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1
Esta denominación reúne a los 33 monarcas visigóticos que
gobernaron la mayor parte de la península Ibérica desde el siglo V hasta la invasión
musulmana del año 711. Los visigodos fijaron una monarquía electiva, por lo que eran
frecuentes los atentados contra el soberano. Para evitarlos, el rey Suintila quiso imponer una
monarquía hereditaria, pretensión que frustró una sublevación. Aunque la dinastía visigótica se
extingue con el rey Rodrigo, que pereció en la batalla de Guadalete, el Códice Albeldense manuscrito mozárabe copiado en el 976- asegura que a éste le suceden los monarcas del reino
de Asturias.

Sin embargo, el término godo en su origen es mucho más amplio y se refiere al conjunto de
tribus escandinavas que se desplazaron por Europa oriental y llegaron hasta el Mar Negro.

La lista de los reyes godos es un tópico de la historia de la educación en España. Hace
referencia a la lista ordenada cronológicamente de treinta y tres reyes del reino visigodo
(siglos V al VIII), planteada como una prueba memorística.1 2
La pedagogía progresista utilizó este ejemplo como una prueba de cómo la pedagogía
tradicional reducía los contenidos de la asignatura de Historia a la enumeración acrítica
de nombres, datos y fechas;3 negando la utilidad de la memorización pura y dura4 y
llegando a su completa ridiculización.5

En la conformación habitual de la lista se obvian discontinuidades y solapamientos. La
lista se iniciaba con Ataúlfo6 que fue el primer rey visigodo que tuvo relación con las
entonces provincias romanas de Hispania, que estaban siendo objeto de las invasiones
germánicas desde el 409, y sobre las que no se estableció de forma más estable el reino
visigodo de Toledo hasta el siglo VI, en vez de Atanarico I, considerado el primer rey
del pueblo godo hacia el año 300. Y se concluía con Rodrigo, al considerar que había
perdido el reino.7

2
La siguiente es una lista de los reyes visigodos.

Migración de los visigodos
Soberano

Retrato

Reinado
•

Alarico I

3951 –410

•

Ataúlfo

Comentarios
Atanarico fue
considerado por los
visigodos como su rey
fundador,2 sin embargo,
Atanarico fue un juez de
los tervingios en la
Gutthiuda en una época
anterior a la formación de
los visigodos tras la
Guerra Gótica (376–382)
por grupos tervingios,
greutungos y otros no
godos.3 4
En 395 Alarico se rebeló
contra el Imperio romano
con grupos tervingios y
greutungos y constituyó
un nuevo poder visigodo.5

410 – 415

•

•
•

Sigerico

Walia

Reinó durante una
semana en agosto o
septiembre de 415

Foedus de 416.
Derrotó totalmente a los
vándalos silingos y alanos
en Hispania.

415

415 – 418

3
Reino de Tolosa
Soberano

Retrato

Reinado

Teodorico I

418 – 451

Turismundo

451 – 453

Teodorico II

453 – 466

Eurico

466 – 484

Comentarios

484 – 507

Alarico II

•

Código de Eurico

•
•

Breviario de Alarico
Derrota de Vouillé.

Intermedio ostrogodo
Soberano

Retrato

Reinado

Comentarios
4
507 – 511

Gesaleico

•

Amalarico

511 – 531

Teudis

531 – 548

Teudiselo

•

Regencia del rey
ostrogodo Teodorico el
Grande (511–526)
Corte establecida en
Narbona, en la
Septimania,6 y trasladada
a Barcelona en 531.7

548 – 549

Reino de Toledo
Soberano

Agila I

Retrato

Reinado

549 – 554

551 – 567

Comentarios

•

Invasión bizantina en 552

•

Rey rival en rebelión

5
•

Atanagildo

contra Agila I (551-554)
Se establece la capital en
Toledo.8

•

•

Liuva I

Elegido rey por la
aristocracia de
Septimania tras un
interregno de cinco
meses.9

Asociado al trono (570573) quedando bajo su
control los territorios al
sur de los Pirineos, como
fórmula de compromiso
con la aristocracia
visigoda de la península
ibérica por la elección de
Liuva por la aristocracia
al norte de los Pirineos.10
Su hijos Hermenegildo y
Recaredo asociados al
trono tras la muerte de
Liuva en 573.11 12 13
Rebelión de
Hermenegildo (580-584)
Conquista del reino suevo
(585).14

568 – 573

570 - 586
Leovigildo

•

•
•

Recaredo I

586 – 601

Liuva II

•

III Concilio de Toledo

601 – 603

6
Witerico

603 – 610

Gundemaro

610 – 612

Sisebuto

612 – 621

Recaredo II

621

•
•

Suintila

621 – 631
•

•

Sisenando

631 – 636

Fin de la Provincia de
Spania
Asoció a su hijo
Ricimero al trono en el
año 626
Depuesto por la rebelión
de Sisenando (631)

Rebelión de Iudila
(633)15

7
Chintila

636 – 639

•

•

Chindasvinto

Realizó purgas en la
nobleza que se habían
mostrado en contra de su
acceso al trono.16

•

Tulga

Depuesto por
Chindasvinto.

Asociado al trono (649653)
Promulgación del "Liber
Iudiciorum"

639 – 642

642 – 653

649 – 672

•

Recesvinto

Wamba

•

Paulo
(673)
672 – 680
•

Ervigio

Rebelión de Paulo (673),
que segregó la
Narbonense y parte de la
Tarraconense.
Depuesto por una
conjuración.17

680 – 687

8
•

•

Asociado al trono desde
695/697 y como
corregente (700-702)

•

Derrotado por los árabes
en la Batalla de
Guadalete en el año 711.

•

Égica

Rebelión de Suniefredo
(692-693)18

Elegido rey en la
Narbonense y
Tarraconense contra la
elección de Rodrigo.19

•

Reinó en la Narbonense

687 – 702

700 – 710
Witiza

Rodrigo Agila
II

710 — 711

710 - 713

Ardón

713 - 720

9
La famosa lista de los Reyes Godos
A los estudiantes de hoy en día les puede parecer increíble que, no hace
demasiados años, a los niños les hicieran aprender en la escuela la siguiente lista
completa. Como si no hubiera otra cosa que estudiar en historia...
El reino tolosano
El reino visigodo-católico
Ataúlfo (410-415).
Recaredo (586-601).
Sigérico (415).
Liuva II (601-603).
Walia (415-418).
Witérico (603-610).
Teodorico I (418-451).
Gundemaro (610-612).
Turismundo (451-453).
Sisebuto (612-621).
Teodorico II (453-466).
Recaredo II (621).
Alarico II (484-507).
Suínthila (621-631).
Sisenando (631-636).
El reino arriano español
Khíntila (636-639).
Gesaleico (507-510).
Amalarico, bajo la regencia de Teodorico Tulga (639-642).
Khindasvinto, rey único (642-649).
(510-526).
Amalarico, rey independiente (526-534). Khindasvinto y Recesvinto (649-653).
Recesvinto, rey único (653-672).
Theudis (534-548).
Wamba (672-680).
Theudiselo (548-549).
Ervigio (680-687).
Agila (549-555).
Egica, rey único (687-698/700).
Atanagildo (555-567).
Egica y Witiza (698/700-702).
Liuva I (56 7-568).
Witiza, rey único (702-710).
Liuva I y Leovigildo (568-571/72).
Rodrigo (710-711).
Leovigildo (571/72-586).
(De José Orlandis, La España visigótica Madrid, 1977.

10
Los Godos,fundadores de la nacionalidad española

“La herencia goda no vino sólo por la herencia física sino por el
espíritu que dejaron en nuestras instituciones a través de la
Reconquista. Que los godos no formaban sino una minoria en la
Hispania postromana no es un secreto. Que una minoría rectora es la
que a veces responde por todo un país y hace de el un Estado no
debería tener que ser recordado, al menos no en una página
nacionalista. Los Godos españoles eran los Visigodos, o Godos
Nobles, que habían conquistado España en el Siglo V para perderla en
el Siglo VIII, antes de recuperarla a través de esa larga guerra civil
que llamamos Reconquista. Los valores Góticos fueron también los
que acabada la Reconquista conformaron nuestros Siglos de Oro. Los
Godos conformaron dentro de la mitología nacional y social de esos
tiempos el mismo papel que la Roma de Augusto tomó para los
renacentistas italianos.
Para los escritores del tiempo de la Inquisición y la creación del nuevo
mundo proveían una continuidad cultural a partir de la que se
rediseño España. Eran los descendientes míticos de los Cristianos
viejos a partir de los que se había reconquistado la hegemonía de la
cultura occidental y cristiana sobre la península. El empleo que se
hizo de los antepasados góticos en la genealogía de los reyes
cristianos no fue una casualidad ni una fantasia sin sentido. Cuando
Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos e hijo del Obispo de Burgos,
Pablo de Santa María, invocó la ascendencia germánica de la
Monarquía Castellana en Juan II de Castilla tal vez no se ajustaba a la
documentación, desaparecida o ilegible desde siglos atrás, sino a la
leyenda que es una forma superior de legitimidad histórica.”
A lo largo de los siglos V y VI se asentaron en España los godos, un
pueblo germánico originario de la Gothia escandinava (Gotaland) que,
después de un largo periplo, terminó por conformar su nueva y
definitiva patria en nuestra Península. Nos informa San Isidoro de
Sevilla en su obra «Historia de los Godos, Suevos y Vándalos»
(Historia Gothorum): «Como (los godos) no podían aguantar los
11
ultrajes (de los romanos) tomaron las armas furiosamente,
invadieron la Tracia, saquearon Italia y alcanzando España,
establecieron allí hogar y dominio». Otros pueblos germánicos se
establecieron también en España como fue el caso de suevos y
vándalos, unas pocas decenas de miles; pero fueron los godos,
especialmente la rama de los visigodos o godos tervingios, los que en
un número cercano a los 300.000 individuos incidirían esencialmente
en el desarrollo de las gentes hispanas.
Se trata de una cifra pequeña en relación a la población del conjunto
peninsular (unos 5 millones de habitantes), aunque significativa sobre
todo por la trascendencia futura del lugar de su asentamiento
preferente, la Meseta Central, concretamente las cuencas de los ríos
Duero y Tajo, como así ponen de relieve las numerosas necrópolis. En
este espacio interior, escasamente poblado, los godos establecieron
su hogar, su verdadera tierra de promisión, cambiando la espada por
el arado, unas tierras aptas para su deseado cultivo del cereal y
también para el desarrollo de la ganadería extensiva, una de sus
principales actividades económicas. En varias comarcas de este
territorio la proporción entre godos e hispano-romanos era de 2 a 1 a
favor de los primeros.
Debido, pues, a la reducida población autóctona pudo efectuarse un
reparto no problemático de tierras entre ambas comunidades,
pasando a establecerse los godos en pequeñas aldeas formadas por
viviendas unifamiliares próximas a sus explotaciones agropecuarias.
El peculiar modo de instalación de los godos en la Península,
mediante pactos y repartimientos con los hispano-romanos, explica
que no hubiera invasión, no hubo ni vencedores ni vencidos, sino que
godos e hispano-romanos coexistieron con sus diferencias, sin
superponerse, hasta que paulatinamente iría verificándose la fusión
entre ambos.
El pueblo visigodo pasó masivamente desde la Galia a Hispania en
grandes carros tirados por bueyes, como así lo atestiguan varios
documentos latinos de la época (l), sobre todo, a partir de la batalla
de Vouillé (507) en la que los francos auxiliados masivamente por los
galo-romanos autóctonos y aliados con los burgundios derrotaron al
ejército visigodo, provocando el establecimiento franco en las tierras
entre el río Loira y los Pirineos, adjudicadas hacía casi un siglo a los
visigodos por el poder imperial romano, y la marcha de éstos hacia el
otro lado de las montañas pirenáicas. Así pues, la batalla de Vouillé
se convirtió en un hecho de gran trascendencia en nuestra historia ya
que terminó por identificar el reino de los godos con la Península.
También durante aquel siglo VI llegarían elementos ostrogodos a
Hispania con motivo de la regencia de su rey Teodorico el Grande
sobre los visigodos (511-526) y, desde luego, también tras la derrota

12
de los ostrogodos instalados en Italia a manos del ejército imperial
bizantino de Justiniano.
En el conjunto de la importante inmigración goda a Hispania,
debemos diferenciar, entonces, a la minoría político-militar dirigente,
y el contingente popular gótico. Mientras aquélla se acantonaba en
las principales ciudades de la Hispania romana (Mérida, Barcelona,
Valencia, Sevilla, Córdoba y Toledo, la capital), el otro se instalaba
mayoritariamente en el ámbito rural meseteño. La elección por el rey
Leovigildo de la ciudad de Toledo como capital del Reino hispanogodo respondía a las necesidades de control sobre el conjunto
peninsular (identificado entonces como el recinto territorial de dicho
Reino), más fácil desde su centro y en un entorno de numerosa
población gótica. La elección de Toledo hacía de la Meseta Central,
por primera vez, el centro político y cultural de la Península.
Ataúlfo fue el primer jefe visigodo que entró en España y lo hizo en
defensa de los intereses romanos, de una Roma que, forzada por los
godos, había pactado su asentamiento en el sur de la Galia, de una
Roma cada vez más débil, sobre todo, tras su primera expugnación
por el victorioso ejército visigodo dirigido por el antecesor de Ataúlfo,
Alarico, el año 410. Walia, sobrino y sucesor de Ataulfo, renovó el
pacto con Roma el año 418, comprometiéndose a restaurar el orden
imperial en Hispania, quebrantado tras las irrupciones de suevos,
vándalos y alanos años atrás. El rey Eurico (466-486), durante cuyo
reinado tuvieron lugar los primeros establecimientos populares
góticos, puede ser considerado el primer gobernante autónomo de
Hispania puesto que el año 476 sucumbe definitivamente el Imperio
romano de Occidente con la conquista de Roma por el rey de los
hérulos, Odoacro.
El reino godo se separa definitivamente del tronco del Imperio
obteniendo su total independencia y Eurico rompe el pacto que le
ligaba con Roma, amplía sus posesiones del sur de la Galia se
anexiona la mayor parte de la Península Hispánica, creando así un
gran reino occidental galo-hispánico. Pero, tras la citada derrota de
Vouillé en la que resultó muerto el rey visigodo, Alarico II, el centro
de gravedad geo-político de los visigodos se trasladó definitivamente
al lado meridional de los Pirineos, pasando la capital del reino desde
Tolouse primero a Barcelona y, finalmente, a Toledo. Tan solo la
Septimania, un pequeño territorio alrededor de Narbona, se mantuvo
problemáticamente en poder de los visigodos al otro lado de los
Pirineos.
El rey Leovigildo (565-586) es el verdadero creador del Estado
hispano-godo y, por ende, de la nacionalidad hispánica misma:
Hispania, reino, entidad política independiente, sucedía a la antigua
provincia sujeta al poder de Roma. Primeramente, desde su gobierno
de Toledo, a salvo de la amenaza de francos y de bizantinos, intentó
13
con éxito someter a la autoridad central la mayor parte del territorio
peninsular en un momento crítico de fragmentación políticoterritorial, Así, tras consolidar el poder real, derrotó a los suevos del
noroeste incorporando su reino y redujo a cántabros y vascones,
alzados contra su autoridad. Leovigildo, el unificador, acuñó un ideal
nacionalista que identificaba el Reino de los Godos («Regnum
Gothorum») con Hispania, acotando nítidamente las diferencias
respecto al Imperio de Bizancio, heredero oriental de Roma.
En torno a ese nuevo ideal hispánico debería producirse la
aproximación definitiva, la fusión entre godos e hispano-romanos,
con lo que derogó la prohibición de matrimonios mixtos establecida
por el Emperador Valentiniano. Sin embargo, el mantenimiento de
Leovigildo en su fe arriana (religión nacional de los godos) y el
intento de imponerla a sus súbditos hispano-romanos de religión
católica, impedía la constitución de ese pueblo verdaderamente
unificado. Sería su hijo, Recaredo (586-601), quien al convertirse al
catolicismo, y con él, oficialmente, todos los godos, pondría las bases
de una comunidad político-religiosa nacional diferenciada, una nueva
sociedad, en definitiva.
El III Concilio de Toledo (589), en el que tiene lugar la conversión
pública de Recaredo, puede considerarse el punto de partida de
nuestra nacionalidad en torno a un monarca, a un poder político
ejercido sobre una sociedad que avanzaba firmemente hacia su plena
integración desde sus dos elementos conformadores, el latino y el
germánico. A diferencia de lo que sucedió en Italia o en el Norte de
Africa donde ostrogodos y vándalos respectivamente constituyeron
una minoría extraña y hostil, en España se produjó una fusión
generalizada entre godos e hispano-romanos, y sobre esta unidad se
pudo alzar un Estado independiente y conformarse la nacionalidad
hispánica. Durante el siglo VII se iría consolidando la nacionalidad
común de los denominados ya como “hispano-godos”, poseedores de
una religión común, gobernados por un mismo monarca, e
incorporados plenamente a la Administración los antiguos hispanoromanos.
Suintila (621-631) expulsa definitivamente a los bizantinos
enquistados en el sur peninsular y consigue la unificación de todo el
territorio de la antigua Hispania romana, incorporando Ceuta como
cabeza de puente hacia la Mauritania africana, además de llave del
Estrecho. La labor legislativa de los reyes Chindasvinto (642-653) y
Recesvinto (653-672) refrendada en los Concilios toledanos, culmina
con la promulgación del Liber Iudiciorum (Libro de los Juicios o Fuero
Juzgo), compilado por este último rey, convirtiéndose en el único
texto legal válido ante los tribunales del reino, un texto que incorpora
la herencia jurídica romana a la costumbre germánica hasta el punto
de ser aquélla claramente predominante.
14
San Isidoro de Sevilla, arzobispo de dicha ciudad, hijo de padre
hispano-romano y de madre goda, es la figura señera de la naciente
cultura hispano-goda. Será él quien mejor sabrá interpretar el nuevo
tiempo, la nueva realidad nacional hispánica a lo largo de la primera
mitad del siglo VII. Autor de una obra enciclopédica en lengua latina,
Las Etimologías. el denominado «Doctor de las Españas» en su
Historia Gothorum elevará a España a la categoría de Primera Nación
de Occidente. Así, en el Laudes Hispaniae, el sabio Doctor dedica a su
patria una célebre alabanza encomiástica: De cuantas tierras se
extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa,
oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos. Con
razón se te puede llamar reina de las provincias, pues iluminas no
sólo el Oceano sino también el Oriente. Tú, honor y ornato del
mundo, la más ilustre porción de la tierra donde florece y recrea la
gloriosa fecundidad del pueblo godo”.
La Gens Gothorum, el pueblo godo, como el elemento diferenciador
que da personalidad política a la antigua provincia romana, es, para
San Isidoro, el primero de los pueblos de Europa pues tal fue la
grandeza de su habilidad guerrera y notables las proezas de sus
famosas victorias que aun Roma, la conquistadora de todas las
naciones, se le sometió al yugo y cedió ante sus triunfos, y la dueña
de todos los pueblos se les hizo su sierva (Historia Gothorum). En ese
mismo texto describe a los godos como gente de naturaleza pronta y
activa, que confía en la fuerza de la conciencia; de tez blanca, tienen
el cuerpo potente y son altos de estatura. Todas estas palabras de
San Isidoro, escritas hacia el año 630, alcanzada plenamente la
unidad nacional-territorial, suponen el primer texto de un
protonacionalismo ideológico en el seno de la cultura occidental. El
nuevo ideal nacional que reflejan los textos del sabio sevillano se
verifica en un territorio, la Península Hispánica, en un pueblo
concreto, determinante de aquel ideal, los Godos, hasta identificar,
de este modo, Tierra y Pueblo como la Patria común y diferenciada de
todos, España.
Y España, en el Occidente, se opone a Bizancio, en el Oriente,
sucesor del Imperio romano, un poder imperial bizantino considerado
y sentido ya como algo extraño, ajeno, un poder invasor al que
expulsar de sus amenazantes acuartelamientos en la franja sur
peninsular. En aquel tiempo se hablaba de Toledo y Bizancio como los
centros de dos polos de poder y civilización. Mientras en España con
Toledo, su capital, se produce la fecunda fusión de un joven y
dinámico pueblo germánico, los godos, con el civilizado conjunto de
las gentes hispano- romanas, fusión que supone el embrión de la
nueva cultura occidental, en Bizancio se amalgama la cultura
euroasiática, sirio-helenística, de matiz oriental, que engendrará la
civilización ortodoxa y las otras religiones cristiano-orientales.

15
El reino hispano-godo derrota y expulsa a los bizantinos de todos los
antiguos territorios del Imperio de Occidente, territorio donde se está
generando una nueva interpretación y apreciación del mundo, la
Civilización Occidental, resultado fundamental de la fusión de los
pueblos germánicos (godos, francos, anglo-sajones) con los
pobladores de los territorios del Imperio romano de Occidente
(hispanos, galos, britanos, ). San Isidoro canta en alabanza a la
Nación a la que pertenece, España, como una realidad ya inequívoca
y distinta del Imperio romano así como del reino de los francos o de
los mauritanos del Norte de Africa, destacando la decisiva acción del
pueblo godo en la formación de la nueva patria; la conciencia
isidoriana es expresión ya de un sentimiento nacional hispánico.
La Monarquía gótica como estructura de poder desplegará una
organización política peculiar que hará posible esa nacionalidad
distintiva (y, sobre todo, su proyección futura), una organización que
tiene en el monarca su cabeza. El rey de los godos, de limpio linaje,
máximo jefe político-militar, resulta de la celebración de una
asamblea de electores, destacados miembros de la comunidad, que lo
elijen “armas in sonandibus” tras la muerte del rey anterior. El rey
(Thiudans), jefe popular electo, que, según la tradición germánica, no
crea derecho, pues éste ya existe, es de carácter consuetudinario, lo
produce la propia comunidad; como protector del reino, tiene el difícil
encargo de hacer cumplir ese «derecho de la comunidad».
Prevalece, pues, la costumbre a la ley escrita, pues aquélla es
producto social que facilita la convivencia colectiva regulando
oportunamente las relaciones sociales y resolviendo puntualmente los
conflictos, en virtud del precedente judicial (gran relevancia de los
jueces, principales intérpretes del derecho popular). La Ley, concepto
romano, privilegia al que la impone amenazando así la libertad e
igualdad esencial de todos los miembros de la comunidad. La
coexistencia de godos y romanos en el Reino de Toledo supondrá la
progresiva romanización de sus estructuras jurídico-políticas, aunque
nunca desaparecerán las costumbres germánicas, sobre todo, en las
comunidades rurales góticas alejadas de la Corte toledana,
costumbres jurídicas que reaparecerán con fuerza en los primeros
siglos de la Reconquista, sobre todo en Castilla, recogidas en los
fueros territoriales.
Existió un Estado hispano-godo dirigido por el rey y organizado por
una serie de instituciones que sostenían la unidad política. El Aula
Regia o Senado visigodo, es el órgano que colabora con el monarca,
asesorándole en su labor de dirección político-militar, en su actividad
legislativa y en la administración de justicia. El núcleo fundamental
del Aula Regia lo componen los miembros del Oficio Palatino que
agrupa a los nobles de la Corte, siempre de estirpe goda: condes,
jefes de los «espatarios» o guardia del rey, de las caballerizas, etc.
16
En definitiva, el Aula Regia reúne a los altos funcionarios del Ejército
y la Administración hispano-godos.
Especial consideración merecen los Concilios de Toledo, precedente
histórico de las futuras Cortes medievales, que aconsejaban en
cuestiones militares, judiciales y eclesiásticas. Estos Concilios
supondrán la expresión fundamental de la colaboración entre la
Iglesia y el Estado, una Iglesia que era el recipiente principal, y
mantenedor entonces, de la cultura y los saberes. En este sentido
resultó muy influyente la doctrina jurídica de San Isidoro que
establecía la sumisión de la potestad civil a las leyes o normas de la
comunidad, en contra de la tradición cesarista del derecho romano y
de la práctica oligárquica bizantina. Los Concilios de Toledo son,
entonces, el punto de confluencia entre la potestad del Estado y la
autoridad moral e intelectual de la Iglesia, de modo que los reyes
godos solicitaban de los Concilios su asistencia y apoyo en el gobierno
del Estado y en las tareas legislativas, e incluso enviaban a los
magnates del Aula Regia a las reuniones de los mismos.
Existía, pues, una relativa intervención de estos organismos en el
ejercicio del poder aunque éste residía fundamentalmente en el rey,
jefe electo, que detentaba un enorme poder, causa de las sangrientas
disputas que se desataban en el momento de la sucesión entre las
distintas facciones y clientelas nobiliarias. El rey, que debía ser de
estirpe gótica y caracterizado por sus buenas costumbres, era el jefe
supremo de la comunidad y representación personal del Estado. Es él
quien dirige las relaciones con otros países declarando la paz o la
guerra. Es el jefe de la Administración del Estado, ostenta la potestad
legislativa, y es el juez supremo con jurisdicción sobre todos los
súbditos, correspondiéndole también la convocatoria de los Concilios
de Toledo.
El Reino («regnum, patria»), al frente del cual estaba el rey, lo
integran el pueblo (godos y romanos: los hispano godos) y el
territorio de la Península y zonas adyacentes. El Estado visigodo tenía
por finalidad procurar el bien común, la defensa del territorio contra
los enemigos del interior y del exterior, y la aplicación del derecho
mediante la actividad legislativa y judicial. El Estado visigodo no tuvo
el carácter de Estado patrimonial, ni la comunidad hispano-goda se
fundamentó en relaciones jurídico-privadas, se ordenó para fines de
índole pública.
La ciudad de Toledo, capital del Estado godo-hispánico, suponía la
concreción de un centro general de imputaciones, sede de la Corte
del monarca, cabeza metropolitana de la Iglesia hispana y sede de los
Concilios, residencia de los magnates rectores del reino y capital
cultural. Toledo será el referente de la unidad hispánica cuando ésta
se derrumbe tras la invasión islámica. El año 711 y tras tres décadas
de crisis general motivada por las terribles luchas partidistas para
17
apoderarse del trono, el reino hispano-godo se extinguiría
definitivamente cuando aquella unificación nacional peninsular era
todavía incipiente y corría serios riesgos de una progresiva
feudalización.
Los árabes y bereberes, unidos en la nueva fe mahometana,
derrotarán al ejército hispano-godo en las cercanías de Jerez de la
Frontera. Sería decisivo en el fatal desenlace el apoyo recibido por los
musulmanes por parte de los judios y de una facción nobiliaria, la de
los witizanos, es decir, los partidarios de la familia del recientemente
fallecido rey Witiza, opuestos al rey Rodrigo, y que incluso recabaron
la presencia de los mahometanos en la Península como sus aliados. El
gobernador árabe de Africa del Norte al servicio del Califato de
Damasco, Musa ibn Nusair, respondió a la demanda de los witizanos
enviando a su lugarteniente, el jefe bereber Tarik ibn Ziyad, que
cruzó el estrecho de Gibraltar en el 711 al mando de un ejército de
bereberes recientemente islamizados. Rodrigo fue derrotado y muerto
en la batalla que con estos tuvo lugar, probablemente, a orillas del río
Guadalete. Al año siguiente, en el 712, el propio Musa desembarcó
con tropas de refuerzo, La intervención de los musulmanes, en un
principio como apoyo a la facción witizana, se estaba convirtiendo en
un proyecto de conquista a gran escala, aprovechando la impotencia
de los jefes visigodos, agotados en una guerra civil sin sentido.
Destrozados en la batalla el ejército y el Estado hispano-godos, los
musulmanes ocuparían la casi totalidad del reino en un periodo de
siete años (con la importante colaboración de los judíos residentes en
las ciudades hispanas que abrieron las puertas de muchas de ellas),
arrasando, en unos casos, o pactando, en otros, con los opositores.
Algunos nobles visigodos, no aceptando el dominio musulmán
buscaron refugio en la montañas del norte peninsular. Los montes
cantábricos y pirenáicos quedarían libres del efectivo dominio
musulmán y en ellos se formarían prontamente dos reinos, Asturias y
Navarra, resultado del pacto alcanzado entre las gentes autóctonas y
los refugiados godos.
La realeza astur-leonesa, la aragonesa y también los Condes de
Barcelona, reivindicarán su estirpe gótica como factor de legitimación
histórica de los nuevos poderes resultantes de la articulación
territorial de la resistencia hispánica frente al invasor islámico.
Entramos aquí en otro periodo histórico, sucesivo de la Monarquía
gótica, la Reconquista, denominado así por la pretensión de los
nuevos poderes autóctonos de recuperar el territorio peninsular
ocupado por los árabes (Pérdida de España), a los que en todo
momento se les consideró extraños usurpadores, invasores de unas
tierras que detentan ilegítimamente, po-seedores de una religión y
una cultura contrarias, africanos para los que Hispania (al-Andalus)

18
era un territorio colonial, susceptible de ser explotado en su beneficio
a base de fuertes tributos, un botín en definitiva.
La gran herencia hispano-goda permitió restaurar en España, por
medio de la acción resistente articulada político-militarmente en el
norte peninsular, la civilización occidental de raíz grecolatina,
cristiana y germánica, superando así el tremendo y prolongado
impacto de la dominación islámico oriental, a diferencia de lo que
sucedió en el Norte de Africa que, integrado en el ámbito occidental
antes de la invasión de los árabes, permanecería ya definitivamente
islamizada y arabizada.
El rey Alfonso I de Asturias (739-759) y verdadero creador del nuevo
reino, hijo de Pedro, duque de Cantabria, del linaje de Recaredo,
realizó una importante incursión en las tierras de la cuenca del Duero
sometidas entonces a los mahometanos, situadas al otro lado de la
Cordillera Cantábrica, bastión natural del reino astur. En aquella
incursión, y tras golpear duramente a los ocupantes islámicos allí
establecidos tras la invasión, trasladó a la gran mayoría de los
pobladores hispano-godos del norte de la Meseta hacia el otro lado de
las montañas, instalándolos con una motivación claramente política
en los valles cantábricos que se extienden desde las rías altas
gallegas hasta el río Nervión, hecho que recoge destacadamente la
Crónica de Alfonso III (2).
La fusión de estas gentes del Duero de estirpe gótica y de lengua
latina con los habitantes autóctonos de aquellos valles (cántabros
principalmente) conformaría finalmente un nuevo pueblo, los
castellanos, que, dirigidos por sus caudillos y reyes, protagonizarían
ese periodo histórico fundamental para la adecuada comprensión de
la cultura e identidad hispánicas: la Reconquista y la consiguiente
Repoblación, un verdadero «empuje hacia el sur» que terminaría con
la toma de Granada en 1492. Sólo aquellos hispano-godos refugiados
en territorio cántabro-astur (nobles, clérigos, campesinos) poseerán
la conciencia de una «Hispania por restaurar», conciencia de la que
carecerían casi por completo los pueblos autóctonos de aquellos
valles norteños, en los enfrentados al poder central toledano. Por lo
tanto corresponde a aquel aluvión de refugiados la creación de un
poder político nuevo, el reino astur-leonés (y posteriormente, a partir
del siglo XI, su heredero: Castilla-León) guiado por un objetivo de
recuperación de las tierras de Hispania, situadas al otro lado de la
Cordillera Cantábrica, y que constituían su originario solar patrio. (3)
Estos sucesos coadyuvarán decisivamente en la “gotización” y , por
ende, “hispanización” del reino astur-leonés como principal poder
autóctono, opuesto al emirato y posterior califato islámico con sede
en Córdoba. Alfonso II el Casto (791-842) reinstauraría en Oviedo el
“Orden de los Godos” existente en Toledo, tanto en el Palacio como
en la Iglesia, como así nos informa la Crónica Albeldense, primera de
19
una serie de crónicas latinas, conformadoras de una verdadera
historiografía medieval nacional (4).
La sistemática y consciente repoblación de la cuenca del Duero
supuso la creación de una nueva realidad social, política y cultural,
una nueva realidad étnica , el pueblo castellano, los que habitan en el
país de los castillos (en referencia a las abundantes torres defensivas
construidas en la frontera oriental del reino de Asturias), resultado
final de la profunda amalgama racial sustanciada en los valles
cantábricos a lo largo de la segunda mitad del siglo VIII y primera
mitad del siglo IX. Ya no habrá más tribus de astures, cántabros,
autrigones, várdulos o vascones, ya no se hablará de godos o
romanos; desde ahora, producto de una completa etnogénesis, se
hablará de los “castellanos”, del Reino de Castilla y León, sucesor
histórico del Reino cántabro-astur de los primeros tiempos de la
Reconquista. Los castellanos, principales herederos de los godos y
base fundamental de la raza y cultura hispanas, dirigirán con firmeza
ese «empuje hacia el sur», capitaneados por sus jefes, reyes,
magnates e infanzones. (5)
El denominado neo-goticismo astur-leonés, restaurador del
unitarismo godo, diseñado en la Corte de los reyes asturianos y
leoneses y heredado por Castilla al constituir su primer rey, Femando
el Grande (1035-1065), el Reino de Castilla y León, consistía en un
relevante programa político-militar destinado a imprimir una
coherencia definitiva al proceso reconquistador y a legitimar al rey de
Castilla como histórico sucesor del rey de los godos, el máximo jefe
político de aquella Hispania unida por la conciencia nacional goda,
invadida por los árabes y que ahora se pretende restaurar 6.
Esto es lo que los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón,
ambos de la dinastía castellana de los Trastámara, y tras la unión de
Aragón a Castilla alcanzada el año 1474 como consecuencia de su
matrimonio, consiguieron cuando el 2 de enero de 1492 entraban
victoriosos en Granada, alzando los estandartes simbólicos recibidos
de sus antepasados, cumpliendo, en fin, el programa político
inspirador de la Reconquista. Dice la Crónica de Alfonso III respecto
de la batalla de Covadonga (722), punto de partida de dicha
Reconquista: «Por esta montaña será salvada España y restaurado el
ejército de los godos»; eso es lo que acabará significando la
arriesgada emboscada de Don Pelayo, primer jefe rebelde, antiguo
espatario del rey Rodrigo.
No son los Reyes Católicos los fundadores de la unidad nacional sino
sus restauradores, aunque la unidad hispánica plena se conseguiría
por Felipe II, y solo temporalmente, en 1580 al incorporar Portugal a
su reino. Se equivocan, de modo interesado o ignorante, los políticos
separatistas y sus clientelas cuando afirman que «sus pueblos»
preexisten como «verdaderas naciones» a la «forzada» unificación de
20
Isabel y Fernando finado el siglo XV. Para estos políticos, en su
tergiversación histórica, dicha unidad fue un acto artificioso, ilegítimo
e imperialista, destructor de esas «auténticas nacionalidades», o sea,
Euskalerría o Cataluña que, dicho sea de paso, jamás existieron
históricamente como entidades políticas unitarias e independientes.
España, como nacionalidad distintiva es muy anterior a ese siglo XV,
debiéndonos remontar, como hemos comprobado, hasta la segunda
mitad del siglo VI, obra principal de un pueblo germánico de primer
orden, los godos, que como torrente, generoso y vivificador, vino a
confundirse absolutamente en el anchuroso río de lo español hasta el
punto de desaparecer como tal pueblo. Pero ellos también somos
nosotros, los españoles. Permanecen en nuestros genes, en nuestros
hábitos, en nuestra cultura (7). Ellos, los godos de España, fundaron
nuestra nacionalidad cuando se iniciaba la Edad Media.
Ramón Peralta
NOTAS:
I- La Crónica Cesaraugustana del año 497 recoge el dato de la
importante inmigración de grupos de godos a Hispania. Pero la
llegada masiva de los godos a la península tiene lugar tras la batalla
de Vouillé, prolongándose dicha entrada durante toda la primera
mitad del siglo VI.
2- “Por él (Alfonso l) fue contenida siempre la audacia de los
enemigos (los musulmanes). Con su hermano Fruela, muchas veces,
conduciendo el ejército, tomó combatiendo muchas ciudades (…),
matando con la espada a todos los árabes y conduciendo a los
cristianos (los hispano-godos de la cuenca del Duero) consigo a la
patria. En aquel tiempo (segunda mitad del siglo VIII) se poblaron las
Asturias, las Primorias, Liébana, Transmiera, Sopuerta, Carranza, las
Bardulias (que ahora llaman Castilla) y la región marítima (las rías
altas gallegas)”.
3- Debemos destacar que el periodo histórico medieval que discurre
entre los años 722 y 1492 adquiere su unidad a partir de la
consideración central del proceso político-militar-cultural que supone
la recuperación de las tierras ocupadas por el invasor musulmán,
recuperación territorial progresiva (Submeseta norte, Valle del Ebro,
Submeseta sur, Levante, Depresión bética y sudeste peninsular)
acompañada de la repoblación de los tierras reconquistadas, es decir,
la instalación en ellas de colonos (campesinos soldados) tras el previo
desalojo, en la mayoría de los casos, del habitante islámico. Este
proceso de reconquista y repoblación confiere una determinante
homogeneidad a la sociedad que de este modo va conformándose,
homogeneidad que sin duda alguna posibilitará la constitución de la

21
moderna Nación Española, a fines del siglo XV, a partir de una
comunidad de raza, de cultura, religión y costumbres.
4- Podemos destacar, junto a la Albeldense del siglo IX, la Crónica de
Alfonso III o “Chronica Visigothorum”, la “Crónica Seminense”, el
“Chronicum Mundi” de Lucas de Tuy, la “Historia Gothica” de Rodrigo
Jiménez de Rada o la “Estoria General” del rey Alfonso X el Sabio,
redactada ya en lengua castellana. Todas ellas continúan de algún
modo la tradición historiográfica isidoriana, componiendo, en
conjunto, la más brillante historiografía medieval europea. En todas
ellas se describe una Historia de España que surge como comunidad
política autónoma con los visigodos españoles. Destruido el reino
hispano-godo, estas Crónicas, recogiendo primeramente el relato de
San Isidoro de su Historia Gothorum, revelan la legitimidad del reino
astur-leonés y de su sucesor, el reino de Castilla y León, en la
restauración total del dominio sobre las tierras de España como
verdaderos y legítimos herederos de los godos.
5- Justo Pérez de Urbel, en su magnífica obra EI Condado de Castilla
destaca el hecho de que las personalidades rectoras de la Castilla
emergente son de estirpe goda, poseedores de sonoros nombres
germánicos: el Conde Rodrigo, primer conde de Castilla; Fernán
González, primer conde independiente tras aglutinar en un solo y
gran condado a los distintos condados del territorio oriental del Reino
de León; Rodrigo Díaz, el infanzón de Vivar, gran guerrero y
protagonista indiscutido de la poesía épica castellana, origen de la
literatura española. Esta élite político-militar gótica, procedente
genealógicamente de destacados refugiados en los valles de
Cantabria, protagonizará la formación del Condado de Castilla y lo
dirigirá victoriosamente en su enconado enfrentamiento con las
poderosas huestes árabe-islámicas organizadas por el Emirato y
posterior Califato cordobés.
6- Sobre la legitimidad del Reino de Castilla como heredero de la
Monarquía Gótica, la historiografía castellana del siglo XV insiste en
poner de relieve esa herencia política de los godos recibida
naturalmente por Castilla. De este modo, al rey de Castilla es a quien
pertenece el título de Rey de España, pues los reyes castellanos son
los herederos directos de los reyes godos, y su misión será restaurar
España en su antigua unidad peninsular. Este es el argumento central
de la Compendiosa Historia Hispánica de Rodrigo Sánchez de Arévalo,
auténtico colofón que culmina la historiografia anterior citada.
7- La herencia de los godos, además de la biológica, se manifiesta en
multitud de facetas de la vida política y cultural hispana de la Edad
Media, especialmente en Castilla. Efectivamente, la lengua, el
derecho, el orden socio-político castellanos poseen una impronta
germánica distintiva portada por la numerosa población gótica que
participó en su formación. Para este particular resulta muy
22
conveniente consultar autores como Claudio Sánchez Albornoz,
Eduardo de Hinojosa o Ramón Menéndez Pidal.
http://hispaniagothorum.wordpress.com/godos/los-godosfundadores-de-la-nacionalidad-espanola/

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Lista de los reyes godos

  • 1. 1
  • 2. Esta denominación reúne a los 33 monarcas visigóticos que gobernaron la mayor parte de la península Ibérica desde el siglo V hasta la invasión musulmana del año 711. Los visigodos fijaron una monarquía electiva, por lo que eran frecuentes los atentados contra el soberano. Para evitarlos, el rey Suintila quiso imponer una monarquía hereditaria, pretensión que frustró una sublevación. Aunque la dinastía visigótica se extingue con el rey Rodrigo, que pereció en la batalla de Guadalete, el Códice Albeldense manuscrito mozárabe copiado en el 976- asegura que a éste le suceden los monarcas del reino de Asturias. Sin embargo, el término godo en su origen es mucho más amplio y se refiere al conjunto de tribus escandinavas que se desplazaron por Europa oriental y llegaron hasta el Mar Negro. La lista de los reyes godos es un tópico de la historia de la educación en España. Hace referencia a la lista ordenada cronológicamente de treinta y tres reyes del reino visigodo (siglos V al VIII), planteada como una prueba memorística.1 2 La pedagogía progresista utilizó este ejemplo como una prueba de cómo la pedagogía tradicional reducía los contenidos de la asignatura de Historia a la enumeración acrítica de nombres, datos y fechas;3 negando la utilidad de la memorización pura y dura4 y llegando a su completa ridiculización.5 En la conformación habitual de la lista se obvian discontinuidades y solapamientos. La lista se iniciaba con Ataúlfo6 que fue el primer rey visigodo que tuvo relación con las entonces provincias romanas de Hispania, que estaban siendo objeto de las invasiones germánicas desde el 409, y sobre las que no se estableció de forma más estable el reino visigodo de Toledo hasta el siglo VI, en vez de Atanarico I, considerado el primer rey del pueblo godo hacia el año 300. Y se concluía con Rodrigo, al considerar que había perdido el reino.7 2
  • 3. La siguiente es una lista de los reyes visigodos. Migración de los visigodos Soberano Retrato Reinado • Alarico I 3951 –410 • Ataúlfo Comentarios Atanarico fue considerado por los visigodos como su rey fundador,2 sin embargo, Atanarico fue un juez de los tervingios en la Gutthiuda en una época anterior a la formación de los visigodos tras la Guerra Gótica (376–382) por grupos tervingios, greutungos y otros no godos.3 4 En 395 Alarico se rebeló contra el Imperio romano con grupos tervingios y greutungos y constituyó un nuevo poder visigodo.5 410 – 415 • • • Sigerico Walia Reinó durante una semana en agosto o septiembre de 415 Foedus de 416. Derrotó totalmente a los vándalos silingos y alanos en Hispania. 415 415 – 418 3
  • 4. Reino de Tolosa Soberano Retrato Reinado Teodorico I 418 – 451 Turismundo 451 – 453 Teodorico II 453 – 466 Eurico 466 – 484 Comentarios 484 – 507 Alarico II • Código de Eurico • • Breviario de Alarico Derrota de Vouillé. Intermedio ostrogodo Soberano Retrato Reinado Comentarios 4
  • 5. 507 – 511 Gesaleico • Amalarico 511 – 531 Teudis 531 – 548 Teudiselo • Regencia del rey ostrogodo Teodorico el Grande (511–526) Corte establecida en Narbona, en la Septimania,6 y trasladada a Barcelona en 531.7 548 – 549 Reino de Toledo Soberano Agila I Retrato Reinado 549 – 554 551 – 567 Comentarios • Invasión bizantina en 552 • Rey rival en rebelión 5
  • 6. • Atanagildo contra Agila I (551-554) Se establece la capital en Toledo.8 • • Liuva I Elegido rey por la aristocracia de Septimania tras un interregno de cinco meses.9 Asociado al trono (570573) quedando bajo su control los territorios al sur de los Pirineos, como fórmula de compromiso con la aristocracia visigoda de la península ibérica por la elección de Liuva por la aristocracia al norte de los Pirineos.10 Su hijos Hermenegildo y Recaredo asociados al trono tras la muerte de Liuva en 573.11 12 13 Rebelión de Hermenegildo (580-584) Conquista del reino suevo (585).14 568 – 573 570 - 586 Leovigildo • • • Recaredo I 586 – 601 Liuva II • III Concilio de Toledo 601 – 603 6
  • 7. Witerico 603 – 610 Gundemaro 610 – 612 Sisebuto 612 – 621 Recaredo II 621 • • Suintila 621 – 631 • • Sisenando 631 – 636 Fin de la Provincia de Spania Asoció a su hijo Ricimero al trono en el año 626 Depuesto por la rebelión de Sisenando (631) Rebelión de Iudila (633)15 7
  • 8. Chintila 636 – 639 • • Chindasvinto Realizó purgas en la nobleza que se habían mostrado en contra de su acceso al trono.16 • Tulga Depuesto por Chindasvinto. Asociado al trono (649653) Promulgación del "Liber Iudiciorum" 639 – 642 642 – 653 649 – 672 • Recesvinto Wamba • Paulo (673) 672 – 680 • Ervigio Rebelión de Paulo (673), que segregó la Narbonense y parte de la Tarraconense. Depuesto por una conjuración.17 680 – 687 8
  • 9. • • Asociado al trono desde 695/697 y como corregente (700-702) • Derrotado por los árabes en la Batalla de Guadalete en el año 711. • Égica Rebelión de Suniefredo (692-693)18 Elegido rey en la Narbonense y Tarraconense contra la elección de Rodrigo.19 • Reinó en la Narbonense 687 – 702 700 – 710 Witiza Rodrigo Agila II 710 — 711 710 - 713 Ardón 713 - 720 9
  • 10. La famosa lista de los Reyes Godos A los estudiantes de hoy en día les puede parecer increíble que, no hace demasiados años, a los niños les hicieran aprender en la escuela la siguiente lista completa. Como si no hubiera otra cosa que estudiar en historia... El reino tolosano El reino visigodo-católico Ataúlfo (410-415). Recaredo (586-601). Sigérico (415). Liuva II (601-603). Walia (415-418). Witérico (603-610). Teodorico I (418-451). Gundemaro (610-612). Turismundo (451-453). Sisebuto (612-621). Teodorico II (453-466). Recaredo II (621). Alarico II (484-507). Suínthila (621-631). Sisenando (631-636). El reino arriano español Khíntila (636-639). Gesaleico (507-510). Amalarico, bajo la regencia de Teodorico Tulga (639-642). Khindasvinto, rey único (642-649). (510-526). Amalarico, rey independiente (526-534). Khindasvinto y Recesvinto (649-653). Recesvinto, rey único (653-672). Theudis (534-548). Wamba (672-680). Theudiselo (548-549). Ervigio (680-687). Agila (549-555). Egica, rey único (687-698/700). Atanagildo (555-567). Egica y Witiza (698/700-702). Liuva I (56 7-568). Witiza, rey único (702-710). Liuva I y Leovigildo (568-571/72). Rodrigo (710-711). Leovigildo (571/72-586). (De José Orlandis, La España visigótica Madrid, 1977. 10
  • 11. Los Godos,fundadores de la nacionalidad española “La herencia goda no vino sólo por la herencia física sino por el espíritu que dejaron en nuestras instituciones a través de la Reconquista. Que los godos no formaban sino una minoria en la Hispania postromana no es un secreto. Que una minoría rectora es la que a veces responde por todo un país y hace de el un Estado no debería tener que ser recordado, al menos no en una página nacionalista. Los Godos españoles eran los Visigodos, o Godos Nobles, que habían conquistado España en el Siglo V para perderla en el Siglo VIII, antes de recuperarla a través de esa larga guerra civil que llamamos Reconquista. Los valores Góticos fueron también los que acabada la Reconquista conformaron nuestros Siglos de Oro. Los Godos conformaron dentro de la mitología nacional y social de esos tiempos el mismo papel que la Roma de Augusto tomó para los renacentistas italianos. Para los escritores del tiempo de la Inquisición y la creación del nuevo mundo proveían una continuidad cultural a partir de la que se rediseño España. Eran los descendientes míticos de los Cristianos viejos a partir de los que se había reconquistado la hegemonía de la cultura occidental y cristiana sobre la península. El empleo que se hizo de los antepasados góticos en la genealogía de los reyes cristianos no fue una casualidad ni una fantasia sin sentido. Cuando Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos e hijo del Obispo de Burgos, Pablo de Santa María, invocó la ascendencia germánica de la Monarquía Castellana en Juan II de Castilla tal vez no se ajustaba a la documentación, desaparecida o ilegible desde siglos atrás, sino a la leyenda que es una forma superior de legitimidad histórica.” A lo largo de los siglos V y VI se asentaron en España los godos, un pueblo germánico originario de la Gothia escandinava (Gotaland) que, después de un largo periplo, terminó por conformar su nueva y definitiva patria en nuestra Península. Nos informa San Isidoro de Sevilla en su obra «Historia de los Godos, Suevos y Vándalos» (Historia Gothorum): «Como (los godos) no podían aguantar los 11
  • 12. ultrajes (de los romanos) tomaron las armas furiosamente, invadieron la Tracia, saquearon Italia y alcanzando España, establecieron allí hogar y dominio». Otros pueblos germánicos se establecieron también en España como fue el caso de suevos y vándalos, unas pocas decenas de miles; pero fueron los godos, especialmente la rama de los visigodos o godos tervingios, los que en un número cercano a los 300.000 individuos incidirían esencialmente en el desarrollo de las gentes hispanas. Se trata de una cifra pequeña en relación a la población del conjunto peninsular (unos 5 millones de habitantes), aunque significativa sobre todo por la trascendencia futura del lugar de su asentamiento preferente, la Meseta Central, concretamente las cuencas de los ríos Duero y Tajo, como así ponen de relieve las numerosas necrópolis. En este espacio interior, escasamente poblado, los godos establecieron su hogar, su verdadera tierra de promisión, cambiando la espada por el arado, unas tierras aptas para su deseado cultivo del cereal y también para el desarrollo de la ganadería extensiva, una de sus principales actividades económicas. En varias comarcas de este territorio la proporción entre godos e hispano-romanos era de 2 a 1 a favor de los primeros. Debido, pues, a la reducida población autóctona pudo efectuarse un reparto no problemático de tierras entre ambas comunidades, pasando a establecerse los godos en pequeñas aldeas formadas por viviendas unifamiliares próximas a sus explotaciones agropecuarias. El peculiar modo de instalación de los godos en la Península, mediante pactos y repartimientos con los hispano-romanos, explica que no hubiera invasión, no hubo ni vencedores ni vencidos, sino que godos e hispano-romanos coexistieron con sus diferencias, sin superponerse, hasta que paulatinamente iría verificándose la fusión entre ambos. El pueblo visigodo pasó masivamente desde la Galia a Hispania en grandes carros tirados por bueyes, como así lo atestiguan varios documentos latinos de la época (l), sobre todo, a partir de la batalla de Vouillé (507) en la que los francos auxiliados masivamente por los galo-romanos autóctonos y aliados con los burgundios derrotaron al ejército visigodo, provocando el establecimiento franco en las tierras entre el río Loira y los Pirineos, adjudicadas hacía casi un siglo a los visigodos por el poder imperial romano, y la marcha de éstos hacia el otro lado de las montañas pirenáicas. Así pues, la batalla de Vouillé se convirtió en un hecho de gran trascendencia en nuestra historia ya que terminó por identificar el reino de los godos con la Península. También durante aquel siglo VI llegarían elementos ostrogodos a Hispania con motivo de la regencia de su rey Teodorico el Grande sobre los visigodos (511-526) y, desde luego, también tras la derrota 12
  • 13. de los ostrogodos instalados en Italia a manos del ejército imperial bizantino de Justiniano. En el conjunto de la importante inmigración goda a Hispania, debemos diferenciar, entonces, a la minoría político-militar dirigente, y el contingente popular gótico. Mientras aquélla se acantonaba en las principales ciudades de la Hispania romana (Mérida, Barcelona, Valencia, Sevilla, Córdoba y Toledo, la capital), el otro se instalaba mayoritariamente en el ámbito rural meseteño. La elección por el rey Leovigildo de la ciudad de Toledo como capital del Reino hispanogodo respondía a las necesidades de control sobre el conjunto peninsular (identificado entonces como el recinto territorial de dicho Reino), más fácil desde su centro y en un entorno de numerosa población gótica. La elección de Toledo hacía de la Meseta Central, por primera vez, el centro político y cultural de la Península. Ataúlfo fue el primer jefe visigodo que entró en España y lo hizo en defensa de los intereses romanos, de una Roma que, forzada por los godos, había pactado su asentamiento en el sur de la Galia, de una Roma cada vez más débil, sobre todo, tras su primera expugnación por el victorioso ejército visigodo dirigido por el antecesor de Ataúlfo, Alarico, el año 410. Walia, sobrino y sucesor de Ataulfo, renovó el pacto con Roma el año 418, comprometiéndose a restaurar el orden imperial en Hispania, quebrantado tras las irrupciones de suevos, vándalos y alanos años atrás. El rey Eurico (466-486), durante cuyo reinado tuvieron lugar los primeros establecimientos populares góticos, puede ser considerado el primer gobernante autónomo de Hispania puesto que el año 476 sucumbe definitivamente el Imperio romano de Occidente con la conquista de Roma por el rey de los hérulos, Odoacro. El reino godo se separa definitivamente del tronco del Imperio obteniendo su total independencia y Eurico rompe el pacto que le ligaba con Roma, amplía sus posesiones del sur de la Galia se anexiona la mayor parte de la Península Hispánica, creando así un gran reino occidental galo-hispánico. Pero, tras la citada derrota de Vouillé en la que resultó muerto el rey visigodo, Alarico II, el centro de gravedad geo-político de los visigodos se trasladó definitivamente al lado meridional de los Pirineos, pasando la capital del reino desde Tolouse primero a Barcelona y, finalmente, a Toledo. Tan solo la Septimania, un pequeño territorio alrededor de Narbona, se mantuvo problemáticamente en poder de los visigodos al otro lado de los Pirineos. El rey Leovigildo (565-586) es el verdadero creador del Estado hispano-godo y, por ende, de la nacionalidad hispánica misma: Hispania, reino, entidad política independiente, sucedía a la antigua provincia sujeta al poder de Roma. Primeramente, desde su gobierno de Toledo, a salvo de la amenaza de francos y de bizantinos, intentó 13
  • 14. con éxito someter a la autoridad central la mayor parte del territorio peninsular en un momento crítico de fragmentación políticoterritorial, Así, tras consolidar el poder real, derrotó a los suevos del noroeste incorporando su reino y redujo a cántabros y vascones, alzados contra su autoridad. Leovigildo, el unificador, acuñó un ideal nacionalista que identificaba el Reino de los Godos («Regnum Gothorum») con Hispania, acotando nítidamente las diferencias respecto al Imperio de Bizancio, heredero oriental de Roma. En torno a ese nuevo ideal hispánico debería producirse la aproximación definitiva, la fusión entre godos e hispano-romanos, con lo que derogó la prohibición de matrimonios mixtos establecida por el Emperador Valentiniano. Sin embargo, el mantenimiento de Leovigildo en su fe arriana (religión nacional de los godos) y el intento de imponerla a sus súbditos hispano-romanos de religión católica, impedía la constitución de ese pueblo verdaderamente unificado. Sería su hijo, Recaredo (586-601), quien al convertirse al catolicismo, y con él, oficialmente, todos los godos, pondría las bases de una comunidad político-religiosa nacional diferenciada, una nueva sociedad, en definitiva. El III Concilio de Toledo (589), en el que tiene lugar la conversión pública de Recaredo, puede considerarse el punto de partida de nuestra nacionalidad en torno a un monarca, a un poder político ejercido sobre una sociedad que avanzaba firmemente hacia su plena integración desde sus dos elementos conformadores, el latino y el germánico. A diferencia de lo que sucedió en Italia o en el Norte de Africa donde ostrogodos y vándalos respectivamente constituyeron una minoría extraña y hostil, en España se produjó una fusión generalizada entre godos e hispano-romanos, y sobre esta unidad se pudo alzar un Estado independiente y conformarse la nacionalidad hispánica. Durante el siglo VII se iría consolidando la nacionalidad común de los denominados ya como “hispano-godos”, poseedores de una religión común, gobernados por un mismo monarca, e incorporados plenamente a la Administración los antiguos hispanoromanos. Suintila (621-631) expulsa definitivamente a los bizantinos enquistados en el sur peninsular y consigue la unificación de todo el territorio de la antigua Hispania romana, incorporando Ceuta como cabeza de puente hacia la Mauritania africana, además de llave del Estrecho. La labor legislativa de los reyes Chindasvinto (642-653) y Recesvinto (653-672) refrendada en los Concilios toledanos, culmina con la promulgación del Liber Iudiciorum (Libro de los Juicios o Fuero Juzgo), compilado por este último rey, convirtiéndose en el único texto legal válido ante los tribunales del reino, un texto que incorpora la herencia jurídica romana a la costumbre germánica hasta el punto de ser aquélla claramente predominante. 14
  • 15. San Isidoro de Sevilla, arzobispo de dicha ciudad, hijo de padre hispano-romano y de madre goda, es la figura señera de la naciente cultura hispano-goda. Será él quien mejor sabrá interpretar el nuevo tiempo, la nueva realidad nacional hispánica a lo largo de la primera mitad del siglo VII. Autor de una obra enciclopédica en lengua latina, Las Etimologías. el denominado «Doctor de las Españas» en su Historia Gothorum elevará a España a la categoría de Primera Nación de Occidente. Así, en el Laudes Hispaniae, el sabio Doctor dedica a su patria una célebre alabanza encomiástica: De cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos. Con razón se te puede llamar reina de las provincias, pues iluminas no sólo el Oceano sino también el Oriente. Tú, honor y ornato del mundo, la más ilustre porción de la tierra donde florece y recrea la gloriosa fecundidad del pueblo godo”. La Gens Gothorum, el pueblo godo, como el elemento diferenciador que da personalidad política a la antigua provincia romana, es, para San Isidoro, el primero de los pueblos de Europa pues tal fue la grandeza de su habilidad guerrera y notables las proezas de sus famosas victorias que aun Roma, la conquistadora de todas las naciones, se le sometió al yugo y cedió ante sus triunfos, y la dueña de todos los pueblos se les hizo su sierva (Historia Gothorum). En ese mismo texto describe a los godos como gente de naturaleza pronta y activa, que confía en la fuerza de la conciencia; de tez blanca, tienen el cuerpo potente y son altos de estatura. Todas estas palabras de San Isidoro, escritas hacia el año 630, alcanzada plenamente la unidad nacional-territorial, suponen el primer texto de un protonacionalismo ideológico en el seno de la cultura occidental. El nuevo ideal nacional que reflejan los textos del sabio sevillano se verifica en un territorio, la Península Hispánica, en un pueblo concreto, determinante de aquel ideal, los Godos, hasta identificar, de este modo, Tierra y Pueblo como la Patria común y diferenciada de todos, España. Y España, en el Occidente, se opone a Bizancio, en el Oriente, sucesor del Imperio romano, un poder imperial bizantino considerado y sentido ya como algo extraño, ajeno, un poder invasor al que expulsar de sus amenazantes acuartelamientos en la franja sur peninsular. En aquel tiempo se hablaba de Toledo y Bizancio como los centros de dos polos de poder y civilización. Mientras en España con Toledo, su capital, se produce la fecunda fusión de un joven y dinámico pueblo germánico, los godos, con el civilizado conjunto de las gentes hispano- romanas, fusión que supone el embrión de la nueva cultura occidental, en Bizancio se amalgama la cultura euroasiática, sirio-helenística, de matiz oriental, que engendrará la civilización ortodoxa y las otras religiones cristiano-orientales. 15
  • 16. El reino hispano-godo derrota y expulsa a los bizantinos de todos los antiguos territorios del Imperio de Occidente, territorio donde se está generando una nueva interpretación y apreciación del mundo, la Civilización Occidental, resultado fundamental de la fusión de los pueblos germánicos (godos, francos, anglo-sajones) con los pobladores de los territorios del Imperio romano de Occidente (hispanos, galos, britanos, ). San Isidoro canta en alabanza a la Nación a la que pertenece, España, como una realidad ya inequívoca y distinta del Imperio romano así como del reino de los francos o de los mauritanos del Norte de Africa, destacando la decisiva acción del pueblo godo en la formación de la nueva patria; la conciencia isidoriana es expresión ya de un sentimiento nacional hispánico. La Monarquía gótica como estructura de poder desplegará una organización política peculiar que hará posible esa nacionalidad distintiva (y, sobre todo, su proyección futura), una organización que tiene en el monarca su cabeza. El rey de los godos, de limpio linaje, máximo jefe político-militar, resulta de la celebración de una asamblea de electores, destacados miembros de la comunidad, que lo elijen “armas in sonandibus” tras la muerte del rey anterior. El rey (Thiudans), jefe popular electo, que, según la tradición germánica, no crea derecho, pues éste ya existe, es de carácter consuetudinario, lo produce la propia comunidad; como protector del reino, tiene el difícil encargo de hacer cumplir ese «derecho de la comunidad». Prevalece, pues, la costumbre a la ley escrita, pues aquélla es producto social que facilita la convivencia colectiva regulando oportunamente las relaciones sociales y resolviendo puntualmente los conflictos, en virtud del precedente judicial (gran relevancia de los jueces, principales intérpretes del derecho popular). La Ley, concepto romano, privilegia al que la impone amenazando así la libertad e igualdad esencial de todos los miembros de la comunidad. La coexistencia de godos y romanos en el Reino de Toledo supondrá la progresiva romanización de sus estructuras jurídico-políticas, aunque nunca desaparecerán las costumbres germánicas, sobre todo, en las comunidades rurales góticas alejadas de la Corte toledana, costumbres jurídicas que reaparecerán con fuerza en los primeros siglos de la Reconquista, sobre todo en Castilla, recogidas en los fueros territoriales. Existió un Estado hispano-godo dirigido por el rey y organizado por una serie de instituciones que sostenían la unidad política. El Aula Regia o Senado visigodo, es el órgano que colabora con el monarca, asesorándole en su labor de dirección político-militar, en su actividad legislativa y en la administración de justicia. El núcleo fundamental del Aula Regia lo componen los miembros del Oficio Palatino que agrupa a los nobles de la Corte, siempre de estirpe goda: condes, jefes de los «espatarios» o guardia del rey, de las caballerizas, etc. 16
  • 17. En definitiva, el Aula Regia reúne a los altos funcionarios del Ejército y la Administración hispano-godos. Especial consideración merecen los Concilios de Toledo, precedente histórico de las futuras Cortes medievales, que aconsejaban en cuestiones militares, judiciales y eclesiásticas. Estos Concilios supondrán la expresión fundamental de la colaboración entre la Iglesia y el Estado, una Iglesia que era el recipiente principal, y mantenedor entonces, de la cultura y los saberes. En este sentido resultó muy influyente la doctrina jurídica de San Isidoro que establecía la sumisión de la potestad civil a las leyes o normas de la comunidad, en contra de la tradición cesarista del derecho romano y de la práctica oligárquica bizantina. Los Concilios de Toledo son, entonces, el punto de confluencia entre la potestad del Estado y la autoridad moral e intelectual de la Iglesia, de modo que los reyes godos solicitaban de los Concilios su asistencia y apoyo en el gobierno del Estado y en las tareas legislativas, e incluso enviaban a los magnates del Aula Regia a las reuniones de los mismos. Existía, pues, una relativa intervención de estos organismos en el ejercicio del poder aunque éste residía fundamentalmente en el rey, jefe electo, que detentaba un enorme poder, causa de las sangrientas disputas que se desataban en el momento de la sucesión entre las distintas facciones y clientelas nobiliarias. El rey, que debía ser de estirpe gótica y caracterizado por sus buenas costumbres, era el jefe supremo de la comunidad y representación personal del Estado. Es él quien dirige las relaciones con otros países declarando la paz o la guerra. Es el jefe de la Administración del Estado, ostenta la potestad legislativa, y es el juez supremo con jurisdicción sobre todos los súbditos, correspondiéndole también la convocatoria de los Concilios de Toledo. El Reino («regnum, patria»), al frente del cual estaba el rey, lo integran el pueblo (godos y romanos: los hispano godos) y el territorio de la Península y zonas adyacentes. El Estado visigodo tenía por finalidad procurar el bien común, la defensa del territorio contra los enemigos del interior y del exterior, y la aplicación del derecho mediante la actividad legislativa y judicial. El Estado visigodo no tuvo el carácter de Estado patrimonial, ni la comunidad hispano-goda se fundamentó en relaciones jurídico-privadas, se ordenó para fines de índole pública. La ciudad de Toledo, capital del Estado godo-hispánico, suponía la concreción de un centro general de imputaciones, sede de la Corte del monarca, cabeza metropolitana de la Iglesia hispana y sede de los Concilios, residencia de los magnates rectores del reino y capital cultural. Toledo será el referente de la unidad hispánica cuando ésta se derrumbe tras la invasión islámica. El año 711 y tras tres décadas de crisis general motivada por las terribles luchas partidistas para 17
  • 18. apoderarse del trono, el reino hispano-godo se extinguiría definitivamente cuando aquella unificación nacional peninsular era todavía incipiente y corría serios riesgos de una progresiva feudalización. Los árabes y bereberes, unidos en la nueva fe mahometana, derrotarán al ejército hispano-godo en las cercanías de Jerez de la Frontera. Sería decisivo en el fatal desenlace el apoyo recibido por los musulmanes por parte de los judios y de una facción nobiliaria, la de los witizanos, es decir, los partidarios de la familia del recientemente fallecido rey Witiza, opuestos al rey Rodrigo, y que incluso recabaron la presencia de los mahometanos en la Península como sus aliados. El gobernador árabe de Africa del Norte al servicio del Califato de Damasco, Musa ibn Nusair, respondió a la demanda de los witizanos enviando a su lugarteniente, el jefe bereber Tarik ibn Ziyad, que cruzó el estrecho de Gibraltar en el 711 al mando de un ejército de bereberes recientemente islamizados. Rodrigo fue derrotado y muerto en la batalla que con estos tuvo lugar, probablemente, a orillas del río Guadalete. Al año siguiente, en el 712, el propio Musa desembarcó con tropas de refuerzo, La intervención de los musulmanes, en un principio como apoyo a la facción witizana, se estaba convirtiendo en un proyecto de conquista a gran escala, aprovechando la impotencia de los jefes visigodos, agotados en una guerra civil sin sentido. Destrozados en la batalla el ejército y el Estado hispano-godos, los musulmanes ocuparían la casi totalidad del reino en un periodo de siete años (con la importante colaboración de los judíos residentes en las ciudades hispanas que abrieron las puertas de muchas de ellas), arrasando, en unos casos, o pactando, en otros, con los opositores. Algunos nobles visigodos, no aceptando el dominio musulmán buscaron refugio en la montañas del norte peninsular. Los montes cantábricos y pirenáicos quedarían libres del efectivo dominio musulmán y en ellos se formarían prontamente dos reinos, Asturias y Navarra, resultado del pacto alcanzado entre las gentes autóctonas y los refugiados godos. La realeza astur-leonesa, la aragonesa y también los Condes de Barcelona, reivindicarán su estirpe gótica como factor de legitimación histórica de los nuevos poderes resultantes de la articulación territorial de la resistencia hispánica frente al invasor islámico. Entramos aquí en otro periodo histórico, sucesivo de la Monarquía gótica, la Reconquista, denominado así por la pretensión de los nuevos poderes autóctonos de recuperar el territorio peninsular ocupado por los árabes (Pérdida de España), a los que en todo momento se les consideró extraños usurpadores, invasores de unas tierras que detentan ilegítimamente, po-seedores de una religión y una cultura contrarias, africanos para los que Hispania (al-Andalus) 18
  • 19. era un territorio colonial, susceptible de ser explotado en su beneficio a base de fuertes tributos, un botín en definitiva. La gran herencia hispano-goda permitió restaurar en España, por medio de la acción resistente articulada político-militarmente en el norte peninsular, la civilización occidental de raíz grecolatina, cristiana y germánica, superando así el tremendo y prolongado impacto de la dominación islámico oriental, a diferencia de lo que sucedió en el Norte de Africa que, integrado en el ámbito occidental antes de la invasión de los árabes, permanecería ya definitivamente islamizada y arabizada. El rey Alfonso I de Asturias (739-759) y verdadero creador del nuevo reino, hijo de Pedro, duque de Cantabria, del linaje de Recaredo, realizó una importante incursión en las tierras de la cuenca del Duero sometidas entonces a los mahometanos, situadas al otro lado de la Cordillera Cantábrica, bastión natural del reino astur. En aquella incursión, y tras golpear duramente a los ocupantes islámicos allí establecidos tras la invasión, trasladó a la gran mayoría de los pobladores hispano-godos del norte de la Meseta hacia el otro lado de las montañas, instalándolos con una motivación claramente política en los valles cantábricos que se extienden desde las rías altas gallegas hasta el río Nervión, hecho que recoge destacadamente la Crónica de Alfonso III (2). La fusión de estas gentes del Duero de estirpe gótica y de lengua latina con los habitantes autóctonos de aquellos valles (cántabros principalmente) conformaría finalmente un nuevo pueblo, los castellanos, que, dirigidos por sus caudillos y reyes, protagonizarían ese periodo histórico fundamental para la adecuada comprensión de la cultura e identidad hispánicas: la Reconquista y la consiguiente Repoblación, un verdadero «empuje hacia el sur» que terminaría con la toma de Granada en 1492. Sólo aquellos hispano-godos refugiados en territorio cántabro-astur (nobles, clérigos, campesinos) poseerán la conciencia de una «Hispania por restaurar», conciencia de la que carecerían casi por completo los pueblos autóctonos de aquellos valles norteños, en los enfrentados al poder central toledano. Por lo tanto corresponde a aquel aluvión de refugiados la creación de un poder político nuevo, el reino astur-leonés (y posteriormente, a partir del siglo XI, su heredero: Castilla-León) guiado por un objetivo de recuperación de las tierras de Hispania, situadas al otro lado de la Cordillera Cantábrica, y que constituían su originario solar patrio. (3) Estos sucesos coadyuvarán decisivamente en la “gotización” y , por ende, “hispanización” del reino astur-leonés como principal poder autóctono, opuesto al emirato y posterior califato islámico con sede en Córdoba. Alfonso II el Casto (791-842) reinstauraría en Oviedo el “Orden de los Godos” existente en Toledo, tanto en el Palacio como en la Iglesia, como así nos informa la Crónica Albeldense, primera de 19
  • 20. una serie de crónicas latinas, conformadoras de una verdadera historiografía medieval nacional (4). La sistemática y consciente repoblación de la cuenca del Duero supuso la creación de una nueva realidad social, política y cultural, una nueva realidad étnica , el pueblo castellano, los que habitan en el país de los castillos (en referencia a las abundantes torres defensivas construidas en la frontera oriental del reino de Asturias), resultado final de la profunda amalgama racial sustanciada en los valles cantábricos a lo largo de la segunda mitad del siglo VIII y primera mitad del siglo IX. Ya no habrá más tribus de astures, cántabros, autrigones, várdulos o vascones, ya no se hablará de godos o romanos; desde ahora, producto de una completa etnogénesis, se hablará de los “castellanos”, del Reino de Castilla y León, sucesor histórico del Reino cántabro-astur de los primeros tiempos de la Reconquista. Los castellanos, principales herederos de los godos y base fundamental de la raza y cultura hispanas, dirigirán con firmeza ese «empuje hacia el sur», capitaneados por sus jefes, reyes, magnates e infanzones. (5) El denominado neo-goticismo astur-leonés, restaurador del unitarismo godo, diseñado en la Corte de los reyes asturianos y leoneses y heredado por Castilla al constituir su primer rey, Femando el Grande (1035-1065), el Reino de Castilla y León, consistía en un relevante programa político-militar destinado a imprimir una coherencia definitiva al proceso reconquistador y a legitimar al rey de Castilla como histórico sucesor del rey de los godos, el máximo jefe político de aquella Hispania unida por la conciencia nacional goda, invadida por los árabes y que ahora se pretende restaurar 6. Esto es lo que los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, ambos de la dinastía castellana de los Trastámara, y tras la unión de Aragón a Castilla alcanzada el año 1474 como consecuencia de su matrimonio, consiguieron cuando el 2 de enero de 1492 entraban victoriosos en Granada, alzando los estandartes simbólicos recibidos de sus antepasados, cumpliendo, en fin, el programa político inspirador de la Reconquista. Dice la Crónica de Alfonso III respecto de la batalla de Covadonga (722), punto de partida de dicha Reconquista: «Por esta montaña será salvada España y restaurado el ejército de los godos»; eso es lo que acabará significando la arriesgada emboscada de Don Pelayo, primer jefe rebelde, antiguo espatario del rey Rodrigo. No son los Reyes Católicos los fundadores de la unidad nacional sino sus restauradores, aunque la unidad hispánica plena se conseguiría por Felipe II, y solo temporalmente, en 1580 al incorporar Portugal a su reino. Se equivocan, de modo interesado o ignorante, los políticos separatistas y sus clientelas cuando afirman que «sus pueblos» preexisten como «verdaderas naciones» a la «forzada» unificación de 20
  • 21. Isabel y Fernando finado el siglo XV. Para estos políticos, en su tergiversación histórica, dicha unidad fue un acto artificioso, ilegítimo e imperialista, destructor de esas «auténticas nacionalidades», o sea, Euskalerría o Cataluña que, dicho sea de paso, jamás existieron históricamente como entidades políticas unitarias e independientes. España, como nacionalidad distintiva es muy anterior a ese siglo XV, debiéndonos remontar, como hemos comprobado, hasta la segunda mitad del siglo VI, obra principal de un pueblo germánico de primer orden, los godos, que como torrente, generoso y vivificador, vino a confundirse absolutamente en el anchuroso río de lo español hasta el punto de desaparecer como tal pueblo. Pero ellos también somos nosotros, los españoles. Permanecen en nuestros genes, en nuestros hábitos, en nuestra cultura (7). Ellos, los godos de España, fundaron nuestra nacionalidad cuando se iniciaba la Edad Media. Ramón Peralta NOTAS: I- La Crónica Cesaraugustana del año 497 recoge el dato de la importante inmigración de grupos de godos a Hispania. Pero la llegada masiva de los godos a la península tiene lugar tras la batalla de Vouillé, prolongándose dicha entrada durante toda la primera mitad del siglo VI. 2- “Por él (Alfonso l) fue contenida siempre la audacia de los enemigos (los musulmanes). Con su hermano Fruela, muchas veces, conduciendo el ejército, tomó combatiendo muchas ciudades (…), matando con la espada a todos los árabes y conduciendo a los cristianos (los hispano-godos de la cuenca del Duero) consigo a la patria. En aquel tiempo (segunda mitad del siglo VIII) se poblaron las Asturias, las Primorias, Liébana, Transmiera, Sopuerta, Carranza, las Bardulias (que ahora llaman Castilla) y la región marítima (las rías altas gallegas)”. 3- Debemos destacar que el periodo histórico medieval que discurre entre los años 722 y 1492 adquiere su unidad a partir de la consideración central del proceso político-militar-cultural que supone la recuperación de las tierras ocupadas por el invasor musulmán, recuperación territorial progresiva (Submeseta norte, Valle del Ebro, Submeseta sur, Levante, Depresión bética y sudeste peninsular) acompañada de la repoblación de los tierras reconquistadas, es decir, la instalación en ellas de colonos (campesinos soldados) tras el previo desalojo, en la mayoría de los casos, del habitante islámico. Este proceso de reconquista y repoblación confiere una determinante homogeneidad a la sociedad que de este modo va conformándose, homogeneidad que sin duda alguna posibilitará la constitución de la 21
  • 22. moderna Nación Española, a fines del siglo XV, a partir de una comunidad de raza, de cultura, religión y costumbres. 4- Podemos destacar, junto a la Albeldense del siglo IX, la Crónica de Alfonso III o “Chronica Visigothorum”, la “Crónica Seminense”, el “Chronicum Mundi” de Lucas de Tuy, la “Historia Gothica” de Rodrigo Jiménez de Rada o la “Estoria General” del rey Alfonso X el Sabio, redactada ya en lengua castellana. Todas ellas continúan de algún modo la tradición historiográfica isidoriana, componiendo, en conjunto, la más brillante historiografía medieval europea. En todas ellas se describe una Historia de España que surge como comunidad política autónoma con los visigodos españoles. Destruido el reino hispano-godo, estas Crónicas, recogiendo primeramente el relato de San Isidoro de su Historia Gothorum, revelan la legitimidad del reino astur-leonés y de su sucesor, el reino de Castilla y León, en la restauración total del dominio sobre las tierras de España como verdaderos y legítimos herederos de los godos. 5- Justo Pérez de Urbel, en su magnífica obra EI Condado de Castilla destaca el hecho de que las personalidades rectoras de la Castilla emergente son de estirpe goda, poseedores de sonoros nombres germánicos: el Conde Rodrigo, primer conde de Castilla; Fernán González, primer conde independiente tras aglutinar en un solo y gran condado a los distintos condados del territorio oriental del Reino de León; Rodrigo Díaz, el infanzón de Vivar, gran guerrero y protagonista indiscutido de la poesía épica castellana, origen de la literatura española. Esta élite político-militar gótica, procedente genealógicamente de destacados refugiados en los valles de Cantabria, protagonizará la formación del Condado de Castilla y lo dirigirá victoriosamente en su enconado enfrentamiento con las poderosas huestes árabe-islámicas organizadas por el Emirato y posterior Califato cordobés. 6- Sobre la legitimidad del Reino de Castilla como heredero de la Monarquía Gótica, la historiografía castellana del siglo XV insiste en poner de relieve esa herencia política de los godos recibida naturalmente por Castilla. De este modo, al rey de Castilla es a quien pertenece el título de Rey de España, pues los reyes castellanos son los herederos directos de los reyes godos, y su misión será restaurar España en su antigua unidad peninsular. Este es el argumento central de la Compendiosa Historia Hispánica de Rodrigo Sánchez de Arévalo, auténtico colofón que culmina la historiografia anterior citada. 7- La herencia de los godos, además de la biológica, se manifiesta en multitud de facetas de la vida política y cultural hispana de la Edad Media, especialmente en Castilla. Efectivamente, la lengua, el derecho, el orden socio-político castellanos poseen una impronta germánica distintiva portada por la numerosa población gótica que participó en su formación. Para este particular resulta muy 22
  • 23. conveniente consultar autores como Claudio Sánchez Albornoz, Eduardo de Hinojosa o Ramón Menéndez Pidal. http://hispaniagothorum.wordpress.com/godos/los-godosfundadores-de-la-nacionalidad-espanola/ 23