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III Trimestre de 2012
                        1 y 2 de Tesalonicenses

                      Notas de Elena G. de White

                              Lección 8
                            25 de Agosto de 2012



            Los muertos en Cristo
              1 Tesalonicenses 4:13-18
Sábado 18 de agosto
   La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus
verdaderos discípulos. La promesa que hizo el Salvador al despedirse
en el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el porvenir para
sus discípulos al llenar sus corazones de una alegría y una esperanza
que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir. Entre los
sufrimientos y las persecuciones, “el aparecimiento en gloria del gran
Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” era la “esperanza bienaventura-
da”. Cuando los cristianos de Tesalónica, agobiados por el dolor, en-
terraban a sus amados que habían esperado vivir hasta ser testigos
de la venida del Señor, Pablo, su maestro, les recordaba la resurrec-
ción, que había de verificarse cuando viniese el Señor. Entonces los
que hubiesen muerto en Cristo resucitarían, y juntamente con los vi-
vos serían arrebatados para recibir a Cristo en el aire. “Y así —dijo—
estaremos siempre con el Señor. Consolaos pues los unos a los otros
con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:16-18, V. M.).
   En la isla peñascosa de Patmos, el discípulo amado oyó la prome-
sa: “Ciertamente, vengo en breve”. Y su anhelante respuesta expresa
la oración que la iglesia exhaló durante toda su peregrinación: “¡Ven,
Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:20) (El conflicto de los siglos, p.
347).
   Delante de nosotros ha sido colocada una esperanza, la esperanza
de la vida eterna. Nuestro Redentor no quedará satisfecho con dar-
nos nada menos que esta bendición; pero es deber nuestro asirnos de
esta esperanza por medio de la fe en Aquel que la prometió. Podemos
esperar que sufriremos; porque únicamente los que participen con él
                        Recursos Escuela Sabática ©
de sus sufrimientos, también participarán con él de su gloria. Él ha
comprado el perdón y la inmortalidad para las almas pecadoras de
los hombres que perecen; pero a nosotros nos corresponde recibir es-
tos dones por medio de la fe. Al creer en él, recibimos esta esperanza
como un ancla segura e inamovible para el alma. En vista de que pa-
gó un precio tan elevado por nuestra salvación, debemos entender
que podemos esperar confiadamente el favor divino, no solo en este
mundo, sino también en el mundo celestial. La fe en el sacrificio ex-
piatorio y la intercesión de Cristo nos mantendrá seguros e inamovi-
bles en medio de las tentaciones que nos oprimen en la iglesia mili-
tante. Contemplemos la gloriosa esperanza que tenemos por delante,
y por la fe aferrémonos de ella...
   Entonces, quitemos los ojos de nosotros mismos, y alentemos la
esperanza y la confianza en Cristo. Que nuestra esperanza no esté
centrada en nosotros mismos, sino en Aquel que entró más allá del
velo. Hablemos acerca de la bendita esperanza, y de la aparición glo-
riosa de nuestro Señor Jesucristo (Exaltad a Jesús, p. 325).

Domingo 19 de agosto:
La situación en Tesalónica
   Había otra razón más para que Pablo escribiera a estos hermanos.
Algunos que poco antes habían sido llevados a la fe habían caído en
errores en cuanto a los que habían muerto después de su conversión.
Esperaban que todos serían testigos de la segunda venida de Cristo;
pero se entristecían mucho a medida que los creyentes caían uno tras
otro bajo el poder de la muerte, lo que les haría imposible contem-
plar ese deseable suceso: la venida de Cristo en las nubes del cielo
(Comentario bíblico adventista, tomo 7, pp. 920, 921).
   Cristo nos ordena que velemos para que seamos tenidos por dig-
nos de escapar de las cosas que han de sobrevenir en la tierra. Es de
la mayor importancia que atendamos esta advertencia. El enemigo
de toda justicia sigue tras nuestros pasos, procurando llevarnos al ol-
vido de Dios.
   Debiéramos llenamos de gozo al pensar en la inminente venida de
Cristo. Para los que la amen, él vendrá sin pecado para salvación. Pe-
ro si nuestra mente está llena de pensamientos relacionados con co-
sas terrenales, no podemos aguardar con gozo su venida.
   “Si supiera que Cristo vendrá dentro de unos años”, dice uno, “vi-
viría en una forma diferente”. Pero si creemos que ha de venir vivi-
                         Recursos Escuela Sabática ©
remos tan fielmente como si supiéramos que ha de aparecer dentro
de pocos años. No podemos ver el fin desde el principio, pero Cristo
ha provisto suficiente ayuda para cada día del año.
   Todo lo que tenemos que hacer se refiere al día de hoy. Hoy hemos
de ser fieles a nuestro cometido. Hoy hemos de amar a Dios con todo
el corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Hoy hemos
de resistir las tentaciones del enemigo y obtener el triunfo mediante
la gracia de Cristo. Así estaremos velando y esperando la venida de
Cristo. Debiéramos vivir cada día como si fuera el último de nuestra
existencia en esta tierra. Si supiéramos que Cristo viene mañana, ¿no
diríamos hoy todas las palabras bondadosas y realizaríamos todos los
actos abnegados que pudiéramos? Deberíamos ser pacientes, gentiles
y extremadamente fervorosos, y hacer todo lo posible por ganar al-
mas para Cristo...
   Os exhorto a que apartéis vuestros pensamientos de las cosas
mundanas y los centréis en las cosas eternas. Cristo ha puesto la vida
eterna a vuestro alcance y ha prometido daros ayuda en todo tiempo
de necesidad (En lugares celestiales, p. 355).

Lunes 20 de agosto:
Dolor sin esperanza (1 Tesalonicenses 4:13)
   En su primera epístola a los creyentes tesalonicenses, Pablo se es-
forzó por instruirlos respecto al verdadero estado de los muertos. Di-
jo que los muertos dormían en la inconsciencia: “Tampoco, herma-
nos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os en-
tristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si cree-
mos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los
que durmieron en Jesús... Porque el mismo Señor con aclamación,
con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y
los muertos en Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que
vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebata-
dos en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre
con el Señor”.
   Los tesalonicenses se habían aferrado ansiosamente a la idea de
que Cristo estaba por venir para transformar a los fieles que vivían, y
llevarlos consigo. Habían protegido cuidadosamente la vida de sus
amigos, para que no murieran y perdieran la bendición que ellos es-
peraban recibir al venir su Señor. Pero sus amados, uno tras otro, les
habían sido arrebatados; y con angustia los tesalonicenses habían
                         Recursos Escuela Sabática ©
mirado por última vez los rostros de sus muertos, atreviéndose ape-
nas a esperar encontrarlos en la vida futura.
   Cuando abrieron y leyeron la epístola de Pablo, las palabras refe-
rentes al verdadero estado de los muertos proporcionaron gran gozo
y consuelo a la iglesia. Pablo mostró que aquellos que vivieran cuan-
do Cristo viniese no irían antes al encuentro de su Señor que aquellos
que hubieran dormido en Jesús. La voz del arcángel y la trompeta de
Dios alcanzarían a los que durmieran, y los muertos en Cristo resuci-
tarían primero, antes que el toque de la inmortalidad se concediera a
los vivos. “Luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, jun-
tamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor
en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, consolaos
los unos a los otros en estas palabras”.
   Difícilmente podemos apreciar la esperanza y el gozo que esta se-
guridad proporcionó a la joven iglesia de Tesalónica. Ellos creyeron y
atesoraron la carta que les envió a su padre en el evangelio, y sus co-
razones se llenaron de amor a él. Él les había dicho estas cosas antes;
pero en aquel entonces sus mentes estaban tratando de asimilar doc-
trinas que les parecían nuevas y extrañas; y no es sorprendente que
la fuerza de algunos puntos no se había impresionado vívidamente
en su espíritu. Pero tenían hambre de la verdad, y la epístola de Pa-
blo les dio nueva esperanza y fuerza, y una fe más firme en Aquel cu-
ya muerte había sacado a luz la vida y la inmortalidad, y les dio un
afecto más profundo por él.
   Ahora se regocijaban en el conocimiento de que sus amados ami-
gos se levantarían de la tumba, para vivir para siempre en el reino de
Dios. Las tinieblas que habían envuelto el lugar de descanso de los
muertos se disiparon. Un nuevo esplendor coronó la fe cristiana, y
vieron una nueva gloria en la vida, la muerte y la resurrección de
Cristo (Los hechos de los apóstoles, pp. 209, 210).

Martes 21 de agosto:
Morir y resucitar (1 Tesalonicenses 4:14)
   “También traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús,” escri-
bió Pablo. Muchos interpretan este pasaje como si significara que los
que duermen serán traídos con Cristo desde el cielo, pero según Pa-
blo, como Cristo se levantó de los muertos, así Dios traerá de sus
tumbas a los santos que durmieron, y los llevará con él al cielo. ¡Qué
precioso consuelo! ¡Qué gloriosa esperanza! No solo para la iglesia de
                         Recursos Escuela Sabática ©
Tesalónica, sino para todos los cristianos dondequiera que estén
(Los hechos de los apóstoles, p. 210).
   Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpa-
gos y el fragor de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los san-
tos dormidos. Dirige una mirada a las tumbas de los justos, y levan-
tando luego las manos al cielo, exclama: “¡Despertaos, despertaos,
despertaos, los que dormís en el polvo, y levantaos!” Por toda la su-
perficie de la tierra, los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivi-
rán. Y toda la tierra repercutirá bajo las pisadas de la multitud extra-
ordinaria de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la pri-
sión de la muerte sale revestida de gloria inmortal gritando “¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Co-
rintios 15:55). Y los justos vivos unen sus voces a las de los santos re-
sucitados en prolongada y alegre aclamación de victoria (El conflic-
to de los siglos, p. 702).
   Nuestra identidad personal es preservada en la resurrección, si
bien no saldrán de la tumba las mismas partículas de materia. La
obra asombrosa de Dios es misterio para el hombre. El espíritu, el
carácter del hombre, retorna a Dios donde se lo preserva. En la resu-
rrección cada hombre tendrá su propio carácter. A su debido tiempo
Dios llamará a los muertos, dándoles otra vez el aliento de vida, y or-
denará a los huesos secos que vivan. Surgirá la misma forma, pero li-
bre de enfermedad y todo defecto. Volverá a vivir llevando sus mis-
mos rasgos individuales, de tal manera que los amigos se reconoce-
rán. No hay ley de Dios en la naturaleza que indique que el Señor va
a volver a reunir las mismas partículas de materia que compusieron
el cuerpo antes de la muerte. Dios dará a los justos muertos un cuer-
po conforme a su beneplácito (¡Maranata: El Señor viene!, p.
299).
   ¿Qué haríamos sin un Salvador en el momento de prueba para el
alma? Nos rodean los ángeles ministradores para darnos a beber del
agua de vida a fin de refrescar nuestras almas en los momentos fina-
les de la vida. Aquel que es la resurrección y la vida ha prometido que
levantará del sepulcro y llevará con él a los que duerman en Jesús. La
trompeta resonará, y los muertos despertarán a la vida, para no vol-
ver a morir. La mañana eterna ha llegado hasta ellos, porque en la
ciudad de Dios no habrá más noche (Mensajes selectos, tomo 2,
pp. 286, 287).


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Miércoles 22 de agosto:
Resucitar en Cristo (1 Tesalonicenses 4:15,16)
   “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y
con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo
resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que haya-
mos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nu-
bes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el
Señor”.
   Jesús vendrá en las nubes con gran gloria. Una multitud de ánge-
les resplandecientes lo acompañará. Vendrá para honrar a los que lo
amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevárselos consigo.
No se ha olvidado de ellos ni de su promesa.
   Pronto aparece en el este una pequeña nube negra... El pueblo de
Dios sabe que es el signo del Hijo del hombre. En silencio solemne la
contemplan mientras va acercándose a la tierra... hasta convertirse
en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y so-
bre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran
conquistador... A medida que va acercándose la nube viviente, todos
los ojos ven al Príncipe de la vida. Ninguna corona de espinas hiere
ya sus sagradas sienes, ceñidas ahora por gloriosa diadema. Su rostro
brilla más que la luz deslumbradora del sol de mediodía. “Y en su
vestidura y sobre su muslo tiene este nombre escrito: Rey de reyes y
Señor de los señores...
  El cielo se recoge como un libro que se enrolla, la tierra tiembla
ante su presencia, y todo monte y toda isla se mueve de su lugar...
   Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpa-
gos y el bramido de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los
santos dormidos... Por toda la superficie de la tierra los muertos oi-
rán esa voz; y los que la oigan vivirán... Todos se levantan con la lo-
zanía y el vigor de eterna juventud...
   Los justos que vivían aun son mudados “en un momento, en un
abrir de ojos”. A la voz de Dios fueron glorificados; ahora son hechos
inmortales, y juntamente con los santos resucitados son arrebatados
para recibir a Cristo su Señor en los aires. ¡Ah, qué glorioso encuen-
tro! (Meditaciones matinales 1952, p. 356).




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Jueves 23 de agosto:
Alentaos unos a otros (1 Tesalonicenses 4:13, 17, 18)
   “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y en-
tonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del
Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria”
(Mateo 24:30).
    Cristo viene en las nubes del cielo con poder y grande gloria.
¿Quién... lo recibirá en paz? ¿Quién se contará entre el número de
aquellos a quienes se aplicarán estas palabras: “Vendrá para ser glo-
rificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron”? (2
Tesalonicenses 1:10).
   Se la llama la gloriosa aparición del gran Dios y Salvador nuestro
Jesucristo. Su venida sobrepasa en gloria a todo lo que el ojo ha con-
templado alguna vez. Su revelación personal en las nubes del cielo
excederá por lejos a cuanto la imaginación haya concebido. Habrá un
enorme contraste con la humildad que acompañó su primera venida.
Entonces vino como el Hijo del Dios infinito, pero su gloria estaba
oculta por el ropaje de la humanidad. Vino sin ninguna distinción
mundana de realeza, sin ninguna manifestación visible de gloria; pe-
ro en su segunda venida desciende con su propia gloria y la gloria del
Padre, y asistido por las huestes angélicas del cielo. En lugar de la co-
rona de espinas que desfiguró sus sienes, lleva una corona dentro de
una corona. Ya no está vestido con los vestidos de humildad, con la
vieja capa real que le pusieron encima los que se burlaron de él. No;
viene vestido con un manto más blanco que la nieve más blanca. So-
bre su vestidura y su muslo está escrito el nombre “Rey de reyes y
Señor de señores”...
   Cuando venga por segunda vez la divinidad ya no quedará oculta.
Viene como Uno igual a Dios, como su Hijo amado, Príncipe del cielo
y de la tierra. Es también el Redentor de su pueblo, el Dador de la vi-
da. Se contemplan la gloria del Padre y del Hijo como si fuera una.
Ahora se concreta su afirmación de ser uno mismo con el Padre. Su
gloria es la gloria del Hijo, y la gloria de Dios. Entonces “delante de
sus ancianos [será] glorioso” (Isaías 24:23) (En lugares celestia-
les, p. 357).
   El diablo creía tener el poder de la muerte, pero Jesús removió su
terrible aguijón al conquistar al enemigo en su propio territorio. Para
el cristiano, la muerte perdió su temible impacto, porque Cristo

                         Recursos Escuela Sabática ©
mismo sufrió sus dolores, resucitó, se sentó a la diestra del Padre en
los cielos, y se le dio toda potestad en los cielos y en la tierra. El con-
flicto entre Cristo y Satanás se terminó cuando Cristo se levantó de
los muertos, porque entonces hizo temblar el mismo fundamento del
enemigo, quitándole de esa prisión a algunos de los santos dormidos,
como trofeo de la victoria alcanzada por el segundo Adán. Esta resu-
rrección ejemplifica y asegura la resurrección de los justos en la se-
gunda venida de Cristo (Folleto: Redemption: or the Resurrec-
tion of Christ and His Ascensión, p. 57).
   La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vi-
da eterna. “El que cree en mí —dijo Jesús— aunque esté muerto, vivi-
rá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees
eso?” Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida. Entonces
los justos muertos serán resucitados incorruptibles, y los justos vivos
serán trasladados al cielo sin ver la muerte. El milagro que Cristo es-
taba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría
la resurrección de todos los justos muertos. Por sus palabras y por
sus obras, se declaró el Autor de la resurrección. El que iba a morir
pronto en la cruz, estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del
sepulcro, y aseveraba su derecho y poder para dar vida eterna (El
Deseado de todas las gentes, p. 489).




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  • 1. III Trimestre de 2012 1 y 2 de Tesalonicenses Notas de Elena G. de White Lección 8 25 de Agosto de 2012 Los muertos en Cristo 1 Tesalonicenses 4:13-18 Sábado 18 de agosto La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus verdaderos discípulos. La promesa que hizo el Salvador al despedirse en el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el porvenir para sus discípulos al llenar sus corazones de una alegría y una esperanza que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir. Entre los sufrimientos y las persecuciones, “el aparecimiento en gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” era la “esperanza bienaventura- da”. Cuando los cristianos de Tesalónica, agobiados por el dolor, en- terraban a sus amados que habían esperado vivir hasta ser testigos de la venida del Señor, Pablo, su maestro, les recordaba la resurrec- ción, que había de verificarse cuando viniese el Señor. Entonces los que hubiesen muerto en Cristo resucitarían, y juntamente con los vi- vos serían arrebatados para recibir a Cristo en el aire. “Y así —dijo— estaremos siempre con el Señor. Consolaos pues los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:16-18, V. M.). En la isla peñascosa de Patmos, el discípulo amado oyó la prome- sa: “Ciertamente, vengo en breve”. Y su anhelante respuesta expresa la oración que la iglesia exhaló durante toda su peregrinación: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22:20) (El conflicto de los siglos, p. 347). Delante de nosotros ha sido colocada una esperanza, la esperanza de la vida eterna. Nuestro Redentor no quedará satisfecho con dar- nos nada menos que esta bendición; pero es deber nuestro asirnos de esta esperanza por medio de la fe en Aquel que la prometió. Podemos esperar que sufriremos; porque únicamente los que participen con él Recursos Escuela Sabática ©
  • 2. de sus sufrimientos, también participarán con él de su gloria. Él ha comprado el perdón y la inmortalidad para las almas pecadoras de los hombres que perecen; pero a nosotros nos corresponde recibir es- tos dones por medio de la fe. Al creer en él, recibimos esta esperanza como un ancla segura e inamovible para el alma. En vista de que pa- gó un precio tan elevado por nuestra salvación, debemos entender que podemos esperar confiadamente el favor divino, no solo en este mundo, sino también en el mundo celestial. La fe en el sacrificio ex- piatorio y la intercesión de Cristo nos mantendrá seguros e inamovi- bles en medio de las tentaciones que nos oprimen en la iglesia mili- tante. Contemplemos la gloriosa esperanza que tenemos por delante, y por la fe aferrémonos de ella... Entonces, quitemos los ojos de nosotros mismos, y alentemos la esperanza y la confianza en Cristo. Que nuestra esperanza no esté centrada en nosotros mismos, sino en Aquel que entró más allá del velo. Hablemos acerca de la bendita esperanza, y de la aparición glo- riosa de nuestro Señor Jesucristo (Exaltad a Jesús, p. 325). Domingo 19 de agosto: La situación en Tesalónica Había otra razón más para que Pablo escribiera a estos hermanos. Algunos que poco antes habían sido llevados a la fe habían caído en errores en cuanto a los que habían muerto después de su conversión. Esperaban que todos serían testigos de la segunda venida de Cristo; pero se entristecían mucho a medida que los creyentes caían uno tras otro bajo el poder de la muerte, lo que les haría imposible contem- plar ese deseable suceso: la venida de Cristo en las nubes del cielo (Comentario bíblico adventista, tomo 7, pp. 920, 921). Cristo nos ordena que velemos para que seamos tenidos por dig- nos de escapar de las cosas que han de sobrevenir en la tierra. Es de la mayor importancia que atendamos esta advertencia. El enemigo de toda justicia sigue tras nuestros pasos, procurando llevarnos al ol- vido de Dios. Debiéramos llenamos de gozo al pensar en la inminente venida de Cristo. Para los que la amen, él vendrá sin pecado para salvación. Pe- ro si nuestra mente está llena de pensamientos relacionados con co- sas terrenales, no podemos aguardar con gozo su venida. “Si supiera que Cristo vendrá dentro de unos años”, dice uno, “vi- viría en una forma diferente”. Pero si creemos que ha de venir vivi- Recursos Escuela Sabática ©
  • 3. remos tan fielmente como si supiéramos que ha de aparecer dentro de pocos años. No podemos ver el fin desde el principio, pero Cristo ha provisto suficiente ayuda para cada día del año. Todo lo que tenemos que hacer se refiere al día de hoy. Hoy hemos de ser fieles a nuestro cometido. Hoy hemos de amar a Dios con todo el corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Hoy hemos de resistir las tentaciones del enemigo y obtener el triunfo mediante la gracia de Cristo. Así estaremos velando y esperando la venida de Cristo. Debiéramos vivir cada día como si fuera el último de nuestra existencia en esta tierra. Si supiéramos que Cristo viene mañana, ¿no diríamos hoy todas las palabras bondadosas y realizaríamos todos los actos abnegados que pudiéramos? Deberíamos ser pacientes, gentiles y extremadamente fervorosos, y hacer todo lo posible por ganar al- mas para Cristo... Os exhorto a que apartéis vuestros pensamientos de las cosas mundanas y los centréis en las cosas eternas. Cristo ha puesto la vida eterna a vuestro alcance y ha prometido daros ayuda en todo tiempo de necesidad (En lugares celestiales, p. 355). Lunes 20 de agosto: Dolor sin esperanza (1 Tesalonicenses 4:13) En su primera epístola a los creyentes tesalonicenses, Pablo se es- forzó por instruirlos respecto al verdadero estado de los muertos. Di- jo que los muertos dormían en la inconsciencia: “Tampoco, herma- nos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os en- tristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si cree- mos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús... Porque el mismo Señor con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebata- dos en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Los tesalonicenses se habían aferrado ansiosamente a la idea de que Cristo estaba por venir para transformar a los fieles que vivían, y llevarlos consigo. Habían protegido cuidadosamente la vida de sus amigos, para que no murieran y perdieran la bendición que ellos es- peraban recibir al venir su Señor. Pero sus amados, uno tras otro, les habían sido arrebatados; y con angustia los tesalonicenses habían Recursos Escuela Sabática ©
  • 4. mirado por última vez los rostros de sus muertos, atreviéndose ape- nas a esperar encontrarlos en la vida futura. Cuando abrieron y leyeron la epístola de Pablo, las palabras refe- rentes al verdadero estado de los muertos proporcionaron gran gozo y consuelo a la iglesia. Pablo mostró que aquellos que vivieran cuan- do Cristo viniese no irían antes al encuentro de su Señor que aquellos que hubieran dormido en Jesús. La voz del arcángel y la trompeta de Dios alcanzarían a los que durmieran, y los muertos en Cristo resuci- tarían primero, antes que el toque de la inmortalidad se concediera a los vivos. “Luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, jun- tamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, consolaos los unos a los otros en estas palabras”. Difícilmente podemos apreciar la esperanza y el gozo que esta se- guridad proporcionó a la joven iglesia de Tesalónica. Ellos creyeron y atesoraron la carta que les envió a su padre en el evangelio, y sus co- razones se llenaron de amor a él. Él les había dicho estas cosas antes; pero en aquel entonces sus mentes estaban tratando de asimilar doc- trinas que les parecían nuevas y extrañas; y no es sorprendente que la fuerza de algunos puntos no se había impresionado vívidamente en su espíritu. Pero tenían hambre de la verdad, y la epístola de Pa- blo les dio nueva esperanza y fuerza, y una fe más firme en Aquel cu- ya muerte había sacado a luz la vida y la inmortalidad, y les dio un afecto más profundo por él. Ahora se regocijaban en el conocimiento de que sus amados ami- gos se levantarían de la tumba, para vivir para siempre en el reino de Dios. Las tinieblas que habían envuelto el lugar de descanso de los muertos se disiparon. Un nuevo esplendor coronó la fe cristiana, y vieron una nueva gloria en la vida, la muerte y la resurrección de Cristo (Los hechos de los apóstoles, pp. 209, 210). Martes 21 de agosto: Morir y resucitar (1 Tesalonicenses 4:14) “También traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús,” escri- bió Pablo. Muchos interpretan este pasaje como si significara que los que duermen serán traídos con Cristo desde el cielo, pero según Pa- blo, como Cristo se levantó de los muertos, así Dios traerá de sus tumbas a los santos que durmieron, y los llevará con él al cielo. ¡Qué precioso consuelo! ¡Qué gloriosa esperanza! No solo para la iglesia de Recursos Escuela Sabática ©
  • 5. Tesalónica, sino para todos los cristianos dondequiera que estén (Los hechos de los apóstoles, p. 210). Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpa- gos y el fragor de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los san- tos dormidos. Dirige una mirada a las tumbas de los justos, y levan- tando luego las manos al cielo, exclama: “¡Despertaos, despertaos, despertaos, los que dormís en el polvo, y levantaos!” Por toda la su- perficie de la tierra, los muertos oirán esa voz; y los que la oigan vivi- rán. Y toda la tierra repercutirá bajo las pisadas de la multitud extra- ordinaria de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos. De la pri- sión de la muerte sale revestida de gloria inmortal gritando “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Co- rintios 15:55). Y los justos vivos unen sus voces a las de los santos re- sucitados en prolongada y alegre aclamación de victoria (El conflic- to de los siglos, p. 702). Nuestra identidad personal es preservada en la resurrección, si bien no saldrán de la tumba las mismas partículas de materia. La obra asombrosa de Dios es misterio para el hombre. El espíritu, el carácter del hombre, retorna a Dios donde se lo preserva. En la resu- rrección cada hombre tendrá su propio carácter. A su debido tiempo Dios llamará a los muertos, dándoles otra vez el aliento de vida, y or- denará a los huesos secos que vivan. Surgirá la misma forma, pero li- bre de enfermedad y todo defecto. Volverá a vivir llevando sus mis- mos rasgos individuales, de tal manera que los amigos se reconoce- rán. No hay ley de Dios en la naturaleza que indique que el Señor va a volver a reunir las mismas partículas de materia que compusieron el cuerpo antes de la muerte. Dios dará a los justos muertos un cuer- po conforme a su beneplácito (¡Maranata: El Señor viene!, p. 299). ¿Qué haríamos sin un Salvador en el momento de prueba para el alma? Nos rodean los ángeles ministradores para darnos a beber del agua de vida a fin de refrescar nuestras almas en los momentos fina- les de la vida. Aquel que es la resurrección y la vida ha prometido que levantará del sepulcro y llevará con él a los que duerman en Jesús. La trompeta resonará, y los muertos despertarán a la vida, para no vol- ver a morir. La mañana eterna ha llegado hasta ellos, porque en la ciudad de Dios no habrá más noche (Mensajes selectos, tomo 2, pp. 286, 287). Recursos Escuela Sabática ©
  • 6. Miércoles 22 de agosto: Resucitar en Cristo (1 Tesalonicenses 4:15,16) “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que haya- mos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nu- bes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Jesús vendrá en las nubes con gran gloria. Una multitud de ánge- les resplandecientes lo acompañará. Vendrá para honrar a los que lo amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevárselos consigo. No se ha olvidado de ellos ni de su promesa. Pronto aparece en el este una pequeña nube negra... El pueblo de Dios sabe que es el signo del Hijo del hombre. En silencio solemne la contemplan mientras va acercándose a la tierra... hasta convertirse en una gran nube blanca, cuya base es como fuego consumidor, y so- bre ella el arco iris del pacto. Jesús marcha al frente como un gran conquistador... A medida que va acercándose la nube viviente, todos los ojos ven al Príncipe de la vida. Ninguna corona de espinas hiere ya sus sagradas sienes, ceñidas ahora por gloriosa diadema. Su rostro brilla más que la luz deslumbradora del sol de mediodía. “Y en su vestidura y sobre su muslo tiene este nombre escrito: Rey de reyes y Señor de los señores... El cielo se recoge como un libro que se enrolla, la tierra tiembla ante su presencia, y todo monte y toda isla se mueve de su lugar... Entre las oscilaciones de la tierra, las llamaradas de los relámpa- gos y el bramido de los truenos, el Hijo de Dios llama a la vida a los santos dormidos... Por toda la superficie de la tierra los muertos oi- rán esa voz; y los que la oigan vivirán... Todos se levantan con la lo- zanía y el vigor de eterna juventud... Los justos que vivían aun son mudados “en un momento, en un abrir de ojos”. A la voz de Dios fueron glorificados; ahora son hechos inmortales, y juntamente con los santos resucitados son arrebatados para recibir a Cristo su Señor en los aires. ¡Ah, qué glorioso encuen- tro! (Meditaciones matinales 1952, p. 356). Recursos Escuela Sabática ©
  • 7. Jueves 23 de agosto: Alentaos unos a otros (1 Tesalonicenses 4:13, 17, 18) “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y en- tonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (Mateo 24:30). Cristo viene en las nubes del cielo con poder y grande gloria. ¿Quién... lo recibirá en paz? ¿Quién se contará entre el número de aquellos a quienes se aplicarán estas palabras: “Vendrá para ser glo- rificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron”? (2 Tesalonicenses 1:10). Se la llama la gloriosa aparición del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Su venida sobrepasa en gloria a todo lo que el ojo ha con- templado alguna vez. Su revelación personal en las nubes del cielo excederá por lejos a cuanto la imaginación haya concebido. Habrá un enorme contraste con la humildad que acompañó su primera venida. Entonces vino como el Hijo del Dios infinito, pero su gloria estaba oculta por el ropaje de la humanidad. Vino sin ninguna distinción mundana de realeza, sin ninguna manifestación visible de gloria; pe- ro en su segunda venida desciende con su propia gloria y la gloria del Padre, y asistido por las huestes angélicas del cielo. En lugar de la co- rona de espinas que desfiguró sus sienes, lleva una corona dentro de una corona. Ya no está vestido con los vestidos de humildad, con la vieja capa real que le pusieron encima los que se burlaron de él. No; viene vestido con un manto más blanco que la nieve más blanca. So- bre su vestidura y su muslo está escrito el nombre “Rey de reyes y Señor de señores”... Cuando venga por segunda vez la divinidad ya no quedará oculta. Viene como Uno igual a Dios, como su Hijo amado, Príncipe del cielo y de la tierra. Es también el Redentor de su pueblo, el Dador de la vi- da. Se contemplan la gloria del Padre y del Hijo como si fuera una. Ahora se concreta su afirmación de ser uno mismo con el Padre. Su gloria es la gloria del Hijo, y la gloria de Dios. Entonces “delante de sus ancianos [será] glorioso” (Isaías 24:23) (En lugares celestia- les, p. 357). El diablo creía tener el poder de la muerte, pero Jesús removió su terrible aguijón al conquistar al enemigo en su propio territorio. Para el cristiano, la muerte perdió su temible impacto, porque Cristo Recursos Escuela Sabática ©
  • 8. mismo sufrió sus dolores, resucitó, se sentó a la diestra del Padre en los cielos, y se le dio toda potestad en los cielos y en la tierra. El con- flicto entre Cristo y Satanás se terminó cuando Cristo se levantó de los muertos, porque entonces hizo temblar el mismo fundamento del enemigo, quitándole de esa prisión a algunos de los santos dormidos, como trofeo de la victoria alcanzada por el segundo Adán. Esta resu- rrección ejemplifica y asegura la resurrección de los justos en la se- gunda venida de Cristo (Folleto: Redemption: or the Resurrec- tion of Christ and His Ascensión, p. 57). La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vi- da eterna. “El que cree en mí —dijo Jesús— aunque esté muerto, vivi- rá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees eso?” Cristo miraba hacia adelante, a su segunda venida. Entonces los justos muertos serán resucitados incorruptibles, y los justos vivos serán trasladados al cielo sin ver la muerte. El milagro que Cristo es- taba por realizar, al resucitar a Lázaro de los muertos, representaría la resurrección de todos los justos muertos. Por sus palabras y por sus obras, se declaró el Autor de la resurrección. El que iba a morir pronto en la cruz, estaba allí con las llaves de la muerte, vencedor del sepulcro, y aseveraba su derecho y poder para dar vida eterna (El Deseado de todas las gentes, p. 489). Material facilitado por RECURSOS ESCUELA SABATICA © http://ar.groups.yahoo.com/group/Comentarios_EscuelaSabatica http://groups.google.com.ar/group/escuela-sabatica?hl=es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática Recursos Escuela Sabática ©