Oración
De niña, cuando eras niña,
cambiabas tu corona
ante la cruz y su Cristo
por su diadema de espinas.
De reina, cuando eras reina,
renunciabas a tus joyas
y con tus bienes hacías
hospitales y limosnas.
De pobre, pues fuiste pobre,
eras pobre y gozosa
y apreciabas tu pobreza
sobre las riquezas todas.
De santa, pues eres santa
y así la Iglesia te honra,
nos pides que sigamos
por tus sendas luminosas.
Niña, reina, pobre…, santa,
Isabel ayer y ahora,
llévanos tú de la mano
Por la humildad a la gloria. Amén.
Himno de Laudes de la Fiesta de Santa Isabel,
propio de la Liturgia de la Familia Franciscana
ofszonafranciscanasangregorio.blogspot.com
¡Paz y Bien!
Boletín mensual de la Orden Franciscana Seglar
Fraternidad de Villarrubia de los Ojos – Ciudad Real
Nº 48 NOVIEMBRE DE 2014
Editorial
¡Paz y bien, hermanos!
El mes de noviembre es un mes especial para los Franciscanos Seglares. El día 17 celebramos la jornada del Franciscano Seglar, en el día de Santa Isabel de Hungría, patrona de la Tercera Orden Franciscana y patrona de los franciscanos seglares.
Santa Isabel es princesa de Hungría, gran condesa de Turingia y penitente franciscana. La Tercera Orden Franciscana la honra como patrona y toda la familia franciscana la cuenta entre sus glorias. Su figura representa la entrega a Dios Padre en el seguimiento de Cristo y en la disolución de todo su ser en el Dios-Amor.
En la vida de santa Isabel se manifiestan actitudes que reflejan literalmente el evangelio de Jesucristo: el reconocimiento del señorío absoluto de Dios, la exigencia de despojarse de todo y hacerse pequeña como un niño para entrar en el reino del Padre, el cumplimiento, hasta sus últimas consecuencias, del mandamiento nuevo del amor. Se vació de sí misma hasta hacerse asequible a todos los menesterosos. Descubrió la presencia de Jesús en los pobres, en los rechazados por la sociedad, en los hambrientos y enfermos. Todo el empeño de su vida consistió en vivir la misericordia de Dios-Amor y hacerla presente en medio de los pobres.
Además este año también es especial para nosotros, porque estamos conmemorando el VIII centenario del nacimiento del otro patrón de los franciscanos seglares, San Luis IX, rey de Francia. A lo largo de los próximos números iremos descubriendo la vida de este gran hombre que siendo rey supo ser humilde y reconocer en Cristo al único Rey.
ISABEL, PENITENTE FRANCISCANA Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco. Había ya numerosos penitentes franciscanos; muchos hombres y mujeres del pueblo seguían la vida penitencial marcada por san Francisco y predicada por sus frailes. Los hermanos menores llegaron a Eisenach, la capital de Turingia, a finales de 1224 o principios de 1225. En el castillo de Wartburgo residía la corte del gran ducado, presidida por Luis e Isabel. La predicación de los frailes menores entre el pueblo, predicación que habían aprendido de Francisco de Asís, consistía en exhortar a la vida de penitencia, es decir, a abandonar la vida mundana, a practicar la oración y la mortificación, y a ejercitarse en las obras de misericordia. Un tal fray Rodrigo introdujo en la vida de penitencia a Isabel, ya predispuesta para los valores del espíritu. Los testimonios de su franciscanismo, que aparecen en las fuentes isabelinas, son innegables. Consta que Isabel cedió a los frailes franciscanos una capilla en Eisenach. También, que hilaba lana para el sayal de los frailes menores. Cuando fue expulsada de su castillo, sola y abandonada, acudió a los Franciscanos para que cantaran un Te Deum en acción de gracias a Dios. El Viernes Santo día 24 de marzo de 1228, puestas las manos sobre el altar desnudo, hizo profesión pública en la capilla franciscana. Asumió el hábito gris de penitente como signo externo. Fundó un hospital en Marburgo (1229) y lo puso bajo la protección de san Francisco, canonizado pocos meses antes. LA PROFESIÓN DE ISABEL Antes de la muerte de su esposo, Isabel había profesado verbalmente un estilo de vida próximo a San Francisco, sería una especia de la profesión de los franciscanos seglares actuales. Después de la muerte de su esposo, las doncellas que estaban a su servicio, acompañaron a Isabel en su exilio del castillo hacia el reino de los pobres. Fueron su aliento en las horas amargas de soledad y abandono. Junto con ella emitieron una profesión pública el Viernes Santo de 1228, viniendo a formar así una fraternidad religiosa. Sus doncellas recibieron como ella el hábito gris y se empeñaron en el mismo propósito de testimoniar la misericordia de Dios. Comían y trabajaban juntas, salían juntas a visitar las casas de los pobres o a buscar alimentos para repartirlos a los necesitados. Al regresar, se ponían a orar. Se trataba de una verdadera vida religiosa para mujeres profesas, sin clausura estricta y dedicadas a una labor social: servicio a los pobres, marginados, enfermos, peregrinos... Era una forma de vida consagrada en el mundo. Pero la aprobación canónica de semejante estilo de vida comunitaria femenina, sin clausura estricta, tuvo que esperar siglos para ser reconocido por la Iglesia. La vida en el monasterio era entonces la única forma canónica admitida por la Iglesia para las comunidades religiosas de mujeres. Isabel, sin duda, supo coordinar ambas dimensiones de vida, la de la intimidad con Dios y la del servicio activo a los pobres. Hoy las congregaciones femeninas de la Tercero Orden Regular Franciscana son unas 400, con más de cien mil religiosas profesas, que siguen las huellas de Isabel en la vida activa y contemplativa, y pueden llamarse sus herederas. PRINCESA Y PENITENTE MISERICORDIOSA La breve vida de Isabel está saturada de servicio amoroso, de gozo y de sufrimiento. Su prodigalidad y trato con los indigentes provocaba escándalo en la corte de Wartburgo; no encajaba en su medio. Muchos vasallos la tenían como una loca. Aquí encontró una de sus grandes cruces: vivió crucificada en la sociedad a la que pertenecía y entre aquellos que desconocían la misericordia. En el ejercicio pleno de su autoridad, cuando era todavía la gran condesa y en ausencia de su marido, tuvo que afrontar la emergencia de una carestía general que hundió al país en el hambre. No dudó en vaciar los graneros del condado para socorrer a los menesterosos. Isabel servía personalmente a los débiles, los pobres y los enfermos. Cuidó leprosos, la escoria de la sociedad, como Francisco. Día tras día, hora tras hora, pobre con los pobres, vivió y ejerció la misericordia de Dios en el río de dolor y de miseria que la envolvía. La ardiente fuerza interior de Isabel brotaba de su relación con Dios. Su oración era intensa, continua, a veces, hasta el éxtasis. La conciencia constante de la presencia del Señor era la fuente de su fortaleza y alegría, y de su compromiso con los pobres. Pero también el encuentro de Cristo en los pobres estimulaba su fe y su oración.