Te recomiendo dediques un poco de tiempo a meditar el contenido que te ayudará a vivir con más profundidad el Misterio de la encarnación del Hijo de Dios
2. Estamos aún en ambiente
de Navidad y en este
segundo domingo
después de Navidad se
pone a nuestra
consideración el comienzo
del cuarto evangelio, el de
san Juan.
Hoy san Juan nos habla
del nacimiento de
Jesús; pero de forma
diferente.
3. No cuenta los hechos
según la historia: no
hay niño ni madre, ni
pastores ni cántico de
ángeles; pero sí habla
de luz que ilumina las
tinieblas y de gloria de
Dios que podemos
contemplar, y sobre
todo de la Palabra, que
se hace carne, de Dios
que pone su tienda
entre nosotros, del
Señor que es aceptado
por unos y rechazado
por otros.
4. Es lo que se llama una
historia en plan
teológico. Veamos cómo
san Juan evangelista
introduce su evangelio
hablándonos de la
procedencia de Jesús y
de la realidad de Dios
que se hace uno como
nosotros para salvarnos.
Dice así:
Juan 1, 1-18
5. En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio
de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha
hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por
Dios, que se llamaba Juan: Este venía como testigo, para dar testimonio de
la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de
la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al
mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el
mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a
cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su
nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal ni de amor
humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: Éste es de quien dije: “El que
viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo”. Pues
de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se
dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el
seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
6. San Juan
comienza desde
el misterio de
Dios y cómo
desde siempre
existía la
“Palabra”. Este
vocablo
“palabra” o
“verbo”
recuerda a la
“Sabiduría”, de
la cual habla ya
el Antiguo
Testamento,
“que jugaba con
Dios”.
7. Uno de estos
pasajes del
Antiguo
Testamento
en que se
habla de la
sabiduría
leemos hoy
en la 1ª
lectura.
Ecl 24, 1-2. 8-12
8. La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de
su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se
gloría delante de sus Potestades. En medio de su
pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación
plena de los santos; recibirá alabanzas de la
muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los
benditos. El Creador del universo me ordenó, el Creador
estableció mi morada: Habita en Jacob, sea Israel tu
heredad. Desde el principio, antes de los siglos, me
creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su
presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la
ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén
reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la
congregación plena de los santos.
9. ¡Qué difícil es expresar
con palabras materiales
el misterio de Dios y lo
que es espíritu! Para que
comprendamos un poco,
podemos distinguir entre
el pensamiento y su
expresión, entre una
palabra cuando la
pensamos y cuando la
pronunciamos. Esta es la
semejanza que hoy usa
el evangelio.
10. Esta “Palabra”, que es Dios mismo, estaba desde
siempre en Dios; pero un día fue pronunciada, y lo
importantísimo para nosotros es que esa “Palabra”, que
es Dios mismo, vino a nosotros y se hizo de nuestra
propia naturaleza, “se hizo carne”.
11. Comienza el evangelio diciendo: “En el principio ya
existía la Palabra”. El texto empieza igual que el primer
libro de la Biblia cuando narra la creación: "En el
principio..." Ya al principio, antes que todo, está la
Palabra, el proyecto de comunicación plena de Dios con
los hombres.
El evangelista
señala por
cuatro veces la
preexistencia y
divinidad de
esta Palabra.
Pretende dejar
muy claro que
es Dios mismo
quien se hará
hombre.
12. “En el principio” es una
expresión bíblica que
indica algo absoluto,
antes de la creación,
cuando no había más que
la eternidad de Dios. Por
tanto, si en el "principio,"
en la creación de las
cosas, pues todas van a
ser creadas por el Verbo
o la Palabra, ésta existía
ya, es que no sólo es
anterior a ellas, sino que
es eterna. Por eso es la
expresión: “existía”, que
no es pasado ni presente.
13. Con lo cual indica que Dios tiene un Hijo eterno.
Si no se distinguiese personalmente este Palabra del
Padre, se seguiría que el Padre se hubiera encarnado, lo
cual fue una cierta herejía. Pero “la Palabra era Dios.”
Algo muy importante
que expresa el
evangelio es la
distinción entre la
Palabra y el Padre. “La
Palabra estaba junto a
Dios”. En el original
griego Dios tiene
artículo, que indica una
persona, a diferencia
de cuando no lo tiene
que indica la divinidad
sin más.
14. Y pasa el evangelio a exponer la primera relación de la
Palabra con el mundo: toda la obra creadora fue hecha
por medio de la Palabra. Si todo fue creado por la
Palabra, se trata de una creación “de la nada”, pues lo
contrario supondría una materia caótica, creada o
existente al margen de la Palabra.
Jesús mismo
dirá que fue
amado por el
Padre antes
de la
creación del
mundo (Jn
17:24).
15. Y para resaltar más la
divinidad de la Palabra,
señala para Ella las
cualidades de vida y luz
que son cualidades de
Dios, aunque para ser
trasmitidas a los hombres.
Estos dos conceptos de
vida y de luz andan muy
unidos y están íntimamente
entrelazados en la
Escritura. La luz conduce a
la vida. Con esta luz se vive
la vida verdadera. De esa
misma manera se expresa
san Juan en su primera
epístola (1 Jn 1:5-11; 2:8ss)
16. La vida que tiene la Palabra va a ser luz para los seres
humanos. De suyo toda la obra de la creación era luz
para que los hombres pudiesen venir en conocimiento
de Dios y de la vida moral. Pero no sólo era luz para
conocerle teóricamente, sino para conocerle y vivir esa
luz: para vivir la vida religiosa-moral. Por eso, esa luz
que les viene y conduce a la Palabra, era ya vida para
los seres humanos. Esta luz pedimos para nosotros.
23. Aquí sólo lo expone, luego
lo expresará más y todo el
evangelio de san Juan
será un desarrollo de este
conflicto que terminará en
la muerte de Jesús,
aunque luego tiene que
triunfar la luz. Las
tinieblas se irán formando
por el mal uso de la
libertad humana. En el
evangelio de san Juan el
mal siempre busca las
tinieblas.
Pero comienza el conflicto entre la luz y las
tinieblas.
24. La Palabra hasta ahora no
había ofrecido a los
hombres más que una
cierta participación de su
luz; ahora va a darla con el
gran esplendor de su
encarnación. Para esto
aparece la figura de Juan el
Bautista. El Evangelista,
que había sido discípulo del
Bautista parece que se
siente contento al hablar de
su primer maestro.
25. Juan Bautista no viene
por su propio
impulso: ”Es enviado
por Dios”. Tiene una
misión oficial. Viene a
ser testigo presencial.
Viene a testificar a la
Luz, que se va a
encarnar, para que
todos puedan creer por
medio de él.
26. Pero el Evangelista acentúa
una realidad: Juan no era la
Luz, sino que venía a
testificar a la Luz. Aclara
que la Luz, que va a
encarnarse, es muy
superior a la que puede
tener el Precursor. Suelen
decir los comentaristas que
el afirmar la superioridad de
Jesús se debía a que aún
había discípulos de Juan
que atribuían a su maestro
un rango superior al de
Jesús, a quien por ello le
rebajaban.
27. Para el Evangelista la primera razón de la superioridad de
Jesús es su preexistencia. Juan pertenece al nosotros, a
los creyentes que descubren en Jesús la Palabra
preexistente. La segunda razón es la plenitud de riqueza
divina de vida que Jesús posee y que transmite a los
creyentes en él, designados de nuevo como nosotros,
entre los que se cuenta el propio testigo Juan Bautista.
28. Esto aparece en la última parte del evangelio de hoy.
Recuerda cómo el mismo Bautista había dado testimonio
de Jesús, como muy superior a él que le anunciaba.
La tercera
razón es la
superación
de un
sistema
de ley
por otro
de gracia
y verdad.
29. Jesús viene a decirnos que
el Dios creador es
"anterior" al Dios de la ley;
que Dios es Dios de vida,
no de ley. Por eso, a partir
de este Dios-Vida de
Jesús, el criterio por el que
debemos distinguir lo
bueno de lo malo no es el
hecho de estar de acuerdo
con la ley o en contra de
ella, sino el hecho de estar
en favor de la vida o en su
contra.
30. Sigue en el evangelio
el conflicto entre la
Palabra y el mundo.
Se considera
“mundo”, varias
veces en los escritos
de san Juan, las
fuerzas del mal o del
pecado que hay entre
nosotros.
Precisamente lo
único que no podía
tener la Palabra era el
pecado. Por eso era
la luz que brilla en
medio de las
tinieblas.
31. Y lo terrible, pero
grandioso, es que
nos deja en total
libertad para
aceptarle o no
aceptarle. El
evangelista dice
que “vino a los
suyos, pero los
suyos no le
recibieron”.
32. La casi totalidad de
los Padres antiguos
y la mayoría de los
comentaristas
modernos
interpretan esta
expresión referida a
Israel, pueblo
especialmente
elegido de Dios y por
título especialísimo
suyo.
33. Vino la Luz a Israel
con su Ley, con sus
profetas, con sus
enseñanzas; le
anunciaron un
Mesías y fueron
rebeldes a esta Luz
de Dios, de la
Palabra. El pueblo le
esperaba, y cuando
llegó a ellos, Israel
no le conoció, no lo
recibió, y ¡crucificó!
al Mesías.
34. Frente a este panorama de los que no quieren recibir la
Luz, el evangelio describe, por contraste, la ventaja
incomparable que se sigue a los seres humanos que se
dejan iluminar por esta Luz de Dios.
35. Alegrémonos
porque, si le
recibimos, nos da
su gracia y nos
hace hijos de
Dios. Jesús es
Dios que sale al
encuentro del ser
humano, para que
nosotros
podamos ir a su
encuentro.
36. Recibirle es creer en
su nombre. Nombre,
según el modo
semita, es la persona.
"El que cree a
alguien, recibe su
testimonio; pero el
que cree en alguien
se entrega totalmente
a él." En el
vocabulario de Juan
evangelista, "creer en
El" es entregársele
plenamente.
37. A estos que así "creen,"
que así se entregan a la
Palabra, se les da un gran
don: el poder ser hijos de
Dios. Este poder es en el
sentido de que Dios
concedió al hombre el
don de poder ser hijo
suyo, sin acusarse en ello
un motivo especial de
concurrencia, por parte
del hombre, a esta
obra. Simplemente hay
que nacer de Dios.
38. Este "nacimiento" se logra por la fe y se comienza por el
“agua y el Espíritu Santo”, que significa por el bautismo.
Por él el hombre es "regenerado" por la gracia. Por ella
participa de la naturaleza divina, y así se hace en verdad,
aunque por adopción, hijo de Dios (1 Jn 3:1.9).
39. que nos toca también a nosotros, si le cerramos la puerta
de nuestro corazón. A veces somos demasiado orgullosos
para ver a Dios: No queremos recibir a Aquel que viene a su
propiedad, porque tendríamos que transformarnos de
modo que sea Él el verdadero dueño de nuestro ser.
En el recibir o
no recibir a
Jesús, a veces
pensamos en
la posada y las
casas de
Belén; pero
tiene un
sentido más
profundo y
más amplio,
40. A veces se traduce: “se hizo hombre”. Y está bien,
porque en nuestra lengua la carne es sólo una parte del
ser humano; pero en la lengua hebrea no era así, sino que
“carne” era la expresión de toda la verdadera naturaleza
humana; sobre todo en el sentido de debilidad.
Llega la
expresión
central de
este
evangelio:
“La Palabra
se hizo
carne”.
41. "Carne," en el
lenguaje bíblico, no
es carne sin vida,
sino que es el ser
humano todo entero,
pero acusando el
aspecto de su
debilidad, de su
humildad inherente
a su condición de
criatura.
Se hizo carne. No dice cuerpo, probablemente porque no
implica vida; ni hombre, para indicar mejor el contraste
que se propuso expresar entre la grandeza del Verbo y el
nuevo estado que va a tomar.
42. El lugar donde Dios habita en medio de los hombres es
un hombre de carne y hueso. Una existencia humana es
ahora el resplandor de Dios, su gloria. Ha desaparecido la
distancia entre Dios y el hombre. La plenitud personal de
Dios es Jesús, una plenitud de amor incondicional.
"La Palabra se hizo
carne". No se
refiere al momento
de la Encarnación.
Es la existencia
toda de Jesús la
que queda
abarcada. El
proyecto divino
realizado es una
existencia humana
visible y palpable.
43. “Y la Palabra se hizo carne”. No es un sueño fantástico
del evangelista. Es una realidad sensible y tangible, cuyo
nombre es Jesús de Nazaret. Con él ha convivido Juan y
esta experiencia ha engendrado en él la certeza de la que
da testimonio.
Dios se hizo
en verdad
un ser
humano
con todas
sus
debilidades.
44. Quizá el evangelista,
cuando decía estas
expresiones, estaba
pensando en algunos
herejes que decían que
Jesús, Palabra de Dios,
era sólo una
apariencia, una sombra
o un fantasma. Pero
nos dice que Jesús,
que es Dios, es un ser
humano verdadero.
Todos le pueden ver y
tocar.
45. Con esta
declaración el
evangelista
afirma que Dios
no es como
muchos creían
un Dios lejano,
al que no se le
podía llegar,
sino que está
tan cerca que ha
venido a habitar
entre nosotros.
Este venir a habitar lo describe de una manera
gráfica diciendo: “Y acampó entre nosotros”.
46. Acampar no es lo mismo que instalarse, residir o
asentarse, sino es vivir nuestra propia vida de
“peregrinos hacia la casa de Dios”, es vivir nuestra
misma pobreza y debilidad. El que acampa no se
protege con puertas blindadas ni con alarmas; su única
defensa consiste en confiar en que su misma debilidad
y pobreza le defenderán de cualquier codicia.
47. Ha venido para acampar entre nosotros. Este ha sido
siempre el modo de la presencia de Dios en medio de su
pueblo. Desde la revelación en el Sinaí, Dios ha estado
en medio de su pueblo.
La tienda
primero, el
templo
después,
fueron los
modos de
presencia.
Ahora esta
presencia
se ha hecho
real y viva
con la vida
del hombre.
48. Una vez proclamada
explícitamente la
encarnación de la
Palabra, el
evangelista hace ver
que fue un hecho
real, pero no
desconocido, sino
que presenta un
doble testimonio de
este hecho histórico.
49. El primero es el de un grupo,
"nosotros", que son
ciertamente los apóstoles, y
probablemente un grupo
mayor: discípulos y aquellos
que en Palestina fueron
testigos. El autor del
evangelio se incluye, en el
grupo de estos testigos.
Este mismo testimonio lo
traerá en su primera carta
(1,1-3a). Alega este
testimonio porque la Palabra
encarnada “habitó entre
nosotros”. Por eso ellos son
un testimonio irrebatible.
50. Juan Evangelista, discípulo
del Bautista, evoca aquí el
testimonio del Precursor, en
correspondencia con lo
dicho anteriormente. El
Bautista tenía la misión de
testimoniar a la Palabra
encarnada. Acabando de
afirmar la encarnación, el
Evangelista revive la escena
en que el Bautista testifica
que Cristo es quien existía
antes que él. Era la Palabra
encarnada.
El segundo testimonio es el de Juan el Bautista.
51. Lo que el evangelista vio,
lo que este grupo
testifica, es que vieron
con sus ojos su gloria.
Se alude aquí a la
presencia de la divinidad
en el tabernáculo. En el
Sinaí, el fuego humeante
es símbolo de la "gloria
de Dios" (Ex 24:17); la
nube que llena el
tabernáculo (Ex 40:34; 3
Re 8:11), todos los
prodigios de Yahvé
protegiendo a su pueblo,
son “su gloria”.
52. El Evangelista resalta una y otra vez las cualidades y
dones que recibimos de la Palabra hecha carne, que
ahora ya no se llama "Palabra" sino "Hijo" y "Jesucristo",
una persona concreta y palpable: gracia, verdad,
abundancia de su plenitud... Todo para consolidar la
afirmación básica: a Dios sólo se le encuentra en
Jesucristo, en su carne, en su vida concreta.
53. Esta gloria no era otra
cosa, como dice el
evangelista, que la que le
correspondía al que era
Unigénito del Padre. Esta
gloria con relación a
nosotros el Evangelista lo
traduce como gracia y
verdad. La Gracia nos habla
de abundancia de dones
espirituales, tanto para sí
mismo como para otros; y
verdad significaría el
verdadero conocimiento de
Dios, el que procede de
Dios y lleva a Dios.
54. Lo que recibimos, dice el Evangelista, es gracia sobre
gracia. El sentido parece que es: en la nueva obra
recibimos todos una gracia torrencial, como
participada y dispensada y proporcionada a la
Palabra encarnada, que la tiene en plenitud.
55. Termina hoy el evangelio diciendo que a Dios nadie le vio.
No le vieron ni Moisés (Ex 32:22-23) ni Isaías (Is 6:1.5). No
le vieron a Dios con los sentidos externos; sus
manifestaciones fueron teofanías simbólicas. La
naturaleza divina es inaccesible al ojo humano (1 Jn 3:2).
Pero lo que no
puede ver el ojo
humano, lo
puede descubrir
a él el que es
Dios. La gran
revelación, vino
al mundo con el
advenimiento de
la Palabra.
56. ¿Cuál va a ser nuestra
respuesta a este derroche
de amor y de vida que
Dios ha tenido para con
nosotros? Al ir
terminando el período de
Navidad podríamos
preguntarnos:
¿Apagaremos la Navidad
con las luces de colores?
¿la guardaremos en una
caja, con los adornos
hogareños de estos días,
hasta el próximo año? O
¿Corresponderemos al
don de Dios de poderle
llamar Padre?