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LA VISIÓN
Javier Albalat Requena
LA VISIÓN

La vida es más simple de lo que uno quiera pensar. Paso y vista al frente.
Ella no pone obstáculos, nos los ponemos nosotros solitos en la búsqueda
incesante de la verdad cuando realmente la tenemos en nuestras narices.
Salto y vista al frente. Ya casi estaba. Todos queremos ser más que los
demás. La ambición es buena si no es por egoísmo o avaricia, pero
queremos una casa más grande o un coche más potente. O simplemente
ganar más dinero. Me paré y me di la vuelta. Impacto. Alegría. Satisfacción.
Melancolía. Sensaciones que recorrieron mi cuerpo. Distinguí la torre de la
iglesia, centro neurálgico de Alcublas, mi amado pueblo.
Me quedé unos minutos observando desde las alturas y luego me senté.
Bebí agua ávidamente para calmar la sed acuciante. El sol me daba de
lleno. Crucé las piernas y cerré los ojos, sintiendo la gélida brisa
contrarrestada por el sol, sumergiéndome en mis cavilaciones.

      - Hola, joven. Vengo a traerle una buena noticia -dijo una voz
cascada a mis espaldas. Abrí los ojos y me di la vuelta, sorprendido. Había
un hombre encorvado con pinta de ser muy mayor, con una barba canosa
tirando a blanca acabada en punta y apoyado en un bastón que me
sonaba bastante.

      - Hola… -respondí de forma automática.

      - Bienvenido seas -me respondió con una sonrisa carente de dientes.

      Miré a mí alrededor y no veía ningún medio de transporte. ¡Qué
extraño! Un hombre que debía de tener no menos de noventa años no
podía subir por una senda tan empinada como la que yo acababa de subir
y con esfuerzo.

      - Perdone, decía algo de una buena noticia… -comenté tratando de
romper el hielo.

      El misterioso anciano sonrió otra vez.

      - Te decía que traigo buenas noticias para ti -repitió.

      - ¿Y ha venido hasta aquí solamente para traerme una buena
noticia? -pregunté intrigado.

      - ¡Claro! -sonrió el hombre.

      El anciano me miraba sin dejar de sonreír.

      - Usted dirá… -le dije, con una media sonrisa, tratando de ser amable.

      - El final está cerca -me dijo, borrando la sonrisa de su arrugado
rostro.

      - ¿El final de qué? -pregunté, cada vez más intrigado.
- ¡Del mundo! -gritó el viejo mientras se agachaba hacia mí abriendo
unos ojos como platos.

      Reconocí que estaba asustado por un señor de unos noventa años,
con una especie de cayado que me era familiar de haberlo visto en otra
parte. Nos quedamos mirándonos fijamente durante unos segundos para
luego recobrar la compostura.

      El hombre levantó su bastón hacia el horizonte, hacia la Serranía.

      - Dentro de poco todo este paisaje tan verde y fértil se convertirá en
fuego y muerte -aseguró.




      - ¿Y eso por qué…? -pregunté atónito.
- Porque dentro de muy poco bajará nuestro señor Jesucristo del
cielo para castigar a Lucifer y a todos los seres humanos que hayan
predicado o hecho el mal. Lo quemará todo y el fuego arderá durante mil
años -susurró el viejo con una voz áspera y sibilina que recordaba a una
persona agonizando.

       - Acabáramos… Con la iglesia hemos topado… -pensé molesto.

       Posiblemente el hombre se había escapado de algún manicomio o
era uno de esos locos que van predicando la palabra del Señor puerta por
puerta.

       Pero el contexto en el que nos hallábamos no cuadraba. Un hombre
muy mayor en la cima de una montaña, sin ningún viso de algún tipo de
transporte, hablándome de Jesucristo y de un futuro más bien negro.

       Ante mi silencio, el viejo prosiguió:

       - Cuando hayan pasado mil años, nuestro señor Jesucristo volverá
con sus ángeles para apagar el fuego eterno y perdonar a las almas
arrepentidas. A Lucifer y sus adeptos los enviará para siempre a las
entrañas del infierno y luego…

       - Espere -interrumpí, levantando una mano- Mire, debo advertirle
que no me interesan estas cosas. Si le soy sincero, ni creo en Dios ni en la
iglesia.

       - Tú crees en Dios -aseveró el viejo con gesto serio, señalándome con
un dedo curvo. Este hombre empezaba a ponerme nervioso.

       - Tal vez, pero no en la iglesia que usted representa -le espeté ya
mosqueado.

       El hombre rió como un motor que no quiere arrancar.

       - Esos a los que te refieres son los primeros de la lista -dijo
sonriéndome- Háblame sin miedo y con franqueza -me pidió con otra
sonrisa.

       Titubeé antes de contestar:
- Pues… Tengo una relación nefasta con la iglesia. Pienso que no se
puede ser más hipócrita. Predican lo contrario a la palabra del Señor que
usted predica. Me refiero a que me parece increíble que una institución
que predica las sagradas escrituras sea una patraña para engañar y estafar
a las personas. Lobos disfrazados de piel de cordero o, más bien, de ricas
telas y terciopelos, con una dieta prohibitiva, así como anillos y crucifijos
de oro fastuosos… Lo siento, pero no es algo con lo que esté muy de
acuerdo. No es la imagen que desearía ver Jesús, lo que han hecho con sus
doctrinas, sus parábolas y sus enseñanzas. Uno lee la Biblia, censurada por
la iglesia, y no puede evitar odiar a sus representantes actuales. Se han
dedicado a amasar enormes fortunas que podrían solucionar de un
plumazo la hambruna -dije, finalizando mi argumento con un suspiro.

      El viejo me miraba sonriéndome, como si estuviera orgulloso de mí,
como un padre lo estaría de su hijo.

      - Acabas de demostrarme que a pesar de tu juventud, eres sabio y
sensato -dijo- Y como te he dicho antes, aquellos a los que te refieres serán
los primeros en sufrir el castigo divino. Sólo los que muestren verdadero
arrepentimiento, serán perdonados de sus pecados.

      - ¿Pero de qué sirve perdonar si ya se ha hecho todo el daño? -
pregunté- Yo los haría sufrir por toda la eternidad.

      - ¡Ah! Ahí está la diferencia entre el ser humano y Dios, pues Él es
grandiosamente misericordioso. Dios nos entregó los diez mandamientos
para que los cumpliéramos, para así ganarnos la eternidad en el cielo… -
explicó el anciano.

      No pude evitar echarme a reír a carcajada limpia.

      El viejo me miraba con un rictus serio, apoyando las dos manos
sobre su bastón, como esperando a que terminara de reírme.

      - Perdone, no lo he podido evitar… Pero de ser esto cierto, el cielo se
quedará vacío y el infierno sufrirá overbooking durante siglos, pues hoy en
día el que no es pecador o es tonto de remate o es un puritano que vive
pisando huevos -me defendí.
- ¿No has pensado, joven, que quizás estés equivocado, que hay más
corazones puros de lo que puedas imaginar? -preguntó el anciano.

      - Perdone señor, pero eso casi es una utopía a día de hoy. Me explico:
Desde hace muchos siglos el hombre se mueve por dinero, sexo y drogas.
Por lo tanto, entre tanta depravación y una sobredosis de los siete pecados
capitales, no se escapa ni el tato -le expliqué.

      Ante la mirada impasible del viejo, proseguí:

      - Usted mismo, a lo largo de su larga vida, seguro que lo ha vivido
muchas veces. Hombres y mujeres que acaban seducidos por el ansia de
ser más ricos o poderosos, sin importar el precio que cueste o aún peor,
segando vidas inocentes con tal de conseguir su objetivo, para al fin y al
cabo, después de una relativa corta vida, morir y volver a ser polvo y
cenizas… Entonces, ¿qué sentido tiene esto? Si sólo tenemos que vivir y
disfrutar de lo que disponemos o lo que se nos ofrece, ni más ni menos.
Está bien que evolucionemos en otros sentidos para por ejemplo hallar
una cura para cualquier enfermedad. Pero no, hallan la cura para un
simple resfriado y las empresas farmacéuticas se llenan los bolsillos. Como
ocurrió con la gripe A. ¡No es justo! -me quejé.

      El viejo parecía una estatua, así que continué con mi diatriba:

      - Si es cierto lo que usted dice, entonces deseo que Jesucristo venga
cuanto antes y empiece a limpiar con su fuego toda la porquería, porque
estoy muy triste de ver en lo que se ha convertido el mundo, pero me
provoca mucha más tristeza saber en lo que se convertirá, pues no hace
falta ser muy listo para saber lo que ocurrirá. Tan sólo hay que ojear un
periódico para darse cuenta de ello. Guerras, corrupción, crímenes,
violaciones y una larga lista de cosas deleznables que ocurren a diario -
dirigí la mirada al horizonte con gesto derrotado- ¿Cómo hemos acabado
así? Tal vez sea el convencimiento de que no existe ningún Dios que luego
nos castigue por nuestros actos, pues, que yo sepa, el Dios del que usted
habla tan bien no hace acto de presencia desde hace por lo menos dos mil
años, por lo tanto, hemos perdido la fe y cuando digo hemos, me incluyo a
mí mismo, lo cual nos lleva a pecar pensando que luego no habrá castigo.
Si Dios por lo menos nos hubiera guiado cual rebaño, otro gallo hubiera
cantado…

      Se hizo el silencio. Un silencio incómodo pero revelador. Miré al cielo
azul como buscando algo, para luego mirar al viejo ya realmente cabreado,
que seguía mirándome impertérrito.

      - ¡¿Dónde está?! -le espeté- ¡¿Por qué permite Dios que pasen tantas
cosas horribles?!

      - La culpa es vuestra. Si nuestro señor Jesucristo no hubiera muerto
en la cruz gracias a vuestra falta de fe, el mundo sería distinto -dijo con
toda la tranquilidad del mundo el anciano.

      - Dios mío… ¡este hombre está loco de remate! -pensé, mirando al
hombre.

      El viejo tenía la desfachatez de culpar al hombre de todos sus males.
Increíble.

      - A ver. ¿Me está diciendo usted que por culpa de unos incrédulos y
locos que acusaron a Jesucristo llevándolo a la cruz hace como unos dos
mil años, debemos pagar las generaciones venideras durante siglos y
siglos? -pregunté, perplejo.

      - No fue un castigo. Jesús era un regalo de Dios para la humanidad,
pero en vez de agradecerlo, lo despreciasteis. ¡Imagínalo por un momento!
¡Era el hijo de Dios! ¡Él lo envió a la tierra para enseñar al hombre la
palabra del Señor y no se os ocurre otra cosa que crucificarlo! ¡A su propio
hijo! Jesús no vino a juzgaros y sin embargo, vosotros lo juzgasteis.
Imagínate la tristeza que sintió Dios cuando vio que su propia creación
mataba a su propio hijo. Entonces tomó la decisión de abandonar a la
humanidad un poco a su aire, pues se sintió enormemente decepcionado.

      - Pero buen hombre, entienda que caminar sobre el agua, resucitar
muertos, multiplicar panes y peces o curar enfermedades incurables no era
algo muy común en aquellos tiempos. La única explicación que se me
ocurre es que se asustaron tanto que creyeron que aquello solo podía ser
obra del maligno… Aunque por otro lado, la explicación quizás sea más
sencilla… -dije cavilando.

      - ¿Cuál es? -inquirió el viejo.

      - Aplicando aquello de que la explicación más sencilla suele ser la
cierta. Estoy casi convencido de que no fue otra cosa que envidia. Creo
recordar que los sumos sacerdotes lo entregaron a Pilatos por la envidia
que les corroía por dentro… -expuse.

      - ¡Ah! -sonrió el viejo, satisfecho- Ahí le has dado, muchacho, y ahí es
donde se dio cuenta de que había creado a un monstruo.

      - Pero vamos a ver… Vuelvo a repetir, ¿por qué hemos de pagar por
algo que ocurrió hace tantísimo tiempo? ¿Qué culpa tiene el hombre que
está allá abajo cuidando de sus almendros o yo mismo? -pregunté,
tratando de aplicar algo de cordura a la conversación.

      El viejo se encogió de hombros.

      - Ya está escrito y no se puede hacer nada para cambiarlo. De todas
formas, hay algo en lo que te equivocas. Dios ha hecho breves
intervenciones para evitar males mayores, pero hay cosas que ya estaban
predestinadas. Nunca ha abandonado al hombre, ni lo abandonará, pero
tienes que entender que han existido otras civilizaciones que han
desaparecido de la faz de la tierra porque el hombre es, como vosotros
decís, el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y esto
hay que corregirlo de alguna manera, pero Dios no puede intervenir,
cuando el Diablo siempre interviene y es cuando el hombre desaparece
con la ayuda maligna y no la de Dios. Él nunca se cansará de daros
oportunidades pues, como he dicho antes, posee una misericordia infinita.
Él desea que el hombre se dé cuenta por sí mismo de sus errores y, ante
todo, que renuncie al Diablo de una vez por todas pues sólo así reinarán la
armonía y el amor, haciendo de la tierra un paraíso comparable al cielo.
Pero para que eso ocurra, el hombre debe tener fe en sí mismo y en el
Señor para cambiar radicalmente su forma de ver la vida y a Dios. Y para
que abráis los ojos, Él tendrá que intervenir… -sentenció el viejo, con un
dedo apuntando al cielo.
Desvié entristecido la mirada hacia mi querido pueblo, reflexionando
sobre la información que había recabado hasta ahora.

      Al parecer este viejecito con pinta de abuelito de Heidi parecía tener
línea directa con Dios, lo cual acrecentaba mis sospechas de que no estaba
muy cuerdo que digamos. Pero por otro lado, de todo lo que había dicho
había cosas que parecían tener su propia lógica, pero posiblemente las
había estructurado a su favor. Mi propia lógica sumada a mis
conocimientos adquiridos durante mi corta vida, me hacía ver que las cosas
eran muy distintas de lo que el viejo trataba de convencerme. Hablo de
lógica racional y documentada, pues conozco las teorías sobre los orígenes
del planeta. Por eso no casan las teorías teológicas de Dios creó la tierra en
seis días y al séptimo descansó con la teoría del Big Bang. Son dos
fundamentos totalmente opuestos, contradictorios a más no poder. Por
eso, siempre me he inclinado más por lo que puedo ver y tocar que no por
un libro escrito hace casi dos mil años y, además, fuertemente censurado.
La ciencia pura y dura versus el falso misticismo de la Iglesia Santa,
Apostólica y Romana.

      Aun así, no podía evitar sentir cierta simpatía hacia el viejo, es más,
me recordaba poderosamente a alguien que no precisaba recordar.
Lástima que me hallara ante un demente, pues parecía atesorar una gran
sabiduría, pero, por desgracia, cuando se llega a una determinada edad, la
mente empieza a jugar malas pasadas, como la de creer a pies juntillas que
el día del juicio final está cerca. Aires de grandeza o narcisismo agudo
figurarán casi con total seguridad en su expediente psiquiátrico, pero aún
así había algo que me reconcomía por dentro, un desasosiego que crecía
cada vez más.

      Levanté la mirada y me llevé la sorpresa de mi vida. ¡El viejo había
desaparecido! Me puse a buscar por todos los lados, pero fue
completamente inútil. Caminé unos metros en todas direcciones para
encontrarlo, pero se había esfumado.

      - Todo esto ha sido una alucinación. -pensé, recordando que había
sentido dolor al pellizcarme- No puede ser cierto…
Miré hacia el cielo y me di cuenta de que el sol empezaba a ponerse,
así que emprendí la vuelta a casa, asustado por lo que había sucedido.




      No podía creer que una alucinación se hubiera apoderado de mí,
pero no podía ser otra cosa. Pero aun así, mi cabeza seguía dando vueltas a
la ficticia conversación que acababa de tener con un fantasma, si es que se
le podía llamar así. En mi cabeza retumbaban las palabras del viejo como
advertencias. Me venía a la cabeza la eterna lucha del bien y del mal, de
ángeles caídos y de la pugna por el poder. Estaba hecho un lío que me
consideraba incapaz de resolver, pues escapaba a mi comprensión
humana. Tomé la decisión de tratar de olvidarme del asunto y no comentar
nada a mis allegados para evitar que juzgaran seriamente mi salud mental.

      Pero aun así, me era imposible dilucidar un motivo o causa sobre lo
que había ocurrido. Partiendo de la base de que soy muy escéptico en lo
que se refiere a fantasmas o almas que vagan por ahí o a una hipotética
segunda vida después de la muerte, algo que siempre he rechazado de
plano. La ciencia dice que somos un conjunto de células que nacen, viven y
mueren. Y ya está. Pero el ser humano, a lo largo de su existencia, la ha
tergiversado sin parar, tratando de hallar alguna explicación a la vida,
buscando consuelo cuando alguien muere con el convencimiento de que
lo volverán a ver en el cielo o en el más allá, vaya usted a saber. La vida es
tan simple como la muerte. Pero no. Siempre hay alguien que dice que hay
una dimensión paralela a la nuestra. No, no y no. Hay que ser prácticos y
pragmáticos, o dicho de otra forma: realistas. Pero aun así, había algo que
no cuadraba…

      Unas horas más tarde, no sin dolor de cabeza, empezamos con los
preparativos de las hogueras de San Antón. Era un ambiente gélido que
apenas notábamos, pues la ilusión de disponer las aliagas borraba
completamente la palabra frío de nuestro vocabulario. El hecho de esperar
el sonido de las campanas para prender las hogueras, para, de alguna
forma, purificar nuestras almas, era simplemente emocionante. Luego
siempre había algún cohete pululando por ahí, pero ello no impedía a los
vecinos disfrutar de unos minutos de fiesta. Aunque sea tradición, es una
alegría cumplirla, pues así honramos a los que no están y al sentir común
de un pueblo.

      Después de cenar y de charlar animadamente con los amigos y
vecinos, fui a la plaza mayor para presenciar la gran hoguera. Todo un
pueblo alrededor, como desde la antigüedad la familia se sentaba
alrededor del fuego. Todo era una fiesta, se percibía en el ambiente la
pólvora quemada y el chocolate líquido esperando. Luego una traca y
comenzaba el espectáculo. A pesar de mi forma de ser, práctico y
pragmático, hay un trasfondo de romanticismo y de ensoñaciones, algo
que me hace mirar el fuego pensativo durante largo rato. De repente, lo
que hacía unos minutos había sido la cima de una gran hoguera, se
desmoronó, dejando dentro de mi campo de visión la fachada de la iglesia
junto con el aullido de sorpresa de los presentes. Algo me llamó la
atención. Algo que no quería ver. En la fachada, justo encima de la puerta
principal, había una figura que me era familiar. Abrí la boca sorprendido y
los ojos se me abrieron como platos. ¡No lo podía creer!
Las lágrimas brotaron de mis ojos sin permiso al mismo tiempo que
reía como si hubiera recordado un viejo chiste, pero con la diferencia de
que me lo habían contado desde el Reino de los Cielos….

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La visión 2

  • 2. LA VISIÓN La vida es más simple de lo que uno quiera pensar. Paso y vista al frente. Ella no pone obstáculos, nos los ponemos nosotros solitos en la búsqueda incesante de la verdad cuando realmente la tenemos en nuestras narices. Salto y vista al frente. Ya casi estaba. Todos queremos ser más que los demás. La ambición es buena si no es por egoísmo o avaricia, pero queremos una casa más grande o un coche más potente. O simplemente ganar más dinero. Me paré y me di la vuelta. Impacto. Alegría. Satisfacción. Melancolía. Sensaciones que recorrieron mi cuerpo. Distinguí la torre de la iglesia, centro neurálgico de Alcublas, mi amado pueblo.
  • 3. Me quedé unos minutos observando desde las alturas y luego me senté. Bebí agua ávidamente para calmar la sed acuciante. El sol me daba de lleno. Crucé las piernas y cerré los ojos, sintiendo la gélida brisa contrarrestada por el sol, sumergiéndome en mis cavilaciones. - Hola, joven. Vengo a traerle una buena noticia -dijo una voz cascada a mis espaldas. Abrí los ojos y me di la vuelta, sorprendido. Había un hombre encorvado con pinta de ser muy mayor, con una barba canosa tirando a blanca acabada en punta y apoyado en un bastón que me sonaba bastante. - Hola… -respondí de forma automática. - Bienvenido seas -me respondió con una sonrisa carente de dientes. Miré a mí alrededor y no veía ningún medio de transporte. ¡Qué extraño! Un hombre que debía de tener no menos de noventa años no podía subir por una senda tan empinada como la que yo acababa de subir y con esfuerzo. - Perdone, decía algo de una buena noticia… -comenté tratando de romper el hielo. El misterioso anciano sonrió otra vez. - Te decía que traigo buenas noticias para ti -repitió. - ¿Y ha venido hasta aquí solamente para traerme una buena noticia? -pregunté intrigado. - ¡Claro! -sonrió el hombre. El anciano me miraba sin dejar de sonreír. - Usted dirá… -le dije, con una media sonrisa, tratando de ser amable. - El final está cerca -me dijo, borrando la sonrisa de su arrugado rostro. - ¿El final de qué? -pregunté, cada vez más intrigado.
  • 4. - ¡Del mundo! -gritó el viejo mientras se agachaba hacia mí abriendo unos ojos como platos. Reconocí que estaba asustado por un señor de unos noventa años, con una especie de cayado que me era familiar de haberlo visto en otra parte. Nos quedamos mirándonos fijamente durante unos segundos para luego recobrar la compostura. El hombre levantó su bastón hacia el horizonte, hacia la Serranía. - Dentro de poco todo este paisaje tan verde y fértil se convertirá en fuego y muerte -aseguró. - ¿Y eso por qué…? -pregunté atónito.
  • 5. - Porque dentro de muy poco bajará nuestro señor Jesucristo del cielo para castigar a Lucifer y a todos los seres humanos que hayan predicado o hecho el mal. Lo quemará todo y el fuego arderá durante mil años -susurró el viejo con una voz áspera y sibilina que recordaba a una persona agonizando. - Acabáramos… Con la iglesia hemos topado… -pensé molesto. Posiblemente el hombre se había escapado de algún manicomio o era uno de esos locos que van predicando la palabra del Señor puerta por puerta. Pero el contexto en el que nos hallábamos no cuadraba. Un hombre muy mayor en la cima de una montaña, sin ningún viso de algún tipo de transporte, hablándome de Jesucristo y de un futuro más bien negro. Ante mi silencio, el viejo prosiguió: - Cuando hayan pasado mil años, nuestro señor Jesucristo volverá con sus ángeles para apagar el fuego eterno y perdonar a las almas arrepentidas. A Lucifer y sus adeptos los enviará para siempre a las entrañas del infierno y luego… - Espere -interrumpí, levantando una mano- Mire, debo advertirle que no me interesan estas cosas. Si le soy sincero, ni creo en Dios ni en la iglesia. - Tú crees en Dios -aseveró el viejo con gesto serio, señalándome con un dedo curvo. Este hombre empezaba a ponerme nervioso. - Tal vez, pero no en la iglesia que usted representa -le espeté ya mosqueado. El hombre rió como un motor que no quiere arrancar. - Esos a los que te refieres son los primeros de la lista -dijo sonriéndome- Háblame sin miedo y con franqueza -me pidió con otra sonrisa. Titubeé antes de contestar:
  • 6. - Pues… Tengo una relación nefasta con la iglesia. Pienso que no se puede ser más hipócrita. Predican lo contrario a la palabra del Señor que usted predica. Me refiero a que me parece increíble que una institución que predica las sagradas escrituras sea una patraña para engañar y estafar a las personas. Lobos disfrazados de piel de cordero o, más bien, de ricas telas y terciopelos, con una dieta prohibitiva, así como anillos y crucifijos de oro fastuosos… Lo siento, pero no es algo con lo que esté muy de acuerdo. No es la imagen que desearía ver Jesús, lo que han hecho con sus doctrinas, sus parábolas y sus enseñanzas. Uno lee la Biblia, censurada por la iglesia, y no puede evitar odiar a sus representantes actuales. Se han dedicado a amasar enormes fortunas que podrían solucionar de un plumazo la hambruna -dije, finalizando mi argumento con un suspiro. El viejo me miraba sonriéndome, como si estuviera orgulloso de mí, como un padre lo estaría de su hijo. - Acabas de demostrarme que a pesar de tu juventud, eres sabio y sensato -dijo- Y como te he dicho antes, aquellos a los que te refieres serán los primeros en sufrir el castigo divino. Sólo los que muestren verdadero arrepentimiento, serán perdonados de sus pecados. - ¿Pero de qué sirve perdonar si ya se ha hecho todo el daño? - pregunté- Yo los haría sufrir por toda la eternidad. - ¡Ah! Ahí está la diferencia entre el ser humano y Dios, pues Él es grandiosamente misericordioso. Dios nos entregó los diez mandamientos para que los cumpliéramos, para así ganarnos la eternidad en el cielo… - explicó el anciano. No pude evitar echarme a reír a carcajada limpia. El viejo me miraba con un rictus serio, apoyando las dos manos sobre su bastón, como esperando a que terminara de reírme. - Perdone, no lo he podido evitar… Pero de ser esto cierto, el cielo se quedará vacío y el infierno sufrirá overbooking durante siglos, pues hoy en día el que no es pecador o es tonto de remate o es un puritano que vive pisando huevos -me defendí.
  • 7. - ¿No has pensado, joven, que quizás estés equivocado, que hay más corazones puros de lo que puedas imaginar? -preguntó el anciano. - Perdone señor, pero eso casi es una utopía a día de hoy. Me explico: Desde hace muchos siglos el hombre se mueve por dinero, sexo y drogas. Por lo tanto, entre tanta depravación y una sobredosis de los siete pecados capitales, no se escapa ni el tato -le expliqué. Ante la mirada impasible del viejo, proseguí: - Usted mismo, a lo largo de su larga vida, seguro que lo ha vivido muchas veces. Hombres y mujeres que acaban seducidos por el ansia de ser más ricos o poderosos, sin importar el precio que cueste o aún peor, segando vidas inocentes con tal de conseguir su objetivo, para al fin y al cabo, después de una relativa corta vida, morir y volver a ser polvo y cenizas… Entonces, ¿qué sentido tiene esto? Si sólo tenemos que vivir y disfrutar de lo que disponemos o lo que se nos ofrece, ni más ni menos. Está bien que evolucionemos en otros sentidos para por ejemplo hallar una cura para cualquier enfermedad. Pero no, hallan la cura para un simple resfriado y las empresas farmacéuticas se llenan los bolsillos. Como ocurrió con la gripe A. ¡No es justo! -me quejé. El viejo parecía una estatua, así que continué con mi diatriba: - Si es cierto lo que usted dice, entonces deseo que Jesucristo venga cuanto antes y empiece a limpiar con su fuego toda la porquería, porque estoy muy triste de ver en lo que se ha convertido el mundo, pero me provoca mucha más tristeza saber en lo que se convertirá, pues no hace falta ser muy listo para saber lo que ocurrirá. Tan sólo hay que ojear un periódico para darse cuenta de ello. Guerras, corrupción, crímenes, violaciones y una larga lista de cosas deleznables que ocurren a diario - dirigí la mirada al horizonte con gesto derrotado- ¿Cómo hemos acabado así? Tal vez sea el convencimiento de que no existe ningún Dios que luego nos castigue por nuestros actos, pues, que yo sepa, el Dios del que usted habla tan bien no hace acto de presencia desde hace por lo menos dos mil años, por lo tanto, hemos perdido la fe y cuando digo hemos, me incluyo a mí mismo, lo cual nos lleva a pecar pensando que luego no habrá castigo.
  • 8. Si Dios por lo menos nos hubiera guiado cual rebaño, otro gallo hubiera cantado… Se hizo el silencio. Un silencio incómodo pero revelador. Miré al cielo azul como buscando algo, para luego mirar al viejo ya realmente cabreado, que seguía mirándome impertérrito. - ¡¿Dónde está?! -le espeté- ¡¿Por qué permite Dios que pasen tantas cosas horribles?! - La culpa es vuestra. Si nuestro señor Jesucristo no hubiera muerto en la cruz gracias a vuestra falta de fe, el mundo sería distinto -dijo con toda la tranquilidad del mundo el anciano. - Dios mío… ¡este hombre está loco de remate! -pensé, mirando al hombre. El viejo tenía la desfachatez de culpar al hombre de todos sus males. Increíble. - A ver. ¿Me está diciendo usted que por culpa de unos incrédulos y locos que acusaron a Jesucristo llevándolo a la cruz hace como unos dos mil años, debemos pagar las generaciones venideras durante siglos y siglos? -pregunté, perplejo. - No fue un castigo. Jesús era un regalo de Dios para la humanidad, pero en vez de agradecerlo, lo despreciasteis. ¡Imagínalo por un momento! ¡Era el hijo de Dios! ¡Él lo envió a la tierra para enseñar al hombre la palabra del Señor y no se os ocurre otra cosa que crucificarlo! ¡A su propio hijo! Jesús no vino a juzgaros y sin embargo, vosotros lo juzgasteis. Imagínate la tristeza que sintió Dios cuando vio que su propia creación mataba a su propio hijo. Entonces tomó la decisión de abandonar a la humanidad un poco a su aire, pues se sintió enormemente decepcionado. - Pero buen hombre, entienda que caminar sobre el agua, resucitar muertos, multiplicar panes y peces o curar enfermedades incurables no era algo muy común en aquellos tiempos. La única explicación que se me ocurre es que se asustaron tanto que creyeron que aquello solo podía ser
  • 9. obra del maligno… Aunque por otro lado, la explicación quizás sea más sencilla… -dije cavilando. - ¿Cuál es? -inquirió el viejo. - Aplicando aquello de que la explicación más sencilla suele ser la cierta. Estoy casi convencido de que no fue otra cosa que envidia. Creo recordar que los sumos sacerdotes lo entregaron a Pilatos por la envidia que les corroía por dentro… -expuse. - ¡Ah! -sonrió el viejo, satisfecho- Ahí le has dado, muchacho, y ahí es donde se dio cuenta de que había creado a un monstruo. - Pero vamos a ver… Vuelvo a repetir, ¿por qué hemos de pagar por algo que ocurrió hace tantísimo tiempo? ¿Qué culpa tiene el hombre que está allá abajo cuidando de sus almendros o yo mismo? -pregunté, tratando de aplicar algo de cordura a la conversación. El viejo se encogió de hombros. - Ya está escrito y no se puede hacer nada para cambiarlo. De todas formas, hay algo en lo que te equivocas. Dios ha hecho breves intervenciones para evitar males mayores, pero hay cosas que ya estaban predestinadas. Nunca ha abandonado al hombre, ni lo abandonará, pero tienes que entender que han existido otras civilizaciones que han desaparecido de la faz de la tierra porque el hombre es, como vosotros decís, el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y esto hay que corregirlo de alguna manera, pero Dios no puede intervenir, cuando el Diablo siempre interviene y es cuando el hombre desaparece con la ayuda maligna y no la de Dios. Él nunca se cansará de daros oportunidades pues, como he dicho antes, posee una misericordia infinita. Él desea que el hombre se dé cuenta por sí mismo de sus errores y, ante todo, que renuncie al Diablo de una vez por todas pues sólo así reinarán la armonía y el amor, haciendo de la tierra un paraíso comparable al cielo. Pero para que eso ocurra, el hombre debe tener fe en sí mismo y en el Señor para cambiar radicalmente su forma de ver la vida y a Dios. Y para que abráis los ojos, Él tendrá que intervenir… -sentenció el viejo, con un dedo apuntando al cielo.
  • 10. Desvié entristecido la mirada hacia mi querido pueblo, reflexionando sobre la información que había recabado hasta ahora. Al parecer este viejecito con pinta de abuelito de Heidi parecía tener línea directa con Dios, lo cual acrecentaba mis sospechas de que no estaba muy cuerdo que digamos. Pero por otro lado, de todo lo que había dicho había cosas que parecían tener su propia lógica, pero posiblemente las había estructurado a su favor. Mi propia lógica sumada a mis conocimientos adquiridos durante mi corta vida, me hacía ver que las cosas eran muy distintas de lo que el viejo trataba de convencerme. Hablo de lógica racional y documentada, pues conozco las teorías sobre los orígenes del planeta. Por eso no casan las teorías teológicas de Dios creó la tierra en seis días y al séptimo descansó con la teoría del Big Bang. Son dos fundamentos totalmente opuestos, contradictorios a más no poder. Por eso, siempre me he inclinado más por lo que puedo ver y tocar que no por un libro escrito hace casi dos mil años y, además, fuertemente censurado. La ciencia pura y dura versus el falso misticismo de la Iglesia Santa, Apostólica y Romana. Aun así, no podía evitar sentir cierta simpatía hacia el viejo, es más, me recordaba poderosamente a alguien que no precisaba recordar. Lástima que me hallara ante un demente, pues parecía atesorar una gran sabiduría, pero, por desgracia, cuando se llega a una determinada edad, la mente empieza a jugar malas pasadas, como la de creer a pies juntillas que el día del juicio final está cerca. Aires de grandeza o narcisismo agudo figurarán casi con total seguridad en su expediente psiquiátrico, pero aún así había algo que me reconcomía por dentro, un desasosiego que crecía cada vez más. Levanté la mirada y me llevé la sorpresa de mi vida. ¡El viejo había desaparecido! Me puse a buscar por todos los lados, pero fue completamente inútil. Caminé unos metros en todas direcciones para encontrarlo, pero se había esfumado. - Todo esto ha sido una alucinación. -pensé, recordando que había sentido dolor al pellizcarme- No puede ser cierto…
  • 11. Miré hacia el cielo y me di cuenta de que el sol empezaba a ponerse, así que emprendí la vuelta a casa, asustado por lo que había sucedido. No podía creer que una alucinación se hubiera apoderado de mí, pero no podía ser otra cosa. Pero aun así, mi cabeza seguía dando vueltas a la ficticia conversación que acababa de tener con un fantasma, si es que se le podía llamar así. En mi cabeza retumbaban las palabras del viejo como advertencias. Me venía a la cabeza la eterna lucha del bien y del mal, de ángeles caídos y de la pugna por el poder. Estaba hecho un lío que me consideraba incapaz de resolver, pues escapaba a mi comprensión humana. Tomé la decisión de tratar de olvidarme del asunto y no comentar nada a mis allegados para evitar que juzgaran seriamente mi salud mental. Pero aun así, me era imposible dilucidar un motivo o causa sobre lo que había ocurrido. Partiendo de la base de que soy muy escéptico en lo que se refiere a fantasmas o almas que vagan por ahí o a una hipotética segunda vida después de la muerte, algo que siempre he rechazado de
  • 12. plano. La ciencia dice que somos un conjunto de células que nacen, viven y mueren. Y ya está. Pero el ser humano, a lo largo de su existencia, la ha tergiversado sin parar, tratando de hallar alguna explicación a la vida, buscando consuelo cuando alguien muere con el convencimiento de que lo volverán a ver en el cielo o en el más allá, vaya usted a saber. La vida es tan simple como la muerte. Pero no. Siempre hay alguien que dice que hay una dimensión paralela a la nuestra. No, no y no. Hay que ser prácticos y pragmáticos, o dicho de otra forma: realistas. Pero aun así, había algo que no cuadraba… Unas horas más tarde, no sin dolor de cabeza, empezamos con los preparativos de las hogueras de San Antón. Era un ambiente gélido que apenas notábamos, pues la ilusión de disponer las aliagas borraba completamente la palabra frío de nuestro vocabulario. El hecho de esperar el sonido de las campanas para prender las hogueras, para, de alguna forma, purificar nuestras almas, era simplemente emocionante. Luego siempre había algún cohete pululando por ahí, pero ello no impedía a los vecinos disfrutar de unos minutos de fiesta. Aunque sea tradición, es una alegría cumplirla, pues así honramos a los que no están y al sentir común de un pueblo. Después de cenar y de charlar animadamente con los amigos y vecinos, fui a la plaza mayor para presenciar la gran hoguera. Todo un pueblo alrededor, como desde la antigüedad la familia se sentaba alrededor del fuego. Todo era una fiesta, se percibía en el ambiente la pólvora quemada y el chocolate líquido esperando. Luego una traca y comenzaba el espectáculo. A pesar de mi forma de ser, práctico y pragmático, hay un trasfondo de romanticismo y de ensoñaciones, algo que me hace mirar el fuego pensativo durante largo rato. De repente, lo que hacía unos minutos había sido la cima de una gran hoguera, se desmoronó, dejando dentro de mi campo de visión la fachada de la iglesia junto con el aullido de sorpresa de los presentes. Algo me llamó la atención. Algo que no quería ver. En la fachada, justo encima de la puerta principal, había una figura que me era familiar. Abrí la boca sorprendido y los ojos se me abrieron como platos. ¡No lo podía creer!
  • 13. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin permiso al mismo tiempo que reía como si hubiera recordado un viejo chiste, pero con la diferencia de que me lo habían contado desde el Reino de los Cielos….