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RIO MAGDALENA
ESCRITO POR:
STAROSTA
(RAFAEL BEJARANO)
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“Espejos tembladores
De aguas fugitivas
Van retratando amores
Y bellos recuerdos que deja la vida...”
Letra de la canción “Espumas” Del maestro Jorge
Villamil
4
Otras obras del autor:
-Lapidario
-Voces Profanas
-El Jardín
-Bosqueletras
-Historias Del Chimbilax (O La Estatua Del Ángel)
-Jackeline Fue Una Amiga Mía
-Imelda
-La Corbata Del Viajero
-Yanioska
-Un Misil En Tu Placard
-Gatos En El Suelo
-Luciérnaga Lunática
-Mi Otro Yo Viene De Otro
-Los Corazones Ocultos
-S y S
-Para Nadie
-La Virgen Del Carmen Electroacústica
-Tren
-Ne Me Quitté Pás
-Antología Y Penumbra
-Veinte Lenguas Del Rock Argentino
-Dorian
5
INDICE
Pag.
1. EL NIÑO DEL RIO 6
2. EL RECOLECTOR 17
3. UN VIENTO EXTRAÑO 25
4. LA CASA DESAPARECIDA 30
5. LA LLUVIA Y EL ALBA 40
6. UN SUEÑO 44
7. ESA SEÑORA RARA 48
8. ÚLTIMO FERRY 54
9. RAIZ SPINETTA 60
10. EL PERRO DIABOLICO 69
11. RIO MAGDALENA 77
12. EN LA PRADERA BAJA 81
13. TRAJE DESASTRE 85
14. LA GALLINA CHIROSA 97
15. LA CERCA 102
16. MAGIA 111
17. UNA HISTORIA MÁS 119
18. POR LAS CALLES DEL CENTRO 124
19. NADAS 129
20. TOLIMA 134
6
1. EL NIÑO DEL RIO
El sol pegaba fuerte en el monte. El rio
magdalena se escuchaba furioso mientras
bajaba en su perpetuo recorrido. Los
hombres llegaban rendidos y se arrojaban en
el suelo del patio de tierra del viejo rancho.
Tienen sed, tiene hambre, están exhaustos.
Han sido tres días de recorrido sin
detenerse, solo en breves lapsos. Tiran sus
armas y sus menajes al suelo polvoriento y
se quedan con ojos vidriosos mirando hacia
7
la nada mientras se pasan su lengua reseca
por los partidos labios. Parecen una
comitiva venida del infierno enviada por el
mismísimo demonio. Sus rostros sin afeitar.
Sus manos untadas de sangre de muchos. El
sol revienta la piel, como un lanzallamas que
quema todo a su paso. La muchacha con trece
años recién cumplidos durmiendo la siesta
se despierta sobresaltada al sentir las
voces y los pasos. Su mama murió hace poco,
pero ya le había advertido sobre el poder
que tenía para atraer a los hombres con lo
que mi Dios le dio entre las piernas. Esta
sola, vive como puede en el rancho
paupérrimo. Solo tiene algunas gallinas,
algo sembrado. Es todo. Ella presentía que
ese día llegaría. El viejo Anastasio se lo
había hecho saber hacia unos meses cuando
asomo jeta en el pueblo buscando un médico
que le fuera a visitar a la vieja. Ella vio al
tipo sentado en aquella mesa, cerveza en
mano. Ella sintió esa mirada escrutadora.
Era como si le hubiera pasado la lengua por
todo el cuerpo con solo mirarla. Ellos ya
habían transitado desde hacía tiempo por el
8
camino de su casa. Ella sabía que eran los
hombres malos que matan soldados. Su mama
también le había advertido de ellos. Ese era
el día.
Ella no conocía el amor. No había ningún
muchacho en su vida. Siempre vivió sola con
su mama. No había ido a la escuela rural. No
tenía más familiares. No había casas vecinas
cercanas. No había nadie a la vista. No
quería a nadie. El viejo Anastasio irrumpió
sorpresivamente al rancho, haciéndola dar
un brinco del susto. Le pregunto por el
guarapo y la mando a cocinarles algo. Ella
silenciosa señala el rincón donde está la
olla grande de barro con el fermento que
tenía para pasar la sed de ese verano. El la
miro fugaz y se llevó la olla para el patio.
La chica se fue corriendo a encender el fogón
de leña. Por la ventanita los veía sentados
tomando guarapo, silenciosos. Termino de
preparar un improvisado almuerzo para
aquellos hombres y al no tener en que
servirles, termino pasándoles las vasijas
para que comieran con la mano, como
9
animales. No vio en realidad ninguna
diferencia con el marrano que correteaba
por la cochera. Todos eran iguales. El
marrano tenía más dignidad que ellos. Los
hombres comieron y sacaron de las maletas
tres botellas de aguardiente y cigarrillos.
Al no saber qué hacer, ella se entró de nuevo
al cuarto y se sentó en el catre. Su madre la
había enseñado a rezar. Pero ¿Para qué? No
hay nada más terrible que el futuro más
predecible. Y ella tenía claro el suyo. Se
sentó a esperar su desdicha mirando la pared
de bareque. No había lágrimas para llorar. A
personas como ella, no les queda nada.
La noche cae preciosa en el monte. El
aguardiente se está terminando. De repente
ella empieza a llorar, de un momento a otro,
sin más ni más. Llora inconsolable. Llora
porque sabe lo que le viene encima. Su
encanto, su prematura belleza, todo se
esfumara. La puerta se abre, es el viejo
Anastasio. Ella se pone de pie, inútilmente.
Él la toma de la cintura y la levanta como
una hoja de papel, arrojándola en el catre.
10
Se baja el pantalón sucio y lo deja caer al
suelo. Ella cierra los ojos y siente ese
aliento aguardentoso en su rostro, después
una lengua que se posa asquerosa en la suya.
Todo es un ajetreo, sudor, lágrimas e
incomprensión. El viejo ofició en sus carnes
como una bestia golosa. Ella se dejó llevar
por su mente a otro lugar, muy lejos, donde
nadie la puede encontrar. Esos besos fueron
sus primeros besos. Eso que ella no conocía
fue lo que el viejo Anastasio le presento
como amor. Su sangre hierve como el
aguardiente en la cabeza de la bestia que
tiene encima. Entonces siente que se
desmaya. La luz de repente la abandono.
Reacciono ya pasada la medianoche. No se
escucha nada más que el canto de los grillos.
El viejo ronca ruidoso a su lado. No sabe nada
de los otros hombres. No sabe si moverse o
quedarse quieta para que el hombre no se
despierte. Esta desnuda. No sabe dónde
quedaron sus harapos. Las velas se
consumieron y casi no puede ver nada.
Quisiera dormir, pero es inútil. Se queda
11
adivinando formas en la oscuridad, mientras
piensa en su infancia junto a su mama. Así es
todo hasta que finalmente llega el otro día.
Anastasio se levanta pesadamente, la
contempla por un momento y la manda a
vestirse y preparar café. Ella se pone de pie
rápidamente y se encierra en la cocina.
Después del desayuno, el viejo manda a sus
hombres a seguir vereda arriba con órdenes
para la otra cuadrilla que se encontrara con
ellos. Por su parte indica se quedara allí en
aquel rancho, para el dolor de la chica, por
tiempo indefinido. Ella tiene el cuchillo de
cortar los tomates en la mano. Sería fácil
cortar sus venas y terminar con todo
aquello. Pero no puede hacerlo. El temor a
Dios es superior al miedo que le genera aquel
viejo desgraciado. Pasa saliva y respira
profundamente. Como una resignación.
El rio Magdalena sigue bajando. El verano
pasó y ahora el invierno azota las matas de
café, empapa las hojas de los palos de
12
plátano, humedece la tierra hasta aflojarla
y hacerla barro. El viejo Anastasio ahora
vive con ella. La ha hecho su mujer, sin
pedirle permiso, sin hacer preguntas. La
tomo como si tuviera el derecho de hacerlo.
Frecuentemente vienen sus hombres a hablar
con él y seguir sus instrucciones. Por suerte
para ella nadie más la puede tocar. Solo el,
ni siquiera mirarla. Una vez uno de ellos,
bastante joven, se quedó mirándola y el
viejo al darse cuenta lo mando a fusilar en
el polvoriento patio. Después de eso, ni ella
quiere que la miren ni ninguno de ellos
quiere saber nada de ella. En los asuntos del
viejo nadie se mete. Ella descubrió para esos
días que estaba embarazada. El viejo sonreía
caprichoso al verle la barriga templada,
como con orgullo. El orgullo de poder aun
engendrar. Le decía que no sería el único,
que se fuera acostumbrando, porque le
venían muchos más. Internamente deseaba
una dinastía. Un clan de pura maldad. Ella se
la pasaba cocinando de día y aguantándole
las depravaciones al viejo en la noche. Al
parecer el hecho de estar embarazada no le
13
impedía que la utilizara como un objeto, un
animal domesticado, como cualquier cosa.
Entonces ella empezó a preocuparse por el
niño de sus entrañas. Ella soportaba
estoicamente los vejámenes, pero el niño,
¿Que sería de él? No tenía la culpa de nada.
Era una criatura inocente, como ella, o
bueno, como lo fue ella alguna vez ya que a
esas alturas no se consideraba limpia, ni
pura, sino todo lo contrario. Cada día que
pasaba se sentía más sucia, más extraña,
como un ser sin alma. Toda su vida se la había
absorbido el viejo miserable del Anastasio.
Tenía que hacer algo. Algo que cambiara la
historia.
La época del parto llego. El viejo mando a
traer a una anciana partera que miraba con
lastima a la muchacha mientras la asistía en
el alumbramiento. Un niño de blanca piel
lloro ruidoso en el cuarto, como si supiera a
que mundo había llegado. De mala gana el
viejo Anastasio cuido a la mujer y al
pequeño. Pasaron dos semanas y de nuevo fue
obligada a volver a su vida normal. Estaba
14
para el trajín, para el gasto. El niño no
paraba de llorar y eso desesperaba al viejo
que se iba a caminar monte abajo. Ella temía
que en algún arranque de locura, el mal
hombre le hiciera algo a su niño. La
situación era extrema, las emociones
estaban a flor de piel, la locura asomo en las
pupilas de la muchacha. Esa noche, se dijo,
sería la última que tendría que aguantar. El
desquicio de la desesperación la atrapo. La
luna llena la influencio para tenerse fe en
un plan que venía fraguando. Espero que el
viejo se quedara dormido y se fue al otro
cuarto, saco la botella de aguardiente de
Anastasio y se bebió casi toda la botella en
largos tragos. Su bebe dormía en la cunita.
Fue hasta el patio y tomo el largo machete
de picarle comida a los cerdos. Entro ligera
al cuarto y del primer machetazo le corto el
cuello al viejo Anastasio, que apenas tuvo
tiempo de medio despertarse a ver como ella
lo pasaba a la otra vida. Las paredes se
manchaban de sangre y tripas, al igual que
sus manos, su rostro, la cama, el piso, toda
su alma. Después tomo al bebe y lo dejo entre
15
los matorrales dormido. Que dios se
apiadara de su almita. Lo dejo allí, tirado,
dormido en medio del frio de la noche, Le
beso sus manitas y siguió corriendo y
corriendo hasta entrada la madrugada,
cuando llego al borde dl rio Magdalena. No lo
pensó tanto y se arrojó de cabeza. No sabía
nadar. El caudal era muy fuerte.
Un llanto incesante se escuchaba la mañana
siguiente entre los matorrales. Unas manos
bondadosas que levantan a un niño y siguen
su camino, que va muy lejos, por allá a otras
veredas donde van los jornaleros, hombres y
mujeres, errantes, en busca de trabajo. Un
viejo muerto en una cama de un viejo rancho
que se consume en llamas mientras sus
antiguos secuaces están ahí parados,
botella de aguardiente en mano, escupiendo
a la memoria del canalla. Los días que pasan
incansables. Todas nuestras vidas. Toda la
historia de nuestra humanidad.
16
El cuerpo de ella nunca apareció. Nadie la
echo de menos. Nadie la pregunto. Uno más
que se desvanece con su breve historia que
nadie contara. Una voz sin memoria. Solo el
caudal del rio Magdalena la acuna en las
madrugadas invernales. Y al fondo, a veces,
un leve quejido...
17
2. EL RECOLECTOR
En la esquina del cuarto de madera se podían
ver los cacharros de coger café y las lonas
húmedas. Las manos callosas tomaban el
rostro de un hombre que se adivina en la luz
rancia de la vela parpadeante en una noche
de lluvia. El rio Magdalena esta crecido y
suena enorme entre las montañas y la noche
cerrada. El recolector se quedó mirando a la
nada mientras sorbía y sorbía tragos largos
de guarapo fuerte, fermentado en la única
vasija de barro que tenía. Las horas pasaban
18
y el fumaba y bebía, sin pensar en más nada.
La vida a veces es fácil, a veces no, y eso era
algo que él tenía claro. No vino al mundo a
pasarla bien, pero ya estaba acostumbrado, y
eso no era algo importante. Empezó a
sentirse borracho y saco de una sucia maleta
de cuero dos medias de aguardiente. No
sentía hambre, ni sueño, solo un inminente
deseo de emborracharse, y por qué no, quizás
no amanecer de nuevo. La vela a punto de
extinguirse le aviso para que tomara
posición. Se acomodó como pudo en el
colchón roído, tomo sus fósforos, los
cigarrillos y las dos medias de aguardiente.
Entonces la vela se apagó. La lluvia arreció
aun con más fuerza y ese era todo el sonido
que el recolector podía escuchar. Bebía en
la oscuridad, interrumpida únicamente por
el chasquido de los fósforos y la punta
encendida de los cigarrillos. Los minutos
caían en la abulia del hombre embriagado. No
se supo cuando cerró los ojos y se quedó
dormido.
19
Debía ser alrededor de las tres de la
madrugada cuando el tipo despertó exaltado
y vomitando sus entrañas sobre el viejo
colchón, rodeado de oscuridad, sentía que se
iba a ahogar, no podía pedirle ayuda a nadie,
le dolía el pecho, se estaba asfixiando.
Entonces desde el otro cuarto, de la nada,
entro una luz en medio de su agonía que llego
a socorrerlo, era Lena que apareció no sabe
de dónde diablos y lo tomo con suavidad de
un brazo y lo recostó sobre el colchón,
mientras le acariciaba el cabello grasoso.
De un momento a otro empezó a respirar sin
problemas, no podía creer que Lena hubiese
vuelto. Sentía vergüenza de todo lo que
había pasado. O no sabía si estaba
completamente borracho. Solo sabía que
observaba a Lena y a las mariposas de alas
brillantes como las aguas cristalinas de un
lago. Deseaba levantar sus manos y
atraparlas. Quiso por momentos ser una de
esas mariposas. Extender desde su cuerpo
alas enormes y emprender un vuelo
maravilloso, dejándose atrapar por las
ondas del cabello de Lena. Surcar los valles,
20
los ríos, codearse con las aves, posarse
sobre las flores, beber su polen, bañarse en
su esplendor. Lena a veces desaparecía y
reaparecía en otro lugar de la habitación y
el recolector se sentía como una oruga e
imagino que tal vez, en algún momento de su
vida, sufriría la transformación. Esa misma
sensación le recordó su infancia y ese mismo
anhelo. Pero los días habían pasado uno
detrás de otro y la realidad mostro su
cabeza peluda y entonces el recolector
comprendió que el aún seguía allí,
esperando el momento. Esperando sus alas.
Pero el momento nunca se hizo realidad.
Ahora estaba con Lena, quien aún estaba muy
hermosa, como la primera vez que la vio. Él
era joven y ella le enviaba recados con los
choferes de los autos que hacían las rutas a
través de las veredas de todo el
departamento. El hombre le agendaba citas
clandestinas en el pueblo los domingos
antes del mediodía y la invitaba a almorzar
en algún restaurante dentro del abasto y
después la llevaba al parque central donde
le compraba un helado y alguna cerveza en
21
uno de los cafés montañeros del pueblo
quieto donde siempre vivió. Con el tiempo se
enamoraron y él la convenció para que
hullera de su casa y se fueran juntos.
Consiguió un viejo rancho al que llamaron
hogar en medio de la montaña y allí vivieron
felices por algún tiempo. Pero la edad, las
malas amistades y las mujeres fáciles
hicieron de él un desastre. Lena un día lo
descubrió en infidelidades y lleno una caja
de cartón con sus harapos y su dignidad
femenina y se fue para nunca más volver. Lo
que lo veían decían que el hombre nunca más
fue el mismo. Tomaba en demasía y fumaba
sin control. Trabajador excelente si era,
trabajaba más que los demás como si no
quisiera pensar en nada, pero todo lo que
ganaba se lo gastaba en licor. Trataba de
indagar donde estaba Lena, después sentía el
coraje montañero por el abandono y desistía
de la idea, y con el tiempo la buscaba de
nuevo, pero era en vano. No sabía dónde
estaba su mujer, la única que amaba, la única
con la quería estar. Los años pasaron, los
caminos de las veredas seguían siendo igual
22
de oscuros en las noches en las que trataba
de llegar con dificultad a su rancho que se
caía a pedazos. El rostro de Lena se reflejaba
entonces perfecto en la mente del
recolector. Desayunaba con guarapo. De vez
en cuando se tomaba algún tinto en el
cafetín del pueblo donde siempre iba con
Lena. No le quedaba nada. Ella estaba muy
Lejos, en algún lugar, con otro hombre, y ese
pensamiento era un machete filoso que lo
cortaba en dos lentamente, asesinándolo,
haciéndolo mierda una y otra vez. En soledad
sus ojos eran diluvios de montaña. Solo
recordaba y sentía la distancia, como si cada
vez fuera más y más grande, y la impotencia
lo llevaba a las tabernas, a las garitas, a las
peleas de borrachos en medio de tugurios
pueblerinos peligrosos. Pero no moría. No
podía matarse ni que lo mataran. El dolor
era lo único que lo atravesaba. El dolor con
la forma del rostro de Lena. El recolector le
rogaba a Dios, quería devolverse en el
tiempo para volverla a encontrar y sentir
ese vértigo, como el día en que la conoció.
Otras veces juraba al diablo que nunca más
23
se enamoraría de nadie y olvidaría a Lena.
Pero el despecho seguía destruyéndolo,
haciendo silenciosamente su trabajo.
Llenando de soledad el rancho, la botella de
aguardiente, el día, la noche, los palos de
café. Como una sombra que sumergía todo el
mundo del recolector, y se le pegaba en la
ropa, en la piel, en el machete y en el carriel,
en el tabaco, en la rockola de música
popular, en los ojos de los demás. En fin, en
toda su vida.
Ahora Lena estaba con él en aquella
habitación venida a menos por culpa de su
propia mano. Saco fuerza de su desastre
personal y la tomo de los hombros,
besándola, empapándola con sus lágrimas,
mientras ella acariciaba sus sudorosos y
desordenados cabellos. No había palabras en
la escena. Solo un sentimiento de culpa y una
misericordia que empezó a encandilar el
rancho hasta casi hacerlo estallar. El
recolector se liberó de su carga, como
cuando arrojaba al suelo las lonas repletas
de café mojado. Ya no sentía en su pecho
24
aquel dolor. Ya no había desesperación. Todo
había quedado atrás. Sintió que flotaba
alegremente tomado de las manos de Lena y
ascendía tranquilo por encima de su catre,
el techo, la montaña, el pueblo y demás
humanidad. Se le escucho reír como hacía
muchos años no lo había hecho. Después todo
se hizo oscuridad. Y luego todo fue luz.
El recolector había muerto de cirrosis. Lo
encontraron días después y fue enterrado de
inmediato porque nadie soportaba el olor a
cadáver. Lena no fue al entierro. Lena era
feliz en la capital. El mismo día del entierro
ella se casó con un ingeniero. No recordaba
al recolector. La vida siguió su marcha. El
rancho quedo vacío y en el siguiente
invierno se vino al piso. Nadie más volvió a
hablar de aquel hombre y su miseria. Ahora,
en los palos de café, las pepas rojas
reclaman su derecho a ser arrancadas, pero
el ya no está allí para hacerlo. Otros
vendrán a tomar su lugar. La vida es como un
guerrero que jamás detiene su marcha...
25
3. UN VIENTO EXTRAÑO
Este es el pueblo que el progreso olvido
visitar. Aquí hace tiempo que no pasa nada.
Es el pueblo que quedo ignorado entre las
montañas. Vuelvo a caminar lenta y
tristemente por sus calles vacías a altas
horas de la noche. Llego de vuelta hacia
aquel banco de madera donde una noche
estuvieron a punto de dispararme por no sé
qué motivos. Todos los días en este pueblo
26
parece que fueran días festivos. La gente
retoza en sus casas, no hay nada emocionante
para hacer. Aquí ya no pasa nada. Todos los
días son iguales. No viene nada a cambiarlo.
¡Venga ya fin del mundo! El Armagedón, la
última bomba atómica. El sol se redunda en
el cielo todos los días. El viento es como un
martillo entre las matas de café, los pájaros
se repiten siempre en el concierto de la
tarde. Recuerdo un viejo árbol al que yo iba
a refugiarme y a escribir furtivamente en
hojas viejas y amarillentas. Escribía sobre
como seria no estar en este lugar. Escribía
para largarme del pueblo. Fue este el único
sitio que se quedó congelado en el tiempo.
Los chicos tiene ojos soñadores y viven en
otra realidad, muy lejos de acá. Los viejos
miran como en un encierro. Los viejos y sus
rutinas sin fin. Pero el sol calienta sin
piedad. El sol es de verdad. Un viento
extraño envolvió los paisajes y se impregno
en los árboles, las casas, los rostros de los
transeúntes. Un viento extraño nada más.
Los ancianos llevan mucho tiempo
deambulando por las calles como fantasmas.
27
Los cafetales ensordecieron entre el
rastrojo y ya no cuentan ninguna historia.
Todos los que se fueron no volvieron y los
que se quedaron nada les importo. Un viento
extraño se llevó los techos de algunas casas
y alzo las hojas secas dejándolas
desparramadas por toda la avenida
principal. Un viento extraño, eso fue todo.
Los niños no tienen brillo en sus ojos. Los
adultos esperan algo, pero no saben qué. Y
así ha sido desde hace mucho tiempo, parece
que hubiese sido así desde siempre. Las
mañanas se repiten idénticas como copias
aburridas. Las noches siempre cuentan la
misma historia detrás de las paredes. Dios
sabe que todos por acá somos miserables. Ya
no hay guarapo en las ollas de barro. Ya no
hay tabaco en ningún bolsillo campesino.
Todos somos miserables. Todos estamos
perdidos y sin saber qué hacer. Un viento
extraño abrió las ventanas y fragmento
algunos vidrios. Un viento extraño, eso fue.
Aquí nadie puede conseguir trabajo. Aquí
nadie puede hablar de nada nuevo, porque acá
no pasa nada. El Armagedón tiene que venir,
28
y todos lo esperan, una vez al año. Aquí no
vive Mozart, ni Perón, ni Castro. Acá no hay
locomotoras, barcos ni aviones. Alguien
tenía la llave para abrirnos las puertas, y
varias veces lo intentaron, pero la puerta
nunca se abrió. Y ahora somos como muertos
que caminan sin sentido de la orientación.
Ella espera al tipo que hace un año prometió
que volvería mientras la llevaba a esa cama
de hotel. Ella estaba excitada y olvido
preguntar el teléfono, o la dirección en el
Facebook. Él le dijo un nombre, y ella lo
repite todos los días, esperando su retorno.
La iglesia y su procesión de viejas beatas
entre semana y los chicos galanes de pueblo
los domingos a la noche. Yo a veces puedo
recordar mi casa, y me acuerdo cuando tuve
que elegir y decidí que era tiempo de partir.
No sabía que iba a hacer, pero quería irme de
allí, y ahora no pienso más en volver. Un
viento extraño me golpeo el rostro y me
llevo muy lejos de los matorrales y los
enormes nogales. Un viento extraño del más
allá. Todos los días en aquel pueblo son
silenciosos y grises. Me duele un poco
29
recordar. Es mejor no hablar de ciertas
cosas...
30
4. LA CASA DESAPARECIDA
El hombre fue encontrado a la orilla del rio
Magdalena. Estaba sin camisa, sin zapatos, el
pantalón roído. No recordaba nada. No
hablaba. Parecía no entender lo que le
estaban diciendo. Me dijeron que tenía más
de sesenta años. Que desde que había
cumplido treinta y dos se había encerrado en
su casa y nunca más había vuelto a salir. Las
empleadas domésticas contaban que el señor
31
una mañana se levantó como loco, salto el
muro del jardín trasero de la casa y se había
ido corriendo. Que ellas lo habían llamado a
gritos pero él no atendió. De eso hace más de
una semana.
Lo llevaron al pequeño hospital donde lo
dejaron en una de las pocas camas que tenían
disponibles. Yo me asomaba por la ventana y
me quedaba mirándolo. Tenía los ojos muy
abiertos. Ojos que no miraban a ninguna
parte. Se notaba que respiraba con
dificultad. Tenía la barba enredada, las
arrugas muy profundas, las uñas de las
manos y los pies, muy largas. Las vecinas
comentaban cosas: Que estaba loco, que
estaba poseído por el demonio, que estaba
muy enfermo. Al otro día, muy por la mañana,
llego el griterío de las vecinas, el viejo, se
subió en una silla y metió la cabeza en el
ventilador, no se mató, pero si se abrió la
cabeza. Tuvieron que atarlo a la camilla para
que le cogieran diez puntos de sutura. El
viejo de repente comenzó a gritar. Gritaba
como loco en esa camilla del hospital.
32
¡Berenice! ¡Berenice! Repetía una y otra vez
sin darse respiro. Le tuvieron que inyectar
un fuerte calmante para que se quedara
dormido. El vigilante del hospital conto a la
hora del almuerzo que era tranquilizante
para caballos. Mi interés por el asunto fue
creciendo exponencialmente, hasta que al
otro día, siendo ya entradas las seis de la
tarde, decidí dirigirme personalmente al
centro de salud para ver más de cerca al
personaje. Al llegar, por suerte vi a
Estercita, enfermera allí y una conocida de
la familia y me reuní con ella de inmediato.
Me indico que según las indagaciones
realizadas, el hombre vivía en las afueras
del pueblo, en un caserón enorme. Fui
rápidamente hasta el lugar indicado y cuál
fue mi sorpresa al ver la enorme casa
reducida a cenizas. Paredes, vigas, todo,
consumido por la inexorable fuerza de las
llamas. Una casa enorme de dos pisos,
convertida en carbón. No contento con la
verificación me metí en lo que quedaba de
aquel hogar a ver que podía encontrar. Los
espacios donde estaba la cocina, la sala, las
33
habitaciones, todo fue inspeccionado por mi
morbosa curiosidad, pero fue una pesquisa
en vano. No había ningún rastro, ningún
indicio de que pudo haber ocurrido en aquel
caserón. Finalmente vi una puerta cerrada
con un enorme candado, y si bien mostraba
signos de la violencia del fuego, aun se
sostenía en pie. Estaba en el fondo de un
largo zaguán. Con la luz de la luna fue
suficiente para llegar hasta allí. No
encontré nada con lo que pudiera forzar el
enorme candado y si la puerta estuvo
cerrada, posiblemente lo que había detrás de
ella aún estaba intacto, cosa que me
emociono, aunque no sé muy bien el por qué.
Me devolví de nuevo a mi casa con la idea de
encontrar una barra, un martillo, algo con
que forzar el candado, pero estando allí
empezó un torrencial aguacero que me obligo
a quedarme en casa. Presa de la ansiedad pase
una noche muy mala, en la cual soñé con la
casa desaparecida y la puerta misteriosa. Ni
bien despuntaron las luces del alba me
levante, tome un desayuno ligero y me dirigí
de nuevo a la casa del viejo loco con un gran
34
martillo para forzar el candado. ¡Cual fue mi
decepción cuando llegue y la entrada había
sido violada! No lo podía creer, allí, parado
entre cenizas mojadas y frio mañanero. Con
sigilo empuñe el martillo y sin hacer ruido
entre a la habitación, la cual estaba seca,
sin rastro de quemadura alguna. Era una
habitación exquisitamente adornada,
cortinas gruesas de terciopelo rojo, una
cama doble con edredón fino y sabanas de
seda. Cómodas enormes, cuadros pintados al
óleo, sillas, pequeñas esculturas de mármol,
en fin, se notaba que el viejo tenía muy
buenos gustos. Al fondo de aquel cuarto vi un
baúl enorme, también cerrado con candado.
Me acerque emocionado, dispuesto a volar el
candado con mi martillo. El cofre contenía
herrajes dorados, de madera fina. Algo
importante debía contener y yo tenía que
saber que era. Estando a punto de cometer mi
acto recibí un golpe en la cabeza. Todo se
nublo y caí sin sentido al suelo.
Me desperté acostado en una de las camillas
del hospital del pueblo. Hacía un calor
35
infernal. Desde mi borrosa mirada vi un reloj
en la pared que apuntaba al mediodía. Un
fuerte dolor de cabeza me hizo quedarme
quieto en mi lugar. Entro una enferma que
celebro el hecho de ver que ya me había
despertado. Pregunte qué día era. Me dijeron
que era un jueves de marzo. En medio del
dolor recordé que la mañana que estuve en la
casa del viejo era la de un martes. Después
de la revisión de los médicos y las preguntas
de mis parientes, retorne a casa, confundido
y maltrecho. El viernes por la mañana no me
dejaron salir de mi casa, así que fue hasta el
sábado que pude retornar al caserón
quemado. De nuevo me confundí, pues al
llegar ya ni siquiera estaban los restos de la
casa quemada. Solo el lote pelado, donde se
podía evidenciar donde habían clavado las
vigas principales y la escalera. Era todo.
A estas alturas en mi cabeza solo emanaban
preguntas sin respuesta lógica aparente.
Decidí buscar las casas vecinas. Necesitaba
más información. Pero ninguna persona
quiso dar información respecto al vecino
36
loco que había sido encontrado en la orilla
del rio.
“Esa casa siempre estuvo como abandonada.
Sabíamos que alguien vivía allí pero nunca
supimos quién. Las empleadas del servicio
eran las únicas que entraban y salían, pero
jamás indagamos nada con ellas” Era en
resumen la respuesta que los vecinos de las
casas aledañas daban sobre el extraño
propietario del caserón. Pregunte por el
incendio pero tampoco hubo respuestas
claras. Decían que a la medianoche vieron un
resplandor por las ventanas y cuándo se
asomaron ya la casa estaba devorada por las
llamas. Era todo.
Al día siguiente, fui directo a la comisaria
del pueblo a comentar lo que había
investigado hasta el momento respecto a tan
particular historia. Los policías en un
momento se pusieron como molestos al ver
que yo había estado viendo y preguntando
cosas. Me dijeron que eso no era asunto mío
37
y que me fuera para la casa. Yo insistía en
que se debía averiguar el tema más a fondo y
fue cuando las cosas se salieron de control.
Termine discutiendo con ellos y me
encerraron veinticuatro horas en el
calabozo por alterar la tranquilidad del
pueblo. Mi familia termino también molesta
conmigo y me dijeron que dejara las cosas
así. Pero yo terco como una mula, deje pasar
unos días y de nuevo me fui hasta el hospital
a buscar al viejo. Una vez más las sorpresas
no se hicieron esperar: Me dijeron que haya
no había registro alguno de la persona que
yo preguntaba. Busque a Estercita pero no la
pude ubicar en ninguna parte.
Derrotado en mi ánimo me senté en una de las
bancas del parque principal a fumarme un
cigarrillo. Estaba ante una situación por
demás extraña y no sabía que más hacer. Las
nubes se tornaron grises y empezó a
lloviznar. Me puse de pie buscando abrigo de
la lluvia cuando de repente vi al viejo
cruzando la calle opuesta. Mi ánimo se
exalto y decidí perseguirlo
38
disimuladamente, pero al dar vuelta en una
esquina lo perdí totalmente de vista.
Inmediatamente tome rumbo al sitio donde
se había quemado el caserón para ver si de
pronto lo encontraba por esos lados. Fue
cuando descubrí, absurdamente, ¡Que la casa
estaba en pie! No lo podía creer. ¿Qué era lo
que pasaba? Fui hasta la puerta, golpee
decididamente el picaporte. Alguien abrió.
Era yo. Me desmaye.
Desperté en una cama de hospital, conectado
a toda clase de tubos y sondas. Estaba solo.
Era medianoche. Como pude me quite todos
los artefactos médicos y me fui hasta el
baño. Al verme al espejo vi la imagen del
viejo que tantas veces había intentado
buscar. Una enfermera me encontró, me llevo
de nuevo a la cama, llamo a la familia, al
consejo médico, me hicieron toda clase de
revisiones, yo no reconocía casi a nadie, no
entendía lo que pasaba. Un mes después me
dieron de alta y me llevaron a un lugar que
no reconocí. Un apartamento moderno. Me
contaron la historia: Llevaba casi diez años
39
en coma. Había enviudado, sufrí de
alcoholismo y una noche, borracho, descubrí
que mi casa se quemaba. Me fui hasta el rio
con un balde, me metí mucho en él y la
corriente estaba brava, me golpee la cabeza
con una enorme roca y me encontraron
inconsciente en la orilla en el pueblo
vecino. Pasaron casi diez años para
despertar. Pregunte por mi casa. Me dijeron
que ya no existía. Resulta que tenía todo mi
dinero en un cofre que nunca apareció. Nadie
supo por que se inició el incendio. Nunca
volví a ver mi hogar. Ahora vivo en un asilo
de ancianos en el que mis hijos me dejaron.
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5. LA LLUVIA Y EL ALBA
Soy un hombre que espera el alba. La
creciente del rio se puso brava. Las nubes
grises trajeron la lluvia, la cual se depositó
aquí, en este lugar, rodeando mi rancho, y no
se quiere ir. Han pasado tres días y no para
de llover. Se escuchan las piedras bajando
corriente abajo en el rio magdalena. Vienen
con barro, vienen con rabia. La lluvia que no
para de crecer. Eriza la piel de quien la
41
escucha. Destroza árboles y matas de
plátano, inunda cultivos, se cuela por las
múltiples goteras de mi rancho. Soy un
hombre que espera el alba. Mi mujer me dijo
que si hoy no dejaba de llover se iba a largar
para otro pueblo y me iba a abandonar. ¿Y yo
que puedo hacer? Si fui criado a punta de
hambre y rejo. Yo no sé cómo decirle a mi
mujer que no se vaya. Me dijo que se iba a
llevar al perro, los dos guambitos, la poca
plata ahorrada. La noche paso por agua y
efectivamente al amanecer mi señora cogió
sus chiros y se largó con las criaturas. De
eso hace ya dos días. El aguacero no amaina.
Me inunda el cultivo. No me deja salir. Yo soy
un hombre que espera el alba. Con mi ruana,
con mis botas viejas, con mi machete
terciado. Me gusta ver el sol naranja y el
olor a cafetales y matas de plátano. Tengo
las manos callosas y los dientes amarillos.
Espero que nunca me falte la montaña para
tomar aire. Me he estrellado borracho de
guarapo contra la oscuridad. Tengo claro lo
que tengo y lo importante que abriga mi
alma. No me interesan las cosas de la vida
42
moderna. Tengo el nacimiento de agua al lado
de mi casa. Soy un hombre que espera el alba.
Para ir al monte y trabajar. Para enseñarle a
mi familia a labrar la tierra. Me gusta
quedarme hasta tarde cuidando la cosecha.
Por la noche los grillos cantan y el rio mece
los sueños de los campesinos. Pero ahora ya
ni puedo dormir, pues todo lo que escucho es
la lluvia que se estrella furiosa en mi
tejado. Ensordece todos los silencios de mi
rancho. Me tiene sitiado como un animal,
como un jaguar herido. Por culpa de la lluvia
lo estoy perdiendo todo: Mi familia, mis
cultivos, mi rutina, mi tranquilidad, mi
sueño, en fin, todo. Si esta noche sigue
lloviendo voy a salir a matar la lluvia. Es
ella o yo.
Esa noche llovió más torrencialmente aún
sobre las montañas y el rio Magdalena.
Llovía tan fuerte que los nogales y los
grandes árboles cayeron al suelo. Las gotas
abrían huecos en la tierra. La casa del
campesino se destruyó bajo la tormenta. El
hombre, borracho de guarapo y loco de ira
43
saco su machete terciado y lo apunto con
decisión hacia el cielo, desafiante de la
fuerza de la naturaleza. Un rayo cayó. El
machete sirvió de pararrayos. Algo se
ilumino en el monte. Después todo fue
oscuridad. En ese instante dejo de llover. Al
día siguiente, en el alba, solo se encontró el
machete. El hombre o sus restos jamás
aparecieron. Solo algunas cenizas, que al
salir el sol templado de la mañana se
dispersaron por el aire de la montaña. Ahora
en las noches de tormenta en medio del
viento se puede distinguir un hombre
reclamado y lamentándose. Si algún
borracho bajo la lluvia lo oye, dicen que le
cae un rayo.
44
6. UN SUEÑO
Anoche soñé que yo era un niño. Estaba en
medio de un bosque, donde crecen los
eucaliptos rústicos y de gran altura. Yo
lloraba, estaba perdido, corría enredado en
mis gruesas lágrimas tratando de llegar a
casa a través del bosque. Daba vueltas en
círculos, totalmente desorientado hasta que
la noche con su oscuridad cayó. Escuchaba el
susurro del viento entre las arboledas y las
voces fantasmales se levantaron de los
45
campos. En medio de los sonidos escuchaba
uno particularmente, era como un tambor,
fue cuando me encontré con mi corazón que
palpitaba ruidoso mientras yo corría por
ese camino difícil y sentía como si el diablo
estuviera pisándome los talones. Sentí
temor en mi sueño, decidí salirme del
camino, rasgándome la piel a través de los
arbustos, de la maleza, de toda la flora
salvaje, y allí en la noche, vi entonces la
casa de mi padre. Apareció de la nada. Estaba
firme, resplandeciente y esplendorosa. Las
ramas y zarzamoras rasgaron mi ropa y tenía
rasgados mis brazos, pero corrí hasta él, y
me quedé temblando en sus brazos. La noche
transcurría y en mi sueño me quedaba
dormido. Amaneció y yo me desperté, metido
aun en mi sueño y recordaba todas las cosas
duras que nos separaron en algún momento.
Yo me abrazaba a mi padre mientras nos
repetíamos que eso nunca ocurriría de
nuevo, las lágrimas y el perdón desgarraron
nuestros corazones. Me desperté. Quede
pensando en mi sueño toda la madrugada.
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Al día siguiente me levante renovado con una
singular energía. Me vestí, desayune y
decidí viajar hasta la casa de mi padre, la
cual está en un lugar en el borde de la
ciudad, alumbrando por encima de las demás
casas y de los campos. La misma que había
divisado en mi sueño. Desde que era un niño
la he podido recordar. En el parque de al lado
en el día, se puede ver a los niños jugando.
Llegue al caer la tarde, desde afuera de la
carretera, la misma que conduce a esas
puertas de acero endurecido. Puertas de
acero que la custodian por completo en un
pueblo donde la gente sale a caminar en las
noches por las calles de un lugar muy
silencioso. Pude ver sus ventanales que
brillaban en la luz del sol buscando el ocaso.
Vi las escaleras y me quedé en el borde del
camino contemplando esa casa y
recordándolo todo. Mi infancia, los días
felices en los que compartí con mi padre, los
dos solos, las historias que él me contaba
mientras preparaba la comida y yo hacia las
tareas en mi viejo cuaderno de escuela.
Entonces la puerta se entreabrió y vi a una
47
mujer que yo no conocía. Se quedó
mirándome. Yo subí la escalera y me acerque
Ella me saludó cordialmente a través de la
puerta encadenada por dentro. Yo le conté mi
historia, y que yo había venido para hablar
con mi padre. Le dije el nombre de él. Ella
escucho silenciosa y extrañada mis palabras
y luego me dijo: “Lo siento hijo, pero nadie
con ese nombre vive aquí más. Hace varios
años le compre esta casa a una inmobiliaria"
Ahora la casa de mi padre brilla con más
fuerza. Se acentúa como un faro que me llama
en la noche, luminosa en medio de la
oscuridad de esa carretera oscura donde
nuestros pecados y nuestros rencores
reposan sin ser ordenados...
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7. ESA SEÑORA RARA
En aquella época la finca de los padres de la
niña siempre estaba llena de gente.
Trabajadores que venían de diferentes
partes del país para las épocas de la
cosecha. Llegaban a través del rio Magdalena
o también por las carreteras destapadas del
interior. Venían de diferentes lugares,
ávidos de trabajo y paisajes en desarrollo
donde colocarse para poder sobrevivir.
Gente distinta, diferentes actitudes,
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diferentes maneras de ver la vida y las
cosas. Esos días eran caóticos, gente que
entraba y salida de la finca a todas horas. La
niña, siempre acompañando a su madre en los
que áceres diarios mientras el padre salía
con los trabajadores al monte a trabajar.
Volvían, cansados por la tarde y a las siete
de la noche ya todo el mundo estaba
durmiendo. Claro, la jornada laboral
empezaba desde muy temprano: A las 4:30 am
ya la gente estaba en pie y a las 5 am estaban
desayunando para salir a laburar. La niña
pasaba sus días entre el bullicio, el afán, la
ocupación de tender camas, ayudar en la
cocina, correr por el monte con el guarapo,
la chicha, el algo para los trabajadores y el
sol, el eterno sol que siempre todo lo
alumbra, como un dios que todo lo ve de día
y lo presiente todo en la noche.
En esos días y ante la cantidad de oficios por
hacer llego una señora contratada para
colaborar en oficios varios. Al principio se
veía como una más del hogar, pasaba
desapercibida entre el corre y corre y el
50
cansancio, así fue para todos, excepto para
la niña que vio en ella un extraño
comportamiento. Había llegado con una
cajita con sus harapos y una olla metálica,
tapada, amarrada en sus orejas con una
cabuya que le daba toda la vuelta y
aseguraba así que no se destaparía. Esto
sería algo de no tener por qué ser visible a
no ser por la extraña obsesión de esta señora
de llevar esta olla a todos los lugares donde
iba. Si lavaba la ropa a la orilla del rio, allá
estaba la ola. Si le decían que ayudara en la
cocina, dejaba la dichosa olla escondida en
un rincón, cerciorándose cada cierto tiempo
de que aun estuviese allí, en las condiciones
en las que la dejo.
La niña percatase de esta situación y se la
comento a sus padres quienes también se
extrañaron del comportamiento inusual de
la señora, pero al ver que no molestaba a
nadie y era eficiente en su labor, decidieron
no decirle nada y dejarlo pasar simplemente,
mas no así la niña que cada día que pasaba
vivía más y más obsesionada con la señora
51
rara, al punto de empezar a perseguirla por
todas partes y descuidar sus propios oficios
con tal de husmear el momento en que la
señora abriera la olla y poder ver que era lo
que tanto guardaba y custodiaba en ella.
Pero los días pasaban y la señora
simplemente se trasladaba con su olla por
toda la finca, pero sin abrirla jamás. La niña
lo veía y se frustraba, pero no desistía en su
implacable pesquisa. Un día vio a la señora
más inquieta de costumbre. Caminaba por la
finca y de repente volteaba a ver si alguien
la estaba mirando, o bajaba al rio y se
devolvía, asomándose por si alguien la
estaba persiguiendo. La niña lo veía todo,
escondida, era como si la señora rara
supiera que alguien la estaba fisgoneando.
Al caer la noche, la niña decidió ir a dormir
con su padre, en un enorme galpón donde el
dormía con todos los trabajadores y
ayudantes de la casa. Las luces se apagaron
y la niña se quedó mirando a la oscuridad,
adivinando formas y movimientos. Las horas
pasaron y la niña no lograba conciliar el
sueño, cuando sus ojos vieron una sombra
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que claramente se deslizaba por la pared,
abría con sigilo la puerta y salía de la casa.
La niña, presa de una incontenible emoción
la siguió en medio de los rayos de luna
menguante por el sendero que daba a la
orilla del rio. Allí vio a la señora rara,
desatando la olla. ¡El secreto seria por fin
revelado! De su interior saco un enorme
velón el cual encendió y coloco frente a la
olla, pero eso no era todo, había algo más.
Fue entonces cuando la señora saco un
cráneo humano, blanco, reluciente, perfecto
y lo coloco junto al velón y empezó a rezar,
con los ojos entrecerrados, balbuceando
cosas incomprensibles. La niña, presa del
terror y la sorpresa no dejaba de mirar. Fue
cuando de repente la señora aun con los ojos
cerrados se detuvo, dejo de rezar, giro su
cabeza hacia donde estaba la niña y de
repente abrió los ojos, enormes, como con
fuego y se quedó observándola con un gesto
extraño, como de risa, una mueca grotesca.
La niña corrió despavorida por el monte
hasta llegar al lecho donde su padre roncaba
y se metió debajo de las cobijas, mientras
53
todos los demás dormían pesadamente. La
niña no durmió, solo veía debajo de aquella
oscuridad, esperando que la señora rara
levantara la cobija y la sacara de allí, para
arrastrarla por los profundos infiernos, o
eso era lo que ella temía. La mañana llego,
normal, ordinaria, rutinaria, la niña se
despertó sobresaltada y descubrió que ya
todo el mundo estaba listo para salir a
trabajar. Miro hacia donde la señora tenía el
catre pero no había nadie. Salió ágil a
buscarla entre la gente de la finca pero no
la vio. Los trabajadores se fueron a su jornal
y la niña no encontró a la señora. Le conto a
su mama lo ocurrido y la buscaron por todas
partes, pero la señora nunca más apareció.
No se supo más de ella ni del por qué cargaba
un cráneo en una olla. Solo con el pasar del
tiempo, la niña, convertida ahora en anciana,
tenía un dicho que usaba algunas veces y le
recordaba lo ocurrido: “Eso como cráneo en
olla, no hay nada”.
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8. ÚLTIMO FERRY
Ya está a punto de amanecer y yo fui a
dejarte flores en la ventana. Está lloviendo
y esas flores se destruyen bajo el vendaval y
sus pétalos se deslizan por el suelo y
mueren, y todo esto paso antes de que
amaneciera. Está muy cerca el nuevo día y yo
camino sin rumbo rodeando tu casa, pero no
te puedo ver y no tengo nada más que hacer.
El último ferry se deja escuchar a través del
rio Magdalena. Yo no me puedo ir. Yo no voy
a ninguna parte. Y ella es tan extraña que no
55
puedo entenderla de ningún modo. Me siento
en el andén y lloro sin sentido, mientras las
flores que te traje mueren ahogadas por esta
lluvia que parece que solo me mojara a mí y
a tus flores. El último ferry va pasando
indiferente. Va vacío, como tu amor por mí.
El último ferry avanza en silencio y yo
presiento que no te volveré a ver más nunca
en mi vida. Esta será la última vez que yo me
pare frente a tu ventana. Ya no me quedan
más flores para traer hasta acá. El jardín de
dónde venían ya está desolado. Ese jardín es
mi alma y el último ferry ya paso y no voy a
volver jamás por acá, pero tampoco me iré
para mi casa. Porque yo no tengo ninguna
casa. Está lloviendo pero no hay ni una nube
negra en el cielo, no sé si serán lágrimas en
mis ojos. Estoy esperando un día soleado,
una ligera brisa de verano, yo sé que te
necesito para apartar esta tristeza. Yo
quería llevarte a ver todas las cosas que
encontré en la montaña. Estaba alucinando
con la magia de renacer bajo el sol,
sumergiéndome en las aguas del rio y olvidar
el dolor y todo aquello que nos hizo mal,
56
alguna vez. Quería llevarte allí, donde el
viento jamás te iba a mentir, donde las gotas
del rocío del alba refrescan y las hojas
susurran secretos de canción, Las matas de
plátano dicen que ya nada más cambiara,
todo será siempre luz, respirándote, en una
zona donde toda la gente es escandalosa. Los
pájaros no detestaran lo más alto y subirán
lejos del cemento, lejos del ruido, lejos de
todo. Tendremos una historia sencilla. Yo te
vi la otra noche en las afueras del pueblo y
quede flechado. Tus bermudas de jean y tu
camiseta de Superman me enamoraron. Yo fui
con un amigo y una guitarra a conquistarte
pero tú me pediste una canción que no sabía
tocar y otro chico llego y la entono
dulcemente. Yo me corrí a un costado y me
desvanecí en medio de la noche en silencio
sin hacer ruido y me limite a observarte a
escondidas y a una prudente distancia desde
esa vez. Por eso sueño con ofrecerte todas
esas cosas con timidez montañera, pues no sé
cómo acercarme de nuevo. Quisiera leer tu
mente y saber qué es lo que hay en esta cosa
nueva que he encontrado al mirarte. Escuche
57
que alguien te llamaba desde debajo de aquel
nogal. Después vi besos furtivos que no eran
para mí. No era yo el protagonista de aquella
escena. De verdad que no puedo creerme lo
que una mujer como tu está haciendo
conmigo. Yo solo soy un campesino solitario
y pobre, caminando por este rico mundo.
Quisiera saber si es en ti en quien no confío
porque estoy seguro de que en mí sí que no
lo hago. Esta noche mi cama está helada, y yo
vivo perdido en la oscuridad de este amor sin
respuestas, sin ninguna voz. Solo la montaña
frente a mi ventana me acompaña y sus
oleadas eléctricas me cobijan en las noches
de tormenta con su fuerza devastadora. El
ultimo ferry del día, la montaña inamovible
a través de todo el campo, divina a través de
los terrenos donde los rayos del sol me
bastan en una tierra de esperanzas y sueños.
El campo, el enorme campo alejado de los
trucos de la vida moderna. Donde un hombre
puede construirse ante sus propios ojos sin
más miramientos, donde la montaña siempre
espera y vigila todo desde su trono de Dios.
Tenía un hogar, tenía una chica, tenía algo
58
por que aferrarme a este extraño mundo.
Ahora he crecido y me han echado de mi casa,
no tengo ningún trabajo y no se hacer nada.
Los tiempos se han puesto duros. Ahora lo
único que hago es ver llover. ¿No te sientes
como si fueses un pasajero en un ferry que va
a la deriva? Yo sí. Siempre. Por las noches
oigo aquel pitido sonar, cuando desde el
puerto se aleja. La otra noche creí escuchar
tu voz, imagine que estabas llorando,
imagine que andabas por ahí sola y salí a
caminar bajo la lluvia seguro de hallarte. Me
puse la chaqueta y corrí por las calles, por
los andenes, por los caminos de herradura.
Corrí hasta que pensé que el pecho me iba a
explotar. Me arrastre por los jardines,
buscándote de nuevo las flores que siempre
dejaba junto a tu puerta, y oí ese largo pito
quejumbroso del ferry que se aleja. Y
entendí que debía hacer. Ahora trabajo
cargando herramientas en el puerto. Cuando
el ferry llega yo lo reviso y me paro solo por
momentos sobre la cubierta. Tú te fuiste
hace mucho de aquel pueblo y yo jamás podre
partir. ¿Hay algo más romántico que esto?
59
Este pueblo es para mí el último ferry. Esta
es mi última parada. A mí siempre me
alumbra la luz de la luna. Y ya me voy para la
montaña...
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9. RAIZ SPINETTA
Las colinas se deslizan suavemente más allá
de su ventana en una noche que las adivina en
medio de la oscuridad. El joven Spinetta
siente esa presencia que lo acompaña
mientras espera poder dormir. La lluvia
revienta furiosa sobre los techos de su
infancia y el viento frio lo abraza, mientras
desea que su amor este de vuelta mañana. Su
mente intenta cazarlo como una presa fácil.
Anhela que alguien lo entienda porque él
nunca ha podido entenderse. No entiende su
61
dolor. No entiende su corazón. La tristeza de
los años se posó sobre toda la alborada de
aquel pueblo en donde él se escondía porque
no quería que nadie lo descubriera. No
intentaba tampoco descubrirse a sí mismo y
delatar lo que siempre había sabido: Estaba
mal. Todos sus sueños se distorsionaban en
medio de pesadillas recurrentes, pastillas
para dormir, tazas de café, falta de sueño y
costumbre. El aroma de las montañas lo
atravesaba, al igual que esas calles que eran
de todos y de nadie, pero que también hacían
parte de él, todo lo abarcaba en su alma y se
sentía de nuevo como un niño, porque ese
lugar le recordaba su infancia, le hacía
sentirse huérfano y a la vez parte de todo. Le
podía hacer sentir bien y mal. Perdía el
control y avanzaba a tientas por quebradizos
puentes de su memoria. Pero sabía que a
pesar de lo extraño o demente que eso
pudiese parecer, él necesitaba de eso.
Escuchaba voces locas en su cabeza. Lloraba
a carcajadas en su alma. Y sentía claramente
que necesitaba sentir todo eso. Recordaba
sus primeros pasos, muchos años ya, en aquel
62
pueblo, recordó su ruta hacia el colegio, en
la primaria y como se caía en el asfalto por
estar corriendo y se lastimaba sus rodillas
y rompía sus pantalones. Ahora desde aquel
lugar donde habitaba, tenía vista a muchas
calles de ese pueblo. Le gustaba el aire que
respiraba. Y a pesar de ese mundo futuro, no
había tanta polución como en la capital. Allí
la muerte no corría por él, simplemente lo
acompañaba y no tenía prisa. El mundo allí o
en cualquier lugar era la misma mierda:
todos vivían pendientes de querer llegar a
un punto más alto, teniendo relaciones de
forma virtual, suplicando amor sin saber
muy bien por qué, intentando enviar gente a
Marte porque eran colonos conquistadores
del espacio desde hace mucho tiempo. La vida
en muchos aspectos era la misma en
cualquier lugar. Era como si él viajara con
su ecosistema personal adonde fuera. Nada
podía remediar esa situación, ni el asfalto y
los enormes edificios, ni los cafetales y las
vacas en el campo. Él sentía que se estaba
destiñendo en cualquier paraíso. Todo
estaba en su cabeza. Donde estuviese
63
buscaba lo que no había. Podía beber
cervezas o nadar en un mar de aguardiente,
en la lluvia, bajo el sol, no importaba. Aquel
lugar no era Hawái. Escuchaba las canciones
de Silva y Villalba y tenía sexo en el
platanal. Dentro suyo aguas silenciosas
cubrían su alma, y solo su tormenta personal
las agitaba en reproches personales que
terminaban siempre en el sentimiento de una
irremediable culpa y un desgano hacia
cualquier cosa. Él sabía que había amado
mucho, pero ya no recordaba cómo hacerlo.
Una noche cualquiera el joven Spinetta
corría desenfrenado escaleras abajo del
viejo molino clausurado del pueblo. La
planta electrificadora del frente
ronroneaba en horas de la madrugada y un
viento frio lo acompañaba junto a un olor
nauseabundo de las casa enorme de la
esquina, llena de gallineros, casas de perros
y una marranera que nunca pudo ser
desterrada de allí, a pesar de las quejas
constantes de los vecinos. El joven Spinetta
percibió que su piel empezó a arrugarse y
64
temió por su vida y corrió más a prisa
bajando por la calle cerca a las cancha de
baloncesto y la escuelita pobre del barrio.
Su piel empezó a evaporarse y el Joven
Spinetta de un momento a otro empezó a
flotar. Podía divisar el hospital y el enorme
complejo deportivo desde su posición.
Inconscientemente empezó a planear por
encima de las casas, y decidió inspeccionar
todo el lugar. Sentía que a medida que
aumentaba la velocidad, arreciaba más
fuertemente con todo lo que se topaba a su
paso: las hojas de los árboles, la basura de
las calles, el polvo de los andenes, todo.
Sintió un deseo demente de elevarse más y
más en línea recta, para ver hasta dónde
podía llegar. De repente en medio del acenso,
descubrió que de nuevo su piel aparecía, su
carne, sus huesos recobraban su forma,
retomaban su lugar y empezó la vertiginosa
caída. Sintió el angustiante vacío en su
estómago. Pero justo antes de caer estiro
sus piernas y se encontró a si mismo sentado
en su casa. Era la medianoche exacta. El reloj
de la sala sonó. La ventana de su cuarto
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estaba abierta. Él se levantó como pudo y se
asomó justo para ver como una silueta
desaparecía doblando la esquina antes que la
niebla descendiera y empezara a llover
fuertemente. Todo en menos de un minuto.
El joven Spinetta y la hermosa chica
caminando en silencio en dirección al
cementerio del pueblo. Ella llevaba una rosa
en la mano, y el la invito a cenar. Ella
levanto su mirada lentamente y le sonrío,
aceptando silenciosa. Llegaron al viejo
cementerio recién pintado de blanco, lo que
le daba un aspecto más triste aun. El joven
Spinetta se descubrió tomando a la chica de
la mano y pidiéndole que se devolvieran.
Hace años que no entraba a aquel lugar y ya
no estaba seguro de querer hacerlo, pero
ella lo abrazo y cuando intento reaccionar
ya estaba adentro del lugar. Llevaba además
un ramo de claveles que ella compro y se
dirigieron a la tumba al final del largo
corredor. Ella se inclinó respetuosa y
dedico una oración. El la miraba y no pensaba
en nada. Solo estaba allí de pie viendo las
66
enormes letras en cursiva de la lápida. Ella
se levantó, él se agacho y se despidió. Era la
tumba de su madre. Dieron una pequeña
caminata por el lugar y salieron de nuevo.
Ella lo había convencido de ir allí. El
llevaba años si asistir a una cita
postergada, pero ese día había cumplido con
dos: una, a su madre y la otra con aquella
mujer, que el sin darse cuenta, había
invitado a salir, y ahora estaban cenando. Él
sabía que la amaba, y también que iba a
sufrir por ella. El sentimiento estaba, pero
no al nivel que el sentía. Sentía el amor
como una etapa que debía aprender a vivir. Y
a sufrir. Meses después él estaba totalmente
borracho sentado en una banca del parque de
aquel pueblo en pleno festival cuando el sol
despuntaba amaneciendo y alumbrando almas
ebrias en todas partes, incluyendo la del
joven Spinetta, mientras ella se acercaba y
le decía que se fueran para la casa y él le
decía que se fuera a la mierda. La naturaleza
del amor también era el conflicto. Ese día él
lo aprendió. Ella lloró. Quizás no era amor
67
lo que le hacía a ella buscarlo. Solo lo
extrañaba en las tardes.
El joven Spinetta caminando solo entre los
cafetales una mañana de Abril. Sentía el
silencio del monte cubrirlo completamente
y allí estaba de nuevo: El sonido de su
corazón cada vez más fuerte, una resonancia
que no paraba de crecer. El sol alumbrando
las perlas del alba del rocío de la mañana. Se
bañaban en su luz y él también quería
empaparse de esa luz. Quería sentir que
brillaba, al menos una vez en su vida. Veía la
inmensidad de las praderas, la
majestuosidad del campo, el soberbio
follaje. Todo era como una raíz. Una raíz
enorme, fuerte, bien asida al suelo fértil. En
ese momento el joven Spinetta comprendió
de qué se trataba todo: El sentido de lo
importante, allí pudo alejarse de la
estúpida mentalidad que tenerlo todo es
felicidad. Las cosas más valiosas no se
cuantifican en posesiones materiales, no se
trataba de números, iba más allá de un afán
de reconocimiento. Lo importante venia por
dentro, de cómo alimentara la raíz, del valor
68
de la espera y del tiempo. Todo tenía un
proceso y al final los frutos los daría el
árbol de una vida cultivada. Tiempo después
el joven Spinetta se fue para siempre de
aquel pueblo y nunca más regreso, pero
nunca olvido la raíz. Ahora él era una raíz
Spinetta.
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10. EL PERRO DIABOLICO
En la vereda donde siempre íbamos a pasar
las vacaciones de mitad de año contaban
siempre la historia del perro del infierno.
Decían que se le aparecía a las personas que
caminaban solas a altas horas de la noche
por la carretera destapada de aquellos
parajes. Decían que si la persona era una
mujer y era una buena persona, no se le
aparecía. Pero si tenía malos sentimientos
70
la mordía y arañaba. Si por el contrario era
una mujer adúltera, esta no volvía aparecer.
El perro se la tragaba. Si era un hombre el
que caminaba solo, fuese bueno o no, lo
mordía y revolcaba por toda la carretera. Si
iba borracho o era mujeriego o jugador, le
devoraba sin piedad.
El Perro era como el diablo o era el diablo
mismo, maldito, perverso y cruel. Todo el
mal del mundo en sus dientes y en su mirar.
Decían que de sus ojos salía fuego y que sus
garras tenían la fuerza de mil hombres
juntos y que su hambre se saciaba comiendo
peones de las haciendas, con uno al año le
alcanzaba pero podía comer infinitamente.
Los capataces o dueños de las fincas sabían
de su presencia y sus consecuencias, y
algunos eran atrevidos y decidían hacer
pactos con satanás para prosperar
económicamente y a cambio debían
entregarle un trabajador para que se lo
comiese. Era normal escuchar preguntar por
un fulano o sultano del que no se supo nada
más por las veredas y escuchar que nadie
71
sabía dónde estaba, que se había marchado
lejos, o que el perro lo había alcanzado.
Este hijuemadre animal podía inclusive
tomar la forma de otros animales (Culebra,
toro, chulo, étc), de acuerdo a la ocasión
pero la más común era la de un perro enorme,
gigantesco. Bastaba con que un arriero o
peón desapareciera para que le achacaran la
culpa al perro del infierno. Si había un
accidente y el trabajador perdía la vida,
había sido el perro. Si el peón discutía con
el patrón el perro se encargaba del pobre
infortunado. La única forma de defenderse de
un ataque de la bestia era con un rosario en
las manos, se esquivaba una muerte segura
pero lo más probable era terminar con
grandes heridas y cicatrices profundas.
Ramón estaba sentado a la vera del camino
presa de confusiones e incertidumbres. Le
habían contado sus compañeros
trabajadores de la finca que su mujer le
estaba engañando con un jornalero de paso.
Ramón, un hombre con nobleza y buenos
72
sentimientos no creía en lo que le decían y
se negaba a aceptarlo ante la burla de sus
pares que le empezaron a decir “El Cachón”
Por los cuernos que su mujer le estaba
montando. Ramón salía de la casa con las
primeras luces del alba y volvía muy tarde
pues la hacienda quedaba lejos de su chocita,
humildemente construida, pero con mucho
amor hacia su mujer. Ese día termino
labores, se terció el machete y se fue
decidido a encarar a su esposa y preguntarle
que era todo ese chismorreo que se
comentaba. Pero al llegar a la vera del
camino se rindió por completo y se puso a
llorar. Fue entonces cuando llego a su lado
su mejor y más fiel amigo, su compadre. Se
sentó a su lado y lo consoló dándole
consejos y diciéndole que su mujer era muy
fiel, que no se preocupara. Sacó la botella de
aguardiente y se tomaron media a largos
sorbos y le regalo la otra mitad y se fue para
la casa, después de ofrecerle su apoyo y
amistad sincera. Ramón se secó las lágrimas
y lo abrazo emotivamente, luego se
despidieron. Ya iban a ser la seis de la tarde
73
y la finca estaba a dos horas de camino a pie
para Ramón. Él sabía que el perro maldito
aparecía por esa zona. Pero la rabia y el
mareo del trago pudieron más. Se santiguo y
agarro carretera hacia su casa.
Las piedras del camino empezaron a volverse
más difusas para él. La noche cayo repentina
y caminaba bajo la luz de una luna tímida que
alumbraba pobremente. Pensaba en su mujer,
en que no habían tenido hijos en dos años. Se
cuestionó si esa era la razón del engaño: su
falta de hombría para embarazarla. Pensaba
en el hombre con quien lo engañaba. ¿Quién
era? ¿De dónde había salido? ¿Cómo se
conocieron? El pobre campesino Ramón
lloraba mientras se tropezaba con el camino
sinuoso que lo llevaba hasta la finquita.
Perdido estaba en tales reflexiones cuando
percibió a la distancia un par de minúsculas
luces rojas que empezaron a avanzar hacia
él. Recordó entonces el perro malo de las
leyendas y cayó en cuenta que iba borracho.
Algo le iba a pasar. Saco su rosario y se puso
a rezarle a la virgen fervorosamente. El
74
perro lo olio le dio la vuelta y se fue. Ramón
no lo podía creer. Había salvado el pellejo
de puro milagro.
El camino avanzaba y al campesino se le paso
la borrachera del susto. Miraba de reojo
cada sombra, se detenía en cada lugar.
Pensar que se había expuesto a semejante
peligro y todo por chismes sin fundamento.
Su mujer era buena, fiel, no tenía por qué
estar sumido en tales reflexiones y
tristezas. Se acordó de la botella de
aguardiente y quiso darle un sorbo más, pero
el miedo hacia el perro fue mayor y la guardo
de nuevo. Se dio cuenta entonces que su lento
transitar había demorado su ruta y eran más
de las nueve de la noche. Apretó paso
carretera arriba. Quería llegar a su hogar.
La luna de repente fue cubierta por nubes
negras y la oscuridad en el camino se hizo
total. Ramón, lleno de miedo, caminaba a
tientas por la ruta, cayéndose de vez en
cuando, tropezando con las piedras, o
estrellándose contra la propia montaña. Un
75
viento frio golpeo su rostro de repente.
Silbaba el aire, podía casi como escuchar
palabras susurradas. El pánico en él era
total. Fue entonces que empezó a percibir en
medio del ventarrón un grito aislado,
desgarrador, muy tremendo. A medida que
avanzaba se hacía más claro. Era una mujer.
Ramón apretó el paso, comenzó a correr
enloquecido, cayéndose y levantándose en su
torpe avance. Fue cuando un rayo ilumino la
tierra y vio un cuerpo tirado en mitad de la
carretera. Las nubes se disiparon, el viento
amaino y pudo ver a su mujer, degollada. Al
fondo, vio al perro maldito que lo miraba,
luego desapareció de su vista. Presa de la
impotencia alzo la vista y vio otro cuerpo
tendido. Era el de su fiel amigo. El perro
solo ataca a los infieles y mujeriegos. Allí
lo comprendió todo. No podía creer en el vil
engaño vengado por el perro del infierno.
Saco entonces la botella de aguardiente, y en
un impulso demente, la bebió toda de un solo
sorbo. Las nubes negras reaparecieron en el
horizonte. El viento arrecio con furia en la
carretera.
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Pasaron los años y las historias se fueron
modificando de generación en generación. Se
dice ahora que en las noches oscuras por
esas veredas, cuando la luna se oculta y los
vientos levantan piedras, la gente no sale de
sus fincas y no se arriman por la carretera.
Dicen los que se han aventurado que se
escuchan gritos extraños y uno se puede
encontrar con un hombre borracho, con una
botella de aguardiente en la mano y llorando
por su mujer. Un hombre con los ojos rojos,
como los del perro del infierno.
Nunca se supo nada más de Ramón.
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11. RIO MAGDALENA
Estoy acá observando la extensión tenaz de
tu hermosura y respirando el aroma de tu
brisa fresca, no puedo evitar sentirme
conmovido al verte, me quedo de pie en la
orilla del puente de Honda observándote
viajar. Y al ver la belleza verde y los
remolinos que forman tus aguas hasta
cruzar, dar la vuelta y desaparecer, siento
que mi tierra me cobija y me llama para que
no olvidemos de dónde venimos. Los
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pescadores rebuscan en tus entrañas,
deseando tener suerte, como hicieron sus
padres, harán sus hijos y sus nietos. En la
orilla dejan de remar y atracan sus pobres
canoas y con actitud optimista rebuscan en
las redes los peces. Cantan mientras
trabajan, comparten, venden y beben cerveza
fría a la orilla, con el mismo ritmo firme. El
ritmo del pescador. Humildes respecto al
dinero, pero con un corazón que es moneda
fuerte. Los guaduales en la distancia lloran,
como dijo el maestro Villamil. La corriente
eleva el ritmo de tus aguas poderosas,
quisiera yo también entonar la misma
melodía, pero no. No tengo el compás. Solo
me quedo escuchándolo todo, desde el
puente. Sigo buscando la ruta que me lleve
más arriba, voy para el Líbano, recorro el
Tolima. Rio Magdalena, caudal querido. Rio
Magdalena, rio de Colombia.
Ahora la corriente está más brava. Sobre sus
aguas viajan los vestigios de nuestra
historia. La fuerza está en lo bueno de
nuestra idiosincrasia. Transmitir nuestros
79
valores no nos cuesta nada. Rio Magdalena,
me enseñaste que el que aguanta es el que
existe, sigues tu camino sin mirar atrás,
nunca atrás. Depende de cómo se mire,
algunos pueden llegar a verlo triste, pero
eres el ejemplo de persistir cuando
simplemente seguiste. Descubrí con el
tiempo que conocí mi tierra cuando me fui.
Cuando empecé a extrañar la gente, las
costumbres, el barro, el aroma, los lugares,
la vegetación. Y no fue por melancolía, fue
porque empecé a conocer simplemente las
cosas en las que uno no se había fijado antes.
Al ver las aves que se elevan sobre las aguas
del rio, quisiera ser como un pájaro que al
despuntar la mañana, despierta y le canta al
mundo el canto de una ilusión. Me gusta
sentir al roble que se queda mirando como
todas sus hojas caen al rio y se despide de
ellas en silencio, mientras navegan hasta
perderse en lo infinito. Rio Magdalena
nacido en el páramo incontenible, acunado
por las enormes rocas, desflorador de todas
esas selvas vírgenes, que el repasa sin
retomar aliento. Solo los barcos en la
80
bravura de su recorrido hacen saltar la
espuma, esa misma, la que se va como las
ilusiones que nos depararon dichas
pasajeras. Y en sus tropicales atardeceres,
todos los colores se refractan en sus aguas,
formando un impresionante oleo que ningún
Dalí, ningún Picasso, ningún Van Gogh
podrían reproducir jamás. La belleza de tu
estampa es única, y no puede ser
reproducida. Rio Magdalena que en tu
transitar perenne unes los lugares, las
gentes, las tradiciones, todas las voces,
todas las tierras en una sola, y a eso es a lo
que todos llamamos patria. ¡Rio Magdalena,
orgullosamente colombiano!
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12. EN LA PRADERA BAJA
Despunté en la vereda pradera baja,
acompañado de los amigos campesinos del
norte del Tolima. No sé si terminar en aquel
lugar fue parte de lo que algunos llaman
destino, pero allí fue donde la vida me llevo
para crecer junto con quienes mi camino
compartieron. La ruta voy recorriendo
escuchando por lo bajo la frecuencia en AM
hasta perderse en los caprichos de las
curvas del camino. Y siento orgullo
desmedido en mi corazón y lo pongo a
82
disposición del que también siente o quiera
sentir orgullo campesino. Deseo hoy exaltar
mi origen de montaña, soy la sangre que
hereda la esperanza de ser libre y amar la
tierra. Quizás mis pasos quedaron grabados
en las montañas o en los caminos de
herradura que transite muchas veces,
muchas, tantas que no puedo ni recordar
cuantas. Esas carreteras y esas montañas a
su vez quedaron grabadas en mí para
siempre, como las historias de los
compadres, su trato siempre tan amable, su
hospitalidad desmesurada o el zumbón
sonido del machete del trabajador en medio
de la larga jornada.
Cayó la noche en la vereda pradera baja,
junto a los nobles campesinos con los que
comparto el gigante ocaso bajo un remanso
infinito de estrellas. Refractan su luz sobre
las piedras, como si fueran espejismos
benditos. ¿Cómo explicar la enorme alegría
y emoción que genera en mí estar
acompañado con tan bellas personas?
Honrado de poder escucharlos y compartir
83
su solitaria resistencia. Arrieros soñadores
de costales y de luz que supieron ser señores
en el campo sin final. Y cuando llegan a los
pueblos aledaños a beber un aguardiente de
caña, del anís de sus propias montañas, los
ojos se les escapan hacia un lado del camino,
porque ha nacido campesino y antes que
cualquier otra cosa un Colombiano. Podría
ser que, de pronto, estas letras que hoy
estoy acá plasmando en el papel les lleven
un poco de alivio a sus penas y tristezas. O
hacer feliz a cualesquier persona que se
entere que yo jamás lo olvidaré.
Me despedí en la pura madrugada de estos
habitantes que a cambio de nada me
ofrecieron su poco, que fue todo para mí. Que
fue oro para mí. Los vientos de la mañana
haciendo remolinos, levantando polvo y
sangre campesina indeleble al paso del
tiempo. Y me fui de allí feliz al compartir su
estoica lucha, sostenida con trabajo y
humildad. No con armas, sin panfletos, sin
marchas sobre el asfalto ni pancartas. Se
lucha al levantarse cada día a trabajar la
84
sagrada tierra, se lucha al resistir y existir.
Al producir, sin envidias hacia el otro, sin
ambiciones desmedidas, sin prepotencias
ridículas. Y que la memoria lo decrete
siempre de esta forma. Parece que jamás
alcanzara el tiempo de una vida para
historiar las hermosas tradiciones de
nuestro amado campo Colombiano. Yo me fui
de aquel lugar, yo me salí, pero lo hice con
su permiso. Quizás vivir entre el asfalto sea
para mi mayor desgracia, pues la tortura de
sentir el aroma de la montaña y la música del
rio bajando, sea la mayor de mis tristezas.
Me siento bien conmigo mismo al saber que
yo vengo de allí y que nunca, nunca lo
olvidaré. Nunca los olvidare...
85
13. TRAJE DESASTRE
Dicen que el señor era un sastre allá en el
pueblo este, no me acuerdo ahorita como se
llama, ese pueblito bajando por la vía a
Bogotá, después del rio Magdalena... Bueno,
el pueblito ese de los miradores. El señor
era un sastre, y vivía solo. Pero no era un
sastre común y corriente, no señor, para que
vea. El señor era el que le confeccionaba la
ropa a los difuntos, o sea, él le hacia los
trajes a los señores que se morían. Este
señor, se levantaba todas las mañanas muy a
86
las cinco de la mañana. Todos los días se
bañaba a totumadas de agua fría pues decía
que era bueno para la circulación. Solo una
taza de café al día. Frutas y ensaladas.
Solterón toda la vida. Algunos decían que le
gustaban las mujeres, otros que le gustaban
los hombres, igual nunca se supo. Vivía en
una casa grande, a la entrada del pueblo. El
solar daba directo a la montaña y bien al
fondo se veía el rio. Abría su sastrería, que
quedaba en su misma casa, siempre y sin
falta a las siete de la mañana. Decían que
había heredado plata y tierras de su familia,
por eso siempre vivía bien, aunque también
era un pueblo donde el trabajo nunca faltaba.
Siempre tenía algún pedido, y teniendo en
cuenta la premura del cliente, se podría
decir que era un sastre ágil pues siempre
hacia el traje a la medida de un día para
otro. Usaba paño traído de la capital y lino,
para los que no eran tan pudientes. Hablaba
poco con las gentes del pueblo.
Esporádicamente se le veía en el parque
tomándose algún café o en la cantina
hablando con el dueño. Nada más.
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Dicen que un día llegaron a golpearle a la
puerta pasadas las seis de la mañana. El
sastre, imperturbable en su rutina, no le
hizo caso a los llamados y se dispuso a
preparar su desayuno, pero el golpeteo se
hizo más intenso y decidió ir a ver qué
pasaba. En la puerta había dos señores muy
altos, vestidos formalmente y hablaban con
acento extraño. Venían en una carroza
fúnebre elegante. Se notaba que eran
extranjeros con mucho dinero. Dijeron que
tenían en el auto un difunto y que
necesitaban que les hiciera el traje. El
hombre les pidió las medidas del muerto
para disponerse a trabajar, pero entonces
los hombres bajaron el ataúd y le dijeron que
lo dejarían allí para que le tomara las
medidas. El sastre se rehusó a permitir que
le entregaran al muerto en su casa, pero los
hombres sacaron un montón de dinero que
pusieron en su mano indicando que era
preciso realizarse de ese modo y que
pasarían en unas horas por el difunto y el
traje. Dicho esto, entraron el féretro a la
88
vivienda y se fueron en la camioneta. Un
viento helado cruzo los ventanales de la
casa del sastre a pesar de la mañana soleada
que despuntaba.
Lo primero que hizo el sastre fue abrir el
local. Después alisto su metro y su libreta
para anotar las medidas del difunto. El ataúd
era de detalles exquisitos y hasta un poco
extravagantes: Tenia piedras preciosas
incrustadas, y algo que le llamo la atención:
No era de madera, era de metal. Era dorado,
parecía como si estuviese enchapado en oro.
Presa de la curiosidad lo raspo por un
costado y para su sorpresa, efectivamente
era oro. Las manijas eran de marfil, también
muy fino. Definitivamente era de alguien de
mucho dinero, algo que el en toda su vida
había visto. Llevado por un impulso extraño
volvió a cerrar el local y corrió las
cortinas. Hacía muchos años, muchos, en los
que él no abría el local un solo día. Con
mucho pudor fue hacia el ataúd y levanto la
tapa. Encontró a un hombre de unos ochenta
años, tez canosa al igual que la muy bien
89
cuidada barba. Tenía un aspecto muy
señorial, como un zar. El traje que llevaba
puesto era militar, de color amarillo de una
tela finísima que el sastre no pudo ubicar
con precisión, pues a pesar de todos sus años
de experiencia no sabía qué clase de
material era. Las botas impecables, un sable
de oro, anillos en sus dedos de gemas
finísimas, cadenas de oro, en fin, todo él era
como un rey. No entendía para que le habían
dado tanto dinero para diseñarle un traje de
paño a un sujeto que estaba mil veces mejor
vestido que eso. El resto de la mañana se la
paso tomando medidas y cortando y cosiendo
vertiginosamente para tener listo el pedido.
El mismo percibió que trabajaba con más
esmero del que jamás había tenido en su
vida. Inconscientemente su trabajo tenía
que estar a la altura de su cliente. Cada
puntada, cada doblez, cada corte que realizo
fue impecable. Saco el paño más fino del que
disponía en su casa para este fin. Terminada
la labor dudo en momento si en colocarle las
prendas al muerto, pero decidió que era
mejor esperar a que volvieran los sujetos
90
que se lo habían llevado. Las horas pasaron
y nadie asomo por su casa. La noche cayó
como siempre y él se quedó solo con un
cadáver a su lado. Ese día no se retiró a
dormir, como habían sido todas sus noches,
a las nueve de la noche. Se quedó allí
sentado, mirando a través de la ventana a ver
si alguien asomaba, pero nada. El hombre
estaba allí en soledad con un encargo que
nadie reclamo. Termino quedándose dormido
en esa silla hasta el día siguiente.
La mañana lo despertó pasadas las diez de la
mañana. El cantar de los pájaros en el jardín
le hizo ponerse de pie exaltado y
sorprendido de ver como su horario había
sido totalmente desbaratado por los tipos
del día anterior. Lo primero que vio fue el
enorme ataúd junto a él. Rápidamente fue
hasta el baño, se ducho a totumadas como
siempre, desayuno más rápido que de
costumbre y abrió el local. Pero el temor de
asustar a algún cliente al tener a un muerto
en su local, y más de tan estrambótica
presentación le hizo cerrar de nuevo el
91
negocio. El resto del día fue igual a la tarde
anterior: Sentado junto a la ventana
esperando a los dos hombres que venían a
recoger el encargo. La noche de nuevo
apareció en el horizonte y el tipo se dispuso
a pasar una nueva velada con un muerto que
ni siquiera conocía. El sueño no aparecía y
se quedó mirando el ataúd, mientras pensaba
que les iba a cobrar el doble de lo que le
pagaron por las molestias causadas. Reviso
al muerto para ver que no se estuviera
descomponiendo, pero estaba igual que el
día en que se lo llevaron. De nuevo termino
durmiendo en la silla hasta el día siguiente.
Ya para el tercer día el sastre decidió darle
fin al embrollo. Le habían endosado un
muerto que no era de él y no se iba a ganar
problemas sin necesidad. Pensó en llamar a
la policía pero no sabía cómo explicarles
que había esperado tres días para reportar
el caso. Decidió que lo mejor era esperar a
la noche y en la oscuridad sacar el cajón a la
calle, lejos de su casa. Pero entonces el
gusanillo de la avaricia le pico y aprovecho
92
el resto de la jornada para desmantelar
totalmente el cajón de sus lujosos
accesorios decorativos y así mismo quitarle
las finas prendas al cadáver para
comercializas más adelante. Era una forma
de cobro por todo el trabajo perdido, días
sin abrir del local y espera inútil sentado
junto a la ventana. Llegada casi la
medianoche salió el sastre arrastrando el
cajón desmantelado por las calles vacías,
dentro, un cadáver desnudo completaba el
cuadro, aprovechando la tormenta que se
presentó justo esa noche, arrastro por
calles totalmente desiertas el cajón y lo
dejo tirado al otro lado del pueblo, luego se
devolvió apresuradisimo a su casa. Dejo el
traje amarillo montado en el maniquí,
guardo todas las joyas en su caja fuerte y se
acostó a dormir.
Despertó más temprano que de costumbre a
la mañana siguiente y siguió su rutina, como
si nada hubiese ocurrido. Abrió su local y se
sintió cómodo de nuevo en su rutina. Se
preocupó por momentos de que aparecieran
93
los hombres de la camioneta pero después se
convenció de que eso no ocurriría. Los
vecinos aparecieron como todos los días y el
espero que le llegaran noticias o chismes
sobre un cadáver encontrado, pero nada.
Nadie en el pueblo hablo del tema. El salió
hasta el parque a la cantina de siempre a ver
si se rumoreaba algo, pero tampoco. Con los
días se relajó y dio por cerrado el tema del
todo.
Un mes después del incidente se levantó en
una encantadora mañana y al abrir la puerta
encontró un cajón. Viejo, roído por el
tiempo, abierto. Un ataúd frente a su puerta.
No contenía cadáver alguno. Solo el ataúd.
Asustado lo tomo y lo escondió en la parte
trasera de su casa. Lo examino pero no
encontró nada. Pensó en alguna broma cruel
de algún vecino, o también, en los hombres
de la camioneta. Decidió no contarle a nadie
esta historia pues sabía bien que le esperaba
si se hacía pública su aventura con el
cadáver aquel. Esa noche se deleitó con las
joyas que vendería y tuvo la osadía de
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colocarse el uniforme amarillo para ver
cómo le quedaba. Se quedó dormido con el
uniforme puesto.
Se despertó de nuevo más temprano que su
horario habitual y se llevó una enorme
sorpresa al ver el uniforme perfectamente
acomodado en el maniquí. Se asustó por un
momento pero después se dijo para sí que tal
vez medio dormido se había levantado y
había dejado todo como estaba. No le presto
más atención al asunto y se dispuso a
bañarse, desayunar, vestirse y abrir el local
como todas las mañanas. Pero al abrir su
negocio, descubrió nuevamente un ataúd.
Igual que el anterior, abierto, vacío y
totalmente gastado. De nuevo se asustó y
corrió a esconderlo en el patio trasero,
junto con el otro ataúd que le habían dejado.
Ese día no abrió el local. Se fue para el
parque a ver si alguien le comentaba algo del
tema o si lo miraban raro. Tenía la impresión
que alguien le estaba jugando una broma
macabra y estaba decidido a descubrir lo que
ocurría. Pero no. No saco nada en limpio.
95
Volvió por la tarde a su hogar y se quedó
contemplando las joyas robadas y el
uniforme. Lo tomo y lo guardo en una bolsa
plástica negra y la oculto en el sótano junto
con las joyas. Se dio cuenta que esa
situación había cambiado totalmente su
ánimo y sus rutinas y se molestó por esto.
Tuvo una noche de desvelo dando vueltas en
su cama intranquilamente. Finalmente,
alrededor de las tres de la madrugada cayo
profundamente dormido.
Eran las 11 de la mañana cuando los vecinos
se encontraron todos reunidos frente a la
casa del sastre. Habia un ataúd vacio,
lujosos, como pocos, enchapes de oro, joyas
preciosas y dentro de el mismo un uniforme
militar de alta tela. La policía acordono el
lugar, ingresaron a la casa, pero no
encontraron a nadie. Todo estaba en su lugar,
se descartaron hechos violentos o saqueo. El
ataúd fue llevado a la comisaria. Una
camioneta llego con dos hombres a bordo que
reclamaban el féretro, después de horas de
pesquisas y no descubrir nada ilícito,
96
entregaron el ataúd a las personas que lo
reclamaron quienes indicaban le habían
dejado estos enceres al sastre para preparar
un traje que jamás recibieron. Los hombres
se fueron, no se volvió a ver a estos
personajes por el pueblo.
Nunca más se supo nada del sastre. Unas
cuantas noches después encontraron la casa
del mismo en llamas.
97
14. LA GALLINA CHIROSA
Cuenta la historia que este era un
campesino, descuidado con todas sus cosas,
era un campesino perezoso que vivía para
trabajar por ratos y gastarse el dinero en
placeres banales. No cuidaba su humilde
vivienda, no compraba comida, no tenía
mujer ni hijos. Este campesino solo tenía
una gallina, chirosa, que se alimentaba de lo
que encontraba en el monte, pero que
siempre estaba junto a su dueño. El
campesino no la cuidaba, no le prestaba
98
mayor atención. No le daba comida y no se
percataba si ponía huevos o no. La gallina
estaba flaca, tenía las patas lastimadas y
tenía heridas donde ya no le salían plumas.
El campesino la dejaba por ahí a que se le
curaran solas las heridas, pues no le daba
tiempo alguno del suyo para brindarle algún
tipo de atención o de cuidado.
El campesino siguió con su vida de excesos,
llegaba borracho o duraba incluso varios
días sin ir a la casa. La gallina vagaba por
los terrenos a la mano de Dios,
sobreviviendo prácticamente de milagro. El
campesino entonces entro en desgracia pues
por culpa de sus malos hábitos, conocidos
ampliamente en la región, nadie le daba
trabajo. Empezó a pasar necesidades y llego
el momento cruel y pesaroso de aguantar
hambre. Solo en la casucha se iba hasta el rio
a pescar o mirar cómo podía entrar a
hurtadillas a robar algún plátano o alguna
fruta en las fincas vecinas, pero incluso
hasta esa opción se le termino. El hambre lo
busco y lo encontró escondido en su hogar.
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La amarga cruz de sal de su destino le peso
más que nunca. Fue entonces cuando recordó
a su gallina chirosa. Recordó que las
gallinas ponían huevos y podría sobrevivir
con el sustento. Empezó a buscarla
afanadamente por todo el terreno pero la
gallina no aparecía por ningún lado. Dos días
enteros buscando a la gallina que no
aparecía. El hambre le hizo cambiar de
planes y decidió que tan pronto la
encontrara, se la comería. ¡Se saboreaba el
campesino con un sancocho suculento! El
pensar en comer le hizo sentirse mareado y
debilucho. El final del tercer día llego, pero
la gallina en la olla no.
Y pasó el tiempo, días y noches enteras de
tomar agua y mascar semillas para
sobrevivir. Pensaba en la puta gallina y en
cómo diablos no estuvo más pendiente de
ella. Salió al alba siguiente a buscarla de
nuevo, la busco por todos los potreros, por
la montaña, cafetales, riveras del rio, casas
vecinas. Siguió caminando, llego a veredas
aledañas, a pueblos extraños, conoció a
100
otras personas, pero la gallina no aparecía.
Y no la encontró. Decepcionado y abatido
consiguió trabajo por días por esas tierras
foráneas y pudo sobrevivir un corto tiempo.
Pero de nuevo sus vicios pasaron factura y
fue expulsado de donde estaba. Comenzó el
triste camino de retorno a su finca. Llego y
vio la casa destruida. Una pared se había
caído y el techo entero se vino abajo. Esa
noche llovió y el apenas pudo dormir debajo
de una teja. A la mañana siguiente,
arrepentido de su vida y sus excesos, se
arrodillo en mitad del patio y pido perdón a
Dios, por haber sido tan inconsciente y
prometió entre fervorosas lagrimas que si
le daba otra oportunidad corregiría su andar
en el mundo. Después se levantó y sacando
fuerzas de flaquezas reconstruyo su
vivienda. La barrio, la limpio, la dejo muy
bonita en comparación de cómo estaba. Afilo
el viejo machete y desyerbo todos los
alrededores de su morada, arreglo las matas,
limpio los pastos crecidos. El sol del
mediodía calentaba en todo su esplendor, y
este hombre, agotado y sediento, se dirigió
101
hasta el rio a beber agua. Antes de llegar se
encontró una palo enorme de Naranjo. Se
acercó sorprendido pues no recordaba haber
sembrado mata alguna o que existiese
siquiera. Se quedó bajo la sombra del árbol,
maravillado con los excelentes frutos que
daba. De repente el naranjo en flor empezó a
estremecerse y comenzaron a caer naranjas.
Naranjas enormes, jugosas, se sentía la
tierra temblar de tantas naranjas que caían
de un árbol que cada vez que medio podía
levantar la vista se iba haciendo más y más
grande. Las ramas tocaban el suelo por el
peso de la cantidad de naranjas que tenían.
El campesino, sorprendido por esa suerte de
milagro se agacho a recoger las naranjas y
al hacerlo vio en la raíz del árbol las patas
de su gallina chirosa. Dos patas blancas
pisando la tierra. De la rabadilla de la
gallina había nacido un árbol de naranjo.
102
15. LA CERCA
En la choza que daba de frente al rio
Magdalena se escuchó la voz chillona de una
mujer demandando acción inmediata:
- ¡Eutimioooooo! Venga pa aca ahorita
mismo…
- ¿Qué fueeee? - Contesto el hombre
tratando de hacerse escuchar en medio de la
tremenda lluvia de aquella tarde nublada de
Febrero.
103
- Mire Eutimio que los vecino volvieron a
correr la cerca ¡Se nos quieren robar esos
palos de guadua! Vaya a ver y revisa.
- Pero si toy toito lavao.....que aguacero
tan berraco... Mañana reviso eso
- Sumerce si es que no entiende es pero nada
¿No?
- Pero como jode uste carajo
- Deje la verrionda pereza y vaya a ver…
Defienda lo suyo
- Vida berraca la mía… - Dijo Eutimio
dirigiéndose a los linderos a ver qué pasaba.
Efectivamente se notaba que habían corrido
los palos gruesos que servían como postes
para el alambrado. Ahora aparecían más
palos de guadua en el lindero de los vecinos,
quienes más de una vez habían manifestado
su intención de tumbarlos para venderlos,
pues la situación estaba muy difícil. El
hombre se pasó el resto de la tarde
removiendo alambres y palos bajo la lluvia,
y al no ser la primera vez que esto ocurría,
decidió no dejar la cerca en su lugar
original, sino que siguiendo los pasos de sus
104
vecinos, extendió los limites más allá de lo
que a él le pertenecían, llevándose una
porción de pastos verdes para poner a pastar
sus vacas allí el día siguiente.
Los vecinos amanecieron más temprano que
de costumbre. Las hormigas devoraban sus
rosales, el agua empantanó el galpón de las
gallinas, el dinero se agotaba
alarmantemente en el bolsillo de Bernabé,
cabeza de una familia de cinco niños que no
se llevan más de un año de diferencia entre
sí, y que junto a su mujer, Eduviges, trataban
de hacer lo que podían para sostenerse en
medio del trabajo duro del campo, la vida
moderna y el clima poco aliado de sus
necesidades. Después de un muy frugal
desayuno se colocó sus botas pantaneras
remendadas y se fue a laborar. Los palos de
mandarinas estaban estropeados por la
tormenta, sus frutas se cayeron biches de
sus ramas y no tendría esa entrada de dinero
ya. Eso lo enfureció sobremanera, pero no
tanto como al ver a las vacas de la finca
vecina comiéndose sus pastos verdes.
105
Recordó que a hurtadillas había corrido las
cercas un poco para poder talar algunos
palos de guadua para así poderlos vender y
tratar de pagar parte de sus deudas que en
ese momento eran diabólicas. Vio los huecos
donde habían desclavado la cerca y vio como
ahora parte de sus adorados prados eran
devorados por las tres vacas de su vecino,
dejando a su única vaca y su único becerro
sin esa vianda.
Bernabé, presa de la rabia y las presiones,
volvió a correr la cerca y una de las vacas
del vecino, la cual fue a parar al matadero
ese mismo día. Recibió el pago
correspondiente por la res, el cual le sirvió
para comprar alimentos, y como no, tres
botellas de aguardiente. Invito a unos
amigos de las veredas vecinas y se encerró
en su finca a celebrar la casual entrada
ilegal de dinero, cortesía de Eutimio, su
odiado vecino, el cual enloqueció al no
encontrar en el ocaso a su vaquita, la busco
colina abajo, pregunto a los vecinos y en los
alrededores, pero nada. La vaca no apareció.
106
Pensó que se le había rodado por el abismo
que quedaba junto al rio, fue hasta allí, con
las ultimas luces del día, pero no tuvo
suerte. Volvió en medio de la oscuridad,
acompañado por la tímida luz de una luna
entre sombras, a su ranchito, completamente
cansado y desconsolado. Pero estas
emociones desaparecieron al pasar por la
casa del vecino y escuchar la algarabía y el
alboroto de una fiesta que trascurría en su
interior. Silencioso como una sombra,
husmeo entre las rendijas de las paredes del
rancho de Bernabé y descubrió el humo de los
cigarrillos, la comida y el aguardiente que
se compartía en aquella finca. No tuvo que
atar muchos cabos para deducir que su vaca
fue la responsable de la felicidad de sus
vecinos. Terribles deseos de venganza
cruzaron por la mente de Eutimio. Mañana
seria otro día.
Bernabé despertó pasadas las diez de la
mañana, envuelto en una tremenda resaca. La
celebración se había extendido hasta altas
hora de la madrugada y aparte de las
107
botellas de aguardiente también se tomó
guarapo y chicha. En medio de la maluquera
busco el poncho y se dispuso a salir, como
siempre, bajo la lluvia que caía constante en
las montañas. Tambaleándose aun por el
efecto del licor salió a buscar su vaca y su
becerro por los prados que colindaban con su
vecino. Su sorpresa fue mayúscula cuando
los vio a los dos tirados en mitad del verde
de la montaña. Los dos animales estaban
muertos… ¡Y de nuevo la cerca corrida!
Todos los palos de guadua estaban dentro de
los límites del vecino. Si bien él siempre
había querido robarse la mayoría de los
palos, una parte de los mismos le
pertenecían legítimamente, pero en ese
momento no le quedaba nada. Tomo su
machete entre sus callosos dedos y camino
decidido a darle de baja al vil ladrón, pero
se contuvo. Pensó en una mejor venganza, una
sonrisa de maldad asomo en la comisura de
sus babosos labios. Esa noche la luna
alumbraba malos presagios en la vereda.
108
Un enorme esplendor despertó a Eutimio y a
los demás campesinos de la zona. Todos
asistieron diligentes, excepto uno, como era
de esperarse. Bernabé y su familia ni
siquiera se inmuto. Los palos de guadua
encendían furiosos bajo el efecto de las
llamas. La madrugada floreció entre los
intentos de todos los presentes por apagar
el incendio. Eutimio vio como encendía una
entrada económica que ya no tendría. La
impotencia y la rabia los consumió por
completo. Él sabía que Bernabé era el
culpable de sus desgracias. Era hora de
ponerle fin a aquella situación.
Pasaron dos semanas de aparente quietud, de
supuesta tranquilidad, en la cual los vecinos
no se cruzaron y la cerca permaneció
inmóvil. Pero una noche la familia de
Bernabé fue sorprendida por las llamas en su
pequeña choza. El fuego lo devoro todo
rápidamente: Los trastos, los harapos, la
vida de la mujer y los hijos de Bernabé. Él
fue conducido a un hospital, donde estuvo
varios meses en cuidados por las
109
quemaduras. Eutimio aprovecho y saco los
recursos que más pudo de la finca vecina. Su
plan de eliminar al vecino había resultado
tal cual él lo había previsto, ahora las
tierras le pertenecían a él por completo.
Saco la ganancia que pudo de las tierras
usurpadas y mejoro un poco su nivel de vida.
Al no estar pendiente de pelear con Bernabé,
se dedicó a trabajar y mejorar sus propias
tierras. La lluvia por fin ceso y un buen
clima propicio la siembra de los cultivos. En
su conciencia quedó el asesinato de una
familia, pero el guarapo, el aguardiente y la
ocupación le bastaron para olvidarse de lo
que había hecho. Pero no Bernabé. Casi un
año después fue dado de alta, después de
firmar enormes pagares de su tratamiento y
tiempo de hospitalización. Pero eso no le
importaba. Él quería venganza. Y fue en pos
de ella.
Llego a lo que quedaba de su rancho, el cual
ahora era un depósito de herramientas y
cachivaches de su usurpador vecino. Llevaba
un revolver bajo el poncho y bajo hasta la
110
casa de Eutimio y sin mediar palabra disparo
a quemarropa a los hijos y la mujer de
Eutimio, el cual estaba en el monte,
trabajando a esa hora. Bernabé salió en su
búsqueda, pero pasaron horas antes de darse
cuenta en donde estaba. Sigiloso se acero a
su enemigo, el cual ya se había dado cuenta
de su presencia, y decidió hacerse el
desentendido hasta tenerlo muy cerca de él.
Eutimio se giró, rápido como águila, y en
zendo machetazo se clavó en la cabeza de
Bernabé, quien en un último reflejo
disparo su arma, dando en el centro del
pecho de Eutimio, quien también cayó
muerto, en medio de una prometedora
cosecha, de la cual finalmente, ninguno de
los dos se pudo beneficiar. Los vecinos
asistieron después a ver las escenas de
muerte y enterraron a sus compadres en su
propia tierra.
Un político termino quedándose con esas
tierras, las cuales fueron declaradas
baldías, para el poder comprarlas y hacerse
del terreno. Nadie sabe para quién trabaja…
111
16. MAGIA
Yo crecí en una finca, en el Tolima, era de
mis abuelos. Recuerdo que me gustaba salir
a caminar solo por uno de los más hermosos
paisajes que la vista pueda recrear. Me
gustaba el silencio de la montaña, el olor de
los palos de café, al acercarme a una pequeña
vertiente de agua, me quedaba escuchando su
sonido, viendo como el agua cristaliza
descendía colina abajo, buscando fusionarse
con el rio recio. Me gustaba levantar la vista
y ver los elevados eucaliptos, los nidos de
las ardillas, las enormes pepas de cacao a
112
punto de desprenderse. Me gustaba corretear
a las gallinas por el patio, ir a la cocina a
ver que estaba preparando la abuela,
tomarme un tinto recién hecho en el enorme
fogón de leña. Por las tardes, cuando el calor
pegaba en las tejas de lata, bajábamos
mandarina o naranjas. A veces, al lado del
galpón, había un pequeño estanque donde
nadaban algunos pescados. Había otros dos
estanques mucho más grandes, uno era para
lavar el café después de ser descerezado y el
otro funcionaba como reserva de agua para
la casa, el cual se llenaba imparable por una
manguera que estaba conectada con el
nacimiento de agua que quedaba al borde de
la carretera. El agua se desbordaba y salía
por un orificio y si queríamos nos podíamos
bañar allí, ya que el agua después quedaba
limpia de nuevo. Habían dos caminos para
llegar a la finca desde la carretera: El
camino normal, que siempre todos usaban y
otro que quedaba un poco más abajo y que era
el que más me gustaba pues tenía algunos
abismos, piedras enorme y muchísimos palos
de guadua que hacían parecer el corto
113
trayecto en un bosque sobrio y misterioso.
La casa no tenía luz eléctrica, así que en el
ocaso cenábamos y nos quedábamos a la luz
de una vela o una linterna escuchando a mi
abuelo contar historias y anécdotas del
campo y mirando las estrellas, entretenidos
en ver pasar las luces de algún avión e
incluso buscar algún ovni. Después nos
íbamos a dormir, y todo quedaba en la más
completa oscuridad. Yo dormía arrullado
por el sonido de los grillos y del rio bajando
reciamente. En la finca de los abuelos se
madrugaba muchísimo. A las cuatro de la
mañana ya se estaban poniendo de pie y el
olor del tinto mañanero me despertaba antes
de dar las cinco de la mañana. A mí me
servían el tinto en un pocillo plástico y ese
olor me encantaba. Después llegaba el
suculento desayuno, ya que siempre fue así,
pues mi abuela tenía las manos encantadas
con una sazón inigualable. Después los
adultos se iban a trabajar y yo me quedaba
por ahí, dando vueltas, acompañando a mi
abuela o me iba a vagar sin rumbo fijo por
los terrenos que tenían mis abuelos. Yo
114
gustaba particularmente de ir a cazar
cangrejos a un riachuelo que a su vez servía
de lindero con la finca de al lado. Me llevaba
unos panes, los cuales desboronaba y echaba
a las aguas, mientras me quedaba quieto, con
un pequeño machete en la mano y un balde
para irlos guardando. Pero se debía tener
una técnica especial: Yo los cazaba desde la
parte más baja del riachuelo hacia arriba,
pues si se hacía de modo contrario, las aguas
agitadas por el barro o las boronas de pan
alertaban a los demás cangrejos y estos no
salían de sus escondites bajo las piedras.
Así que era una labor de cuidado y mucha
paciencia, pues los cangrejos generalmente
demoraban en salir a la superficie. No era
muy hábil o efectivo en mi tarea, pero era
algo que me llevaba horas enteras y me
gustaba hacerlo. Cuando podía pillar algún
cangrejo descuidado o confiado lo cazaba y
después subía de nuevo hasta la casa donde
mi abuela los preparaba, dejándolos primero
en una mezcla de agua, limón y sal y
posteriormente eran cocinados a la brasa,
quedando como un manjar exquisito, a mi
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Rio magdalena - Rafael Bejarano

  • 1. 1
  • 3. 3 “Espejos tembladores De aguas fugitivas Van retratando amores Y bellos recuerdos que deja la vida...” Letra de la canción “Espumas” Del maestro Jorge Villamil
  • 4. 4 Otras obras del autor: -Lapidario -Voces Profanas -El Jardín -Bosqueletras -Historias Del Chimbilax (O La Estatua Del Ángel) -Jackeline Fue Una Amiga Mía -Imelda -La Corbata Del Viajero -Yanioska -Un Misil En Tu Placard -Gatos En El Suelo -Luciérnaga Lunática -Mi Otro Yo Viene De Otro -Los Corazones Ocultos -S y S -Para Nadie -La Virgen Del Carmen Electroacústica -Tren -Ne Me Quitté Pás -Antología Y Penumbra -Veinte Lenguas Del Rock Argentino -Dorian
  • 5. 5 INDICE Pag. 1. EL NIÑO DEL RIO 6 2. EL RECOLECTOR 17 3. UN VIENTO EXTRAÑO 25 4. LA CASA DESAPARECIDA 30 5. LA LLUVIA Y EL ALBA 40 6. UN SUEÑO 44 7. ESA SEÑORA RARA 48 8. ÚLTIMO FERRY 54 9. RAIZ SPINETTA 60 10. EL PERRO DIABOLICO 69 11. RIO MAGDALENA 77 12. EN LA PRADERA BAJA 81 13. TRAJE DESASTRE 85 14. LA GALLINA CHIROSA 97 15. LA CERCA 102 16. MAGIA 111 17. UNA HISTORIA MÁS 119 18. POR LAS CALLES DEL CENTRO 124 19. NADAS 129 20. TOLIMA 134
  • 6. 6 1. EL NIÑO DEL RIO El sol pegaba fuerte en el monte. El rio magdalena se escuchaba furioso mientras bajaba en su perpetuo recorrido. Los hombres llegaban rendidos y se arrojaban en el suelo del patio de tierra del viejo rancho. Tienen sed, tiene hambre, están exhaustos. Han sido tres días de recorrido sin detenerse, solo en breves lapsos. Tiran sus armas y sus menajes al suelo polvoriento y se quedan con ojos vidriosos mirando hacia
  • 7. 7 la nada mientras se pasan su lengua reseca por los partidos labios. Parecen una comitiva venida del infierno enviada por el mismísimo demonio. Sus rostros sin afeitar. Sus manos untadas de sangre de muchos. El sol revienta la piel, como un lanzallamas que quema todo a su paso. La muchacha con trece años recién cumplidos durmiendo la siesta se despierta sobresaltada al sentir las voces y los pasos. Su mama murió hace poco, pero ya le había advertido sobre el poder que tenía para atraer a los hombres con lo que mi Dios le dio entre las piernas. Esta sola, vive como puede en el rancho paupérrimo. Solo tiene algunas gallinas, algo sembrado. Es todo. Ella presentía que ese día llegaría. El viejo Anastasio se lo había hecho saber hacia unos meses cuando asomo jeta en el pueblo buscando un médico que le fuera a visitar a la vieja. Ella vio al tipo sentado en aquella mesa, cerveza en mano. Ella sintió esa mirada escrutadora. Era como si le hubiera pasado la lengua por todo el cuerpo con solo mirarla. Ellos ya habían transitado desde hacía tiempo por el
  • 8. 8 camino de su casa. Ella sabía que eran los hombres malos que matan soldados. Su mama también le había advertido de ellos. Ese era el día. Ella no conocía el amor. No había ningún muchacho en su vida. Siempre vivió sola con su mama. No había ido a la escuela rural. No tenía más familiares. No había casas vecinas cercanas. No había nadie a la vista. No quería a nadie. El viejo Anastasio irrumpió sorpresivamente al rancho, haciéndola dar un brinco del susto. Le pregunto por el guarapo y la mando a cocinarles algo. Ella silenciosa señala el rincón donde está la olla grande de barro con el fermento que tenía para pasar la sed de ese verano. El la miro fugaz y se llevó la olla para el patio. La chica se fue corriendo a encender el fogón de leña. Por la ventanita los veía sentados tomando guarapo, silenciosos. Termino de preparar un improvisado almuerzo para aquellos hombres y al no tener en que servirles, termino pasándoles las vasijas para que comieran con la mano, como
  • 9. 9 animales. No vio en realidad ninguna diferencia con el marrano que correteaba por la cochera. Todos eran iguales. El marrano tenía más dignidad que ellos. Los hombres comieron y sacaron de las maletas tres botellas de aguardiente y cigarrillos. Al no saber qué hacer, ella se entró de nuevo al cuarto y se sentó en el catre. Su madre la había enseñado a rezar. Pero ¿Para qué? No hay nada más terrible que el futuro más predecible. Y ella tenía claro el suyo. Se sentó a esperar su desdicha mirando la pared de bareque. No había lágrimas para llorar. A personas como ella, no les queda nada. La noche cae preciosa en el monte. El aguardiente se está terminando. De repente ella empieza a llorar, de un momento a otro, sin más ni más. Llora inconsolable. Llora porque sabe lo que le viene encima. Su encanto, su prematura belleza, todo se esfumara. La puerta se abre, es el viejo Anastasio. Ella se pone de pie, inútilmente. Él la toma de la cintura y la levanta como una hoja de papel, arrojándola en el catre.
  • 10. 10 Se baja el pantalón sucio y lo deja caer al suelo. Ella cierra los ojos y siente ese aliento aguardentoso en su rostro, después una lengua que se posa asquerosa en la suya. Todo es un ajetreo, sudor, lágrimas e incomprensión. El viejo ofició en sus carnes como una bestia golosa. Ella se dejó llevar por su mente a otro lugar, muy lejos, donde nadie la puede encontrar. Esos besos fueron sus primeros besos. Eso que ella no conocía fue lo que el viejo Anastasio le presento como amor. Su sangre hierve como el aguardiente en la cabeza de la bestia que tiene encima. Entonces siente que se desmaya. La luz de repente la abandono. Reacciono ya pasada la medianoche. No se escucha nada más que el canto de los grillos. El viejo ronca ruidoso a su lado. No sabe nada de los otros hombres. No sabe si moverse o quedarse quieta para que el hombre no se despierte. Esta desnuda. No sabe dónde quedaron sus harapos. Las velas se consumieron y casi no puede ver nada. Quisiera dormir, pero es inútil. Se queda
  • 11. 11 adivinando formas en la oscuridad, mientras piensa en su infancia junto a su mama. Así es todo hasta que finalmente llega el otro día. Anastasio se levanta pesadamente, la contempla por un momento y la manda a vestirse y preparar café. Ella se pone de pie rápidamente y se encierra en la cocina. Después del desayuno, el viejo manda a sus hombres a seguir vereda arriba con órdenes para la otra cuadrilla que se encontrara con ellos. Por su parte indica se quedara allí en aquel rancho, para el dolor de la chica, por tiempo indefinido. Ella tiene el cuchillo de cortar los tomates en la mano. Sería fácil cortar sus venas y terminar con todo aquello. Pero no puede hacerlo. El temor a Dios es superior al miedo que le genera aquel viejo desgraciado. Pasa saliva y respira profundamente. Como una resignación. El rio Magdalena sigue bajando. El verano pasó y ahora el invierno azota las matas de café, empapa las hojas de los palos de
  • 12. 12 plátano, humedece la tierra hasta aflojarla y hacerla barro. El viejo Anastasio ahora vive con ella. La ha hecho su mujer, sin pedirle permiso, sin hacer preguntas. La tomo como si tuviera el derecho de hacerlo. Frecuentemente vienen sus hombres a hablar con él y seguir sus instrucciones. Por suerte para ella nadie más la puede tocar. Solo el, ni siquiera mirarla. Una vez uno de ellos, bastante joven, se quedó mirándola y el viejo al darse cuenta lo mando a fusilar en el polvoriento patio. Después de eso, ni ella quiere que la miren ni ninguno de ellos quiere saber nada de ella. En los asuntos del viejo nadie se mete. Ella descubrió para esos días que estaba embarazada. El viejo sonreía caprichoso al verle la barriga templada, como con orgullo. El orgullo de poder aun engendrar. Le decía que no sería el único, que se fuera acostumbrando, porque le venían muchos más. Internamente deseaba una dinastía. Un clan de pura maldad. Ella se la pasaba cocinando de día y aguantándole las depravaciones al viejo en la noche. Al parecer el hecho de estar embarazada no le
  • 13. 13 impedía que la utilizara como un objeto, un animal domesticado, como cualquier cosa. Entonces ella empezó a preocuparse por el niño de sus entrañas. Ella soportaba estoicamente los vejámenes, pero el niño, ¿Que sería de él? No tenía la culpa de nada. Era una criatura inocente, como ella, o bueno, como lo fue ella alguna vez ya que a esas alturas no se consideraba limpia, ni pura, sino todo lo contrario. Cada día que pasaba se sentía más sucia, más extraña, como un ser sin alma. Toda su vida se la había absorbido el viejo miserable del Anastasio. Tenía que hacer algo. Algo que cambiara la historia. La época del parto llego. El viejo mando a traer a una anciana partera que miraba con lastima a la muchacha mientras la asistía en el alumbramiento. Un niño de blanca piel lloro ruidoso en el cuarto, como si supiera a que mundo había llegado. De mala gana el viejo Anastasio cuido a la mujer y al pequeño. Pasaron dos semanas y de nuevo fue obligada a volver a su vida normal. Estaba
  • 14. 14 para el trajín, para el gasto. El niño no paraba de llorar y eso desesperaba al viejo que se iba a caminar monte abajo. Ella temía que en algún arranque de locura, el mal hombre le hiciera algo a su niño. La situación era extrema, las emociones estaban a flor de piel, la locura asomo en las pupilas de la muchacha. Esa noche, se dijo, sería la última que tendría que aguantar. El desquicio de la desesperación la atrapo. La luna llena la influencio para tenerse fe en un plan que venía fraguando. Espero que el viejo se quedara dormido y se fue al otro cuarto, saco la botella de aguardiente de Anastasio y se bebió casi toda la botella en largos tragos. Su bebe dormía en la cunita. Fue hasta el patio y tomo el largo machete de picarle comida a los cerdos. Entro ligera al cuarto y del primer machetazo le corto el cuello al viejo Anastasio, que apenas tuvo tiempo de medio despertarse a ver como ella lo pasaba a la otra vida. Las paredes se manchaban de sangre y tripas, al igual que sus manos, su rostro, la cama, el piso, toda su alma. Después tomo al bebe y lo dejo entre
  • 15. 15 los matorrales dormido. Que dios se apiadara de su almita. Lo dejo allí, tirado, dormido en medio del frio de la noche, Le beso sus manitas y siguió corriendo y corriendo hasta entrada la madrugada, cuando llego al borde dl rio Magdalena. No lo pensó tanto y se arrojó de cabeza. No sabía nadar. El caudal era muy fuerte. Un llanto incesante se escuchaba la mañana siguiente entre los matorrales. Unas manos bondadosas que levantan a un niño y siguen su camino, que va muy lejos, por allá a otras veredas donde van los jornaleros, hombres y mujeres, errantes, en busca de trabajo. Un viejo muerto en una cama de un viejo rancho que se consume en llamas mientras sus antiguos secuaces están ahí parados, botella de aguardiente en mano, escupiendo a la memoria del canalla. Los días que pasan incansables. Todas nuestras vidas. Toda la historia de nuestra humanidad.
  • 16. 16 El cuerpo de ella nunca apareció. Nadie la echo de menos. Nadie la pregunto. Uno más que se desvanece con su breve historia que nadie contara. Una voz sin memoria. Solo el caudal del rio Magdalena la acuna en las madrugadas invernales. Y al fondo, a veces, un leve quejido...
  • 17. 17 2. EL RECOLECTOR En la esquina del cuarto de madera se podían ver los cacharros de coger café y las lonas húmedas. Las manos callosas tomaban el rostro de un hombre que se adivina en la luz rancia de la vela parpadeante en una noche de lluvia. El rio Magdalena esta crecido y suena enorme entre las montañas y la noche cerrada. El recolector se quedó mirando a la nada mientras sorbía y sorbía tragos largos de guarapo fuerte, fermentado en la única vasija de barro que tenía. Las horas pasaban
  • 18. 18 y el fumaba y bebía, sin pensar en más nada. La vida a veces es fácil, a veces no, y eso era algo que él tenía claro. No vino al mundo a pasarla bien, pero ya estaba acostumbrado, y eso no era algo importante. Empezó a sentirse borracho y saco de una sucia maleta de cuero dos medias de aguardiente. No sentía hambre, ni sueño, solo un inminente deseo de emborracharse, y por qué no, quizás no amanecer de nuevo. La vela a punto de extinguirse le aviso para que tomara posición. Se acomodó como pudo en el colchón roído, tomo sus fósforos, los cigarrillos y las dos medias de aguardiente. Entonces la vela se apagó. La lluvia arreció aun con más fuerza y ese era todo el sonido que el recolector podía escuchar. Bebía en la oscuridad, interrumpida únicamente por el chasquido de los fósforos y la punta encendida de los cigarrillos. Los minutos caían en la abulia del hombre embriagado. No se supo cuando cerró los ojos y se quedó dormido.
  • 19. 19 Debía ser alrededor de las tres de la madrugada cuando el tipo despertó exaltado y vomitando sus entrañas sobre el viejo colchón, rodeado de oscuridad, sentía que se iba a ahogar, no podía pedirle ayuda a nadie, le dolía el pecho, se estaba asfixiando. Entonces desde el otro cuarto, de la nada, entro una luz en medio de su agonía que llego a socorrerlo, era Lena que apareció no sabe de dónde diablos y lo tomo con suavidad de un brazo y lo recostó sobre el colchón, mientras le acariciaba el cabello grasoso. De un momento a otro empezó a respirar sin problemas, no podía creer que Lena hubiese vuelto. Sentía vergüenza de todo lo que había pasado. O no sabía si estaba completamente borracho. Solo sabía que observaba a Lena y a las mariposas de alas brillantes como las aguas cristalinas de un lago. Deseaba levantar sus manos y atraparlas. Quiso por momentos ser una de esas mariposas. Extender desde su cuerpo alas enormes y emprender un vuelo maravilloso, dejándose atrapar por las ondas del cabello de Lena. Surcar los valles,
  • 20. 20 los ríos, codearse con las aves, posarse sobre las flores, beber su polen, bañarse en su esplendor. Lena a veces desaparecía y reaparecía en otro lugar de la habitación y el recolector se sentía como una oruga e imagino que tal vez, en algún momento de su vida, sufriría la transformación. Esa misma sensación le recordó su infancia y ese mismo anhelo. Pero los días habían pasado uno detrás de otro y la realidad mostro su cabeza peluda y entonces el recolector comprendió que el aún seguía allí, esperando el momento. Esperando sus alas. Pero el momento nunca se hizo realidad. Ahora estaba con Lena, quien aún estaba muy hermosa, como la primera vez que la vio. Él era joven y ella le enviaba recados con los choferes de los autos que hacían las rutas a través de las veredas de todo el departamento. El hombre le agendaba citas clandestinas en el pueblo los domingos antes del mediodía y la invitaba a almorzar en algún restaurante dentro del abasto y después la llevaba al parque central donde le compraba un helado y alguna cerveza en
  • 21. 21 uno de los cafés montañeros del pueblo quieto donde siempre vivió. Con el tiempo se enamoraron y él la convenció para que hullera de su casa y se fueran juntos. Consiguió un viejo rancho al que llamaron hogar en medio de la montaña y allí vivieron felices por algún tiempo. Pero la edad, las malas amistades y las mujeres fáciles hicieron de él un desastre. Lena un día lo descubrió en infidelidades y lleno una caja de cartón con sus harapos y su dignidad femenina y se fue para nunca más volver. Lo que lo veían decían que el hombre nunca más fue el mismo. Tomaba en demasía y fumaba sin control. Trabajador excelente si era, trabajaba más que los demás como si no quisiera pensar en nada, pero todo lo que ganaba se lo gastaba en licor. Trataba de indagar donde estaba Lena, después sentía el coraje montañero por el abandono y desistía de la idea, y con el tiempo la buscaba de nuevo, pero era en vano. No sabía dónde estaba su mujer, la única que amaba, la única con la quería estar. Los años pasaron, los caminos de las veredas seguían siendo igual
  • 22. 22 de oscuros en las noches en las que trataba de llegar con dificultad a su rancho que se caía a pedazos. El rostro de Lena se reflejaba entonces perfecto en la mente del recolector. Desayunaba con guarapo. De vez en cuando se tomaba algún tinto en el cafetín del pueblo donde siempre iba con Lena. No le quedaba nada. Ella estaba muy Lejos, en algún lugar, con otro hombre, y ese pensamiento era un machete filoso que lo cortaba en dos lentamente, asesinándolo, haciéndolo mierda una y otra vez. En soledad sus ojos eran diluvios de montaña. Solo recordaba y sentía la distancia, como si cada vez fuera más y más grande, y la impotencia lo llevaba a las tabernas, a las garitas, a las peleas de borrachos en medio de tugurios pueblerinos peligrosos. Pero no moría. No podía matarse ni que lo mataran. El dolor era lo único que lo atravesaba. El dolor con la forma del rostro de Lena. El recolector le rogaba a Dios, quería devolverse en el tiempo para volverla a encontrar y sentir ese vértigo, como el día en que la conoció. Otras veces juraba al diablo que nunca más
  • 23. 23 se enamoraría de nadie y olvidaría a Lena. Pero el despecho seguía destruyéndolo, haciendo silenciosamente su trabajo. Llenando de soledad el rancho, la botella de aguardiente, el día, la noche, los palos de café. Como una sombra que sumergía todo el mundo del recolector, y se le pegaba en la ropa, en la piel, en el machete y en el carriel, en el tabaco, en la rockola de música popular, en los ojos de los demás. En fin, en toda su vida. Ahora Lena estaba con él en aquella habitación venida a menos por culpa de su propia mano. Saco fuerza de su desastre personal y la tomo de los hombros, besándola, empapándola con sus lágrimas, mientras ella acariciaba sus sudorosos y desordenados cabellos. No había palabras en la escena. Solo un sentimiento de culpa y una misericordia que empezó a encandilar el rancho hasta casi hacerlo estallar. El recolector se liberó de su carga, como cuando arrojaba al suelo las lonas repletas de café mojado. Ya no sentía en su pecho
  • 24. 24 aquel dolor. Ya no había desesperación. Todo había quedado atrás. Sintió que flotaba alegremente tomado de las manos de Lena y ascendía tranquilo por encima de su catre, el techo, la montaña, el pueblo y demás humanidad. Se le escucho reír como hacía muchos años no lo había hecho. Después todo se hizo oscuridad. Y luego todo fue luz. El recolector había muerto de cirrosis. Lo encontraron días después y fue enterrado de inmediato porque nadie soportaba el olor a cadáver. Lena no fue al entierro. Lena era feliz en la capital. El mismo día del entierro ella se casó con un ingeniero. No recordaba al recolector. La vida siguió su marcha. El rancho quedo vacío y en el siguiente invierno se vino al piso. Nadie más volvió a hablar de aquel hombre y su miseria. Ahora, en los palos de café, las pepas rojas reclaman su derecho a ser arrancadas, pero el ya no está allí para hacerlo. Otros vendrán a tomar su lugar. La vida es como un guerrero que jamás detiene su marcha...
  • 25. 25 3. UN VIENTO EXTRAÑO Este es el pueblo que el progreso olvido visitar. Aquí hace tiempo que no pasa nada. Es el pueblo que quedo ignorado entre las montañas. Vuelvo a caminar lenta y tristemente por sus calles vacías a altas horas de la noche. Llego de vuelta hacia aquel banco de madera donde una noche estuvieron a punto de dispararme por no sé qué motivos. Todos los días en este pueblo
  • 26. 26 parece que fueran días festivos. La gente retoza en sus casas, no hay nada emocionante para hacer. Aquí ya no pasa nada. Todos los días son iguales. No viene nada a cambiarlo. ¡Venga ya fin del mundo! El Armagedón, la última bomba atómica. El sol se redunda en el cielo todos los días. El viento es como un martillo entre las matas de café, los pájaros se repiten siempre en el concierto de la tarde. Recuerdo un viejo árbol al que yo iba a refugiarme y a escribir furtivamente en hojas viejas y amarillentas. Escribía sobre como seria no estar en este lugar. Escribía para largarme del pueblo. Fue este el único sitio que se quedó congelado en el tiempo. Los chicos tiene ojos soñadores y viven en otra realidad, muy lejos de acá. Los viejos miran como en un encierro. Los viejos y sus rutinas sin fin. Pero el sol calienta sin piedad. El sol es de verdad. Un viento extraño envolvió los paisajes y se impregno en los árboles, las casas, los rostros de los transeúntes. Un viento extraño nada más. Los ancianos llevan mucho tiempo deambulando por las calles como fantasmas.
  • 27. 27 Los cafetales ensordecieron entre el rastrojo y ya no cuentan ninguna historia. Todos los que se fueron no volvieron y los que se quedaron nada les importo. Un viento extraño se llevó los techos de algunas casas y alzo las hojas secas dejándolas desparramadas por toda la avenida principal. Un viento extraño, eso fue todo. Los niños no tienen brillo en sus ojos. Los adultos esperan algo, pero no saben qué. Y así ha sido desde hace mucho tiempo, parece que hubiese sido así desde siempre. Las mañanas se repiten idénticas como copias aburridas. Las noches siempre cuentan la misma historia detrás de las paredes. Dios sabe que todos por acá somos miserables. Ya no hay guarapo en las ollas de barro. Ya no hay tabaco en ningún bolsillo campesino. Todos somos miserables. Todos estamos perdidos y sin saber qué hacer. Un viento extraño abrió las ventanas y fragmento algunos vidrios. Un viento extraño, eso fue. Aquí nadie puede conseguir trabajo. Aquí nadie puede hablar de nada nuevo, porque acá no pasa nada. El Armagedón tiene que venir,
  • 28. 28 y todos lo esperan, una vez al año. Aquí no vive Mozart, ni Perón, ni Castro. Acá no hay locomotoras, barcos ni aviones. Alguien tenía la llave para abrirnos las puertas, y varias veces lo intentaron, pero la puerta nunca se abrió. Y ahora somos como muertos que caminan sin sentido de la orientación. Ella espera al tipo que hace un año prometió que volvería mientras la llevaba a esa cama de hotel. Ella estaba excitada y olvido preguntar el teléfono, o la dirección en el Facebook. Él le dijo un nombre, y ella lo repite todos los días, esperando su retorno. La iglesia y su procesión de viejas beatas entre semana y los chicos galanes de pueblo los domingos a la noche. Yo a veces puedo recordar mi casa, y me acuerdo cuando tuve que elegir y decidí que era tiempo de partir. No sabía que iba a hacer, pero quería irme de allí, y ahora no pienso más en volver. Un viento extraño me golpeo el rostro y me llevo muy lejos de los matorrales y los enormes nogales. Un viento extraño del más allá. Todos los días en aquel pueblo son silenciosos y grises. Me duele un poco
  • 29. 29 recordar. Es mejor no hablar de ciertas cosas...
  • 30. 30 4. LA CASA DESAPARECIDA El hombre fue encontrado a la orilla del rio Magdalena. Estaba sin camisa, sin zapatos, el pantalón roído. No recordaba nada. No hablaba. Parecía no entender lo que le estaban diciendo. Me dijeron que tenía más de sesenta años. Que desde que había cumplido treinta y dos se había encerrado en su casa y nunca más había vuelto a salir. Las empleadas domésticas contaban que el señor
  • 31. 31 una mañana se levantó como loco, salto el muro del jardín trasero de la casa y se había ido corriendo. Que ellas lo habían llamado a gritos pero él no atendió. De eso hace más de una semana. Lo llevaron al pequeño hospital donde lo dejaron en una de las pocas camas que tenían disponibles. Yo me asomaba por la ventana y me quedaba mirándolo. Tenía los ojos muy abiertos. Ojos que no miraban a ninguna parte. Se notaba que respiraba con dificultad. Tenía la barba enredada, las arrugas muy profundas, las uñas de las manos y los pies, muy largas. Las vecinas comentaban cosas: Que estaba loco, que estaba poseído por el demonio, que estaba muy enfermo. Al otro día, muy por la mañana, llego el griterío de las vecinas, el viejo, se subió en una silla y metió la cabeza en el ventilador, no se mató, pero si se abrió la cabeza. Tuvieron que atarlo a la camilla para que le cogieran diez puntos de sutura. El viejo de repente comenzó a gritar. Gritaba como loco en esa camilla del hospital.
  • 32. 32 ¡Berenice! ¡Berenice! Repetía una y otra vez sin darse respiro. Le tuvieron que inyectar un fuerte calmante para que se quedara dormido. El vigilante del hospital conto a la hora del almuerzo que era tranquilizante para caballos. Mi interés por el asunto fue creciendo exponencialmente, hasta que al otro día, siendo ya entradas las seis de la tarde, decidí dirigirme personalmente al centro de salud para ver más de cerca al personaje. Al llegar, por suerte vi a Estercita, enfermera allí y una conocida de la familia y me reuní con ella de inmediato. Me indico que según las indagaciones realizadas, el hombre vivía en las afueras del pueblo, en un caserón enorme. Fui rápidamente hasta el lugar indicado y cuál fue mi sorpresa al ver la enorme casa reducida a cenizas. Paredes, vigas, todo, consumido por la inexorable fuerza de las llamas. Una casa enorme de dos pisos, convertida en carbón. No contento con la verificación me metí en lo que quedaba de aquel hogar a ver que podía encontrar. Los espacios donde estaba la cocina, la sala, las
  • 33. 33 habitaciones, todo fue inspeccionado por mi morbosa curiosidad, pero fue una pesquisa en vano. No había ningún rastro, ningún indicio de que pudo haber ocurrido en aquel caserón. Finalmente vi una puerta cerrada con un enorme candado, y si bien mostraba signos de la violencia del fuego, aun se sostenía en pie. Estaba en el fondo de un largo zaguán. Con la luz de la luna fue suficiente para llegar hasta allí. No encontré nada con lo que pudiera forzar el enorme candado y si la puerta estuvo cerrada, posiblemente lo que había detrás de ella aún estaba intacto, cosa que me emociono, aunque no sé muy bien el por qué. Me devolví de nuevo a mi casa con la idea de encontrar una barra, un martillo, algo con que forzar el candado, pero estando allí empezó un torrencial aguacero que me obligo a quedarme en casa. Presa de la ansiedad pase una noche muy mala, en la cual soñé con la casa desaparecida y la puerta misteriosa. Ni bien despuntaron las luces del alba me levante, tome un desayuno ligero y me dirigí de nuevo a la casa del viejo loco con un gran
  • 34. 34 martillo para forzar el candado. ¡Cual fue mi decepción cuando llegue y la entrada había sido violada! No lo podía creer, allí, parado entre cenizas mojadas y frio mañanero. Con sigilo empuñe el martillo y sin hacer ruido entre a la habitación, la cual estaba seca, sin rastro de quemadura alguna. Era una habitación exquisitamente adornada, cortinas gruesas de terciopelo rojo, una cama doble con edredón fino y sabanas de seda. Cómodas enormes, cuadros pintados al óleo, sillas, pequeñas esculturas de mármol, en fin, se notaba que el viejo tenía muy buenos gustos. Al fondo de aquel cuarto vi un baúl enorme, también cerrado con candado. Me acerque emocionado, dispuesto a volar el candado con mi martillo. El cofre contenía herrajes dorados, de madera fina. Algo importante debía contener y yo tenía que saber que era. Estando a punto de cometer mi acto recibí un golpe en la cabeza. Todo se nublo y caí sin sentido al suelo. Me desperté acostado en una de las camillas del hospital del pueblo. Hacía un calor
  • 35. 35 infernal. Desde mi borrosa mirada vi un reloj en la pared que apuntaba al mediodía. Un fuerte dolor de cabeza me hizo quedarme quieto en mi lugar. Entro una enferma que celebro el hecho de ver que ya me había despertado. Pregunte qué día era. Me dijeron que era un jueves de marzo. En medio del dolor recordé que la mañana que estuve en la casa del viejo era la de un martes. Después de la revisión de los médicos y las preguntas de mis parientes, retorne a casa, confundido y maltrecho. El viernes por la mañana no me dejaron salir de mi casa, así que fue hasta el sábado que pude retornar al caserón quemado. De nuevo me confundí, pues al llegar ya ni siquiera estaban los restos de la casa quemada. Solo el lote pelado, donde se podía evidenciar donde habían clavado las vigas principales y la escalera. Era todo. A estas alturas en mi cabeza solo emanaban preguntas sin respuesta lógica aparente. Decidí buscar las casas vecinas. Necesitaba más información. Pero ninguna persona quiso dar información respecto al vecino
  • 36. 36 loco que había sido encontrado en la orilla del rio. “Esa casa siempre estuvo como abandonada. Sabíamos que alguien vivía allí pero nunca supimos quién. Las empleadas del servicio eran las únicas que entraban y salían, pero jamás indagamos nada con ellas” Era en resumen la respuesta que los vecinos de las casas aledañas daban sobre el extraño propietario del caserón. Pregunte por el incendio pero tampoco hubo respuestas claras. Decían que a la medianoche vieron un resplandor por las ventanas y cuándo se asomaron ya la casa estaba devorada por las llamas. Era todo. Al día siguiente, fui directo a la comisaria del pueblo a comentar lo que había investigado hasta el momento respecto a tan particular historia. Los policías en un momento se pusieron como molestos al ver que yo había estado viendo y preguntando cosas. Me dijeron que eso no era asunto mío
  • 37. 37 y que me fuera para la casa. Yo insistía en que se debía averiguar el tema más a fondo y fue cuando las cosas se salieron de control. Termine discutiendo con ellos y me encerraron veinticuatro horas en el calabozo por alterar la tranquilidad del pueblo. Mi familia termino también molesta conmigo y me dijeron que dejara las cosas así. Pero yo terco como una mula, deje pasar unos días y de nuevo me fui hasta el hospital a buscar al viejo. Una vez más las sorpresas no se hicieron esperar: Me dijeron que haya no había registro alguno de la persona que yo preguntaba. Busque a Estercita pero no la pude ubicar en ninguna parte. Derrotado en mi ánimo me senté en una de las bancas del parque principal a fumarme un cigarrillo. Estaba ante una situación por demás extraña y no sabía que más hacer. Las nubes se tornaron grises y empezó a lloviznar. Me puse de pie buscando abrigo de la lluvia cuando de repente vi al viejo cruzando la calle opuesta. Mi ánimo se exalto y decidí perseguirlo
  • 38. 38 disimuladamente, pero al dar vuelta en una esquina lo perdí totalmente de vista. Inmediatamente tome rumbo al sitio donde se había quemado el caserón para ver si de pronto lo encontraba por esos lados. Fue cuando descubrí, absurdamente, ¡Que la casa estaba en pie! No lo podía creer. ¿Qué era lo que pasaba? Fui hasta la puerta, golpee decididamente el picaporte. Alguien abrió. Era yo. Me desmaye. Desperté en una cama de hospital, conectado a toda clase de tubos y sondas. Estaba solo. Era medianoche. Como pude me quite todos los artefactos médicos y me fui hasta el baño. Al verme al espejo vi la imagen del viejo que tantas veces había intentado buscar. Una enfermera me encontró, me llevo de nuevo a la cama, llamo a la familia, al consejo médico, me hicieron toda clase de revisiones, yo no reconocía casi a nadie, no entendía lo que pasaba. Un mes después me dieron de alta y me llevaron a un lugar que no reconocí. Un apartamento moderno. Me contaron la historia: Llevaba casi diez años
  • 39. 39 en coma. Había enviudado, sufrí de alcoholismo y una noche, borracho, descubrí que mi casa se quemaba. Me fui hasta el rio con un balde, me metí mucho en él y la corriente estaba brava, me golpee la cabeza con una enorme roca y me encontraron inconsciente en la orilla en el pueblo vecino. Pasaron casi diez años para despertar. Pregunte por mi casa. Me dijeron que ya no existía. Resulta que tenía todo mi dinero en un cofre que nunca apareció. Nadie supo por que se inició el incendio. Nunca volví a ver mi hogar. Ahora vivo en un asilo de ancianos en el que mis hijos me dejaron.
  • 40. 40 5. LA LLUVIA Y EL ALBA Soy un hombre que espera el alba. La creciente del rio se puso brava. Las nubes grises trajeron la lluvia, la cual se depositó aquí, en este lugar, rodeando mi rancho, y no se quiere ir. Han pasado tres días y no para de llover. Se escuchan las piedras bajando corriente abajo en el rio magdalena. Vienen con barro, vienen con rabia. La lluvia que no para de crecer. Eriza la piel de quien la
  • 41. 41 escucha. Destroza árboles y matas de plátano, inunda cultivos, se cuela por las múltiples goteras de mi rancho. Soy un hombre que espera el alba. Mi mujer me dijo que si hoy no dejaba de llover se iba a largar para otro pueblo y me iba a abandonar. ¿Y yo que puedo hacer? Si fui criado a punta de hambre y rejo. Yo no sé cómo decirle a mi mujer que no se vaya. Me dijo que se iba a llevar al perro, los dos guambitos, la poca plata ahorrada. La noche paso por agua y efectivamente al amanecer mi señora cogió sus chiros y se largó con las criaturas. De eso hace ya dos días. El aguacero no amaina. Me inunda el cultivo. No me deja salir. Yo soy un hombre que espera el alba. Con mi ruana, con mis botas viejas, con mi machete terciado. Me gusta ver el sol naranja y el olor a cafetales y matas de plátano. Tengo las manos callosas y los dientes amarillos. Espero que nunca me falte la montaña para tomar aire. Me he estrellado borracho de guarapo contra la oscuridad. Tengo claro lo que tengo y lo importante que abriga mi alma. No me interesan las cosas de la vida
  • 42. 42 moderna. Tengo el nacimiento de agua al lado de mi casa. Soy un hombre que espera el alba. Para ir al monte y trabajar. Para enseñarle a mi familia a labrar la tierra. Me gusta quedarme hasta tarde cuidando la cosecha. Por la noche los grillos cantan y el rio mece los sueños de los campesinos. Pero ahora ya ni puedo dormir, pues todo lo que escucho es la lluvia que se estrella furiosa en mi tejado. Ensordece todos los silencios de mi rancho. Me tiene sitiado como un animal, como un jaguar herido. Por culpa de la lluvia lo estoy perdiendo todo: Mi familia, mis cultivos, mi rutina, mi tranquilidad, mi sueño, en fin, todo. Si esta noche sigue lloviendo voy a salir a matar la lluvia. Es ella o yo. Esa noche llovió más torrencialmente aún sobre las montañas y el rio Magdalena. Llovía tan fuerte que los nogales y los grandes árboles cayeron al suelo. Las gotas abrían huecos en la tierra. La casa del campesino se destruyó bajo la tormenta. El hombre, borracho de guarapo y loco de ira
  • 43. 43 saco su machete terciado y lo apunto con decisión hacia el cielo, desafiante de la fuerza de la naturaleza. Un rayo cayó. El machete sirvió de pararrayos. Algo se ilumino en el monte. Después todo fue oscuridad. En ese instante dejo de llover. Al día siguiente, en el alba, solo se encontró el machete. El hombre o sus restos jamás aparecieron. Solo algunas cenizas, que al salir el sol templado de la mañana se dispersaron por el aire de la montaña. Ahora en las noches de tormenta en medio del viento se puede distinguir un hombre reclamado y lamentándose. Si algún borracho bajo la lluvia lo oye, dicen que le cae un rayo.
  • 44. 44 6. UN SUEÑO Anoche soñé que yo era un niño. Estaba en medio de un bosque, donde crecen los eucaliptos rústicos y de gran altura. Yo lloraba, estaba perdido, corría enredado en mis gruesas lágrimas tratando de llegar a casa a través del bosque. Daba vueltas en círculos, totalmente desorientado hasta que la noche con su oscuridad cayó. Escuchaba el susurro del viento entre las arboledas y las voces fantasmales se levantaron de los
  • 45. 45 campos. En medio de los sonidos escuchaba uno particularmente, era como un tambor, fue cuando me encontré con mi corazón que palpitaba ruidoso mientras yo corría por ese camino difícil y sentía como si el diablo estuviera pisándome los talones. Sentí temor en mi sueño, decidí salirme del camino, rasgándome la piel a través de los arbustos, de la maleza, de toda la flora salvaje, y allí en la noche, vi entonces la casa de mi padre. Apareció de la nada. Estaba firme, resplandeciente y esplendorosa. Las ramas y zarzamoras rasgaron mi ropa y tenía rasgados mis brazos, pero corrí hasta él, y me quedé temblando en sus brazos. La noche transcurría y en mi sueño me quedaba dormido. Amaneció y yo me desperté, metido aun en mi sueño y recordaba todas las cosas duras que nos separaron en algún momento. Yo me abrazaba a mi padre mientras nos repetíamos que eso nunca ocurriría de nuevo, las lágrimas y el perdón desgarraron nuestros corazones. Me desperté. Quede pensando en mi sueño toda la madrugada.
  • 46. 46 Al día siguiente me levante renovado con una singular energía. Me vestí, desayune y decidí viajar hasta la casa de mi padre, la cual está en un lugar en el borde de la ciudad, alumbrando por encima de las demás casas y de los campos. La misma que había divisado en mi sueño. Desde que era un niño la he podido recordar. En el parque de al lado en el día, se puede ver a los niños jugando. Llegue al caer la tarde, desde afuera de la carretera, la misma que conduce a esas puertas de acero endurecido. Puertas de acero que la custodian por completo en un pueblo donde la gente sale a caminar en las noches por las calles de un lugar muy silencioso. Pude ver sus ventanales que brillaban en la luz del sol buscando el ocaso. Vi las escaleras y me quedé en el borde del camino contemplando esa casa y recordándolo todo. Mi infancia, los días felices en los que compartí con mi padre, los dos solos, las historias que él me contaba mientras preparaba la comida y yo hacia las tareas en mi viejo cuaderno de escuela. Entonces la puerta se entreabrió y vi a una
  • 47. 47 mujer que yo no conocía. Se quedó mirándome. Yo subí la escalera y me acerque Ella me saludó cordialmente a través de la puerta encadenada por dentro. Yo le conté mi historia, y que yo había venido para hablar con mi padre. Le dije el nombre de él. Ella escucho silenciosa y extrañada mis palabras y luego me dijo: “Lo siento hijo, pero nadie con ese nombre vive aquí más. Hace varios años le compre esta casa a una inmobiliaria" Ahora la casa de mi padre brilla con más fuerza. Se acentúa como un faro que me llama en la noche, luminosa en medio de la oscuridad de esa carretera oscura donde nuestros pecados y nuestros rencores reposan sin ser ordenados...
  • 48. 48 7. ESA SEÑORA RARA En aquella época la finca de los padres de la niña siempre estaba llena de gente. Trabajadores que venían de diferentes partes del país para las épocas de la cosecha. Llegaban a través del rio Magdalena o también por las carreteras destapadas del interior. Venían de diferentes lugares, ávidos de trabajo y paisajes en desarrollo donde colocarse para poder sobrevivir. Gente distinta, diferentes actitudes,
  • 49. 49 diferentes maneras de ver la vida y las cosas. Esos días eran caóticos, gente que entraba y salida de la finca a todas horas. La niña, siempre acompañando a su madre en los que áceres diarios mientras el padre salía con los trabajadores al monte a trabajar. Volvían, cansados por la tarde y a las siete de la noche ya todo el mundo estaba durmiendo. Claro, la jornada laboral empezaba desde muy temprano: A las 4:30 am ya la gente estaba en pie y a las 5 am estaban desayunando para salir a laburar. La niña pasaba sus días entre el bullicio, el afán, la ocupación de tender camas, ayudar en la cocina, correr por el monte con el guarapo, la chicha, el algo para los trabajadores y el sol, el eterno sol que siempre todo lo alumbra, como un dios que todo lo ve de día y lo presiente todo en la noche. En esos días y ante la cantidad de oficios por hacer llego una señora contratada para colaborar en oficios varios. Al principio se veía como una más del hogar, pasaba desapercibida entre el corre y corre y el
  • 50. 50 cansancio, así fue para todos, excepto para la niña que vio en ella un extraño comportamiento. Había llegado con una cajita con sus harapos y una olla metálica, tapada, amarrada en sus orejas con una cabuya que le daba toda la vuelta y aseguraba así que no se destaparía. Esto sería algo de no tener por qué ser visible a no ser por la extraña obsesión de esta señora de llevar esta olla a todos los lugares donde iba. Si lavaba la ropa a la orilla del rio, allá estaba la ola. Si le decían que ayudara en la cocina, dejaba la dichosa olla escondida en un rincón, cerciorándose cada cierto tiempo de que aun estuviese allí, en las condiciones en las que la dejo. La niña percatase de esta situación y se la comento a sus padres quienes también se extrañaron del comportamiento inusual de la señora, pero al ver que no molestaba a nadie y era eficiente en su labor, decidieron no decirle nada y dejarlo pasar simplemente, mas no así la niña que cada día que pasaba vivía más y más obsesionada con la señora
  • 51. 51 rara, al punto de empezar a perseguirla por todas partes y descuidar sus propios oficios con tal de husmear el momento en que la señora abriera la olla y poder ver que era lo que tanto guardaba y custodiaba en ella. Pero los días pasaban y la señora simplemente se trasladaba con su olla por toda la finca, pero sin abrirla jamás. La niña lo veía y se frustraba, pero no desistía en su implacable pesquisa. Un día vio a la señora más inquieta de costumbre. Caminaba por la finca y de repente volteaba a ver si alguien la estaba mirando, o bajaba al rio y se devolvía, asomándose por si alguien la estaba persiguiendo. La niña lo veía todo, escondida, era como si la señora rara supiera que alguien la estaba fisgoneando. Al caer la noche, la niña decidió ir a dormir con su padre, en un enorme galpón donde el dormía con todos los trabajadores y ayudantes de la casa. Las luces se apagaron y la niña se quedó mirando a la oscuridad, adivinando formas y movimientos. Las horas pasaron y la niña no lograba conciliar el sueño, cuando sus ojos vieron una sombra
  • 52. 52 que claramente se deslizaba por la pared, abría con sigilo la puerta y salía de la casa. La niña, presa de una incontenible emoción la siguió en medio de los rayos de luna menguante por el sendero que daba a la orilla del rio. Allí vio a la señora rara, desatando la olla. ¡El secreto seria por fin revelado! De su interior saco un enorme velón el cual encendió y coloco frente a la olla, pero eso no era todo, había algo más. Fue entonces cuando la señora saco un cráneo humano, blanco, reluciente, perfecto y lo coloco junto al velón y empezó a rezar, con los ojos entrecerrados, balbuceando cosas incomprensibles. La niña, presa del terror y la sorpresa no dejaba de mirar. Fue cuando de repente la señora aun con los ojos cerrados se detuvo, dejo de rezar, giro su cabeza hacia donde estaba la niña y de repente abrió los ojos, enormes, como con fuego y se quedó observándola con un gesto extraño, como de risa, una mueca grotesca. La niña corrió despavorida por el monte hasta llegar al lecho donde su padre roncaba y se metió debajo de las cobijas, mientras
  • 53. 53 todos los demás dormían pesadamente. La niña no durmió, solo veía debajo de aquella oscuridad, esperando que la señora rara levantara la cobija y la sacara de allí, para arrastrarla por los profundos infiernos, o eso era lo que ella temía. La mañana llego, normal, ordinaria, rutinaria, la niña se despertó sobresaltada y descubrió que ya todo el mundo estaba listo para salir a trabajar. Miro hacia donde la señora tenía el catre pero no había nadie. Salió ágil a buscarla entre la gente de la finca pero no la vio. Los trabajadores se fueron a su jornal y la niña no encontró a la señora. Le conto a su mama lo ocurrido y la buscaron por todas partes, pero la señora nunca más apareció. No se supo más de ella ni del por qué cargaba un cráneo en una olla. Solo con el pasar del tiempo, la niña, convertida ahora en anciana, tenía un dicho que usaba algunas veces y le recordaba lo ocurrido: “Eso como cráneo en olla, no hay nada”.
  • 54. 54 8. ÚLTIMO FERRY Ya está a punto de amanecer y yo fui a dejarte flores en la ventana. Está lloviendo y esas flores se destruyen bajo el vendaval y sus pétalos se deslizan por el suelo y mueren, y todo esto paso antes de que amaneciera. Está muy cerca el nuevo día y yo camino sin rumbo rodeando tu casa, pero no te puedo ver y no tengo nada más que hacer. El último ferry se deja escuchar a través del rio Magdalena. Yo no me puedo ir. Yo no voy a ninguna parte. Y ella es tan extraña que no
  • 55. 55 puedo entenderla de ningún modo. Me siento en el andén y lloro sin sentido, mientras las flores que te traje mueren ahogadas por esta lluvia que parece que solo me mojara a mí y a tus flores. El último ferry va pasando indiferente. Va vacío, como tu amor por mí. El último ferry avanza en silencio y yo presiento que no te volveré a ver más nunca en mi vida. Esta será la última vez que yo me pare frente a tu ventana. Ya no me quedan más flores para traer hasta acá. El jardín de dónde venían ya está desolado. Ese jardín es mi alma y el último ferry ya paso y no voy a volver jamás por acá, pero tampoco me iré para mi casa. Porque yo no tengo ninguna casa. Está lloviendo pero no hay ni una nube negra en el cielo, no sé si serán lágrimas en mis ojos. Estoy esperando un día soleado, una ligera brisa de verano, yo sé que te necesito para apartar esta tristeza. Yo quería llevarte a ver todas las cosas que encontré en la montaña. Estaba alucinando con la magia de renacer bajo el sol, sumergiéndome en las aguas del rio y olvidar el dolor y todo aquello que nos hizo mal,
  • 56. 56 alguna vez. Quería llevarte allí, donde el viento jamás te iba a mentir, donde las gotas del rocío del alba refrescan y las hojas susurran secretos de canción, Las matas de plátano dicen que ya nada más cambiara, todo será siempre luz, respirándote, en una zona donde toda la gente es escandalosa. Los pájaros no detestaran lo más alto y subirán lejos del cemento, lejos del ruido, lejos de todo. Tendremos una historia sencilla. Yo te vi la otra noche en las afueras del pueblo y quede flechado. Tus bermudas de jean y tu camiseta de Superman me enamoraron. Yo fui con un amigo y una guitarra a conquistarte pero tú me pediste una canción que no sabía tocar y otro chico llego y la entono dulcemente. Yo me corrí a un costado y me desvanecí en medio de la noche en silencio sin hacer ruido y me limite a observarte a escondidas y a una prudente distancia desde esa vez. Por eso sueño con ofrecerte todas esas cosas con timidez montañera, pues no sé cómo acercarme de nuevo. Quisiera leer tu mente y saber qué es lo que hay en esta cosa nueva que he encontrado al mirarte. Escuche
  • 57. 57 que alguien te llamaba desde debajo de aquel nogal. Después vi besos furtivos que no eran para mí. No era yo el protagonista de aquella escena. De verdad que no puedo creerme lo que una mujer como tu está haciendo conmigo. Yo solo soy un campesino solitario y pobre, caminando por este rico mundo. Quisiera saber si es en ti en quien no confío porque estoy seguro de que en mí sí que no lo hago. Esta noche mi cama está helada, y yo vivo perdido en la oscuridad de este amor sin respuestas, sin ninguna voz. Solo la montaña frente a mi ventana me acompaña y sus oleadas eléctricas me cobijan en las noches de tormenta con su fuerza devastadora. El ultimo ferry del día, la montaña inamovible a través de todo el campo, divina a través de los terrenos donde los rayos del sol me bastan en una tierra de esperanzas y sueños. El campo, el enorme campo alejado de los trucos de la vida moderna. Donde un hombre puede construirse ante sus propios ojos sin más miramientos, donde la montaña siempre espera y vigila todo desde su trono de Dios. Tenía un hogar, tenía una chica, tenía algo
  • 58. 58 por que aferrarme a este extraño mundo. Ahora he crecido y me han echado de mi casa, no tengo ningún trabajo y no se hacer nada. Los tiempos se han puesto duros. Ahora lo único que hago es ver llover. ¿No te sientes como si fueses un pasajero en un ferry que va a la deriva? Yo sí. Siempre. Por las noches oigo aquel pitido sonar, cuando desde el puerto se aleja. La otra noche creí escuchar tu voz, imagine que estabas llorando, imagine que andabas por ahí sola y salí a caminar bajo la lluvia seguro de hallarte. Me puse la chaqueta y corrí por las calles, por los andenes, por los caminos de herradura. Corrí hasta que pensé que el pecho me iba a explotar. Me arrastre por los jardines, buscándote de nuevo las flores que siempre dejaba junto a tu puerta, y oí ese largo pito quejumbroso del ferry que se aleja. Y entendí que debía hacer. Ahora trabajo cargando herramientas en el puerto. Cuando el ferry llega yo lo reviso y me paro solo por momentos sobre la cubierta. Tú te fuiste hace mucho de aquel pueblo y yo jamás podre partir. ¿Hay algo más romántico que esto?
  • 59. 59 Este pueblo es para mí el último ferry. Esta es mi última parada. A mí siempre me alumbra la luz de la luna. Y ya me voy para la montaña...
  • 60. 60 9. RAIZ SPINETTA Las colinas se deslizan suavemente más allá de su ventana en una noche que las adivina en medio de la oscuridad. El joven Spinetta siente esa presencia que lo acompaña mientras espera poder dormir. La lluvia revienta furiosa sobre los techos de su infancia y el viento frio lo abraza, mientras desea que su amor este de vuelta mañana. Su mente intenta cazarlo como una presa fácil. Anhela que alguien lo entienda porque él nunca ha podido entenderse. No entiende su
  • 61. 61 dolor. No entiende su corazón. La tristeza de los años se posó sobre toda la alborada de aquel pueblo en donde él se escondía porque no quería que nadie lo descubriera. No intentaba tampoco descubrirse a sí mismo y delatar lo que siempre había sabido: Estaba mal. Todos sus sueños se distorsionaban en medio de pesadillas recurrentes, pastillas para dormir, tazas de café, falta de sueño y costumbre. El aroma de las montañas lo atravesaba, al igual que esas calles que eran de todos y de nadie, pero que también hacían parte de él, todo lo abarcaba en su alma y se sentía de nuevo como un niño, porque ese lugar le recordaba su infancia, le hacía sentirse huérfano y a la vez parte de todo. Le podía hacer sentir bien y mal. Perdía el control y avanzaba a tientas por quebradizos puentes de su memoria. Pero sabía que a pesar de lo extraño o demente que eso pudiese parecer, él necesitaba de eso. Escuchaba voces locas en su cabeza. Lloraba a carcajadas en su alma. Y sentía claramente que necesitaba sentir todo eso. Recordaba sus primeros pasos, muchos años ya, en aquel
  • 62. 62 pueblo, recordó su ruta hacia el colegio, en la primaria y como se caía en el asfalto por estar corriendo y se lastimaba sus rodillas y rompía sus pantalones. Ahora desde aquel lugar donde habitaba, tenía vista a muchas calles de ese pueblo. Le gustaba el aire que respiraba. Y a pesar de ese mundo futuro, no había tanta polución como en la capital. Allí la muerte no corría por él, simplemente lo acompañaba y no tenía prisa. El mundo allí o en cualquier lugar era la misma mierda: todos vivían pendientes de querer llegar a un punto más alto, teniendo relaciones de forma virtual, suplicando amor sin saber muy bien por qué, intentando enviar gente a Marte porque eran colonos conquistadores del espacio desde hace mucho tiempo. La vida en muchos aspectos era la misma en cualquier lugar. Era como si él viajara con su ecosistema personal adonde fuera. Nada podía remediar esa situación, ni el asfalto y los enormes edificios, ni los cafetales y las vacas en el campo. Él sentía que se estaba destiñendo en cualquier paraíso. Todo estaba en su cabeza. Donde estuviese
  • 63. 63 buscaba lo que no había. Podía beber cervezas o nadar en un mar de aguardiente, en la lluvia, bajo el sol, no importaba. Aquel lugar no era Hawái. Escuchaba las canciones de Silva y Villalba y tenía sexo en el platanal. Dentro suyo aguas silenciosas cubrían su alma, y solo su tormenta personal las agitaba en reproches personales que terminaban siempre en el sentimiento de una irremediable culpa y un desgano hacia cualquier cosa. Él sabía que había amado mucho, pero ya no recordaba cómo hacerlo. Una noche cualquiera el joven Spinetta corría desenfrenado escaleras abajo del viejo molino clausurado del pueblo. La planta electrificadora del frente ronroneaba en horas de la madrugada y un viento frio lo acompañaba junto a un olor nauseabundo de las casa enorme de la esquina, llena de gallineros, casas de perros y una marranera que nunca pudo ser desterrada de allí, a pesar de las quejas constantes de los vecinos. El joven Spinetta percibió que su piel empezó a arrugarse y
  • 64. 64 temió por su vida y corrió más a prisa bajando por la calle cerca a las cancha de baloncesto y la escuelita pobre del barrio. Su piel empezó a evaporarse y el Joven Spinetta de un momento a otro empezó a flotar. Podía divisar el hospital y el enorme complejo deportivo desde su posición. Inconscientemente empezó a planear por encima de las casas, y decidió inspeccionar todo el lugar. Sentía que a medida que aumentaba la velocidad, arreciaba más fuertemente con todo lo que se topaba a su paso: las hojas de los árboles, la basura de las calles, el polvo de los andenes, todo. Sintió un deseo demente de elevarse más y más en línea recta, para ver hasta dónde podía llegar. De repente en medio del acenso, descubrió que de nuevo su piel aparecía, su carne, sus huesos recobraban su forma, retomaban su lugar y empezó la vertiginosa caída. Sintió el angustiante vacío en su estómago. Pero justo antes de caer estiro sus piernas y se encontró a si mismo sentado en su casa. Era la medianoche exacta. El reloj de la sala sonó. La ventana de su cuarto
  • 65. 65 estaba abierta. Él se levantó como pudo y se asomó justo para ver como una silueta desaparecía doblando la esquina antes que la niebla descendiera y empezara a llover fuertemente. Todo en menos de un minuto. El joven Spinetta y la hermosa chica caminando en silencio en dirección al cementerio del pueblo. Ella llevaba una rosa en la mano, y el la invito a cenar. Ella levanto su mirada lentamente y le sonrío, aceptando silenciosa. Llegaron al viejo cementerio recién pintado de blanco, lo que le daba un aspecto más triste aun. El joven Spinetta se descubrió tomando a la chica de la mano y pidiéndole que se devolvieran. Hace años que no entraba a aquel lugar y ya no estaba seguro de querer hacerlo, pero ella lo abrazo y cuando intento reaccionar ya estaba adentro del lugar. Llevaba además un ramo de claveles que ella compro y se dirigieron a la tumba al final del largo corredor. Ella se inclinó respetuosa y dedico una oración. El la miraba y no pensaba en nada. Solo estaba allí de pie viendo las
  • 66. 66 enormes letras en cursiva de la lápida. Ella se levantó, él se agacho y se despidió. Era la tumba de su madre. Dieron una pequeña caminata por el lugar y salieron de nuevo. Ella lo había convencido de ir allí. El llevaba años si asistir a una cita postergada, pero ese día había cumplido con dos: una, a su madre y la otra con aquella mujer, que el sin darse cuenta, había invitado a salir, y ahora estaban cenando. Él sabía que la amaba, y también que iba a sufrir por ella. El sentimiento estaba, pero no al nivel que el sentía. Sentía el amor como una etapa que debía aprender a vivir. Y a sufrir. Meses después él estaba totalmente borracho sentado en una banca del parque de aquel pueblo en pleno festival cuando el sol despuntaba amaneciendo y alumbrando almas ebrias en todas partes, incluyendo la del joven Spinetta, mientras ella se acercaba y le decía que se fueran para la casa y él le decía que se fuera a la mierda. La naturaleza del amor también era el conflicto. Ese día él lo aprendió. Ella lloró. Quizás no era amor
  • 67. 67 lo que le hacía a ella buscarlo. Solo lo extrañaba en las tardes. El joven Spinetta caminando solo entre los cafetales una mañana de Abril. Sentía el silencio del monte cubrirlo completamente y allí estaba de nuevo: El sonido de su corazón cada vez más fuerte, una resonancia que no paraba de crecer. El sol alumbrando las perlas del alba del rocío de la mañana. Se bañaban en su luz y él también quería empaparse de esa luz. Quería sentir que brillaba, al menos una vez en su vida. Veía la inmensidad de las praderas, la majestuosidad del campo, el soberbio follaje. Todo era como una raíz. Una raíz enorme, fuerte, bien asida al suelo fértil. En ese momento el joven Spinetta comprendió de qué se trataba todo: El sentido de lo importante, allí pudo alejarse de la estúpida mentalidad que tenerlo todo es felicidad. Las cosas más valiosas no se cuantifican en posesiones materiales, no se trataba de números, iba más allá de un afán de reconocimiento. Lo importante venia por dentro, de cómo alimentara la raíz, del valor
  • 68. 68 de la espera y del tiempo. Todo tenía un proceso y al final los frutos los daría el árbol de una vida cultivada. Tiempo después el joven Spinetta se fue para siempre de aquel pueblo y nunca más regreso, pero nunca olvido la raíz. Ahora él era una raíz Spinetta.
  • 69. 69 10. EL PERRO DIABOLICO En la vereda donde siempre íbamos a pasar las vacaciones de mitad de año contaban siempre la historia del perro del infierno. Decían que se le aparecía a las personas que caminaban solas a altas horas de la noche por la carretera destapada de aquellos parajes. Decían que si la persona era una mujer y era una buena persona, no se le aparecía. Pero si tenía malos sentimientos
  • 70. 70 la mordía y arañaba. Si por el contrario era una mujer adúltera, esta no volvía aparecer. El perro se la tragaba. Si era un hombre el que caminaba solo, fuese bueno o no, lo mordía y revolcaba por toda la carretera. Si iba borracho o era mujeriego o jugador, le devoraba sin piedad. El Perro era como el diablo o era el diablo mismo, maldito, perverso y cruel. Todo el mal del mundo en sus dientes y en su mirar. Decían que de sus ojos salía fuego y que sus garras tenían la fuerza de mil hombres juntos y que su hambre se saciaba comiendo peones de las haciendas, con uno al año le alcanzaba pero podía comer infinitamente. Los capataces o dueños de las fincas sabían de su presencia y sus consecuencias, y algunos eran atrevidos y decidían hacer pactos con satanás para prosperar económicamente y a cambio debían entregarle un trabajador para que se lo comiese. Era normal escuchar preguntar por un fulano o sultano del que no se supo nada más por las veredas y escuchar que nadie
  • 71. 71 sabía dónde estaba, que se había marchado lejos, o que el perro lo había alcanzado. Este hijuemadre animal podía inclusive tomar la forma de otros animales (Culebra, toro, chulo, étc), de acuerdo a la ocasión pero la más común era la de un perro enorme, gigantesco. Bastaba con que un arriero o peón desapareciera para que le achacaran la culpa al perro del infierno. Si había un accidente y el trabajador perdía la vida, había sido el perro. Si el peón discutía con el patrón el perro se encargaba del pobre infortunado. La única forma de defenderse de un ataque de la bestia era con un rosario en las manos, se esquivaba una muerte segura pero lo más probable era terminar con grandes heridas y cicatrices profundas. Ramón estaba sentado a la vera del camino presa de confusiones e incertidumbres. Le habían contado sus compañeros trabajadores de la finca que su mujer le estaba engañando con un jornalero de paso. Ramón, un hombre con nobleza y buenos
  • 72. 72 sentimientos no creía en lo que le decían y se negaba a aceptarlo ante la burla de sus pares que le empezaron a decir “El Cachón” Por los cuernos que su mujer le estaba montando. Ramón salía de la casa con las primeras luces del alba y volvía muy tarde pues la hacienda quedaba lejos de su chocita, humildemente construida, pero con mucho amor hacia su mujer. Ese día termino labores, se terció el machete y se fue decidido a encarar a su esposa y preguntarle que era todo ese chismorreo que se comentaba. Pero al llegar a la vera del camino se rindió por completo y se puso a llorar. Fue entonces cuando llego a su lado su mejor y más fiel amigo, su compadre. Se sentó a su lado y lo consoló dándole consejos y diciéndole que su mujer era muy fiel, que no se preocupara. Sacó la botella de aguardiente y se tomaron media a largos sorbos y le regalo la otra mitad y se fue para la casa, después de ofrecerle su apoyo y amistad sincera. Ramón se secó las lágrimas y lo abrazo emotivamente, luego se despidieron. Ya iban a ser la seis de la tarde
  • 73. 73 y la finca estaba a dos horas de camino a pie para Ramón. Él sabía que el perro maldito aparecía por esa zona. Pero la rabia y el mareo del trago pudieron más. Se santiguo y agarro carretera hacia su casa. Las piedras del camino empezaron a volverse más difusas para él. La noche cayo repentina y caminaba bajo la luz de una luna tímida que alumbraba pobremente. Pensaba en su mujer, en que no habían tenido hijos en dos años. Se cuestionó si esa era la razón del engaño: su falta de hombría para embarazarla. Pensaba en el hombre con quien lo engañaba. ¿Quién era? ¿De dónde había salido? ¿Cómo se conocieron? El pobre campesino Ramón lloraba mientras se tropezaba con el camino sinuoso que lo llevaba hasta la finquita. Perdido estaba en tales reflexiones cuando percibió a la distancia un par de minúsculas luces rojas que empezaron a avanzar hacia él. Recordó entonces el perro malo de las leyendas y cayó en cuenta que iba borracho. Algo le iba a pasar. Saco su rosario y se puso a rezarle a la virgen fervorosamente. El
  • 74. 74 perro lo olio le dio la vuelta y se fue. Ramón no lo podía creer. Había salvado el pellejo de puro milagro. El camino avanzaba y al campesino se le paso la borrachera del susto. Miraba de reojo cada sombra, se detenía en cada lugar. Pensar que se había expuesto a semejante peligro y todo por chismes sin fundamento. Su mujer era buena, fiel, no tenía por qué estar sumido en tales reflexiones y tristezas. Se acordó de la botella de aguardiente y quiso darle un sorbo más, pero el miedo hacia el perro fue mayor y la guardo de nuevo. Se dio cuenta entonces que su lento transitar había demorado su ruta y eran más de las nueve de la noche. Apretó paso carretera arriba. Quería llegar a su hogar. La luna de repente fue cubierta por nubes negras y la oscuridad en el camino se hizo total. Ramón, lleno de miedo, caminaba a tientas por la ruta, cayéndose de vez en cuando, tropezando con las piedras, o estrellándose contra la propia montaña. Un
  • 75. 75 viento frio golpeo su rostro de repente. Silbaba el aire, podía casi como escuchar palabras susurradas. El pánico en él era total. Fue entonces que empezó a percibir en medio del ventarrón un grito aislado, desgarrador, muy tremendo. A medida que avanzaba se hacía más claro. Era una mujer. Ramón apretó el paso, comenzó a correr enloquecido, cayéndose y levantándose en su torpe avance. Fue cuando un rayo ilumino la tierra y vio un cuerpo tirado en mitad de la carretera. Las nubes se disiparon, el viento amaino y pudo ver a su mujer, degollada. Al fondo, vio al perro maldito que lo miraba, luego desapareció de su vista. Presa de la impotencia alzo la vista y vio otro cuerpo tendido. Era el de su fiel amigo. El perro solo ataca a los infieles y mujeriegos. Allí lo comprendió todo. No podía creer en el vil engaño vengado por el perro del infierno. Saco entonces la botella de aguardiente, y en un impulso demente, la bebió toda de un solo sorbo. Las nubes negras reaparecieron en el horizonte. El viento arrecio con furia en la carretera.
  • 76. 76 Pasaron los años y las historias se fueron modificando de generación en generación. Se dice ahora que en las noches oscuras por esas veredas, cuando la luna se oculta y los vientos levantan piedras, la gente no sale de sus fincas y no se arriman por la carretera. Dicen los que se han aventurado que se escuchan gritos extraños y uno se puede encontrar con un hombre borracho, con una botella de aguardiente en la mano y llorando por su mujer. Un hombre con los ojos rojos, como los del perro del infierno. Nunca se supo nada más de Ramón.
  • 77. 77 11. RIO MAGDALENA Estoy acá observando la extensión tenaz de tu hermosura y respirando el aroma de tu brisa fresca, no puedo evitar sentirme conmovido al verte, me quedo de pie en la orilla del puente de Honda observándote viajar. Y al ver la belleza verde y los remolinos que forman tus aguas hasta cruzar, dar la vuelta y desaparecer, siento que mi tierra me cobija y me llama para que no olvidemos de dónde venimos. Los
  • 78. 78 pescadores rebuscan en tus entrañas, deseando tener suerte, como hicieron sus padres, harán sus hijos y sus nietos. En la orilla dejan de remar y atracan sus pobres canoas y con actitud optimista rebuscan en las redes los peces. Cantan mientras trabajan, comparten, venden y beben cerveza fría a la orilla, con el mismo ritmo firme. El ritmo del pescador. Humildes respecto al dinero, pero con un corazón que es moneda fuerte. Los guaduales en la distancia lloran, como dijo el maestro Villamil. La corriente eleva el ritmo de tus aguas poderosas, quisiera yo también entonar la misma melodía, pero no. No tengo el compás. Solo me quedo escuchándolo todo, desde el puente. Sigo buscando la ruta que me lleve más arriba, voy para el Líbano, recorro el Tolima. Rio Magdalena, caudal querido. Rio Magdalena, rio de Colombia. Ahora la corriente está más brava. Sobre sus aguas viajan los vestigios de nuestra historia. La fuerza está en lo bueno de nuestra idiosincrasia. Transmitir nuestros
  • 79. 79 valores no nos cuesta nada. Rio Magdalena, me enseñaste que el que aguanta es el que existe, sigues tu camino sin mirar atrás, nunca atrás. Depende de cómo se mire, algunos pueden llegar a verlo triste, pero eres el ejemplo de persistir cuando simplemente seguiste. Descubrí con el tiempo que conocí mi tierra cuando me fui. Cuando empecé a extrañar la gente, las costumbres, el barro, el aroma, los lugares, la vegetación. Y no fue por melancolía, fue porque empecé a conocer simplemente las cosas en las que uno no se había fijado antes. Al ver las aves que se elevan sobre las aguas del rio, quisiera ser como un pájaro que al despuntar la mañana, despierta y le canta al mundo el canto de una ilusión. Me gusta sentir al roble que se queda mirando como todas sus hojas caen al rio y se despide de ellas en silencio, mientras navegan hasta perderse en lo infinito. Rio Magdalena nacido en el páramo incontenible, acunado por las enormes rocas, desflorador de todas esas selvas vírgenes, que el repasa sin retomar aliento. Solo los barcos en la
  • 80. 80 bravura de su recorrido hacen saltar la espuma, esa misma, la que se va como las ilusiones que nos depararon dichas pasajeras. Y en sus tropicales atardeceres, todos los colores se refractan en sus aguas, formando un impresionante oleo que ningún Dalí, ningún Picasso, ningún Van Gogh podrían reproducir jamás. La belleza de tu estampa es única, y no puede ser reproducida. Rio Magdalena que en tu transitar perenne unes los lugares, las gentes, las tradiciones, todas las voces, todas las tierras en una sola, y a eso es a lo que todos llamamos patria. ¡Rio Magdalena, orgullosamente colombiano!
  • 81. 81 12. EN LA PRADERA BAJA Despunté en la vereda pradera baja, acompañado de los amigos campesinos del norte del Tolima. No sé si terminar en aquel lugar fue parte de lo que algunos llaman destino, pero allí fue donde la vida me llevo para crecer junto con quienes mi camino compartieron. La ruta voy recorriendo escuchando por lo bajo la frecuencia en AM hasta perderse en los caprichos de las curvas del camino. Y siento orgullo desmedido en mi corazón y lo pongo a
  • 82. 82 disposición del que también siente o quiera sentir orgullo campesino. Deseo hoy exaltar mi origen de montaña, soy la sangre que hereda la esperanza de ser libre y amar la tierra. Quizás mis pasos quedaron grabados en las montañas o en los caminos de herradura que transite muchas veces, muchas, tantas que no puedo ni recordar cuantas. Esas carreteras y esas montañas a su vez quedaron grabadas en mí para siempre, como las historias de los compadres, su trato siempre tan amable, su hospitalidad desmesurada o el zumbón sonido del machete del trabajador en medio de la larga jornada. Cayó la noche en la vereda pradera baja, junto a los nobles campesinos con los que comparto el gigante ocaso bajo un remanso infinito de estrellas. Refractan su luz sobre las piedras, como si fueran espejismos benditos. ¿Cómo explicar la enorme alegría y emoción que genera en mí estar acompañado con tan bellas personas? Honrado de poder escucharlos y compartir
  • 83. 83 su solitaria resistencia. Arrieros soñadores de costales y de luz que supieron ser señores en el campo sin final. Y cuando llegan a los pueblos aledaños a beber un aguardiente de caña, del anís de sus propias montañas, los ojos se les escapan hacia un lado del camino, porque ha nacido campesino y antes que cualquier otra cosa un Colombiano. Podría ser que, de pronto, estas letras que hoy estoy acá plasmando en el papel les lleven un poco de alivio a sus penas y tristezas. O hacer feliz a cualesquier persona que se entere que yo jamás lo olvidaré. Me despedí en la pura madrugada de estos habitantes que a cambio de nada me ofrecieron su poco, que fue todo para mí. Que fue oro para mí. Los vientos de la mañana haciendo remolinos, levantando polvo y sangre campesina indeleble al paso del tiempo. Y me fui de allí feliz al compartir su estoica lucha, sostenida con trabajo y humildad. No con armas, sin panfletos, sin marchas sobre el asfalto ni pancartas. Se lucha al levantarse cada día a trabajar la
  • 84. 84 sagrada tierra, se lucha al resistir y existir. Al producir, sin envidias hacia el otro, sin ambiciones desmedidas, sin prepotencias ridículas. Y que la memoria lo decrete siempre de esta forma. Parece que jamás alcanzara el tiempo de una vida para historiar las hermosas tradiciones de nuestro amado campo Colombiano. Yo me fui de aquel lugar, yo me salí, pero lo hice con su permiso. Quizás vivir entre el asfalto sea para mi mayor desgracia, pues la tortura de sentir el aroma de la montaña y la música del rio bajando, sea la mayor de mis tristezas. Me siento bien conmigo mismo al saber que yo vengo de allí y que nunca, nunca lo olvidaré. Nunca los olvidare...
  • 85. 85 13. TRAJE DESASTRE Dicen que el señor era un sastre allá en el pueblo este, no me acuerdo ahorita como se llama, ese pueblito bajando por la vía a Bogotá, después del rio Magdalena... Bueno, el pueblito ese de los miradores. El señor era un sastre, y vivía solo. Pero no era un sastre común y corriente, no señor, para que vea. El señor era el que le confeccionaba la ropa a los difuntos, o sea, él le hacia los trajes a los señores que se morían. Este señor, se levantaba todas las mañanas muy a
  • 86. 86 las cinco de la mañana. Todos los días se bañaba a totumadas de agua fría pues decía que era bueno para la circulación. Solo una taza de café al día. Frutas y ensaladas. Solterón toda la vida. Algunos decían que le gustaban las mujeres, otros que le gustaban los hombres, igual nunca se supo. Vivía en una casa grande, a la entrada del pueblo. El solar daba directo a la montaña y bien al fondo se veía el rio. Abría su sastrería, que quedaba en su misma casa, siempre y sin falta a las siete de la mañana. Decían que había heredado plata y tierras de su familia, por eso siempre vivía bien, aunque también era un pueblo donde el trabajo nunca faltaba. Siempre tenía algún pedido, y teniendo en cuenta la premura del cliente, se podría decir que era un sastre ágil pues siempre hacia el traje a la medida de un día para otro. Usaba paño traído de la capital y lino, para los que no eran tan pudientes. Hablaba poco con las gentes del pueblo. Esporádicamente se le veía en el parque tomándose algún café o en la cantina hablando con el dueño. Nada más.
  • 87. 87 Dicen que un día llegaron a golpearle a la puerta pasadas las seis de la mañana. El sastre, imperturbable en su rutina, no le hizo caso a los llamados y se dispuso a preparar su desayuno, pero el golpeteo se hizo más intenso y decidió ir a ver qué pasaba. En la puerta había dos señores muy altos, vestidos formalmente y hablaban con acento extraño. Venían en una carroza fúnebre elegante. Se notaba que eran extranjeros con mucho dinero. Dijeron que tenían en el auto un difunto y que necesitaban que les hiciera el traje. El hombre les pidió las medidas del muerto para disponerse a trabajar, pero entonces los hombres bajaron el ataúd y le dijeron que lo dejarían allí para que le tomara las medidas. El sastre se rehusó a permitir que le entregaran al muerto en su casa, pero los hombres sacaron un montón de dinero que pusieron en su mano indicando que era preciso realizarse de ese modo y que pasarían en unas horas por el difunto y el traje. Dicho esto, entraron el féretro a la
  • 88. 88 vivienda y se fueron en la camioneta. Un viento helado cruzo los ventanales de la casa del sastre a pesar de la mañana soleada que despuntaba. Lo primero que hizo el sastre fue abrir el local. Después alisto su metro y su libreta para anotar las medidas del difunto. El ataúd era de detalles exquisitos y hasta un poco extravagantes: Tenia piedras preciosas incrustadas, y algo que le llamo la atención: No era de madera, era de metal. Era dorado, parecía como si estuviese enchapado en oro. Presa de la curiosidad lo raspo por un costado y para su sorpresa, efectivamente era oro. Las manijas eran de marfil, también muy fino. Definitivamente era de alguien de mucho dinero, algo que el en toda su vida había visto. Llevado por un impulso extraño volvió a cerrar el local y corrió las cortinas. Hacía muchos años, muchos, en los que él no abría el local un solo día. Con mucho pudor fue hacia el ataúd y levanto la tapa. Encontró a un hombre de unos ochenta años, tez canosa al igual que la muy bien
  • 89. 89 cuidada barba. Tenía un aspecto muy señorial, como un zar. El traje que llevaba puesto era militar, de color amarillo de una tela finísima que el sastre no pudo ubicar con precisión, pues a pesar de todos sus años de experiencia no sabía qué clase de material era. Las botas impecables, un sable de oro, anillos en sus dedos de gemas finísimas, cadenas de oro, en fin, todo él era como un rey. No entendía para que le habían dado tanto dinero para diseñarle un traje de paño a un sujeto que estaba mil veces mejor vestido que eso. El resto de la mañana se la paso tomando medidas y cortando y cosiendo vertiginosamente para tener listo el pedido. El mismo percibió que trabajaba con más esmero del que jamás había tenido en su vida. Inconscientemente su trabajo tenía que estar a la altura de su cliente. Cada puntada, cada doblez, cada corte que realizo fue impecable. Saco el paño más fino del que disponía en su casa para este fin. Terminada la labor dudo en momento si en colocarle las prendas al muerto, pero decidió que era mejor esperar a que volvieran los sujetos
  • 90. 90 que se lo habían llevado. Las horas pasaron y nadie asomo por su casa. La noche cayó como siempre y él se quedó solo con un cadáver a su lado. Ese día no se retiró a dormir, como habían sido todas sus noches, a las nueve de la noche. Se quedó allí sentado, mirando a través de la ventana a ver si alguien asomaba, pero nada. El hombre estaba allí en soledad con un encargo que nadie reclamo. Termino quedándose dormido en esa silla hasta el día siguiente. La mañana lo despertó pasadas las diez de la mañana. El cantar de los pájaros en el jardín le hizo ponerse de pie exaltado y sorprendido de ver como su horario había sido totalmente desbaratado por los tipos del día anterior. Lo primero que vio fue el enorme ataúd junto a él. Rápidamente fue hasta el baño, se ducho a totumadas como siempre, desayuno más rápido que de costumbre y abrió el local. Pero el temor de asustar a algún cliente al tener a un muerto en su local, y más de tan estrambótica presentación le hizo cerrar de nuevo el
  • 91. 91 negocio. El resto del día fue igual a la tarde anterior: Sentado junto a la ventana esperando a los dos hombres que venían a recoger el encargo. La noche de nuevo apareció en el horizonte y el tipo se dispuso a pasar una nueva velada con un muerto que ni siquiera conocía. El sueño no aparecía y se quedó mirando el ataúd, mientras pensaba que les iba a cobrar el doble de lo que le pagaron por las molestias causadas. Reviso al muerto para ver que no se estuviera descomponiendo, pero estaba igual que el día en que se lo llevaron. De nuevo termino durmiendo en la silla hasta el día siguiente. Ya para el tercer día el sastre decidió darle fin al embrollo. Le habían endosado un muerto que no era de él y no se iba a ganar problemas sin necesidad. Pensó en llamar a la policía pero no sabía cómo explicarles que había esperado tres días para reportar el caso. Decidió que lo mejor era esperar a la noche y en la oscuridad sacar el cajón a la calle, lejos de su casa. Pero entonces el gusanillo de la avaricia le pico y aprovecho
  • 92. 92 el resto de la jornada para desmantelar totalmente el cajón de sus lujosos accesorios decorativos y así mismo quitarle las finas prendas al cadáver para comercializas más adelante. Era una forma de cobro por todo el trabajo perdido, días sin abrir del local y espera inútil sentado junto a la ventana. Llegada casi la medianoche salió el sastre arrastrando el cajón desmantelado por las calles vacías, dentro, un cadáver desnudo completaba el cuadro, aprovechando la tormenta que se presentó justo esa noche, arrastro por calles totalmente desiertas el cajón y lo dejo tirado al otro lado del pueblo, luego se devolvió apresuradisimo a su casa. Dejo el traje amarillo montado en el maniquí, guardo todas las joyas en su caja fuerte y se acostó a dormir. Despertó más temprano que de costumbre a la mañana siguiente y siguió su rutina, como si nada hubiese ocurrido. Abrió su local y se sintió cómodo de nuevo en su rutina. Se preocupó por momentos de que aparecieran
  • 93. 93 los hombres de la camioneta pero después se convenció de que eso no ocurriría. Los vecinos aparecieron como todos los días y el espero que le llegaran noticias o chismes sobre un cadáver encontrado, pero nada. Nadie en el pueblo hablo del tema. El salió hasta el parque a la cantina de siempre a ver si se rumoreaba algo, pero tampoco. Con los días se relajó y dio por cerrado el tema del todo. Un mes después del incidente se levantó en una encantadora mañana y al abrir la puerta encontró un cajón. Viejo, roído por el tiempo, abierto. Un ataúd frente a su puerta. No contenía cadáver alguno. Solo el ataúd. Asustado lo tomo y lo escondió en la parte trasera de su casa. Lo examino pero no encontró nada. Pensó en alguna broma cruel de algún vecino, o también, en los hombres de la camioneta. Decidió no contarle a nadie esta historia pues sabía bien que le esperaba si se hacía pública su aventura con el cadáver aquel. Esa noche se deleitó con las joyas que vendería y tuvo la osadía de
  • 94. 94 colocarse el uniforme amarillo para ver cómo le quedaba. Se quedó dormido con el uniforme puesto. Se despertó de nuevo más temprano que su horario habitual y se llevó una enorme sorpresa al ver el uniforme perfectamente acomodado en el maniquí. Se asustó por un momento pero después se dijo para sí que tal vez medio dormido se había levantado y había dejado todo como estaba. No le presto más atención al asunto y se dispuso a bañarse, desayunar, vestirse y abrir el local como todas las mañanas. Pero al abrir su negocio, descubrió nuevamente un ataúd. Igual que el anterior, abierto, vacío y totalmente gastado. De nuevo se asustó y corrió a esconderlo en el patio trasero, junto con el otro ataúd que le habían dejado. Ese día no abrió el local. Se fue para el parque a ver si alguien le comentaba algo del tema o si lo miraban raro. Tenía la impresión que alguien le estaba jugando una broma macabra y estaba decidido a descubrir lo que ocurría. Pero no. No saco nada en limpio.
  • 95. 95 Volvió por la tarde a su hogar y se quedó contemplando las joyas robadas y el uniforme. Lo tomo y lo guardo en una bolsa plástica negra y la oculto en el sótano junto con las joyas. Se dio cuenta que esa situación había cambiado totalmente su ánimo y sus rutinas y se molestó por esto. Tuvo una noche de desvelo dando vueltas en su cama intranquilamente. Finalmente, alrededor de las tres de la madrugada cayo profundamente dormido. Eran las 11 de la mañana cuando los vecinos se encontraron todos reunidos frente a la casa del sastre. Habia un ataúd vacio, lujosos, como pocos, enchapes de oro, joyas preciosas y dentro de el mismo un uniforme militar de alta tela. La policía acordono el lugar, ingresaron a la casa, pero no encontraron a nadie. Todo estaba en su lugar, se descartaron hechos violentos o saqueo. El ataúd fue llevado a la comisaria. Una camioneta llego con dos hombres a bordo que reclamaban el féretro, después de horas de pesquisas y no descubrir nada ilícito,
  • 96. 96 entregaron el ataúd a las personas que lo reclamaron quienes indicaban le habían dejado estos enceres al sastre para preparar un traje que jamás recibieron. Los hombres se fueron, no se volvió a ver a estos personajes por el pueblo. Nunca más se supo nada del sastre. Unas cuantas noches después encontraron la casa del mismo en llamas.
  • 97. 97 14. LA GALLINA CHIROSA Cuenta la historia que este era un campesino, descuidado con todas sus cosas, era un campesino perezoso que vivía para trabajar por ratos y gastarse el dinero en placeres banales. No cuidaba su humilde vivienda, no compraba comida, no tenía mujer ni hijos. Este campesino solo tenía una gallina, chirosa, que se alimentaba de lo que encontraba en el monte, pero que siempre estaba junto a su dueño. El campesino no la cuidaba, no le prestaba
  • 98. 98 mayor atención. No le daba comida y no se percataba si ponía huevos o no. La gallina estaba flaca, tenía las patas lastimadas y tenía heridas donde ya no le salían plumas. El campesino la dejaba por ahí a que se le curaran solas las heridas, pues no le daba tiempo alguno del suyo para brindarle algún tipo de atención o de cuidado. El campesino siguió con su vida de excesos, llegaba borracho o duraba incluso varios días sin ir a la casa. La gallina vagaba por los terrenos a la mano de Dios, sobreviviendo prácticamente de milagro. El campesino entonces entro en desgracia pues por culpa de sus malos hábitos, conocidos ampliamente en la región, nadie le daba trabajo. Empezó a pasar necesidades y llego el momento cruel y pesaroso de aguantar hambre. Solo en la casucha se iba hasta el rio a pescar o mirar cómo podía entrar a hurtadillas a robar algún plátano o alguna fruta en las fincas vecinas, pero incluso hasta esa opción se le termino. El hambre lo busco y lo encontró escondido en su hogar.
  • 99. 99 La amarga cruz de sal de su destino le peso más que nunca. Fue entonces cuando recordó a su gallina chirosa. Recordó que las gallinas ponían huevos y podría sobrevivir con el sustento. Empezó a buscarla afanadamente por todo el terreno pero la gallina no aparecía por ningún lado. Dos días enteros buscando a la gallina que no aparecía. El hambre le hizo cambiar de planes y decidió que tan pronto la encontrara, se la comería. ¡Se saboreaba el campesino con un sancocho suculento! El pensar en comer le hizo sentirse mareado y debilucho. El final del tercer día llego, pero la gallina en la olla no. Y pasó el tiempo, días y noches enteras de tomar agua y mascar semillas para sobrevivir. Pensaba en la puta gallina y en cómo diablos no estuvo más pendiente de ella. Salió al alba siguiente a buscarla de nuevo, la busco por todos los potreros, por la montaña, cafetales, riveras del rio, casas vecinas. Siguió caminando, llego a veredas aledañas, a pueblos extraños, conoció a
  • 100. 100 otras personas, pero la gallina no aparecía. Y no la encontró. Decepcionado y abatido consiguió trabajo por días por esas tierras foráneas y pudo sobrevivir un corto tiempo. Pero de nuevo sus vicios pasaron factura y fue expulsado de donde estaba. Comenzó el triste camino de retorno a su finca. Llego y vio la casa destruida. Una pared se había caído y el techo entero se vino abajo. Esa noche llovió y el apenas pudo dormir debajo de una teja. A la mañana siguiente, arrepentido de su vida y sus excesos, se arrodillo en mitad del patio y pido perdón a Dios, por haber sido tan inconsciente y prometió entre fervorosas lagrimas que si le daba otra oportunidad corregiría su andar en el mundo. Después se levantó y sacando fuerzas de flaquezas reconstruyo su vivienda. La barrio, la limpio, la dejo muy bonita en comparación de cómo estaba. Afilo el viejo machete y desyerbo todos los alrededores de su morada, arreglo las matas, limpio los pastos crecidos. El sol del mediodía calentaba en todo su esplendor, y este hombre, agotado y sediento, se dirigió
  • 101. 101 hasta el rio a beber agua. Antes de llegar se encontró una palo enorme de Naranjo. Se acercó sorprendido pues no recordaba haber sembrado mata alguna o que existiese siquiera. Se quedó bajo la sombra del árbol, maravillado con los excelentes frutos que daba. De repente el naranjo en flor empezó a estremecerse y comenzaron a caer naranjas. Naranjas enormes, jugosas, se sentía la tierra temblar de tantas naranjas que caían de un árbol que cada vez que medio podía levantar la vista se iba haciendo más y más grande. Las ramas tocaban el suelo por el peso de la cantidad de naranjas que tenían. El campesino, sorprendido por esa suerte de milagro se agacho a recoger las naranjas y al hacerlo vio en la raíz del árbol las patas de su gallina chirosa. Dos patas blancas pisando la tierra. De la rabadilla de la gallina había nacido un árbol de naranjo.
  • 102. 102 15. LA CERCA En la choza que daba de frente al rio Magdalena se escuchó la voz chillona de una mujer demandando acción inmediata: - ¡Eutimioooooo! Venga pa aca ahorita mismo… - ¿Qué fueeee? - Contesto el hombre tratando de hacerse escuchar en medio de la tremenda lluvia de aquella tarde nublada de Febrero.
  • 103. 103 - Mire Eutimio que los vecino volvieron a correr la cerca ¡Se nos quieren robar esos palos de guadua! Vaya a ver y revisa. - Pero si toy toito lavao.....que aguacero tan berraco... Mañana reviso eso - Sumerce si es que no entiende es pero nada ¿No? - Pero como jode uste carajo - Deje la verrionda pereza y vaya a ver… Defienda lo suyo - Vida berraca la mía… - Dijo Eutimio dirigiéndose a los linderos a ver qué pasaba. Efectivamente se notaba que habían corrido los palos gruesos que servían como postes para el alambrado. Ahora aparecían más palos de guadua en el lindero de los vecinos, quienes más de una vez habían manifestado su intención de tumbarlos para venderlos, pues la situación estaba muy difícil. El hombre se pasó el resto de la tarde removiendo alambres y palos bajo la lluvia, y al no ser la primera vez que esto ocurría, decidió no dejar la cerca en su lugar original, sino que siguiendo los pasos de sus
  • 104. 104 vecinos, extendió los limites más allá de lo que a él le pertenecían, llevándose una porción de pastos verdes para poner a pastar sus vacas allí el día siguiente. Los vecinos amanecieron más temprano que de costumbre. Las hormigas devoraban sus rosales, el agua empantanó el galpón de las gallinas, el dinero se agotaba alarmantemente en el bolsillo de Bernabé, cabeza de una familia de cinco niños que no se llevan más de un año de diferencia entre sí, y que junto a su mujer, Eduviges, trataban de hacer lo que podían para sostenerse en medio del trabajo duro del campo, la vida moderna y el clima poco aliado de sus necesidades. Después de un muy frugal desayuno se colocó sus botas pantaneras remendadas y se fue a laborar. Los palos de mandarinas estaban estropeados por la tormenta, sus frutas se cayeron biches de sus ramas y no tendría esa entrada de dinero ya. Eso lo enfureció sobremanera, pero no tanto como al ver a las vacas de la finca vecina comiéndose sus pastos verdes.
  • 105. 105 Recordó que a hurtadillas había corrido las cercas un poco para poder talar algunos palos de guadua para así poderlos vender y tratar de pagar parte de sus deudas que en ese momento eran diabólicas. Vio los huecos donde habían desclavado la cerca y vio como ahora parte de sus adorados prados eran devorados por las tres vacas de su vecino, dejando a su única vaca y su único becerro sin esa vianda. Bernabé, presa de la rabia y las presiones, volvió a correr la cerca y una de las vacas del vecino, la cual fue a parar al matadero ese mismo día. Recibió el pago correspondiente por la res, el cual le sirvió para comprar alimentos, y como no, tres botellas de aguardiente. Invito a unos amigos de las veredas vecinas y se encerró en su finca a celebrar la casual entrada ilegal de dinero, cortesía de Eutimio, su odiado vecino, el cual enloqueció al no encontrar en el ocaso a su vaquita, la busco colina abajo, pregunto a los vecinos y en los alrededores, pero nada. La vaca no apareció.
  • 106. 106 Pensó que se le había rodado por el abismo que quedaba junto al rio, fue hasta allí, con las ultimas luces del día, pero no tuvo suerte. Volvió en medio de la oscuridad, acompañado por la tímida luz de una luna entre sombras, a su ranchito, completamente cansado y desconsolado. Pero estas emociones desaparecieron al pasar por la casa del vecino y escuchar la algarabía y el alboroto de una fiesta que trascurría en su interior. Silencioso como una sombra, husmeo entre las rendijas de las paredes del rancho de Bernabé y descubrió el humo de los cigarrillos, la comida y el aguardiente que se compartía en aquella finca. No tuvo que atar muchos cabos para deducir que su vaca fue la responsable de la felicidad de sus vecinos. Terribles deseos de venganza cruzaron por la mente de Eutimio. Mañana seria otro día. Bernabé despertó pasadas las diez de la mañana, envuelto en una tremenda resaca. La celebración se había extendido hasta altas hora de la madrugada y aparte de las
  • 107. 107 botellas de aguardiente también se tomó guarapo y chicha. En medio de la maluquera busco el poncho y se dispuso a salir, como siempre, bajo la lluvia que caía constante en las montañas. Tambaleándose aun por el efecto del licor salió a buscar su vaca y su becerro por los prados que colindaban con su vecino. Su sorpresa fue mayúscula cuando los vio a los dos tirados en mitad del verde de la montaña. Los dos animales estaban muertos… ¡Y de nuevo la cerca corrida! Todos los palos de guadua estaban dentro de los límites del vecino. Si bien él siempre había querido robarse la mayoría de los palos, una parte de los mismos le pertenecían legítimamente, pero en ese momento no le quedaba nada. Tomo su machete entre sus callosos dedos y camino decidido a darle de baja al vil ladrón, pero se contuvo. Pensó en una mejor venganza, una sonrisa de maldad asomo en la comisura de sus babosos labios. Esa noche la luna alumbraba malos presagios en la vereda.
  • 108. 108 Un enorme esplendor despertó a Eutimio y a los demás campesinos de la zona. Todos asistieron diligentes, excepto uno, como era de esperarse. Bernabé y su familia ni siquiera se inmuto. Los palos de guadua encendían furiosos bajo el efecto de las llamas. La madrugada floreció entre los intentos de todos los presentes por apagar el incendio. Eutimio vio como encendía una entrada económica que ya no tendría. La impotencia y la rabia los consumió por completo. Él sabía que Bernabé era el culpable de sus desgracias. Era hora de ponerle fin a aquella situación. Pasaron dos semanas de aparente quietud, de supuesta tranquilidad, en la cual los vecinos no se cruzaron y la cerca permaneció inmóvil. Pero una noche la familia de Bernabé fue sorprendida por las llamas en su pequeña choza. El fuego lo devoro todo rápidamente: Los trastos, los harapos, la vida de la mujer y los hijos de Bernabé. Él fue conducido a un hospital, donde estuvo varios meses en cuidados por las
  • 109. 109 quemaduras. Eutimio aprovecho y saco los recursos que más pudo de la finca vecina. Su plan de eliminar al vecino había resultado tal cual él lo había previsto, ahora las tierras le pertenecían a él por completo. Saco la ganancia que pudo de las tierras usurpadas y mejoro un poco su nivel de vida. Al no estar pendiente de pelear con Bernabé, se dedicó a trabajar y mejorar sus propias tierras. La lluvia por fin ceso y un buen clima propicio la siembra de los cultivos. En su conciencia quedó el asesinato de una familia, pero el guarapo, el aguardiente y la ocupación le bastaron para olvidarse de lo que había hecho. Pero no Bernabé. Casi un año después fue dado de alta, después de firmar enormes pagares de su tratamiento y tiempo de hospitalización. Pero eso no le importaba. Él quería venganza. Y fue en pos de ella. Llego a lo que quedaba de su rancho, el cual ahora era un depósito de herramientas y cachivaches de su usurpador vecino. Llevaba un revolver bajo el poncho y bajo hasta la
  • 110. 110 casa de Eutimio y sin mediar palabra disparo a quemarropa a los hijos y la mujer de Eutimio, el cual estaba en el monte, trabajando a esa hora. Bernabé salió en su búsqueda, pero pasaron horas antes de darse cuenta en donde estaba. Sigiloso se acero a su enemigo, el cual ya se había dado cuenta de su presencia, y decidió hacerse el desentendido hasta tenerlo muy cerca de él. Eutimio se giró, rápido como águila, y en zendo machetazo se clavó en la cabeza de Bernabé, quien en un último reflejo disparo su arma, dando en el centro del pecho de Eutimio, quien también cayó muerto, en medio de una prometedora cosecha, de la cual finalmente, ninguno de los dos se pudo beneficiar. Los vecinos asistieron después a ver las escenas de muerte y enterraron a sus compadres en su propia tierra. Un político termino quedándose con esas tierras, las cuales fueron declaradas baldías, para el poder comprarlas y hacerse del terreno. Nadie sabe para quién trabaja…
  • 111. 111 16. MAGIA Yo crecí en una finca, en el Tolima, era de mis abuelos. Recuerdo que me gustaba salir a caminar solo por uno de los más hermosos paisajes que la vista pueda recrear. Me gustaba el silencio de la montaña, el olor de los palos de café, al acercarme a una pequeña vertiente de agua, me quedaba escuchando su sonido, viendo como el agua cristaliza descendía colina abajo, buscando fusionarse con el rio recio. Me gustaba levantar la vista y ver los elevados eucaliptos, los nidos de las ardillas, las enormes pepas de cacao a
  • 112. 112 punto de desprenderse. Me gustaba corretear a las gallinas por el patio, ir a la cocina a ver que estaba preparando la abuela, tomarme un tinto recién hecho en el enorme fogón de leña. Por las tardes, cuando el calor pegaba en las tejas de lata, bajábamos mandarina o naranjas. A veces, al lado del galpón, había un pequeño estanque donde nadaban algunos pescados. Había otros dos estanques mucho más grandes, uno era para lavar el café después de ser descerezado y el otro funcionaba como reserva de agua para la casa, el cual se llenaba imparable por una manguera que estaba conectada con el nacimiento de agua que quedaba al borde de la carretera. El agua se desbordaba y salía por un orificio y si queríamos nos podíamos bañar allí, ya que el agua después quedaba limpia de nuevo. Habían dos caminos para llegar a la finca desde la carretera: El camino normal, que siempre todos usaban y otro que quedaba un poco más abajo y que era el que más me gustaba pues tenía algunos abismos, piedras enorme y muchísimos palos de guadua que hacían parecer el corto
  • 113. 113 trayecto en un bosque sobrio y misterioso. La casa no tenía luz eléctrica, así que en el ocaso cenábamos y nos quedábamos a la luz de una vela o una linterna escuchando a mi abuelo contar historias y anécdotas del campo y mirando las estrellas, entretenidos en ver pasar las luces de algún avión e incluso buscar algún ovni. Después nos íbamos a dormir, y todo quedaba en la más completa oscuridad. Yo dormía arrullado por el sonido de los grillos y del rio bajando reciamente. En la finca de los abuelos se madrugaba muchísimo. A las cuatro de la mañana ya se estaban poniendo de pie y el olor del tinto mañanero me despertaba antes de dar las cinco de la mañana. A mí me servían el tinto en un pocillo plástico y ese olor me encantaba. Después llegaba el suculento desayuno, ya que siempre fue así, pues mi abuela tenía las manos encantadas con una sazón inigualable. Después los adultos se iban a trabajar y yo me quedaba por ahí, dando vueltas, acompañando a mi abuela o me iba a vagar sin rumbo fijo por los terrenos que tenían mis abuelos. Yo
  • 114. 114 gustaba particularmente de ir a cazar cangrejos a un riachuelo que a su vez servía de lindero con la finca de al lado. Me llevaba unos panes, los cuales desboronaba y echaba a las aguas, mientras me quedaba quieto, con un pequeño machete en la mano y un balde para irlos guardando. Pero se debía tener una técnica especial: Yo los cazaba desde la parte más baja del riachuelo hacia arriba, pues si se hacía de modo contrario, las aguas agitadas por el barro o las boronas de pan alertaban a los demás cangrejos y estos no salían de sus escondites bajo las piedras. Así que era una labor de cuidado y mucha paciencia, pues los cangrejos generalmente demoraban en salir a la superficie. No era muy hábil o efectivo en mi tarea, pero era algo que me llevaba horas enteras y me gustaba hacerlo. Cuando podía pillar algún cangrejo descuidado o confiado lo cazaba y después subía de nuevo hasta la casa donde mi abuela los preparaba, dejándolos primero en una mezcla de agua, limón y sal y posteriormente eran cocinados a la brasa, quedando como un manjar exquisito, a mi