• Su nombre y su concepción se relacionan
con un pasaje del Eclesiastés (Ec 1, 2):
Vanitas vanitatum et
omnia vanitas («vanidad de vanidades,
todo es vanidad»)
• La vanitas es un género dentro del género del bodegón o la naturaleza
muerta, bien característico del Barroco.
• Es la representación de lo efímero de la vida, lo pasajero, la insignificancia
de las cosas materiales y los placeres terrenales. La fragilidad de la existencia.
• La frase latina de donde proviene es “Vanitas vanitatum omnia vanitas”,
que quiere decir que “todo es vanidad”. Vanidad en el sentido de vacío,
insignificancia (de ahí que aún hoy tenemos la expresión “es en vano”).
• El concepto de vanitas se ha utilizado con dos propósitos: para alentar a
gozar el momento (el “carpe diem”, vive el día); o como reflexión para no
“malgastar” la vida en cosas mundanas sin alimentar el alma, sin prepararse
para el más allá.
• Una vanitas por lo general está pintada con minucioso
realismo (pensemos que la naturaleza muerta en general era
adoptada por los artistas porque, al ser un modelo estático,
permitía trabajar el detalle realista y los efectos de la luz).
• Y los objetos que la componen son todos simbólicos.
Representan, además de la muerte y la brevedad de la vida,
todas las riquezas, la belleza, el conocimiento y demás placeres
terrenales que pronto llegan a su fin.
• Por eso encontraremos por lo general cráneos, velas
apagándose, pompas de jabón, relojes, frutas pudriéndose,
flores marchitándose, bebida, instrumentos musicales, libros,
armas y joyas.
• En este cuadro, Maria van Oosterwijk nos provoca con un
contraste (recordemos que, justamente, el Barroco es un período
de contrastes fuertes y es muy común representar en esa época
el contraste vida-muerte): entre los objetos “muertos” pinta
flores y una mariposa, llenas de vida y bellísimas, aunque
evidentemente delicadas, momentáneas, fugaces.
El Jardín de las Delicias. Jheronimus van Aken el Bosco
Comenzamos este acercamiento a la representación del pecado y la muerte en el mundo del arte con una obra fascinante. El Jardín de las Delicias
de El Bosco. En él el maestro holandés va desgranando la creación del mundo, desde el tercer día, cuando se separan el cielo y la tierra (imagen del
tríptico cerrado).
En las tres tablas interiores de la obra, El Bosco nos empuja a entender el mundo desde la Creación del hombre (tabla de la izquierda), a la
inconsciente felicidad del Jardín de las delicias (tabla central) y al destino inevitable en el Infierno musical (tabla derecha).
Hay mucho de vanitas en estas tablas enigmáticas y sarcásticas, pero en el recorrido por las etapas de la presencia del hombre en la tierra, son, la
tabla central (el Jardín de las delicias) y la derecha (el Infierno), las que nos sirven para encabezar este recorrido por las vanitas.
En el Jardín de las delicias El Bosco nos presenta una situación de la humanidad inmersa ya en el pecado, especialmente el de la lujuria, aunque
toca otros como la avaricia, que lo llevan a la perdición. Escenas eróticas heterosesuales, homosexuales y onanistas llenan la tabla de personajes
entregados al disfrute. Entre los numerosos desnudos aparecen muchos tipos de frutas, en clara alusión a los placeres sexuales. En la Edad
Media "coger la fruta" significaba tener comercio carnal. Además las frutas son un símbolo de la fugacidad de la vida y del placer, por su rápido
deterioro.
Los animales que vemos en esta tabla se han interpretado como un símbolo de lujuria y los estanques de agua son símbolos de concupiscencia. Las
mujeres que están en el interior del estanque van tocadas con cuervos e ibis, símbolos de vanidad, que veremos después en los bodegones de
vanitas.
En la parte inferior derecha de la tabla un personaje vestido, el único, que mira al espectador mientras señala a la culpable de toda la situación:
Eva, la que trajo el pecado al mundo. El arte occidental ha dejado auténticas maravillas respecto al erotismo, en las que siempre aparece la mujer
como provocadora de los pecados.
Y como la humanidad ha caído en desgracia, sólo tiene un destino posible: el infierno.
La tabla del infierno, conocida como "EL infierno musical" porque está llena de instrumentos musicales (no se sabe porqué El Bosco relaciona la
música con el castigo eterno), es la más sombría de las tres y explica que los innumerables tormentos que esperan a la Humanidad serán el pago
por sus desmanes.
Personajes que defecan monedas, juegos de cartas y dados, en clara alusión a la avaricia, envuelto todo en un caos de torturas y confusión. Una
sombría visión de las consecuencias de los pecados del hombre.
Se necesitan muchas horas para transitar esta maravilla datada entre 1500 y 1505, que se puede ver en el Museo del Prado de Madrid. Siempre
hay algo en ella por descubrir.
Su influencia como obra moralizante ha sido enorme y muchos de los símbolos que en ella aparecen han inundado las obras de Vanitas del
El triunfo de la muerte. Pieter Brueghel el Viejo
Este cuadro que también se puede ver en el Museo del Prado de Madrid, lo realizó el maestro flamenco en
1562, un siglo antes de que nacieran los bodegones de Vanitas. Lo compró Isabel de Farnesio, la madre de
Carlos III, en el siglo XVIII y pasó a la colección del Prado en 1827.
Es una obra moralizante que te sitúa ante el triunfo de la muerte sobre las cosas mundanas. Ésta está
simbolizada por un gran ejército de esqueletos que arrasan la Tierra. Y dentro de él ya podemos ver algunas
Vanitas (miradas con la sátira de Brueghel).
En la esquina derecha del cuadro encontramos un reloj de arena, marcando el final de la vida de un rey que
tiene cerca unos barriles llenos de monedas (dos objetos muy utilizados en los bodegones de Vanitas). Al rey de
nada le sirven ni el escudo, ni su apariencia lujosa, ni su alto rango para perecer como los demás.
Justo en la esquina contraria una pareja de enamorados son incapaces de ver que el músico que deleita su
arrobamiento no es otro que un soldado de la muerte.
Influenciado por El Bosco, Brueghel inunda el cuadro de una desoladora realidad; la muerte es la vencedora
inapelable ante la que es inútil resistirse. Entre los personajes desesperados, unos luchan contra lo evidente
mientras otros se resignan a lo que les espera.
Vanitas. Anónimo holandés
En esta tabla datada en el siglo XVII, de la que se desconoce el autor, vemos una mirada sarcástica, típica de
los maestros holandeses, al género de "Vanitas". El viejo avaro, sólo y rodeado de objetos que aparecen
apiñados sin sentido decorativo, pura avaricia, mira asombrado al esqueleto que lleva colgado un bolso verde,
¿que llevará dentro?. Tocado con un sombrero de plumas, le dedica una canción antes de llevárselo.
Hay un cuadro, a la izquierda de la composición, en el que se ve la advertencia que ya le hizo el tétrico músico
en la juventud: "memento mori": recuerda que vas a morir.
Los animales de las esquinas son también un divertido mensaje del anónimo autor. El lujurioso mono, que
acaricia tranquilo la esfera terrestre mientras fuma (el tabaco como placer e indicio de mortalidad), parece
expresar que con él no va la cosa, mientras el perro, símbolo de fidelidad, puede que se refiera aquí, a la
interpretación iconográfica que utiliza a este animal para acompañar a los muertos en su tránsito por la laguna
Estigia en su camino hacia el Hades, aunque en esta escena, el perrillo parece ladrar asustado ante el tétrico
cantante.
Leonard Kern. El infante dormido
o la alegoría del tiempo.
• Del escultor alemán Leonard Kern, que se llevó de su estancia en Roma el
amor por el arte clásico, traemos este "Niño Dormido" que realizó en marfil
en el siglo XVII.
• Es una obra de "Vanitas", que representa una alegoría del tiempo. Se
puede ver en el Departamento de Artes decorativas del Louvre de París.
• Sus escasos treinta centímetros retratan con una maestría, podríamos
decir que minimalista, la esencia de las "Vanitas". Apoyado el brazo, sobre el
que descansa su laureada cabeza, en una calavera (memento mori), que
corona un reloj de arena, utilizado como un pedestal, mientras mide el
tiempo de la vida.
• La antorcha invertida entre sus piernas reafirma la sentencia de la muerte.
El laurel que provoca sueños premonitorios, corona la cabeza del niño, que
dormido nos envía un mensaje inequívoco.
•
Clara Peeters. Alegoría de la Vanidad
La pintora flamenca Clara Peeters nos dejó en este posible autorretrato del siglo XVI un bodegón
Vanitas, que es una alegoría de la vanidad. La obra pertenece a una colección particular.
En ella se muestra vestida de manera lujosa, con un espejo abierto en la mano y apoyada en una mesa
repleta de objetos que no son otra cosa sino muestras simbólicas utilizadas en las Vanitas.
Monedas, joyas, flores a punto de marchitarse, la bola de cristal que refleja lo que ha de venir y el
generoso escote que deja ver sus pechos turgentes. Hay aquí mucha materia de la que vimos en el
Jardín de las delicias.
Michelangelo Caravaggio. San Jerónimo escribiendo
Este "San Jerónimo escribiendo" fue una de las últimas obras de Caravaggio en su etapa romana, que se puede
ver en la Galería Borguese de la ciudad eterna.
En él el santo escritor de la Vulgata aparece pobremente vestido y acompañado de una calavera para no olvidar
el "memento mori".
Lejos de representarlo acompañado con el león, compañero iconográfico de este santo, reduce sus atributos al
mínimo, lo representa en la pobreza más absoluta y absorto en su trabajo de escribir. Esta es una Vanitas
moralizante, con un mensaje claro de cuál es la actitud a tomar si se quiere afrontar el momento de la muerte sin
miedo al infierno.
La austeridad que transmite San Jerónimo fue inspiradora de la Orden de clausura monástica que lleva su nombre,
que ha llevado su voz a tantos rincones de Europa. En su nombre se han fundado monasterios por muchos
lugares, pero como vimos en nuestro recorrido por el Monasterio de Los Jerónimos de Belem, o el extraordinario
Monasterio del Escorial, la vanidad de sus creadores se alejó mucho del mensaje del santo ermitaño.
Juan Valdés Leal. Las postrimerías de la vida
El maestro del barroco sevillano de cuya obra se puede ver una amplia
muestra en el Museo de Bellas Artes de su ciudad, dejó en la Capilla del
Hospital de la Caridad dos cuadros de Vanitas, fechados hacia 1670 que
son considerados como obras cumbres de este género, no sólo por la
magnífica factura técnica de ambos, si no por el nivel intelectual que
derrochan.
Inspirado por "El discurso de la verdad" que escribió Don Miguel de
Mañara, fundador del Hospital de la Caridad de Sevilla, Valdés Leal pintó
dos lienzos conocidos como «Las postrimerías de la vida», que cuelgan
en la Iglesia de San Jorge en el citado Hospital.
El primero lo tituló: In ictu oculi (En un abrir y cerrar de ojos).
La muerte, representada por un esqueleto que lleva un ataúd bajo el
brazo, destroza con su guadaña la esfera celeste, mientras en un "abrir y
cerrar de ojos" apaga la vela de la vida dejando sin sentido alguno los
restos desordenados de todo lo que tiene poder en el mundo: una corona,
una tiara, ricos vestidos y libros de eruditos científicos y de historia.
Entre éstos hay uno abierto por un grabado de Theodor van
Thulden sobre un dibujo de Rubens: es uno de los arcos triunfales con
que fue recibido en Amberes el cardenal-infante don Fernando de Austria
tras la batalla de Nördlingen. Entre los que aparecen cerrados se ve el
nombre de Plinio (quizá su Historia Natural) y la primera parte de la
Historia y la vida de Carlos V, de fray Prudencio de Sandoval.
Pero las glorias del mundo acaban en el segundo cuadro: "Finis gloriae
mundi" (El fin de la gloria del mundo), con dos cadáveres en
descomposición en primer plano; un obispo y un caballero calatravo, como
lo fue Mañara.
La muerte, paso previo para el juicio del
alma, aparece como un brazo, como en un
rompimiento de gloria, cuya mano sostiene una
balanza con las inscripciones: Ni más, Ni
menos.
En el platillo de la izquierda se pesan los
pecados capitales. Sirviéndose de animales
simbólicos, Valdés Leal pesa la soberbia, la
gula, la avaricia o la pereza. No se necesita
más para caer en pecado mortal.
Mientras que en el de la derecha, representado
por rosarios, libros y enseres de iglesia, explica
que no se necesita menos que la oración
para salir de él.
Este "menos" enlaza con el discurso
iconográfico desarrollado en la serie de cuadros
de Murillo en la nave del templo. Todo el
discurso artístico en esta iglesia lleva a la
obra de Miguel de Mañara.
Antonio Pereda. La vida es sueño
Del vallisoletano Antonio Pereda traemos aquí un óleo fechado en 1650 que se puede ver en La Real
Academia de las Artes de San Fernando de Madrid, titulado "El sueño del caballero".
La obra describe cómo un ángel le muestra a este caballero, vestido elegantemente a la moda del siglo
XVII, entregado en los brazos Morfeo, lo efímeros que son los placeres, las riquezas, la gloria y los honores.
Una colección abigarrada de objetos, que hemos visto repetidos a lo largo de este artículo: joyas, monedas,
una vela apagada, juegos, armas, un reloj, la onmipresente calavera y una careta que simboliza la
hipocresía. Con ellos el autor va desgranando la advertencia del ángel, que le muestra un jeroglífico en el que
una flecha vuela sobre el sol, con tanta velocidad como pasa el tiempo de nuestras vidas.
Cézanne. Pirámide de calaveras
Este óleo de Cézanne fechado en 1901, pertenece a una colección particular. Realizado cinco años antes de su
muerte, la composición es un tétrico "memento mori" que tiene toda la fuerza de las pinceladas del maestro
que sembró las bases del cubismo.
No se sabe si Cézanne, el pintor de Aix-en-Provence, realizó estos cuadros como consecuencia de ver cerca su
final (hizo varias "Vanitas" en sus últimos años), o simplemente como otro tipo de bodegones, pero cambiando
sus famosas manzanas por estas calaveras.
Terminamos este recorrido con una loa al "carpe diem"
representado en este mosaico romano, hallado en la
libertina ciudad de Pompeya, al que le dieron el nombre
de "Scheletro copiere" (esqueleto copero). Se expone en
el Museo Arqueológico de Nápoles.
No es el único "carpe diem" encontrado en la ciudad de
Pompeya representado en el viejo arte del mosaico.
Formaban parte estas obras de los suelos del
comedor de algunas casas insignes.
En Europa, la Buena Muerte (explicado en el Ars moriendi escrito a principio del siglo
XIII) se trata de cuando un difunto se enfrenta con serenidad a un instante de agonía,
consciente de que llega el fin de su vida terrenal repleta de cosas superficiales, vanas
y perecederas, en la cual se ha esforzado en preparar su alma para la vida eterna.
Estuvo presente en Romances y Cantares de Gesta franceses de la Alta Edad
Media[1], se convierte después un modelo muy divulgado en el arte de los siglos XII y
XIII, pero no representa un sentir de la mayoría, únicamente de personas que quizá
carecían de preocupaciones más importantes como las de la plebe. Ya en el siglo XIV,
época de crisis con hambruna, guerras y la inminente amenaza de la Peste Negra
(acabó con un tercio de la población europea), la muerte se transforma en una
preocupación de carácter social. Presente en manifestaciones culturales de todo tipo,
me ceñiré a lo que respecta al arte, en la que se puede ver a lo que popularmente
conocemos ahora como la parca, guiando a los difuntos sujetando guadañas, relojes
de arena… todos estos elementos son alegorías cuyo uso se irá prolongando a través
de los siglos. Pero ¿por qué se realizan estas obras, que a ojos de un pueblo
analfabeto parecen tan pesimistas? Pues porque desde la Iglesia Católica que era
quien realizaba la mayor parte de encargos a artistas, junto con la realeza se pretende
advertir al pueblo de las consecuencias de vivir lejos de los dogmas que marcan, que
pueden suponer el castigo en la otra vida. La figura de Dios se torna vengativa y por
esa razón realiza esa purga sobre la Tierra, y sentimientos de culpa y miedo serán
patentes hasta en el Renacimiento (excepto en Italia, en la que el humanismo precipita
lo que se extenderá después por el resto de Europa y el efecto negativo se vuelva
Al otro lado del charco, sabemos que se rendía culto a la
muerte representado por figuras esqueléticas, pero no
concebían la muerte como en Europa. En época
prehispánica la veneración hacia la muerte era
interpretada como parte de un ciclo natural de la vida,
necesario e inevitable, en donde la dualidad vida-muerte
era indispensable para el sostén del ciclo de la
naturaleza. Las antiguas culturas Azteca o Mexica,
heredó de otros pueblos y desarrollo con mayor pujanza
dicho culto. Las deidades del inframundo de esta cultura
tenían una representación
dual, Mictlantecutli y Mictecacíhuatl, señor y señora
del Mictlán, la región de los muertos a donde iban los
hombres y mujeres que morían de causas naturales.[4] La
imagen que actualmente conocemos como la de la Santa
Muerte o Niña Blanca muestra atributos traídos de
Occidente que poco tienen que ver con los antecedentes
prehispánicos. En México otro icono célebre es calavera
garbancera, denominada también Catrina que recién
cumplió un siglo de existencia. Es una figura creada por
José Guadalupe Posada y bautizada por el muralista
Diego Rivera que se llamó «garbancera» porque era así
como se nombraba entonces a las personas que teniendo
Aunque algunos historiadores relacionan estas obras con las religiones mistéricas orfico-dionisíacas, la
interpretación más apoyada, a la que ayuda el lugar de la casa donde se encontraron, es que se trata de un
claro "carpe diem". Una invitación a disfrutar de los placeres de la vida, en este caso los placeres de la
mesa y más concretamente del buen vino: «mientras te quedas como yo, aprovecha y disfruta», parece
ser el mensaje del viejo esqueleto compuesto con pequeñas teselas de piedra en blanco y negro, que ha
llegado a nuestros días.