agota la
satisfacción de lo que entendemos por derecho a la educación. Porque en realidad nos estamos
refiriendo al derecho a aprender, y esto pasa por considerar la calidad de la educación como un
elemento primordial de acceso al disfrute de este derecho humano. Sin calidad educativa no es
verdad que haya oportunidades para el desarrollo, como ya se reconocía en la Conferencia de
Jomtien (1990).
II. METAS Y COMPROMISOS INTERNACIONALES Y REGIONALES
América Latina ha participado en los compromisos internacionales sobre la universalización y
calidad de la educación básica, y también es destinataria de sus principales estrategias. Pese a
los enormes avances producidos en las dos últimas décadas, actualmente la situación de la
educación en Latinoamérica no es aún satisfactoria: la educación preescolar es aún muy
minoritaria, la tasa de finalización de los estudios primarios es baja, la educación secundaria
presenta cifras insuficientes de cobertura, la calidad de la educación es aún deficitaria, la
inequidad se mantiene (siendo más leve la de género, destacan las brechas socioeconómica y
territorial), el porcentaje de adultos sin alfabetizar es muy alto, y un alto porcentaje de los
jóvenes y adultos alfabetizados carecen de capacitación profesional que les permita acceder a un
empleo mínimamente cualificado, y conservarlo como fuente estable de ingresos. Los intentos
de dar respuesta a esta situación por parte de la comunidad internacional se aglutinan en torno a
algunos hitos importantes que han marcado unos objetivos, unas estrategias y un calendario,que
comprometen tanto las acciones de los gobiernos, como las de los organismos, agencias y
organizaciones no gubernamentales dedicadas a la cooperación para el desarrollo. En concreto
nos referiremos a la Conferencia Mundial de la Educación para Todos (Jomtien, 1990), al Foro
Mundial sobre la Educación (Dakar, 2000), y a la Declaración sobre los Objetivos del Milenio
(ODM) de Naciones Unidas (2000). Asimismo, durante la década intermedia han tenido lugar
distintos foros internacionales que han reafirmado, profundizado y dado seguimiento al objetivo
de una «educación básica de calidad para todos» (EPT), integrándolo en las estrategias
generales para el desarrollo humano. A continuación resumimos los compromisos:
sobre las estrategias de la cooperación al desarrollo por parte de los países ricos.
LA CONFERENCIA DE JOMTIEN
(Tailandia, 1990) En ella se elaboró la Declaración Mundial sobre la Educación para Todos
(EPT), y se creó la Plataforma para la Acción para satisfacer las Necesidades Básicas de
Aprendizaje, incorporando una serie de objetivos y estrategias innovadoras y decisivas:
• Se situó por primera vez en la agenda internacional el desarrollo de medidas para satisfacer las
necesidades básicas de aprendizaje de toda la población (niños y niñas, jóvenes, mujeres y
hombres), reafirmando el compromiso con una «educación básica de calidad» como derecho
humano fundamental.
• Se redefinió con amplitud el término de «educación básica» (aquella destinada a satisfacer las
necesidades básicas de aprendizaje), incorporando los siguientes elementos fundamentales:
— Acceso generalizado a cualquier nivel educativo considerado «básico» para el año 2000, con
especial esfuerzo en los grupos más desfavorecidos (pobres, niñas y mujeres, población rural,
minorías étnicas y culturales, discapacitados, refugiados y desplazados).
— Calidad de la educación básica: individualizada, flexible y adaptada a las necesidades,
culturas y contextos de los destinatarios.
— Se consideraron «necesidades básicas de aprendizaje» tanto las denominadas técnicas
instrumentales básicas (lectura, escritura, expresión oral, cálculo y resolución de problemas),
como los La educación básica en América Latina Cumbre Mundial sobre la Infancia (Nueva
York, 1990); Conferencia sobre Medioambiente y Desarrollo.
(Río de Janeiro, 1992); Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (Viena, 1993);
Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (El Cairo, 1994); IV Conferencia
Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995)
Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social (Copenhague, 1995); V Conferencia Internacional
sobre Educación de Adultos (Hamburgo, 1997); Conferencia Internacional sobre Trabajo
Infantil (Oslo, 1997). A estos foros mundiales habría que sumar los celebrados con carácter
regional e interregional. Convocada por una comisión formada por representantes de UNESCO,
PNUD, UNICEF y Banco Mundial, en ella participaron 155 gobiernos y más de 150 ONG y
ONGD.
conocimientos teóricos y prácticos, valores y actitudes necesarios para que las personas puedan
sobrevivir, desarrollar sus capacidades, vivir y trabajar con dignidad, participar plenamente en
el desarrollo, mejorar la calidad de su vida, tomar decisiones fundamentadas y continuar
aprendiendo.
— Extensión del derecho a la «educación básica» y a la capacitación a toda la población:
infantil (educación preescolar), joven y adulta, con especial incidencia en la alfabetización de
adultos, especialmente de las mujeres, y lacapacitación para el empleo.
— Consideración de las oportunidades educativas prestadas, tanto por la educación formal,
como por la no formal.
— Evaluación global de la educación: no sólo de las tasas de acceso, sino de los logros en el
aprendizaje (tasa de finalización, porcentaje de aprobados, calidad de los aprendizajes, impacto
sobre la salud, la inserción laboral, la productividad, la natalidad y la convivencia).
— Fortalecimiento de las identidades culturales mediante la educación bilingüe (lengua materna
lengua oficial). Un año después (1991) se crearía el Foro Educación para Todos, como
mecanismo de seguimiento y apoyo de la ejecución nacional de los objetivos de Jomtien.
EL FORO MUNDIAL SOBRE LA EDUCACIÓN (DAKAR, 2000)
Durante su celebración se adoptó un Marco de Acción para alcanzar el objetivo de una
educación de calidad para todos en el año 2015. Los participantes se comprometieron a lograr
seis objetivos en relación con la EPT (véase cuadro en página siguiente). Con el fin de lograr
estos objetivos se plantearon 12 Estrategias de Acción, en cuyo marco se consideraron algunos
aspectos generales de interés:
• Exigencia de mayor responsabilidad y compromiso a los gobiernos nacionales (que debían
establecer Planes Nacionales de Educación para el año 2002, con prioridades políticas y
presupuestarias bien definidas).
• Demanda de apoyo a la comunidad internacional, para ayudar a los países más necesitados
(con menos recursos, importante deuda externa, conflicto o en reconstrucción) en la
consecución de los objetivos, con medidas como la asistencia al desarrollo o la condonación de
la deuda a aquellos países verdaderamente comprometidos con la educación básica (principio de
la financiación adecuada).
• Una mayor coordinación de los donantes.
• Una asistencia técnica que fortalezca las capacidades de los destinatarios (instituciones y
estructuras básicas de los sistemas educativos), pero que no las remplace, ni genere
dependencias indebidas. Cabe destacar entre las Estrategias de Acción, aquellas dirigidas a
reforzar el enfoque sectorial de la cooperación (por encima de los proyectos aislados), la
participación de la sociedad civil en las estrategias para el fomento de la educación, la mejora de
la condición social, el ánimo y la competencia profesional de los docentes, y el
aprovechamiento del potencial de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
Además, en el Foro de Dakar se constató el impacto de nuevos factores no previstos: la escasez
de recursos financieros en muchos países por el peso de la deuda externa, o el impacto
sociocultural y económico de las nuevas tecnologías, con la aparición simultánea de la llamada
«brecha digital» entre países y grupos, y también de un nuevo y poderoso instrumento
educativo. La educación básica en América Latina
• Extender y mejorar la protección y educación integral de la primera infancia.
• Velar porque en el año 2015 todos los niños y niñas —especialmente los más
desaventajados— tengan acceso a la enseñanza primaria gratuita, obligatoria y
de calidad.
• Velar porque las necesidades de aprendizaje de todos los jóvenes y adultos se
satisfagan mediante el acceso equitativo a una educación y capacitación adecuadas,
que les permita el acceso a la vida activa.
• Aumentar en un 50% el número de adultos alfabetizados —en particular las mujeres—
para el año 2015.
• Suprimir las disparidades entre los géneros en la enseñanza primaria y secundaria
para el año 2005, y lograr antes del 2015 la igualdad entre los géneros en
relación con la educación.
• Mejorar todos los aspectos cualitativos de la educación, para conseguir resultados
de aprendizaje reconocidos y mensurables, especialmente en lectura, escritura,
aritmética y competencias prácticas esenciales.
LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO DEL MILENIO (2000)
Ese mismo año 2000, Naciones Unidas establece los Objetivos de Desarrollo del Milenio, dos
de lo cuales —la enseñanza primaria universal y la igualdad de los sexos en educación— se
tomaron entre los establecidos en Dakar por considerarse especialmente urgentes para acabar
con la pobreza extrema. La realidad es que en América Latina, actualmente, además de no
haberse conseguido el acceso universal a la educación básica, se observan serias deficiencias en
la calidad de la educación que se imparte a aquellos que han conseguido acceder, lo cual no sólo
está relacionado con las bajas tasas de acceso y las altas tasas de repetición, absentismo y
abandono, sino también con el escaso impacto que esa educación tiene en la capacitación de las
personas para insertarse socialmente, participar y desarrollar satisfactoriamente su proyecto de
vida, contribuyendo al mismo tiempo al desarrollo de sus comunidades. Al hilo de estos
compromisos internacionales con la EPT, en la región latinoamericana han tenido lugar
importantes encuentros como la reunión preparatoria de la Conferencia de Dakar (Santo
Domingo, 2000), donde los países de América Latina, el Caribe y América del Norte adoptaron
el Marco de Acción Regional de Educación para Todos. Igualmente destacan las diversas
Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno —la de 2004 culminó en la
Declaración de San José—, los compromisos asumidos en la Cumbre de las Américas celebrada
en Santiago en 1998 (que comprometió ambiciosos sobre la Educación Secundaria para el año
2015), o el Proyecto Regional de Educación para América Latina y el Caribe 2002-2017
(PREALC, La Habana, Cuba, 2002), que fue aprobado con la participación de 34 países,
definiendo cinco focos estratégicos para la acción conjunta de los países de la región en la
consecución de los objetivos de Dakar:
1. Los contenidos y prácticas de la educación (para construir sentidos).
2. Los docentes y el fortalecimiento de su protagonismo en el cambio educativo, para que éste
se ajuste a las necesidades reales de los alumnos.
3. La cultura de las escuelas, para que se conviertan en comunidades de aprendizaje y
participación.
4. La gestión y flexibilización de los sistemas educativos, para ofrecer oportunidades de
aprendizaje a lo largo de toda la vida.
5. La responsabilidad social por la educación, para generar compromisos. Junto con estos cinco
focos, nuestra referencia para valorar la situación latinoamericana en materia educativa serán los
seis objetivos del Foro Mundial sobre Educación (Dakar, 2000), por su concepción integral de
la educación básica, y por haber servido de marco de los compromisos asumidos en la región,
esenciales para alcanzar la EPT en el año 2015.

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Educación en américa latina

  • 1. EDUCACIÓN EN AMÉRICA LATINA, ENTRE EL CAMBIO SOCIAL Y LA INERCIA INSTITUCIONAL 1. INTRODUCCIÓN En una sociedad cada vez más desigual es inevitable la preocupación sobre el futuro de la educación. ¿No será necesario un mínimo de equidad para que sea posible educar? ¿No se estarán conformando situaciones sociales en las cuales las prácticas educativas se tornen imposibles? A partir de preguntas como éstas, durante tres años el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación de la UNESCO llevó adelante un estudio cualitativo en cuatro países de América latina: Argentina, Chile, Colombia y Perú. El presente artículo es una reflexión a partir de algunos de los hallazgos de este estudio, y está basado en notas de campo y en versiones preliminares de un libro que está a punto de ser publicado por esa institución. El diagnóstico que surge de la observación de situaciones críticas, como lo son las que viven las comunidades rurales indígenas del sur de Perú, los desplazados de la guerra en Colombia o los excluidos de las zonas urbanas marginales de Buenos Aires, es realmente poco alentador y apela a la necesidad de políticas que impliquen un cambio estructural en la región. Las observaciones vertidas en este texto tienen por objeto poner en discusión algunas claves de interpretación de la realidad social y educativa de América latina con el fin de contribuir al debate sobre el sentido y la profundidad que deben tener esas acciones políticas, que deben estar orientadas a lograr una sociedad más justa y equitativa. 2. LOS DESAFÍOS DE UN NUEVO ESCENARIO SOCIAL La gran mayoría de los estudios orientados a esclarecer la relación entre la educación y la equidad social coinciden en centrar la atención en la educación como una condición indispensable para el logro de una sociedad más equitativa. Los argumentos que permiten pensar en la educación como una instancia previa a la
  • 2. equidad, como su condición de posibilidad, son muy diversos y se pueden mencionar aquí dos de los más contundentes. En primer lugar, se sostiene que los que no tienen acceso a la educación carecen de aquellas competencias que los habilitan para una inserción laboral con éxito. Como consecuencia de ello, estos sujetos excluidos del sistema educativo son, además, marginados respecto del principal mecanismo social de distribución de la riqueza −el mercado de trabajo−, consolidando así uno de los modos de reproducción de las desigualdades en nuestras sociedades. Con esta visión, fuertemente arraigada en enfoques que ponen el énfasis en la centralidad de los recursos humanos, convive aquella que sostiene que los que no acceden a una educación de calidad tienen limitadas las posibilidades de un pleno ejercicio de sus derechos y de participación en la sociedad, lo cual se traduce en un debilitamiento de su condición de ciudadanos. Desde ambas perspectivas se coincide en que no es posible promover estrategias de desarrollo e de integración social fundadas sobre una distribución no equitativa del conocimiento. Más aún, desde ellas es posible sostener que nuestras sociedades deben asumir y hacer efectivo el compromiso de movilizar aquellos recursos que garanticen que todos los niños y adolescentes puedan recibir como mínimo doce años de educación de calidad. Un horizonte de educación media de calidad para todos representaría, sin duda, una gran contribución para la consolidación de sociedades más justas y equitativas. Ahora bien, la creciente complejidad que caracteriza al escenario social en los países de América latina, y más específicamente la profundización de situaciones de pobreza extrema y de exclusión social, nos enfrentan con los siguientes interrogantes: ¿Es posible educar en cualquier contexto? ¿Cuál es el mínimo de equidad necesario para que las prácticas educativas sean exitosas? Cada vez se hacen más visibles las limitaciones de los sistemas educativos frente a escenarios tan devastados en los que los alumnos no cuentan con unas condiciones mínimas que les permitan participar del proceso educativo. Aparece, así, la necesidad de señalar que hace falta un mínimo de bienestar para poder educar.
  • 3. En consecuencia, aquella visión que pone la educación como condición necesaria para la equidad debe hoy ser complementada con otra que, en sentido inverso, pone la equidad como condición de posibilidad para la educación. Se hace necesario, por lo tanto, renunciar a esquemas de análisis que se apoyan en relaciones causales unidireccionales y abordar la articulación entre educación y equidad desde una perspectiva relacional que mantenga viva la tensión entre ambos términos. Esta necesidad de profundizar en un debate en torno al modo de articulación entre educación y equidad social resulta de la creciente complejidad de los escenarios sociales de la región, que se traducen en nuevos y difíciles desafíos para los sistemas educativos. El aumento de las desigualdades en el acceso al bienestar −hasta el punto de que en varios países de la región la pobreza aumenta incluso en períodos de crecimiento económico− es tal vez el más analizado de los procesos sociales ocurridos en los últimos veinte años en América latina, pero no el único. Son indiscutibles, hoy, los hallazgos respecto de las diversas formas en que se expresa la crisis de cohesión social y la creciente fragmentación de la sociedad, y que se traducen en la ruptura de los lazos sociales primarios y en la proliferación de prácticas que privilegian el individualismo por encima del interés colectivo. Desde el punto de vista político, venimos de años en los que, a la vez que se avanzó en la consolidación de las democracias de la región, éstas se ven debilitadas como efecto de permanentes episodios de corrupción, del desgaste de las formas tradicionales de representación política y del desencanto de los ciudadanos ante las promesas incumplidas por sus gobernantes. Desde el punto de vista cultural, nuestras sociedades se encuentran en una permanente tensión entre los efectos universalistas e integradores de los medios masivos de comunicación, en especial internet, y una vasta proliferación de microculturas que refuerzan en el plano subjetivo los procesos de fragmentación social y de aislamiento. La gran diversidad de escenarios, las múltiples expresiones de la pobreza, las nuevas formas de exclusión social y espacial, una sociedad cada vez más fragmentada y una creciente coexistencia de múltiples configuraciones culturales, especialmente entre los jóvenes, son los elementos
  • 4. constitutivos del nuevo panorama social en América latina. La década de los años noventa fue una década de consolidación de escenarios sociales muy diversos, diversidad que es riqueza en tanto complejidad cultural, pero que, a la vez, resulta de situaciones de extrema pobreza y de exclusión. En este contexto, los sistemas educativos quedan enfrentados a múltiples desafíos y, tal y como están estructurados hoy, se ven con serias dificultades para hacer efectivo el compromiso de una educación de calidad para todos. En principio, surge la necesidad de desarrollar estrategias adecuadas para lograr resultados positivos en cada uno de estos múltiples escenarios que se van dibujando en la región, lo cual requiere el desarrollo de diversas aproximaciones pedagógicas para el logro de resultados equivalentes. Surgen, así, interrogantes tales como de qué modo educar a los niños de familias empobrecidas, cómo educar en contextos de extrema violencia, cómo se logran resultados de éxito entre los refugiados o entre los desplazados por la guerra, o cómo retener en la escuela a los adolescentes de las más diversas tribus urbanas. Cada caso en particular requiere del desarrollo de estrategias educativas que partan de un profundo conocimiento de estas realidades y que pueda operar satisfactoriamente en ellas. Sin embargo, ante la evidencia de la proliferación de fenómenos de extrema exclusión, de marginalidad profunda o de ruptura de lazos sociales mínimos, surge inevitablemente la pregunta de si los sistemas educativos están en condiciones de desarrollar estrategias acordes a cada uno de ellos o si, por el contrario, podemos sostener que se están conformando configuraciones sociales frente a las cuales no hay pedagogía posible. 3. SOBRE LAS CONDICIONES SOCIALES PARA EL APRENDIZAJE Una observación detallada de lo que ocurre en las escuelas, el diálogo con los docentes, la posibilidad de reconstruir las prácticas en las aulas, el ejercicio de indagar en las vivencias de los alumnos o en las expectativas y en las dificultades de sus padres, permite ver, entre muchas otras cosas, las condiciones que la mayoría de las escuelas les ponen hoy a los niños y a los adolescentes para que puedan acceder
  • 5. a sus aulas y a participar del proceso educativo. Así, es posible identificar el alumno para el cual esas escuelas están pensadas, a quién van dirigidas, en quién se piensa cuando diseñan sus respectivas propuestas de trabajo. Lo que se encuentra en la gran mayoría de los casos es que, para que los niños puedan ir a la escuela y participar satisfactoriamente de las clases, es necesario que estén adecuadamente alimentados y sanos, que vivan en un medio que no les ponga obstáculos en las prácticas educativas y que hayan internalizado un conjunto de representaciones, de valores y de actitudes que los dispongan favorablemente para el aprendizaje escolar. Dicho conjunto alude, por ejemplo, a la capacidad de dialogar, de conocer y de dominar el idioma en el que se dictan las clases, de tratar con extraños, de reconocer la autoridad del maestro, de “portarse bien”, de respetar normas institucionales, de asumir los compromisos, de reconocer el valor de las obligaciones, de depositar la confianza en otros, etcétera. Por último, vemos también que las escuelas esperan de los alumnos una capacidad de adaptación a un entorno múltiple y cambiante y una capacidad de individualización y de autonomía, escolar, tal y como la conocemos hoy en nuestros países, presupone un niño con un conjunto de predisposiciones desarrolladas previamente en el seno de su familia. Este aprendizaje previo a la escuela se da de múltiples maneras. Por un lado, existen a diario esos momentos en que los adultos enseñan a los niños, por ejemplo, a utilizar adecuadamente los cubiertos en la mesa, a atarse los zapatos o a cruzar las calles con precaución, situaciones en las que el adulto es conciente de que está enseñándoles del mismo modo en que el niño sabe que está aprendiendo. Pero además, y sobre todo, existe todo un aprendizaje que se produce inconscientemente, de modo inadvertido y espontáneo. Es un proceso de educación que se da de un modo no racional, presente en todas las prácticas sociales en las que el niño participa desde su nacimiento. La transmisión doméstica de este conjunto de disposiciones, de este capital cultural incorporado, es el resultado de un trabajo físico y mental por
  • 6. parte del niño, de un esfuerzo en el que involucra su cuerpo, de una exposición a un trabajo de inculcación y de asimilación, un trabajo del sujeto sobre sí mismo caracterizado, además, por tener una inmensa carga emocional. En efecto, el proceso de conformación del sujeto en su etapa inicial es un proceso de construcción de identidad, que enfrenta al niño con la necesidad de proveerse de ella, y que requiere de un fuerte lazo afectivo con sus adultos de referencia. El proceso de construcción de identidad, cargado de una fuerte base afectiva, presupone una identificación previa con otros. Un factor que define este conjunto de disposiciones para poder participar del proceso educativo, como también para el resto de las esferas de la vida, es que no puede ser transmitido instantáneamente sino que requiere de tiempo. La adquisición de estas aptitudes resulta de una permanente exposición a situaciones transformadoras, entre las que adquieren preeminencia el tiempo real de interacción con sus adultos de referencia, de permanencia en ámbitos en los que se dialoga, de exposición a determinados consumos culturales, de habituación a un día a día pautado por determinadas normas y valores, etcétera. Cabe aquí adelantar que uno de los factores que operan en el vínculo entre el origen social y el acceso al capital cultural necesario para acceder a la escuela, o para luego acceder a determinada calidad de vida (laboral, social...), es precisamente la disponibilidad del tiempo necesario para la adquisición de éste último: el tiempo en que el niño puede estar expuesto a espacios que estimulan el desarrollo de estas capacidades básicas, el tiempo en que puede permanecer en la escuela, etcétera (Bourdieu, 2002). La escuela, en tanto que experiencia educativa formal, requiere de la presencia y de la eficacia de esta “educación primera” para su desarrollo. Cuando un niño ingresa a la educación básica debe haber pasado por esta formación previa, que está en manos de sus familias. Aunque cada vez más los niños son escolarizados desde muy pequeños, en la mayoría de los países de América latina la educación es obligatoria a partir de los cinco o de los seis años de edad, por lo que el paso de los años por los jardines infantiles o por las salas de preescolar es parte de las decisiones
  • 7. tomadas por los padres o por los tutores en este proceso de educación inicial. Frente a la oferta educativa actual, este conjunto de aptitudes y de disposiciones adquiridas o gestionadas en el seno familiar forma la base que condiciona y que hace posible los aprendizajes posteriores. Para poder educar, nuestras escuelas esperan hoy niños ya educados. Esta demanda de una dotación específica de disposiciones para poder participar del proceso educativo no sólo se manifiesta el primer día de clase en el momento de la admisión, sino que se renueva permanentemente hasta el momento de la graduación. La asistencia a la escuela implica la posibilidad de cumplir con las rutinas cotidianas, de contar con recursos para acceder a los materiales y a los útiles necesarios, de disponer del estímulo y del acompañamiento de los adultos y, de nuevo, de contar con tiempo. El aprendizaje en la escuela, al igual que la adquisición de las disposiciones para acceder a ella, significa un trabajo sobre el cuerpo y sobre la mente de los niños y adolescentes, una transformación que es imposible sin un fuerte compromiso por parte de ellos, y que implica una demanda de energía que debe ser renovada día a día. La educación no es una simple transmisión de conocimientos que pone al alumno en el lugar de receptor pasivo, sino que es una construcción que se desarrolla en una relación pedagógica respecto de la cual tanto los alumnos como los docentes se asignan roles y expectativas. Este proceso sólo es posible en la medida en que los alumnos se constituyan en sujetos capaces de llevar adelante este proceso, en sujetos educables. Centrar la atención en las condiciones de educabilidad de los niños y de los adolescentes lleva a interrogar a la escuela respecto de qué es lo que espera de ellos. Estas condiciones no se definen en sí mismas sino que resultan del modelo de alumno que presupone la institución escolar. ¿Cuál es el tipo de alumno que está en condiciones de responder a la dinámica que el sistema propone y terminar con éxito su carrera educativa? ¿En qué alumno están pensando los sistemas educativos cuando diseñan sus estrategias pedagógicas? La noción de educabilidad debe ser
  • 8. comprendida como un concepto relacional, en tanto se define en la tensión entre los recursos que el niño porta y aquellos que la escuela espera de ellos o que les exige. Es en esa relación, en el punto límite del encuentro entre estas dos esferas, donde se definen los criterios de educabilidad. “El niño está en la encrucijada de estas dos socializaciones, y el éxito escolar de unos se debe a la proximidad de estas dos culturas, la familiar y la escolar, mientras que el fracaso de otros se explica por las distancias de esas culturas y por el dominio social de la segunda sobre la primera” (Dubet y Martucelli, 2000). En esta misma línea, Pierre Bourdieu señala que la productividad específica del trabajo escolar se mide según el grado en que el sistema de los medios necesarios para el cumplimiento del trabajo pedagógico está objetivamente organizado en de la distancia existente entre el habitus que pretende inculcar y el habitus producido por los trabajos pedagógicos anteriores (Tenti, 1994). La educabilidad, en última instancia, puede ser interpretada como el resultado de una adecuada distribución de responsabilidades entre la familia y la escuela. Más específicamente, el problema de la educabilidad apunta a la calidad de un arreglo institucional entre el estado, la familia y la sociedad civil, y el fortalecimiento o el deterioro de las condiciones de educabilidad es el resultado de los cambios en esa relación entre estas esferas, desajustes entre lo que el niño trae y lo que la escuela exige. ¿A quién le toca socializar a los niños? ¿Compete exclusivamente a la familia? ¿Qué responsabilidad deben asumir otros actores sociales? ¿Cuál es el rol del estado? ¿Cuánto puede pedirse a la sociedad civil? El esquema que rige actualmente en los países de América latina presupone un reparto de responsabilidades en el que la familia asume el compromiso de llevar adelante ese proceso de formación inicial, de socialización primaria o de primera educación, y la institución escolar, regulada por el estado, se apoya sobre esa primera formación para el desarrollo del proceso de educación formal. La transición entre una esfera y la otra es objeto de intervención y regulación social, al definirse la obligatoriedad de la educación formal
  • 9. a partir de determinadas edades o al promoverse la cada vez más temprana institucionalización preescolar. En este marco, identificar niños y adolescentes que no acceden a condiciones básicas de educabilidad no debe ser entendido como un modo de depositar en ellos la responsabilidad de su situación, culpabilizando y estigmatizando así a aquellos que quedan fuera del sistema educativo. Por el contrario, señalar situaciones de no educabilidad implica una alerta a las escuelas y a los sistemas educativos por no poder desarrollar estrategias adecuadas a las necesidades específicas de estos niños o adolescentes para garantizarles una educación de calidad, poniéndoles condiciones que son imposibles de cumplir. Las escuelas generan ineducabilidad cuando esperan que sus alumnos puedan asistir a clases en momentos del año en que su participación en determinadas actividades productivas es vital para la supervivencia de sus familias y de su comunidad, cuando exigen un uniforme al que sólo se accede comprándolo, cuando les mandan tareas para hacer en el hogar a aquellos niños que no cuentan con las condiciones mínimas para hacerlas, o cuando esperan pautas de comportamiento inexistentes en sus familias. También lo hacen cuando los admiten, pero con la convicción de que, por su condición social, étnica o racial, no podrán tener un adecuado desempeño. Pero identificar y señalar situaciones de ineducabilidad significa, fundamentalmente, una denuncia a la sociedad en su conjunto por privar a las familias del acceso a aquellos recursos que permitirían garantizar a sus niños las condiciones para poder participar astisfactoriamente en el proceso educativo. Nuestras sociedades generan ineducabilidad cuando privan a sus miembros de acceder a un trabajo no y estable, cuando estigmatizan y culpan a los perdedores, o cuando promueven políticas económicas y sociales que profundizan las desigualdades y la fragmentación social. Por último, nuestras sociedades generan ineducabilidad cuando no movilizan los recursos necesarios para cambiar las propuestas educativas escolares vigentes. 4. SOCIEDADES QUE SE DESPLAZAN El éxito educativo, o la posibilidad de que todos los niños y adolescentes puedan
  • 10. tener acceso a una educación de calidad, depende del grado de articulación que existe entre la escuela y la familia. Un niño podrá participar de las prácticas educativas si su familia tiene acceso a aquellos recursos con los que la escuela cuenta cuando diseña su propuesta pedagógica, del mismo modo que una escuela tendrá éxito en la medida en que elabore una oferta basada en un profundo conocimiento de la realidad social y cultural de las familias hacia las que está dirigida. Como ya se indicó, lo que define el éxito educativo es el grado de adaptación que hay entre el alumno ideal para el cual fueron pensadas las prácticas educativas en cada escuela y el alumno real que ingresa diariamente en sus aulas. Y en los hechos es posible sostener que en la gran mayoría de los casos las escuelas latinoamericanas son instituciones pensadas para niños y para adolescentes de clase media urbana. Es en ese medio social donde se muestran eficaces, y son esos niños y adolescentes los que son esperados como alumnos en sus aulas. Lo habitual es que nuestras escuelas no logren iguales resultados con los alumnos que provienen de los sectores más pobres, con los que viven en el medio rural o con aquellos que provienen de las minorías étnicas socialmente más desfavorecidas. En la medida en que los niños que ingresan aen las aulas se alejan en su perfil de este alumno esperado, las probabilidades de éxito se reducen. Es en esta brecha donde radica la fuente de las desigualdades educativas. Ahora bien, si la situación social latinoamericana está en un momento de grandes transformaciones, ¿qué ocurre con esta brecha? ¿En qué medida las escuelas acompañan este proceso creando condiciones para lograr una educación de calidad para todos? En páginas anteriores queda presentada la idea de que hoy América latina, comparada con lo que era hace dos décadas, es otra. La instalación de la desigualdad de la distribución de la riqueza en el centro del diagnóstico social, la consolidación de la pobreza en sectores históricamente pertenecientes a las clases medias urbanas, la creciente exclusión de los sectores más marginales como consecuencia de la ruptura de los mecanismos de movilidad social ascendente, o la crisis de cohesión son todos procesos que, acompañados por la redefinición del panorama político y cultural,
  • 11. definen un nuevo escenario en la región. Todos estos cambios, articulados, rompen con la posibilidad de pensar en un proceso en el que prevalecen las continuidades, e impone en el diagnóstico que uno puede hacer sobre la situación de la región la idea de quiebra, de momentos que marcan un antes y un después. Una de las claves de fondo que marca la diferencia entre ese antes y este después −y que de algún modo late en todos estos fenómenos aquí enunciados− es el corrimiento del estado del lugar de articulador de los procesos sociales. Una hipótesis que invita a tener una actitud de indagación frente a este nuevo escenario social y cultural es que se tradujo en un deterioro de las condiciones de educabilidad, es decir, en un deterioro de las condiciones de acceso a aquellos recursos que permiten a los niños y a los adolescentes una trayectoria escolar satisfactoria. Ese deterioro de las condiciones de educabilidad debería ser entendido como la profundización de la brecha que existe entre el alumno para el cual los sistemas educativos están preparados y aquel otro que realmente ingresa en sus aulas. La idea de cambio en el panorama social o la de deterioro de las condiciones de educabilidad hacen referencia a procesos que se hacen efectivos en el tiempo. La dimensión temporal es central en el análisis de la articulación entre educación y equidad social, pues inevitablemente nos remite a la dinámica social e institucional, a la idea de que estamos frente a procesos sociales nuevos, de la conformación de situaciones respecto a las cuales poco sabemos por su carácter novedoso, y fundamentalmente por la sensación de que se desencadenó un proceso de transición hacia una nueva configuración difícil de predecir. Preguntarnos por el cambio social, por la dinámica institucional o por el deterioro de las condiciones de educabilidad es, necesariamente, enfrentarnos con una mirada sobre las tendencias, con la dimensión temporal. Una segunda hipótesis, que da más precisión a la anterior, es que el deterioro de las condiciones de educabilidad resulta de un creciente desajuste entre los tiempos y las características del cambio en la vida social y entre los tiempos y las características del cambio en las instituciones educativas. Dos marchas a velocidades diferentes
  • 12. y hacia horizontes no convergentes nos permiten vislumbrar un permanente alejamiento entre la escuela y su entorno, un ensanchamiento continuo de esa brecha que pone impedimentos a una educación equitativa y de calidad. En el trabajo de campo realizado en un estudio reciente en diferentes contextos sociales de América latina se hizo visible que diversos actores entrevistados dan cuenta, desde diferentes lugares y en momentos distintos, de un cambio profundo en su situación social. Los docentes, los padres y las demás personas hacen referencia permanente a un nuevo contexto, un presente claramente diferenciado de lo que fue un pasado no tan lejano. Independientemente de que uno pueda demostrar el carácter objetivo de este cambio en la configuración social de la región, los actores lo viven como tal. Es posible identificar los procesos que les permiten afirmar que están viviendo algo diferente, siendo especialmente reveladora la existencia, en cada caso, de un momento de quiebra, de un suceso que marca el antes y el después. Cuando uno tiene la ocasión de dialogar con los nuevos pobres del área metropolitana del gran Buenos Aires, se percibe que un momento especialmente significativo que marca el cambio es la crisis económica, política y social que atravesó Argentina en el mes de diciembre del año 2001. Aunque hay un alto consenso en interpretar esa crisis como un hecho más de una larga historia de deterioro económico y social, ese momento se constituye en punto de inflexión al hacer inevitable la toma de conciencia por parte de la sociedad argentina de una nueva realidad que se fue conformando por más de veinte años. Frente a la contundencia de los hechos ocurridos, no sólo no hubo forma de ocultar esta realidad sino que, además, adquirió legitimidad como base de un conjunto de reclamos y de demandas que quedaron instaladas desde entonces (Feijóo, 2004). En un devenir de hechos que configuran un continuo, la crisis de diciembre representa un momento de quiebra, un cambio cualitativo a partir del cual se define un nuevo momento. También en Buenos Aires es posible ver que el modo de procesar el cambio es diferente entre los sectores más marginales y excluidos. Entre ellos, el momento del quiebra se localiza cuando llega a su fin su relación con el mundo del trabajo.
  • 13. La pérdida del último empleo y, en consecuencia, la imposibilidad de contribuir a los ingresos en la familia es el punto de inflexión entre los padres de los alumnos de los sectores más pobres, por las implicaciones materiales que esto tuvo, pero especialmente por el impacto que tiene en su subjetividad. En Chile la estabilidad de un modelo económico que permitió un alto crecimiento económico hizo posible una fuerte reducción de la pobreza. Pero, a la vez, este mismo modo de crecimiento acentuó las desigualdades sociales poniendo en crisis la cohesión social, hecho que se traduce en un creciente malestar por parte de los actores entrevistados y un sabor de nostalgia frente a un contexto de una gran incertidumbre e inseguridad. Durante una larga conversación, un docente chileno destaca muy de pasada que “aquí los problemas comenzaron cuando comienza el crecimiento”, enunciado que tiene la capacidad de instalar una mirada crítica sobre el mismo modelo de crecimiento que significó un alivio en términos de sus condiciones materiales de vida (Navarro, 2004). Para las familias rurales indígenas del Perú el momento del cambio se inicia en los años ochenta, pero se intensifica en los años noventa con la crisis de los precios de los productos agropecuarios. Esta devaluación de aquellos productos, que constituyen la base de las economías de las comunidades rurales indígenas, implica una pérdida en los ingresos y, en consecuencia, la intensificación de las carencias que ya caracterizaban a estas familias. Pero el cambio más profundo tiene que ver con que, de este modo, se está poniendo en juego la sustentabilidad de un modo de vida, de una tradición, de una identidad comunitaria. Ya es difícil pensar en un futuro estructurado desde sus tradiciones cuando la supervivencia de las familias no está garantizada por su propio trabajo rural, lo que significa tener que migrar a las ciudades y adaptarse a un nuevo escenario que es sumamente hostil. La quiebra no es sólo económica sino también cultural y de identidad (Bello y Villarán, 2004). En Colombia resultó muy enriquecedor poder dialogar con aquellas familias desplazadas que debieron migrar de zonas rurales hacia los márgenes de la ciudad de Cartagena de Indias. El fenómeno del desplazamiento da especificidad al panorama
  • 14. social de ese país −el segundo del mundo en cuanto al número de familias en esa situación− y es la causa y la expresión de la exclusión y de la injusticia que allí reinan. Se trata de personas o de familias que se vieron forzadas a dejar su lugar de residencia y a migrar como consecuencia de amenazas recibidas en un conflicto armado en el que participan grupos guerrilleros, paramilitares, el narcotráfico, las milicias urbanas y las bandas del crimen organizado. En las entrevistas realizadas a diferentes miembros de estas familias se percibe que el momento que marca un antes y un después en sus vidas es, sin duda, aquel en que debieron huir de su lugar de residencia (Castañeda, 2004). En cada uno de los casos mencionados los actores dan cuenta en su discurso de un tránsito desde una situación a otra, de estar viviendo en un contexto que les es ajeno o de haber tenido que renunciar a sus sueños y expectativas al percibir que cambiaban las reglas de juego. En todos los casos se trata de familias que no decidieron su suerte actual, que se vieron forzadas a asumir un nuevo modo de vida y un nuevo mundo de posibilidades. El análisis de las situaciones observadas nos permite enunciar que, en última instancia, todas las familias entrevistadas en cada uno de los escenarios mencionados son desplazadas. En efecto, el estudio de los desplazados es muy esclarecedor de lo que ocurre en la región desde hace ya más de dos décadas. La descripción que hacen las autoras del trabajo desarrollado en Colombia permite destacar algunas características de la situación que vivieron y que viven estas familias. Enunciamos a continuación algunas de ellas: a) la especificidad del desplazamiento, comparada con las historias de migración rural-urbana ocurridas como parte de los procesos de modernización de la sociedad colombiana, muestra el carácter compulsivo de este cambio. b) el proceso es difícilmente evitable y reversible por la ausencia de mecanismos de alerta temprana o por la escasa posibilidad que tienen las familias de regresar a las localidades de las que provienen. c) la transición significó en todos los casos una pérdida en las condiciones materiales de vida. d) el nuevo escenario en el que se encuentran carece de programas que los ayude a soportarla situación y a aliviar los efectos.
  • 15. e) los saberes y las destrezas que traen los adultos no tienen valor en el nuevo contexto. Las historias de aprendizaje de un oficio se diluyen cuando el cambio de situación que viven hace que esos saberes pierdan todo su valor, y sus herramientas ya no sirvan más. f) la nueva vida es más cara. Todo se resuelve a través del mercado y quien no tiene dinero no come. Esto lleva a que toda la familia deba movilizarse para generar ingresos, lo que afecta de modo significativo a la dinámica y a las relaciones en el interior del grupo familiar (Castañeda y otros, 2004). Sin desmerecer la gravedad de la situación de las familias desplazadas por la violencia en Colombia, cabe preguntarse si no les pasó lo mismo a los excluidos, a los nuevos pobres, a aquellos que ven como se desintegra el entramado social que los sostiene, a las familias rurales, a los miembros de cada uno de los escenarios trabajados. De algún modo es posible sostener que todos son desplazados en tanto que víctimas de un corrimiento compulsivo al que no pudieron resistirse y que inevitablemente los sitúa en un presente marcado por el empobrecimiento, por la incertidumbre, por la inseguridad y por la desprotección. Comparado con diez años atrás, todas las familias manifiestan estar viviendo en otra sociedad. Cuando se habla de desplazados se está hablando de todos aquellos perdedores en el proceso de reestructuración social que vive la región. Todos pasaron por un desplazamiento que implicó un cambio vertiginoso con una gran dosis de aleatoriedad en sus trayectorias. El desplazamiento es velocidad, es un cambio profundo en tiempos acotados. Hoy América latina es otra y, en este cambio, la gran mayoría de las familias vivieron esta experiencia de desplazamiento social. En todo caso, la especificidad de la situación de los desplazados en Colombia es la violencia que enmarca estos procesos. Detrás de cada una de las historias de desplazamientos forzados hay una historia de muerte, y es esto lo que les confiere a estas experiencias el carácter trágico que tienen y lo que pone un límite a la comparación con las otras situaciones analizadas. Emilio Tenti destaca que hoy nuestras sociedades latinoamericanas están en transformación permanente. Masas de individuos deben enfrentar contextos estructurales
  • 16. completamente diferentes de aquellos que presidieron la configuración de su subjetividad (campesinos que deben acomodarse en las ciudades, mujeres hechas para el hogar que tienen que trabajar, individuos que llegan a instituciones que no han sido hechas para ellos). Lo normal es el desajuste entre el habitus y las condiciones de vida (Tenti, 1994). 5. ESCUELAS QUE SE ADORMECEN ¿Qué pasó en ese mismo tiempo con las instituciones educativas? ¿Hay también en las escuelas un momento de quiebra? ¿Acompañan esos desplazamientos múltiples? No podría ser de otro modo, tras una década marcada por un gran debate sobre el futuro de la educación y por la implementación de reformas de los sistemas educativos en casi todos los países de la región. La década de los años noventa está marcada por una fuerte reforma de las agencias estatales responsables de las áreas sociales. La escuela, y el sistema educativo en su conjunto, quedan comprendidos en esta dinámica, y es en este marco en el que se desarrollan las reformas educativas. El hecho de que las reformas educativas tuvieran lugar en estas circunstancias tiene algunas implicanciones. En primer lugar, éstas son parte constitutiva de las reformas de estado y del conjunto de las políticas sociales desarrolladas en ese período, por lo que no pueden ser interpretadas como hechos aislados, exclusivos del campo educativo. En segundo lugar, la relevancia política de la educación en la agenda social de los países de la región se ve reforzada durante los años noventa, entre otros factores, por el lugar central que se da a la educación como motor del desarrollo social, en el marco del nuevo modelo económico y social imperante. Por último, la lógica de la focalización presente en los programas de todas las áreas sociales de la década y el agravamiento de la situación social se articulan para dar cabida al desarrollo de los programas compensatorios en educación, acciones que se caracterizan por estar orientadas en función de los principios de discriminación positiva a favor de los sectores más pobres. Las reformas llevadas a cabo en la región estuvieron regidas por los imperativos de calidad y de equidad, y los sistemas educativos no dejaron de considerar la
  • 17. complejidad del contexto del que provienen sus alumnos, orientando sus acciones a reducir la creciente brecha que los separa de la escuela. Los programas compensatorios constituyeron la principal política de equidad en el campo educativo y partieron, precisamente, del reconocimiento de la cada vez mayor heterogeneidad social, y su impacto en el aumento de las desigualdades en las posibilidades educativas de los niños y de los adolescentes. Un hecho que caracteriza al conjunto de programas compensatorios desarrollados en la región es una gran similitud en sus formulaciones. Hay ciertos rasgos comunes a todos los programas, entre los cuales se pueden destacar, en primer lugar, que estas políticas pusieron un especial énfasis en aspectos endógenos al sistema educativo, principalmente en aquellos de índole material. Así, en los países de la región se hicieron grandes esfuerzos en infraestructura y equipamiento de los establecimientos orientados a ampliar la oferta y a recomponer las condiciones para el trabajo en el aula. Un segundo elemento de similitud es el estímulo al desarrollo de proyectos en el ámbito local como parte de la meta de descentralización que está presente en todas las reformas de estos países. Por último, un tercer aspecto común a las políticas desarrolladas, que entra en tensión con el punto anterior, es la escasa participación de los beneficiarios de estos programas en su diseño y gestión. Esta homogeneidad en el campo de los programas compensatorios se repite en gran medida en el conjunto de las políticas educativas y sociales en la región durante los años noventa. Aunque los programas compensatorios representaron el principal instrumento de acción orientado a neutralizar las disparidades en las condiciones con las que llegan los niños a las escuelas, estos programas van acompañados por otras acciones constitutivas de las reformas, tales como los cambios curriculares, el desarrollo de nuevas propuestas pedagógicas o las actividades de formación docente, entre otras. ¿En qué medida las reformas educativas y, dentro de ellas, los programas compensatorios, implicaron cambios que estuvieran a la altura de los desafíos que impone
  • 18. la dinámica social de la región en los últimos años? En relación con las reformas educativas, prevalece en estos momentos un clima de desencanto por los magros avances que implicaron, a la luz de las expectativas que se tuvieron sobre ellas en el momento de su diseño y lanzamiento. En este punto es importante destacar que las reformas educativas de la región se gestaron en los primeros años de la década de los años noventa, momento en el que se manejaba como horizonte hacia el futuro un escenario social mucho más apropiado para las prácticas educativas que el actual. Los primeros efectos de las políticas de ajuste económico implementadas a principios de la década permitían vislumbrar una tendencia de crecimiento con una reducción de la pobreza en un proceso de recomposición del deterioro social que había significado la crisis de la década de los años ochenta. La situación social es hoy muy diferente −y mucho más adversa− a la que se vislumbraba como posible en el medio plazo diez años atrás. Las reformas educativas no pudieron prever un cambio social de esa magnitud y quedaron fuera de contexto frente a los procesos descritos aquí bajo la idea integradora de desplazamientos. Independientemente del grado de acierto o de desacierto de cada una de las acciones que formaron parte de estas reformas, la situación social actual cuestiona a los diagnósticos sobre los cuales fueron diseñadas. En relación con los programas compensatorios, se debate intensamente sobre los verdaderos alcances que tuvieron dichos programas y en qué medida significaron una reducción de las brechas sociales en el acceso al conocimiento. Pero en su concepción, la puesta en marcha de programas compensatorios implica centrar las acciones orientadas a los sectores más pobres con acciones que no cuestionan el cuerpo central de las políticas educativas. La idea de compensación tiene que ver con neutralizar los efectos de la pobreza −compensando las carencias− y con habilitar a todos los niños y adolescentes para que participen en prácticas educativas diseñadas para un universo socialmente más homogéneo. Un desajuste en los diagnósticos −que hizo imposible prever la magnitud de los
  • 19. cambios sociales y la decisión de abordar el problema de la pobreza a partir de estrategias “periféricas” que protegen el corazón de las políticas educativas− se traduce en sistemas educativos que resultan poco sensibles al cambio y dotados de recursos adecuados para un contexto social que no es el actual. Frente a estas reformas y cambios institucionales, pero fundamentalmente por el modo en que es percibido por los diferentes actores −en especial por los docentes−, se puede construir la imagen de una escuela debatida entre la necesidad de avanzar, de modo que permita responder a las demandas y obligaciones que representa el nuevo escenario en que desarrollan sus prácticas, y el riesgo de perder su identidad. La observación de escuelas en contextos sociales adversos permite captar una dificultad institucional de administración del cambio en la situación de sus alumnos. Las señales son múltiples, en algunos casos casi imperceptibles, pero hablan de una inercia institucional que intenta hacer invisibles los nuevos fenómenos sociales que se filtran en las aulas. Un primer punto que es preciso destacar es que en los docentes las referencias a las reformas son escasas. En Buenos Aires se percibe una cierta dificultad por parte de los docentes y de los directivos para sentirse parte de un entramado institucional que trasciende la escuela y que se extiende hacia todo el aparato estatal. Por eso, las políticas promovidas por los ministerios o por las secretarías son vividas por ellos como ajenas, no se sienten parte de ellas, y sólo las hacen propias en la medida en que adquieren existencia en las escuelas. Las reformas sólo son percibidas si significan un cambio en sus prácticas y, en ese sentido, las menciones son negativas en muchos casos. Por otra parte, en las instituciones educativas operan ciertos mecanismos que de algún modo pueden ser pensados como orientados a postergar la aceptación del nuevo escenario social. Los ejemplos son diversos: la insistencia en el uso del gabinete psicopedagógico, el no reconocimiento de los alumnos desplazados en las aulas, la imposibilidad de ver el empobrecimiento de sus alumnos, la invisibilización de los niños que provienen de las zonas rurales más alejadas, la selección de
  • 20. los alumnos o la apelación a una estética “predesplazamiento”. ¿Cuándo los funcionarios y los docentes de una escuela asumirán que ciertas prácticas y conductas deberían dejar de ser vistas como expresión de problemas individuales de ciertos alumnos, y que son una señal de un proceso colectivo y social? Sin duda, este cambio en el diagnóstico que cada institución hace de las causas de los conflictos que se generan en su interior es una tarea difícil y −según se percibió en el trabajo de campo− habitualmente postergada. La apelación al gabinete psicopedagógico es un claro ejemplo de ello. Los docentes insisten en enviar al gabinete a todos aquellos alumnos que muestran una conducta no esperada, aún cuando esta situación remite a la mayoría de los chicos, en una actitud que pone en el niño, en lo individual, la causa del problema, y que demora la posibilidad de comprenderlo como situación colectiva que trasciende a cada uno de ellos. En las escuelas de Colombia es posible detectar una actitud de ocultamiento de los desplazados, que son tratados como si no lo fueran. Esto genera en algunos docentes malestar por asumir que estaban manejando inadecuadamente una situación por falta de recursos o de formación y, en otros casos, por la certeza de estar haciendo lo adecuado para integrarlos en el conjunto de sus compañeros. En el caso argentino fue posible percibir la dificultad que tuvo la escuela a la que asisten niños de sectores denominados “nuevos pobres” para asumir la situación de estos alumnos. ¿Cómo procesar el paso de una escuela de clase media que hacía colectas y donaciones a las instituciones más necesitadas del país a otra que debe ofrecer una merienda para garantizar un mínimo de alimentación que permita sostener la calidad en sus logros educativos? Fue necesaria la evidencia del hambre para que la institución reaccionara, indicio de la dificultad de percibir gradualmente los cambios en la situación de sus alumnos, y poder así acompañarlos desde sus prácticas. Tanto en Perú como en Chile los mecanismos explícitos e implícitos de selección de alumnos vigentes en algunas escuelas pueden ser interpretados como un modo de impedir que ingresen en sus aulas las nuevas realidades, permitiendo el
  • 21. ingreso sólo a aquellos niños y adolescentes que responden a un perfil más próximo a aquel con el cual las instituciones se sienten en condiciones de garantizar unos buenos resultados. Y, por último, podemos mencionar una apelación a una estética tradicional como actitud de construir a la escuela como referente moral desde el cual parapetarse frente a un aparente caos que ofrece las situación actual. Una expresión de esto sería aquella maestra que reprende a sus alumnos por usar aritos o por vestir de determinada manera, actitud que sustenta desde una apelación a lo que es “ser un hombre” o “ser un buen muchacho”. En todos estos casos podemos ver prácticas que postergan el cambio, que esquivan o que niegan los indicios de una nueva realidad, en un esfuerzo resistente por aferrarse a una imagen del contexto social, de las familias y de sus alumnos frente a la que se sienten más eficaces. Una de las expresiones más claras de esta lentitud es la situación en la que se encuentran los docentes, quienes, como agentes institucionales, son portadores de recursos y de propuestas que son insuficientes frente a la complejidad de las situaciones a las que se enfrentan día a día, y por la que se ven obligados a poner algo de sí mismos para cubrir esas carencias. Aquello que la institucionalidad no da, el agente se ve obligado a inventarlo. Un análisis similar puede hacerse frente a los padres de familia creando oferta educativa, como es el caso de las escuelas comunitarias de Colombia. Cuando familias de una comunidad pobre se ven en la necesidad de crear su propia escuela −obviamente pobre− y de salir a buscar el reconocimiento institucional, están poniendo en evidencia la falta de respuesta del sistema educativo para poder garantizar una oferta de calidad a las comunidades más postergadas contribuyendo, así, a su exclusión. Estos ejemplos llegan para dibujar instituciones regidas por una dinámica poco apropiada a las exigencias que impone el cambio social que les da contexto. Las instituciones educativas avanzan con una inercia que imprime un movimiento poco sensible a aquellos estímulos que deberían reorientar su dirección, en una trayectoria que insiste en un horizonte ya inexistente. La institución se mueve muy lentamente
  • 22. en un devenir lineal, continuo. El peso que le da su historia hace que nada la frene, la acelere, o que cambie ese horizonte. No hay obstáculo o estímulo que la mueva de ese estado inercial. Por un lado, está la metáfora del desplazamiento en la vivencia de las familias, imagen que remite al cambio abrupto, profundo, estructural. Por el otro, están las imágenes del inmovilismo y de la inercia institucional: cambios lentos, tendencias estables. Son las aulas de una escuela con una propuesta institucional que da cuenta de una trayectoria lineal y lenta, niños con trayectorias zigzagueantes, discontinuas, con quiebras, veloces. La educación, como ya se advirtió, presupone un pacto entre la escuela y la familia. Pero este pacto está en riesgo cuando, frente al cambio que vivió la región en la última década, ambas partes van por caminos distintos. Una sociedad que se fragmenta, que se atomiza, que se divide en partes que adquieren trayectorias aleatorias, impredecibles. Y frente a ella, un sistema educativo lento, que intenta captar esa fragmentación social mediante su propia fragmentación pero de un modo que, lejos de compensar las desigualdades en el acceso al conocimiento, las intensifica. Ya se dijo que los problemas de equidad de los sistemas educativos pasan por el grado de ajuste o de desajuste entre la oferta educativa y la demanda, entre la escuela y el alumno, y que se expresa en la brecha existente entre el alumno ideal para el cual está preparada la escuela y el alumno real que ingresa en ella. Un análisis dinámico, localizado en el tiempo, de las tendencias y de las trayectorias de las partes de esta relación nos muestra un continuo alejamiento entre ellas. La incorporación de la dimensión temporal en el análisis de los problemas de equidad en el acceso al conocimiento nos muestra no sólo que son cada día más complejos sino que requieren cada vez más una intervención urgente. Cuando uno puede recorrer las escuelas en la región, la debilidad institucional no pasa inadvertida. La desatención de los recursos físicos, la falta de materiales provistos a los docentes para abordar el nuevo escenario o la debilidad de las normas son expresiones de escuelas desenganchadas de un cuerpo institucional que les
  • 23. de solidez y legitimidad y, en consecuencia, en una especie de deriva dirigida por la intuición y por la voluntad de los docentes y de los directivos. Como ya se señaló, un hecho que se pone en evidencia en el discurso de los docentes es que aquello que la institución no ofrece, el agente institucional lo inventa; lo que la escuela ya no puede suponer, el docente lo agrega. Como resultado de esta dinámica, los agentes quedan afectados y se ven obligados a inventar una serie de operaciones para habitar las situaciones institucionales. Si el agente no configura activamente esas operaciones, las situaciones se vuelven inhabitables. Uno se encuentra permanentemente con docentes que, ante la ausencia de una respuesta institucional frente al nuevo escenario social, improvisan soluciones informales con un mayor o con un menor grado de éxito. Si, a pesar de que el alumno real se parece cada vez menos al alumno esperado, las escuelas siguen funcionando se debe, en gran medida, a la capacidad de los docentes y de los directivos de liberarse de la inercia y de la lentitud de la institución que les da soporte, y de animarse a actuar desde su compromiso y desde sus capacidades en prácticas ya desinstitucionalizadas. La dinámica institucional presupone una superioridad del rol sobre el individuo. En este sentido, cabe esperar que el maestro sea portador de principios que estén por encima de él, que el rol quede por delante de la personalidad, invisibilizando al sujeto. Hoy, en el proceso de desinstitucionalización que vive la escuela, las prácticas cotidianas en el aula se constituyen en relaciones personales, intersubjetivas y, en consecuencia, el conflicto, también desinstitucionalizado, pasa a ser psicologizado. En los hechos, los sistemas educativos logran muchos de sus resultados a partir de las iniciativas personales de los docentes, quienes se ven en la necesidad de sumar un plus de energía y de inventiva a sus tareas para poder educar en situaciones cada vez más adversas. Cada maestro se ve limitado por los recursos institucionales que porta y se ve desafiado a un compromiso personal sin el cual estarían en juego la situación de sus alumnos, la suya y la de sus instituciones. Son ejemplo aquellos que ponen dinero de sus bolsillos para las meriendas, los que se convierten en “terapeutas” de los padres de sus alumnos, los que salen a buscar a los niños a sus casas
  • 24. ante la amenaza de deserción, los que se convierten en cocineros, los que quitan los piojos de la cabeza a los niños, los que les enseñan a usar el baño o los que deben improvisar nuevas formas de enseñar frente a esta realidad que se les presenta. Los docentes, al igual que los trabajadores sociales, que los agentes sanitarios y que otros funcionarios públicos que tienen interacción permanente con las familias en este nuevo escenario social, remiten inevitablemente a la imagen de soldados que son enviados al frente de batalla con un armamento obsoleto y en mal funcionamiento. Sea por sostener prácticas institucionales desde diagnósticos que subestiman la gravedad y la profundidad de los procesos sociales que se están viviendo, por carecer de los recursos adecuados para desarrollar una oferta a la altura de las circunstancias o por no dar prioridad a la educación en los sectores sociales más postergados, estos agentes son colocados en una realidad que supera de lejos sus posibilidades de acción, con la expectativa de que se van a poder arreglar de algún modo, poniendo de sí aquello que no se les brinda institucionalmente. Cuanto más visibles son las iniciativas de los docentes, más cuestionada queda la institución a la que pertenecen. El corrimiento que debe de hacer el docente respecto de su lugar institucional para hacer frente a un problema da cuenta de la incapacidad de la institución para ofrecerle los recursos necesarios para abordarlo. ¿Qué pasaría con nuestros sistemas educativos si los docentes trabajaran “por el reglamento”? Cabe aquí preguntarse en qué medida un sistema con esta debilidad institucional está en condiciones de generar una dinámica acorde a las exigencias del nuevo escenario social. Cuando se indaga sobre el sistema educativo en su conjunto nace la imagen de un aparato incapaz de contener y de orientar a sus establecimientos o de garantizar que lleguen a ellos los recursos y las decisiones que se toman en el centro. Cuando se analizan las escuelas, lo que se percibe es que éstas pueden lograr una mayor o menor capacidad de posición frente al cambio, pero en gran medida eso depende de factores no institucionales, de los docentes y de los directivos en tanto sujetos más que en tanto funcionarios del sistema. De algún modo, las soluciones son marginales, no sistemáticas, parainstitucionales.
  • 25. Es un hecho que hubo esfuerzos por fortalecer las instituciones educativas, pero es difícil poder decir si están mejor o no que hace quince o veinte años. Cuando se recorren las áreas rurales o las periféricas urbanas es habitual ver que los establecimientos son nuevos. Esto habla de una mejora en la oferta. Cuando se ingresa en establecimientos tradicionales, la imagen es de deterioro en su infraestructura, en su equipamiento y en la condición de sus docentes. En el discurso de los actores, la valoración recurrente es de deterioro. Estamos ante sistemas educativos que articulan estos cambios dispares que se constituyen en pequeños impulsos que lo van moviendo gradualmente de su trayectoria inicial. Cabe preguntarse si esos desvíos son hacia el lado adecuado y de la magnitud necesaria. Pareciera que no es así. La magnitud de estos cambios es mínima en relación con los necesarios, y en direcciones diversas que se neutralizan en una resultante de cierta continuidad degradada, en un proceso de debilitamiento permanente. ¿Podría ser de otro modo? Dubet y Martuccelli sostienen que esta desinstitucionalización de la escuela no debe ser pensada como un problema de desajuste o de incapacidad de acompañar los cambios que se dan en la sociedad. Por el contrario, se trata de un cambio de fondo, que se produce en el momento en que la escuela se convierte en una escuela de masas. Para una escuela que tiene la obligación de garantizar oportunidades a todos, ya no es el origen social sino el desempeño lo que determina la carrera escolar, a pesar de que el desempeño está marcado por el origen social. Esto no se hace visible en los resultados, pues siguen siendo los pobres los perdedores y los ricos los triunfadores, pero tiene un impacto muy fuerte en la institución −la selección se hace ahora dentro de la escuela y no fuera− y en la vivencia de los alumnos, depositarios de la responsabilidad de su fracaso. Por otra parte, la masificación alteró el valor de las credenciales, lo cual modifica la relación de los jóvenes y de las familias con el sistema educativo. Además, la masificación significó la irrupción de extraños en las aulas, niños que nunca habían ingresado en ellas, que ya no adoptan las actitudes escolares esperadas y las motivaciones previstas. En los términos formulados a lo largo de este texto, cada vez
  • 26. más se pierde la imagen del alumno esperado, aquel para el cual fue pensada la escuela, y se impone la de este nuevo joven en el cual las instituciones nunca pensaron. Estos cambios, entre otros, hacen que la escuela sea considerada por diversos actores como en crisis, desencadenando la nostalgia de una edad de oro perdida para siempre, como si la recomposición de aquella escuela, su reinstitucionalización sobre la base de aquellos pilares, fuera una solución adecuada frente a este nuevo escenario social (Dubet y Martuccelli, 2000). Aún peor, el desprestigio de las instituciones es una de las claves que permite entender la renuncia de muchos padres a la posibilidad de una educación de calidad para sus hijos. Cierto realismo en la evaluación que hacen de sus posibilidades y de la frustración ante reclamos anteriores opera como un límite a las demandas de algunos padres, límite funcional debido a la escasa posibilidad de los docentes y de los directivos para dar respuestas a esas demandas. En su propia debilidad, las escuelas no sólo dejan de ser portadoras de un ideal de igualdad en el acceso al conocimiento sino que, además, refuerzan una actitud de resignación y de renuncia, visible en aquellas madres que prefieren mandar a sus hijos a la escuela comunitaria pues allí los niños van cuando pueden, llegan y salen a la hora que quieren, si se quedan dormidos no les cierran la puerta “como pasaba en la escuela pública”, y si no quieren estudiar más “pues se vienen para la casa”. Por el contrario, ante escuelas prestigiosas los padres tienen elevadas expectativas en relación con las posibilidades de sus hijos y establecen un diálogo con la institución desde un lugar de demanda más cualificada. La frustración no sólo la viven los padres con respecto a la educación que reciben sus hijos sino que también invade a los docentes por las condiciones en las que trabajan y por los resultados que logran en sus alumnos. Esta perversa sintonía entre las expectativas de unos y de otros no hace más que instalar un techo a la posibilidad de lograr una buena educación entre los sectores más desfavorecidos de la región.
  • 27. En la última década,la educación ha entrado en la agenda global como uno de los ámbitos prioritarios. La Declaración Mundial sobre Educación para Todos (Jomtien, 1990), el Foro Mundial de Educación (Dakar,2000) y, finalmente la Declaración del Milenio en la que los jefes de Estado y de Gobierno establecieron ocho objetivos para acabar con la pobreza en el mundo (Objetivos de Desarrollo del Milenio, ODM). En el 8º objetivo los países se comprometieron a crear una asociación mundial para el desarrollo que encare el problema de la deuda y favorezca el alivio de la carga que ésta supone para los países pobres, impidiéndoles alcanzar los ODM. Sin embargo hoy, menos de la mitad de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) mundial se concreta en el apoyo a estos objetivos. Otro de los objetivos se refiere a la universalización de la educación básica en 2015, pero la AOD bilateral y multilateral mundial destinada a ella es sólo una quinta parte de la financiación externa necesaria para alcanzarla. Para promover la consecución de los objetivos de Dakar,en 2002 los ministros de educación latinoamericanos y caribeños se reunieron en La Habana y definieron cinco focos estratégicos de acción, en lo que constituye el Proyecto Regional de Educación para América Latina y el Caribe (PREALC). Son bien conocidos los obstáculos a los que se enfrentan los países de América Latina para lograr los objetivos educativos y presupuestarios establecidos: el servicio de la deuda externa imposibilita a muchos para proveer educación básica a sus ciudadanos, las políticas de ajuste estructuralimpulsadas por los organismos multilaterales han reducido la inversión pública en educación,bajando el salario de los profesores —cuando no reduciendo su número—, limitando la creación y dotación de escuelas,y transfiriendo una proporción muy elevada del gasto educativo a las familias. Hay que decir en todo caso, que estas estimaciones y valoraciones se establecen en un marco de inadecuación o falta de homologación de los sistemas estadísticos, lo que no permite hacer una evaluación, seguimiento y comparación completamente fiables de las iniciativas de la cooperación bilateral y multilateral. COMPROMISOS ADQUIRIDOS POR ESPAÑA EN EL CONTEXTO INTERNACIONAL E IBEROAMERICANO Según cálculos de UNICEF los fondos necesarios para financiar la educación primaria universal se pueden conseguir incrementando la ayuda de los cooperantes a educación hasta el 8% de la AOD y a través de un mayor alivio de la deuda externa, debiendo comprometerse los países receptores a invertir los recursos así ahorrados en programas de educación básica 1. INTRODUCCIÓN 1 El 8% de la AOD destinado a educación básica fue aprobado por la Comisión de Cooperación Internacional del Congreso de los Diputados en la Proposición no de ley del 29/9/99. España ha comprometido su política de cooperación en el marco de las disposiciones clave de los Tratados Internacionales sobre la educación básica. Estos compromisos alcanzados en organismos y foros internacionales orientan a su vez la política europea de cooperación al desarrollo, y España, como país miembro, ha asumido y liderado muchas veces la dirigida hacia Latinoamérica, reforzando sus compromisos desde este marco. Las nuevas bases de la política comunitaria sobre cooperación en educación se establecen en: — La Comunicación 116 final de la Comisión: Al Consejo y al Parlamento Europeo, de 6 de marzo de 2002, sobre la contribución de la educación y la formación a la reducción de la pobreza. — La Resolución del Consejo de la UE
  • 28. de 30 de mayo de 2002 sobre la educación y la formación en el contexto de reducción de la pobreza en los países en desarrollo, que precisa y amplía los compromisos de la resolución de la Comisión. Finalmente, las Cumbres y Conferencias iberoamericanas han sido y son un marco de especial compromiso de nuestro país con las necesidades de la región. En la XIII Conferencia Iberoamericana de Educación (Tarija, Bolivia, septiembre de 2003), se acordó promover «un movimiento latinoamericano a favor de la educación, que tenga como eje la movilización de actores y la participación social» y reconoció la necesidad de «aumentar y mejorar la eficiencia de la inversión en educación». A partir de aquí se empiezan a explorar desde nuestro país las posibilidades de utilizar la conversión de deuda por educación, proceso que culmina en la reunión de 2004 de la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, donde el Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, anuncia la intención de España de poner en marcha una serie de operaciones de conversión de deuda por educación que a partir de 2005 comenzarán a hacerse realidad. En 2000 los países ricos reconocieron que la carga de la deuda impagable estaba impidiendo lograr la educación básica para todos los ciudadanos. Hoy vemos cómo aunque el alivio y la conversión de la deuda alcanza a muy pocos países y en cantidades pequeñas, estos mecanismos están suponiendo mejoras en los países beneficiarios. Por eso son tan importantes iniciativas como la que ha emprendido nuestro país, aunque para contribuir a cerrar las brechas de la educación básica en Latinoamérica, la cooperación española tendrá que utilizar otros instrumentos además del canje de deuda, coordinarlos y orientarlos decididamente en esa dirección. Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), Convención contra la Discriminación en la Educación LA EDUCACIÓN BÁSICA DE CALIDAD ES UN DERECHO Y UN FACTOR CLAVE DEL DESARROLLO Antes de analizar los principales retos de la educación básica en América Latina, queremos recordar las dos dimensiones clave de la educación. Desde la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 1, la educación se reconoce como un derecho inalienable de la persona y por lo tanto constituye un fin en sí misma. Pero además tiene un carácter propedéutico porque facilita el ejercicio efectivo de otros derechos fundamentales, tanto civiles y sociales, como políticos. Desde ambas perspectivas, la educación de los ciudadanos constituye un deber para los poderes públicos. Si entendemos por desarrollo humano el proceso de ampliación efectiva de la libertad de las personas y de sus opciones y posibilidades, vemos que el riesgo para lograrlo es mayor en países donde se mantienen aún altos niveles de desigualdad y pobreza. Cuando la persona no tiene acceso a los derechos sociales básicos (alimento, salud, educación, trabajo, etc.), tiene serias barreras para acceder a los derechos políticos y cívicos propios de la ciudadanía democrática. Asimismo, la negación del derecho a la educación acaba desembocando no sólo en el insuficiente desarrollo de la persona o en la dificultad para el ejercicio de otros derechos, sino en el propio cuestionamiento de los mismos (Vélaz de Medrano, 2005a). De ahí que se haya establecido jurídicamente que los derechos y libertades fundamentales se basan en los principios de «universalidad» (son iguales para todas las personas en todos los lugares y situaciones) e «indivisibilidad» (todos los derechos y libertades son igualmente fundamentales, luego han de garantizarse «todos»). De ello se derivandos importantes consecuencias:
  • 29. — La educación es un derecho que el Estado debe garantizar a todos los ciudadanos. — Para que los niños tengan acceso a ese derecho con probabilidad de éxito, deben tener acceso a otros derechos (unas condiciones básicas de alimentación, salud, protección...).Atendiendo a ambas consideraciones, vemos que quizá el mayor potencial de la Agenda del Milenio es precisamente su carácter multisectorial, en el que los «objetivos tienen que verse como un todo indivisible». La evidencia de que el acceso a la educación es un derecho que redunda inmediatamente en otros, es que constituye. 1. LA EDUCACIÓN BÁSICA EN AMÉRICA LATINA: METAS Y COMPROMISOS El derecho de todos y todas a la educación está presente también en una amplia gama de instrumentos. Jurídicos internacionales: el Pacto Internacional de Derechos Sociales, Económicos y Culturales, la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, la Convención para la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial o la Convención de los Derechos del Niño. un factor de primer orden para el desarrollo; para la reducción de la pobreza y las tasas de crecimiento de la población, para la salud, la democracia, la cohesión y la movilidad social o para el crecimiento productivo y económico, entre otros muchos. Sin embargo, pese a los avances producidos en los últimos años, la situación de la educación en Latinoamérica —región con la mayor inequidad en distribución de ingresos en el mundo— dista mucho de ser satisfactoria. Por otra parte, un análisis del panorama educativo en países desarrollados y de ingresos medios aporta lecciones importantes (OCDE, Informe PISA 2004). Siendo un primer objetivo la escolarización básica universal en todos los países (la disponibilidad y acceso a un puesto escolar para cada niño/a y joven), ahí no se agota la satisfacción de lo que entendemos por derecho a la educación. Porque en realidad nos estamos refiriendo al derecho a aprender, y esto pasa por considerar la calidad de la educación como un elemento primordial de acceso al disfrute de este derecho humano. Sin calidad educativa no es verdad que haya oportunidades para el desarrollo, como ya se reconocía en la Conferencia de Jomtien (1990). II. METAS Y COMPROMISOS INTERNACIONALES Y REGIONALES América Latina ha participado en los compromisos internacionales sobre la universalización y calidad de la educación básica, y también es destinataria de sus principales estrategias. Pese a los enormes avances producidos en las dos últimas décadas, actualmente la situación de la educación en Latinoamérica no es aún satisfactoria: la educación preescolar es aún muy minoritaria, la tasa de finalización de los estudios primarios es baja, la educación secundaria presenta cifras insuficientes de cobertura, la calidad de la educación es aún deficitaria, la inequidad se mantiene (siendo más leve la de género, destacan las brechas socioeconómica y territorial), el porcentaje de adultos sin alfabetizar es muy alto, y un alto porcentaje de los jóvenes y adultos alfabetizados carecen de capacitación profesional que les permita acceder a un empleo mínimamente cualificado, y conservarlo como fuente estable de ingresos. Los intentos de dar respuesta a esta situación por parte de la comunidad internacional se aglutinan en torno a algunos hitos importantes que han marcado unos objetivos, unas estrategias y un calendario,que comprometen tanto las acciones de los gobiernos, como las de los organismos, agencias y organizaciones no gubernamentales dedicadas a la cooperación para el desarrollo. En concreto
  • 30. nos referiremos a la Conferencia Mundial de la Educación para Todos (Jomtien, 1990), al Foro Mundial sobre la Educación (Dakar, 2000), y a la Declaración sobre los Objetivos del Milenio (ODM) de Naciones Unidas (2000). Asimismo, durante la década intermedia han tenido lugar distintos foros internacionales que han reafirmado, profundizado y dado seguimiento al objetivo de una «educación básica de calidad para todos» (EPT), integrándolo en las estrategias generales para el desarrollo humano. A continuación resumimos los compromisos: sobre las estrategias de la cooperación al desarrollo por parte de los países ricos. LA CONFERENCIA DE JOMTIEN (Tailandia, 1990) En ella se elaboró la Declaración Mundial sobre la Educación para Todos (EPT), y se creó la Plataforma para la Acción para satisfacer las Necesidades Básicas de Aprendizaje, incorporando una serie de objetivos y estrategias innovadoras y decisivas: • Se situó por primera vez en la agenda internacional el desarrollo de medidas para satisfacer las necesidades básicas de aprendizaje de toda la población (niños y niñas, jóvenes, mujeres y hombres), reafirmando el compromiso con una «educación básica de calidad» como derecho humano fundamental. • Se redefinió con amplitud el término de «educación básica» (aquella destinada a satisfacer las necesidades básicas de aprendizaje), incorporando los siguientes elementos fundamentales: — Acceso generalizado a cualquier nivel educativo considerado «básico» para el año 2000, con especial esfuerzo en los grupos más desfavorecidos (pobres, niñas y mujeres, población rural, minorías étnicas y culturales, discapacitados, refugiados y desplazados). — Calidad de la educación básica: individualizada, flexible y adaptada a las necesidades, culturas y contextos de los destinatarios. — Se consideraron «necesidades básicas de aprendizaje» tanto las denominadas técnicas instrumentales básicas (lectura, escritura, expresión oral, cálculo y resolución de problemas), como los La educación básica en América Latina Cumbre Mundial sobre la Infancia (Nueva York, 1990); Conferencia sobre Medioambiente y Desarrollo. (Río de Janeiro, 1992); Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos (Viena, 1993); Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo (El Cairo, 1994); IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social (Copenhague, 1995); V Conferencia Internacional sobre Educación de Adultos (Hamburgo, 1997); Conferencia Internacional sobre Trabajo Infantil (Oslo, 1997). A estos foros mundiales habría que sumar los celebrados con carácter regional e interregional. Convocada por una comisión formada por representantes de UNESCO, PNUD, UNICEF y Banco Mundial, en ella participaron 155 gobiernos y más de 150 ONG y ONGD. conocimientos teóricos y prácticos, valores y actitudes necesarios para que las personas puedan sobrevivir, desarrollar sus capacidades, vivir y trabajar con dignidad, participar plenamente en el desarrollo, mejorar la calidad de su vida, tomar decisiones fundamentadas y continuar aprendiendo.
  • 31. — Extensión del derecho a la «educación básica» y a la capacitación a toda la población: infantil (educación preescolar), joven y adulta, con especial incidencia en la alfabetización de adultos, especialmente de las mujeres, y lacapacitación para el empleo. — Consideración de las oportunidades educativas prestadas, tanto por la educación formal, como por la no formal. — Evaluación global de la educación: no sólo de las tasas de acceso, sino de los logros en el aprendizaje (tasa de finalización, porcentaje de aprobados, calidad de los aprendizajes, impacto sobre la salud, la inserción laboral, la productividad, la natalidad y la convivencia). — Fortalecimiento de las identidades culturales mediante la educación bilingüe (lengua materna lengua oficial). Un año después (1991) se crearía el Foro Educación para Todos, como mecanismo de seguimiento y apoyo de la ejecución nacional de los objetivos de Jomtien. EL FORO MUNDIAL SOBRE LA EDUCACIÓN (DAKAR, 2000) Durante su celebración se adoptó un Marco de Acción para alcanzar el objetivo de una educación de calidad para todos en el año 2015. Los participantes se comprometieron a lograr seis objetivos en relación con la EPT (véase cuadro en página siguiente). Con el fin de lograr estos objetivos se plantearon 12 Estrategias de Acción, en cuyo marco se consideraron algunos aspectos generales de interés: • Exigencia de mayor responsabilidad y compromiso a los gobiernos nacionales (que debían establecer Planes Nacionales de Educación para el año 2002, con prioridades políticas y presupuestarias bien definidas). • Demanda de apoyo a la comunidad internacional, para ayudar a los países más necesitados (con menos recursos, importante deuda externa, conflicto o en reconstrucción) en la consecución de los objetivos, con medidas como la asistencia al desarrollo o la condonación de la deuda a aquellos países verdaderamente comprometidos con la educación básica (principio de la financiación adecuada). • Una mayor coordinación de los donantes. • Una asistencia técnica que fortalezca las capacidades de los destinatarios (instituciones y estructuras básicas de los sistemas educativos), pero que no las remplace, ni genere dependencias indebidas. Cabe destacar entre las Estrategias de Acción, aquellas dirigidas a reforzar el enfoque sectorial de la cooperación (por encima de los proyectos aislados), la participación de la sociedad civil en las estrategias para el fomento de la educación, la mejora de la condición social, el ánimo y la competencia profesional de los docentes, y el aprovechamiento del potencial de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Además, en el Foro de Dakar se constató el impacto de nuevos factores no previstos: la escasez de recursos financieros en muchos países por el peso de la deuda externa, o el impacto sociocultural y económico de las nuevas tecnologías, con la aparición simultánea de la llamada «brecha digital» entre países y grupos, y también de un nuevo y poderoso instrumento educativo. La educación básica en América Latina • Extender y mejorar la protección y educación integral de la primera infancia. • Velar porque en el año 2015 todos los niños y niñas —especialmente los más
  • 32. desaventajados— tengan acceso a la enseñanza primaria gratuita, obligatoria y de calidad. • Velar porque las necesidades de aprendizaje de todos los jóvenes y adultos se satisfagan mediante el acceso equitativo a una educación y capacitación adecuadas, que les permita el acceso a la vida activa. • Aumentar en un 50% el número de adultos alfabetizados —en particular las mujeres— para el año 2015. • Suprimir las disparidades entre los géneros en la enseñanza primaria y secundaria para el año 2005, y lograr antes del 2015 la igualdad entre los géneros en relación con la educación. • Mejorar todos los aspectos cualitativos de la educación, para conseguir resultados de aprendizaje reconocidos y mensurables, especialmente en lectura, escritura, aritmética y competencias prácticas esenciales. LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO DEL MILENIO (2000) Ese mismo año 2000, Naciones Unidas establece los Objetivos de Desarrollo del Milenio, dos de lo cuales —la enseñanza primaria universal y la igualdad de los sexos en educación— se tomaron entre los establecidos en Dakar por considerarse especialmente urgentes para acabar con la pobreza extrema. La realidad es que en América Latina, actualmente, además de no haberse conseguido el acceso universal a la educación básica, se observan serias deficiencias en la calidad de la educación que se imparte a aquellos que han conseguido acceder, lo cual no sólo está relacionado con las bajas tasas de acceso y las altas tasas de repetición, absentismo y abandono, sino también con el escaso impacto que esa educación tiene en la capacitación de las personas para insertarse socialmente, participar y desarrollar satisfactoriamente su proyecto de vida, contribuyendo al mismo tiempo al desarrollo de sus comunidades. Al hilo de estos compromisos internacionales con la EPT, en la región latinoamericana han tenido lugar importantes encuentros como la reunión preparatoria de la Conferencia de Dakar (Santo Domingo, 2000), donde los países de América Latina, el Caribe y América del Norte adoptaron el Marco de Acción Regional de Educación para Todos. Igualmente destacan las diversas Cumbres Iberoamericanas de Jefes de Estado y de Gobierno —la de 2004 culminó en la Declaración de San José—, los compromisos asumidos en la Cumbre de las Américas celebrada en Santiago en 1998 (que comprometió ambiciosos sobre la Educación Secundaria para el año 2015), o el Proyecto Regional de Educación para América Latina y el Caribe 2002-2017 (PREALC, La Habana, Cuba, 2002), que fue aprobado con la participación de 34 países, definiendo cinco focos estratégicos para la acción conjunta de los países de la región en la consecución de los objetivos de Dakar: 1. Los contenidos y prácticas de la educación (para construir sentidos).
  • 33. 2. Los docentes y el fortalecimiento de su protagonismo en el cambio educativo, para que éste se ajuste a las necesidades reales de los alumnos. 3. La cultura de las escuelas, para que se conviertan en comunidades de aprendizaje y participación. 4. La gestión y flexibilización de los sistemas educativos, para ofrecer oportunidades de aprendizaje a lo largo de toda la vida. 5. La responsabilidad social por la educación, para generar compromisos. Junto con estos cinco focos, nuestra referencia para valorar la situación latinoamericana en materia educativa serán los seis objetivos del Foro Mundial sobre Educación (Dakar, 2000), por su concepción integral de la educación básica, y por haber servido de marco de los compromisos asumidos en la región, esenciales para alcanzar la EPT en el año 2015.