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TEMAS Y DEBATES
VIGENCIA DE LAS IDEAS DE LA REVOLUCIÓN
FRANCESA EN LA
AMERICA LATINA DEL SIGLO XX
Rubén Sánchez Profesor de la
Universidad de los Andes
Todavía queda mucho
trabajo pendiente para
que la utopía de la
revolución francesa sea
real y efectiva,
particularmente en nuestro
continente donde no ha
culminado el proceso
democrático.
Francia y el mundo acaban de
celebrar el segundo
centenario de la revolución
francesa, madre de las
revoluciones contemporáneas.
La que renegó de la gracia de
Dios, divinizó a la razón y
colocó al hombre como centro
del mundo y medida de todas
las cosas.
La que consignó en una
célebre declaración los
derechos del hombre y del
ciudadano, con su relación de
derechos civiles y políticos:
libertad, igualdad, garantías
contra las detenciones
arbitrarias, legalidad de las
penas, presunción de
inocencia, libertad de
pensamiento, propiedad
inviolable y sagrada, contri-
buciones fiscales consentidas.
Para algunos, como el histo-
riador Franyois Furet, la
revolución francesa ha
terminado y pertenece a un
pasado tocado por la
fatalidad. Para otros, como
Michel Vovelle, director del
Instituto de Historia de la
Revolución Francesa, sigue
viva porque siguen sin
resolverse múltiples
cuestiones que ella puso en
evidencia. "La experiencia
de la revolución
francesa—ha declarado— por
la amplitud de sus
anticipaciones, posee una gran
plasticidad —En un primer
momento fueron liberales y
nacionalistas quienes le
tomaron prestada la lección
ex-pansionadora; luego, en la
segunda mitad del siglo XIX y
primeras décadas del XX,
fueron los movimientos
obreros los que se apropiaron
de las todavía vigentes
consignas de sus antecesores.
Cabe no olvidar que los tres
lemas de la revolución —Li-
bertad, Igualdad,
Fraternidad— no se han
cumplido hoy aún de una
manera total, plena".
Como Vovelle, pensamos que
todavía queda mucho trabajo
pendiente para que la utopía
de la revolución francesa sea
real y efectiva,
particularmente en nuestro
continente donde no ha
99
culminado el proceso democrá-
tico. Decir, al referirnos al de-
bate que se da actualmente en
torno a la revolución francesa,
que estamos ante un proyecto
agotado suena a sarcasmo y a
burla.
Conviene, sin embargo, antes de
referirnos a la influencia, o
mejor, a la vigencia de la revo-
lución francesa en la América
Latina del siglo XX, recordar el
significado y la importancia de
tan magno acontecimiento, así
como la evolución desde 1789 de
los derechos del hombre y su po-
sible proyección hacia el futuro.
1. El significado de la
revolución francesa
Se piensa, en general, que la
revolución francesa marcó la
división entre la historia anti-
gua y la moderna. Junto con la
independencia de los Estados
Unidos (1776), se la ha conside-
rado el principio de la demo-
cracia moderna, considerada
como un bien general o al menos
como el mal menor en la forma
de gobernar a los pueblos. Ma-
teria de polémicas apasiona-
das, la revolución francesa ha
sido objeto de interpretaciones
sujetas a permanentes revi-
siones que han obedecido y
obedecen en casi todos los pun-
tos a la posición política del mo-
mento. En Francia, la conside-
ración de la revolución se repar-
te de manera muy simplista: la
derecha hace énfasis en el Te-
rror, el regicidio, la aparición de
los mediocres, para argumentar
la necesidad posterior del impe-
rio y la restauración monárqui-
ca, hasta la actual forma presi-
dencial que implantó el General
De Gaulle, como formas impres-
cindibles de la rectificación de
la revolución. La izquierda, en
cambio, se centra en las doctri-
nas políticas, morales y filosó-
ficas, que alentaron la revolu-
ción como verdaderas transfor-
madoras del mundo moderno y
remiten la sangre a una época en
que la represión del Estado era
también sangrienta y en la que
el hambre causó más muertos
que la propia revolución.
Desde una perspectiva política,
el estudio de la revolución fran-
cesa tiene m ás que valor histó-
rico puesto que ofrece puntos de
referencia para el examen y con-
sideración de nuestra época.
La revolución francesa resulta
difícil de comprender si no se
tiene en cuenta que ocurrió en
una época de transición econó-
mica. Por lo menos una genera-
ción antes de que comenzara, ya
Inglaterra se había convertido
en la fábrica industrial del mun-
do y comenzaba a experimentar
la rápida aceleración de la re-
volución industrial que transfor-
maría de manera evidente las
vidas de millones de seres hu-
manos. La economía agraria, so-
bre la cual se habían erigido las
instituciones representativas de
Inglaterra y Norteamérica, esta-
ba ya terminada cuando los fran-
ceses trataron de construir un
sistema político similar. Algu-
nos escritores, particularmente
marxistas, han querido interpre-
tar la revolución francesa como
la reacción política y social ante
el cambio económico descrito y
la consideran como el plano en
el cual el capitalismo trazó su
derecho a gobernar. Otros pen-
sadores ven en ella un simple
movimiento político para el esta-
blecimiento de la democracia
moderna. Pero tales teorías son
insostenibles en nuestros días.
La industria francesa no había
alcanzado el grado de conciencia
necesario para tratar de tomar
en 1789 la dirección de los asun
tos del Estado y en cuanto a la
democracia política, muchos
de los revolucionarios de aque
lla época temían su entroni
zamiento.
Durante ciento treinta y
cinco años, hasta que el
fascismo logró
establecerse, ningún
movimiento
contrarrevolucionario
pudo encontrar un credo
capaz de inspirar a las
masas.
La verdad es que en el período
de transición en que se desen-
volvió la revolución francesa no
se pudo establecer ninguna for-
ma estable de gobierno. Tan
sólo se pudo destruir el despo-
tismo absoluto, aplastando los
privilegios de la Iglesia y la no-
bleza, distribuyéndose tierra a-
los campesinos pero, debido a la
incertidumbre y variabilidad de
la estructura de clases de Fran-
cia, no pudieron construirse ins-
tituciones políticas permanen-
tes. Mientras que los siste-
mas erigidos en Norteamérica;
e Inglaterra soportaron el cho-
que de la industrialización y
lograron mantener una conti-
nuidad en su forma política du-
rante esta transformación, ello
fue imposible en Francia una
vez que se hubo barrido el Anti-
guo Régimen. Hasta mucho des-
pues de la guerra de 1870 con
tra Alemania, el francés no vol
vió a sentirse seguro en la políti
ca de su país, aunque la estruc-
tura de su vida social fue esta-
blecida ya en la era napoleónica.
100
De aquí que el significado de la
revolución no descanse en las
instituciones políticas a que dio
lugar, sino en las ideas que evo-
có y diseminó en todo el mundo.
Durante 128 años y hasta la re-
volución rusa de 1917, estas
ideas fueron las bases del pen-
samiento progresista y sus par-
tidarios eran los enemigos de-
clarados del despotismo y los
privilegios. Durante ciento trein-
tay cinco años, hasta que el fas-
cismo logró establecerse, nin-
gún movimiento contrarrevolu-
cionario pudo encontrar un cre-
do capaz de inspirar a las masas
y hoy, 200 años después, el mis-
mísimo Achule Occhetto, secre-
tario general del Partido Co-
munista Italiano, afirma que el
PCI de quien es heredero es de
la Revolución francesa, con lo
cual se reafirma la idea que los
derechos humanos son una parte
inseparable de la cultura jurídica
y política actual.
2. Los derechos del hombre
Como lo ha afirmado Gregorio
Peces - Barba Martínez, en la
actualidad, los Derechos del
Hombre "se usan como bandera
de los oprimidos, como grito de
justicia, como utopía ilustrada,
pero también como retórica de-
magógica, como simple expre-
sión semántica o como arma
arrojadiza, muchas veces sin la
suficiente legitimidad moral".
Su impugnación desde el fascis-
mo y el nazismo está relegada al
museo de la historia e incluso las
dictaduras más terribles afirman
respetar los derechos humanos.
Su aceptación es un hecho indu-
dable; esa es su grandeza pero
también su debilidad porque su
extensión no se ha acompañado
de una razón esclarecida, ni de
un conocimiento exacto de sus
contenidos y de sus garantías
eficaces y reales. Hay una serie
extensa de declaraciones de
derechos: civiles, políticos, so-
ciales, económicos, religiosos...,
casi todos nominales, simples
formulaciones teóricas.
El proceso de
secularización, el
individualismo, el
racionalismo y el
naturalismo serán el
ámbito donde se empiece
a ver, por primera vez en
la historia, viejas ideas
como las de dignidad
humana, libertad o
igualdad, desde el prisma
de los derechos humanos.
Según los historiadores, hay tres
generaciones de derechos: la de
los individuales, la de los de-
rechos de contenido social y la
neohumanitaria de los derechos
de solidaridad. Nos interesa la
primera, la de la consolidación
histórica de los derechos funda-
mentales que se concretó en las
grandes declaraciones de de-
rechos, en la revolución inglesa
del siglo XVH, en la indepen-
dencia americana y la Revolu-
ción Francesa de 1789, la De-
claración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano y las
diez primeras enmiendas de la
Constitución americana de 1791.
En el clima económico, político y
cultural del siglo XVIII, los de-
rechos humanos aparecen como
solución o remedio para limitar
el creciente poderío del Estado
absoluto, en los albores del libe-
ralismo, y expresado a través
del pensamiento iusnaturalista
racionalista. Subyacía en ese
planteamiento (las relaciones in-
dividuo-poder) la idea de que el
Derecho Privado era un Derecho
Racional, que regulaba relacio-
nes estables entre particulares,
mientras que el Derecho Públi-
co, que regulaba al poder, de-
pendía más de la voluntad y del
arbitrio y por eso los derechos
humanos eran una garantía para
el individuo frente a ese po-
der, que no necesitaba en las
relaciones entre particulares.
En el siglo XX, como dice N.
Bobbio, se ha ido produciendo
un fenómeno de especificación
que concreta y aproxima los de-
rechos, desde grandes procla-
maciones genéricas, a regula-
ciones más matizadas, menos
abstractas y más apegadas a
las circunstancias históricas:
Los derechos de la primera ge-
neración expresan un concepto
propio del mundo moderno que
surge a partir del tránsito a la
modernidad, en una sociedad en
la que alumbra una nueva forma
de organización económica que
sustituye al localismo medieval
por una economía de mercado en
la que una nueva clase, la bur-
guesía, adquiere un protago-
nismo creciente. También una
nueva forma política que pre-
tende el monopolio en el uso de
la fuerza legítima, como dice
Weber, se impone a los poderes
medievales y se configurará co-
mo el Estado moderno que no
reconoce superior, poder absolu-
to y perpetuo en la definición bo-
diniana de soberanía. Finalmen-
te, unas formas culturales nue-
vas, el proceso de seculariza-
ción, el individualismo, el racio-
nalismo y el naturalismo serán el
ámbito donde se empiece a ver,
por primera vez en la historia,
101
viejas ideas como las de dig-
nidad humana, libertad o igual-
dad, desde el prisma de los de-
rechos humanos.
En ese clima económico, politico
y cultural, los derechos humanos
aparecen como respuesta a los
abusos del Estado absoluto cuyo
exceso de poder condujo a un
debate sobre el origen de la
autoridad política, sustituyén-
dose la idea del origen divino
por el consenso del pactismo. El
contrato social se convirtió así
en el origen de los derechos de
participación política, que cul-
minará, lustros más tarde, con
el sufragio universal. En ese
mismo contexto, la necesidad de
limitar al poder, como problema
general y abstracto, originará la
justificación global de los dere-
chos humanos que se conside-
rarán en aquel primer mo-
mento y hasta finales del siglo
XIX como derechos de no inter-
ferencia en un ámbito reservado
a la libre acción de los particu-
lares. La razón del pacto social
será precisamente la defensa de
esos "derechos naturales" que
limitaban el poder del Estado.
Estos derechos, de alcance uni-
versal, se encontraron con resis-
tencias procedentes de variados
y contradictorios planteamientos
ideológicos, políticos y religio-
sos. Lograron, sin embargo,
llegar a los finales del siglo XX
gracias a una triple evolución, a
través de tres procesos: de po-
sitivización, de generalización y
de internacionalización.
Mediante el primer proceso, los
derechos naturales se incorpo-
raron al Derecho Positivo, pa-
sando a ser protegidos por el
aparato sancionador del poder
soberano en caso de violación.
Esta dimensión se produjo nor-
malmente en el ámbito supremo
de la legalidad que es la Consti-
tución, aunque en algunos casos
el desarrollo de los derechos se
prolongara con la ley. Este pri-
mer proceso de la evolución de
los derechos del hombre puso de
relieve el papel mediador del po-
der político —el Estado sobera-
no— en esta positivización, por-
que el Derecho es directa o in-
directamente Derecho de Esta-
do. Asimismo, con la positiviza-
ción se generó la primera con-
tradicción seria en la implanta-
ción histórica de los derechos,
puesto que para ser eficaces ne-
cesitaban del apoyo del Estado y
de sus aparatos sancionadores,
mientras, en parte, pretenden
ser una barrera a la misma arro-
gancia del poder.
En la Declaración francesa de
1789 se afirma que los hombres
nacen y permanecen libres e
iguales en derechos. No obstan-
te, la realidad era muy distinta.
El goce de los derechos se limitó
a aquéllos que tenían un nivel
económico y cultural suficiente
para no tener que ocuparse de
sobrevivir. Eran pues, en reali-
dad, derechos de la burguesía.
La todavía incipiente clase tra-
bajadora y los artesanos mo-
destos permanecían al margen.
La contemplación de la realidad
y la afirmación de la libertad
igual de todos los hombres es-
tará, pues, en el origen del pro-
ceso de generalización para ex-
plicar la evolución de los dere-
chos humanos hasta nuestros
días.
La lucha por la realización de los
ideales de libertad e igualdad
será larga y costosa, con repre-
sión, sufrimientos y muerte,
frente a la oposición del mundo
político surgido del Congreso de
Viena, pero también de los libe-
El hábito democrático que
brotó en Francia era una
expresión política de una
clase en ascenso que, en
su lucha por controlar el
despotismo de la Corona y
eliminar los privilegios,
buscó crear una
comunidad apoyada en el
consenso.
rales doctrinarios, partidarios de
una libertad selectiva. El proce-
so de generalización condujo en
una primera etapa al sufragio
universal para todos los mayores
de edad, al reconocimiento del
derecho de asociación y a la limi-
tación del derecho de propie-
dad por su función social. En
etapas posteriores se recono-
cenan derechos económicos, so-
cíales y culturales.
En los últimos 40-50 años, se ha
iniciado un tercer proceso de
internacionalización vinculado
al tipo de adversarios que en-
cuentran los derechos humanos
hoy y que trascienden las fron-
teras nacionales. Luchar contra
la droga, contra el terrorismo
o contra la violencia de los de
rechos que procedan de ins-
tandas multinacionales exige
sistema en el ámbito inter-
nacional.
3. La influencia de la
revolución francesa en
América Latina
En el proceso que condujo a la
independencia de la América
española la revolución francesa
tuvo una gran importancia, jun-
to con el movimiento de inde-
102
pendencia de los Estados Unidos
y la invasión napoleónica en Es-
paña y Portugal. En este proceso
se destacan las ideas heredadas
de la ilustración y, sobre todo,
la doctrina de la soberanía del
pueblo, opuesta a la tradición
que concentraba la soberanía en
el rey, como base teórica en que
se apoyó la independencia. Los
hechos, sin embargo, deben ser
matizados.
En primer lugar, aunque entre
las gentes educadas de la Amé-
rica Hispana y Portuguesa hubo
mucha afición por la lectura,
supliendo los libros la falta de
universidades, y que circulaban
por estos suelos, en los siglos
XVHI y XIX muchos libros
de orientación moderna, la
clase culta era una pequeña
minoría y la educación
controlada por la Iglesia. En
segundo lugar, el hábito
democrático que brotó en
Francia era una expresión
política de una clase en ascen-
so que, en su lucha por controlar
el despotismo de la Corona
y eliminar los privilegios, bus-
có crear una comunidad apo-
yada en el consenso. Conver-
tida esta comunidad en sujeto
político, tornóse soberana e im-
puso un control sobre el Eje-
cutivo en un territorio identifi-
cado por una misma cultura (de
allí la idea de nación), lo que su-
En la América Española,
en particular, la crisis de
independencia fue el,
desenlace de una
degradación del poder
español que, comenzada
hacia 1795, se hizo cada
vez más rápida.
pone la aceptación de un go-
bierno libremente consentido.
En otras palabras, la. concepción
política de la revolución francesa
se concretó en el Estado-Nación.
La realidad en América Latina,
que heredó un modelo de Estado
en una sociedad muy distinta a
la sociedad europea es diferen-
te. El orden social que se esta-
bleció en España y sus posesio-
nes fue el de una aristocracia la-
tifundista, unida a la Corona y a
la Iglesia. En la comunidad his-
pana no se desarrolló la bur-
guesía, no existió la Reforma
Protestante y la influencia ideo-
lógica de la Ilustración fue débil.
Asimismo, la pirámide social es-
tuvo compuesta por un sistema
de castas cuya reglamentación
fue complicada y a menudo in-
congruente, sujeto a continuas
modificaciones. Según el in-
vestigador argentino Ángel Ro-
senblat, ''las castas coloniales
fueron resultado del mesti-
zaje pero, al persistir, el pro-
ceso mismo del mestizaje tendió
a la disolución de las castas".
En este contexto, marcado por
la desarticulación social, las
doctrinas igualitarias del siglo
XVm y de la revolución france-
sa, al igual que el discurso repu-
blicano, permitieron la integra-
ción del mestizo, marginado por
la colonia, al nuevo orden.
Esta integración generó el sen-
timiento, imaginario, pero no
por ello menos importante, de
pertenecer a una misma nación.
Sin embargo, lo nuevo después
de 1776 y sobre todo después de
1789 no son las ideas, es la exis-
tencia de una América republi-
cana y de una Francia revolucio-
naria. El curso de los hechos a
partir de entonces hizo que esa
novedad interesara cada vez
más de cerca a Latinoamérica.
En efecto, colocó a Portugal en
una difícil neutralidad y convir-
tió a España, a partir de 1795,
en aliada de la Francia revolu-
cionaria y napoleónica. En estas
condiciones aún los más fíeles
servidores de la Corona no po-
dían dejar de imaginar la posi-
bilidad de que también esa Co-
rona, como otras, desapareciera.
En la América Española, en par-
ticular, la crisis de independen-
cia fue el desenlace de una de-
gradación del poder español
que, comenzada hacia 1795, se
En todas partes, el nuevo
régimen, si no se cansaba
de abominar al viejo
sistema, aspiraba a ser
heredero legítimo de éste.
hizo cada vez más rápida. En
medio de la crisis del sistema
político español, los revoluciona-
rios no se sentían rebeldes si-
no herederos de un poder caído,
probablemente para siempre.
No había razón alguna para
que marcaran disidencias frente
a un patrimonio político-ad-
ministrativo que consideraban
suyo y entendían servir para sus
fines. Más que las ideas políti-
cas de la antigua España (ellas
mismas, por otra parte, recons-
truidas no sin deformaciones por
la erudición ilustrada) fueron
sus instituciones jurídicas las
que evocaron en su apoyo unos
insurgentes que no querían ser-
lo. En todas partes, el nuevo
régimen, si no se cansaba de
abominar al viejo sistema, as-
piraba a ser heredero legítimo
de éste. En todas partes, las
nuevas autoridades podían ex-
hibir signos, algo discutibles, de
esa legitimidad que tanto les in-
teresaba.
103
Las revoluciones que se dieron,
al comienzo sin violencia, tenian
por centro el Cabildo, esa insti-
tución que representaba escasa-
mente las poblaciones urbanas y
tenía, por lo menos, la ventaja
de no ser delegada de la auto-
ridad central en su derrumbe.
Fueron los cabildos abiertos los
que establecieron las juntas de
gobierno que reemplazaran a los
gobernantes designados desde
la metrópoli.
Las primeras formas de expan-
sión de la lucha siguieron tam-
bién cauces nada innovadores:
las nuevas autoridades requi-
rieron la adhesión de sus subor-
dinados y para ampliar la base
revolucionaria declararon la
igualdad de los hombres y
emanciparon a los indios del tri-
buto. La transformación de la
revolución en un progreso que
interesara a otros grupos al mar-
gen de la élite criolla y española
avanzó de modo variable según
las regiones. Pero la estructura
social de la comunidad hispana,
al carecer de burguesía, no per-
mitió el funcionamiento real de
un sistema basado en la vo-
luntad popular.
En efecto, la Corona era el
vínculo que unificaba a las ex-
tensas posesiones españolas y
la religión católica proporcio-
naba el sustrato filosófico del
Imperio. El ataque ideológico de
la revolución francesa contra la
Corona y la Iglesia destruyó los
cimientos en los cuales se basa-
ba el Imperio Español a fines del
siglo XVín y principios del XLX.
De ahí el desarrollo de movi-
mientos regionalistas en España
y la balkanización de América.
Si el fundamento del poder pa-
saba a la "nación", elementos
como la lengua u otros factores
culturales podían ser elementos
del "nacionalismo", y así ocu-
rrió en Cataluña y el país Vasco.
En el caso de las colonias de
España, la combinación simul-
tánea de las consecuencias de
las revoluciones industrial y
francesa fue una mezcla explo-
siva.
La estructura social de la
comunidad hispana, al
carecer de burguesía, no
permitió el funcionamiento
real de un sistema basado
en la voluntad popular.
Carentes del valor simbólico de
la Corona, como vínculo inte-
grador, los virreinatos se desin-
tegraron en 18 países, con es-
casa población y con grados de
debilidad tales que no sólo per-
dieron territorios frente a Es-
tados Unidos, Gran Bretaña y
Brasil, sino que llegaron a si-
tuaciones de marcada depen-
dencia política y económica fren-
te a las principales potencias de
habla inglesa: Inglaterra y Es-
tados Unidos.
El caso brasileño es original.
Cuando Napoleón invadió a Por-
tugal, la flota británica tras-
ladó la familia real de Lisboa a
Río de Janeiro y, durante un
tiempo, la capital del imperio lu-
sitano estuvo en la ciudad brasi-
leña. Terminadas las guerras
napoleónicas, el rey retornó a su
patria, pero su hijo Don Pedro
quedó en Brasil y posterior-
mente lo independizó de la me-
trópoli estableciendo un imperio
bajo la Corona de Braganza,
que duró hasta 1889. Como con-
secuencia, Brasil mantuvo su
unidad bajo un proceso de inte-
gración nacional gracias a la
Corona. Se robusteció, por en-
de, la administración del Es-
tado, se forjó una diplomacia
profesional y el nuevo país inde-
pendiente mantuvo las líneas de
expansión geográfica heredadas
de la colonia.
En Hispanoamérica, terminada
la guerra de independencia se
esperaba que surgiera un nuevo
orden cuyos rasgos esenciales
habían sido previstos desde el
comienzo de la lucha por la inde-
pendencia. Pero éste demoraba
en nacer: el nuevo orden no lo-
graba penetrar en los esquemas
ideológicos vigentes, si bien los
cambios ocurridos eran impre-
sionantes: no hubo sector que
saliera ileso de la revolución.
Las élites urbanas, en parti-
cular, se vieron privadas de una
parte de su riqueza y se vieron
involucradas en una decadencia
irremediable. Un proceso aná-
logo se dio en la Iglesia. La colo-
nial estaba muy vinculada a la
Corona, los nuevos dirigentes
eclesiásticos fueron a menudo
apasionados patriotas y contri-
buyeron a la causa con bienes
eclesiásticos. Así, la Iglesia se
empobreció y se subordinó al
poder público. Sólo en algunas
zonas (México, Guatemala, Nue-
va Granada, Sierra Ecuatoriana)
el cambio fue limitado y com-
pensado por el mantenimiento
de un prestigio popular.
Hubo, entonces, cambios impor-
tantes y la más visible de las no-
vedades fue la violencia: la mo-
vilización militar implicó una
previa movilización política que
se hizo en condiciones dema-
siado angustiosas para discipli
nar rigurosamente a los que con
vocó a la lucha. Las guerras
de independencia fueron un
104
complejo haz de guerras en las
que hallaron expresión, ten-
siones raciales, regionales y
gru-pales demasiado tiempo
reprimidas. Concluida la
guerra, fue necesario difundir
las armas por t o d a s p a r t e s
p a r a ma n tener un orden
interno tolerable. De esta
manera, la militarización
sobrevivió a la lucha aunque
fue un remedio a la vez costoso
e inseguro. Las nuevas re-
públicas pasaron a depender
cada vez más del exigente
apoyo militar y a gastar más de
lo que sus recursos permitían.
El nuevo orden no lograba
penetrar en los esquemas
ideológicos vigentes, si
bien los cambios ocurridos
eran impresionantes: no
hubo sector que saliera
ileso de la revolución.
La gravitación de los cuerpos
armados, surgida en el
momento mismo en que se
daba una democratización sin
duda limitada pero real, de la
vida política y social
hispanoamericana, comenzó
por ser un aspecto de esa
democratización, pero bien
pronto se transformó en una
garantía contra una extensión
excesiva de este proceso: por
eso aún quienes deploraban
algunas de las modalidades de
la militarización hacían muy
poco por ponerle fin.
El rechazo ideológico a la
Corona y la ausencia de una
burguesía que posibilitara un
sistema político basado en la
"nación" llevaron a los países
hispanoamericanos a la
anarquía, a la carencia de
fundamentos claros de
legitimación del sistema polí-
tico, y a la emergencia de caudi
llos y dictadores militares como
medios de establecer gobiernos
que, al menos, tuvieran un mí-
nimo control sobre el territorio
del país. Todavía en nuestros
días existe un divorcio entre
los fundamentos de la
legitimación del poder y la
forma en que se ejerce. Es así
como mientras la casi totalidad
de las Constituciones de
Hispanoamérica consagran a la
democracia, en la práctica se
actúa mediante métodos
autoritarios, ya sea por civiles
o militares, en la mayor parte
de los países. En muchos
casos, se gobierna largos
períodos mediante "estado de
sitio" o de "excepción" que
implica que el gobierno posee
poderes casi dictatoriales,
otorgados por el legislativo, de
acuerdo con la Constitución.
Es, en el fondo, un
reconocimiento de la precarie-
dad de la fundamentación ideo-
lógica del sistema que, en mu-
chos casos, no guarda relación
con la realidad social.
4. La vigencia del mensaje de la
revolución francesa
En América Latina se ha iniciado
en los últimos años un proceso
de convocatoria de elecciones li-
bres y, en este contexto, se ha
formulado el problema de los de-
rechos humanos como un pro-
grama capaz de movilizar ener-
gías y alcanzar un considerable
consenso social y construir una
democracia sólida, fundada en el
imprescindible consenso de la
mayoría.
Esta convocatoria es importante
pero no es suficiente para garan-
tizar la culminación del proceso
democrático. Hace falta, ade-
más, un cambio de mentalidad,
un remezón estructural y el esta-
blecimiento de mecanismos de
participación social que ase
guren la existencia de vínculos
orgánicos entre el gobierno y los
ciudadanos dentro de un marco
de convivencia política y de to
lerancia.
Hace falta un cambio de
mentalidad, un remezón
estructural y el
establecimiento de
mecanismos de
participación social que
aseguren la existencia de
vínculos orgánicos entre el
gobierno y los ciudadanos
dentro de un marco de
convivencia política y de
tolerancia.
Hemos afirmado que el legado
de la revolución francesa se
resume en dos conceptos —so-
beranía popular y democracia—
y en una comunidad que se con-
creta en el Estado-nación, lo
cual supone un sistema de ins-
tituciones impersonales basado
en la lealtad a la nación, no a
grupos primarios, lo cual su-
pone a su vez, una idea del indi-
viduo como figura esencial.
En efecto, desde la desintegra-
ción del dominio feudal y colo-
nial como formas predominantes
de organización social y parale-
lamente, desde la implantación
del capitalismo como sistema
mundial, la idea del hombre,
como figura privilegiada de lo
social, se ha ido afianzando. Esta
idea se plasmó en la Decla-
ración Universal de los Dere-
chos del Hombre que significó
para su época, un paso impor-
tante en la defensa de la perso-
na. Se conformó así una ideolo-
gía plasmada en el liberalismo
105
de la modernidad, que
colocaba al individuo como
anterior a la sociedad y al
Estado. Allí, lo social no era
constitutivo del hombre, sino
que se presentaba como un
límite que sólo le aseguraba la
convivencia grupal. Los
derechos humanos así pro-
clamados guardaban silencio
acerca de las formas concretas
en las cuales se
materializarían en sociedad. Y
esto no es casualidad. La
propuesta del liberalismo logró
consenso universal, no sólo
porque ofreció sustento
ideológico al capitalismo, sino
porque, en su forma misma,
planteaba una especie de abs-
tracción del hombre que lo
hacía sujeto de derechos
universales, fuera de la
historia y de los
padecimientos de los hombres.
Los individuos eran todos
iguales a condición de no
hablar de los hombres
concretos. En la América
Latina contemporánea la
cuestión que se plantea es la
creación o el afianzamiento de
Estados democráticos, lo
que supone la necesidad de
definir qué tipo de democracia
se aspira a construir y qué
estrategias se deben dar para
alcanzar una apertura
apropiada.
Como la situación de cada
país es diferente, es
imposible definir una
estrategia única. Lo que sí
está claro es que un signo de
los tiempos es el que los de-
En la América Latina
contemporánea la
cuestión que se plantea es
la creación o el °
afianzamiento de Estados
democráticos, lo que
supone la necesidad de
definir qué tipo de
democracia se aspira a
construir y qué estrategias
se deben dar para
alcanzar una apertura
apropiada.
rechos no son sólo derechos del
hombre y del ciudadano, sino
que los derechos protegen al di-
sidente y al hombre concreto.
Protegen al disidente porque la
democracia supone el recono-
cimiento del derecho a discrepar
y esto se puede expresar a tra-
vés de derechos clásicos como la
libertad de expresión o manifes-
tación, pero también a través de
nuevos derechos exclusivos para
el disidente, como la objeción de
conciencia. Protegen al hombre
concreto, porque se plantean
hoy los derechos de seres huma-
nos que tienen una calificación
específica que es el objeto de
protección o los derechos del dé-
bil, del marginado, del que está
en minoría o no se puede
defender por sí mismo. Estos
derechos se consideran en cuan-
to son compatibles con los de la
comunidad y nunca con un ca-
rácter absoluto.
Para garantizar estos derechos,
los Estados Latinoamericanos
deben comenzar por dar una so- |
lución a la fragmentación del po-
der, y construir el Estado-na-
ción cuyo modelo nos legó la re-
volución francesa, eliminando
los mecanismos de afiliación pri-
maria, de carácter clientelista y
personal
Sólo en la medida en que el
discurso republicano se articule
con la práctica mediante un
sistema de lealtades
nacionales, no primarias y
medievales, tendrá resonancia
en nuestro continente una
afirmación recientemente hecha
por el escritor Umberto Eco:
"Si hoy, un ciudadano al que un
guardia asalta con malos mo-
dos le dice que le multe, pero
que se comporte con respeto o le
denuncia, es porque ha existido
la revolución francesa. Puede
que el ciudadano sea un aristó-
crata nostálgico que crea estar
ejercitando los derechos de sus
antepasados. El puede creerlo.
Pero si el guardia entra por el
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Revolución francesa en America

  • 1. TEMAS Y DEBATES VIGENCIA DE LAS IDEAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN LA AMERICA LATINA DEL SIGLO XX Rubén Sánchez Profesor de la Universidad de los Andes Todavía queda mucho trabajo pendiente para que la utopía de la revolución francesa sea real y efectiva, particularmente en nuestro continente donde no ha culminado el proceso democrático. Francia y el mundo acaban de celebrar el segundo centenario de la revolución francesa, madre de las revoluciones contemporáneas. La que renegó de la gracia de Dios, divinizó a la razón y colocó al hombre como centro del mundo y medida de todas las cosas. La que consignó en una célebre declaración los derechos del hombre y del ciudadano, con su relación de derechos civiles y políticos: libertad, igualdad, garantías contra las detenciones arbitrarias, legalidad de las penas, presunción de inocencia, libertad de pensamiento, propiedad inviolable y sagrada, contri- buciones fiscales consentidas. Para algunos, como el histo- riador Franyois Furet, la revolución francesa ha terminado y pertenece a un pasado tocado por la fatalidad. Para otros, como Michel Vovelle, director del Instituto de Historia de la Revolución Francesa, sigue viva porque siguen sin resolverse múltiples cuestiones que ella puso en evidencia. "La experiencia de la revolución francesa—ha declarado— por la amplitud de sus anticipaciones, posee una gran plasticidad —En un primer momento fueron liberales y nacionalistas quienes le tomaron prestada la lección ex-pansionadora; luego, en la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, fueron los movimientos obreros los que se apropiaron de las todavía vigentes consignas de sus antecesores. Cabe no olvidar que los tres lemas de la revolución —Li- bertad, Igualdad, Fraternidad— no se han cumplido hoy aún de una manera total, plena". Como Vovelle, pensamos que todavía queda mucho trabajo pendiente para que la utopía de la revolución francesa sea real y efectiva, particularmente en nuestro continente donde no ha 99
  • 2. culminado el proceso democrá- tico. Decir, al referirnos al de- bate que se da actualmente en torno a la revolución francesa, que estamos ante un proyecto agotado suena a sarcasmo y a burla. Conviene, sin embargo, antes de referirnos a la influencia, o mejor, a la vigencia de la revo- lución francesa en la América Latina del siglo XX, recordar el significado y la importancia de tan magno acontecimiento, así como la evolución desde 1789 de los derechos del hombre y su po- sible proyección hacia el futuro. 1. El significado de la revolución francesa Se piensa, en general, que la revolución francesa marcó la división entre la historia anti- gua y la moderna. Junto con la independencia de los Estados Unidos (1776), se la ha conside- rado el principio de la demo- cracia moderna, considerada como un bien general o al menos como el mal menor en la forma de gobernar a los pueblos. Ma- teria de polémicas apasiona- das, la revolución francesa ha sido objeto de interpretaciones sujetas a permanentes revi- siones que han obedecido y obedecen en casi todos los pun- tos a la posición política del mo- mento. En Francia, la conside- ración de la revolución se repar- te de manera muy simplista: la derecha hace énfasis en el Te- rror, el regicidio, la aparición de los mediocres, para argumentar la necesidad posterior del impe- rio y la restauración monárqui- ca, hasta la actual forma presi- dencial que implantó el General De Gaulle, como formas impres- cindibles de la rectificación de la revolución. La izquierda, en cambio, se centra en las doctri- nas políticas, morales y filosó- ficas, que alentaron la revolu- ción como verdaderas transfor- madoras del mundo moderno y remiten la sangre a una época en que la represión del Estado era también sangrienta y en la que el hambre causó más muertos que la propia revolución. Desde una perspectiva política, el estudio de la revolución fran- cesa tiene m ás que valor histó- rico puesto que ofrece puntos de referencia para el examen y con- sideración de nuestra época. La revolución francesa resulta difícil de comprender si no se tiene en cuenta que ocurrió en una época de transición econó- mica. Por lo menos una genera- ción antes de que comenzara, ya Inglaterra se había convertido en la fábrica industrial del mun- do y comenzaba a experimentar la rápida aceleración de la re- volución industrial que transfor- maría de manera evidente las vidas de millones de seres hu- manos. La economía agraria, so- bre la cual se habían erigido las instituciones representativas de Inglaterra y Norteamérica, esta- ba ya terminada cuando los fran- ceses trataron de construir un sistema político similar. Algu- nos escritores, particularmente marxistas, han querido interpre- tar la revolución francesa como la reacción política y social ante el cambio económico descrito y la consideran como el plano en el cual el capitalismo trazó su derecho a gobernar. Otros pen- sadores ven en ella un simple movimiento político para el esta- blecimiento de la democracia moderna. Pero tales teorías son insostenibles en nuestros días. La industria francesa no había alcanzado el grado de conciencia necesario para tratar de tomar en 1789 la dirección de los asun tos del Estado y en cuanto a la democracia política, muchos de los revolucionarios de aque lla época temían su entroni zamiento. Durante ciento treinta y cinco años, hasta que el fascismo logró establecerse, ningún movimiento contrarrevolucionario pudo encontrar un credo capaz de inspirar a las masas. La verdad es que en el período de transición en que se desen- volvió la revolución francesa no se pudo establecer ninguna for- ma estable de gobierno. Tan sólo se pudo destruir el despo- tismo absoluto, aplastando los privilegios de la Iglesia y la no- bleza, distribuyéndose tierra a- los campesinos pero, debido a la incertidumbre y variabilidad de la estructura de clases de Fran- cia, no pudieron construirse ins- tituciones políticas permanen- tes. Mientras que los siste- mas erigidos en Norteamérica; e Inglaterra soportaron el cho- que de la industrialización y lograron mantener una conti- nuidad en su forma política du- rante esta transformación, ello fue imposible en Francia una vez que se hubo barrido el Anti- guo Régimen. Hasta mucho des- pues de la guerra de 1870 con tra Alemania, el francés no vol vió a sentirse seguro en la políti ca de su país, aunque la estruc- tura de su vida social fue esta- blecida ya en la era napoleónica. 100
  • 3. De aquí que el significado de la revolución no descanse en las instituciones políticas a que dio lugar, sino en las ideas que evo- có y diseminó en todo el mundo. Durante 128 años y hasta la re- volución rusa de 1917, estas ideas fueron las bases del pen- samiento progresista y sus par- tidarios eran los enemigos de- clarados del despotismo y los privilegios. Durante ciento trein- tay cinco años, hasta que el fas- cismo logró establecerse, nin- gún movimiento contrarrevolu- cionario pudo encontrar un cre- do capaz de inspirar a las masas y hoy, 200 años después, el mis- mísimo Achule Occhetto, secre- tario general del Partido Co- munista Italiano, afirma que el PCI de quien es heredero es de la Revolución francesa, con lo cual se reafirma la idea que los derechos humanos son una parte inseparable de la cultura jurídica y política actual. 2. Los derechos del hombre Como lo ha afirmado Gregorio Peces - Barba Martínez, en la actualidad, los Derechos del Hombre "se usan como bandera de los oprimidos, como grito de justicia, como utopía ilustrada, pero también como retórica de- magógica, como simple expre- sión semántica o como arma arrojadiza, muchas veces sin la suficiente legitimidad moral". Su impugnación desde el fascis- mo y el nazismo está relegada al museo de la historia e incluso las dictaduras más terribles afirman respetar los derechos humanos. Su aceptación es un hecho indu- dable; esa es su grandeza pero también su debilidad porque su extensión no se ha acompañado de una razón esclarecida, ni de un conocimiento exacto de sus contenidos y de sus garantías eficaces y reales. Hay una serie extensa de declaraciones de derechos: civiles, políticos, so- ciales, económicos, religiosos..., casi todos nominales, simples formulaciones teóricas. El proceso de secularización, el individualismo, el racionalismo y el naturalismo serán el ámbito donde se empiece a ver, por primera vez en la historia, viejas ideas como las de dignidad humana, libertad o igualdad, desde el prisma de los derechos humanos. Según los historiadores, hay tres generaciones de derechos: la de los individuales, la de los de- rechos de contenido social y la neohumanitaria de los derechos de solidaridad. Nos interesa la primera, la de la consolidación histórica de los derechos funda- mentales que se concretó en las grandes declaraciones de de- rechos, en la revolución inglesa del siglo XVH, en la indepen- dencia americana y la Revolu- ción Francesa de 1789, la De- claración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y las diez primeras enmiendas de la Constitución americana de 1791. En el clima económico, político y cultural del siglo XVIII, los de- rechos humanos aparecen como solución o remedio para limitar el creciente poderío del Estado absoluto, en los albores del libe- ralismo, y expresado a través del pensamiento iusnaturalista racionalista. Subyacía en ese planteamiento (las relaciones in- dividuo-poder) la idea de que el Derecho Privado era un Derecho Racional, que regulaba relacio- nes estables entre particulares, mientras que el Derecho Públi- co, que regulaba al poder, de- pendía más de la voluntad y del arbitrio y por eso los derechos humanos eran una garantía para el individuo frente a ese po- der, que no necesitaba en las relaciones entre particulares. En el siglo XX, como dice N. Bobbio, se ha ido produciendo un fenómeno de especificación que concreta y aproxima los de- rechos, desde grandes procla- maciones genéricas, a regula- ciones más matizadas, menos abstractas y más apegadas a las circunstancias históricas: Los derechos de la primera ge- neración expresan un concepto propio del mundo moderno que surge a partir del tránsito a la modernidad, en una sociedad en la que alumbra una nueva forma de organización económica que sustituye al localismo medieval por una economía de mercado en la que una nueva clase, la bur- guesía, adquiere un protago- nismo creciente. También una nueva forma política que pre- tende el monopolio en el uso de la fuerza legítima, como dice Weber, se impone a los poderes medievales y se configurará co- mo el Estado moderno que no reconoce superior, poder absolu- to y perpetuo en la definición bo- diniana de soberanía. Finalmen- te, unas formas culturales nue- vas, el proceso de seculariza- ción, el individualismo, el racio- nalismo y el naturalismo serán el ámbito donde se empiece a ver, por primera vez en la historia, 101
  • 4. viejas ideas como las de dig- nidad humana, libertad o igual- dad, desde el prisma de los de- rechos humanos. En ese clima económico, politico y cultural, los derechos humanos aparecen como respuesta a los abusos del Estado absoluto cuyo exceso de poder condujo a un debate sobre el origen de la autoridad política, sustituyén- dose la idea del origen divino por el consenso del pactismo. El contrato social se convirtió así en el origen de los derechos de participación política, que cul- minará, lustros más tarde, con el sufragio universal. En ese mismo contexto, la necesidad de limitar al poder, como problema general y abstracto, originará la justificación global de los dere- chos humanos que se conside- rarán en aquel primer mo- mento y hasta finales del siglo XIX como derechos de no inter- ferencia en un ámbito reservado a la libre acción de los particu- lares. La razón del pacto social será precisamente la defensa de esos "derechos naturales" que limitaban el poder del Estado. Estos derechos, de alcance uni- versal, se encontraron con resis- tencias procedentes de variados y contradictorios planteamientos ideológicos, políticos y religio- sos. Lograron, sin embargo, llegar a los finales del siglo XX gracias a una triple evolución, a través de tres procesos: de po- sitivización, de generalización y de internacionalización. Mediante el primer proceso, los derechos naturales se incorpo- raron al Derecho Positivo, pa- sando a ser protegidos por el aparato sancionador del poder soberano en caso de violación. Esta dimensión se produjo nor- malmente en el ámbito supremo de la legalidad que es la Consti- tución, aunque en algunos casos el desarrollo de los derechos se prolongara con la ley. Este pri- mer proceso de la evolución de los derechos del hombre puso de relieve el papel mediador del po- der político —el Estado sobera- no— en esta positivización, por- que el Derecho es directa o in- directamente Derecho de Esta- do. Asimismo, con la positiviza- ción se generó la primera con- tradicción seria en la implanta- ción histórica de los derechos, puesto que para ser eficaces ne- cesitaban del apoyo del Estado y de sus aparatos sancionadores, mientras, en parte, pretenden ser una barrera a la misma arro- gancia del poder. En la Declaración francesa de 1789 se afirma que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. No obstan- te, la realidad era muy distinta. El goce de los derechos se limitó a aquéllos que tenían un nivel económico y cultural suficiente para no tener que ocuparse de sobrevivir. Eran pues, en reali- dad, derechos de la burguesía. La todavía incipiente clase tra- bajadora y los artesanos mo- destos permanecían al margen. La contemplación de la realidad y la afirmación de la libertad igual de todos los hombres es- tará, pues, en el origen del pro- ceso de generalización para ex- plicar la evolución de los dere- chos humanos hasta nuestros días. La lucha por la realización de los ideales de libertad e igualdad será larga y costosa, con repre- sión, sufrimientos y muerte, frente a la oposición del mundo político surgido del Congreso de Viena, pero también de los libe- El hábito democrático que brotó en Francia era una expresión política de una clase en ascenso que, en su lucha por controlar el despotismo de la Corona y eliminar los privilegios, buscó crear una comunidad apoyada en el consenso. rales doctrinarios, partidarios de una libertad selectiva. El proce- so de generalización condujo en una primera etapa al sufragio universal para todos los mayores de edad, al reconocimiento del derecho de asociación y a la limi- tación del derecho de propie- dad por su función social. En etapas posteriores se recono- cenan derechos económicos, so- cíales y culturales. En los últimos 40-50 años, se ha iniciado un tercer proceso de internacionalización vinculado al tipo de adversarios que en- cuentran los derechos humanos hoy y que trascienden las fron- teras nacionales. Luchar contra la droga, contra el terrorismo o contra la violencia de los de rechos que procedan de ins- tandas multinacionales exige sistema en el ámbito inter- nacional. 3. La influencia de la revolución francesa en América Latina En el proceso que condujo a la independencia de la América española la revolución francesa tuvo una gran importancia, jun- to con el movimiento de inde- 102
  • 5. pendencia de los Estados Unidos y la invasión napoleónica en Es- paña y Portugal. En este proceso se destacan las ideas heredadas de la ilustración y, sobre todo, la doctrina de la soberanía del pueblo, opuesta a la tradición que concentraba la soberanía en el rey, como base teórica en que se apoyó la independencia. Los hechos, sin embargo, deben ser matizados. En primer lugar, aunque entre las gentes educadas de la Amé- rica Hispana y Portuguesa hubo mucha afición por la lectura, supliendo los libros la falta de universidades, y que circulaban por estos suelos, en los siglos XVHI y XIX muchos libros de orientación moderna, la clase culta era una pequeña minoría y la educación controlada por la Iglesia. En segundo lugar, el hábito democrático que brotó en Francia era una expresión política de una clase en ascen- so que, en su lucha por controlar el despotismo de la Corona y eliminar los privilegios, bus- có crear una comunidad apo- yada en el consenso. Conver- tida esta comunidad en sujeto político, tornóse soberana e im- puso un control sobre el Eje- cutivo en un territorio identifi- cado por una misma cultura (de allí la idea de nación), lo que su- En la América Española, en particular, la crisis de independencia fue el, desenlace de una degradación del poder español que, comenzada hacia 1795, se hizo cada vez más rápida. pone la aceptación de un go- bierno libremente consentido. En otras palabras, la. concepción política de la revolución francesa se concretó en el Estado-Nación. La realidad en América Latina, que heredó un modelo de Estado en una sociedad muy distinta a la sociedad europea es diferen- te. El orden social que se esta- bleció en España y sus posesio- nes fue el de una aristocracia la- tifundista, unida a la Corona y a la Iglesia. En la comunidad his- pana no se desarrolló la bur- guesía, no existió la Reforma Protestante y la influencia ideo- lógica de la Ilustración fue débil. Asimismo, la pirámide social es- tuvo compuesta por un sistema de castas cuya reglamentación fue complicada y a menudo in- congruente, sujeto a continuas modificaciones. Según el in- vestigador argentino Ángel Ro- senblat, ''las castas coloniales fueron resultado del mesti- zaje pero, al persistir, el pro- ceso mismo del mestizaje tendió a la disolución de las castas". En este contexto, marcado por la desarticulación social, las doctrinas igualitarias del siglo XVm y de la revolución france- sa, al igual que el discurso repu- blicano, permitieron la integra- ción del mestizo, marginado por la colonia, al nuevo orden. Esta integración generó el sen- timiento, imaginario, pero no por ello menos importante, de pertenecer a una misma nación. Sin embargo, lo nuevo después de 1776 y sobre todo después de 1789 no son las ideas, es la exis- tencia de una América republi- cana y de una Francia revolucio- naria. El curso de los hechos a partir de entonces hizo que esa novedad interesara cada vez más de cerca a Latinoamérica. En efecto, colocó a Portugal en una difícil neutralidad y convir- tió a España, a partir de 1795, en aliada de la Francia revolu- cionaria y napoleónica. En estas condiciones aún los más fíeles servidores de la Corona no po- dían dejar de imaginar la posi- bilidad de que también esa Co- rona, como otras, desapareciera. En la América Española, en par- ticular, la crisis de independen- cia fue el desenlace de una de- gradación del poder español que, comenzada hacia 1795, se En todas partes, el nuevo régimen, si no se cansaba de abominar al viejo sistema, aspiraba a ser heredero legítimo de éste. hizo cada vez más rápida. En medio de la crisis del sistema político español, los revoluciona- rios no se sentían rebeldes si- no herederos de un poder caído, probablemente para siempre. No había razón alguna para que marcaran disidencias frente a un patrimonio político-ad- ministrativo que consideraban suyo y entendían servir para sus fines. Más que las ideas políti- cas de la antigua España (ellas mismas, por otra parte, recons- truidas no sin deformaciones por la erudición ilustrada) fueron sus instituciones jurídicas las que evocaron en su apoyo unos insurgentes que no querían ser- lo. En todas partes, el nuevo régimen, si no se cansaba de abominar al viejo sistema, as- piraba a ser heredero legítimo de éste. En todas partes, las nuevas autoridades podían ex- hibir signos, algo discutibles, de esa legitimidad que tanto les in- teresaba. 103
  • 6. Las revoluciones que se dieron, al comienzo sin violencia, tenian por centro el Cabildo, esa insti- tución que representaba escasa- mente las poblaciones urbanas y tenía, por lo menos, la ventaja de no ser delegada de la auto- ridad central en su derrumbe. Fueron los cabildos abiertos los que establecieron las juntas de gobierno que reemplazaran a los gobernantes designados desde la metrópoli. Las primeras formas de expan- sión de la lucha siguieron tam- bién cauces nada innovadores: las nuevas autoridades requi- rieron la adhesión de sus subor- dinados y para ampliar la base revolucionaria declararon la igualdad de los hombres y emanciparon a los indios del tri- buto. La transformación de la revolución en un progreso que interesara a otros grupos al mar- gen de la élite criolla y española avanzó de modo variable según las regiones. Pero la estructura social de la comunidad hispana, al carecer de burguesía, no per- mitió el funcionamiento real de un sistema basado en la vo- luntad popular. En efecto, la Corona era el vínculo que unificaba a las ex- tensas posesiones españolas y la religión católica proporcio- naba el sustrato filosófico del Imperio. El ataque ideológico de la revolución francesa contra la Corona y la Iglesia destruyó los cimientos en los cuales se basa- ba el Imperio Español a fines del siglo XVín y principios del XLX. De ahí el desarrollo de movi- mientos regionalistas en España y la balkanización de América. Si el fundamento del poder pa- saba a la "nación", elementos como la lengua u otros factores culturales podían ser elementos del "nacionalismo", y así ocu- rrió en Cataluña y el país Vasco. En el caso de las colonias de España, la combinación simul- tánea de las consecuencias de las revoluciones industrial y francesa fue una mezcla explo- siva. La estructura social de la comunidad hispana, al carecer de burguesía, no permitió el funcionamiento real de un sistema basado en la voluntad popular. Carentes del valor simbólico de la Corona, como vínculo inte- grador, los virreinatos se desin- tegraron en 18 países, con es- casa población y con grados de debilidad tales que no sólo per- dieron territorios frente a Es- tados Unidos, Gran Bretaña y Brasil, sino que llegaron a si- tuaciones de marcada depen- dencia política y económica fren- te a las principales potencias de habla inglesa: Inglaterra y Es- tados Unidos. El caso brasileño es original. Cuando Napoleón invadió a Por- tugal, la flota británica tras- ladó la familia real de Lisboa a Río de Janeiro y, durante un tiempo, la capital del imperio lu- sitano estuvo en la ciudad brasi- leña. Terminadas las guerras napoleónicas, el rey retornó a su patria, pero su hijo Don Pedro quedó en Brasil y posterior- mente lo independizó de la me- trópoli estableciendo un imperio bajo la Corona de Braganza, que duró hasta 1889. Como con- secuencia, Brasil mantuvo su unidad bajo un proceso de inte- gración nacional gracias a la Corona. Se robusteció, por en- de, la administración del Es- tado, se forjó una diplomacia profesional y el nuevo país inde- pendiente mantuvo las líneas de expansión geográfica heredadas de la colonia. En Hispanoamérica, terminada la guerra de independencia se esperaba que surgiera un nuevo orden cuyos rasgos esenciales habían sido previstos desde el comienzo de la lucha por la inde- pendencia. Pero éste demoraba en nacer: el nuevo orden no lo- graba penetrar en los esquemas ideológicos vigentes, si bien los cambios ocurridos eran impre- sionantes: no hubo sector que saliera ileso de la revolución. Las élites urbanas, en parti- cular, se vieron privadas de una parte de su riqueza y se vieron involucradas en una decadencia irremediable. Un proceso aná- logo se dio en la Iglesia. La colo- nial estaba muy vinculada a la Corona, los nuevos dirigentes eclesiásticos fueron a menudo apasionados patriotas y contri- buyeron a la causa con bienes eclesiásticos. Así, la Iglesia se empobreció y se subordinó al poder público. Sólo en algunas zonas (México, Guatemala, Nue- va Granada, Sierra Ecuatoriana) el cambio fue limitado y com- pensado por el mantenimiento de un prestigio popular. Hubo, entonces, cambios impor- tantes y la más visible de las no- vedades fue la violencia: la mo- vilización militar implicó una previa movilización política que se hizo en condiciones dema- siado angustiosas para discipli nar rigurosamente a los que con vocó a la lucha. Las guerras de independencia fueron un 104
  • 7. complejo haz de guerras en las que hallaron expresión, ten- siones raciales, regionales y gru-pales demasiado tiempo reprimidas. Concluida la guerra, fue necesario difundir las armas por t o d a s p a r t e s p a r a ma n tener un orden interno tolerable. De esta manera, la militarización sobrevivió a la lucha aunque fue un remedio a la vez costoso e inseguro. Las nuevas re- públicas pasaron a depender cada vez más del exigente apoyo militar y a gastar más de lo que sus recursos permitían. El nuevo orden no lograba penetrar en los esquemas ideológicos vigentes, si bien los cambios ocurridos eran impresionantes: no hubo sector que saliera ileso de la revolución. La gravitación de los cuerpos armados, surgida en el momento mismo en que se daba una democratización sin duda limitada pero real, de la vida política y social hispanoamericana, comenzó por ser un aspecto de esa democratización, pero bien pronto se transformó en una garantía contra una extensión excesiva de este proceso: por eso aún quienes deploraban algunas de las modalidades de la militarización hacían muy poco por ponerle fin. El rechazo ideológico a la Corona y la ausencia de una burguesía que posibilitara un sistema político basado en la "nación" llevaron a los países hispanoamericanos a la anarquía, a la carencia de fundamentos claros de legitimación del sistema polí- tico, y a la emergencia de caudi llos y dictadores militares como medios de establecer gobiernos que, al menos, tuvieran un mí- nimo control sobre el territorio del país. Todavía en nuestros días existe un divorcio entre los fundamentos de la legitimación del poder y la forma en que se ejerce. Es así como mientras la casi totalidad de las Constituciones de Hispanoamérica consagran a la democracia, en la práctica se actúa mediante métodos autoritarios, ya sea por civiles o militares, en la mayor parte de los países. En muchos casos, se gobierna largos períodos mediante "estado de sitio" o de "excepción" que implica que el gobierno posee poderes casi dictatoriales, otorgados por el legislativo, de acuerdo con la Constitución. Es, en el fondo, un reconocimiento de la precarie- dad de la fundamentación ideo- lógica del sistema que, en mu- chos casos, no guarda relación con la realidad social. 4. La vigencia del mensaje de la revolución francesa En América Latina se ha iniciado en los últimos años un proceso de convocatoria de elecciones li- bres y, en este contexto, se ha formulado el problema de los de- rechos humanos como un pro- grama capaz de movilizar ener- gías y alcanzar un considerable consenso social y construir una democracia sólida, fundada en el imprescindible consenso de la mayoría. Esta convocatoria es importante pero no es suficiente para garan- tizar la culminación del proceso democrático. Hace falta, ade- más, un cambio de mentalidad, un remezón estructural y el esta- blecimiento de mecanismos de participación social que ase guren la existencia de vínculos orgánicos entre el gobierno y los ciudadanos dentro de un marco de convivencia política y de to lerancia. Hace falta un cambio de mentalidad, un remezón estructural y el establecimiento de mecanismos de participación social que aseguren la existencia de vínculos orgánicos entre el gobierno y los ciudadanos dentro de un marco de convivencia política y de tolerancia. Hemos afirmado que el legado de la revolución francesa se resume en dos conceptos —so- beranía popular y democracia— y en una comunidad que se con- creta en el Estado-nación, lo cual supone un sistema de ins- tituciones impersonales basado en la lealtad a la nación, no a grupos primarios, lo cual su- pone a su vez, una idea del indi- viduo como figura esencial. En efecto, desde la desintegra- ción del dominio feudal y colo- nial como formas predominantes de organización social y parale- lamente, desde la implantación del capitalismo como sistema mundial, la idea del hombre, como figura privilegiada de lo social, se ha ido afianzando. Esta idea se plasmó en la Decla- ración Universal de los Dere- chos del Hombre que significó para su época, un paso impor- tante en la defensa de la perso- na. Se conformó así una ideolo- gía plasmada en el liberalismo 105
  • 8. de la modernidad, que colocaba al individuo como anterior a la sociedad y al Estado. Allí, lo social no era constitutivo del hombre, sino que se presentaba como un límite que sólo le aseguraba la convivencia grupal. Los derechos humanos así pro- clamados guardaban silencio acerca de las formas concretas en las cuales se materializarían en sociedad. Y esto no es casualidad. La propuesta del liberalismo logró consenso universal, no sólo porque ofreció sustento ideológico al capitalismo, sino porque, en su forma misma, planteaba una especie de abs- tracción del hombre que lo hacía sujeto de derechos universales, fuera de la historia y de los padecimientos de los hombres. Los individuos eran todos iguales a condición de no hablar de los hombres concretos. En la América Latina contemporánea la cuestión que se plantea es la creación o el afianzamiento de Estados democráticos, lo que supone la necesidad de definir qué tipo de democracia se aspira a construir y qué estrategias se deben dar para alcanzar una apertura apropiada. Como la situación de cada país es diferente, es imposible definir una estrategia única. Lo que sí está claro es que un signo de los tiempos es el que los de- En la América Latina contemporánea la cuestión que se plantea es la creación o el ° afianzamiento de Estados democráticos, lo que supone la necesidad de definir qué tipo de democracia se aspira a construir y qué estrategias se deben dar para alcanzar una apertura apropiada. rechos no son sólo derechos del hombre y del ciudadano, sino que los derechos protegen al di- sidente y al hombre concreto. Protegen al disidente porque la democracia supone el recono- cimiento del derecho a discrepar y esto se puede expresar a tra- vés de derechos clásicos como la libertad de expresión o manifes- tación, pero también a través de nuevos derechos exclusivos para el disidente, como la objeción de conciencia. Protegen al hombre concreto, porque se plantean hoy los derechos de seres huma- nos que tienen una calificación específica que es el objeto de protección o los derechos del dé- bil, del marginado, del que está en minoría o no se puede defender por sí mismo. Estos derechos se consideran en cuan- to son compatibles con los de la comunidad y nunca con un ca- rácter absoluto. Para garantizar estos derechos, los Estados Latinoamericanos deben comenzar por dar una so- | lución a la fragmentación del po- der, y construir el Estado-na- ción cuyo modelo nos legó la re- volución francesa, eliminando los mecanismos de afiliación pri- maria, de carácter clientelista y personal Sólo en la medida en que el discurso republicano se articule con la práctica mediante un sistema de lealtades nacionales, no primarias y medievales, tendrá resonancia en nuestro continente una afirmación recientemente hecha por el escritor Umberto Eco: "Si hoy, un ciudadano al que un guardia asalta con malos mo- dos le dice que le multe, pero que se comporte con respeto o le denuncia, es porque ha existido la revolución francesa. Puede que el ciudadano sea un aristó- crata nostálgico que crea estar ejercitando los derechos de sus antepasados. El puede creerlo. Pero si el guardia entra por el aro es porque ha existido la revolución francesa''. 106