Concepto y definición de tipos de Datos Abstractos en c++.pptx
Notas de Elena | Lección 1 | La venida de Jesús | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 1
4 de abril 2015
La venida de Jesús:
Sábado 28 de marzo
Cuanto más pensamos acerca de Cristo convirtiéndose en un bebé sobre
la tierra, tanto más admirable parece este tema. ¿Cómo podía ser que el
niño indefenso del pesebre de Belén siguiera siendo el divino Hijo de Dios?
Aunque no podamos entenderlo, podemos creer que Aquel que hizo los
mundos, por causa de nosotros se convirtió en un niño indefenso. Aunque
era más encumbrado que ninguno de los ángeles, aunque era tan grande
como el Padre en su trono de los cielos, llegó a ser uno con nosotros. En él,
Dios y el hombre se hicieron uno; y es en este acto donde encontramos la
esperanza de nuestra raza caída. Mirando a Cristo en la carne, miramos a
Dios en la humanidad, y vemos en él el brillo de la gloria divina, la imagen
expresa de Dios el Padre.
Al contemplar la encamación de Cristo en la humanidad, quedamos ató-
nitos frente a un misterio insondable que la mente humana no puede com-
prender. Mientras más reflexionamos acerca de él, más extraordinario nos
parece. ¡Cuán vasto es el contraste entre la divinidad de Cristo y el impo-
tente bebecito del pesebre de Belén! ¿Cómo se puede medir la diferencia
que hay entre el Dios todopoderoso y un niño impotente? Sin embargo el
Creador de los mundos, Aquel en quien moraba la plenitud de la Deidad
corporalmente, se manifestó en el desvalido bebé del pesebre. ¡Incompara-
blemente más elevado que todos los ángeles, igual al Padre en dignidad y
gloria, y sin embargo vestido con la ropa de la humanidad! La divinidad y
la humanidad se hallaban combinadas misteriosamente, y el hombre y Dios
fueron uno solo. En esta unión es donde encontramos la esperanza de la
raza caída {Exaltad a Jesús, p. 69).
Domingo 29 de marzo:
Un informe ordenado (S. Lucas 1:1-3; Hechos 1:1-3)
No ha habido ni una sola nube que ha caído sobre la iglesia para la cual
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Dios no haya hecho provisión; no se ha levantado ni una sola fuerza oposi-
tora para contrarrestar la obra de Dios que él no haya previsto. Todo ha
ocurrido como lo predijo por medio de sus profetas. No ha dejado a su igle-
sia en tinieblas y olvidada, sino que ha mostrado mediante declaraciones
proféticas lo que ocurriría, y obrando por medio de su providencia en el
lugar designado de la historia del mundo, ha dado lugar a aquello que el
Espíritu Santo reveló a sus profetas para que lo predijeran. Todos sus pro-
pósitos se cumplirán y se afirmarán. Su ley está unida con su trono, y los
instrumentos satánicos combinados con los instrumentos humanos no pue-
den destruirla. La verdad es inspirada y está protegida por Dios; perdurará y
tendrá buen éxito, aunque algunas veces aparezca oscurecida. El evangelio
de Cristo es la ley ejemplificada en el carácter. Los engaños practicados
contra ella, toda invención destinada a vindicar la falsedad, y todo error
forjado por los instrumentos satánicos, llegarán a ser desbaratados para
siempre, y el triunfo de la verdad será como la apariencia del sol en el me-
diodía. El Sol de justicia brillará con poder sanador en sus rayos, y toda la
tierra estará llena de su gloria (¡Maranata: El Señor viene!, p. 16).
Dios se ha dignado comunicar la verdad al mundo por medio del instru-
mento humano, y él mismo, por su Santo Espíritu, habilitó a hombres y los
hizo capaces de realizar esta obra. Guió la inteligencia de ellos en la elec-
ción de lo que debían decir y escribir. El tesoro fue confiado a vasos de
barro, pero no por eso deja de ser del cielo... y el hijo de Dios, obediente y
creyente, contempla en ello la gloria de un poder divino, lleno de gracia y
de verdad.
Los escritores de la Biblia tuvieron que expresar sus ideas en un lengua-
je humano. Fue escrita por seres humanos; pero éstos fueron inspirados por
el Espíritu Santo...
Las Escrituras no fueron dadas en forma de una cadena ininterrumpida
sino parte por parte a través de las generaciones, como Dios en su provi-
dencia vio conveniente para impresionar al hombre en distintos tiempos y
lugares...
No hay siempre un orden perfecto o aparente unidad en las Escrituras...
Las verdades de la Biblia son como perlas escondidas. Tienen que ser bus-
cadas ahondando con esfuerzo perseverante. Los que echan un vistazo su-
perficial sobre la Escritura, con el conocimiento superficial que ellos consi-
deran muy profundo, hablan de las contradicciones de la Biblia y ponen en
duda su autoridad. Pero aquellos cuyos corazones están en armonía con la
verdad y el deber escudriñarán las Escrituras con el corazón preparado para
recibir las impresiones divinas {La fe por la cual vivo, p. 13).
Lunes 30 de marzo: “Se llamará Juan”
Dios había llamado al hijo de Zacarías a una gran obra, la mayor que
hubiera sido confiada alguna vez a los hombres. A fin de ejecutar esta obra,
el Señor debía obrar con él. Y el Espíritu de Dios estaría con él si prestaba
atención a las instrucciones del ángel.
Juan había de salir como mensajero de Jehová, para comunicar a los
hombres la luz de Dios. Debía dar una nueva dirección a sus pensamientos.
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Debía hacerles sentir la santidad de los requerimientos de Dios, y su nece-
sidad de la perfecta justicia divina. Un mensajero tal debía ser santo. Debía
ser templo del Espíritu de Dios. A fin de cumplir su misión, debía tener una
constitución física sana, y fuerza mental y espiritual. Por lo tanto, le sería
necesario dominar sus apetitos y pasiones. Debía poder dominar todas sus
facultades, para poder permanecer entre los hombres tan inconmovible
frente a las circunstancias que le rodeasen como las rocas y montañas del
desierto (El Deseado de todas las gentes, p. 75).
Juan el Bautista, el precursor de Cristo, recibió de sus padres su primera
preparación. Pasó la mayor parte de su vida en el desierto... Prefirió Juan
dejar de lado los goces y lujos de la vida en la ciudad para someterse a la
severa disciplina del desierto. Allí el ambiente era favorable para los hábi-
tos de sencillez y abnegación. Allí, sin que le interrumpiera el clamor del
mundo, podía estudiar las lecciones de la naturaleza, de la revelación y de
la providencia... Desde la infancia se le había recordado su misión, y él
había aceptado el cometido santo. La soledad del desierto le proporcionaba
una grata oportunidad de escapar de una sociedad en que las sospechas, la
incredulidad y la impureza lo dominaban casi todo. Desconfiaba de su pro-
pia fuerza para resistir la tentación y rehuía el contacto constante con el
pecado, no fuese que hubiese de perder el sentido de su excesiva pecamino-
sidad (El hogar cristiano, pp. 116, 117).
El mismo acto con el cual Herodías pensó que libraría al mundo de la in-
fluencia del profeta, lo transformó en un mártir santo, no solo para sus dis-
cípulos sino para aquellos que no se habían atrevido a declararse sus segui-
dores. Muchos que habían escuchado su mensaje y advertencias, y que se-
cretamente estaban convencidos de sus enseñanzas, ahora, espantados por
el horrible crimen a sangre fría, se declararon públicamente sus discípulos.
Herodías fracasó en su intento de silenciar la influencia de las enseñanzas
de Juan; éstas habrían de extenderse generación tras generación hasta el fin
del tiempo, mientras que la vida corrupta de esa mujer vengativa cosecharía
solamente infamia (The Spirit of Prophecy, t. 2, p. 81).
Martes 31 de marzo: “Llamarás su nombre Jesús”
Cuando la Majestad del cielo se convirtió en una criatura y fue confiada
a María, ésta no tenía mucho que ofrecer por ese precioso don. Llevó al
altar solamente dos tórtolas, que eran la ofrenda designada para los pobres;
pero fue un sacrificio aceptable para el Señor. Ella no pudo presentar teso-
ros preciosos como los que los sabios del Oriente ofrecieron al Hijo de Dios
en Belén; sin embargo la madre de Jesús no fue rechazada debido a la pe-
queñez de su don. Fue la disposición de su corazón lo que el Señor contem-
pló, y su amor tomó suave la ofrenda. Así también Dios aceptará nuestro
don, aunque éste sea pequeño, si es lo mejor que tenemos y si se lo ofrece-
mos con amor (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 182).
No solo cuando vino el Salvador, sino a través de todos los siglos des-
pués de la caída del hombre y de la promesa de la redención, “Dios estaba
en Cristo reconciliando el mundo a sí” (2 Corintios 5:19). Cristo era el fun-
damento y el centro del sistema de sacrificios, tanto en la era patriarcal co-
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mo en la judía. Desde que pecaron nuestros primeros padres, no ha habido
comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre puso el mundo en
manos de Cristo para que por su obra mediadora redimiera al hombre y
vindicara la autoridad y santidad de la ley divina. Toda comunicación entre
el cielo y la raza caída se ha hecho por medio de Cristo. Fue el Hijo de Dios
quien dio a nuestros primeros padres la promesa de la redención. Fue él
quien se reveló a los patriarcas... Fue él quien dio la ley a Israel (La maravi-
llosa gracia de Dios, p. 43).
Cristo no había cambiado su divinidad por humanidad; sino que revistió
su divinidad con humanidad.
Sed cuidadosos, sumamente cuidadosos en la forma en que os ocupáis
de la naturaleza de Cristo. No lo presentéis ante la gente como un hombre
con tendencias al pecado. Él es el segundo Adán. El primer Adán fue crea-
do como un ser puro y sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era
la imagen de Dios. Podía caer, y cayó por la transgresión. Por causa del
pecado su posteridad nació con tendencias inherentes a la desobediencia.
Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza
humana, y fue tentado en todo sentido como es tentada la naturaleza huma-
na. Podría haber pecado; podría haber caído, pero en ningún momento hubo
en él tendencia alguna al mal. Fue asediado por las tentaciones en el desier-
to como lo fue Adán por las tentaciones en el Edén...
Su nacimiento fue un milagro de Dios, pues el ángel dijo: “Y ahora,
concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JE-
SUS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le
dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siem-
pre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será
esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”.
Estas palabras no se refieren a ningún ser humano, excepto al Hijo del
Dios infinito. Nunca dejéis, en forma alguna, la más leve impresión en las
mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación hacia
ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrup-
ción. Fue tentado en todo como el hombre es tentado, y sin embargo él es
llamado “el Santo Ser”. Que Cristo pudiera ser tentado en todo como lo
somos nosotros y sin embargo fuera sin pecado, es un misterio que no ha
sido explicado a los mortales. La encamación de Cristo siempre ha sido un
misterio, y siempre seguirá siéndolo. Lo que se ha revelado es para nosotros
y para nuestros hijos; pero que cada ser humano permanezca en guardia
para que no haga a Cristo completamente humano, como uno de nosotros,
porque esto no puede ser. No es necesario que sepamos el momento exacto
cuando la humanidad se combinó con la divinidad. Debemos mantener
nuestros pies sobre la Roca Cristo Jesús, como Dios revelado en humanidad
(Comentario bíblico adventista, t. 5, pp. 1102, 1103).
Miércoles 1 de abril: El pesebre en Belén
Jesús vino a este mundo en humildad. Era de familia pobre. La Majestad
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de los cielos, el Rey de gloria, el Jefe de las huestes angélicas, se rebajó
hasta aceptar la humanidad y escogió una vida de pobreza y humillación.
No tuvo oportunidades que no tengan los pobres. El trabajo rudo, las penu-
rias y privaciones eran parte de su suerte diaria. “Las zarras tienen cuevas -
decía- y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde
recline la cabeza” (S. Lucas 9:58)
Jesús no buscó la admiración ni los aplausos de los hombres. No mandó
ejército alguno. No gobernó reino terrenal alguno. No corrió tras los favo-
res de los ricos y de aquellos a quienes el mundo honra. No procuró figurar
entre los caudillos de la nación. Vivió entre la gente humilde. No tuvo en
cuenta las distinciones artificiosas de la sociedad. Desdeñó la aristocracia
de nacimiento, fortuna, talento, instrucción y categoría social (El ministerio
de curación, p. 149).
El Salvador continúa realizando hoy la misma obra que cuando ofreció
el agua de vida a la mujer samaritana. Los que se llaman sus discípulos
pueden despreciar y rehuir a los parias; pero el amor de él hacia los hom-
bres no se deja desviar por ninguna circunstancia de nacimiento, nacionali-
dad, o condición de vida. A toda alma, por pecaminosa que sea, Jesús dice:
Si me pidieras, yo te daría el agua de la vida.
No debemos estrechar la invitación del evangelio y presentarla solamen-
te a unos pocos elegidos, que, suponemos nosotros, nos honrarán aceptán-
dola. El mensaje ha de proclamarse a todos. Doquiera haya corazones
abiertos para recibir la verdad, Cristo está listo para instruirlos. El les revela
al Padre y la adoración que es aceptable para Aquel que lee el corazón. Para
los tales no usa parábolas. A ellos, como a la mujer samaritana al lado del
pozo, dice: “Yo soy, que hablo contigo” (El Deseado de todas las gentes, p.
165).
Los padres de Jesús eran pobres y dependían de su trabajo diario para su
sostén. El conoció la pobreza, la abnegación y las privaciones. Esto file
para él una salvaguardia. En su vida laboriosa, no había momentos ociosos
que invitasen a la tentación. No había horas vacías que preparasen el ca-
mino para las compañías corruptas. En cuanto le era posible, cerraba la
puerta al tentador. Ni la ganancia ni el placer, ni los aplausos ni la censura,
podían inducirle a consentir en un acto pecaminoso. Era sabio para discer-
nir el mal, y fuerte para resistirlo...
Jesús vivió en un hogar de artesanos, y con fidelidad y alegría desempe-
ñó su parte en llevar las cargas de la familia. Había sido el generalísimo del
cielo, y los ángeles se habían deleitado cumpliendo su palabra; ahora era un
siervo voluntario, un hijo amante y obediente. Aprendió un oficio, y con
sus propias manos trabajaba en la carpintería con José. Vestido como un
obrero común, recorría las calles de la pequeña ciudad, yendo a su humilde
trabajo y volviendo de él. No empleaba su poder divino para disminuir sus
cargas ni aliviar su trabajo {El Deseado de todas las gentes, pp. 52, 53)
Jueves 2 de abril: Los testigos del Salvador
María esperaba el reinado del Mesías en el trono de David, pero no veía
el bautismo de sufrimiento por cuyo medio debía ganarlo. Simeón reveló el
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hecho de que el Mesías no iba a encontrar una senda expedita por el mun-
do. En las palabras dirigidas a María: “Una espada traspasará tu alma”,
Dios, en su misericordia, dio a conocer a la madre de Jesús la angustia que
por él ya había empezado a sufrir {El Deseado de todas las gentes, pp. 38,
39).
Jesús no se interpuso para librar a su siervo. Sabía que Juan soportaría la
prueba. Gozosamente habría ido el Salvador a Juan, para alegrar la lobre-
guez de la mazmorra con su presencia. Pero no debía colocarse en las ma-
nos de sus enemigos, ni hacer peligrar su propia misión. Gustosamente ha-
bría librado a su siervo fiel. Pero por causa de los millares que en años ulte-
riores debían pasar de la cárcel a la muerte, Juan había de beber la copa del
martirio. Mientras los discípulos de Jesús languideciesen en solitarias cel-
das, o pereciesen por la espada, el potro o la hoguera... ¡qué apoyo iba a ser
para su corazón el pensamiento de que Juan el Bautista, cuya fidelidad
Cristo mismo había atestiguado, había experimentado algo similar!...
Dios no conduce nunca a sus hijos de otra manera que la que ellos elegi-
rían si pudiesen ver el fin desde el principio, y discernir la gloria del propó-
sito que están cumpliendo como colaboradores suyos. Ni Enoc, que fue
trasladado al cielo, ni Elías, que ascendió en un carro de fuego, fueron ma-
yores o más honrados que Juan el Bautista, que pereció solo en la mazmo-
rra. “A vosotros es concedido por Cristo, no solo que creáis en él, sino tam-
bién que padezcáis por él” (Filipenses 1:29). Y de todos los dones que el
Cielo puede conceder a los hombres, la comunión con Cristo en sus sufri-
mientos es el más grave cometido y el más alto honor {Conflicto y valor, p.
278).
Al aceptar a Jesucristo, también debemos aceptar las condiciones y re-
querimientos que ello significa. Es hacer del reino de Dios nuestra prioridad
en la vida. Las dificultades y obstrucciones aparecerán, especialmente
aquellas que tienen que ver con el yo, porque Cristo demanda el corazón, el
alma, la mente y la fuerza de cada ser humano. “No sois vuestros. Porque
habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuer-
po y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19, 20).
Requerirá humillación, abnegación y sacrificios, y un constante conflicto
con las pasiones humanas. En la senda preparada para los redimidos del
Señor no hay lugar para expresar nuestro temperamento natural. Los que
profesan caminar en la senda angosta pero practican las acciones de los no
convertidos, solo tendrán como resultado vergüenza y desgracia (Bible
Training School, octubre 1, 1916).
Aquel que cree plenamente en Cristo llega a ser un participante de la na-
turaleza divina, y el poder así recibido le servirá para hacer frente a cual-
quier tentación. No caerá en la tentación ni será derrotado por falta de ayu-
da. En los momentos de prueba podrá valerse de las promesas y por medio
de ellas escapar de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concu-
piscencia...
Para hacemos participantes de la naturaleza divina, el cielo entregó su
tesoro más valioso. El Hijo de Dios se quitó su manto real y su corona y
descendió a la tierra en la forma de un niño. Resolvió vivir una vida perfec-
ta desde la infancia hasta la madurez. Se comprometió a permanecer como