1.
HOMBRE Y MUJER
LO CREÓ
El amor humano en el plano divino
por
JUAN PABLO II
edición preparada por
PONTIFICIO INSTITUTO JUAN PABLO II
para el estudio del Matrimonio y la Familia
Coordinadores de la edición
ALEJANDRO BURGOS VELASCO
MIGUEL ÁNGEL PARDO ÁLVAREZ
n
CRISTIANDAD
2.
Título original
Giovanni Paolo II,
lJomo e donna lo creo.
Catechesi sull'amore umano.
Traducción coordinada por
ALEJANDRO BURGOS VELASCO
1.a edición, septiembre 2000
2.a edición, febrero 2010
Derechos para todos los países de lengua española
EDICIONES CRISTIANDAD, S. A.
Madrid 2010
ISBN: 978-84-7057-564-8
Depósito legal: M. 6.781-2010
Printed in Spain
Anzos, S. L. - Fuenlabrada (Madrid)
T A B L A D E A B R E V I A T U R A S
1. DE LOS LIBROS DE LA SAGRADA ESCRITURA
Abd Abdías
Ag Ageo
Am Amos
Ap Apocalipsis
Bar Baruc
1 Cor 1 .a Corintios
2 Cor 2.a Corintios
Col Colosenses
1 Cro 1.° Crónicas
2 Cro 2.° Crónicas
Cant Cantar de los Can-
tares
Dn Daniel
Dt Deuteronomio
Ef Efesios
Esd Esdras
Est Ester
Éx Éxodo
Ez Ezequiel
Flm Filemón
Flp Filipenses
Gál Gálatas
Gn Génesis
Hab Habacuc
Heb Hebreos
Hch Hechos
Is Isaías
Job Job
Jue Jueces
Jdt Judit
J1 Joel
Jn Evangelio de Juan
IJn 1.a de Juan
2Jn 2.a de Juan
3Jn 3.a de Juan
Jon Jonás
Jos Josué
Jr Jeremías
Jds Judas
Le Evangelio de Lucas
Lam Lamentaciones
Lv Levítico
1 Mac 1.° Macabeos
2 Mac 2.° Macabeos
Me Evangelio de Marcos
Miq Miqueas
Mal Malaquías
Mt Evangelio de Mateo
Nah Nahúm
Neh Nehemías
Nm Números
Os Oseas
1 Pe 1.a Pedro
2 Pe 2.a Pedro
Prov Proverbios
Q ° Eclesiastés (Qohélet)
1 Re 1 R e y e s
2 Re 2.° Reyes
3.
ABREVIATURAS
Rom
Rut
1 Sm
2 Sm
Sal
Sab
Sir
Sof
Romanos
Rut
1" Samuel
2o Samuel
Salmos
Sabiduría
Eclesiástico
(Sirácida)
Sofonías
Sant Santiago
Tob Tobías
1 Tim 1.a Timoteo
2 Tim 2.a Timoteo
1 Tes 1.a Tesalonicenses
2 Tes 2.a Tesalonicenses
Tit Tito
Zac Zacarías
2. OTRAS
1 Qm 1 Qumram
AAS Acta Apostolicae Sedis
aloe. alocución
can. canon
cap. capítulo
cat.} catequesis
cf. confróntese
de s. m. de santa memoria
DS DENZINGER-SCHONMETZER, Enchiridion symbolorum, de-
finitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Ed.
Herder, Barcelona 1976'6
FC JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris Con-
sortio
GS Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et
Spes
HV PABLO VI, Carta Encíclica Humanae vitae
ibíd. Ibídem (en el mismo lugar o pasaje)
lib. libro
LG Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen
Gentium
n. número
nn. números
p. ej. por ejemplo
s. siguiente
SC Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Conci-
lium
ABREVIATURAS 9
s.f. sin fecha
S. Th. SANTO TOMAS DE AQUINO, Summa Theologi
ss. siguientes
sess. sesión
t. tomo
P- página
par. pasaje paralelo
pp. páginas
q- cuestión
V. versículo
vv. versículos
4.
PRÓLOGO
Después de algunos años de escondido trabajo, se presenta esta
obra traducida y reelaborada al público de lengua española. En su
edición italiana ya ha sido una ayuda inestimable para guiar la misión
de la Iglesia de ser la luz del mundo en el campo crucial del matrimo-
nio y la familia. Para valorar esta obra tan singular hay que considerar
que con este volumen se ofrecen dos cosas al mismo tiempo, un libro
y una catequesis. Hemos de pararnos un poco en la comprensión de
estas características, pues en ellas se esconde la aportación principal
de la obra.
Por una parte, es evidente que el texto es de carácter catequéti-
co. El mismo Juan Pablo II, en sus audiencias generales, ha calificado
sus propias palabras como catequesis. El género literario de cada una
de las audiencias obedece a la intención precisa de ofrecer una expo-
sición sintetizada y fundamental sobre un único tema.
Pero no es menos cierto que nos encontramos, en sentido estric-
to, con un auténtico libro. Un texto concebido y desarrollado con
una estructura unitaria muy bien concebida. Sólo así se explica la
profunda unidad interna de las distintas catequesis. Éstas obedecen
no sólo a un plan unitario que las enlaza entre sí, sino, todavía más, a
una verdadera meditación sobre un tema cuya clarificación está por
encima de la imprescindible división en pequeños fragmentos. Tal di-
visión, impuesta por la necesaria brevedad de una lectura en el tiem-
po exigido por una Audiencia general, no afecta al desarrollo global
del libro.
Además, sólo así se comprende la desmesurada longitud de unas
catequesis cuyo primer fin declarado sería simplemente preparar el
Sínodo de obispos «sobre los deberes de la familia cristiana» (cat. I;
en el año 1979); pero que, de hecho, se extiende hasta varios años
después (1985) del fin de tal sínodo (celebrado el año 1980). De he-
cho, la misma celebración del Sínodo de obispos supuso un cambio
significativo en el desarrollo temático de las catequesis. El plan final,
5.
12 HOMBRE Y MUJER LO CREÓ
como ahora lo podemos admirar a todas luces, estaba ya presente des-
de su inicio.
Por esto mismo, el contenido de esta obra excede lo que se podría
esperar en una catequesis ordinaria. Se pueden destacar algunas de sus
características específicas: se emplea un lenguaje nuevo, sin paralelos
conocidos en los textos magisteriales. A partir de unos términos como:
«lenguaje del cuerpo», «antropología adecuada», «remisión al princi-
pio», etc., se profundizan conceptos específicos de carácter teológico.
La tarea de estudio llega a analizarlos casi por completo, de modo que
sólo desde una visión conjunta de toda la obra se puede valorar ade-
cuadamente la aportación teológica que realiza el Pontífice en este
tema. Una ligera mirada al índice de conceptos con el que se completa
este volumen puede dar una idea de lo que significa la novedad de
perspectiva y profundización que Juan Pablo II alcanzó en esta obra.
Pero no se piense que por ser un verdadero libro deja de ser una
catequesis, todo lo contrario, la sistematicidad que sigue el modo de
enfocarlo desde una cuidada exégesis de la Escritura y la forma de en-
lazólo con la vida del hombre actual hace de este auténtico tratado
soape el matrimonio y la familia una catequesis soberbia. El paralelo
de esta obra se ha de buscar en las grandes homilías patrísticas de san
Cirilo de Jerusalén, san Juan Crisóstomo, san Ambrosio o san Agus-
tín. Se presenta un modo a la vez sencillo y profundo de responder a
las preguntas actuales del hombre en un tema que le afecta tan en lo
íntimo como es la familia o el matrimonio.
Se ofrece al interlocutor no una opinión más, aunque sea muy
autorizada, sino un medio de acceso para que el fiel conozca «la indu-
dable certeza de las enseñanzas que has recibido» (Le 1,4). Es una
auténtica transmisión de fe, de la revelación del matrimonio en el plan
de Dios, con el fin de formar la fe de los fieles y animarles en su testi-
monio cristiano.
Respecto al contenido y al método de este libro, me remito a las
bellas páginas de Mons. Cario Caffarra, que introducen toda la obra y
que son quizá el estudio más preciso acerca del conjunto de estas cate-
quesis. Simplemente he de resultar que, frente a los modos meramente
sociológicos o liistoricistas de responder a los problemas actuales de
la familia o el matrimonio, el Sumo Pontífice sigue en cambio una me-
todología profundamente te°l(>gica.
El principio de todas ¿"s meditaciones es determinar lo que de-
nomina la «antropología adecUuda». Esto significa el modo como el
P R Ó L O G O 13
hombre puede comprenderse a sí mismo en Cristo. Es una visión eco-
nómica que contiene tres elementos fundamentales: el hombre como
creado, como caído y redimido, e'oino llamado a la gloria. Estas tres
verdades fundamentales que afectan a la autocomprensión del hom-
bre son las que van a ordenar los tres primeros ciclos de las cateque-
sis: el principio (cats. I-XXIII), la redención del corazón (cats. XXIV-
LVIII) y la resurrección de la carne (cats. LXIV-LXII).
Cada ciclo se estructura a partir de un pasaje de la Escritura, la
primera, en la disputa con los fariseos sobre el matrimonio (Mt 19,3-
9), que conducirá al análisis de los dos primeros capítulos del Génesis;
la segunda, en la doctrina que condena de la mirada concupiscente (Mt^
_5j27-28), que continuará con el estudio del tercer capítulo del Géne-
sis; y la tercera, sobre la pregunta de los saduceos sobre la resurrección
y el matrimonio (Mt 22, 4-30). El conjunto global conforma el tríptico
antropológico para la comprensión del matrimonio y la familia.
Este tríptico que es el marco de autocomprensión del hombre en
el plan que Dios tiene sobre él, no queda relegado a un mundo ideal,
encuentra su determinación en el modo concreto con que el hombre
puede vivir su entrega al amor, la única forma que tiene para encon-
trarse a sí mismo (cfr. G5, n. 24). Este modo concreto requiere la libre
entrega del hombre que puede hacerse por dos caminos distintos,
pero complementarios. Las dos secciones que restan de estas cateque-
sis van a glosar estos dos caminos: por una parte, la virginidad cristiana
(cats. LXXIII-LXXXVI) continuando la exégesis de la disputa sobre
la resurrección del ciclo anterior (Mt 22,24-30); por otra, el matrimo-
nio cristiano (cats. LXXXVII-CXVII) en su significado sacramental
de la unión de Cristo con la Iglesia, el «gran misterio» del que habla (Ef
5,22-33), pero que incluye una visión sintética de la enseñanza de los
profetas y una especial mención a los libros del Cantar de los Canta-
res y de Tobías.
Este quinto ciclo tiene su continuidad en el sexto que profundi-
za a partir de todo lo dicho la unión que se vive en el matrimonio en-
tre el amor y la fecundidad (cats. CXVIII-CXXXIII). Este ciclo es un
verdadero comentario autorizado de la encíclica Humanae vitae, vista
desde la .«antropología adecuada» y el «lenguaje del cuerjjo» que ha
ido definiendo en las reflexiones anteriores. Se trata de una actualiza-
ción a nivel magisterial de la doctrina de esa encíclica.
El panorama que abre la lectura de esta obra es inmenso y fasci-
nante. Se puede afirmar con asombro que no ha perdido sino que ha
6.
6
H O M B R E Y MUJER LO C R E Ó
ganado actualidad con el paso del tiempo. Ha sido la inspiración de
numerosos trabajos de investigación en todo el mundo y se ha demos-
trado que volver a este escrito es un modo de encontrar nuevos vene-
ros de contenidos sin explorar.
Es, sin duda, una de las claves interpretativas del magisterio que
Juan Pablo II ha ido desarrollando en estos veinte años posteriores.
Sus raíces se pueden rastrear en los textos contenidos en estas cate-
quesis.
Por último es de jusicia señalar que esta edición ha sido prepara-
da cuidadosamente por un grupo de ex-alumnos del Pontificio Insti-
tuto Juan Pablo II para el estudio del matrimonio y la familia junto
con algunos colaboradores. A estos estudiosos, expertos en el tema,
se debe la redacción de las nuevas introducciones a los distintos ci-
clos, adaptadas a la situación española y a las nuevas perspectivas
abiertas en especial por las últimas encíclicas Veritatis splendor y
Evangelium vitae. Merece destacarse especialmente la esmerada tra-
ducción realizada directamente del original italiano y dirigida por D.
Alejandro Burgos. Se ha querido expresamente llevar a cabo el magno
trabjajo de verterlo a un español literario, porque la traducción oficial
salida en el Osservatore Romano es bastante deficiente, tanto en el es-
tilo como en su contenido.
En esta versión que se publica por primera vez, el lector puede
percibir, además del sentido exacto de sus afirmaciones, toda la belle-
za y poesía de determinadas catequesis y comprobar, una vez más,
cómo en este tema del amor humano, más que en otros, la verdad y la
belleza están de acuerdo.
Quiero terminar esta introducción expresando en voz alta mi de-
seo de que estas catequesis tengan una máxima difusión para el mejor
conocimiento del plan de Dios sobre el amor humano de modo que
cada hombre, cada mujer, sepan llevar a cabo esa hermosa historia de
amor que va a definir su vida.
JUAN ANTONIO REIG PLA
Obispo de Segorbe-Castellón.
Vicepresidente de la sección española
del P.l. Juan Pablo II para el estudio
del Matrimonio y la Familia
NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
El presente libro es una versión española del conocido volumen
italiano Giovanni Paolo II, Uomo e donna lo creó. Catechesi sull'amore
umano1, en el que se recogieron las catequesis que Su Santidad había
desarrollado en forma de alocuciones en las audiencias generales de
los miércoles desde el 5 de septiembre de 1979 al 28 de noviembre
de 1984.
Durante esos cinco primeros años de su pontificado el Papa pro-
nunció en italiano un ciclo homogéneo jde 129 catequesis para el cual
él mismo sugirió como título «El amor humano en el plan divino» o
con mayor precisión: «La redención del cuerpo y la sacramentalidad
del matrimonio» (cat. 134,1).
El desarrollo de esta catequesis sufrió durante ese período dos in-
terrupciones: la primera, del 6 de mayo al 11 de noviembre de 1981,
como consecuencia del atentado sufrido el 13 de mayo de ese año; la
segunda, del 9 de febrero de 1983 al 23 de mayo de 1984, a causa del
Año Santo de la Redención.
La edición italiana antes mencionada fue preparada por varios
profesores del Istituto Giovanni Paolo II per studi su Matrimonio e
Famiglia de Roma. Con respecto a lo pronunciado por el Papa, publi-
cado en «L'Osservatore Romano» y en Insegnamenti di Giovanni Pao-
lo //, tal edición presentaba algunas diferencias formales de poca im-
portancia. Por ejemplo, llamaba a las catequesis «capítulo» en vez de
«discurso», añadía una numeración progresiva en números romanos y
quitaba las partes de las alocuciones que no formaban parte de este ci-
clo, como, por ejemplo, los saludos a los grupos, etc.
Pero, además, contenía un cambio verdaderamente importante:
había un evidente aumento de número con respecto a las alocuciones
1 Cittá Nuova Editrice - Librería Editrice Vaticana, Roma 1992 (.'5.* ed.).
7.
16 HOMBRE Y MUJER IX) CREÓ
pronunciadas por el Romano Pontífice ya que se publicaban 134 ca-
pítulos (CXXXIII + apéndice), y se habían pronunciado sólo 129 alo-
cuciones. Las cinco alocuciones pronunciadas entre el 23 de mayo y
el 4 de julio de 1984 habían sido sustituidos por diez capítulos, con la
numeración CVIII-CXVII2.
Entre estas dos series hay una gran correspondencia temática, que
en resumen consiste en lo siguiente:
— en lugar de las tres alocuciones de 23 y 30 de Mayo y 6 de
Abril se publican las seis catequesis CVIII-CXIII. Todas ellas
tratan sobre el Cantar de los Cantares;
— en lugar de la alocución del 27 de Abril se publican las tres ca-
tequesis CXIV-CVI, que tratan sobre el Libro de Tobías;
— en lugar de la alocución del 4 de Julio se publica la catequesis
CXVII, ambas sobre el capítulo 5 de la Carta a los Efesios.
El volumen ¡Jomo e Donna lo creó publica, por tanto, 134 cateque-
sis, |que divide en seis ciclos. A éstas añade una amplia introducción
general, seis breves introducciones -una por cada ciclo-, y un índice de
los conceptos principales. Muchas catequesis, además, presentan al fi-
nal unas notas complementarias aclaratorias que no son del texto pa-
pal, sino de los profesores del mencionado Instituto.
Nuestra edición traduce del volumen italiano la introducción ge-
neral de Mons. Cario Caffarra, las 134 catequesis publicadas ( por
tanto, 10 catequesis —nn. CVIII-CXVII de la edición italiana y 109-
118 de la nuestra— cuyo conjunto se publica ahora por primera vez en
español) y las notas añadidas a las catequesis por los profesores, que
aparecen ordenadas con letras para evitar confusiones con las notas
de autoría papal, organizadas mediante números. Además hemos pu-
blicado en apéndice las 5 alocuciones pronunciadas por Juan Pablo II
y no publicadas en Uomo e donna lo creó. Éstas se han traducido di-
rectamente de los Insegnamenti di Giovanni Paolo II.
Como puede observarse, hemos cambiado la numeración de estas
catequesis. Esto se debe a que la alocución del 29 de septiembre de
1982 no fue publicada en la primera edición italiana de Uomo e donna
lo creó. Al realizarse la segunda edición fue situada como un apéndice
1 ( X la explicación del profesor Fernández Sánchez en la introducción al quinto ciclo.
NOTA A LA EDICIÓN ESPAÑOLA 17
que, según se indica en la página 372 de la 3.a edición italiana, debía
colocarse después del capítulo XCV. Como es lógico, en nuestra edi-
ción ha sido situada en su lugar: catequesis 96, lo cual hace que nues-
tra numeración sea diferente a partir de esa catequesis.
Presentamos, por tanto, 139 catequesis. Las publicadas en Uomo e
donna lo creó llevan una nueva numeración seguida del 1 al 134. Las
cinco alocuciones entonces no publicadas forman ahora un Apéndice
final ordenado A-E. Se ha puesto entre paréntesis la numeración en
números romanos de la edición italiana para facilitar el cotejo. Para
las alocuciones se da la referencia de Insegnamenti di Giovanni Pao-
lo II. De todas ellas, si el Papa las pronunció, se añade la fecha en que
lo hizo.
Toda la traducción del volumen, incluyendo una nueva traducción
en castellano de las 139 catequesis, ha estado a cargo de D. Alejandro
Burgos. Han colaborado revisando el texto varios teólogos, entre ellos
D.Julio Eugui y D.José Miguel Granados; profesores de filología his-
pánica, D. Iñigo Pérez y D.José María Martínez; además de D.a María
de las Nieves Burgos, D.a Lourdes Rodríguez y D. Roberto Diez.
Dado que en muchas ocasiones no se han incorporado sus sugeren-
cias, no se les pueden atribuir los posibles errores.
En la traducción se ha buscado dotar de fluidez al texto sin que
por eso perdiera ese estilo propio tan característico de Juan Pablo II.
Pero, sobre todo, se ha cuidado la precisión del pensamiento teológi-
co. Para ello se ha unificado la traducción de cada término italiano a lo
largo de todo el volumen, prestando una atención especial a aquellos
que en las Catequesis tienen un significado técnico, como por ejem-
plo, «significado esponsal del cuerpo» o «unidad originaria», etc. En
esta misma línea, se ha mantenido conscientemente incluso algún ita-
lianismo —muy pocos— cuyo sentido es fácilmente inteligible para un
hispanohablante, si éste expresaba mejor algún matiz teológico que la
respectiva adaptación española.
Se han escrito de nuevo las introducciones a los diversos ciclos.
Han sido encargadas a especialistas de habla española en el pensa-
miento del actual pontífice relacionados con la sección española del
Instituto Juan Pablo II. Además, D.José Miguel Granados, que hace
algunos años se doctoró con un trabajo sobre estas mismas cateque-
sis, ha redactado un nuevo índice de conceptos principales. El mismo
ha recogido una abundante y actualizada bibliografía, que tiene la vir-
8.
8
HOMBRE Y MUJER LO CREÓ
tud, entre otras, de mostrarnos la creciente resonancia teológica de es-
tas catequesis desde su publicación.
Todos los que hemos colaborado en la publicación de este volu-
men abrigamos la esperanza de que esta edición —dirigida funda-
mentalmente a los estudiosos de Teología en lengua castellana— contri-
buya a aumentar esa resonancia teológica. Es decir, a que en los países
de habla hispana esta catequesis sea conocida —en su contenido y en
su método— con la profundidad que su altura teológica merece, y a
que este conocimiento influya y fecunde tanto los ámbitos teológicos
como los pastorales.
Alejandro Burgos Velasco y Miguel Ángel Pardo Álvarez
Coordinadores de la edición
INTRODUCCIÓN GENERAL
La presente introducción general tiene como tarea indicar sintéti-
camente las líneas generales de estas catequesis, anteponiendo algu-
nas reflexiones sobre su método. Espero que de este modo aparezcan
con claridad tanto su plan general como sus conexiones internas y, al
mismo tiempo, la clave para su comprensión.
1. PREMISAS
1.1. Puede parecer extraño que comencemos nuestra reflexio-
nes preguntándonos cuál sea exactamente el tema de estas catequesis:
^íde qué hablan concretamente? Es extraño, ya que hasta ahora siem-
pre han sido publicadas, tanto en Italia como en el extranjero, bajo el
título «Matrimonio y/o Familia». Parece, por tanto, que hay que dar
por descontado que este es el tema.
Lo cual no deja de tener su fundamento y su verdad, sobre todo si
se tiene en cuenta que la ocasión próxima que ha originado estas cate-
quesis, el Sínodo de Obispos de 1980, tenía como tema los deberes
de la familia cristiana en el mundo contemporáneo.
Pero justo en el discurso en el que habla de la relación entre su ca-
tequesis y el Sínodo, el Papa dice que él «seguirá» o «acompañará»
«desde lejos» los trabajos sinodales y añade textualmente: «pero no
abordando directamente su tema, sino dirigiendo la atención a las
profundas raíces de las cuales brota». Por tanto, el tema está constitui-
do por las «profundas raíces» de las que brota la temática matrimonial
y familiar. Pero, ¿cuáles son precisamente esas «profundas raíces»?
Hay que ir a buscarlas «al principio», ese «principio» que consti-
tuye el tema repetido y desarrollado mediante innumerables variacio-
nes durante toda la catequesis, sobre todo en el primer ciclo3. El
3 C f . c a t . 1 a 2 3 : « E L PRINCIPIO».
9.
21
H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
«principio» es el misterio de la creación. Y el misterio de la creación
se medita desde un preciso punto de vista: se reflexiona «sobre el
modo en que el hombre ha sido plasmado en el misterio de la creación,
precisamente como varón y hembra». En el discurso que concluye el
primer ciclo (la catequesis 23, de suma importancia) se vuelve una vez
más sobre el mismo tema. Por medio de esa vuelta «al principio» se
entrevé «la estructura misma de la identidad humana en las dimensio-
nes del misterio de la creación y, a la vez, en la perspectiva del misterio
de la redención». Lo que debe ser construido desde el «principio» es
una «antropología teológica» y en su contexto una «teología del cuer-
po» o «una visión integral del hombre», es decir, una visión que alcan-
ce «el integrum del hombre», puesta hoy en peligro, «rechazada y sus-
tituida por múltiples concepciones parciales». Sin esta visión integral
de la persona humana «no se puede dar ninguna respuesta adecuada a
los interrogantes relacionados con el matrimonio y la procreación».
Una vez dicho todo esto estamos en condiciones de dar una res-
puesta a la pregunta de la que hemos partido. El tema de las cateque-
sis n<£es directamente el matrimonio y la familia. El tema es la recons-
trucción de una antropología adecuada obtenida sobre todo a través
de la reflexión sobre la corporeidad, antropología que es la base y el
único fundamento para resolver los problemas conyugales y familia-
res. Con estas catequesis, el primer gran ciclo de su pontificado, Juan
Pablo II ha querido decir al hombre, a cada hombre, quién es: ha que-
rido mostrarle la entera verdad de su ser a la luz del misterio de la
creación y de la redención.
Llegados a este punto, surgen dos interrogantes: ¿qué entiende
Juan Pablo II por «antropología adecuada» o «visión integral del
hombre» o «visión que alcanza el integrum del hombre»? El segundo
interrogante: ¿qué método usa el Papa para construir esta antropología
adecuada, para identificar el integrum de la persona humana?
1.2. Comenzamos respondiendo a la primera pregunta. Dada la
gran importancia de este punto, partimos de algunos textos en los que
el Papa se ha ocupado de responder él mismo.
En la catequesis 13 define esta antropología como aquella que
«busca comprender e interpretar al hombre en lo que es esencialmen-
te humano»4. Y tiene una nota sumamente importante, en la que expli-
1 Cat. l.'S, 2.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
ca esta definición de antropología adecuada. En ella se dice: «Este
concepto (es decir, la citada definición) determina el principio mismo
de reducción, propio de la filosofía del hombre, indica el límite de
este principio, e indirectamente excluye que se pueda traspasar este
límite»'. De lo que se deduce que «el principio de reducción» es una
categoría fundamental de la «antropología adecuada», ya que, si no
me equivoco, es el principio que establece ese modo de pensar me-
diante el que se alcanza la visión del integrum de la persona humana.
Sobre esto volveremos dentro de poco.
Siempre en la misma nota, se continúa diciendo: «La antropología
"adecuada" se apoya sobre la experiencia esencialmente humana,
oponiéndose al reduccionismo de tipo "naturalista", que frecuente-
mente corre parejo con la teoría evolucionista sobre los comienzos del
hombre»6.
Tenemos ya, por tanto, dos afirmaciones de gran importancia. De
un lado se tiene una experiencia que funda la antropología adecuada,
llamada «experiencia esencialmente humana» o —lo que es lo mis-
mo— una experiencia de la que brota la antropología adecuada y en la
que es posible descubrirla; del otro, un principio de «reducción» que
no sólo no se confunde con el proceso reduccionista, sino que se opo-
ne totalmente a él.
Una ulterior e importante precisión la aporta la catequesis 25, allí
donde se dice: «Las palabras de Cristo tienen un explícito contenido
antropológico; tocan esos significados perennes, por medio de los
cuales se constituye la antropología "adecuada". Estas palabras, me-
diante su contenido ético, constituyen esta antropología y simultánea-
mente exigen, por así decirlo, que el hombre entre en su plena ima-
gen»7. Se debe subrayar, por el momento, la afirmación de que la
antropología adecuada —de la que estamos definiendo el concepto—
es constituida por «significados perennes».
Antes de continuar, conviene que reunamos los diversos elemen-
tos descubiertos hasta ahora, que podemos sintetizar diciendo que
antropología adecuada es aquélla que busca comprender e interpretar
al hombre en lo que es esencialmente humano, fundándose sobre la
experiencia esencialmente humana y obrando con el principio de la
' Cat. 13. nota 1.
" Ibíd.
' Cat. 25. 2.
10.
22 H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
reducción (que no debe ser confundido con el del reduccionismo), en
orden a la individuación de los significados perennes de la existencia
humana.
El primer concepto a explicar es el de «reducción»: es, creo, una ca-
tegoría-clave. Pienso que tenemos derecho a buscar esta explicación
recurriendo a la obra filosófica más importante del Santo Padre: Per-
sona y acción, y más exactamente al n.° 3 de la Introducción8. Es nece-
sario ante todo que descartemos la connotación teóricamente negativa
que el término «reducción» tiene en nuestro lenguaje. En él los térmi-
nos «reducir-reducción» suelen normalmente tener un significado
que connota ese procedimiento en el que la riqueza o la pluralidad de
las dimensiones de un objeto, de una realidad, es —consciente o in-
conscientemente— disminuida, limitada o, incluso, negada. En este
sentido, por ejemplo, se dice: no se puede «reducir» el hombre a su
corporeidad; o bien, no se puede reducir la Iglesia a una sociedad pu-
ramente humana, etc. Pero más que de reducción, en estos casos se
debería hablar de «reduccionismo».
P#ra poder definir positivamente este proceso intelectual, es nece-
sario anteponer la definición del concepto de inducción, con el que
está estrechamente vinculado: «la inducción abre el camino a la re-
ducción»9. El proceso de inducción consiste en ese procedimiento
mediante el que la inteligencia capta, intuye la sustancial identidad y
la unidad de significado en la multiplicidad y en la complejidad de los
fenómenos experimentados. La antropología cristiana es rica en ejem-
plos al respecto. Tomás de Aquino piensa que el punto de partida de
la ética es la individuación, el descubrimiento del fin último en el ac-
tuar de la persona humana. Este descubrimiento arranca de la consta-
tación, de la experiencia de una multiplicidad de fenómenos, como: la
persona humana actúa, la persona humana actúa consciente y libre-
mente, actúa proponiéndose fines, etc. En ese fenómeno que hemos
constatado se dan varias dimensiones: consciencia, libertad, proyec-
ción de futuro y otras. Por tanto, ¿qué significa inducir? Significa cap-
tar en esta complejidad y en esta multiplicidad una unidad, que To-
más expresa con esta afirmación: fin último del hombre que actúa es
la visión de Dios. Pero aquí es necesario prestar mucha atención. Esta
* CC. K. Wojtyja, Persona y acción, BAC 436, Madrid 1982, pp. 16-22.
* Ibíd., p. 18.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL .37
proposición es el resultado de una inducción, y lo que ésta dice del
hombre que actúa, lo dice precisamente del hombre que actúa: en cada
hombre que actúa inhabita esta finalización. La inducción, por tanto,
no es un empobrecimiento de la experiencia, sino su unificación; la
experiencia, según esto, más bien es enriquecida ya que lo que antes
de la inducción me venía simplemente dado, es ahora entendido. El
Papa, en la obra citada, usa esta expresión: «consolidación del objeto
de la experiencia». Es decir, el objeto de la experiencia no está ya va-
gabundo, disperso en el mar siempre agitado de la multiplicidad y la
complejidad, inaprensible. El objeto es por fin captado, fijado, es de-
cir, «consolidado» en su identidad permanente.
La inducción abre la puerta a la reducción. En efecto, la misma
complejidad y multiplicidad de la experiencia, una vez que se ha intui-
do en ella su intrínseca unidad, empujan a la inteligencia a compren-
der, a penetrar, a explicar esta misma unidad. Su visión originaria, obra
de la inducción, es desarrollada con continuidad y homogeneidad.
Ahora bien, ¿£ué significa comprender, penetrar, explicar? Significa,
fundamentalmente, reconducir a las razones, a los fundamentos apro-
piados: significa dar razón de aquello de lo que tengo experiencia. Y
este «.aquello de lo que tengo experiencia», en su identidad sustancial,
me lo muestra, me lo hace ver la inducción. En el fondo, la inducción
exige convertirse en reducción, en el sentido de que sólo con el proce-
so de la reducción tengo una visión adecuada del objeto, es decir, tengo
una visión que se iguala a él, mediante la que capto en su unidad todas
las razones que hacen referencia al objeto, todas sus estructuras funda-
mentales y esenciales, y así doy razón de aquello que experimento.
Por consiguiente, mediante el proceso de reducción nosotros
comprendemos e interpretamos al hombre «en lo que es esencialmen-
te humano». Su ámbito de aplicación es todo y sólo el humanum del
hombre: la integridad de la persona humana. Y aquí tenemos otro
concepto fundamental para la definición de «antropología adecuada».
El segundo concepto es el de «integridad de la persona humana».
Leyendo atentamente la tercera parte de Persona y acción10, llegamos a
las siguientes conclusiones, útiles para entender el concepto de «inte-
gridad de la persona humana». Mediante el concepto de integridad
nosotros pensamos fundamentalmente en dos dimensiones o estructu-
"' Ibíd., pp. 219-301.
11.
2 4 HOMBRE Y MUJER LO CREÓ
ras fundamentales de la persona humana: la de la C o ' ° P l e J l d a d ? l a d e
la unidad. Integridad, pues, significa una unidad ¿ e l a s Pa r t e s <lue
conduce a formar un todo. Ahora bien, la persona h i 1 , n a n a e s u n a r e a "
lidad compleja que subsiste en una dimensión sorI;J^|1Ca, Psl|3ulca Y
espiritual. Hay integración cuando esta complejid a s e u n i l c a '
• • > fpntrn íir'tivn /-Ip
unificación o el proceso de integración exige tanto uf1
composición de las partes como la subordinación de ' a s Pa r t e s a a ac~
tividad de este centro. El «centro activo de unificaci/''18 e s t a c o n s t l t u i "
do por el hecho de que el yo se posee a sí mismo, l , o r auto-pose-
sión y el auto-dominio; la subordinabilidad de las p y r t e s e s t a ^m s c r i t a
en las mismas, en cuanto partes constitutivas de la J'e r s o n a h u m a " a -
Una subordinabilidad que es realizada por la persoi»a medida ai
que se posee y domina a sí misma en y mediante su a^^' s a m o s a
ra en condiciones de dar una definición completa L e P n n c i P 1 0 de
reducción en cuanto principio constitutivo de la coi<1 pr ^l s jo n e 1Ilter"
pretación de lo que es esencialmente humano, es declT e a antropo-
logía adecuada. Mediante y en la reducción alcanzo *a i n t e l1 ge "c i a de
lo qué constituye el hombre en su integridad: de lo 4 u e c o n s t l t u
y e e l
humakum integrum.
¿De qué base parte, sobre qué fundamento se ap0 )^ e P r o c e s o de
reducción? Se basa en la experiencia esencialmente 1iu m a n a - e s e s t e
el tercer concepto fundamental para entender la ant»~()P0 °§i a adecua-
da, el concepto de «experiencia esencialmente hunnl,_ia>>'
Para captar el concepto de experiencia, es neces;»rl0' s e e P n n "
cipio, que no la reduzcamos a un hecho que sólo e entro de
nuestra sensibilidad somática y/o psíquica, sólo a u " e c u e r P °
y/o de la psique, no sólo distinto sino separado del aí t0 P.^P1® ^ e s Pe "
cífico de la inteligencia. Experiencia connota un acC' nmJlca 0 J com-
plejo, constituido ya sea por la dinámica sensible, ya s c a Po r dinámi-
ca psíquica, ya sea por la dinámica intelectual. Este ilCt0 establece u n
contacto directo con el objeto, del que se sigue que ^ " u s m o objeto es
dado en forma originaria. Esto no significa que la int,lC.ia e z Pe r t e n e z ~
ca sólo al «plano sensible y/o psíquico» de la experie"Lia' m i e n t r a s <íue
la inteligencia obra sólo mediatamente. En el objeto "-011 c lu e s e e s t a "
blece originariamente un contacto directo, la inteligc|lCla caP^a |a iden-
tidad propia y específica del mismo: lo «consolida» ('" s u e s Pe c i e -
«Experiencia esencialmente humana» significa - lnie®' d t lu e a c t o
en el que se establece un contacto directo con la pcis t m a SC
capta su identidad específica: se la «consolida» en s" t-ipcijicu ac .
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL 25
Ahora bien, de por sí, este contacto es establecido primordial-
mente por cada uno de nosotros respecto de sí mismo. Sin embargo, a
la intervención de la inteligencia debemos la posibilidad de trans-ob-
jetivar esta experiencia que cada uno tiene de sí mismo.
En conclusión, la atribución del carácter esencialmente humano a
la experiencia tiene dos significados fundamentales. Significa la cuali-
dad de la experiencia contra toda reducción o incomprensión de la
misma: es un modo de experimentar la realidad de lo que es humano,
es decir, ni puramente sensible, ni puramente psíquico, ni puramente
espiritual. Significa, además, el objeto de la experiencia contra toda re-
ducción o incomprensión de lo que es experimentado: el integrum hu-
manum. En este punto hay que hacer una importante precisión, acer-
ca del objeto de la experiencia. Este no es directa e inmediatamente la
persona humana en su ipseidad: lo que yo experimento directa e in-
mediatamente es el expresarse de la persona en sus actos, su realizar-
se en la acción. «Non... per essentiam suam, sed per actum suum se
cognoscit intellectus noster»11. En su acción conozco la persona; el
acto me hace entender el significado de la persona.
Y hemos llegado así al cuarto concepto fundamental para com-
prender la antropología adecuada: el concepto de «significados pe-
rennes», mediante los que la misma antropología se constituye.
Hablando del «significado esponsal» del cuerpo humano, Juan
Pablo II dice en la catequesis 31: «Cuando hablamos del significado
del cuerpo, nos referimos sobre todo a la plena conciencia del ser hu-
mano, pero incluimos también cada experiencia efectiva del cuerpo
en su masculinidad y feminidad, y, en cada caso, la predisposición
constante a esta experiencia. El significado del cuerpo no es solamen-
te algo conceptual (...). El significado del cuerpo es al mismo tiempo
lo que determina la actitud: es el modo de vivir el cuerpo. Es la medi-
da que el hombre interior, es decir, ese «corazón» al que Cristo se re-
fiere en el sermón de la montaña, aplica al cuerpo humano en lo con-
cerniente a su masculinidad/feminidad»12. Como se ve, el término
«significado» comprende una realidad muy amplia. Comprende una
«plena conciencia del ser humano» y, junto con ella, la «experiencia
efectiva» de la realidad de cuyo significado se habla; éste (significado)
" S. Th., I, q. 87, a. 1.
" Cat. 31, 5.
12.
*
27 H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
no es sólo entendido, es decir, comprendido, sino que constituye tam-
bién la «medida» aplicada.
El texto no es fácil, dada también su inevitable brevedad. Me pare-
ce que puede ayudarnos la continuación del texto tomista antes cita-
do, que prosigue: «Et hoc dupliciter. Uno quidem modo particulari-
ter, secundum quod Sócrates vel Plato percipit se habere animam
intellectivam, ex hoc quod percipit se intelligere. Alio modo in univer-
sali, secundum quod naturam humanam mentis ex actu intellectus
consideremus. (...) Est autem differentia inter has duas cognitiones.
Nam ad primam cognitionem de mente habendam, sufficit ipsa mentis
praesentia, quae est principium actus ex quo mens percipit seipsam.
Et ideo dicitur se cognoscere per suam praesentiam. Sed ad secun-
dam cognitionem de mente habendam non sufficit eius praesentia,
sed requiritur diligens et subtilis inquisitio (...), idest cognoscere dif-
ferentiam suam ab aliis rebus, quod est cognoscere quidditatem et na-
turam eius»13.
De nosotros mismos, de nuestra propia humanidad, tenemos un
doble? modo de conocimiento (aunque siempre a través y en nuestro
propiís realizarnos mediante el actuar). Tenemos, por una parte, un
conocimiento de nosotros mismos, de la propia humanidad en cuanto
propia humanidad; tenemos, además, un conocimiento de la propia
humanidad no ya en cuanto propia, sino en cuanto naturaleza de la
que participan unívocamente todos los hombres.
Volvamos ahora al texto pontificio, recordando que, obviamente,
estamos hablando de los «significados perennes» de la persona huma-
na. El conocimiento de la persona humana puede llevarse a cabo sólo
mediante el acto de la persona, como ya he dicho. En consecuencia, el
conocimiento se da siempre mediante la conciencia de nosotros mis-
mos (percipit se intelligere): es conciencia-conocimiento de sí me-
diante el actuar o la activación de los propios dinamismos ya sean físi-
cos, psíquicos o espirituales. Pero, ya que, según lo dicho, toda
experiencia esencialmente humana implica también la actividad de la
inteligencia, esta conciencia-conocimiento de sí en el propio acto pue-
de ser homogéneamente desarrollada en el conocimiento de sí, no
sólo en cuanto individuo singular, sino en cuanto partícipe de la hu-
manidad (cognoscere quidditatem et naturam eius). Así, el acto de la
" s.Th.,I,q.87,a. 1.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
persona auto-consciente es interpretado y comprendido en cuanto
que revela la naturaleza en su significado universal y por lo tanto per-
manente, que como tal (es decir, permanente) no me dice sólo quién
soy yo, sino también quién es el hombre. Y así se construye no una
auto-logia, sino una antropo-logía. Por esta razón, el significado que la
inteligencia capta es la misma verdad del hombre, no inventada por el
hombre (contra toda forma de idealismo), y captada en la auto-con-
ciencia/conocimiento del propio actuar (contra toda forma de empi-
rismo positivista y de apriorismo). El significado permanente exige
una correspondiente actitud del hombre; es la «medida» con la que
cada uno vive su humanidad, dado el vínculo indisoluble entre verdad
y ética, como veremos más adelante.
Pienso que ahora estamos en condiciones de decir qué significa
«antropología adecuada». Es la antropología que comprende e inter-
preta al hombre en lo que es esencialmente humano, captando los sig-
nificados permanentes de la existencia humana mediante la experien-
cia (entendida según su entera verdad) de aquello en lo que se
expresa la persona humana (actus humani), poniendo en acto el prin-
cipio de la reducción.
Un corolario inmediato. Se comprende por qué se llega a la antro-
pología adecuada a través de una antropología del centro. En efecto,
«no se trata solamente del cuerpo... sino del hombre, que se expresa a
sí mismo por medio de ese cuerpo y en ese sentido "es", por así de-
cirlo, ese cuerpo..., el cuerpo humano en toda su verdad; se trata, por
tanto, de un cuerpo impregnado, ante todo, (si así se puede expresar)
de toda la realidad de la persona y de su dignidad»14.
1.3. Hemos llegado así a la última pregunta, la relativa al método
mediante el que se construye esta antropología adecuada.
La pregunta puede ser hecha desde dos puntos de vista. Desde un
punto de vista general: ¿qué camino se debe recorrer para llegar a la
constitución de una antropología adecuada así entendida? Desde un
punto de vista particular: ¿qué camino recorre el Santo Padre en las
catequesis que estamos examinando? Es este el punto de vista que
nos interesa; sin embargo, debemos tratar brevemente —aludiendo
sólo a lo esencial— de la temática metodológica general.
14 Cat. 55, 2.4.
13.
*
2 8 H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
Desde un punto de vista general, me parece poder decir que el
único camino transitable (el único método) se abre entre dos fosos o
abismos; mejor, corre sobre la cresta de dos laderas cortadas a pico: el
abismo del positivismo empirista y el abismo del idealismo, en la fide-
lidad más profunda a la más auténtica gnoseología realista (tomista).
Y el «nudo» está constituido por el concepto de experiencia, que es el
metodológicamente central. La experiencia, lo hemos dicho, connota
un contacto directo e inmediato con el objeto. Pero, ¿cuál es precisa-
mente el objeto con el que la experiencia me hace entrar en contacto?
No es sólo la impresión sensible (auditiva, visiva, etc.), ni su conjunto,
ni la serie de sus conjuntos; sino que también el hombre brota de to-
das las experiencias y está presente en cada una de ellas (dejamos
aparte, por brevedad, los otros objetos de experiencia). Pero, ¿qué
significa «también el hombre»? No debe entenderse en el sentido de
que se realiza una generalización de todas las impresiones o percep-
ciones del hombre, una especie de denominador común descriptivo
de lo humano; de este modo no comprendo lo que es esencialmente
humado, sino lo que es generalmente humano. Es el camino del positi-
vismo en todas sus formas. Pero tampoco significa que el objeto de la
experiencia (una vez negado —contra el positivismo— que se reduzca
al conjunto de las impresiones sensibles generalizadas) sea plasmado
autónomamente por un intelecto que consolida el objeto en su identi-
dad y constituye su significado. En este caso ya no sería posible hablar
de verdad del hombre, sino sólo de lo que se piensa del hombre.
El camino es aquel que capta el concepto universal-concreto (uni-
versal, y no general): comprende lo que es esencialmente humano en el
hombre concreto. El criterio de verdad de esta antropología es, por lo
tanto, la evidencia (como lo es de todo pensar filosófico): la evidencia
que se muestra en la perfecta correspondencia —en la adecuación— en-
tre lo que cada hombre sabe de sí y lo que le ha sido dicho. El acto con
el que se capta esta evidencia no es sólo un asentimiento, sino un reco-
nocimiento. Newman diría: no es sólo un asentimiento nocional, sino
real. De te loquimur quia de homine loquimur: de homine quia de te.
Puestas estas premisas esenciales, vayamos ahora a la cuestión
particular, que para nosotros tiene un interés más directo. En una ca-
tequesis a la Iglesia, el Papa habla como maestro de la fe de la Iglesia,
no simplemente como maestro de una verdad filosófica: si habla del
hombre, siempre habla en último término de él a la luz de la fe.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
Cada ciclo de las catequesis que estamos examinando se funda so-
bre páginas bíblicas y a ellas vuelve continuamente y en la misma me-
dida esta catequesis pretende presentar la antropología enseñada por
la Tradición eclesial.
Pero el hombre del que habla la Iglesia no es otro que el hombre
que es cada uno de nosotros: es el hombre concreto. Y así, la Iglesia
—al hablar del hombre— puede y debe apelar a la experiencia esen-
cialmente humana que cada uno de nosotros tiene de sí mismo preci-
samente porque toda actividad magisterial tiene como fin enseñar la
verdad que salva al hombre. He dicho «debe». Por dos motivos rela-
cionados entre sí. El primero es que la razón es luz que viene de Dios:
es participación de la Sabiduría creadora de Dios y despreciarla es
romper esta Alianza originaria. El segundo es que, como enseña el Va-
ticano II, «nonnisi in mysterio Verbi Incarnati mysterium hominis
vere clarescit... Christus, novissimus Adam, in ipsa revelatione myste-
rii Patris Eiusque amoris, hominem ipsi homini plene manifestat
eique altissimam eius vocationem patefacit» (GS, 22).
A la luz del Verbo Encarnado, la verdad del hombre alcanza su
plenitud: se revela plenamente. De este modo, la Iglesia apela a la
conciencia-conocimiento de sí de cada hombre, ya que, por una par-
te, en ella se tiene aquel «sufficiens inductivum ad credendum» (San-
to Tomás) y, por otra, muestra a cada hombre que Cristo «conocía lo
que hay en cada hombre» y que cada hombre no debe tener miedo a
abrir, más aún, a abrir de un golpe las puertas de su corazón a Cristo,
porque es Él y sólo Él quien lleva a cumplimiento la entera verdad del
hombre. Según marcan estas coordenadas se establece el método de
estas catequesis, tan nuevo y tan antiguo en la gran Tradición eclesial.
El punto de partida es siempre una palabra de Cristo o de la predica-
ción apostólica. La palabra es leída, interpretada y comprendida en
cuanto fuente que genera una antropología adecuada, construida con-
tinuamente a la luz de lo que esa Palabra irradia dentro de la expe-
riencia esencialmente humana que cada hombre tiene de sí. Esta ex-
periencia permite, sin ser forzada, ser irradiada e iluminada, porque
es comprendida e interpretada mediante el principio de la reducción.
Se evita el riesgo de inmanentismo, el riesgo de reconducir exhaus-
tivamente la fe a la razón, porque están sólidamente asegurados los
dos puntos que impiden esta caída. El primero es el realismo gnoseo-
lógico (y en éste el Santo Padre había sido formado por su educación
rigurosamente tomista), que impide tanto la definición reductiva de
14.
30 31H O M B R KY MUJER LO CREÓ
experiencia (contra el positivismo) como la negación de la transcen-
dencia de la verdad respecto del pensamiento humano (contra el idea-
lismo historicista y relativista).
El segundo, en consecuencia, es la fidelidad al dato, la humildad
en el sentido profundo del término, por la que el hombre está siempre
disponible a la verdad: libre en la verdad, porque es siervo de ella. Se
evita el riesgo de extrinsecismo, el riesgo de considerar la fe como
algo añadido o separado de la experiencia humana; es decir, el riesgo
de pensar que también sin la fe el hombre es ya sustancialmente sí
mismo. Se evita, ya que, por una parte, es dentro de la experiencia
esencialmente humana (que cada hombre tiene de sí) como la palabra
es acogida y pensada (y esto —por las razones dichas— no la inma-
nentiza) y, por otra, reconoce la entera verdad de la persona en aquello
que el hombre, cada hombre, comprende —y sólo en eso—.
Una verdad «interior intimo meo» porque es «superior superiori
meo».
Entre palabra de Dios y conciencia-conocimiento de sí no se da ni
yuxtaposición, ni identificación, ni mediación, sino integración. Inte-
gración significa, como ya hemos dicho, un proceso de unificación,
en el cual la conciencia-conocimiento de sí (o la experiencia esencial-
mente humana) se subordina a la verdad de lafe y, en razón de esta su-
bordinación, revela plenamente su «contenido» objetivo.
Puestas estas tres premisas fundamentales —sobre el tema de las
catequesis, sobre los conceptos fundamentales que entran en la defi-
nición de antropología adecuada y sobre el método—, podemos in-
tentar una presentación sintética de todo el curso de las catequesis.
2. VERDAD Y ETHOS DEL AMOR HUMANO
Toda la enseñanza de estas catequesis está centrada en el tema de
la verdad y del ethos del amor humano. Parece útil, por tanto, antepo-
ner algunas reflexiones sobre la relación antropología-ética, es decir,
sobre el modo con el que esta relación está pensada en las catequesis.
2.1. «El significado normativo de las palabras de Cristo está
profundamente enraizado en su significado antropológico, en la di-
mensión de la interioridad humana»15. La norma se enraiza en el hu-
15 Cat. 58, 5.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
manum, en la realidad de la persona humana. En una catequesis —en
cierto sentido todavía introductoria— del segundo ciclo se dice: «Las
palabras de Cristo tienen un explícito contenido antropológico (...).
Estas palabras, mediante su contenido ético, constituyen esta antro-
pología y simultáneamente exigen, por así decirlo, que el hombre en-
tre en su plena imagen», y un poco más abajo, «... ambas (es decir, las
razones antropológicas y éticas) permanecen en relación recíproca»16.
Nótese que, en su significado directo e inmediato, las palabras de
Jesús (Mt 5, 27-28) expresan una norma, pero de ellas se dice que «si-
multáneamente» constituyen una antropología. El concepto de simul-
taneidad es de decisiva importancia ya que es éste precisamente el
que define la relación entre verdad y ética. Y es esta simultaneidad la
que se debe entender.
Qué se entiende por «verdad del hombre» o «antropología ade-
cuada» ha sido ya ampliamente explicado en las premisas. ¿Qué signi-
fica ethos? En líneas generales, aunque ya precisando, se debe decir
que el ethos es la realización libre de la verdad de la persona humana.
Para comprender esta afirmación debemos detenernos un momento
en algunos puntos esenciales.
El primero. La «verdad» de la persona humana, aquello por lo que
la persona humana es lo que es, en su no reducibilidad, es una verdad
que implica un llamamiento a la libertad de la persona misma. En tér-
minos más rigurosos: el ser-personal implica un deber-ser.
En efecto, la verdad es el ser mismo; pero el ser creado es un ser
que continuamente es puesto por el acto creador de Dios. Toda criatu-
ra está constituida por esta relación de origen con Dios: está en una
constitutiva relación a Dios. Este es su ser.
Ya que, en el caso del hombre, el término del acto creador de Dios
es un ser personal, esta relación intrínseca está confiada a su libertad:
es,justamente, un «ser» que «debe-ser» realizado por la libertad.
El segundo. La verdad del hombre es que éste es creado, caído y
redimido. Existe, por tanto, un ethos de la creación, y un ethos de la
redención. El ethos de la creación es la realización de la verdad origi-
naria del hombre; el ethos de la redención es la realización de la ver-
dad originaria del hombre en cuanto que ésta ha sido reintegrada por
la redención.
Cat. 2 5 , 2 - 3 .
15.
33
H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
El tercero. En el ethos podemos distinguir como dos momentos
fundamentales: el conocimiento de la verdad del hombre en cuanto
verdad que debe ser realizada (ética); y este mismo conocimiento en
cuanto que toma forma en el acto, en la «praxis» de la persona (ethos
en sentido estricto).
En conclusión: en el mismo momento en el que establezco una an-
tropología, establezco también un ethos y viceversa.
2.2. De la segunda reflexión del número precedente resulta que
debemos articular nuestra meditación sobre la verdad y sobre la ética
del amor humano en los siguientes momentos: verdad y ethos de la
creación, verdad y ethos de la redención.
2.2.1. Hay dos páginas bíblicas fundamentales en las que se tra-
ta sobre la verdad y el ethos del amor humano a la luz del misterio de
la creación: los dos primeros capítulos del Génesis.
En el primer capítulo, tenemos una definición de hombre «de índo-
le teológica» y que «esconde en sí una potente carga metafísica», en el
sentado de que «el hombre es allí definido, ante todo, en las dimensio-
nes del ser y del existir». Esta definición consiste en decir que el hom-
bre es «a imagen y semejanza de Dios»: pero en ella entra ya la corpo-
reidad, desde un doble punto de vista. El punto de vista de la dualidad
sexual —«varón y mujer los creó»— y el de la procreación —«creced y
multiplicaos»—.
Pero es sobre todo en el segundo capítulo donde la catequesis
pontificia se detiene: es de ésta de la que brotan más claramente algu-
nos elementos constitutivos de una antropología ética adecuada, que
funda una antropología y un ethos de la conyugalidad. ¿Cuáles son
estos elementos constitutivos? Brotan de la comprensión e interpreta-
ción de la soledad originaria del hombre, de la unidad originaria
hombre-mujer y, por último, de la desnudez originaria.
El hombre es consciente de que está «solo», y esta consciencia la
alcanza frente a los animales: el hombre se separa de ellos totalmente.
Esta consciencia de la soledad expresa la conciencia de sí mismo
como sujeto, es decir, de ser capaz de elecciones libres y, por lo tanto,
de auto-determinarse; de estar en una relación única, exclusiva e irre-
petible con Dios («sujeto de la Alianza y partner del Absoluto»). Esta
conciencia implica también la consciencia del propio cuerpo o, mejor,
«del sentido del propio cuerpo».
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
El hombre sale de la propia soledad originaria al ser creada la mujer,
en el sentido de que ahora se le permite al hombre entrar en el ser-co-
munión y establecer una comunión inter-personal: la única posible y
verdadera. La «soledad» era «apertura y espera de una comunión de las
personas»: espera que ahora encuentra respuesta. Todo esto nos intro-
duce ya en el misterio de la masculinidad-feminidad: dos modos de ser
persona humana que se reclaman recíproca e interiormente en orden a
una comunión de personas. La sexualidad —connotada directamente
por la masculinidad/feminidad— comienza a revelarse en su verdad ori-
ginaria y en su exigencia intrínseca (verdad-ethos). Más detalladamente.
La unidad de la carne, en el acto conyugal, por una parte «expresa una
superación siempre nueva del límite de la soledad» en la asunción de la
soledad del cuerpo-persona del cónyuge como propia y, por otra, expre-
sa nuevamente y revive el misterio de la creación, cuando estaba el hom-
bre solo. Este acontecimiento, el acontecimiento de los dos cónyuges
que llegan a ser una sola carne, implica y exige por lo tanto una particu-
lar autoconciencia y «consciencia del significado de ese cuerpo en el re-
cíproco donarse de las personas». En este acontecimiento se inserta, se
arraiga el misterio de la procreación, como veremos más adelante.
Hemos llegado así a la comprensión e interpretación de la desnu-
dez originaria, «en el primer esbozo bíblico de la antropología... es
precisamente la clave para su plena y completa comprensión». ¿En
qué consiste la desnudez originaria? Consiste en «aquella simplicidad
y plenitud de visión, en la que la comprensión del significado del
cuerpo nace casi en el corazón mismo de su comunidad-comunión».
En otras palabras: la conciencia o visión interior que el hombre tiene
de sí mismo como sujeto (significado de la soledad originaria), llama-
do a entrar en la comunión inter-personal (significado de la unidad
originaria hombre-mujer), implica también la «visión» del otro, en la
paz total de una mirada sobre la persona, como partner de la comu-
nión. Una mirada que crea comunión. Se comprende, por tanto, por
qué éste es el tema clave. Lo dicho hasta ahora se hace finalmente
comprensible: es en y mediante este «verse», como el hombre y la mu-
jer se comunican desde dentro de sí mismos, justo a través de su ser
masculino-femenino, haciéndose don el uno para el otro.
Esta triple pista recorrida nos hace llegar ya a la comprensión de
lo que es esencial e irreduciblemente humano en el hombre. Esto está
expresado por el «significado esponsal» del cuerpo humano: el signi-
ficado específico de la antropología adecuada.
16.
35
H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
«Significado esponsal» significa: a) la persona humana, en su
esencia e identidad específica, es ser-don; b) esta identidad es de la
persona en su totalidad, en cuanto y porque su expresión es el cuerpo
humano en toda la verdad originaria de su masculinidad y feminidad;
c) la identidad de la persona así definida encuentra su explicación úl-
tima en el acto creador, que es, en su esencia, acto de amor libre y gra-
tuito (es decir, Don).
En este significado, así entendido, está inscrito inseparablemente
el «significado procreativo», mediante el cual queda completada la
verdad de la masculinidad/feminidad: se tiene, en efecto, la plena con-
ciencia del misterio de la creación, que se renueva en la generación
humana.
Si ésta es la verdad a la luz de la creación, el ethos, siempre a la
luz de la creación, es un ethos del don: la verdad está inscrita en el co-
razón de todo hombre y de toda mujer como exigencia incondiciona-
da que interpela la libertad, la cual es capacidad del don. Esta verdad
exige que no se consienta jamás la reducción del otro ni a «objeto» de
uso ¿i a objeto del que se obtiene placer.
212.2. El hecho de que Cristo se refiera a estas páginas bíblicas
de la creación como norma que queda restablecida, significa que el
hombre y la mujer ahora pueden-deben entrar de nuevo en la justicia,
recuperar su dignidad originaria, es decir, el significado esponsal de
su cuerpo. Pueden-deben, porque Cristo los libera de la dureza de su
corazón: los redime.
Estamos así en el segundo gran tema de esta catequesis, el de la
«redención del cuerpo».
Dos son las preguntas fundamentales: ¿En qué consiste el estado
de caída, la pérdida del «significado esponsal»?; ¿en qué consiste la
«redención del cuerpo»?
A) (Primera pregunta). Si no me equivoco, la respuesta a esta pre-
gunta la tenemos en la recuperación —muy profunda— de un tema clá-
sico en la tradición de la antropología de la Iglesia: el de la concupis-
cencia. Simplificando un poco, pero me parece que sin traicionar la
sustancia de este ciclo de catequesis, podemos decir que la concupis-
cencia es la contradicción del significado esponsal del cuerpo. Esta
contradicción del significado esponsal del cuerpo es establecida por un
«mirar al otro» que consiste en una reducción intencional de la mente y
del corazón de quien mira. Consiste en una restricción o cierre del ho-
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
rizonte de la mente y del corazón que produce que la riqueza personal
de la feminidad/masculinidad sea únicamente reconducida al valor del
sexo, visto-entendido como objeto idóneo para la satisfacción de la pro-
pia sensualidad. Se ofusca el significado esponsal-personal del cuerpo,
propio de la persona: la feminidad/masculinidad cesa de ser expresión
del sujeto como tal, llamado al don, y se hace objeto para utilizar y/o
para disfrutar. En esto está la «reducción intencional» generada por la
concupiscencia, la cual, por tanto y de este modo, pone ya a la persona
en contradicción con su verdad originaria, que consiste en «ser-don».
Es necesario, sin embargo, penetrar más profundamente en esta
contradicción. Hasta ahora ésta se mostraba en la mirada, más preci-
samente en el «mirar»: acto de mirar. Pero el acto es de la persona:
operari id est intueri sequitur esse. Cristo habla del «corazón». La
contradicción se sitúa, más profundamente, en la existencia de la per-
sona: indica una «dimensión de la intencionalidad de la existencia
misma del hombre». La existencia de la persona, más aún, su ser, es
para el otro, para la comunión en el don: esta es la verdadera inten-
cionalidad del ser-personal. A causa de la concupiscencia, que toma
posesión del corazón, el ser personal del otro es reducido en su inten-
cionalidad (se hace sólo objeto de satisfacción) puesto que quien mira
de este modo ha renunciado ya a la verdad de su ser personal. El es
quien hace uso o disfruta del otro. En una palabra: la modalidad del
existir de las dos personas no corresponde ya a su verdad originaria, a
su «principio». El hombre que mira, no reconoce ya el significado es-
ponsal de su cuerpo y del cuerpo del otro: se de-forma el recíproco
«para», que pierde su carácter de comunión de las personas en favor
de la función utilitarista.
Y así hemos llegado al estrato más profundo, aquel que es visible
sólo a la luz de la fe: la naturaleza teológica de la concupiscencia. Esta
está constituida en último término por ese estado de la persona, consi-
derada en su profundidad subjetiva-objetiva (en su corazón), en el
que el esplendor de la humanidad del hombre, el esplendor de su ver-
dad (splendor veritatis), ya no puede volver a realizarse.
¿Cuál es la razón de este «status personalis»? Es la ruptura de la
Alianza con Dios. La ruptura —acaecida en los orígenes— se realiza
cuando «en el corazón del hombre se pone en duda el Don»'7. «De nin-
" Cat. 26, 4.
17.
3 6 HOMBRK Y MUJER LO CREÓ
guna manera..., más aún, Dios sabe que el día que de él comáis ...». En
el corazón del hombre nace la sospecha de que Dios sea envidioso,
vaya contra la grandeza del hombre. El hombre rechaza considerarse
como ser-donado por Dios y así su subjetividad personal, su humani-
dad, en toda la verdad de su duplicidad masculina y femenina, no está
ya afirmada en ser «don para el otro», sino en «dominar al otro».
El estado en que el hombre queda está expresado por el Papa a
través de una comprensión e interpretación de la «vergüenza origina-
ria», en contraposición con la «desnudez originaria». Uno de los tex-
tos más sintéticos al respeto es la catequesis 29.
La desnudez originaria expresaba la capacidad originaria de do-
narse enteramente a sí mismos el uno al otro con toda la riqueza de la
propia humanidad masculina-femenina, en el cuerpo y mediante el
cuerpo. La vergüenza de la propia desnudez indica y expresa que
aquella capacidad originaria ha sido perturbada. Al no verse ya la per-
sona a sí misma a la luz de la visión que Dios tenía de ella, es decir,
comosvenida de Dios, como Don creado para ser-donado, ve por esto
mism'o al otro como peligro y, en consecuencia, como objeto a domi-
nar. Y se defiende de él. «Esta vergüenza, al invadir la relación hombre-
mujer en su totalidad, se manifestó mediante el desequilibrio del sig-
nificado originario de la unidad corpórea, es decir, del cuerpo como
"substrato" peculiar de la comunión de las personas»18. «De aquí la
necesidad de esconderse ante el "otro" con el propio cuerpo, con
aquello que determina la propia feminidad-masculinidad. Esta necesi-
dad demuestra una falta fundamental de confianza, que indica de por
sí el derrumbamiento de la relación originaria de comunión»19. Y se
esconden.
Es ésta la verdad y el ethos (por así llamarlo, añadimos) de la con-
yugalidad del hombre y de la mujer caídos (in statu naturae lapsae et
non redemptae).
B) (Segunda pregunta). ¿En qué consiste la «redención del cuer-
po»? La respuesta a esta pregunta ocupa la parte más consistente de
las catequesis. Se inicia ya en el segundo ciclo2", en el ámbito de la re-
flexión sobre la caída de la verdad originaria, y se desarrolla en el ter-
" Cat. 29,
Cat. 29, 5.
211 C f . c a t . 2 4 a 6 3 : « L A RKDKNC.IÓN DKL C O R A Z Ó N » .
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL .37
cer ciclo21 —después de la interrupción debida al atentado del 13 de
mayo de 1981— y en el cuarto ciclodedicado a la virginidad cristia-
na. El quinto ciclo23 retoma y lleva a término la respuesta con la expo-
sición del tema de la sacramentalidad del matrimonio.
En conformidad con la antropología bíblica y la Tradición ecle-
sial, el tema de la redención ya se ha introducido en la reflexión sobre
la caída de la verdad originaria, desde el momento en que sólo a la luz
del acontecimiento de la redención se descubre plenamente la reali-
dad del pecado. Este es el motivo para que de este tema de la reden-
ción se hable ya en el segundo ciclo. Y es de aquí desde donde debe
también partir nuestra reflexión.
Las palabras de Cristo que nos refiere Mt 5, 27-28 están situadas
en el contexto de la revelación que El hace de su voluntad de llevar a
cumplimiento la Ley y los Profetas. Forman parte del sermón de la
montaña, en el que Jesucristo realiza una revisión fundamental del
modo de comprender y cumplir la Ley moral de la Antigua Alianza en
orden a su pleno cumplimiento. Este cumplimiento implica dos aspec-
tos: la adhesión al entero significado contenido en el mandamiento
«no cometerás adulterio» y la realización completa de este mismo sig-
nificado mediante su correspondiente praxis de justicia. De este
modo somos conducidos directamente dentro de la ética, y del ethos.
Es el hombre el interlocutor del sermón de la montaña: el hombre to-
mado en su interioridad. La interioridad no se entiende como dimen-
sión de la persona, dualísticamente contrapuesta a su exterioridad
(espiritualidad-corporeidad). Ella connota a la persona humana en su
entera realidad físico-psíquica-espiritual, en cuanto sujeto que percibe
los valores morales cuya fuerza normativa se expresa en el deber. Y,
por tanto, aunque el interlocutor inmediato es el hombre de Galilea
contemporáneo de Jesús, Él se dirige también, de un modo indirecto
pero real, a todo hombre histórico (entendiendo este adjetivo sobre
todo en sentido teológico), lo cual nos permite establecer un contacto
con la experiencia interior de este hombre.
¿Quién es este hombre? Es ciertamente el hombre concupiscente.
Y cuál es el sentido de esta respuesta ya se ha dicho anteriormente.
C f . c a t . 6 4 a 7 2 : « L A RESLRKKCCIÓN D K LA C A R N K » .
C f . c a t . 7 3 a 8 6 : « L A VIRGINIDAD C R I S T I A N A » .
C f . c a t . 8 7 a 12.3: « E l . MATRIMONIO C R I S T I A N O » .
18.
38 H O M B R E Y MUJER LO C R E Ó
Pero ésta es sólo la primera parte de la respuesta: no es sólo a este
hombre a quien Cristo se dirige. En efecto, El no es un «maestro de la
sospecha» y no se limita a poner bajo acusación al corazón del hom-
bre, revelándole su concupiscencia. En el mismo momento en el que
le hace esta revelación de su ser-concupiscente, el Redentor lo pone
en guardia contra el «deseo», expresando de manera indirecta, pero
real, la verdad ontológica del cuerpo humano y, en consecuencia, con-
firmando su significado ético. Esta revelación indirecta, pero real, no
se le hace al hombre totalmente inmerso en la concupiscencia de la
carne, incapaz de buscar otra forma de relaciones recíprocas en el ám-
bito de la perenne atracción entre el hombre y la mujer. Es hecha a un
hombre que, viniendo «del principio», ha heredado del mismo «prin-
cipio» un patrimonio de verdad más profunda que la pecaminosidad
hereditaria.
Es la recuperación de un tema clásico conforme a la más segura
antropología patrística y teológica: el pecado no ha destruido comple-
tamente la imagen de Dios en el hombre.
£ n el hombre al que Cristo dirige su palabra, que es el hombre ca-
ído *6n la concupiscencia y el hombre ya visto a la luz de la redención,
conviven estas dos posibilidades: la de consentir la concupiscencia,
destruyendo la verdad originaria de su corporeidad-personalidad, y la
posibilidad de adherirse a la gracia originaria de la creación que le ha
sido restituida sobreabundantemente por la gracia de la redención. Es
el gran tema, teológico-antropológico-ético, desarrollado por San Pa-
blo, de la «vida según la carne - vida según el Espíritu».
Abriéndose a la vida según el Espíritu, el hombre reencuentra y
realiza el valor del cuerpo, liberado, mediante la redención, de los
vínculos de la concupiscencia. Esta realización progresiva es la virtud
de la pureza.
En el contexto de este segundo ciclo de catequesis, la pureza es
presentada —si no nos equivocamos— como la sustancia misma del
ethos de la redención. ¿Qué significa todo esto?
Hay que subrayar, en primer lugar, que la definición de pureza
elaborada en estas catequesis es mucho más rica y profunda de lo que
comúnmente se entiende, incluso en las comunidades cristianas, con
esta palabra. Tiene una dimensión de «continencia», de «templanza»,
es decir, el imperativo del dominio de sí (de la propia concupiscen-
cia). Mediante —y es la segunda y más importante dimensión de la
pureza— el señorío sobre sí mismo, la continencia de los deseos, se
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL 39
restablece en el «corazón» humano, es decir, en la subjetividad perso-
nal, la alianza con el valor del cuerpo. Se trata del valor del significa-
do esponsal del cuerpo, del valor de un signo transparente, mediante
el cual el Creador —junto con la perenne atracción recíproca del
hombre y de la mujer, a través de la masculinidad y la feminidad— ha
escrito en el corazón de ambos el don de la comunión.
Estas dos dimensiones están vinculadas entre sí en una relación,
podríamos decir, de proporción inversa. Cuanto más presente y expe-
rimentada está la dimensión de la continencia, del auto-dominio, tan-
to menos parece estar presente en la experiencia vivida de la persona
la alianza con el valor: se está como en una especie de «suspensión en
el vacío del sujeto». Pero también gradualmente el hombre tiene cada
vez más experiencia de la propia dignidad y se hace cada vez más li-
bre: es decir, capaz del don de si mismo al otro. Capaz de consentir en
la verdad originaria de su ser corpóreo-personal. El resultado es la re-
construcción del integrum humano, donde también la emotividad, la
espontaneidad ha sido puesta a salvo y el ethos se convierte en la for-
ma constitutiva del eros. En una palabra: la pureza connota aquel
modo de ser propio de la persona que realiza el significado esponsal
del cuerpo y de ese modo expresa la libertad del don.
La pureza, así entendida, no es sólo virtud moral, sino que es fru-
to del don del Espíritu. No tiene sólo una dimensión moral (es vir-
tud), sino también carismática (es don del Espíritu). Por tanto, ella es,
al mismo tiempo, signo de la «redención del cuerpo», que es don de
la gracia del Espíritu, y empeño personal por ser fieles a este don.
El tema de la «redención del cuerpo» es el tema del tercer ciclo de
las catequesis, ciclo que está completamente centrado en la «resurrec-
ción del cuerpo», como acontecimiento fundante de algunas verdades
esenciales sobre la teología del cuerpo mismo. Tenemos así como un
«tríptico»: el principio, la redención en el tiempo, el acontecimiento
escatológico final. La teología del cuerpo está representada, expresada
por las tres tablas, consideradas y vistas siempre en su conjunto, en su
recíproco referirse. A este tríptico corresponden, precisamente, tres
ciclos de catequesis.
El tercer ciclo arranca con la disputa de Jesús con los saduceos (cf.
Mt 22, 24-30; Me 12, 18-27; Le 20, 27-40): disputa en la cual Él se re-
fiere a la resurrección, revelando así una dimensión completamente nue-
va del misterio del hombre. Todas estas catequesis se proponen, preci-
samente, captar en toda su profundidad esta dimensión. La verdad del
19.
40 H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
hombre, captada a través de la verdad de su corporeidad, como nos ha
sido revelada por la resurrección de los cuerpos: éste es su tema.
Aunque es de la resurrección final del hombre de la que se habla,
sin embargo, no se debe olvidar jamás que el mismo hombre es el
creado «al principio» y el resucitado «al final», y que esta doble refe-
rencia, al principio y al final, penetra en la realidad del hombre histó-
rico, en el hombre del que cada uno de nosotros tiene experiencia.
Ésta es una reflexión metodológica sobre la que ya hemos llamado la
atención en las premisas y sobre la que el Santo Padre vuelve a menu-
do durante estas catequesis24.
La «resurrección de los cuerpos» funda ante todo una tesis antro-
pológica que ya también la razón (Aristóteles) había percibido confu-
samente: la tesis de la unidad (sustancial) de la persona humana. Más
aún, en esta perspectiva, la resurrección de los cuerpos constituye la
perfecta unificación de la persona humana, en sus dimensiones somá-
ticas, psíquicas y espirituales (de nuevo el concepto de «integrum hu-
manum» que ya hemos visto). Esta perfecta unificación implica una y
conáiste en una subordinación completa de la dimensión psíco-física
a la dimensión espiritual: es una espiritualización perfecta del cuerpo
y de la psique. Espiritualización no significa destrucción del cuerpo:
en la resurrección, el cuerpo es restituido a la persona. De forma más
sencilla y más profunda, significa reconstrucción plena de la subjetivi-
dad personal del hombre. Es la persona humana, en cuanto persona
humana, la que es re-creada, de modo que —dada la perfecta subordi-
nación de las fuerzas físicas y psíquicas al espíritu— no sucede ya
nada en el hombre que no sea acto del hombre (ésta es la distinción
central en la obra Persona y acción). El Santo Padre usa también la
expresión «otro sistema de fuerzas en el interior del hombre»25.
«La resurrección consistirá... en la perfecta realización de lo que
en el hombre es personal»26, ya que el espíritu no sólo dominará el
cuerpo, sino que lo «impregnará plenamente»27.
¿De dónde le viene al hombre y a la mujer este modo de ser, me-
jor, esta condición de ser-persona? De la donación perfecta que Dios
hace de sí mismo a los resucitados, a la cual corresponde la perfecta
Cf. cat. 68, 6 y, sobre todo, cat. 69, 2.4.
" Cat. 6 6 , 5 .
Cat. 68, 2.
" Ibíd., 1.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
concentración de la persona en el misterio trinitario (visión de Dios
cara a cara): de la completa divinización de la persona humana brota
su espiritualización perfecta. Ella es perfectamente persona.
Pero, al mismo tiempo, la concentración del conocimiento y del
amor sobre el mismo Dios en la comunión trinitaria de las Personas,
no puede encontrar una respuesta beatificante en aquellos que parti-
ciparán del otro mundo sino a través de la realización de la comunión
recíproca, proporcional a las personas creadas. Entre los dos artículos
del Credo, comunión de los santos y resurrección de la carne, existe
un vínculo orgánico. Con una definición muy bella, el Santo Padre
describe el mundo escatológico como «perfecta realización del orden
trinitario en el mundo creado de las personas». Al participar de la
misma vida trinitaria, en efecto, el hombre es él mismo, es persona en
y mediante la comunión, el don de sí.
Ya hemos dicho que se trata del hombre en su entera realidad,
cuerpo-psique-espíritu, del hombre resucitado. Por consiguiente, en el
mundo de la resurrección, existirá el hombre en su ser masculino y fe-
menino: habrá hombres y mujeres. Por otra parte, Jesús dice que no se
casarán. El matrimonio es realidad de este mundo y con él terminará.
A la luz de la verdad sobre el eschaton, sin embargo, descubrimos
finalmente la entera verdad del ser-hombre y del ser-mujer. A la luz
del «principio», la masculinidad y la feminidad eran el signo del signi-
ficado esponsal de la corporeidad-personalidad del hombre y, al mis-
mo tiempo, siempre a la luz del «principio», la interpretación de este
signo era una interpretación matrimonial-procreativa. En otras pala-
bras: el significado esponsal indicaba la vocación del hombre y de la
mujer a ser-don el uno para el otro y en esta donación a ser fuente de
vida en el matrimonio. A la luz del «final», el significado esponsal indi-
ca la vocación a la comunión, pero no ya como vocación necesaria-
mente expresada en la vida matrimonial. El significado esponsal perte-
nece, pues, a los significados inmutables que constituyen el integrum
humanum; la realización matrimonial de este significado pertenece
sólo al hombre de este mundo. Comienza ya a delinearse netamente la
«visión» de la verdad entera e inmutable de la corporeidad y, por lo
tanto, de la persona humana como tal.
La «redención del cuerpo» (de la persona humana) sucede preci-
samente cuando el hombre y la mujer son plenamente restituidos a
esta verdad plena e inmutable de su persona humana, a su humani-
dad. Esto sucede en la resurrección de los cuerpos.
20.
9
4 2 HOMBRK Y MUJER LO CREÓ
Sin embargo, como ya se había subrayado con frecuencia en el se-
gundo ciclo, la redención del cuerpo sucede ya ahora en este mundo.
El substrato profundo de la reflexión sobre la pureza era precisamente
el acontecimiento de la redención en cuanto acontecimiento que suce-
de en la circunstancia histórica de este mundo. El hombre y la mujer
de «corazón puro» son el hombre y la mujer redimidos en su cuerpo,
en su persona, por el don del Espíritu; restituidos, por tanto, a su ca-
pacidad de don. Pero la reflexión hecha en el tercer ciclo de las cate-
quesis lleva a una profundización esencial, ya que las palabras de
Cristo a los saduceos poseen un significado-clave para la teología del
cuerpo. Y este desarrollo esencial consiste, como ya he dicho, si no
me equivoco, en la individuación de la entera verdad del significado
esponsal del cuerpo en estado puro, si así puedo expresarme. Mien-
tras el discurso sobre la pureza en el ciclo anterior no dejaba de haber
sido hecho en el contexto de la relación (matrimonial) hombre-mujer,
ahora, en cambio, la reflexión ética ha alcanzado la raíz: es el ethos del
honybre redimido, pura y simplemente. Pero procedamos con orden.
Xa «redención del cuerpo», que alcanzará su plenitud al final de
los tiempos, sucede ya ahora. El signo más inequívoco es la existencia
del carisma de la virginidad por el Reino. Y la virginidad, en efecto,
no es la negación del significado esponsal del cuerpo humano (contra
toda desvalorización del matrimonio en presunto beneficio de la virgi-
nidad). La virginidad es verdadera realización del significado espon-
sal: es su realización por el Reino. De este modo, por una parte, ella
demuestra la «verdad pura» de dicho significado, en cuanto que hace
ver que éste no se identifica pura y simplemente con la realización
matrimonial. Por otra, y en consecuencia, quien es virgen demuestra
que el hombre ha sido colocado en la plena libertad del don, en el
sentido de que ésta no tiene ya una desembocadura por así decir obli-
gada, o sea, el matrimonio, sino que es simplemente libertad de don.
En este sentido, la virginidad es «por» el Reino: coloca ya al hombre
y a la mujer en la perspectiva de la redención definitiva del cuerpo y
realmente, aunque no plenamente, la anticipa. La nueva situación an-
tropológica funda una reflexión ética más profunda. Ésta indica que
es necesario escuchar atentamente no sólo las palabras en las que
Cristo se refiere al principio (cf. Mt 19, 4) o al corazón como lugar in-
terior y a la vez histórico (cf. Mt 5, 28) del encuentro con la concupis-
cencia de la carne, sino que debemos escuchar atentamente también
las palabras mediante las que Cristo se ha remitido a la resurrección,
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL 43
con el fin de injertar en el mismo inquieto corazón del hombre las pri-
meras semillas de la respuesta a la pregunta acerca del significado de
ser carne en la perspectiva del otro mundo.
La luz de la redención escatológica debe también hacernos reto-
mar la lectura del «principio» en orden a una más profunda teología
del matrimonio. Esto ha sido hecho en el capítulo quinto de la Carta a
los Efesios. Y así el quinto ciclo de las catequesis será una meditación
sobre esta página neotestamentaria. En ella encontraremos de nuevo
los mismos temas, pero «retomándolos» a la luz de los «últimos tiem-
pos», ya cumplidos en la muerte y resurrección de Cristo; por tanto,
esta página constituye el «coronamiento» de toda la catequesis prece-
dente. Es, pues, un ciclo de una cierta complejidad por las conexio-
nes continuamente establecidas con los tres ciclos precedentes.
En el centro de la meditación del autor de la Carta a los Efesios
está el eterno plan salvífico de Dios que se realiza en Cristo. Este plan
se presenta siguiendo dos direcciones fundamentales: el misterio de
Cristo, que, en cuanto expresión del proyecto de Dios, se realiza en la
Iglesia, y la vocación del hombre a entrar en este misterio y a partici-
par en él. El matrimonio es uno de los modos en que se expresa y se
realiza esta participación. Es éste, si no me equivoco, el tema central
de este ciclo. Los desarrollos fundamentales de este tema me parecen
los siguientes.
Decir «participación» significa que la relación de analogía estable-
cida en esta página neo-testamentaria entre el matrimonio y el amor
con el que Dios ha amado al hombre en el don que Cristo hace de sí
en la cruz no es sólo motivo de exhortación moral. Esta analogía tiene
un valor ontológico: ese amor está realmente presente en el amor nup-
cial de los bautizados. De manera que el amor nupcial es un signo que
hace visible el misterio eterno de Dios.
El amor de Dios en Cristo es un amor redentor. Por la participa-
ción en él, el amor nupcial es redimido. El sacramento del matrimo-
nio, tal y como es presentado en la Carta a los Efesios, establece una
profunda relación entre «esponsalidad» y «redención» o, con mayor
precisión, entre el significado esponsal del cuerpo y su significado re-
dentor. El amor de Cristo en la cruz es amor que redime y al mismo
tiempo es amor esponsal; el amor conyugal es amor que redime justo
en cuanto amor conyugal. Esta relación, a la luz de todas las cateque-
sis anteriores, resulta ya clara. La redención del cuerpo (y ya sabemos
en qué consiste) es realizada precisamente por y en el amor conyugal.
21.
t
45 H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
En éste, en efecto, la corporeidad de los cónyuges se hace signo real
del don recíproco de las personas, venciendo la concupiscencia del
corazón. Y esto —la redención del cuerpo— es debido al poder salví-
fico de Dios. Como sacramento nacido del misterio de la redención y,
en cierto sentido, nacido nuevamente del amor nupcial de Cristo y de
la Iglesia, el matrimonio es una experiencia eficaz del poder salvífico
de Dios que realiza su eterno plan, incluso después del pecado y a pe-
sar de triple concupiscencia escondida en el corazón de cada ser hu-
mano, hombre y mujer.
En este contexto, la referencia al «principio» resulta lógica. Refe-
rencia que se hace desarrollando un doble orden de reflexiones. Por
una parte, la redención, que es amor nupcial de Cristo hacia la Iglesia,
del que participa el amor nupcial de los bautizados, restituye el hom-
bre y la mujer a su verdad originaria: a la verdad de su ser en un cuer-
po masculino-femenino. La redención es una nueva creación del hom-
bre, en la integridad de su realidad espiritual-corpórea. Por otra, todo
esto es claro si se tiene presente no sólo la identidad del misterio es-
condijído en Dios desde la eternidad, sino también la continuidad de
reali^ción que existe entre el sacramento primordial unido al don so-
brenatural hecho al hombre en la creación misma y el nuevo don que
le ha sido hecho en el momento en el que «Cristo ha amado a la Igle-
sia y se ha entregado a sí mismo por ella, para santificarla». En otras
palabras: el hombre es creado en Cristo y en vista de Cristo y, por
tanto, ya el matrimonio «al principio» estaba en su gracia. En este sen-
tido se puede hablar ya de un «sacramento primordial» en el matri-
monio.
«... La conexión del significado esponsal del cuerpo con su signifi-
cado "redentor" es igualmente esencial y válido para la hermenéutica
del hombre en general: para el fundamental problema de su compren-
sión y de la "auto-comprensión" de su ser en el mundo. Es obvio que
110 podemos excluir de este problema el interrogante sobre el sentido
de "ser cuerpo", sobre el sentido de ser, en cuanto cuerpo, hombre y
mujer... Y si el "gran misterio" de la unión de Cristo con la Iglesia nos
obliga a vincular el significado esponsal del cuerpo con su significado
redentor, en esa conexión encuentran los cónyuges la respuesta al inte-
rrogante sobre el sentido de «ser cuerpo», y no sólo ellos...»28.
Caí. 103, 5.
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL
.37
A mí me parece que este pasaje es la síntesis de todo. Es la «pa-
sión» pastoral de Juan Pablo II por decir al hombre toda la verdad so-
bre el hombre la que ha generado estas catequesis: para que la huma-
nidad de todo hombre sea reconocida en su incomparable dignidad
de criatura de Dios redimida en Cristo. Para que el hombre de hoy
pueda todavía quedarse asombrado cuando contempla el eterno plan
del Padre respecto a él.
La respuesta al interrogante sobre el hombre en las catequesis está
construida a través de la reflexión sobre la corporeidad; es, en efecto,
en y mediante la corporeidad como la persona humana se hace visi-
ble, de la misma manera que Dios se ha hecho visible en la carne del
Verbo.
La corporeidad es masculinidad-feminidad y se revela como por-
tadora de un «significado esponsal» que no está solamente inscrito en
la corporeidad como tal, sino en la persona humana. De ella es signifi-
cado permanente e inmutable. Término del acto creador, que es acto
de pura donación, el ser-hombre/mujer es ser-don.
Pero este significado está estrechamente vinculado con la reden-
ción: nacido del acto creador, re-nace del acto redentor de Cristo que
desposa a la Iglesia en la cruz. En este referirse del hombre, del hom-
bre en su ser cuerpo, al acto creador y al acto redentor, está toda la
verdad del hombre.
El hombre vive ya en el tiempo esta verdad de su ser en el cuerpo,
de su ser simplemente hombre. Sin embargo, la verdad se revelará
cumplidamente al final de los tiempos, cuando ese significado espon-
sal del cuerpo en la resurrección de la vida futura corresponderá de
modo perfecto tanto al hecho de que el hombre, como varón-mujer, es
persona creada a imagen y semejanza de Dios, como al hecho de que
esta imagen se realiza en la comunión de las personas.
Sobre esta base, sobre la base de una antropología adecuada, se
afronta en el último ciclo de la catequesis el difícil y siempre urgente
tema de la procreación responsable. En efecto, una catequesis sobre el
amor humano que no se hubiera adentrado profundamente en la rela-
ción entre éste y el don de la vida habría tenido lagunas sustanciales.
Una reflexión sobre el amor conyugal, más exactamente, sobre el acto
del amor conyugal, muestra que lleva inscrito en sí un doble significa-
do, el unitivo y el procreativo, y que entre estos dos significados exis-
te un vínculo inseparable. También sobre este punto específico, la ca-
22.
46 H O M B R K Y MUJER LO CREÓ
tequesis de Juan Pablo II quiere decir la verdad sobre el hombre, la
verdad entera: en este caso, la verdad entera sobre el acto conyugal.
He dicho que se trata de un problema urgente. En y para la Igle-
sia, en primer lugar. ¿Qué sería de una Iglesia en la que ya no se de-
fendieran más los derechos de Dios de ser reconocido como Dios?
¿De una Iglesia que se contentara con confesar de palabra a Dios Pa-
dre-creador —como hace en el primer artículo del Símbolo de su fe—
y, después, en la realidad olvidara lo que ha confesado? La respuesta
sería trágicamente simple: sería una Iglesia que traiciona su misión.
En efecto, como Cristo ha venido para revelarnos el rostro del Padre,
así la Iglesia, por Él querida y fundada, no tiene otra razón de ser.
Porque hay que tener en cuenta que lo verdaderamente «puesto en
cuestión» es esto. Dios es nuestro creador, Dios es nuestro Padre y la
capacidad de suscitar nuevas vidas humanas, inscrita en la sexualidad
humana, es la capacidad de co-operar con su amor creador. El acto
conyugal potencialmente fértil es el templo santo en el que Dios pue-
de cumplir el acto que le pertenece en propiedad: el de crear una nue-
va persona humana. En esta perspectiva, toda justificación de la con-
traceppión descubre sus últimas raíces: es la justificación —la absurda
tentativa de justificación— de un mundo del que Dios esté ausente.
Efectivamente, si se niega o simplemente se olvida la profunda verdad
del acto conyugal en su simultáneo ser acto de amor interpersonal y
de co-operación con Dios creador, la venida a la existencia de la per-
sona humana o bien debe achacarse a una casualidad o bien a una cie-
ga necesidad o simplemente considerarla mera obra del hombre. En el
primer y segundo caso, nuestra existencia sería un absurdo, por estar
su origen carente de sentido. En el tercero, como algunos pensadores
ateos han visto (Marx, por ejemplo), el hombre y sólo el hombre sería
creador de sí mismo. Desconcierta, como mínimo, la ligereza de teólo-
gos que, justificando la contracepción, en realidad introducen el sin
sentido en la cultura humana. Se da, como se ve, un vínculo indisolu-
ble entre la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre. La des-
trucción de la primera implica la destrucción de la segunda.
Comprendemos de este modo la urgente necesidad que tiene el
mundo de que se le digan las cosas que se le dicen en estas catequesis.
No olvidaré jamás lo que sentí la mañana del 25 de marzo de 1984,
durante el Jubileo de las familias. En la plaza más bella del mundo,
que «tanta nei secli accolse anima umana», en medio de un impresio-
nante silencio, resonó la voz del Santo Padre que hablaba de un «de-
I N T R O D U C C I Ó N GENERAL .37
safio a Dios creador», que se eleva desde la civilización contemporá-
nea. La dignificación de la contracepción, de la esterilización y del
aborto, a la que asistimos en estos años, era valientemente desenmas-
carada. No se trataba de libertad, ni de cultura del hombre, ni de ejer-
cicio responsable de la propia sexualidad, sino de escuchar la antigua
voz: «seréis como dioses». Y las consecuencias de esta escucha están
ante los ojos de todos y no es necesario ni siquiera mencionarlas.
Cuando los Profetas desenmascaraban la mentira de su pueblo lla-
mando simplemente a las cosas por su nombre, eran llamados enemi-
gos de su pueblo, se buscaba censurar su voz contraponiendo la voz
de otros presuntos profetas que acariciasen los oídos. Sucede y segui-
rá sucediendo: pero es Dios y por lo tanto el hombre lo que está en
cuestión. Y éste, a fin de cuentas, es el verdadero tema de todas las ca-
tequesis.
Tenemos, pues, en las últimas catequesis la relectura hecha por un
Papa de un documento emanado de un predecesor suyo. Como es sa-
bido —incluso desde la más simple metodología teológica— se trata,
además, de una interpretación auténtica de la encíclica Humanae vi-
tae. De ahora en adelante el estudioso de esta encíclica ya no podrá
prescindir de esta interpretación. Y se trata de una interpretación
que, evidentemente, no se contenta con repetir o resumir. Es una pro-
fundización teológica y antropológica del documento de Pablo VI,
con el fin de mostrar cada vez con mayor claridad las razones por las
que la norma enseñada es verdadera y practicable por todos.
3 . CONCLUSIÓN
Algunas observaciones generales conclusivas. Ante todo, reflexio-
nando sobre estas catequesis se descubre una vez más como éstas, en
conformidad con la gran tradición catequética eclesial (Ambrosio,
Agustín, Juan Crisóstomo...), son antiguas y nuevas al mismo tiempo.
Antiguas, ya que en ellas encontramos todos los grandes temas de la
antropología y de la ética teológica; también aquellos que necios luga-
res comunes habían censurado incluso en la comunidad cristiana
(piénsese, por ejemplo, en el tema de la concupiscencia). Nuevas, por-
que estos temas son retomados de modo que respondan al hombre de
hoy. Era lo que maravillaba siempre a Newman: la Iglesia cambia para
permanecer idéntica.
23.
23
HOMBRE Y MUJER LO CREÓ
En segundo lugar, estas catequesis obligan a una profunda refle-
xión metodológica y de contenido, ya sea en el ámbito del pensamien-
to teológico, ya sea en el ámbito de la catequesis. Para la reconstruc-
ción de una «antropología adecuada», ya que «lo específico cristiano
(das Christliche) o es antropológicamente significativo o no es nada»
(H.U. von Balthasar): «por nosotros los hombres y por nuestra salva-
ción bajó del cielo».
Una tarea cada vez más urgente a causa de un pensamiento teoló-
gico que va perdiendo cada vez más su identidad, en un desierto cada
vez más árido a causa del subjetivismo antropocéntrico.
Cario CAFFARRA
Arzobispo de Ferrara-Comacchio
24.
INTRODUCCIÓN AL PRIMER CICLO
Siempre, pero especialmente en el caso de Juan Pablo II, conviene
fijar el contexto y la estructura de un libro, antes de analizar sus enun-
ciados.
En nuestro caso el contexto viene dado en primer lugar por el pen-
samiento de K. Wojtyla, caracterizado por un personalismo fenomeno-
lógico de corte realista que busca integrar las perspectivas teológicas
y filosóficas, la filosofía del ser y la de la conciencia. Este pensamiento
se concreta en el plano teológico en un cristocentrismo especial cuya
clave es el concepto de Redención entendida como nueva creación y
en el plano filosófico por la utilización de la antropología y los con-
ceptos de sus libros Amor y Responsabilidad, Persona y Acción y los
artículos que los desarrollan.
No menos importante como contexto es el Magisterio anterior, es-
pecialmente los nn. 22 y 24 de la Const. Gaudium et Spes (GS) y la
encíclica Humanae Vitae (HV) de Pablo VI. Si GS 22, entendida de
un modo redentivo, estructura el pensar teológico y GS 24 la aporta-
ción del plano personalista, la HV estructura no sólo el pensamiento,
sino incluso la estructura interna de esta gran catequesis.
Efectivamente, Juan Pablo II desarrolla en la primera parte de esta
catequesis —ciclos 1 a 4— una amplia teología del cuerpo en la que
enmarcar una teología del matrimonio —ciclo 5— que sirva como
base a la parte final —ciclo 6—, que es un comentario a la HV. En este
sentido, «aquella parte que en la disposición general está colocada al
final, se encuentra a la vez al inicio de este conjunto», nos dice el mis-
mo pontífice (cat. 129, 4).
Por eso, al sentido intrínseco de los análisis que en cada ciclo se
realizan, hay que añadirle, si se quiere entender con profundidad, el
sentido que cada concepto tiene en cuanto base para la comprensión
de la HV. De este modo no ocurrirá lo que el Papa lamenta en la cita-
da catequesis, que el sexto ciclo pueda llegar a parecer un añadido
ajeno a la estructura interna.
25.
53
HOMBRE Y MUJER LO CREÓ
A este respecto conviene señalar que este primer ciclo está entera-
mente orientado a la definición de dos significados del cuerpo, el es-
ponsal y el generador, que constituyen una primera base antropoló-
gica desde donde entender la inseparable conexión que existe entre
el significado unitivo y procreador del acto sexual, tal como exige
HVW.
Un tercer contexto es, finalmente, necesario, para entender las ca-
tequesis: el ámbito de la existencia, o lo que es lo mismo, la experien-
cia esencialmente humana. Desde este punto de vista, es importante
contrastar las enseñanzas de la catequesis con la propia experiencia.
Ambas se ven así considerablemente enriquecidas.
Podemos pasar ahora a analizar el contenido y valor propio de
este primer ciclo, que considero estructurado en 4 secciones: intro-
ducción (cat. 1-4); soledad (5-7), unidad (8-10), desnudez originarias
(11-12); significado esponsal del cuerpo a la luz de la hermenéutica
del don (13-19); significado generador (20-23).
La introducción establece las bases de la antropología teológica a
desarrollar durante la catequesis. Se parte de la respuesta sobre el ma-
trimonio que Cristo dio a los fariseos (cf. Mt 19, 3ss.), en la que no se
contenta con una explicación basada en la Ley, sino que reenvía por
dos veces al «principio».
Ante este hecho el Papa se plantea dos preguntas. La primera, qué
significa «principio», recibe una respuesta que permita comenzar el
análisis. «Principio» es aquello de lo que habla el libro del Génesis
y en concreto Gn 1,27 y Gn 2,24, que Cristo cita en su respuesta, y
sus contextos, o sea los dos relatos de la creación —incluida la caída—
y, debido al ámbito matrimonial del estudio, Gn 4,1. En resumen, Gn
1,1-4,1.
Para contestar a la segunda pregunta, por qué Cristo se refiere al
«principio» en esta circunstancia concreta, hace falta un análisis más
detallado. Análisis que, por el momento, debe realizarse partiendo ex-
clusivamente del texto.
El análisis del primer relato (Gn 1,1-2,4), llamado elohista, de ca-
rácter objetivo, nos hace comprender que el hombre no puede ser des-
crito con las solas categorías cosmológicas. La definición del hombre
debe ser teológica, ya que él es la única criatura creada a imagen de
Dios. Esta descripción no olvida, sino que integra, una potente carga
metafísica que a su vez incluye la reflexión realista sobre el ser in fieri,
el bien y el valor.
EL PRINCIPIO
101
La reflexión sobre el relato yahvista (Gn, 2,5-2,25) que incluye la
caída (Gn 3-4,1), nos sitúa ante el nacimiento de la autocomprensión
y de la conciencia, y así integra el análisis de la subjetividad, propio
de la antropología contemporánea. El Papa afirma la correspondencia
entre lo objetivo y el plano del sujeto, pero desarrolla fundamental-
mente este último, y, por tanto, los análisis posteriores se basarán so-
bre todo en el relato yahvista.
Este nos presenta dos estados teológicos: el de inocencia origina-
ria y el de pecaminosidad humana, y también la línea de separación
entre ambos: el árbol de la ciencia, símbolo del conocimiento del bien
y del mal. Cristo, al referirse por dos veces al principio para explicar
la actual realidad humana, ordena a sus oyentes atravesar esa línea y
establece al mismo tiempo un vínculo y una continuidad esencial en-
tre el momento histórico y el originario.
La continuidad esencial se basa en que la imagen de Dios en el
hombre permanece.
El vínculo consiste en una referencia. Dado que las leyes del co-
nocer responden a las del ser y que no puede entenderse el estado de
pecaminosidad «histórica» sin recurrir al de inocencia originaria, esto
se explica porque realmente nuestro ser teológico tiene estas dos di-
mensiones: una, histórica, de pecaminosidad y otra, perdida, de ino-
cencia. La dimensión histórica hunde sus raíces en la originaria y
puede definirse como un estado de gracia perdida que no puede ser
plenamente entendido sino a través de su referencia a la gracia de la
inocencia originaria.
El hombre del principio, sin embargo, ha perdido la posibilidad
de recuperar esa inocencia, para la que ha quedado cerrado tras el pe-
cado. Por eso recibe mediante las palabras de Gn 3,15 la promesa de
la Redención. El hombre histórico participa también de esta perspec-
tiva y vive abierto al misterio de la Redención, misterio que es, en la
historia, el que asegura el vínculo y la continuidad. Queda así contes-
tada la segunda pregunta.
Esto significa metodológicamente que a partir de este momento
—una vez fijada la convergencia entre la experiencia histórica y la re-
velación sobre los orígenes mediante las nociones de vínculo y conti-
nuidad— el análisis partirá al mismo tiempo de dos fuentes: texto bí-
blico y experiencia personal. Ambos nos sitúan en la perspectiva del
que gime esperando la Redención. Lo experiencial, y por tanto lo que