1. ANTOLOGÍA GENERACIÓN DEL 98
Antonio Machado
Soledades, Galerías, otros poemas XII XXXV
Amada, el aura dice
tu pura veste blanca ...
He andado muchos caminos, La primavera besaba
No te verán mis ojos;
he abierto muchas veredas; suavemente la arboleda,
(mi corazón te aguarda!
he navegado en cien mares, y el verde nuevo brotaba
El viento me ha traído
y atracado en cien riberas. como una verde humareda.
tu nombre en la mañana;
En todas partes he visto Las nubes iban pasando
el eco de tus pasos
caravanas de tristeza, sobre el campo juvenil ...
repite la montaña ...
soberbios y melancólicos Yo vi en las hojas temblando
No te verán mis ojos;
borrachos de sombra negra, las frescas lluvias de abril.
(mi corazón te aguarda!
y pedantones al paño Bajo ese almendro florido,
En las sombrías torres
que miran, callan, y piensan todo cargado de flor
repican las campanas ...
que saben, porque no beben -recordé-, yo he maldecido
No te verán mis ojos;
el vino de las tabernas. mi juventud sin amor.
(mi corazón te aguarda!
Mala gente que camina Hoy, en mitad de la vida,
Los golpes del martillo
y va apestando la tierra... me he parado a meditar ...
dicen la negra caja;
Y en todas partes he visto ¡Juventud nunca vivida,
y el sitio de la fosa,
gentes que danzan o juegan, quién te volviera a soñar!
los golpes de la azada ...
cuando pueden, y laboran
No te verán mis ojos;
sus cuatro palmos de tierra.
(mi corazón te aguarda!
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan a dónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
2. RECUERDO INFANTIL YO VOY SOÑANDO CAMINOS
Anoche cuando dormía
Una tarde parda y fría Yo voy soñando caminos
soñé, (bendita ilusión!,
de invierno. Los colegiales de la tarde. ¡Las colinas
que una fontana fluía
estudian. Monotonía doradas, los verdes pinos,
dentro de mi corazón.
de lluvia tras los cristales. las polvorientas encinas!...
Di, )por qué acequia escondida,
Es la clase. En un cartel ¿Adónde el camino irá?
agua, vienes a mí,
se representa a Caín Yo voy cantando, viajero,
manantial de nueva vida
fugitivo, y muerto Abel, a lo largo del sendero...
de donde nunca bebí?
junto a una mancha carmín. —La tarde cayendo está—.
Anoche cuando dormía
Con timbre sonoro y hueco
soñé, (bendita ilusión!,
truena el maestro, un anciano En el corazón tenía
que una colmena tenía
mal vestido, enjuto y seco, la espina de una pasión;
dentro de mi corazón;
que lleva un libro en la mano. logré arrancármela un día;
y las doradas abejas
Y todo un coro infantil ya no siento el corazón.
iban fabricando en él,
va cantando la lección:
con las amarguras viejas,
"mil veces ciento, cien mil; Y todo el campo un momento
blanca cera y dulce miel.
mil veces mil, un millón". se queda, mudo y sombrío,
Anoche cuando dormía,
meditando. Suena el viento
soñé, (bendita ilusión!,
HASTÍO en los álamos del río.
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Pasan las horas de hastío La tarde más se oscurece;
Era ardiente porque daba
por la estancia familiar y el camino se serpea
calores de rojo hogar,
el amplio cuarto sombrío y débilmente blanquea,
y era sol porque alumbraba
donde yo empecé a soñar. se enturbia y desaparece.
y porque hacía llorar.
Del reloj arrinconado,
Anoche cuando dormía
que en la penumbra clarea, Mi cantar vuelve a plañir:
soñé, (bendita ilusión!,
el tictac acompasado Aguda espina dorada,
que era Dios lo que tenía
odiosamente golpea. quién te volviera a sentir
dentro de mi corazón.
Dice la monotonía en el corazón clavada.
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado...
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!
3. Campos de Castilla A UN OLMO SECO LA SAETA
Al olmo viejo, hendido por el rayo
SOÑÉ QUE TÚ ME LLEVABAS ¿ Quién me presta una escalera
y en su mitad podrido,
para subir al madero,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
Soñé que tú me llevabas para quitarle los clavos
algunas hojas verdes le han salido.
por una blanca vereda, a Jesús el Nazareno?
(El olmo centenario en la colina
en medio del campo verde, Saeta popular
que lame el Duero! Un musgo amarillento
hacia el azul de las sierras, ¡Oh, la saeta, el cantar
le mancha la corteza blanquecina
hacia los montes azules, al Cristo de los gitanos,
al tronco carcomido y polvoriento.
una mañana serena. siempre con sangre en las manos,
No será, cual los álamos cantores
siempre por desenclavar!
que guardan el camino y la ribera,
Sentí tu mano en la mía, ¡Cantar del pueblo andaluz,
habitado de pardos ruiseñores.
tu mano de compañera, que todas las primaveras
Ejército de hormigas en hilera
tu voz de niña en mi oído anda pidiendo escaleras
va trepando por él, y en sus entrañas
como una campana nueva, para subir a la cruz!
urden sus telas grises las arañas.
como una campana virgen ¡Cantar de la tierra mía,
Antes que te derribe, olmo del Duero,
de un alba de primavera. que echa flores
con su hacha el leñador, y el carpintero,
al Jesús de la agonía,
te convierta en melena de campana,
¡Eran tu voz y tu mano, y es la fe de mis mayores!
lanza de carro o yugo de carreta;
en sueños, tan verdaderas! ... ¡Oh, no eres tú mi cantar!
antes que rojo, en el hogar, mañana,
Vive, esperanza, ¡quién sabe ¡No puedo cantar, ni quiero
ardas de alguna mísera caseta,
lo que se traga la tierra!. a ese Jesús del madero,
al borde de un camino;
sino al que anduvo en el mar!
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
4. A JOSÉ MA PALACIO Proverbios y cantares XXIII
I No extrañéis, dulces amigos,
Palacio, buen amigo, Nunca perseguí la gloria que esté mi frente arrugada:
¿está la primavera ni dejar en la memoria yo vivo en paz con los hombres
de los hombres mi canción; y en guerra con mis entrañas.
vistiendo ya las ramas de los chopos
yo amo los mundos sutiles, XXIX
del río y los caminos? En la estepa ingrávidos y gentiles Caminante, son tus huellas
del alto Duero, Primavera tarda, como pompas de jabón. el camino y nada más;
¡pero es tan bella y dulce cuando Me gusta verlos pintarse Caminante, no hay camino,
llega!... de sol y grana, volar se hace camino al andar.
¿Tienen los viejos olmos bajo el cielo azul, temblar Al andar se hace el camino,
algunas hojas nuevas? súbitamente y quebrarse. y al volver la vista atrás
Aún las acacias estarán desnudas II se ve la senda que nunca
y nevados los montes de las sierras. ¿Para qué llamar caminos se ha de volver a pisar.
con las lluvias de abril. Ya las abejas a los surcos del azar?... Caminante no hay camino
libarán del tomillo y el romero. Todo el que camina anda, sino estelas en la mar.
como Jesús, sobre el mar. XLIV
¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan
IV Todo pasa y todo queda,
violetas? Nuestras horas son minutos pero lo nuestro es pasar,
Furtivos cazadores, los reclamos cuando esperamos saber, pasar haciendo caminos,
de la perdiz bajo las capas luengas, y siglos cuando sabemos caminos sobre la mar.
no faltarán. Palacio, buen amigo, lo que se puede aprender. XLV
¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa, V Morir... ¿Caer como gota
allá, en el cielo de Aragón, tan bella! Ni vale nada el fruto de mar en el mar inmenso?
¿Hay zarzas florecidas cogido sin sazón... ¿O ser lo que nunca he sido:
entré las grises peñas, Ni aunque te elogie un bruto uno, sin sombra y sin sueño,
y blancas margaritas ha de tener razón. un solitario que avanza
VI sin camino y sin espejo?
entre la fina hierba?
De lo que llaman los hombres LIII
Por esos campanarios virtud, justicia y bondad, Ya hay un español que quiere
ya habrán ido llegando las cigüeñas. una mitad es envidia, vivir y a vivir empieza,
Habrá trigales verdes, y la otra no es caridad. entre una España que muere
y mulas pardas en las sementeras, XXI y otra España que bosteza.
y labriegos que siembran los tardíos Ayer soñé que veía Españolito que vienes
¿tienen ya ruiseñores las riberas? a Dios y que a Dios hablaba; al mundo, te guarde Dios.
Con los primeros lirios y soñé que Dios me oía... Una de las dos Españas
y las primeras rosas de las huertas, Después soñé que soñaba. ha de helarte el corazón.
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...
5. ANTOLOGÍA GENERACIÓN DEL 98
Pío Baroja
Las inquietudes de Shanti Andía (Libro Primero. Infancia. IX. Yurrumendi, el fantástico
Era Yurrumendi un hombre enorme, con la espalda ancha, el abdomen abultado, las manos grandísimas, siempre metidas en los bolsillos de los pantalones, y los
pantalones a punto de caérsele; tan bajo se los ataba.Tenía una hermosa cara noble, roja; el pelo blanco, patillas muy cortas y los ojos pequeños y brillantes. Vestía
muy limpio; en verano, unos trajes de lienzo azul, que a fuerza de lavarlos estaban siempre desteñidos; y en invierno una chaqueta de paño negro, fuerte, que debía
de estar calafateada como una gabarra. Llevaba una gorra de punto con una borla en medio. Era soltero, vivía solo, con una patrona vieja; fumaba mucho en pipa,
andaba tambaleándose y llevaba un anillo de oro en la oreja. (…) Yurrumendi tenía una fantasía extraordinaria. Era el inventor más grande de quimeras que he
conocido. Según él, detrás del monte Izarra, un poco más lejos de Frayburu, había en el mar una sima sin fondo. Muchas veces él echó el escandallo; pero nunca dio
con arena ni con roca. Se le decía que su sonda era, seguramente, corta; pero Yurrumendi aseguraba que, aunque fuera de cien millas, no se encontraría el fondo.
Respecto a la cueva que hay en el Izarra, frente a Frayburu, él no quería hablar y contar con detalles las mil cosas extraordinarias y sobrenaturales de que estaba
llena; le bastaba con decir que un hombre, entrando en ella, salía, si es que salía, como loco. Tales cosas se presenciaban allí. Bastaba decir que las sirenas, los
unicornios navales y los caballos de mar andaban como moscas, y que un gigantes con los ojos encarnados tenía en la cueva su misteriosa morada. (…) Otras veces,
el viejo marino nos contaba una serie de crueldades horribles: piratas que mandaban cortar la lengua o las manos a los que caían en su poder; otros que echaban al
agua a sus enemigos, metidos en una jaula y con los ojos vaciados. Nos hacía temblar, pero le oíamos. Hay un fondo de crueldad en el hombre, y sobre todo en el
niño, que goza oscuramente cuando la barbarie humana sale a la superficie. (…) Para Zelayeta y para mí, los relatos de Yurrumendi fueron una revelación.
Estábamos decididos; seríamos piratas, y después de aventuras sin fin, de desvalijar navíos y bergantines, y burlarnos de los cruceros ingleses; después de realizar el
tesoro de viejas onzas mejicanas y piedras preciosas, que tendríamos en una isla desierta, volveríamos a Lúzaro a contar, como Yurrumendi, nuestras hazañas.
El árbol de la ciencia
" Uno tiene la angustia, la desesperación de no saber qué hacer con la vida, de no tener un plan, de encontrarse perdido. Andrés se inclinaba a creer que el pesimismo
de Schopenhauer era una verdad casi matemática. El mundo le parecía una mezcla de manicomio y de hospital; ser inteligente constituía una desgracia, y sólo la
felicidad podía venir de la inconsciencia y de la locura. "
La busca
" A oscuras anduvieron el Bizco y Manuel de un lado a otro, explorando los huecos de la Montaña, hasta que una línea de luz que brotaba de una rendija de la tierra
les indicó una de las cuevas. Se acercaron al agujero; salía del interior un murmullo interrumpido de voces roncas. A la claridad vacilante de una bujía, sujeta en el
suelo entre dos piedras, más de una docena de golfos, sentados unos, otros de rodillas, formaban un corro jugando a las cartas. En los rincones se esbozaban vagas
siluetas de hombres tendidos en la cama. Un vaho pestilente se exhalaba del interior del agujero....Manuel pensó haber visto algo parecido en la pesadilla de una
fiebre. (…) Era la Corrala un microcosmos, se decía que puestos en hilera los vecinos llegarían desde el arroyo de Embajadores a la plaza del Progreso; allí había
hombres que lo eran todo y que no eran nada: medio sabios, medio herreros, medio carpinteros, medio albañiles, medio comerciantes y medio ladrones. (...)Era, en
general, toda la gente que allí habitaba gente descentrada, que vivía en el continuo aplanamiento producido por la eterna o irremediable miseria; muchos cambiaban
de oficio, como un reptil de piel; otros no lo tenían; algunos peones de carpintero, de albañil, a consecuencia de su falta de iniciativa, de comprensión y de habilidad,
no podían pasar de peones, había también gitanos, esquiladores de mulas y de perros, y no faltaban cargadores, barberos ambulantes y saltimbanquis. "
6. ANTOLOGÍA GENERACIÓN DEL 98
José Martínez Ruiz , Azorín
Las confesiones de un pequeño filósofo
Mi tío Antonio era un hombre escéptico y afable; llevaba una larga y fina cadena de oro que le pasaba y repasaba por el cuello; se ponía, unas veces, una gorra
antigua con dos cintitas detrás, y otras, un sombrero hongo, bajo de copa y espaciado de alas. Y cuando por la mañana salía a la compra –sin faltar una- llevaba un
carrick viejo y la pequeña cesta metida debajo de las vueltas.
Era un hombre dulce; cuando se sentaba en la sala, se balanceaba en la mecedora suavemente, tarareando por lo bajo, al par que en el piano tocaban la sinfonía de
una vieja ópera... Tenía la cabeza redonda y abultada, con un mostacho romo que le ocultaba la comisura de los labios, con una abundosa papada que caía sobre el
cuello bajo y cerrado de la camisa. Yo no sé si mi tío Antonio había pisado alguna vez las universidades; tengo vagos barruntos de que fracasaron unos estudios
comenzados. Pero tenía –lo que vale más que todos los títulos- una perspicacia natural, un talento práctico y, sobre todo, una bondad inquebrantable que ha dejado en
mis recuerdos una suave estela de ternura. (...)
[Azorín, 1895]
«Nuestro atraso cultural se evidencia cuando nos comparamos con otras naciones. Aún no se han impuesto aquí con toda fuerza el derecho, la libertad, el deber. La
tierra clásica del honor es la tierra de la arbitrariedad: en política, en el caciquismo deshonroso; en literatura, el elogio interesado y la censura rencorosa.
Se duda de si la ley del progreso es una verdad en España. La apatía nos ata las manos: callamos ante la injusticia y confirmamos las palabras del ilustro arzobispo
De Pradt: “La geografía ha cometido un error colocando a España en Europa, porque pertenece a África. Sangre, costumbres, lengua, manera de vivir y de luchar,
todo en España es africano”. El militarismo nos ahoga, la marea de la reacción religiosa va subiendo. Espíritus enérgicos, que trabajaron siempre por la ciencia y el
arte libres se rinden a un sentimentalismo religioso que antaño les hacía reír. Revolucionarios de toda la vida, vuelven su cara atrás y refunden su programa sobre las
bases de la Iglesia y el Ejército.
Cuarenta millones se dedican a los gastos de culto y clero; seis a la enseñanza. Los catedráticos son separados arbitrariamente de sus cátedras. El Poder legislativo es
una comedia; el judicial, un orden dependiente del ejecutivo; el ejecutivo, un servidos de la ambición. El obrero no espera nada del Estado.
Dejemos los entusiasmos exagerados y el lirismo del mal gusto. La época de las declamaciones ha pasado. Necesitamos ahora científicos. El triunfo de las nuevas
ideas vendrá por la ciencia. Haga la iniciativa privada y particular lo que el Estado no hace: Fúndense instituciones para la enseñanza, laboratorios para científicos,
escuelas donde el obrero aprenda a ser hombre y a hacer efectivos sus derechos. Que aprenda el obrero a desconfiar de los apóstoles del falso socialismo; que medite
que el credo católico es incompatible con las aspiraciones del mundo que trabaja.»
7. ANTOLOGÍA GENERACIÓN DEL 98
Ramón María del Valle-Inclán
Luces de Bohemia ( escena XII )
Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas aliento, ilustre buey del pesebre belenita. ¡Muge, Latino! Tú eres el cabestro, y si
negras, la luna clara. DON LATINO y MAX ESTRELLA filosofan sentados en el muges vendrá el Buey Apís. Le torearemos.
quicio de una puerta lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero DON LATINO.- Me estás asustando. Debías dejar esa broma.
de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido MAX.- Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado
los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertan las porteras. Goya. Los
MAX.- ¿Debe estar amaneciendo? héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.
DON LATINO.- Así es. DON LATINO.- ¡Estás completamente curda!
MAX.- ¡Y qué frío! MAX.- Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento.
DON LATINO.- Vamos a dar unos pasos. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética
MAX.- Ayúdame, que no puedo levantarme. ¡Estoy aterido! sistemáticamente
DON LATINO.- ¡Mira que haber empeñiado la capa! deformada.
MAX.- Préstarne tu carrik, Latino. DON LATINO.- ¡Miau! ¡Te estás contagiando!
DON LATINO.- ¡MAX.- , eres fantástico! MAX.- España es una deformación grotesca de la civilización europea.
MAX.- Ayúdarne a ponerme en pie. DON LATINO.- ¡Pudiera! Yo me inhibo.
DON LATINO.- ¡Arriba, carcunda! MAX.- Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
MAX.- í No me tengo! DON LATINO.- Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la
DON LATINO.- ¡Qué tuno eres! calle del Gato.
MAX.- ¡Idiota! MAX.- Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una
DON LATINO.- ¡La verdad es que tienes una fisonomía algo rara! matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo
MAX.- ¡Don Latino de Hispalis, grotesco personaje, te inmortalizaré en una cóncavo las
novela! normas clásicas.
DON LATINO.- Una tragedia, MAX.- . DON LATINO.- ¿Y dónde está el espejo?
MAX.- La tragedia nuestra no es tragedia. MAX.- En el fondo del vaso.
DON LATINO.- ¡Pues algo será! DON LATINO.- ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!
MAX.- El Esperpento. MAX.- Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma
DON LATINO.- No tuerzas la boca, Max . las caras y toda la vida miserable de España.
MAX.- ¡Me estoy helando! DON LATINO.- Nos mudaremos al callejón del Gato.
DON LATINO.- Levántate. Vamos a caminar.
MAX.- No puedo.
DON LATINO.- Deja esa farsa. Vamos a caminar.
MAX.- Échame el aliento. ¿Adónde te has ido, Latino?
DON LATINO.- Estoy a tu lado.
MAX.- Como te has convertido en buey, no podía reconocerte. Écharne el
8. ANTOLOGÍA GENERACIÓN DEL 98
Miguel de Unamuno
Capítulo XXXI de Niebla ( El protagonista, Augusto, desesperado por un engaño amoroso, ha pensado suicidarse. Sin embargo, habiendo leído cierto ensayo sobre
el suicidio, decide consultar con su autor, que no es otro que el propio Unamuno. He aquí la insólita conversación entre el novelista y su personaje )
Aquella tempestad del alma de Augusto terminó, como en terrible calma, en decisión de suicidarse. Quería acabar consigo mismo, que era la fuente de sus desdichas
propias. Mas antes de llevar a cabo su propósito, como el náufrago que se agarra a una débil tabla, ocurriósele consultarlo conmigo, con el autor de todo este relato.
Por entonces había leído Augusto un ensayo mío en que, aunque de pasada, hablaba del suicidio, y tal impresión pareció hacerle, así como otras cosas que de mí
había leído, que no quiso dejar este mundo sin haberme conocido y platicado un rato conmigo. Emprendió, pues, un viaje acá, a Salamanca, donde hace más de
veinte años vivo, para visitarme.
Cuando me anunciaron su visita sonreí enigmáticamente y le mandé pasar a mi despacho-librería. Entró en él como un fantasma, miró a un retrato mío al óleo que
allí preside a los libros de mi librería, y a una seña mía se sentó, frente a mí.
Empezó hablándome de mis trabajos literarios y más o menos filosóficos, demostrando conocerlos bastante bien, lo que no dejó, ¡claro está!, de halagarme, y en
seguida empezó a contarme su vida y sus desdichas. Le atajé diciéndole que se ahorrase aquel trabajo, pues de las vicisitudes de su vida sabía yo tanto como él, y se
lo demostré citándole los más íntimos pormenores y los que él creía más secretos. Me miró con ojos de verdadero terror y como quien mira a un ser increííble; creí
notar que se le alteraba el color y traza del semblante y que hasta temblaba. Le tenía yo fascinado.
––¡Parece mentira! ––repetía––, ¡parece mentira! A no verlo no lo creería... No sé si estoy despierto o soñando...
––Ni despierto ni soñando ––le contesté.
––No me lo explico... no me lo explico ––añadió––; mas puesto que usted parece saber sobre mí tanto omo sé yo mismo, acaso adivine mi propósito...
––Sí ––le dije––, tú ––y recalqué este tú con un tono autoritario––, tú, abrumado por tus desgracias, has concebido la diabólica idea de suicidarte, y antes de hacerlo,
movido por algo que has leído en uno de mis últimos ensayos, vienes a consultármelo.
El pobre hombre temblaba como un azogado, mirándome como un poseído miraría. Intentó levantarse, acaso para huir de mí; no podía. No disponía de sus fuerzas.
––¡No, no te muevas! ––le ordené.
––Es que... es que... ––balbuceó.
––Es que tú no puedes suicidarte, aunque lo quieras.
––¿Cómo? ––exclamó al verse de tal modo negado y contradicho.
––Sí. Para que uno se pueda matar a sí mismo, ¿qué es menester? ––le pregunté.
––Que tenga valor para hacerlo ––me contestó.
––No ––le dije––, ¡que esté vivo!
––¡Desde luego!
––¡Y tú no estás vivo!
––¿Cómo que no estoy vivo?, ¿es que me he muerto? ––y empezó, sin darse clara cuenta de lo que hacía, a palparse a sí mismo.
––¡No, hombre, no! ––le repliqué––. Te dije antes que no estabas ni despierto ni dormido, y ahora te digo que no estás ni muerto ni vivo.
––¡Acabe usted de explicarse de una vez, por Dios!, ¡acabe de explicarse! ––me suplicó consternado––, porque son tales las cosas que estoy viendo y oyendo esta
tarde, que temo volverme loco.
––Pues bien; la verdad es, querido Augusto ––le dije con la más dulce de mis voces––, que no puedes matarte porque no estás vivo, y que no estás vivo, ni tampoco
muerto, porque no existes...
––¿Cómo que no existo? ––––exclamó.
9. ––No, no existes más que como ente de ficción; no eres, pobre Augusto, más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato
que de tus fingidas venturas y malandanzas he escrito yo; tú no eres más que un personaje de novela, o de nivola, o como quieras llamarle. Ya sabes, pues, tu secreto.
Al oír esto quedóse el pobre hombre mirándome un rato con una de esas miradas perforadoras que parecen atravesar la mira a ir más allá, miró luego un momento a
mi retrato al óleo que preside a mis libros, le volvió el color y el aliento, fue recobrándose, se hizo dueño de sí, apoyó los codos en mi camilla, a que estaba arrimado
frente a mí y, la cara en las palmas de las manos y mirándome con una sonrisa en los ojos, me dijo lentamente:
––Mire usted bien, don Miguel... no sea que esté usted equivocado y que ocurra precisamente todo lo contrario de lo que usted se cree y me dice.
––Y ¿qué es lo contrario? ––le pregunté alarmado de verle recobrar vida propia.
––No sea, mi querido don Miguel ––añadió––, que sea usted y no yo el ente de ficción, el que no existe en realidad, ni vivo, ni muerto... No sea que usted no pase de
ser un pretexto para que mi historia llegue al mundo (...)
( La conversación continúa y llega a ser violenta. Augusto insinúa incluso la idea de matar a Unamuno, y éste, furioso, decide-como autor que es-hacer que muera
Augusto. Entonces, el personaje, que poco antes había pensado en el suicidio, siente renacer unas inmensas ganas de vivir. He aquí el final del capítulo)
Cayó a mis pies de hinojos, suplicante y exclamando:
––¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!
––¡No puede ser, pobre Augusto ––le dije cogiéndole una mano y levantándole––, no puede ser! Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué
hacer ya de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme...
––Pero si yo, don Miguel...
––No importa; sé lo que me digo. Y me temo que, en efecto, si no te mato pronto acabes por matarme tú.
––Pero ¿no quedamos en que...?
––No puede ser, Augusto, no puede ser. Ha llegado tu hora. Está ya escrito y no puedo volverme atrás. Te morirás. Para lo que ha de valerte ya la vida...
––Pero... por Dios...
––No hay pero ni Dios que valgan. ¡Vete!
––¿Conque no, eh? ––me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme:
¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada
de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos,
todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros,
nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que
yo, que Augusto Pérez, que su víctima...
––¿Víctima? ––exclamé.
––¡Víctima, sí! ¡Crearme para dejarme morir!, ¡usted también se morirá! El que crea se crea y el que se crea se muere. ¡Morirá usted, don Miguel, morirá usted, y
morirán todos los que me piensen! ¡A morir, pues!
Este supremo esfuerzo de pasión de vida, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto.
Y le empujé a la puerta, por la que salió cabizbajo. Luego se tanteó como si dudase ya de su propia existencia. Yo me enjugué una lágrima furtiva.