El documento describe cómo la historieta argentina fue censurada y reprimida durante la dictadura militar entre 1976 y 1983. Varias revistas como Humo fueron censuradas y amenazadas por desafiar a la dictadura. El guionista Héctor Oesterheld, conocido por su trabajo en El Eternauta, fue una de las 30.000 víctimas de la dictadura. Recientemente, varios artistas han utilizado la historieta para reflejar y criticar los crímenes de la dictadura a través de obras como "Espírit
2. ARGENTINA: DICTADURA E
HISTORIETA
Marzo de 1976 fue el inicio
de una sangrienta cacería
contra todo aquel que
pensara distinto a los
dictadores de turno. La
historieta argentina también
pagó el precio en aquella
etapa y hoy, 30 años
después, un grupo de
guionistas y dibujantes se
encarga de reflejar con sus
obras los recuerdos de una
época negra para la historia
local.
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“Basta de censu” dice la pintada en letras negras, sobre el
paredón. “O se le acabó la pintu, o no pu termi, por razones que
son de domin publi”, dice Mafalda, casi al pasar; una frase con
un significado que va más allá de lo que las primeras lecturas
pueden suponer. Quién mejor que Mafalda entonces -eterna
paradoja de la reflexión adulta disfrazada en el cuerpo de un
niño- para comenzar a hablar de historieta y censura.
Aprovechando su etiqueta de “literatura de evasión” (sello que
comparte con la ciencia ficción, el policial y la novela rosa), no
son pocos los autores que han visto a la historieta como un
campo fértil para colar opiniones contrarias a los regímenes
dictatoriales.
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Claro está, estos intentos no siempre han alcanzado el éxito,
y en varias ocasiones el poder político ha puesto el ojo sobre
estas viñetas “nocivas para la mente de los jóvenes”, como
dijera el senador McCarthy en Estados Unidos, allá por los
años ’50. En nuestro país, la censura a la libertad de
expresión está indefectiblemente ligada con el trágico
período de la dictadura, cuyo saldo de 30.000 víctimas lo
convierte -y para siempre- en una herida imposible de cerrar.
Entre esos 30.000 se encuentra Héctor Oesterheld, guionista
mayor de la historieta argentina.
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Miembro, en los años ’70, de la agrupación Montoneros, su
identificación ideológica comenzó a traslucirse con claridad en
sus últimos trabajos: obras como El Eternauta 2 han sido, de
alguna manera, denostadas y calificadas de “panfletarias”,
cuando no se tiene en cuenta que están hechas por un hombre
cuyo principal motor, en ese momento, era mostrar a sus
lectores la situación de la época desde su punto de vista,
desafiante y crítico de la autoridad. Hecho que,
desgraciadamente, terminó por costarle la vida.
También la revista Humo®, que permanentemente buscó
desafiar al omnipresente ojo de la dictadura, fue objeto de
amenazas y censuras -como lo habían sido anteriormente
Satiricón y Chaupinela, durante el gobierno de Isabel Perón,
hasta que terminaron por prohibirse-.
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Un caso paradigmático, y poco conocido por el gran público, fue el
ocurrido en la Bienal de Historieta de 1979, en Córdoba. En el catálogo
editado para el evento aparecían algunas viñetas con desnudos,
dibujados por Richard Corben. Al enterarse de esto, el gobierno militar
envió a unos conscriptos para que estamparan sus huellas dactilares
sobre los cuerpos de los personajes. Esos dibujos, salpicados por
dedos intrusos, son, sin duda, una aterradora muestra de la maquinaria
dictatorial puesta en funcionamiento para la censura.
Por estos días se cumplieron 30 años de aquel nefasto 24 de marzo, y
se vuelve imprescindible una reflexión sobre el lugar que ocupó la
cultura en aquella oscura época. En nuestro caso, y como
mencionábamos más arriba, veremos cómo la historieta, aún bajo la
más cruel de las opresiones, buscó los espacios para hacer oír,
camufladas, aquellas voces que tenían algo más para decir.
7. ARGENTINA: DICTADURA E
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Un trabajo interesantísimo es el realizado por Diego
Agrimbau (guión) y Dante Ginevra (dibujos) en “Espíritu de
Cuerpo”. Aquí, la dictadura sirve de trasfondo para la historia
de una hija de desaparecidos, que vive con el militar que la
secuestró y su esposa. Cuando, al detectársele leucemia,
necesita un transplante de médula ósea de un familiar
directo, cae en la cuenta de que ellos no son sus verdaderos
padres (“Se cayeron al agua, ¿sabés? Hace muchos años”
le dice su madrastra). Además de los espectaculares trazos
de Ginevra, la historia cobra un interés particular al no estar
contada de forma lineal, sino que los distintos momentos de
la trama se van entrelazando.
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“Se construye en la yuxtaposición de mosaicos, de
recuerdos, de fracciones” dice Agrimbau. “Es decir, del
mismo modo en que se erige la memoria colectiva argentina,
quebrada por la violencia de una sociedad que nunca
termina de constituirse”.
El siempre mordaz humorista Sergio Langer aporta su
particular visión con “Orgullos Castrenses” una serie de
cuatro ilustraciones en donde la ironía y el trazo grotesco y
pesado -características esenciales del autor- exageran la
monstruosidad de estos personajes, a mitad de camino entre
lo patético y lo siniestro.
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El texto de Rubén Mira que acompaña a la obra da una visión
muy lúcida sobre esto: “En la Argentina el grotesco tiene una
rica y profunda tradición, que pasa por el teatro, la literatura y
por supuesto, el humor gráfico (...) creemos que tan notable
como las vísceras que ese general luce en su uniforme, es la
sonrisa y el orgulloso placer con que las luce (...) Ese general
es realmente mucho más peligroso que uno que se toma las
cosas en serio (como Videla) porque no tiene ningún límite”.
Pero también agrega que “la observación de la represión como
un vodevil gigantesco del mal gusto es un poco reducida. Lo
que sucede es que aquí, cuando se observa un rostro solemne
y bizarro de un militar, o se lo ve sonreír, no se puede dejar de
pensar que esa misma especie torturó, violó y mató mientras
escuchaban por radio los partidos de fútbol del Mundial 78”.
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Ya que hablamos de
ilustraciones, otro reconocido
dibujante que participa del
proyecto es Carlos Nine, con
un trabajo titulado “Histeria
Militar”. Aquí, Nine busca
retratar el rol de la sociedad
como apoyo y aval del
accionar de los militares; tal
es así que dice que la
“Dictadura Militar” argentina,
en realidad debería ser
rebautizada como “Dictadura
Cívico-Militar”.
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Las clases altas, los financistas, los empresarios eran quienes estaban
detrás y apoyaron los métodos dictatoriales. “Ellos son el verdadero
motor que dota de dirección la fuerza descerebrada (e histérica) de los
militares”.
Otro dibujante que pone el ojo sobre el rol de los civiles es Pez, con su
serie de ilustraciones “Tanto Tiempo sin Verte”. Este es sin duda uno de
los trabajos más logrados, donde brinda una brillante reflexión de este
país que supimos conseguir, bajo el peso de la tiranía primermundista,
y la laxitud sus habitantes, embobados por espejitos de colores. “Mi
patria ciega de mirar al norte. Mi Cristo sonso que carga los clavos de
su propia cruz”. Sin embargo, esta reflexión no está exenta de
autocrítica “Y... ¿sabés qué? A pesar de todo, porque yo también te
metí cuchillo... todavía te quiero”. Una obra actual, shockeante porque
nos toca de cerca y nos duele.
12. ARGENTINA: DICTADURA E
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En la historia, de una fuerte carga autobiográfica, se puede ver
a torturadores y víctimas compartiendo juegos y bailes, en una
muestra, quizás al igual que la obra de Nine, de la complicidad
existente entre parte de la población y los militares. El guión, no
obstante, es categórico: “Había una guerra” dice un chancho
policía. “Un estado no entra en guerra contra sus habitantes.
Eso es represión, cerdo hijo de puta” le responde una chica
disfrazada de cowboy. En este juego de contrastes entre el
dibujo naive y la intensidad del relato, se inscriben también
“Katmandú” de María Lozupone y Rafael Cippollini (una
conmovedora historia sobre dos hijos de desaparecidos) y el
“Sin Título” de Martín Favelis, donde unos animalitos, dibujados
con mano infantil, disparan agudas reflexiones sobre el poder.