Este artículo argumenta que las Navidades están cambiando debido al estrés y la depresión que causan en la gente. Señala que se oyen menos villancicos y hay menos reuniones prenavideñas. Predice que las Navidades serán menos centradas en el consumismo y más enfocadas en pasar tiempo en familia de manera tranquila y feliz.
1. MARTES 24 DE DICIEMBRE DEL 2013
FERNANDO VIVAS
Me lo dijo Rodolfo el Reno
Despídanse de las Navidades de estos tiempos, como yo me despedí de las mías cuando dejé de creer en
Papá Noel a la increíble edad de 8 años. Hemos llegado a un punto en el que no podemos soportar por más
temporadas el estrés que causa a la gente llena de familia, la depresión que provoca en los solitarios, los
robos, el tráfico, los incendios, los accidentes con fuegos artificiales.
Esta tortura autoimpuesta nos está afectando la salud con su cortina musical de villancicos, su menú
hipercalórico y sus costos tan imprevistos como elevados. Por supuesto, en el consumo está el motor de todo
esto: el sistema entrega un sueldo extra que mantiene la economía de muchísimos negocios.
No creo ni postulo que ese plus vaya a desaparecer, que nos quedemos unos sin ‘grati’ y otros sin ese pico de
ventas que equilibra el balance de todo un año. Pero las Navidades pueden y tienen que cambiar. En realidad,
ya empezaron a hacerlo.
¿No me creen? Pongo ejemplos: se oyen menos villancicos que antes. Los Toribianitos se esfumaron sin
pena ni gloria y muchos centros comerciales notan el empalago del público y buscan villancicos con arreglos
pop o, mejor, ponen su música de siempre.
Hay menos reuniones prenavideñas. Hoy se considera un despropósito convocar a los amigos a casa en
vísperas de Navidad. Con todo lo que hay que correr por estos días, el ágape de Lucho o de Pepe sería la
gota que colme el vaso. Y espero que no se les haya ocurrido organizar intercambio de regalos entre amigos
secretos. He oído a gente maldecir al ocurrente que lo metió en el lío de no saber qué diablos comprar a la
hora undécima.
Las Navidades van a cambiar. Lo dice Rodolfo el Reno, cuya cabeza cuelga en la pared del cuarto de un
psicópata gringo. El pobre diablo, inimputable según los psicólogos clínicos, se encontraba estable gracias a
su medicación, pero no pudo más cuando se vio en un ‘mall’ tan lleno de arreglos y luces que parecía la calle
Monte Umbroso. Empezó a disparar contra todos los símbolos navideños.
Para no llegar a esos extremos, hay que ser prudentes. No abrumemos a la gente con más reuniones que
sobresaturen el tráfico. No sumemos más tradiciones a un calendario que está copado. Celebro que HSBC no
haya hecho este año su espectáculo en la plaza San Martín, así como celebro que otras entidades o
empresas organicen discretas y silenciosas entregas de regalos o campañas de ayudas sociales. Es una
canalización más productiva de la onda navideña.
Apuesto a la muerte pública de los villancicos. Que los oiga quien quiera en su casa o con sus audífonos, pero
que no los lance al aire como música oficial. También apuesto a que legislaremos en contra de los fuegos
artificiales. Mi propuesta es que solo se permita el uso de los deflagrantes (los detonantes ya están
prohibidos) en eventos autorizados por la PNP. Que ningún particular pueda comprarlos para prenderlos
cuando le venga en gana.
Apuesto a que el consumismo permitido por la gratificación será menos compulsivo y más organizado: los
adultos orientaremos a los niños para regalarles lo que más crean que les conviene; se comprarán menos
juguetes y objetos sin valor utilitario en beneficio de bonos para adquirir bienes más diversos; veremos menos
películas y series de tema navideño para hacer listados y recuentos del año. Estaremos más serenos y
felices, que de eso trata la Navidad.