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JESÚS SANADOR
Carlos Mauricio Iriarte




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4
JESÚS SANADOR


               Por: Carlos Mauricio Iriarte




© 2012 by Carlos Mauricio Iriarte
www.carlosmauricioiriarte.blogspot.com

                                              5
Todos los derechos reservados.


Primera edición


A menos que se indique otra cosa, las citas bíblicas son tomadas de la versión
Reina Valera Revisada (1960), impresa en Miami por las Sociedades Bíblicas
Unidas.




Printed in Colombia. Impreso en Colombia.




6
Dedico este libro a los abatidos, a los
quebrantados de corazón, a los cautivos, a los
presos, a los enlutados y a los afligidos
(Isaías 61)



Carlos Mauricio Iriarte
Neiva-Huila-Colombia




                                                 7
8
Medicina para toda enfermedad

Aquí va a aprender cómo adquirir una
supermedicina, una medicina para toda
enfermedad, lo que es excelente dadas las
circunstancias de estos tiempos.


Nos movemos en un mundo en donde la
enfermedad causa los peores estragos, en
donde muchos padecen de infecciones, virus
antiguos y nuevos; en donde aparecen de un
momento a otro enfermedades insospechadas
que asesinan a muchos y causan pánico al
resto. Vivimos en una época en donde, además,
las políticas de salud pública son muy
deficientes y el negocio de los medicamentos es
el mayor del mundo, junto con el de las armas.
Vivimos en un tiempo en el cual la gente está
azotada, indiscriminadamente, por dolencias,
padecimientos y afecciones que no son, de
ninguna manera, el propósito de nuestro Dios
Creador, ni mucho menos enviadas por Él para
probarnos o dañarnos.


No. La enfermedad entró al mundo con la caída
de Adán por su desobediencia. Su fuente es el

                                              9
pecado y el mismo Adversario quien, según la
Biblia “no viene sino para hurtar y matar y
destruir”; mientras Jesús ha venido para que
quienes pongamos toda nuestra confianza en Él
tengamos vida y para que la tengamos en
abundancia.1


Por todo esto, tenemos necesidad imperiosa de
descubrir qué dice Dios el Señor acerca de la
sanidad y qué esperanza tenemos en Él para
sanarnos.


Precisamente sobre este tema hay en la
Escritura, entre muchos, un pasaje que nos
muestra aspectos interesantes e impactantes
acerca del amplio tema de la sanidad y su
estrecha relación con el Creador.


La revelación de esas verdades, a través de
esta porción de la Escritura, causará en su vida
un efecto infinitamente major que el de una
medicina para toda enfermedad.


Nos narra la escritura que en una de las tantas
veces que Jesús entró a Capernaum, vino a Él
un centurión, rogándole, y diciendo: “Señor, mi
criado está postrado en casa, paralítico,


10
gravemente atormentado”. Cuando Jesús lo
oyó, sin más ni más, le respondió
inmediatamente: “Yo iré y le sanaré”. Entonces
el centurión le respondió: “Señor, no soy digno
de que entres bajo mi techo; solamente di la
palabra, y mi criado sanará. Porque también yo
soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis
órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al
otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo
hace”. Cuenta enseguida la Biblia que al oír
esas palabras, esas explicaciones y ese
razonamiento del Centurión “Jesús se maravilló
y dijo a los que le seguían: De cierto os digo,
que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os
digo que vendrán muchos del oriente y del
occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y
Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del
reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí
será el lloro y el crujir de dientes”.


El final feliz de la historia es que, después de lo
anterior, Jesús concluye, diciéndole al centurión:
“Ve, y como creíste, te sea hecho”.             Y,
maravillemosnos y regocijemosnos con la frase
final de este pasaje: “su criado fue sanado en
aquella misma hora”.2




                                                 11
Cuando uno lee esta historia puede pasar por
alto muchos detalles y explicaciones que aquí
precisamente quiero resaltar.


Primero que todo pongamos nuestra atención en
una verdad que aparece aquí aparentemente
escondida pero que se levanta como un faro de
esperanza.




12
Jesús es Dios.

Todo este suceso acontece en Capernaum.
Capernaum era una ciudad junto al mar de
Galilea, ubicada en esa época en el límite que
separaba la jurisdicción de Herodes Antipas de
la jurisdicción de su hermano Felipe. Había allí
una guarnición dirigida por un capitán romano o
centurión, el cual había edificado la sinagoga
judía de la ciudad. Siempre será recordada esa
ciudad pues, además de haber sido la ciudad de
Pedro y Andrés, también es llamada la ciudad
de Jesús por ser como el epicentro de Su
ministerio, habiendo realizado allí muchos
milagros y enseñado muchas veces en la
sinagoga de la ciudad.               También la
recordaremos porque Jesús pronunció juicio
tremendo sobre ella y otras ciudades por su falta
de arrepentimiento cuando habían visto tantas
señales en su tierra. En efecto Jesús dijo: “¡Ay
de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro
y en Sidón se hubieran hecho los milagros que
se han hecho en vosotras, tiempo ha que
sentadas en cilicio y ceniza, se habrían
arrepentido. Por tanto, en el juicio será más
tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para



                                                 13
vosotras. Y tú, Capernaum, que hasta los cielos
eres levantada, hasta el Hades serás abatida”. 3


Empiezo por esto porque seguramente la ciudad
en la cual usted habita tendrá cosas en común
con Capernaum. Muy seguramente ahí también
se ha visto un montón de milagros del Señor. A
la fija, su ciudad es un hermoso centro de
operación de Jesús pues El habita en muchos
corazones de residentes de esa ciudad. Muy
seguramente, mientras en la ciudad que usted
habita todos dicen creer en Dios, muchísimos en
realidad están lejos de Él y se niegan a
arrepentirse y reconocer que El es Señor de sus
vidas.


Pues bien, en una ocasión de las muchas que
Jesús entró en la ciudad de Capernaum, se
acercó ese Capitán Romano o Centurión, cuyo
nombre no se menciona en la Biblia, rogándole y
diciéndole: “Señor, mi criado está postrado en
casa, paralítico, gravemente atormentado”.


Recordemos que el centurión (en latín, centurio
y en griego hekatontarchos) es el rango que ha
recibido una mayor atención por parte de los
estudiosos del ejército romano. Como leímos en
Wikipedia, se trataba de oficiales «con un

14
mando táctico y administrativo, siendo escogidos
por sus cualidades de resistencia, templanza y
mando. Comandaban una centuria, formada por
80 hombres, en función de las fuerzas en el
momento dado y de si la centuria pertenecía o
no a la Primera Cohorte (Agrupación)… Cada
centurión era asistido en su centuria por un
optio, un signifer y un tesserarius, suboficiales
que reciben el nombre de “principales”. El
primero era el lugarteniente del centurión –lo
ayudaba en la táctica y en el mantenimiento de
la disciplina y la forma física de los soldados…-,
el segundo era el portaestandarte y tesorero de
la centuria, y el último se encargaba de
suministrar las contraseñas y de actuar de oficial
de enlace».


Como ya habrán notado, no fue cualquier
persona que se acercó a Jesús. El Centurión
era     una      autoridad   romana      respetada,
perteneciente a una Legión que es la unidad de
guerra más efectiva que ha tenido la humanidad.
Por supuesto, debía lealtad a su emperador (en
esa época Tiberio, sucesor de Augusto) y su
filiación religiosa era la politeista acostumbrada
en Roma, imperio en el cual se practicó el culto,
también, a algunos emperadores declarados
dioses. Precisamente, el emperador Augusto
había sido declarado dios en el año 14.

                                                 15
Este era el contexto histórico de la escena y lo
resalto porque, como observan, la Biblia nos
cuenta que el Centurión se le acercó a Jesús y
“rogándole” le dijo “Señor…”


Si bien es cierto esta palabra “rogándole” no
viene de la palabra griega “proskyneo” que
significa adoración, sí podemos decir que el
Centurión le imploraba (parakaleo) o le pedía
fervorosamente a Jesús un favor inmerecido.
Pero esa segunda palabra que trae la Biblia al
mencionar que el Centurión le dijo a Jesús
“Señor”, sí merece un comentario, pues esa
palabra “Señor” fue traducida de la palabra
griega originalmente escrita aquí que fue
“Kyrios”. “Kyrios” significa nada más ni nada
menos “amo soberano que gobierna toda la
creación”.


Entonces el cuadro es impactante porque se
trata de un romano con la importancia que
hemos descrito, en un lugar donde ejercía plena
autoridad pues el imperio había invadido y
subyugaba a Israel, practicante de una religión
que hacía culto a sus gobernantes y otros por
ellos considerados “dioses”; quien en ese



16
momento reconoce al autor de la creación del
cielo y de la tierra y le declara Señor.


Con esa declaración, el Centurión da por
entendido que se somete a Él. Da a entender
que en su calidad de ser creado por Jesús, se
somete al amo de toda la creación. Una
tremenda enseñanza que fue plasmada en el
Evangelio para darnos muestras de que ¡ante
Su Nombre excelso se debe doblar toda rodilla!


¡Jesús es Dios y será Dios por los siglos de los
siglos! Su autoridad y soberanía merecen ser
reconocidas en nuestra vida. Mejor: es urgente
que Su Autoridad y Soberanía sean reconocidas
y aceptadas en nuestras vidas, pues debemos
saber que la Biblia declara a Jesús como Dios al
expresar que “en el principio era el Verbo, y el
Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y
aquel verbo fue hecho carne y habitó entre
nosotros”.4


Ahora bien, Jesús, como lo dice la misma Biblia,
“es el mismo ayer, hoy y por siempre”. 5 Luego,
lo primero que debemos hacer es aceptar la
Soberanía de Jesús, aceptar que El es el mismo
Dios hecho carne que habitó entre nosotros,
vivió y murió en la cruz por nosotros y en el lugar

                                                 17
nuestro, pagando el precio de nuestros pecados,
resucitó al tercer día y nos ofrece un lugar en el
cielo, la vida eterna que podemos solamente
recibir por fe en Él, poniendo toda nuestra
confianza totalmente en Él y arrepintiéndonos de
todo corazón. Usted puede ahora mismo, sin
más fórmulas sacramentales y con una sola
oración, reconocer a Jesús como Dios y rendirse
a Él. Si así lo quiere, repita en voz audible a Él
esta oración: Amado Jesús. Hoy acepto que
eres Dios. Confieso con mi boca que Tu Jesús
eres de ahora en adelante mi Señor y Redentor,
y creo en mi corazón que Dios te levantó de
entre los muertos. Recibo de Tu mano la vida
eterna que me ofreces y me arrepiento de todo
corazón de todos mis pecados contra ti. Te doy
gracias por tu infinito amor y perdón, amén.


Si usted ha hecho de corazón esta oración,
usted ahora tiene un Dios que se identifica como
Sanador.




18
Jesús es Dios Sanador.

Habíamos dicho ahora que Jesús es Dios y es el
mismo ayer, hoy y siempre. Pues bien la misma
Biblia que hemos venido citando trae el siguiente
pasaje que nos pone de presente la esencia de
Su Ser Sanador: “E hizo Moisés que partiese
Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de
Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin
hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron
beber las aguas de Mara, porque eran amargas;
por eso le pusieron el nombre de Mara.
Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y
dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a
Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó
en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les
dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y
dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu
Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y
dieres oído a sus mandamientos, y guardares
todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las
que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque
yo soy Jehová tu sanador” (subrayado fuera de
texto). 6




                                               19
Dios era conocido como Jehová o Yahveh Rafa,
como usted lo prefiera, en el Antiguo
Testamento.


Esa misma esencia sanadora de Dios puede
leerse en Deuteronomio: “Y por haber oído estos
decretos y haberlos guardado y puesto por obra,
Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la
misericordia que juró a tus padres. Y te amará,
te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el
fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano,
tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los
rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus
padres que te daría. Bendito serás más que
todos los pueblos; no habrá en ti varón ni
hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará
Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas
plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá
sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te
aborrecieren” (subrayado fuera de texto). 7 Y aun
más, en el libro de los Salmos: “Bendice, alma
mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo
nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no
olvides ninguno de sus beneficios. El es quien
perdona todas tus iniquidades, el que sana
todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu
vida, el que te corona de favores y misericordias;
el que sacia de bien tu boca de modo que te



20
rejuvenezcas como el águila” (subrayado fuera
de texto).8


Es de aclarar que en las Escrituras
anteriormente citadas cuando se dice algo como
“ninguna enfermedad de las que envié a los
egipcios te enviaré a ti”, el verbo original en
hebreo es realmente “permitir enviar”.


Jesús es el mismo Jehová o Yahveh de quien
hablan esas Escrituras.


Jesús se presentó varias veces a sí mismo con
la fórmula del gran Yo Soy mientras estuvo entre
los judíos. Esa misma fórmula fue empleada por
Dios Yahveh, también, para nombrarse a sí
mismo cuando Moisés le pidió que le dijera Su
nombre. En la Biblia leemos: “Dijo Moisés a
Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y
les digo: El Dios de vuestros padres me ha
enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren:
¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé? Y
respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE
SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO
SOY me envió a vosotros”.9




                                                 21
Jesús repitió esa fórmula varias veces para
identificarse.      Un     día,    por     ejemplo,
controvirtiendo con los judíos les dijo: “Vosotros
sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de
este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso
os dije que moriréis en vuestros pecados;
porque si no creéis que yo soy, en vuestros
pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú
quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que
desde el principio os he dicho. Muchas cosas
tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que
me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de
él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron
que les hablaba del Padre. Cuando hayáis
levantado al Hijo del Hombre, entonces
conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí
mismo, sino que según me enseñó el Padre, así
hablo” (énfasis fuera de texto).10


Por otro lado, la Palabra Santa de Dios también
es sanadora. La Palabra de Dios sana y así
mismo lo declara el Creador para todos
nosotros: “Pero clamaron a Jehová en su
angustia, y los libró de sus aflicciones. Envió su
palabra, y los sanó, y los libró de su ruina”
(subrayado fuera de texto).11 El Evangelio de
Mateo lo confirma respecto a la Palabra de
Jesús: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él
muchos endemoniados; y con la palabra echó

22
fuera a los demonios, y sanó a todos los
enfermos…” (subrayado fuera de texto).12


Pues bien, ese mismo Jesús es el que
manifiesta aquí, en el pasaje de Mateo que
citamos al inicio, Su Voluntad indeclinable y
siempre dispuesta para sanar. Fíjense que una
vez el Centurión le ruega que sane su criado,
Jesús inmediatamente le dice que El irá y le
sanará. No hay duda ni condiciones de ninguna
clase en su respuesta. No pregunta dónde está
el criado, si está lejos o cerca, no pregunta quien
es el criado, qué clase de persona es, ni siquiera
pregunta por su nombre, simplemente manifiesta
“Yo iré y le sanaré”.


Jesús es el mismo Dios Sanador del Antiguo
Testamento. El tiene el Poder para sanar
cualquier enfermedad, Su Nombre es sobre todo
nombre y por eso todo nombre de enfermedad
debe doblar su rodilla ante Jesús.


De Jesús, además, brotaba, salía poder
sanador. Eso está escrito varias veces en la
Biblia. En el Evangelio de Marcos se cuenta
sobre una mujer que “desde hacía doce años
padecía de flujo de sangre”, la cual fue testigo
de primera mano de esa circunstancia. Ella,

                                                 23
continua el relato, “había sufrido mucho de
muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y
nada había aprovechado, antes le iba peor,
cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás
entre la multitud, y tocó su manto. Porque
decía: Si tocare tan solamente su manto, seré
salva. Y en seguida la fuente de su sangre se
secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de
aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí
mismo el poder (sanador) que había salido de él,
volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado
mis vestidos?” (paréntesis fuera de texto).13


En el evangelio de Lucas también se da cuenta
del poder sanador que salía de Jesús. Leamos
el pasaje: “Y descendió con ellos (Jesús), y se
detuvo en un lugar llano, en compañía de sus
discípulos y de una gran multitud de gente de
toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y
de Sidón, que había venido para oírle, y para ser
sanados de sus enfermedades; y los que habían
sido atormentados de espíritus inmundos eran
sanados. Y toda la gente procuraba tocarle,
porque poder (sanador) salía de él y sanaba a
todos” (paréntesis fuera de texto).14


Lo anterior es muy importante saberlo porque
Dios quiere que conozcamos esas cualidades
Suyas de sanador y que, sabiendo eso,

24
tengamos plena confianza en que la enfermedad
o dolencia no puede resistirle porque El tiene
una autoridad y un poder que sobrepasa aun lo
que no podemos imaginar.




                                            25
Jesús tiene y ejerce toda
  potestad y autoridad.

Jesús mismo dijo que a Él había sido dada toda
potestad en el cielo y en la tierra. 15 Toda, toda.
Jesús tiene ese grado sumo de autoridad y la
ejerce.


Enseñó con autoridad. Así lo vemos en el
Evangelio de Mateo donde se nos cuenta que “la
gente se admiraba de su doctrina; porque les
enseñaba como quien tiene autoridad, y no
como los escribas”.16


Ejercía y ejerce esa autoridad sobre la
naturaleza, como cuando hizo calmar la
tempestad en el mar de Galilea. ¿Recuerdan la
historia? Cuenta Mateo que una vez Jesús iba
con sus discípulos en una barca y “se levantó en
el mar una tempestad tan grande que las olas
cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus
discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor,
sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué
teméis, hombres de poca fe?            Entonces,
levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y
se hizo grande bonanza. Y los hombres se

26
maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste,
que aun los vientos y el mar le obedecen?” 17


Ejercía y ejerce esa autoridad sobre los
espíritus. El es el Señor de los espíritus. El
Evangelio de Marcos nos trae este relato
asombroso: “Pero había en la sinagoga de ellos
un hombre con espíritu inmundo, que dio voces,
diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús
nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé
quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le
reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Y el
espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, y
clamando a gran voz, salió de él. Y todos se
asombraron, de tal manera que discutían entre
sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva
doctrina es esta, que con autoridad manda aun a
los espíritus inmundos, y le obedecen?”18


Ejercía y ejerce esa autoridad y potestad sobre
las enfermedades y dolencias, como lo hace acá
en este pasaje que estudiamos de Mateo. Por
eso mismo, cuando Jesús dice al Centurión que
El irá a sanar al criado, el Centurión le replica:
“Señor, no soy digno de que entres bajo mi
techo; solamente di la palabra, y mi criado
sanará. Porque también yo soy hombre bajo
autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y


                                                27
digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a
mi siervo: Haz esto, y lo hace”.


Aquí debemos aclarar algo al margen.            El
Centurión no se sentía digno de que Jesús
visitara su casa y entrara en ella, pero ese no es
el caso con usted. ¡Usted sí es digno! No
porque usted lo merezca o haya hecho méritos y
lo haya ganado. No. Usted es digno porque
¡Dios lo hizo digno al escogerlo desde antes de
la fundación del mundo, al llamarlo, al salvarlo,
al amarlo primero! Usted es digno porque Jesús
el más Digno está en usted, es Su Señor. Jesús
habita en su corazón, en su casa, en su hogar.


Pero sigamos con el Centurión. El conocía qué
era la autoridad, la ejercía sobre los 80
legionarios soldados del ejército romano bajo su
mando. El sabía que la autoridad se ejercía con
la palabra, como la autoridad de cualquier
emperador o rey o gobernante el cual decreta y
eso que decreta se cumple. Pero aquí lo
asombroso es que un impío romano supiera y
confiara en que ese Jesús, a quien se dirigía,
tenía y podía ejercer ese tipo de autoridad. Con
estas palabras       el   Centurión declaraba
abiertamente que creía en su corazón que Jesús
era el Kyrios, Señor y Dueño de toda la
creación, por encima de su emperador, quien

28
también era un ser creado, y que podía ordenar
sobre toda la creación, haciendo cumplir sus
decretos. El Centurión estaba convencido en su
espíritu que Jesús tenía el poder de la vida y la
muerte, ¡que tenía todo el poder y autoridad en
el cielo y la tierra! Que todo, seres animados e
inanimados, sometidos a Su autoridad
obedecían lo decretado por Jesús.


¡Tremendo      eso!       El centurión    sabía
perfectamente la relación entre autoridad,
potestad y obediencia. Por eso dijo que cuando
él mismo ordenaba al uno ir, ese iba y al otro
venir, ese venía, pero cuando ordenaba a un
siervo hacer, este hacía.


El centurión creía en su corazón que Jesús es
Dios y lo declaró con su boca. Al actuar así,
obró con fe, tuvo la certeza absoluta de la
sanidad de su criado que el esperaba y la
convicción de lo que no podía ver.19


Eso mismo es lo que debemos hacer siempre:
creer en nuestro corazón, declararlo con nuestra
boca y pasar a la acción, dando pasos de fe.




                                               29
Fue tanta la certidumbre que el hombre tenía de
esas cosas y la fe de que el Señor podía sanar
de esa manera a su criado que Jesús se
asombró de él.


¡Imagínese al mismo Dios, creador del cielo y la
tierra, maravillado, asombrado de un simple
oficial romano! No en vano esta afirmación fue
dejada escrita en la Biblia. Eso quiere decir que
Dios se asombra, se maravilla y se agrada
cuando tenemos fe, expresamos fe, ponemos en
acción nuestra fe. ¡Sin fe es imposible agradar a
Dios!20


Jesús Dios, quien se asombró, se maravilló del
romano por la fe que mostró, ¡también se
asombrará y maravillará de usted, tenga usted el
gentilicio que tenga, por la fe que usted ponga
en práctica!


Y es precisamente esa fe la que le permitirá
recibir ese regalo precioso de la sanidad.




30
Uno recibe la sanidad por fe.

Dios es quien puede sanar y sana. De hecho ya
ha sanado porque conocemos el pasaje de
Isaías 53 que se cita parcialmente en el Nuevo
Testamento en 1 Pedro 2: 24: “Mas él herido fue
por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él,
y por su llaga fuimos nosotros curados”
(subrayado fuera de texto).


Sabemos que los verbos en el anterior pasaje
están en tiempo pasado, por lo cual podemos
afirmar que Jesús ya proveyó sanidad en la cruz
para que usted y yo seamos sanos ahora. Por
eso no pida que Jesús lo sane más rato o
mañana u otro día. Declare que ya está sano en
el nombre de Jesús y que recibe ya esa sanidad
que ya está dada en el cielo para usted o la
persona que usted aprecie o ame.


Y si la sanidad ya ha sido provista, sólo basta
recibir esa sanidad por medio de la fe. La
sanidad es producto de la Gracia de Dios y todo
lo que viene de Su Gracia es, como ese nombre
lo indica, ¡Gratis! No merecemos esas cosas

                                              31
que El nos regala, ni podemos ganarlas. Pero
Dios proveyó un medio, un instrumento que nos
sirve como el brazo del mendigo que se estira
para recibir. Así recibimos Su Gracia sanadora,
al igual que recibimos Su Gracia Salvadora. Por
medio de la fe.


Y, ¡ojo!, no necesitamos ser campeones de la fe,
no necesitamos una fe grande como una
montaña porque no es nuestra fe la que sana.
No necesitamos una fe inmensa porque
Inconmensurable es Dios para hacer lo que El
quiere. Y el siempre quiso sanar y sanó a todos.
¡El que sana es Jesús! Por eso El dijo que «si
tan sólo tuviéramos una fe tan pequeña como un
grano de mostaza diremos a cualquier monte
“Pásate de aquí allá”, y se pasará; y ¡nada nos
será imposible!»21


La gente se fija siempre en lo grande del monte
y se pregunta cómo Él lo hará, se fija en la
dimensión del monte, pero nadie se fija en que
Jesús dice después algo más extraordinario:
NADA NOS SERÁ IMPOSIBLE. Sólo teniendo
fe como una grano de mostaza. Sólo esa
pequeña fe es suficiente para recibir la Gracia
abundante de Dios que es como la fuerza de Su
Poder: ¡Supereminente!22


32
Por eso Jesús, después de maravillarse por la fe
del Centurión dice que ¡ni aun entre el pueblo
suyo de Israel ha hallado tanta fe! Y profetiza
que Su Salvación ¡llegará a todos los pueblos
del mundo, lo cual sigue sucediendo en estos
días!


Jesús, entonces, simplemente le dice al
Centurión: “Ve, y como creíste, te sea hecho”.


Pero entendamos correctamente: Jesús le dijo al
Centurión que ¡la sanidad de su criado fue
concedida al Centurión! ¡Oh maravillosa Gracia
del Salvador!


Cuando Jesús dice “como creíste, te sea hecho”,
esa palabra “creíste”, proveniente del verbo
creer, es traducida del griego “pisteuo” que
significa “creer hasta el punto de confiar
totalmente”.


Cuenta enseguida el pasaje analizado que el
criado del Centurión fue sanado ¡en ese mismo
momento en el cual Jesús pronunció esas
palabras!


                                              33
Cada vez que leo un versículo o pasaje que nos
narra una sanidad hecha por Jesús ¡mi espíritu
se conmueve, mi esperanza se fortalece, mi fe
se agranda, mi gozo crece! Además, noto que
no hay nunca en Jesús manifestaciones de
teatro, no zapatea, no hay espectacularidad en
la actuación sino solo en el resultado. Con actos
sencillos, palabras en tono moderado pero con
autoridad y poder, sin show, la gente es sanada.
¡Claro ejemplo para estas épocas!


Ahora bien: ¿quién se sanó? ¡El Criado! El ni
siquiera se había enterado de todo eso, el
estaba postrado, grave, a punto de morir. Muy
seguramente no conocía a Jesús, nunca había
hablado con Él. No se enteró de nada. ¡Sólo
supo que estaba muy grave y de un momento a
otro sanó! No merecía nada, no hizo nada, no
podía ganar nada pues no se podía ni mover.
Pero la Gracia de Dios se extendió hasta él. El
Criado gozó de la Gracia de Dios porque su
amo, su patrón, el hombre bajo autoridad del
cual el permanecía creyó y confesó con fe que
podía recibir del Señor la sanidad para él. Una
enseñanza tremenda también, pues Dios nos
dice aquí que cada vez que creemos y
confesamos, que actuamos con fe, que nos
movemos en fe, ¡nuestro entorno es afectado
positivamente! ¡Nuestra casa se sana, se salva!

34
Oh maravilloso Dios, majestuoso Jesús, tu
soberanía es sobre todo! ¡Que maravilloso
saber que eres nuestro Dios!




                                       35
Testimonio

Soy testigo de un milagro igual. Lo hizo el
mismo Jesús con mi papá en Julio de 2012. Mi
papá sufrió un infarto mientras estábamos varios
hijos suyos con mi mama haciéndole visita y no
nos dimos cuenta porque el simplemente se
durmió profundamente y después no lo pudimos
despertar.     Lo llevamos en ambulancia a
urgencias de la clínica y seguidamente ellos
ordenaron meterlo a la UCI. Cuando lo visité allí
al día siguiente sentí mucho dolor al ver la
gravedad de su estado. Todos estábamos
seguros de que moriría.        ¡Creo que todos
alcanzamos a llorar su muerte inminente!
Empezamos a orar con mi esposa para que Dios
hiciera Su Voluntad y entregamos a mi papá en
Sus manos. Pero Dios me dijo después “No se
de por vencido, siga orando por él”. No entendí
muy bien eso, pues era consciente de lo natural
que era la muerte de mi padre, un hombre de 87
años, con complicaciones cardiacas, diabético,
con cáncer de piel y quien hace varios años se
deleitaba diciendo que iba a morir. Sin embargo
le conté a mi esposa lo que Dios me había
dicho y empezamos a orar diferente.
Empezamos a enviarle a todos mis parientes


36
cercanos los versículos de sanidad que Dios me
mostraba para que oraran de acuerdo con ellos
(Salmos 91:16; Jeremías 33:6, Hechos 4:30,
Éxodo 23:25, Juan 11:4, Salmo 23, Mateo 12:20,
Salmos 117:17). Le dije, también, a los niños de
la familia que oraran con base en esos
versículos. Ese lunes nos reunimos todos los
miembros de mi familia, les hablé de lo que
Jesús había hecho con el Centurión, les hablé
de lo que significa la fe y cómo movernos en
ella, les dije que Jesús era hoy el mismo que en
aquella época, que si aceptábamos Su
soberanía en nuestras vida, reconociéndole
como       nuestro     Señor,    arrepintiéndonos
sinceramente de nuestros pecados seríamos
salvos; que si además creíamos en nuestro
corazón, confesando con nuestra boca que El es
el mismo ayer, hoy y siempre, y además
creíamos en nuestro corazón y confesábamos
con nuestra boca que el haría con mi papá como
hizo con el siervo del centurión, mi papá
entonces saldría de la UCI.


Eso hicimos. Declaramos con autoridad en el
nombre de Jesús que el era sano en esa hora,
sabiendo que Jesús vive en nosotros y Su
autoridad habita en nosotros. Al día siguiente,
martes, mi papá fue sacado de la UCI a una
pieza de la clínica.    A veces estaba muy

                                               37
desanimado, otras bien, pero seguíamos orando
para que Dios guardara su sanidad.            Hoy
(agosto de 2012), para la gloria del Hijo de Dios,
mi padre está en casa, con las limitaciones de
su edad, pero rodeado de los suyos quienes
ahora reconocen que hay poder en Jesús y Su
Palabra. Que Jesús es Soberano. Que Jesús
es Dios. Que si la Biblia lo dice, lo debemos
creer y confesarlo en Su Nombre, que si lo
creemos y lo confesamos en Su Nombre, El,
Jesús, lo hace, y ¡si El lo hace hecho está!




38
¡Reciba sanidad ya!

¿Usted o alguna persona que usted aprecia o
ama mucho está enfermo en estos momentos?
Bueno, en esta Palabra usted tiene una ruta
segura para recibir la sanidad que usted o esa
persona necesita.


Simplemente Ore al Señor. Dígale a Jesús que
de ahora en adelante Lo admite como Señor y
Redentor personal. Dígale que Su Palabra lo
reconforta a usted, es refrigerio a su vida y es
verdad, que Su Palabra le hace libre a usted y a
sus seres queridos de enfermedad, de
dolencias, de virus, de daño producto de
ataques del enemigo a su cuerpo o el de sus
seres queridos. Dígale que tiene un corazón
agradecido porque a El le ha placido darle esa
provisión gratuita de sanidad para su vida y/o la
de sus seres queridos.           Dígale que hoy
reconoce la soberanía del Señor Jesús,
reconoce Su Autoridad, reconoce que Su
Nombre es sobre todo nombre que se nombra
en la tierra y en el cielo. Que se rinde a Él. Que
le recibe en su corazón como el único
gobernante de su vida, arrepintiéndose de todos
sus pecados. Declare en esta hora, con la

                                                39
autoridad delegada que Dios le ha dado,
sabiendo que El habita en usted, que usted y/o
los suyos son sanos por Sus llagas en la cruz,
que Jesús envía Su Palabra y sana ahora de
toda enfermedad y dolencia a sus seres amados
y a usted mismo. Declare que recibe esa
sanidad con fe, sin dudar nada y que canta
himnos de alabanza en honor a Su Nombre
porque El es Santo y Su misericordia es para
siempre, todo en el nombre de Jesús de
Nazaret, amén.




40
1
     Juan 10:10
2
     Mateo 8: 5-13:
3
     Lucas 10: 13-15
4
     Juan 1:1 t 14
5
     Hebreos 13:8
6
     Éxodo 15: 22-26:
7
     Deuteronomio 7:12-15
8
     Salmos 103: 1-5
9
     Éxodo 3:13-14
10
     Juan 8:23-28
11
     Salmos 107:19-20
12
     Mateo 8:16
13
     Marcos 5:25-30:
14
     Lucas 6:17-19
15
     Mateo 28:18
16
     Mateo 7:29
17
     Mateo 8:23-27
18
     Marcos 1:23-27
19
     Hebreos 11:1
20
     Heb 11:6
21
     Mateo 17:20
22
     Efesios 1:19

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  • 5. JESÚS SANADOR Por: Carlos Mauricio Iriarte © 2012 by Carlos Mauricio Iriarte www.carlosmauricioiriarte.blogspot.com 5
  • 6. Todos los derechos reservados. Primera edición A menos que se indique otra cosa, las citas bíblicas son tomadas de la versión Reina Valera Revisada (1960), impresa en Miami por las Sociedades Bíblicas Unidas. Printed in Colombia. Impreso en Colombia. 6
  • 7. Dedico este libro a los abatidos, a los quebrantados de corazón, a los cautivos, a los presos, a los enlutados y a los afligidos (Isaías 61) Carlos Mauricio Iriarte Neiva-Huila-Colombia 7
  • 8. 8
  • 9. Medicina para toda enfermedad Aquí va a aprender cómo adquirir una supermedicina, una medicina para toda enfermedad, lo que es excelente dadas las circunstancias de estos tiempos. Nos movemos en un mundo en donde la enfermedad causa los peores estragos, en donde muchos padecen de infecciones, virus antiguos y nuevos; en donde aparecen de un momento a otro enfermedades insospechadas que asesinan a muchos y causan pánico al resto. Vivimos en una época en donde, además, las políticas de salud pública son muy deficientes y el negocio de los medicamentos es el mayor del mundo, junto con el de las armas. Vivimos en un tiempo en el cual la gente está azotada, indiscriminadamente, por dolencias, padecimientos y afecciones que no son, de ninguna manera, el propósito de nuestro Dios Creador, ni mucho menos enviadas por Él para probarnos o dañarnos. No. La enfermedad entró al mundo con la caída de Adán por su desobediencia. Su fuente es el 9
  • 10. pecado y el mismo Adversario quien, según la Biblia “no viene sino para hurtar y matar y destruir”; mientras Jesús ha venido para que quienes pongamos toda nuestra confianza en Él tengamos vida y para que la tengamos en abundancia.1 Por todo esto, tenemos necesidad imperiosa de descubrir qué dice Dios el Señor acerca de la sanidad y qué esperanza tenemos en Él para sanarnos. Precisamente sobre este tema hay en la Escritura, entre muchos, un pasaje que nos muestra aspectos interesantes e impactantes acerca del amplio tema de la sanidad y su estrecha relación con el Creador. La revelación de esas verdades, a través de esta porción de la Escritura, causará en su vida un efecto infinitamente major que el de una medicina para toda enfermedad. Nos narra la escritura que en una de las tantas veces que Jesús entró a Capernaum, vino a Él un centurión, rogándole, y diciendo: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, 10
  • 11. gravemente atormentado”. Cuando Jesús lo oyó, sin más ni más, le respondió inmediatamente: “Yo iré y le sanaré”. Entonces el centurión le respondió: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. Cuenta enseguida la Biblia que al oír esas palabras, esas explicaciones y ese razonamiento del Centurión “Jesús se maravilló y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. El final feliz de la historia es que, después de lo anterior, Jesús concluye, diciéndole al centurión: “Ve, y como creíste, te sea hecho”. Y, maravillemosnos y regocijemosnos con la frase final de este pasaje: “su criado fue sanado en aquella misma hora”.2 11
  • 12. Cuando uno lee esta historia puede pasar por alto muchos detalles y explicaciones que aquí precisamente quiero resaltar. Primero que todo pongamos nuestra atención en una verdad que aparece aquí aparentemente escondida pero que se levanta como un faro de esperanza. 12
  • 13. Jesús es Dios. Todo este suceso acontece en Capernaum. Capernaum era una ciudad junto al mar de Galilea, ubicada en esa época en el límite que separaba la jurisdicción de Herodes Antipas de la jurisdicción de su hermano Felipe. Había allí una guarnición dirigida por un capitán romano o centurión, el cual había edificado la sinagoga judía de la ciudad. Siempre será recordada esa ciudad pues, además de haber sido la ciudad de Pedro y Andrés, también es llamada la ciudad de Jesús por ser como el epicentro de Su ministerio, habiendo realizado allí muchos milagros y enseñado muchas veces en la sinagoga de la ciudad. También la recordaremos porque Jesús pronunció juicio tremendo sobre ella y otras ciudades por su falta de arrepentimiento cuando habían visto tantas señales en su tierra. En efecto Jesús dijo: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que sentadas en cilicio y ceniza, se habrían arrepentido. Por tanto, en el juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón, que para 13
  • 14. vosotras. Y tú, Capernaum, que hasta los cielos eres levantada, hasta el Hades serás abatida”. 3 Empiezo por esto porque seguramente la ciudad en la cual usted habita tendrá cosas en común con Capernaum. Muy seguramente ahí también se ha visto un montón de milagros del Señor. A la fija, su ciudad es un hermoso centro de operación de Jesús pues El habita en muchos corazones de residentes de esa ciudad. Muy seguramente, mientras en la ciudad que usted habita todos dicen creer en Dios, muchísimos en realidad están lejos de Él y se niegan a arrepentirse y reconocer que El es Señor de sus vidas. Pues bien, en una ocasión de las muchas que Jesús entró en la ciudad de Capernaum, se acercó ese Capitán Romano o Centurión, cuyo nombre no se menciona en la Biblia, rogándole y diciéndole: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado”. Recordemos que el centurión (en latín, centurio y en griego hekatontarchos) es el rango que ha recibido una mayor atención por parte de los estudiosos del ejército romano. Como leímos en Wikipedia, se trataba de oficiales «con un 14
  • 15. mando táctico y administrativo, siendo escogidos por sus cualidades de resistencia, templanza y mando. Comandaban una centuria, formada por 80 hombres, en función de las fuerzas en el momento dado y de si la centuria pertenecía o no a la Primera Cohorte (Agrupación)… Cada centurión era asistido en su centuria por un optio, un signifer y un tesserarius, suboficiales que reciben el nombre de “principales”. El primero era el lugarteniente del centurión –lo ayudaba en la táctica y en el mantenimiento de la disciplina y la forma física de los soldados…-, el segundo era el portaestandarte y tesorero de la centuria, y el último se encargaba de suministrar las contraseñas y de actuar de oficial de enlace». Como ya habrán notado, no fue cualquier persona que se acercó a Jesús. El Centurión era una autoridad romana respetada, perteneciente a una Legión que es la unidad de guerra más efectiva que ha tenido la humanidad. Por supuesto, debía lealtad a su emperador (en esa época Tiberio, sucesor de Augusto) y su filiación religiosa era la politeista acostumbrada en Roma, imperio en el cual se practicó el culto, también, a algunos emperadores declarados dioses. Precisamente, el emperador Augusto había sido declarado dios en el año 14. 15
  • 16. Este era el contexto histórico de la escena y lo resalto porque, como observan, la Biblia nos cuenta que el Centurión se le acercó a Jesús y “rogándole” le dijo “Señor…” Si bien es cierto esta palabra “rogándole” no viene de la palabra griega “proskyneo” que significa adoración, sí podemos decir que el Centurión le imploraba (parakaleo) o le pedía fervorosamente a Jesús un favor inmerecido. Pero esa segunda palabra que trae la Biblia al mencionar que el Centurión le dijo a Jesús “Señor”, sí merece un comentario, pues esa palabra “Señor” fue traducida de la palabra griega originalmente escrita aquí que fue “Kyrios”. “Kyrios” significa nada más ni nada menos “amo soberano que gobierna toda la creación”. Entonces el cuadro es impactante porque se trata de un romano con la importancia que hemos descrito, en un lugar donde ejercía plena autoridad pues el imperio había invadido y subyugaba a Israel, practicante de una religión que hacía culto a sus gobernantes y otros por ellos considerados “dioses”; quien en ese 16
  • 17. momento reconoce al autor de la creación del cielo y de la tierra y le declara Señor. Con esa declaración, el Centurión da por entendido que se somete a Él. Da a entender que en su calidad de ser creado por Jesús, se somete al amo de toda la creación. Una tremenda enseñanza que fue plasmada en el Evangelio para darnos muestras de que ¡ante Su Nombre excelso se debe doblar toda rodilla! ¡Jesús es Dios y será Dios por los siglos de los siglos! Su autoridad y soberanía merecen ser reconocidas en nuestra vida. Mejor: es urgente que Su Autoridad y Soberanía sean reconocidas y aceptadas en nuestras vidas, pues debemos saber que la Biblia declara a Jesús como Dios al expresar que “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios… Y aquel verbo fue hecho carne y habitó entre nosotros”.4 Ahora bien, Jesús, como lo dice la misma Biblia, “es el mismo ayer, hoy y por siempre”. 5 Luego, lo primero que debemos hacer es aceptar la Soberanía de Jesús, aceptar que El es el mismo Dios hecho carne que habitó entre nosotros, vivió y murió en la cruz por nosotros y en el lugar 17
  • 18. nuestro, pagando el precio de nuestros pecados, resucitó al tercer día y nos ofrece un lugar en el cielo, la vida eterna que podemos solamente recibir por fe en Él, poniendo toda nuestra confianza totalmente en Él y arrepintiéndonos de todo corazón. Usted puede ahora mismo, sin más fórmulas sacramentales y con una sola oración, reconocer a Jesús como Dios y rendirse a Él. Si así lo quiere, repita en voz audible a Él esta oración: Amado Jesús. Hoy acepto que eres Dios. Confieso con mi boca que Tu Jesús eres de ahora en adelante mi Señor y Redentor, y creo en mi corazón que Dios te levantó de entre los muertos. Recibo de Tu mano la vida eterna que me ofreces y me arrepiento de todo corazón de todos mis pecados contra ti. Te doy gracias por tu infinito amor y perdón, amén. Si usted ha hecho de corazón esta oración, usted ahora tiene un Dios que se identifica como Sanador. 18
  • 19. Jesús es Dios Sanador. Habíamos dicho ahora que Jesús es Dios y es el mismo ayer, hoy y siempre. Pues bien la misma Biblia que hemos venido citando trae el siguiente pasaje que nos pone de presente la esencia de Su Ser Sanador: “E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara. Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador” (subrayado fuera de texto). 6 19
  • 20. Dios era conocido como Jehová o Yahveh Rafa, como usted lo prefiera, en el Antiguo Testamento. Esa misma esencia sanadora de Dios puede leerse en Deuteronomio: “Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados. Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren” (subrayado fuera de texto). 7 Y aun más, en el libro de los Salmos: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias; el que rescata del hoyo tu vida, el que te corona de favores y misericordias; el que sacia de bien tu boca de modo que te 20
  • 21. rejuvenezcas como el águila” (subrayado fuera de texto).8 Es de aclarar que en las Escrituras anteriormente citadas cuando se dice algo como “ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti”, el verbo original en hebreo es realmente “permitir enviar”. Jesús es el mismo Jehová o Yahveh de quien hablan esas Escrituras. Jesús se presentó varias veces a sí mismo con la fórmula del gran Yo Soy mientras estuvo entre los judíos. Esa misma fórmula fue empleada por Dios Yahveh, también, para nombrarse a sí mismo cuando Moisés le pidió que le dijera Su nombre. En la Biblia leemos: “Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre? ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”.9 21
  • 22. Jesús repitió esa fórmula varias veces para identificarse. Un día, por ejemplo, controvirtiendo con los judíos les dijo: “Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho. Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo. Pero no entendieron que les hablaba del Padre. Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo” (énfasis fuera de texto).10 Por otro lado, la Palabra Santa de Dios también es sanadora. La Palabra de Dios sana y así mismo lo declara el Creador para todos nosotros: “Pero clamaron a Jehová en su angustia, y los libró de sus aflicciones. Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina” (subrayado fuera de texto).11 El Evangelio de Mateo lo confirma respecto a la Palabra de Jesús: “Y cuando llegó la noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó 22
  • 23. fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos…” (subrayado fuera de texto).12 Pues bien, ese mismo Jesús es el que manifiesta aquí, en el pasaje de Mateo que citamos al inicio, Su Voluntad indeclinable y siempre dispuesta para sanar. Fíjense que una vez el Centurión le ruega que sane su criado, Jesús inmediatamente le dice que El irá y le sanará. No hay duda ni condiciones de ninguna clase en su respuesta. No pregunta dónde está el criado, si está lejos o cerca, no pregunta quien es el criado, qué clase de persona es, ni siquiera pregunta por su nombre, simplemente manifiesta “Yo iré y le sanaré”. Jesús es el mismo Dios Sanador del Antiguo Testamento. El tiene el Poder para sanar cualquier enfermedad, Su Nombre es sobre todo nombre y por eso todo nombre de enfermedad debe doblar su rodilla ante Jesús. De Jesús, además, brotaba, salía poder sanador. Eso está escrito varias veces en la Biblia. En el Evangelio de Marcos se cuenta sobre una mujer que “desde hacía doce años padecía de flujo de sangre”, la cual fue testigo de primera mano de esa circunstancia. Ella, 23
  • 24. continua el relato, “había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder (sanador) que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?” (paréntesis fuera de texto).13 En el evangelio de Lucas también se da cuenta del poder sanador que salía de Jesús. Leamos el pasaje: “Y descendió con ellos (Jesús), y se detuvo en un lugar llano, en compañía de sus discípulos y de una gran multitud de gente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón, que había venido para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades; y los que habían sido atormentados de espíritus inmundos eran sanados. Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder (sanador) salía de él y sanaba a todos” (paréntesis fuera de texto).14 Lo anterior es muy importante saberlo porque Dios quiere que conozcamos esas cualidades Suyas de sanador y que, sabiendo eso, 24
  • 25. tengamos plena confianza en que la enfermedad o dolencia no puede resistirle porque El tiene una autoridad y un poder que sobrepasa aun lo que no podemos imaginar. 25
  • 26. Jesús tiene y ejerce toda potestad y autoridad. Jesús mismo dijo que a Él había sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra. 15 Toda, toda. Jesús tiene ese grado sumo de autoridad y la ejerce. Enseñó con autoridad. Así lo vemos en el Evangelio de Mateo donde se nos cuenta que “la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas”.16 Ejercía y ejerce esa autoridad sobre la naturaleza, como cuando hizo calmar la tempestad en el mar de Galilea. ¿Recuerdan la historia? Cuenta Mateo que una vez Jesús iba con sus discípulos en una barca y “se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza. Y los hombres se 26
  • 27. maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” 17 Ejercía y ejerce esa autoridad sobre los espíritus. El es el Señor de los espíritus. El Evangelio de Marcos nos trae este relato asombroso: “Pero había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, que dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pero Jesús le reprendió, diciendo: ¡Cállate, y sal de él! Y el espíritu inmundo, sacudiéndole con violencia, y clamando a gran voz, salió de él. Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen?”18 Ejercía y ejerce esa autoridad y potestad sobre las enfermedades y dolencias, como lo hace acá en este pasaje que estudiamos de Mateo. Por eso mismo, cuando Jesús dice al Centurión que El irá a sanar al criado, el Centurión le replica: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y 27
  • 28. digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. Aquí debemos aclarar algo al margen. El Centurión no se sentía digno de que Jesús visitara su casa y entrara en ella, pero ese no es el caso con usted. ¡Usted sí es digno! No porque usted lo merezca o haya hecho méritos y lo haya ganado. No. Usted es digno porque ¡Dios lo hizo digno al escogerlo desde antes de la fundación del mundo, al llamarlo, al salvarlo, al amarlo primero! Usted es digno porque Jesús el más Digno está en usted, es Su Señor. Jesús habita en su corazón, en su casa, en su hogar. Pero sigamos con el Centurión. El conocía qué era la autoridad, la ejercía sobre los 80 legionarios soldados del ejército romano bajo su mando. El sabía que la autoridad se ejercía con la palabra, como la autoridad de cualquier emperador o rey o gobernante el cual decreta y eso que decreta se cumple. Pero aquí lo asombroso es que un impío romano supiera y confiara en que ese Jesús, a quien se dirigía, tenía y podía ejercer ese tipo de autoridad. Con estas palabras el Centurión declaraba abiertamente que creía en su corazón que Jesús era el Kyrios, Señor y Dueño de toda la creación, por encima de su emperador, quien 28
  • 29. también era un ser creado, y que podía ordenar sobre toda la creación, haciendo cumplir sus decretos. El Centurión estaba convencido en su espíritu que Jesús tenía el poder de la vida y la muerte, ¡que tenía todo el poder y autoridad en el cielo y la tierra! Que todo, seres animados e inanimados, sometidos a Su autoridad obedecían lo decretado por Jesús. ¡Tremendo eso! El centurión sabía perfectamente la relación entre autoridad, potestad y obediencia. Por eso dijo que cuando él mismo ordenaba al uno ir, ese iba y al otro venir, ese venía, pero cuando ordenaba a un siervo hacer, este hacía. El centurión creía en su corazón que Jesús es Dios y lo declaró con su boca. Al actuar así, obró con fe, tuvo la certeza absoluta de la sanidad de su criado que el esperaba y la convicción de lo que no podía ver.19 Eso mismo es lo que debemos hacer siempre: creer en nuestro corazón, declararlo con nuestra boca y pasar a la acción, dando pasos de fe. 29
  • 30. Fue tanta la certidumbre que el hombre tenía de esas cosas y la fe de que el Señor podía sanar de esa manera a su criado que Jesús se asombró de él. ¡Imagínese al mismo Dios, creador del cielo y la tierra, maravillado, asombrado de un simple oficial romano! No en vano esta afirmación fue dejada escrita en la Biblia. Eso quiere decir que Dios se asombra, se maravilla y se agrada cuando tenemos fe, expresamos fe, ponemos en acción nuestra fe. ¡Sin fe es imposible agradar a Dios!20 Jesús Dios, quien se asombró, se maravilló del romano por la fe que mostró, ¡también se asombrará y maravillará de usted, tenga usted el gentilicio que tenga, por la fe que usted ponga en práctica! Y es precisamente esa fe la que le permitirá recibir ese regalo precioso de la sanidad. 30
  • 31. Uno recibe la sanidad por fe. Dios es quien puede sanar y sana. De hecho ya ha sanado porque conocemos el pasaje de Isaías 53 que se cita parcialmente en el Nuevo Testamento en 1 Pedro 2: 24: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (subrayado fuera de texto). Sabemos que los verbos en el anterior pasaje están en tiempo pasado, por lo cual podemos afirmar que Jesús ya proveyó sanidad en la cruz para que usted y yo seamos sanos ahora. Por eso no pida que Jesús lo sane más rato o mañana u otro día. Declare que ya está sano en el nombre de Jesús y que recibe ya esa sanidad que ya está dada en el cielo para usted o la persona que usted aprecie o ame. Y si la sanidad ya ha sido provista, sólo basta recibir esa sanidad por medio de la fe. La sanidad es producto de la Gracia de Dios y todo lo que viene de Su Gracia es, como ese nombre lo indica, ¡Gratis! No merecemos esas cosas 31
  • 32. que El nos regala, ni podemos ganarlas. Pero Dios proveyó un medio, un instrumento que nos sirve como el brazo del mendigo que se estira para recibir. Así recibimos Su Gracia sanadora, al igual que recibimos Su Gracia Salvadora. Por medio de la fe. Y, ¡ojo!, no necesitamos ser campeones de la fe, no necesitamos una fe grande como una montaña porque no es nuestra fe la que sana. No necesitamos una fe inmensa porque Inconmensurable es Dios para hacer lo que El quiere. Y el siempre quiso sanar y sanó a todos. ¡El que sana es Jesús! Por eso El dijo que «si tan sólo tuviéramos una fe tan pequeña como un grano de mostaza diremos a cualquier monte “Pásate de aquí allá”, y se pasará; y ¡nada nos será imposible!»21 La gente se fija siempre en lo grande del monte y se pregunta cómo Él lo hará, se fija en la dimensión del monte, pero nadie se fija en que Jesús dice después algo más extraordinario: NADA NOS SERÁ IMPOSIBLE. Sólo teniendo fe como una grano de mostaza. Sólo esa pequeña fe es suficiente para recibir la Gracia abundante de Dios que es como la fuerza de Su Poder: ¡Supereminente!22 32
  • 33. Por eso Jesús, después de maravillarse por la fe del Centurión dice que ¡ni aun entre el pueblo suyo de Israel ha hallado tanta fe! Y profetiza que Su Salvación ¡llegará a todos los pueblos del mundo, lo cual sigue sucediendo en estos días! Jesús, entonces, simplemente le dice al Centurión: “Ve, y como creíste, te sea hecho”. Pero entendamos correctamente: Jesús le dijo al Centurión que ¡la sanidad de su criado fue concedida al Centurión! ¡Oh maravillosa Gracia del Salvador! Cuando Jesús dice “como creíste, te sea hecho”, esa palabra “creíste”, proveniente del verbo creer, es traducida del griego “pisteuo” que significa “creer hasta el punto de confiar totalmente”. Cuenta enseguida el pasaje analizado que el criado del Centurión fue sanado ¡en ese mismo momento en el cual Jesús pronunció esas palabras! 33
  • 34. Cada vez que leo un versículo o pasaje que nos narra una sanidad hecha por Jesús ¡mi espíritu se conmueve, mi esperanza se fortalece, mi fe se agranda, mi gozo crece! Además, noto que no hay nunca en Jesús manifestaciones de teatro, no zapatea, no hay espectacularidad en la actuación sino solo en el resultado. Con actos sencillos, palabras en tono moderado pero con autoridad y poder, sin show, la gente es sanada. ¡Claro ejemplo para estas épocas! Ahora bien: ¿quién se sanó? ¡El Criado! El ni siquiera se había enterado de todo eso, el estaba postrado, grave, a punto de morir. Muy seguramente no conocía a Jesús, nunca había hablado con Él. No se enteró de nada. ¡Sólo supo que estaba muy grave y de un momento a otro sanó! No merecía nada, no hizo nada, no podía ganar nada pues no se podía ni mover. Pero la Gracia de Dios se extendió hasta él. El Criado gozó de la Gracia de Dios porque su amo, su patrón, el hombre bajo autoridad del cual el permanecía creyó y confesó con fe que podía recibir del Señor la sanidad para él. Una enseñanza tremenda también, pues Dios nos dice aquí que cada vez que creemos y confesamos, que actuamos con fe, que nos movemos en fe, ¡nuestro entorno es afectado positivamente! ¡Nuestra casa se sana, se salva! 34
  • 35. Oh maravilloso Dios, majestuoso Jesús, tu soberanía es sobre todo! ¡Que maravilloso saber que eres nuestro Dios! 35
  • 36. Testimonio Soy testigo de un milagro igual. Lo hizo el mismo Jesús con mi papá en Julio de 2012. Mi papá sufrió un infarto mientras estábamos varios hijos suyos con mi mama haciéndole visita y no nos dimos cuenta porque el simplemente se durmió profundamente y después no lo pudimos despertar. Lo llevamos en ambulancia a urgencias de la clínica y seguidamente ellos ordenaron meterlo a la UCI. Cuando lo visité allí al día siguiente sentí mucho dolor al ver la gravedad de su estado. Todos estábamos seguros de que moriría. ¡Creo que todos alcanzamos a llorar su muerte inminente! Empezamos a orar con mi esposa para que Dios hiciera Su Voluntad y entregamos a mi papá en Sus manos. Pero Dios me dijo después “No se de por vencido, siga orando por él”. No entendí muy bien eso, pues era consciente de lo natural que era la muerte de mi padre, un hombre de 87 años, con complicaciones cardiacas, diabético, con cáncer de piel y quien hace varios años se deleitaba diciendo que iba a morir. Sin embargo le conté a mi esposa lo que Dios me había dicho y empezamos a orar diferente. Empezamos a enviarle a todos mis parientes 36
  • 37. cercanos los versículos de sanidad que Dios me mostraba para que oraran de acuerdo con ellos (Salmos 91:16; Jeremías 33:6, Hechos 4:30, Éxodo 23:25, Juan 11:4, Salmo 23, Mateo 12:20, Salmos 117:17). Le dije, también, a los niños de la familia que oraran con base en esos versículos. Ese lunes nos reunimos todos los miembros de mi familia, les hablé de lo que Jesús había hecho con el Centurión, les hablé de lo que significa la fe y cómo movernos en ella, les dije que Jesús era hoy el mismo que en aquella época, que si aceptábamos Su soberanía en nuestras vida, reconociéndole como nuestro Señor, arrepintiéndonos sinceramente de nuestros pecados seríamos salvos; que si además creíamos en nuestro corazón, confesando con nuestra boca que El es el mismo ayer, hoy y siempre, y además creíamos en nuestro corazón y confesábamos con nuestra boca que el haría con mi papá como hizo con el siervo del centurión, mi papá entonces saldría de la UCI. Eso hicimos. Declaramos con autoridad en el nombre de Jesús que el era sano en esa hora, sabiendo que Jesús vive en nosotros y Su autoridad habita en nosotros. Al día siguiente, martes, mi papá fue sacado de la UCI a una pieza de la clínica. A veces estaba muy 37
  • 38. desanimado, otras bien, pero seguíamos orando para que Dios guardara su sanidad. Hoy (agosto de 2012), para la gloria del Hijo de Dios, mi padre está en casa, con las limitaciones de su edad, pero rodeado de los suyos quienes ahora reconocen que hay poder en Jesús y Su Palabra. Que Jesús es Soberano. Que Jesús es Dios. Que si la Biblia lo dice, lo debemos creer y confesarlo en Su Nombre, que si lo creemos y lo confesamos en Su Nombre, El, Jesús, lo hace, y ¡si El lo hace hecho está! 38
  • 39. ¡Reciba sanidad ya! ¿Usted o alguna persona que usted aprecia o ama mucho está enfermo en estos momentos? Bueno, en esta Palabra usted tiene una ruta segura para recibir la sanidad que usted o esa persona necesita. Simplemente Ore al Señor. Dígale a Jesús que de ahora en adelante Lo admite como Señor y Redentor personal. Dígale que Su Palabra lo reconforta a usted, es refrigerio a su vida y es verdad, que Su Palabra le hace libre a usted y a sus seres queridos de enfermedad, de dolencias, de virus, de daño producto de ataques del enemigo a su cuerpo o el de sus seres queridos. Dígale que tiene un corazón agradecido porque a El le ha placido darle esa provisión gratuita de sanidad para su vida y/o la de sus seres queridos. Dígale que hoy reconoce la soberanía del Señor Jesús, reconoce Su Autoridad, reconoce que Su Nombre es sobre todo nombre que se nombra en la tierra y en el cielo. Que se rinde a Él. Que le recibe en su corazón como el único gobernante de su vida, arrepintiéndose de todos sus pecados. Declare en esta hora, con la 39
  • 40. autoridad delegada que Dios le ha dado, sabiendo que El habita en usted, que usted y/o los suyos son sanos por Sus llagas en la cruz, que Jesús envía Su Palabra y sana ahora de toda enfermedad y dolencia a sus seres amados y a usted mismo. Declare que recibe esa sanidad con fe, sin dudar nada y que canta himnos de alabanza en honor a Su Nombre porque El es Santo y Su misericordia es para siempre, todo en el nombre de Jesús de Nazaret, amén. 40
  • 41. 1 Juan 10:10 2 Mateo 8: 5-13: 3 Lucas 10: 13-15 4 Juan 1:1 t 14 5 Hebreos 13:8 6 Éxodo 15: 22-26: 7 Deuteronomio 7:12-15 8 Salmos 103: 1-5 9 Éxodo 3:13-14 10 Juan 8:23-28 11 Salmos 107:19-20 12 Mateo 8:16 13 Marcos 5:25-30: 14 Lucas 6:17-19 15 Mateo 28:18 16 Mateo 7:29 17 Mateo 8:23-27 18 Marcos 1:23-27 19 Hebreos 11:1 20 Heb 11:6 21 Mateo 17:20 22 Efesios 1:19