III Encuentro sobre “Los significados del Día de la Memoria”. Organizado por el Instituto Vasco de Criminología, desde su programa “Cátedra Antonio Beristain”.
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14 de Jan de 2014•0 gostou
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Ponencia sobre “La plasmación de la memoria personal y
colectiva a través del cine y la literatura”. Iñaki Arteta
Similar a III Encuentro sobre “Los significados del Día de la Memoria”. Organizado por el Instituto Vasco de Criminología, desde su programa “Cátedra Antonio Beristain”.(20)
III Encuentro sobre “Los significados del Día de la Memoria”. Organizado por el Instituto Vasco de Criminología, desde su programa “Cátedra Antonio Beristain”.
III Encuentro sobre “Los significados del Día de la Memoria”. Organizado
por el Instituto Vasco de Criminología, desde su programa “Cátedra
Antonio Beristain”.
Ponencia sobre “La plasmación de la memoria personal y
colectiva a través del cine y la literatura”. Iñaki Arteta
LA SOCIEDAD
Cuando reflexiono acerca de mi trabajo como documentalista no puedo
apartarme del hecho de que he vivido en una época convulsa, muy especial y
dramática. En una sociedad perseguida desde dentro, extrañamente permisiva
con la violencia, insensible con las víctimas…
Todo eso ha sido lo que ha orientado mi trabajo hacia la búsqueda de
explicaciones sobre qué es lo que pasaba en esa sociedad, en mi entorno vital e
intentar elaborar narraciones honestas y rigurosas.
No fue fácil dar el primer paso, puesto que desde dentro, y en un ambiente
atravesado por la violencia, cualquiera entiende que las cosas son complicadas
de acometer.
Pero precisamente fue ese ambiente, la acumulación de posturas públicas
ambigüas y de pensamientos morales excéntricos lo que me fue empujando a
abordar el tema del sufrimiento de los damnificados.
Encontré necesario explicar cómo se ha llegado a esta situación en una sociedad
que presume de vivir bajo parámetros democráticos, o cómo una nación
democrática del primer mundo ha permitido durante tanto tiempo este estado de
cosas en una parte de su territorio.
Pensé que era preciso explicar cómo lentamente fue tejiéndose esa pesada red
de silencios que ha atenazado a cada ciudadano hasta hacerle desistir de su
libertad. Cómo cada acto público o privado ha estado, aún lo está, impregnado
de disimulo, del miedo a la mirada del otro, del temor a no ser “políticamente
correcto” con lo nacionalista.
He dirigido mi trabajo a desempolvar testimonios de víctimas, a publicar
pensamientos críticos, gritos de protestas contra lo que era una persecución
ideológica, un lento exterminio tolerado por una parte de la sociedad que
amparaba el asesinato y la exclusión por creer que esta Comunidad, esta parte
de España, es sólo suya.
En ocasiones esta tarea me ha parecido sencilla (cómo no se da cuenta la gente)
pero en otras muchas, muy complicado (la gente tiene otras muchas cosas en
qué preocuparse).
Veo a la sociedad la vasca necesitada de estar contenta consigo misma, pero
ahora mismo incapaz de reconstruirse porque carga con un pasado que no puede
asimilar y del que quiere, intenta, huir. En mi opinión, necesita urgentemente
revisar su historia reciente para saber qué hemos hecho, cómo hemos llegado a
este punto, qué somos y qué podemos llegar a ser.
Estamos sometidos a una inteligente estrategia del ultranacionalismo que
consiste en confundir a la opinión pública con sus propias categorías y en
justificar su historia de violencia promoviendo con su propaganda un exagerado e
incesante alarde de las desdichas sufridas por el pueblo vasco en el decurso de la
historia.
Con una habilidad indudable, los ultranacionalistas consiguen en nuestra pequeña
comunidad presentar su voluntad belicosa como amor a la paz, su limpieza étnica
como ardiente deseo de preservar la nación vasca…todo por nuestro bien. “Qué
hay de malo en ello”, se suele escuchar. Quieren salvarnos, llevarnos por el buen
camino, pero ahora, en el presente, sin tener que hacernos daño. Resumiendo,
como dice el proverbio: “Al diablo también le gusta citar las Escrituras”.
Hay quién subraya que la ingenuidad de Hitler, su vulgaridad, constituyeron su
mejor pasaporte para acceder al poder. Nadie le tomó en serio, nadie creyó que
“a partir de unos inicios tan modestos y tan despreciables” ese agitador político
de poca monta iba a convertirse en canciller y aplicar el programa esbozado en
Mein Kampf.
Cada vez que un grupo o un pueblo pretende situarse al margen del derecho con
la conciencia limpia, invoca sus hazañas, sus padecimientos pasados para afirmar
tranquilamente que se ha ganado el derecho a cometer unas pequeñas
infracciones temporales a los derechos humanos. Los vascos ultranacionalistas no
han agredido jamás, lo único que han hecho ha sido (y es) defenderse. Dicen
ellos.
Y si permanecen impermeables al arrepentimiento y al remordimiento es porque
no han masacrado, se limitaron a aplastar unos insectos nocivos, los más que
pudieron, unos piojos que no tenían de humano más que la apariencia. La jauría
de asesinos, sus seguidores y quienes les toleran, asientan la certeza de su razón
en la invocación reiterada de un pasado en el que sólo hubo unas víctimas: ellos.
El negacionismo es una corriente de pensamiento que tiene la finalidad de
reinterpretar hechos acaecidos y distorsionarlos ilegítimamente del registro
histórico de tal manera que ciertos eventos aparezcan transformados a favor de
la impunidad alegando que fueron producto del mito, de la fabulación, del fraude.
El negacionismo es una tentación en el presente de nuestra sociedad vasca.
LA MEMORIA
Hace tiempo que la mirada no obliga, sobre todo la mirada distraída del
espectador. El holocausto puso el listón tan alto, que en ocasiones cuesta
defender la atrocidad de una serie “corta” de crímenes porque no alcanza el nivel
de exterminación para ser aborrecible. Hoy, hay monstruosidades que nos dejan
fríos, dubitativos.
Ésa es nuestra deuda fundamental con los mártires del terrorismo: impedir el
retorno de la abominación, sea cual sea la amplitud, la forma o el rostro que
adopte.
Pero para la realización de esta tarea la memoria no basta, la memoria no es
segura. Para que los hombres, en un momento dado de su historia, se opongan a
la barbarie hace falta un elemento imponderable, un arrebato, un milagro que les
salve del deshonor y les impulse a decir no, a alzarse contra lo insoportable. Este
arrebato tiene que ver con el uso radical de la libertad.
Memoria ejercida en libertad.
La enormidad de las matanzas del pasado siglo ha disparado la escalada de la
sangre a cotas difíciles de igualar, generando una perversión típicamente
moderna, que es la afición por las grandes cifras. Para conmovernos necesitamos
víctimas en cantidades de varios miles como mínimo, por menos, zapeamos. Y
allí donde el número triunfa, la moral capitula.
Ingerimos tal cantidad de dramas cotidianamente que perdemos la facultad de
rebelión o discernimiento.
Para los asesinos ultranacionalistas vascos tampoco fue para tanto lo que
hicieron en nombre de su patria. Es para ellos casi un chiste que se les tache de
exterminadores. El asesinato sistemático del adversario político durante casi
cincuenta años, no fue para tanto. Para muchos conciudadanos nuestros, el
recuerdo del mal, en vez de sensibilizarles ante la injusticia, ha estimulado su
indeferencia. No hace falta salir huyendo, cerrar el periódico o apagar la
televisión, durante demasiado tiempo hemos sido capaces de integrar el horror
en lo cotidiano. Al tanto de nuestra mentalidad tolerante, los terroristas han
estado matando delante de nuestras narices. Con total impudicia se justificaba
políticamente al día siguiente, exhibían sus fechorías a la vista y con el
conocimiento de todos, incluso se culpaba a los demás de no hacer lo suficiente
para impedir que tuvieran que cumplir con su trágica determinación de
asesinarnos. Mostrarlo todo, exhibirlo todo: no hay mejor manera de
inmunizarnos contra las barbaridades.
Habrá que evitar dos errores paralelos: el primero, que consiste en nivelarlo
todo, en elevar la más mínima fechoría al nivel de un exterminio sin comprender
que hay grados en la infamia, que todos los crímenes no son iguales; el
segundo, que desacredita cualquier especie de atrocidad aduciendo que no es el
Holocausto y sale malparada de la comparación con el patrón oro del horror.
La alternativa no está pues entre la memoria que resucita los antagonismos
seculares y el olvido que borra las tragedias y absuelve a los verdugos.
La única memoria imprescindible es la que se sustenta en la pedagogía de la
democracia, la que estimula una inteligencia de la indignación ante la vulneración
del derecho a la vida.
Con la retórica ultranacionalista vasca siempre hay que comprender las cosas al
revés e interpretar cada frase a la inversa de su sentido manifiesto; hay que
acostumbrarse a que la violencia hable el lenguaje de la paz y el fanatismo el de
la razón. Hemos visto hasta qué punto su propaganda ha desfigurado el sentido
de la palabra asesinato. La mayoría de crímenes cometidos por ETA son
atribuidos a sus víctimas. Asesinan por un lado y pretenden inspirar compasión
por el otro. Refinamiento supremo del Canalla. Imputar a su víctima el daño que
él mismo le ha infligido.
Asombrosa inversión: el asesino es la víctima de su víctima, si te mato es por tu
culpa, tú eres en realidad quien me mata a mí (otra variante de esta actitud:
odiar a las malvadas víctimas que le obligan a uno a martirizarlas). Dos pájaros
de un tiro: se apropia uno del drama de los oprimidos y borra al mismo tiempo
las huellas de su crimen. Gozar de la solicitud que envuelve al perdedor sin dejar
de beneficiarse de las bazas del vencedor.
Como un ser angelical cubierto de sangre, el verdugo puede entonces llorar con
la conciencia limpia, en medio de una montaña de cadáveres.
De este modo la sociedad ha ido elaborando una pauta de lectura de las
conflagraciones en la que tratará de no implicarse jamás, por lo menos cuando
sus intereses no estén directamente en juego.
Nos las arreglamos para no comprender y así no tener que comprometernos.
Este triunfo del principio de equivalencia –todos hemos sufrido lo mismo- no es
más que negacionismo en directo. Imaginemos la idea de una reinterpretación
de la Segunda Guerra Mundial según los mismos principios, en la que ya no sería
posible distinguir a los buenos de los malos.
El “rechazo del maniqueísmo” con el que algunos se llenan la boca como si de
una proeza intelectual se tratara, o la equiparación de los beligerantes, apenas
disimula una simpatía activa hacia el agresor. No tomar partido en el
enfrentamiento que opone al agresor y a la víctima es en realidad tomar partido
por el fuerte, animarle en sus empresas. Este tipo de neutralidad es el otro
nombre de la complicidad. Y tanto peor para las víctimas, a las que se despoja
incluso del respeto a sus sufrimientos confundiéndolas con sus verdugos por
nuestra incomprensión. No satisfechos con haberlas abandonado, las privamos
del derecho a permanecer dignamente en el recuerdo de los vivos.
EL CINE
¿Tiene el cineasta la función de cambiar el mundo, de influir en él, de pelear con
celuloide contra lo que considera injusto?
Así lo creen muchos directores y actores que engrosan continuamente las listas
de abajofirmantes en cuantas causas les convoquen. Los temas para los que son
reclamados son muchos y, dado su protagonismo en la plaza mediática, el
compromiso del artista puede convertirse en un deber. Pero hay causas y causas.
Como el resto de los mortales, los artistas muestran una sensibilidad
intermitente, epidérmica, que se inflama por las cosas más dispares. La
respuesta contra el terrorismo ha estado rodeada de actitudes dubitativas. La
protesta contra el asesinato de conciudadanos ha sido relativa, dependiendo de
quién se tratara, de su condición o de cómo se le asesinara. La causa de las
víctimas no ha suscitado conciertos multitudinarios, no ha llenado ni iglesias ni
campos de fútbol. Muchas veces, ni plazas.
La misión del autor no es aplaudir, es oponer reservas, críticas. Nuestra
obligación es hacer buenas obras y dejar constancia de algunas de las cosas que
vivimos, que se viven o se han vivido en nuestro entorno cercano. Utilizar con
vigor el lenguaje y la imaginación. Y se nos pregunta ¿la imaginación y el
lenguaje son importantes? Preguntad a cualquier dictador, que lo primero que
hicieron fue prohibir libros y películas que pudieran despertar la imaginación y/o
utilizar un lenguaje que no fuera el del poder.
Todos tenemos memoria pero tenemos que añadirle imaginación, es decir,
encontrar una buena forma de ser contada. La memoria no puede ser solamente
una colección de hechos pasados, para que sea útil hay que dotarla de elementos
del lenguaje (en mi caso, audiovisual) y de la imaginación para que formen una
historia, para que enseñen algo. Imaginación no entendida como capacidad para
fantasear sino como herramienta intelectual para contar “bien” algo.
¿Hay que esperar a que una hecatombe alcance la dimensión de genocidio para
reaccionar? El verdadero valor no consiste en ser un héroe a posteriori,
aniquilando el nazismo o derrotando el franquismo en 2013, sino en combatir la
ignominia propia de nuestro tiempo. Aunque eso cree incomodidades, suscite
incomprensiones y hasta pueda acarrear alguna represalia. En eso el cine puede
convertirse en un alimento cívico, en una vitamina para las conciencias.
Lo ocurrido en el País Vasco tiene una muy difícil narración tratándose de un
enclave geográfico del primer mundo. Pero también es cierto que es ingente la
cantidad de historias personales que se han venido acumulando en todos estos
años. Historias que soterradas por el miedo permanecen aún hoy ocultas, entre
las experiencias vitales de numerosos ciudadanos, a la espera de ser
descubiertas por un autor. La recuperación de la memoria es la primera etapa de
la libertad: para emanciparse, primero hay que releer el pasado, y después cada
uno debe dirigir sus acciones.
¿Qué puede hacer un autor cinematográfico? Concretamente qué creo que
debe hacer un autor cinematográfico. Más concretamente, qué creo que debo,
puedo hacer yo.
El cine, su narrativa, es el vehículo moderno más comprendido universalmente y
más preparado para la difusión, no sólo de entretenimiento, sino de historias, de
historia, de cultura.
Tanto el género documental como la ficción nos han aportado a todos, tanto
informaciones como emociones. Lo más agradable, interesante, espantoso o
divertido que hemos vivido delante de una pantalla permanece en nuestra
memoria y forma parte de nuestra cultura.
Cuando en 1945 los soldados americanos liberaban los primeros campos de
concentración nazis, lo primero que se les encargó es que documentaran el atroz
espectáculo que estaban viendo. Nadie podría decir después que aquello no había
ocurrido. Pero si eso, más los miles y miles de documentos de todo tipo que se
conocen acerca de aquel episodio negro de la historia no ha evitado la existencia
de sesudos estudios que nieguen el Holocausto, es decir, que aquello sucedió o al
menos que tuvo aquellas dimensiones, con mayor facilidad habrá (ya empieza a
haber) quienes encuentren en lo sucedido en Euskadi (tan sólo miles de víctimas:
asesinados, heridos, perseguidos,…) la manera de minimizarlo.
El cine no ha sido ajeno a su uso propagandístico. El relativismo y el
negacionismo serán las estrategias en las que nos veremos envueltos en los
próximos años en nuestra pequeña comunidad. El cine es una herramienta muy
tentadora para la propaganda. Y en una sociedad como la nuestra en la que se
han cultivado, con cierto éxito y de forma constante, contravalores, será un
elemento más a contribuir en la contaminación ambiental respecto a la existencia
y los porqués del terrorismo.
En mi tarea como cineasta me he propuesto, huyendo de la objetividad
imposible, tratar de ser honesto y emplear un género serio, sobrio, discreto,
como es el documental, vinculado a una noción convencional de verdad, realismo
y autenticidad, tratando que los “hechos hablen por sí mismos”. Rehuyo de
utilizar la estilización y el lenguaje figurativo porque siempre “añaden” algo al
objeto al que se refiere, reducen y oscurecen aspectos del acontecimiento y
sitúan la atención en el autor.
El acercamiento a los que han sufrido injustamente el efecto del terrorismo y de
la ideología que le empuja, el conocimiento de sus historias, la denuncia del
asesinato y del acoso sistemático, han sido los ejes fundamentales de mi trabajo
en los últimos doce años. Pienso que el visionado del horror a través de sus
mediaciones tecnológicas es una experiencia moralmente transformadora, una
práctica social realizada con vistas a “hacer ver” e implicar moralmente a la
audiencia con los acontecimientos representados.
La memoria debe ser vigilante, “Recordad”, está escrito en los grandes museos
del genocidio, “No olvidéis jamás lo que hicieron”, en nombre de la raza o de la
revolución, o de la patria. Las historias de esos hombres, de mujeres y de niños
asesinados para expiar el único crimen de haber nacido, nos recuerdan que
sucedió algo espantoso, a lo que nadie puede pretender ser indiferente. El rostro,
la voz, la narrativa de las víctimas y de los testigos contienen las huellas del
crimen y tras ver o escuchar sus memorias personales se hace casi imposible
poner en duda que estos acontecimientos realmente tuvieran lugar. Por ello los
soportes audiovisuales testimoniales son probablemente el arma más efectiva
contra los revisionistas.
Qué nos queda sino trabajar para el futuro.
Se trata de contar la verdad de la historia y, además, que esa verdad sea
significativa y comunicable, transmitiendo un legado de autenticidad, exento de
resentimientos, a las generaciones futuras.
Esas nuevas generaciones no desean cargar sobre sus hombros con el peso de
antiguos resentimientos, pero nosotros deberíamos tener como obligación
prioritaria hacerles conocer la verdad, el sufrimiento salvaje e injusto que se
generó durante tanto tiempo en su tierra por hombres de su tierra, en nombre de
los hombres de su tierra…sin causa, para vergüenza de los hombres de bien de
su tierra, para el capítulo de la vergüenza en la historia de esa tierra.
Iñaki Arteta
Director de cine
Donostia 7 de noviembre de 2013