Durante el proceso de implantación de la industria cervecera madrileña a lo largo de la primera mitad del siglo XIX destaca la importancia del capital y los conocimientos llegados del exterior, principalmente procedentes de los estados alemanes. Asimismo, el establecimiento de este sector contrasta con la reducida actividad económica que generaba la capital española a estas alturas de siglo según algunos historiadores económicos. En este sentido, José Luis García Ruiz argumenta que en el Madrid de la primera mitad del Ochocientos los únicos burgueses que se podían identificar con claridad eran los comerciantes. En general estaban constituidos por grupos familiares dispuestos a introducir diversos bienes como hierros vascos, textiles catalanes o ultramarinos gaditanos y bilbaínos. Según García Ruiz, la inversión industrial no era tan rentable a corto plazo como la deuda pública, los negocios de Estado o el mercado inmobiliario que surgió como resultado del proceso desamortizador. De hecho, uno de los rasgos característicos del mercado madrileño lo constituían los productos de lujo. Esta situación sin duda ofrecía al sector cervecero la oportunidad de conseguir una sostenida demanda en la capital dirigida a quienes buscaban la distinción frente a las bebidas alcohólicas de masas como el vino o los aguardientes. Debe subrayarse la elevada notoriedad que la fabricación de cerveza alcanzó entre las industrias madrileñas en la década de 1860. Efectivamente, entre los diez primeros contribuyentes de la industria fabril y manufacturera de la capital española están presentes las fábricas Santa Bárbara y Lavapiés y entre los 20 primeros constan nada más y nada menos que seis fabricantes de cerveza: los dos ya nombrados más las fábricas de Carrera de S. Francisco, Leganitos, Bastero y Pascual Lamboa; ocupando además el puesto 44 la fábrica Libertad. Por sectores, la industria pesada se estableció en el primer lugar de la industria fabril y manufacturera madrileña, seguida nada más y nada menos que por la industria cervecera. Esta situación demuestra la importancia de una industria menor en comparación con la del vino y aguardientes, en grandes urbes como Madrid, donde una élite económica interiorizaba unos gustos distintos a los del consumo de masas.