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Selección de textos de "La Celestina"
1. REA Trabajo por proyectos. Lengua
Castellana y Literatura. Secundaria
“Historias a través de la Historia”
La Celestina
TEXTO 1
CALISTO. ¿Cómo es eso?
SEMPRONIO. Dije que digas, que muy gran placer habré de lo oír. (Aparte) ¡Así te medre Dios como
me será agradable ese sermón!
CALISTO. ¿Qué?
SEMPRONIO. Que así me medre Dios, como me será gracioso de oír.
CALISTO. Pues por que hayas placer, yo lo figuraré por partes mucho por extenso.
SEMPRONIO. (Aparte) ¡Duelos tenemos, esto es tras lo que yo andaba! De pasarse habrá ya esta
importunidad.
CALISTO. Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más
lindos son e no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus pies; después
crinados e atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir
los hombres en piedras.
SEMPRONIO. (Aparte) Más en asnos.
CALISTO. ¿Qué dices?
SEMPRONIO. Dije que esos tales no serían cerdas de asno.
CALISTO. ¡Ved qué torpe e qué comparación!
SEMPRONIO. (Aparte) ¿Tú cuerdo?
CALISTO. Los ojos verdes, rasgados; las pestañas, luengas; las cejas, delgadas e alzadas; la nariz,
mediana; la boca, pequeña; los dientes, menudos e blancos; los labios, colorados e grosezuelos; el
contorno del rostro, poco más luengo que redondo; el pecho, alto. La redondez e forma de las
pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar?... ¡que se despereza el hombre cuando las mira! La tez
lisa, lustrosa; el cuero suyo oscurece la nieve; la color, mezclada cual ella la escogió para sí.
SEMPRONIO. (Aparte) En sus trece está este necio.
CALISTO. Las manos, pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos,
luengos; las uñas en ellos, largas e coloradas, que parecen rubíes entre perlas. Aquella proporción
que ver yo no pude, sin duda, por el bulto de fuera, juzgo incomparablemente ser mejor que la que
Paris juzgó entre las tres diosas.
SEMPRONIO. ¿Has dicho?
CALISTO. Cuan brevemente pude.
SEMPRONIO. Puesto que sea todo eso verdad, por ser tú hombre eres más digno.
CALISTO. ¿En qué?
SEMPRONIO. En que ella es imperfecta, por el cual defecto desea e apetece a ti, e a otro menor que
tú. ¿No has leído el filósofo, do dice: así como la materia apetece a la forma, así la mujer al varón?
CALISTO. ¡Oh triste! ¿E cuándo veré yo eso entre mí e Melibea?
SEMPRONIO. Posible es. E aun que la aborrezcas cuanto agora la amas podrá ser, alcanzándola e
viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.
CALISTO. ¿Con qué ojos?
SEMPRONIO. Con ojos claros.
CALISTO. E agora, ¿con qué la veo?
SEMPRONIO. Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E por que no te
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2. REA Trabajo por proyectos. Lengua
Castellana y Literatura. Secundaria
desesperes, yo quiero tomar esta empresa de cumplir tu deseo.
CALISTO. ¡Oh, Dios te dé lo que deseas! ¡Qué glorioso me es oírte, aunque no espero que lo has de
hacer!
SEMPRONIO. Antes, lo haré cierto.
CALISTO. Dios te consuele. El jubón de brocado que ayer vestí, Sempronio, vistételo tú.
SEMPRONIO. Prospérete Dios por éste... (Aparte) E por muchos más que me darás. De la burla yo me
llevo lo mejor. Con todo, si destos aguijones me da, traérsela he hasta la cama. Bueno, ando. Hácelo
esto que me dio mi amo, que sin merced imposible es obrarse bien ninguna cosa.
CALISTO. No seas agora negligente.
SEMPRONIO. No lo seas tú, que imposible es hacer siervo diligente el amo perezoso.
CALISTO. ¿Cómo has pensado de hacer esta piedad?
SEMPRONIO. Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco, en fin desta vecindad, una vieja barbuda que
se dice Celestina: hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. Entiendo que pasan de cinco mil
virgos los que se han hecho e deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras peñas promoverá
e provocará a lujuria, si quiere.
CALISTO. ¿Podríala yo hablar?
SEMPRONIO. Yo te la traeré hasta acá. Por eso aparéjate, séle gracioso, séle franco. Estudia, mientras
voy yo, de le decir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.
CALISTO. ¿Y tardas?
SEMPRONIO. Ya voy. Quede Dios contigo.
TEXTO 2
SEMPRONIO.-No es ésta la primera vez que yo he dicho cuánto en los viejos reina este vicio
de codicia. Cuando pobre, franca; cuando rica, avarienta. Así que adquiriendo crece la codicia y la
pobreza codiciando, y ninguna cosa hace pobre al avariento sino la riqueza. ¡Oh Dios, y cómo
crece la necesidad con la abundancia! ¿Quién la oyó esta vieja decir que me llevase yo todo el
provecho, si quisiese, de este negocio, pensando que sería poco? Ahora que lo ve crecido no
quiere dar nada, por cumplir el refrán de los niños, que dicen «de lo poco, poco; de lo mucho,
nada».
PÁRMENO.-Dete lo que prometió o tomémosselo todo. Harto te decía yo quién era esta
vieja, si tú me creyeras.
CELESTINA.-Si mucho enojo traéis con vosotros, o con vuestro amo o armas, no lo quebréis
en mí, que bien sé dónde nace esto. Bien sé y barrunto de qué pie coxqueáis; no cierto de la
necesidad que tenéis de lo que pedís, ni aun por la mucha codicia que lo tenéis, sino pensando
que os he de tener toda vuestra vida atados y cautivos con Elicia y Areúsa, sin quereros buscar
otras. Movéisme estas amenazas de dinero, ponéisme estos temores de la partición. Pues callad,
que quien éstas os supo acarrear, os dará otras diez ahora que hay más conocimiento, y más
razón, y más merecido de vuestra parte. Y si sé cumplir lo que se promete en este caso, dígalo
Pármeno. ¡Dilo, di, no hayas empacho de contar cómo nos pasó cuando a la otra dolía la madre!
SEMPRONIO.-Yo dígole que se vaya y abájase las bragas; no ando por lo que piensas. No
entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres.
Déjate conmigo de razones. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las dos partes por cuenta de cuanto
de Calisto has recibido; no quieras que se descubra quién tú eres. ¡A los otros, a los otros con esos
halagos, vieja!
CELESTINA.-¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no
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3. REA Trabajo por proyectos. Lengua
Castellana y Literatura. Secundaria
amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio,
como cada cual oficial del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no lo busco; de mi casa
me vienen a sacar, en mi casa me ruegan. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no
pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos y a todos es igual. Tan bien seré oída,
aunque mujer, como vosotros muy peinados. Déjame en mi casa con mi fortuna. Y tú, Pármeno,
no pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos
acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. Aun así me trataba ella cuando Dios quería.
PÁRMENO.-¡No me hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a
ella, donde mejor te puedas quejar!
CELESTINA.-¡Elicia, Elicia, levántate de esa cama! ¡Daca mi manto, presto!, que, por los
santos de Dios, para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¿Qué es esto? ¿Qué
quieren decir tales amenazas en mi casa? ¡Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza,
con una gallina atada, con una vieja de sesenta años! ¡Allá, allá con los hombres como vosotros!
¡Contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Señal es de gran
cobardía acometer a los menores y a los que poco pueden. Las sucias moscas nunca pican sino los
bueyes magros y flacos. Los gozques ladradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor
ímpetu. Si aquella que allí está en aquella cama me hubiese a mí creído, jamás quedaría esta casa
de noche sin varón, ni dormiríamos a lumbre de pajas; pero, por aguardarte, por serte fiel,
padecemos esta soledad. Y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías, lo cual, si hombre
sintieseis en la posada, no haríais, que, como dicen, «el duro adversario entibia las iras y sañas».
SEMPRONIO.-¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia
parte de lo ganado?
CELESTINA. ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue
la vecindad. No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y
vuestras.
SEMPRONIO.-Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste o cumplirás hoy tus días.
ELICIA.-Mete, por Dios, el espada. Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate ese desvariado.
CELESTINA.-¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos
rufianes!
SEMPRONIO.-¿Rufianes o qué? Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con
cartas.
CELESTINA. ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay, confesión, confesión!
PÁRMENO.-Dale, dale. Acábala, pues comenzaste, que nos sentirán. ¡Muera, muera! De los
enemigos, los menos.
CELESTINA.-¡Confesión!
ELICIA.-¡Oh crueles enemigos! ¡En mal poder os veáis! ¿Y para quién tuvisteis manos?
Muerta es mi madre y mi bien todo.
SEMPRONIO. ¡Huye, huye, Pármeno, que carga mucha gente! ¡Guarte, guarte, que viene el
alguacil!
PÁRMENO. ¡Oh pecador de mí, que no hay por dó nos vamos, que está tomada la puerta!
SEMPRONIO. ¡Saltemos de estas ventanas; no muramos en poder de justicia!
PÁRMENO.-¡Salta, que yo tras ti voy!
TEXTO 3
CALISTO.- Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puedo más sufrir tu penado
esperar. ¡Oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nacida, que desprivase tu gran
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merecimiento? ¡Oh salteada melodía! ¡Oh gozoso rato! ¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no pudiste más
tiempo sufrir sin interrumpir tu gozo y cumplir el deseo de entrambos?
MELIBEA. ¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor de mi alma, es él? No lo
puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida? ¿Había rato
que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar palabras sin seso al aire con mi ronca voz de cisne?
Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna cuán clara se nos muestra, mira las nubes
cómo huyen, oye la corriente agua de esta fontecica, ¡cuánto más suave murmurio zurrío lleva
por entre las frescas hierbas! Escucha los altos cipreses cómo se dan paz unos ramos con otros
por intercesión de un templadico viento que los menea. Mira sus quietas sombras cuán oscuras
están y aparejadas para encubrir nuestro deleite. Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tórnaste loca de
placer? Déjamele, no me le despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados abrazos.
Déjame gozar lo que es mío, no me ocupes mi placer.
CALISTO.- Pues señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto. No sea de
peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi ausencia, que te fatiga.
MELIBEA.-¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo cantaré, que tu deseo era el que regía
mi son y hacía sonar mi canto? Pues, conseguida tu venida, desapareciose el deseo, destemplose
el tono de mi voz. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena crianza, ¿cómo mandas a
mi lengua hablar y no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no olvidas estas mañas? Mándalas
estar sosegadas y dejar su enojoso uso y conversación incomportable. Cata, ángel mío, que así
como me es agradable tu vista sosegada, me es enojoso tu riguroso trato. Tus honestas burlas me
dan placer, tus deshonestas manos me fatigan cuando pasan de la razón. Deja estar mis ropas en
su lugar y, si quieres ver si es el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la
camisa, pues cierto es de lienzo? Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te mostraré,
no me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?
CALISTO. Señora, el que quiere comer el ave quita primero las plumas.
LUCRECIA. Mala landre me mate si más los escucho. ¿Vida es ésta? ¡Que me esté yo
deshaciendo de dentera y ella esquivándose por que la rueguen! Ya, ya, apaciguado es el ruido,
no hubieron menester despartidores. Pero también me lo haría yo si estos necios de sus criados
me hablasen entre día; ¡pero esperan que los tengo de ir a buscar!
MELIBEA. ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?
CALISTO. No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y
beber, dondequiera se da por dinero, en cada tiempo se puede haber y cualquiera lo puede
alcanzar. Pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no hay igual que en este huerto, ¿cómo
mandas que se me pase ningún momento que no goce?
LUCRECIA.-Ya me duele a mí la cabeza de escuchar, y no a ellos de hablar ni los brazos de
retozar ni las bocas de besar. ¡Andar!, ya callan, a tres me parece que va la vencida.
CALISTO.-Jamás querría, señora, que amaneciese, según la gloria y descanso que mi sentido
recibe de la noble conversación de tus delicados miembros.
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5. REA Trabajo por proyectos. Lengua
Castellana y Literatura. Secundaria
MELIBEA.-Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu
visitación incomparable merced.
SOSIA.-¿Así, bellacos, rufianes, veníais a asombrar a los que no os temen? ¡Pues yo juro que
si esperarais, que yo os hiciera ir como merecíais!
CALISTO.-Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a valerle, no le maten, que no está
sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
MELIBEA.-¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
CALISTO.-Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen corazas y capacete y
cobardía.
SOSIA.-¿Aún tornáis? Esperadme, quizá venís por lana.
CALISTO. Déjame, por Dios, señora, que puesta está el escala.
MELIBEA.-¡Oh desdichada yo!, y, ¿cómo vas tan recio y con tanta prisa y desarmado a
meterte entre quien no conoces? ¡Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido!
Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.-Tente, señor, no bajes, que idos son; que no era sino Traso el cojo y otros bellacos
que pasaban voceando, que se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al escala.
CALISTO.-¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN. Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído del escala y no habla ni
se bulle.
SOSIA.-¡Señor, señor! ¡A esotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡Oh gran
desventura!
Fuente: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
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6. REA Trabajo por proyectos. Lengua
Castellana y Literatura. Secundaria
MELIBEA.-Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu
visitación incomparable merced.
SOSIA.-¿Así, bellacos, rufianes, veníais a asombrar a los que no os temen? ¡Pues yo juro que
si esperarais, que yo os hiciera ir como merecíais!
CALISTO.-Señora, Sosia es aquel que da voces. Déjame ir a valerle, no le maten, que no está
sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de ti.
MELIBEA.-¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas; tórnate a armar.
CALISTO.-Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen corazas y capacete y
cobardía.
SOSIA.-¿Aún tornáis? Esperadme, quizá venís por lana.
CALISTO. Déjame, por Dios, señora, que puesta está el escala.
MELIBEA.-¡Oh desdichada yo!, y, ¿cómo vas tan recio y con tanta prisa y desarmado a
meterte entre quien no conoces? ¡Lucrecia, ven presto acá, que es ido Calisto a un ruido!
Echémosle sus corazas por la pared, que se quedan acá.
TRISTÁN.-Tente, señor, no bajes, que idos son; que no era sino Traso el cojo y otros bellacos
que pasaban voceando, que se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al escala.
CALISTO.-¡Oh, válgame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!
TRISTÁN. Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído del escala y no habla ni
se bulle.
SOSIA.-¡Señor, señor! ¡A esotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡Oh gran
desventura!
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