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EL ANTISEMITISMO ACTUAL


              Por Benjamín de Roncesvalles

  NOTA OBLIGADA

En este libro, salido de la pluma de un escritor holandés residente en España, no se hace ninguna acusación
contra un pueblo en particular. Como el lector comprobará, en sus páginas se alaba a los judíos de buena voluntad
Spinoza, rabino Goldstein, etc. a la vez que se denuncia a los elementos ultrajudíos que, a lo largo de los siglos,
llevaron a su propio pueblo a la catástrofe, o bien al avasallamiento financiero o militar de otras naciones.
La opresión que sufre el pueblo palestino es el mejor ejemplo de esclavitud bíblica de nuestros días.
El sionismo ha sido condenado como movimiento racista por la Organización de Naciones Unidas. Por eso una
significativa parte del pueblo israelí (la más noble, sin duda), frente a la vesanía de muchos de sus dirigentes
políticos, desea conceder la independencia a los sufridos palestinos.

Por BENJAMÍN RONCESVALLES
Una vez más otra, el antisemitismo está de moda. Pocos saben, sin embargo, que tal "antisemitismo" no es
más que un arma hábilmente esgrimida por el judaísmo mundial con el objeto de desinformar y reeducar la
opinión pública mundial.

  ¿Por qué existe un "antisemitismo" y no existe algo semejante denominado "antiesquimalismo" o
"antiarabismo"? ¿Se fundamenta el antisemitismo en la maldad y tontería de todos los pueblos que han
convivido con los judíos o en el pueblo "elegido" en sí?. El antisemitismo, palabra insulto utilizada por los
profesionales del antirracismo, tiene sin embargo raíces políticas, económicas, históricas, sociales y religiosas.
A nadie puede escapar el hecho, por lo demás revelador, de que la alta finanza internacional está en manos de
judíos (Rotschilds, Rockefellers, Wartburgs, Schiffs, etc), así como el marxismo (Marx (Kissel Mordekay), hijo de
un banquero judío; Zinoniev (Apfelbaum); Andropov (Lieberman); Kamenev (Rosenfeld); Trotsky (Bronstein);
Kruschev (Pearlmutter), etc), la gran prensa mundial, medios de comunicación en general y la Meca del cine,
Hollywood.

   Este pequeño libro ha de servir de iniciación sobre tan importante tema, del que apenas se encuentra
información seria en ningún lugar. Ahora que el arma propagandística denominada "antisemitismo" vuelve a ser
esgrimida a nivel mundial para justificar leyes antieuropeas en nuestros propios países o el comportamiento
despótico de los judíos en Israel y otros países del mundo hay que coger al toro por los cuernos y leer de una
vez por todas la versión que sobre el antisemitismo tienen los "antisemitas" (!?), rompiendo de una vez por
todas el monopolio informativo que sobre el "antisemitismo" nos ofrecen los judíos.

Primera edición: 1967 Segunda edición: Junio 1990
Depósito Legal: M109411967

Se permite la reproducción total o parcial de la obra, siempre que se cite la procedencia.
EL ANTISEMITISMO ACTUAL

                                                    Supuesto previo

                                  TESIS DEL ANTISEMITISMO DE NUESTROS DIAS:

1.   El judío vive en conflicto con las demás comunidades y consigo mismo.
2.   El judaísmo desarrolla el imperialismo más oneroso, el del dinero.
3.   Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son amigos de los cristianos.
4.   El judaísmo provocó la segunda guerra mundial y mitificó sus víctimas para construir Israel.
5.   Los judíos difaman a Alemania, pero viven a expensas de ella.


     FIN DEL ANTISEMITISMO


       No resulta fácil perfilar el «antisemitismo», cuando su propio objeto, el elemento judío, nunca ha podido ser
     definido unívocamente. De todos modos hemos de señalar que antisemitas, en el sentido propio de la palabra,
     nunca los ha habido. Dado que en la actualidad los mayores enemigos de Israel son los árabes, si
     considerásemos acertado el término de «antisemitismo», vamos al absurdo de que los antisemitas son semitas.
     Sería, pues, más conveniente hablar de «antijudaísmo» o «antisionismo». No obstante, recogeremos la de
     «antisemitismo» por el uso generalizado que de ella se hace.

        ¿Cómo hemos de considerar el vínculo que, une a los judíos? ¿Es de tipo racial, o más bien religioso? Los
     judíos discuten sobre esto, y naturalmente los antisemitas no podrán decidir por sí mismos la disputa. Parece
     más razonable estimar que los judíos, más que confesión religiosa, representan un pueblo, con unos rasgos
     físicos y espirituales muy acusados.
Dos Investigadores israelíes, el doctor Leo Sachs, del Instituto Weizmann, y el doctor M. Bat-Miriam, del
Instituto Israelí de Investigaciones Biológicas, llegaron, hace tres años, a la conclusión de que los judíos del
mundo entero pertenecen a una vieja raza mediterránea con factores genéticos comunes. Este resultado lo
obtuvieron tras estudiar las huellas digitales de 4.000 judíos procedentes de Irak, Polonia, Alemania, Egipto,
Marruecos, Yemen y Turquía, que viven actualmente en Israel. Con los 40.000 rasgos característicos, y
basándose en las líneas de los nudos, remolinos y curvas, formaron unas series de valores numéricos.

 Tras compararlas con huellas de no judíos llegaron a la conclusión de que los judíos mostraban unos rasgos
inconfundibles. Las huellas dactilares, escogidas por ambos investigadores, por no estar subordinadas a los
llamados factores selectivos, distinguen perfectamente a los judíos de aquellos que no lo son y con los cuales
han convivido durante siglos.

  El doctor Sachs, que actualmente estudia los grupos sanguíneos de los judíos, distingue en éstos tres
grandes grupos migratorios. El primero, que tuvo lugar durante la cautividad de Babilonia, hacia el año 580
antes de Jesucristo, ha dejado un pequeño núcleo en el Irak. El segundo, que siguió a la expansión griega con
Alejandro hacia el año 330 a. de J, C., llevó a los judíos a Egipto, Siria, los Balcanes y Crimea. La tercera
oleada, tras la destrucción del Templo por los romanos el año 70, les llevó a España, Alemania, Italia y Francia.
Los judíos que huyeron a España (sefardíes)y Alemania (askenazis) emigrarían también posteriormente hacia
Polonia, Inglaterra, Rusia, América, etc.

   Sin, adentrarnos en la polémica entre judaístas y sionistas, hemos de observar, no obstante, que, si bien lo
religioso y lo racial está muy entremezclado en la Comunidad hebrea, parece que predomina el último aspecto.
Por ello, uno de los presidentes de la Orden Bnai B'rith, Leon Stuart Levi, afirmaba:

  “¿Quién puede atreverse, pues, a afirmar que los judíos no son una raza? La sangre es la base y el
símbolo de la idea de raza, y ningún pueblo del mundo puede reclamar con tanto derecho la pureza y
uniformidad de su sangre como el judío”.
Este predominio de lo biológico: explica la creación del Estado dé Israel en pleno siglo XX. Basándose en los
abuelos y bisabuelos vivieron en esas tierras hace dos mil años, los judíos han logrado reinstalarse en ellas, y
no son pocos los árabes y antisemitas que prevén que tratarán de recuperar toda la Palestina apoyándose en
las mismas razones.

  No ha sido fácil para elaborar este trabajo sobre el antisemitismo recoger material documental. En la
actualidad no sólo no hay ningún Gobierno que fomente tales tendencias, sino que muchos las persiguen. En
Alemania, si bien se permite a los ciudadanos hablar libremente del Gobierno, de la Bundeswehr, de la Iglesia,
etc., unas simples palabras despectivas acerca de los judíos le pueden costar al autor bastantes meses de
cárcel.

   Publicaciones periódicas de carácter antisemita no hay aunque traten de este tema (ciertamente en forma
muy elemental) los escritos esporádicos de los movimientos neonazis de Inglaterra y Estados Unidos. Para
combatir estos focos, en enero del año actual, las organizaciones judías británicas pidieron al ministro del
Interior que acelerara las medidas restrictivas de cualquier difusión de ideas antisemitas. Nos hemos ceñido, por
tanto, al estudio sintético de algunas obras editadas en Sudamérica, al reflejo de varios libros de autores
hebreos y a la lectura de la prensa diaria.


   Ciertamente sólo hemos recogido los aspectos negativos del judío, tal como los exponen sus detractores,
dado que en otra parte de este mismo volumen se dan a conocer los factores positivos. Si tratásemos de estos
últimos, no quedaría debidamente reflejado el fenómeno antisemita. Por ello, nos abstenemos de este propósito
y nos limitamos a exponer la visión parcial antisemita.
TESIS DEL ANTISEMITISMO DE NUESTROS DIAS


1.     El judío vive en conflicto con las demás comunidades y consigo mismo.

        El antisemitismo es tan viejo como el propio judío. Un destacado escritor hebreo, Bernard Lazare, ha afirmado
     que el origen del antisemitismo está en el mismo judío. En todo caso, surge el gran interrogante, ¿por qué han
     sido maltratados los judíos por los egipcios, griegos, romanos, persas, españoles, árabes, rusos, turcos,
     alemanes, etc.? Lazare resume sus estudios al respecto en unas pocas palabras: el judío es insociable, y,
     además, le resulta simpático todo lo que tiende a disolver las sociedades tradicionales.

        Esta puede ser una explicación para el histórico problema. Recordemos que los antisemitas siempre han
     afirmado que su actitud no respondía a un afán de persecución u odio hacia los judíos, sino más bien a un
     sentimiento de autodefensa.

       A este propósito, ha escrito Rénán:

       “La antipatía contra los judíos era, en el mundo antiguo, un sentimiento tan general, que no había
     ninguna necesidad de estimularlo. Aquella antipatía señala uno de los focos de separación que quizá no
     se rellenen nunca en la especie humana... Tiene que existir algún motivo para que ese pobre Israel haya
     pasado por tan dolorosos trances. Cuando todas las naciones y todos los siglos os han perseguido, es
     preciso que exista, algún motivo para ello.”

       En otro pasaje refiere el mismo autor acerca del judío:

       «Quería las ventajas de las naciones, sin ser una nación, sin participar en las obligaciones de las
     naciones. Ningún pueblo ha podido tolerar eso...
, no es justo reclamar los derechos de miembro de la familia en una casa que no se ha ayudado a
edificar, como hacen esos pájaros que se instalan en un nido que no es el suyo, o como esos
crustáceos que toman el caparazón de otra especie.»


  Sólo así podría explicarse el sentimiento despectivo con el que nos hablan de los judíos numerosos
pensadores (Séneca, Tácito, Lutero, Voltaire, Goethe, etc.), cuando podrían contarse con los dedos de la mano
los testimonios favorables a la idiosincrasia hebrea.

  Durante tres mil años se han hecho infinidad de intentos para resolver el problema judío: segregación,
Conversión, expulsión, asimilación, “progroms”, etc., y apenas se resolvió nada.

   Roudinesco, Lazare, Steed y otros insisten en que el aislamiento del judío ha sido fomentado además por el
triunfo de sus rabinos. Al lograr éstos que sus fieles se ciñesen al Talmud abandonando en parte la Torah, les
encerraron en estrechas prácticas rituales y en el fariseísmo, anulándoles la fraternidad con los otros pueblos.

   Al exacerbar su exclusivismo religioso, el judío se aísla de los demás y quiere vivir aparte. De aquí se deriva
el que jamás haya tratado de hacer proselitismo. Indica Fejtö en «Dios y su pueblo» (París, 1960) que al judío le
resulta inadmisible compartir a Dios con otros, y de su fe en la propia predestinación ha derivado el desprecio
hacia los demás pueblos, que, a su vez, y por este motivo, le han despreciado a él.

   Resulta, por ello, curioso cómo un autor judío, Leon Uris, en su obra «Exodo» pone las siguientes palabras en
labios del personaje David Ben Ami: «Fíjate en los descendientes de los judíos españoles, Durante la
Inquisición simulaban convertirse al catolicismo y rezaban las oraciones latinas en voz alta, pero al final de cada
frase susurraban por lo bajo una oración hebrea» No percibe el novelista que precisamente esa mentalidad
aumentó a la judería sus tribulaciones, ya que para los otros pueblos en general lo noble ha sido siempre lo
contrario, tal como atestiguan los millares de mártires cristianos que en épocas de persecuciones prefirieron
perder la vida a negar su fe.
Las costumbres judías tampoco han sido muy propicias para fomentar la comprensión por otros pueblos.
Juvenal nos refiere cómo en el sábado el judío no es capaz de mover un dedo, ni siquiera por humanidad.
Durante las veinticuatro horas del sábado no se podía realizar el menor trabajo, ni siquiera hacer un nudo, coser
dos puntadas, escribir dos letras ó andar más de dos mil pasos. Los rabinos llegaron incluso a discutir si era
lícito comer un huevo puesto en sábado, pues evidentemente la gallina había trabajado en día prohibido.

  Alberto Vidal en su libro “Tras las huellas de San Pablo”, (Madrid, 1963), recoge algunas de las prohibiciones
del Talmud (Trat. Shabbath):

  “¿Qué pesos puede uno transportar el sábado sin violar el reposo prescrito? Respondían (los
rabinos): No es licito transportar ni un higo seco; la mujer no puede salir de casa llevando cintas, ni
collares, ni pendientes nasales, ni ramos de flores, ni pomos de perfume, ni cajitas de mirra, ni algodón
en el oído o en las sandalias, ni un niño en brazos. El sastre no puede salir con la aguja ni el escriba con
su pluma.

  Pero se permitía salir con un diente postizo, y un cojo podía salir con su pata de palo, aunque
algunos, como Rabbi José, lo prohibían”.

  Aun hoy en día, el judío no gasta un céntimo en sábado. Los más severos ni siquiera fuman, pues en la Biblia
se dice que no encenderán fuego. El judío ortodoxo—refería recientemente la conocida revista «Der Spiegel »—
se niega incluso a avisar en sábado a una ambulancia o a los bomberos.

  El nuevo Estado de Israel señalan los antisemitas es la mejor prueba del exclusivismo de sus fundadores.
Conocida es la resonancia mundial que tuvieron las leyes raciales de Nuremberg, durante el III Reich, y con
arreglo a las cuales se prohibía el matrimonio de germanos con judíos.

  Pues bien, las víctimas de entonces, siguiendo los preceptos del Talmud, han establecido en el nuevo Israel
una ley que prohibe terminantemente los matrimonios mixtos, es decir, con no judíos.
Los hebreos que huyeron a Palestina de Europa y de las persecuciones del III Reich, tampoco demostraron
tener hacia los árabes la clemencia que para sí mismos habían reclamado. El acuchillamiento de toda la
población árabe de Deir Yassin en abril de 1948, el asesinato del Conde Bernadotte, las matanzas de Nasirud-
din, Wadi Araba, Qibiah, Deir Ayub, etc., y la expulsión de casi un millón de árabes de sus tierras, han motivado
que un notable historiador, Arnold Toynbee, tras recordar que «lo más trágico en la vida humana es el que los
hombres que han sufrido hagan sufrir a otros», haya comentado este hecho del siguiente modo:

   «Las iniquidades cometidas por los sionistas judíos contra los árabes palestinos pueden compararse
a los crímenes contra los judíos por los nazis.»

  Corroboran el juicio de Toynbee las palabras que un destacado político israelí, Menahim Beigim, líder del
partido Herut, expresó ante una conferencia de veteranos de guerra:

  «Vosotros los israelitas no debéis ser sensibles matando a vuestros enemigos ni debéis sentir piedad
de ellos. Tenemos que destruir la llamada civilización árabe para sustituirla por la nuestra encima de sus
escombros.»

  Recordemos asimismo que una vez pasado el peligro, los judíos europeos tampoco demostraron tener
agradecimiento hacia los países que les ayudaron durante la guerra mundial. Tal fue el caso de España.
Veamos lo sucedido

  En marzo de 1942. gracias a la intervención de la España en Vichy, las autoridades alemanas reconocieron la
protección española sobre los 3.000 sefardíes residentes en Francia. En 1943, el mariscal Antonescu accedía
igualmente, y con carácter excepcional, a que los sefarditas de Rumania quedaran bajo la protección del
Gobierno español. Medidas similares fueron adoptadas por España en otros países.
Isaac Weisman, delegado del Congreso Mundial Judío en Lisboa, manifestaría posteriormente ante una
asamblea de esta organización en Atlantic City:

  «En el principio de 1944 recibimos un telegrama urgente de nuestros amigos de la Agencia Judía en
Estambul interesándonos para que Intercediésemos o auxiliásemos a cuatrocientos judíos sefarditas de
origen español que se encontraban en el campo de concentración de Haldari, en Grecia, y los cuales
iban a ser deportados por los alemanes hacia Polonia.

  En respuesta a nuestra petición, don Nicolás Franco, embajador de España en Portugal y hermano del
general Franco, se puso en contacto inmediatamente con su Gobierno. Más tarde, el embajador nos
informó que el Gobierno español había determinado proteger a los judíos en cuestión y había
comunicado a los alemanes este propósito suyo. De esta manera los cuatrocientos judíos sefarditas del
campo de Haidari fueron salvados de la deportación a Polonia. Las gestiones emprendidas por nuestra
parte obtuvieron también del Gobierno español la decisión de tomar bajo su protección a todos los
judíos sefarditas de origen español de los países ocupados, tanto si estuviesen en posesión de
documentación española como si careciesen de ella.”


  Años después, muchas de las personas salvadas por España olvidarían los peligros pasados. En mayo de
1949, al discutirse en la Asamblea de la ONU la propuesta hispanoamericana favorable a España, el delegado
de Israel, Mr. Evan, cuyo voto resultó de excepcional importancia, manifestó en un discurso:

  «Durante la época de terror del nazismo un millón de nuestros niños fueron lanzados a los hornos y
cámaras de gas. No es que afirmemos en manera alguna que el régimen español tuvo parte directa en
esta política de exterminio, pero sí afirmamos que fue un aliado activo y simpatizante del régimen
responsable de esa política y como tal contribuyó a la eficacia de la alianza bajo un punto de vista
global.»
El Jefe del Estado español, ante el premeditado olvido internacional de la labor realizada por España en favor
de los refugiados, diría posteriormente en una entrevista concedida para el «Daily Mail» de Londres:


  «Cuanto España hizo durante la contienda en el auxilio de los emigrados, salvamento de aviadores
ingleses y de otros países, que con el auxilio español o por vía española se salvaron y alcanzaron sus
patrias, ha respondido a un sentimiento natural del pueblo español, que por innato en él no aspira a
reconocimiento. Grande fue, sin duda alguna, la ayuda que muchos judíos perseguidos del centro de
Europa recibieron de nuestros representantes diplomáticos y que nos acarrearon incomprensiones,
sinsabores y dificultades y, sin embargo, cuando debían acordarse de ello, en las reuniones
internacionales, nos pagaron con ingratitudes».


   Dentro de la comunidad judía, y en toda las épocas de la Historia, han surgido unas individualidades cuyo
estudio seria más propio de un tratado de sicología. Estas figuras, que no se destacaron precisamente por su
solidaridad hacia el resto de la judería, y cuya vida, por tanto, no fue fácil, son típicas de este pueblo. Sin
necesidad de acudir al relato evangélico, podríamos señalar la impresionante vida del filósofo Spinoza. Que los
grandes perseguidores de la judería, de Torquemada a Heydrich, hayan sido judíos constituye otro insondable
misterio de la Historia. Recientemente, el «gran dragón» del Ku-Klux-Klan de Nueva York, Daniel Burros, se
suicidó al divulgar el “New York Times”, que era judío y había estudiado durante varios años en la escuela de la
sinagoga de Queens, en Nueva York. No menos curioso es el hecho de que en el pasado mes de octubre,
James H. Madole, jefe de la organización antisemita norteamericana «Renacimiento nacional» anunciara en
Nueva York que varios judíos forman parte de su asociación.


2: El judaísmo desarrolla el imperialismo más oneroso, el del dinero.

   Desde tiempo inmemorial se habla en el Deuteronomio de la siguiente norma: «Prestarás a mucha gente,
pero tú de nadie recibirás prestado.» El profeta Isaías anatematizó duramente la inclinación de sus compatriotas
a la avaricia.
Nunca fueron fáciles en la Historia - acusan unánimemente los antisemitas -las relaciones económicas-
sociales de los judíos con los demás pueblos. En la Edad Media se les prohibía a los judíos tener nodrizas
cristianas, confeccionar la seda, dedicarse al comercio de mercaderías nuevas, ejercer la medicina entre los
cristianos o la carrera de las armas, etc... Se les permitía, sin embargo, ser banqueros, joyeros, corredores,
etc..., profesiones que se suponía no implicaban un peligro directo para los cristianos, y en las que los judíos
mostraban singulares aptitudes favorecidas por su apátrida.


El año 1338 el emperador Luis de Baviera concedía a los burgueses de Francfort un privilegio especial para que
pudieran obtener de los judíos empréstitos a sólo el 32,3 por 100 de intereses anuales. En Ratisbona, Viena,
Augsburgo y otras ciudades el interés legal al que prestaban los judíos subía frecuentemente hasta el 86 por
100. Para conocer las relaciones entre los judíos y los españoles durante la Edad Media, hay un interesante
libro de Sánchez Albornoz («España, un enigma histórico, en el que se refleja la realidad de aquella época, en
versión muy distinta a la ofrecida por el autor filosemita Américo Castro.

Cuando Felipe Augusto expulsó a los judíos de Francia, en el siglo XIV recoge el padre Meinvielle en su libro
«El judío» ya eran propietarios de la tercera parte de las tierras. Habían acaparado de tal modo el numerario del
reino que cuando se fueron apenas se encontró dinero en el país.

   Así es como San Pío V, tras recordar «los muchos modos de usura con los que los judíos arrebatan los
recursos de los cristianos pobres», estableció una serie de medidas a las que acompañó con la siguiente
introducción:

  «... Por fin tenemos perfecto conocimiento de cuán indignamente tolera esta raza perversa el nombre
de Cristo, cuán peligroso sea para todos los que llevan este nombre, y con qué engaños busca poner
asechanzas contra sus vidas. En vista de éstas y otras gravísimas cosas y movidos por la gravedad de
los crímenes que diariamente aumentan para malestar de nuestras ciudades, y considerando, además,
que la dicha gente, fuera de algunas provisiones que traen de Oriente, de nada sirven a nuestra
república ... »
Se ha afirmado por algún autor que los judíos únicamente se dedicaron al prestamismo forzados por el
antisemitismo, que no les permitía el acceso a las Universidades, a la milicia, etc. Sin embargo, no es menos
cierto que en general no se les vedó el trabajo manual y la agricultura, actividades a las que apenas se
dedicaron por el afán de predominar en el comercio y en el dinero.
   Por eso cuando abandonaron España, la zona del Levante, en la que vivían grandes núcleos hebreos, siguió
tan próspera como antes.


  La cuestión ha adquirido un gran relieve con el desarrollo del mundo contemporáneo. Dado que a menudo
sólo el judío ha dispuesto de grandes cantidades de dinero en metálico, esto le ha facilitado dicen los
antisemitas la introducción en los Parlamentos y en los Gobiernos. De pequeño cambista, enemistado siempre
con el pueblo, ha pasado progresivamente a banquero. Donde más nítidamente se percibe la importancia de
esa nueva condición es en la familia Rothschild, acerca de la cual un gran historiador, Mommsen, ha dicho:
«Sería más interesante escribir la historia de la familias Rothschild que la de muchas dinastías reales.» Sin
duda alguna, algo parecido podría decirse de las grandes familias de los Warburg, Schiff, Morgan, etc.

  La dinastía bancaria de los Rothschild en la que una dama ha podido afirmar con orgullo: «Si mi hijo no
quiere, no habrá guerra» fue fundada por Anselmo Rothschild (1743-1812) que estableció en Francfort un
negocio de Banca, y obtuvo grandes beneficios reclutando soldados alemanes para ejércitos extranjeros. El
negocio pasó luego a su hijo mayor, y posteriormente los otros cuatro hijos fundaron Bancos autónomos en
Londres, París, Viena y Nápoles, pero manteniendo un estrecho contacto entre sí. El Rothschild de Londres se
haría célebre con el famoso «golpe de Waterloo».

   A partir del Congreso de Viena de 1815 creció su influencia en los numerosos Estados que les eran
deudores. Una publicación que no puede ser calificada de antisemita, «The Jewish Enciclopedia» (vol. X, pág.
495) recoge detalladamente los préstamos hechos por los Rothschild entre 1817 y 1848. La cifra total de
654.847 dólares era enorme para aquellos tiempos. Prusia obtuvo préstamos en 1817, 1818, 1822, 1830, etc.;
la Gran Bretaña en 1819 y 1835; Austria en 1820, 1821, 1823, 1834 y 1842.
Otros países deudores fueron Nápoles, Rusia, Sicilia, Francia, Brasil, Estados Pontificios, Bélgica, etc.
Recientemente, uno de los hombres de confianza de Rothschild, René Mayer, fue presidente de la Comunidad
Europea del Carbón y del Acero (CECA) y otro, el señor Pompidou, es jefe del Gobierno francés.

   Sería muy prolijo reseñar la intervención de los judíos en la economía contemporánea, y para ello remitimos
al lector a una obra del destacado catedrático de Economía de la Universidad de Berlín, Werner Sombart,
titulada «Los judíos y la vida económica». En ella se pone de manifiesto la influencia hebrea en la creación del
capitalismo, y cómo sin ella no se podría explicar este régimen económico.

  Otro autor, Henry Ford, ha expuesto en su libro «El judío internacional» las peculiaridades que según él
distinguen a los judíos:

  «Es característico de los judíos el que no concurran donde haya tierras libres, o donde se produzcan
materias primas, sino allí siempre donde más estrechamente convivan las masas populares. Este hecho
adquiere especial importancia ante el constante clamoreo judío, de que de todas partes sean proscritos.
A pesar de ello, se concentran siempre y especialmente en aquellos puntos donde menos bien recibidos
resultan. La explicación más corriente de ello es que responde a su carácter el vivir de y sobre otras
personas, no de la tierra, no de la transformación de las materias primas en productos útiles para la vida
humana, sino de su vecindario inmediato ... »

  Es digna de mención una carta que un judío, Baruch Levy, dirigió a Carlos Marx:

  «El pueblo judío tomado colectivamente será su propio Mesías. Su reino sobre el universo se obtendrá
por la unificación de las otras razas humanas, la supresión de las fronteras y de las monarquías, que
son la muralla del particularismo, y el establecimiento de una república universal, que reconocerá en
todas partes los derechos de ciudadanía a los judíos... De este modo se realizará la promesa del Talmud
de que, cuando hayan llegado los tiempos del Mesías, los judíos tendrán en sus manos los bienes de
todos los pueblos del mundo.»
La opinión de Marx sobre sus compatriotas queda reflejada de otro modo en lo que escribió en los «Anales
germanofranceses» en 1844:

   «Cuando el judío quiere ser emancipado del Estado cristiano le exige que el propio Estado renuncie a
su prejuicio religioso. ¿Renuncia el judío a su prejuicio religioso? ¿Tiene, entonces, el derecho de pedir
al otro que renuncie a su religión? No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquémosle
en el judío real. ¿Cuál es el fin real del judaísmo? La demanda práctica, el egoísmo. ¿Cuál es el culto
material del judío? La usura. ¿Cuál es su dios real?
   El dinero... El judío se ha emancipado a la manera judaica, no sólo, apropiándose el poder financiero,
sino porque éste, con el judío y sin él, se ha convertido en un poder mundial, y el espíritu práctico del
judío es el espíritu práctico de todos los pueblos de la cristiandad. La emancipación de los judíos es la
judaización de los cristianos.»

  Chesterton, por su parte, ha observada lo siguiente:

  «El capitalismo y el comunismo están basados en la misma idea: la acumulación de bienes que
suprime la propiedad individual. Desde el punto de vista ético, el capitalismo y el comunismo se hallan
tan cerca el uno del otro que no sería nada de extraño que sus jefes y caudillos procedan también de los
mismos círculos raciales.»

  Un eminente pensador español, Ortega y Gasset, ha expresado certeramente en unas pocas líneas el cauce
por el que discurre inconscientemente el mundo de nuestros días:

  «Lo importante es evitar la concepción económica de la Historia, que hace de la historia entera una
monótona consecuencia del dinero. Porque es demasiado evidente que en muchas épocas humanas el
poder social de éste fue muy reducido y otras energías ajenas a lo económico informaron la convivencia
humana. Si hoy poseen el dinero los indios y son los amos del mundo, también lo poseían en la Edad
Media y eran la hez de Europa...
Nadie, ni el más idealista puede dudar de la importancia que el dinero tiene en la Historia, pero tal vez
pueda dudarse de que sea un poder primario y sustantivo... Si ceden los verdaderos y normales poderes
históricos - raza, religión, política, ideas - toda la energía social vacante es absorbida por él. Diríamos,
pues, que cuando se volatilizan los demás prestigios queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento
material, no puede volatilizarse. O de otro modo: el dinero no manda más que cuando no hay otro
principio que mande.»


  ¿Qué es lo que sucede hoy en el mundo occidental? Corroborando la afirmación de Ortega y Gasset vemos
que el hombre actual ya no gravita en torno a un dogma metafísico o político, sino que lo hace en pos de una
nueva fuerza de gravitación universal, que es el dinero. Para remediar sus desdichas acude a los Bancos, las
nuevas catedrales del siglo XX. El financiero sabe que es el sacerdote de las multitudes actuales, y de la
destilación de su cerebro que ya se atreve a anunciar la muerte de todas las ideologías ha surgido el
subproducto de la idea del bienestar.


   Nadie parece darse cuenta de que en la alquimia capitalista el dinero produce más dinero. El Banco, que se
enriquece tanto por el préstamo como por el interés, con un fondo relativamente pequeño puede realizar
operaciones hasta diez veces superiores. Como el dinero significa hoy poder, es inevitable que el banquero
internacional intervenga activamente en la política mundial. No se trata, pues, de la acción aislada de algún
financiero que en muchos pueblos puede tener un carácter nacional autóctono, sino de la existencia de una
cadena internacional de carácter uniforme y cuyo poder se incrementa paulatinamente.


  Finalizaremos este capítulo recogiendo unas palabras de Bernard Baruch, «consejero» de todos los
presidentes norteamericanos desde Wilson, y que aparecen en el llamado «testamento económico» que dio a
conocer antes de su muerte:
“El capitalismo de mañana será distinto. Se levantará sobre la base de un acuerdo entre las potencias
occidentales. Pues también aquellos que hasta ahora quieren cerrarse al capitalismo las potencias del
Este no se podrán cerrar a las nuevas formas que ellos mismos configuran. Pero una cosa es importan-
te: la política nunca fue decisiva para los acontecimientos mundiales. Ella solo fue siempre un factor,
resultado del poderío económico. Esta ley fundamental nos obliga a la alteración de nuestras reglas de
juego político, mientras que el bloque del Este se verá obligado a superar sus puntos de partida
económicos. El capital de mañana será algún día uno, común. Esto lo pronostico con toda seguridad.»

  Así es como en pleno siglo XX continúa la lucha entre la mentalidad judaica y el pensamiento clásico
grecorromano.


3. Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son amigos de los cristianos.

   Las relaciones entre los judíos y los cristianos nunca fueron cordiales. Así consta por parte cristiana en los
duros ataques que infinidad de santos dirigieron hacia el pueblo que había crucificado a Jesucristo. Citemos,
entre otros, a San Hilario de Poitiers, San Gregorio, San Efraín, San Ambrosio, San Epifanio judío de nacimien-
to, San Cirilo, San Juan Crisóstomo, San Agustín y San Agobardo.

  La peligrosidad de los judíos ha sido expuesta por lo menos en quince documentos pontificios, destacando en
especial los promulgados por Inocencio IV, Gregorio X, Juan XXII, Julio III, Paulo IV y Pío IV. Sin embargo, los
Papas siempre defendieron a los judíos cuando eran sometidos a injustas vejaciones o a derramamientos de
sangre, tal como lo reconocieron públicamente los rabinos reunidos en París en 1807. Un buen ejemplo de ello
es el del gran Pontífice Inocencio III, que prohibió, bajo pena de excomunión, forzar al bautismo a ningún judío o
desenterrar sus cadáveres para quitarles el dinero.

   Ojeando la historia de los comienzos del cristianismo vemos que hay una durísima lucha entre la nueva
religión y la mosaica. San Justino, en su famoso «Diálogo con el judío Trifón», nos dice que los judíos en cuanto
podían quitaban la vida a los cristianos.
Tertuliano escribe: «Las Sinagogas de los judíos son las fuentes de nuestras persecuciones.» San Basilio,
refiriéndose a lo mismo, dice que los judíos ya no luchan contra los paganos, sino que se han unido a ellos para
combatir el cristianismo. De este modo veremos a los judíos de Esmirna en el año 155 reclamando torturas para
San Policarpo, y después harán lo mismo durante el martirio de San Poncio de Cimiez, de San Marciano de
Cesárea, etc. Es decir, y en resumen: en los principios del cristianismo la comunidad hebrea atizó el fuego de
las persecuciones contra los seguidores de Cristo, situación que sólo cesó lógicamente cuando el cristianismo
aumentó su fuerza.

   Es muy de lamentar, por tanto, pero no es sorprendente que durante la Edad Media los judíos se encontraran
relegados a una calamitosa situación. A ello contribuyó, además - indica el padre Maticlair -, el «crimen ritual»
judío, consistente en reproducir en el Viernes Santo la pasión de Jesucristo sobre algún niño cristiano
capturado. Prueba irrefutable de este delito del que hay más de cien casos perfectamente registrados y cuya
última versión conocida tuvo lugar en Damasco en 1840 es el hecho de que la Iglesia, por tal motivo, ha
canonizado a varias de las víctimas, entre las cuales podemos mencionar a San Dominguito del Val, en España,
a San Simón de Trento, en Italia, y a San Ricardo, de París.

   La conveniencia de que los judíos queden claramente identificados es subrayada también por Santo Tomás
de Aquino. Al preguntarle la duquesa de Brabante si los judíos debían llevar una señal distintiva para
diferenciarse de los cristianos, le responde el Santo:

  «Fácil es a esto la respuesta, y ella de acuerdo con lo establecido en el Concilio General (IV de Letrán),
que los judíos de ambos sexos en todo territorio de cristianos y en todo tiempo deben distinguirse en su
vestido de los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, a saber, que en los cuatro ángulos
de sus mantos haya orlas por las que se distingan de los demás.»

  En la controversia judeocristiana, los elementos cardinales de fricción han sido dos: el concepto de
culpabilidad colectiva y la muerte de Jesucristo.
La culpabilidad colectiva de los pueblos tiene una raigambre en el relato del Antiguo Testamento, si bien en el
Deuteronomio parece marcarse una responsabilidad individual. ¿Cabe una culpa colectiva de los judíos en la
muerte de Cristo? En la actualidad, semejante tesis goza de poco crédito. Su aplicación suele traer además con
frecuencia odiosas consecuencias. Lo más notable, no obstante, es que la teoría de la culpa colectiva fue
remozada y puesta en circulación en 1945 para castigar a los vencidos de la segunda guerra mundial. Un
celoso propagador de ella fue Karl Jaspers, al tratar de la «culpabilidad colectiva» del pueblo alemán.

  En septiembre de 1959, el padre Guillet, profesor de la Universidad Teológica de Fourviére (Lyon), definía en
las Conversaciones Internacionales Católicas de San Sebastián el origen del pecado colectivo del siguiente
modo:

  «La actitud de éste (el pecador) consiste en desolizarizarse y en declarar que él no tiene nada que ver
con la falta y afirmar que es el resultado de una especie de fatalidad, ya que «con este pueblo no hay
nada que hacer». En cambio, el justo, que no participa en el pecado y que lucha con todos sus medios
contra la injusticia, acepta sufrir las consecuencias del pecado colectivo.
  ... hay pecado colectivo donde la comunidad, aunque no sea con total unanimidad, asume una actitud
pecaminosa.»

   Cuando la teoría fue practicada en 1945 sobre las víctimas de la «rendición incondicional», nadie protestó.
Sólo cuando el arma de doble filo se ha vuelto contra los que la patrocinaban se pide su supresión. Lo más
significativo es que, haciendo caso omiso de la lógica, muchos de los que tratan de exonerar al pueblo hebreo
de un pecado colectivo, procuran no suprimir éste, sino lanzarlo sobre toda la humanidad. ¿No habrá mayor
relación entre un judío de hoy y uno de los que condenaron a Cristo que la que pueda haber entre este último y,
pongamos por caso, un canadiense?

  Para el cristiano es dogma de fe que el Hijo de Dios se hizo hombre para redimir a los hombres del pecado,
pero esa redención hubiera podido hacerla sin necesidad de ser crucificado por los judíos. Cierto que Cristo
sabía lo que iba a suceder (Mt. 20, 28; Mc. 10, 45, y Lc. 22, 19), pero que ofreciera su vida por todos los
hombres no significa en modo alguno que todos los hombres tomaran parte físicamente en aquel crimen. Por
tanto, si bien es cierto que no todos los judíos le condenaron, no lo es menos que todos los que le condenaron
eran judíos.
Al matar a Jesucristo, los judíos fueron, por consiguiente, causa primaria y no un simple efecto de todas las
vejaciones que luego sufrirían bajo el cristianismo. No es un argumento muy concluyente observan los
antisemitas recordar que Cristo fue hebreo, pues también lo fueron Caifás, Judas el traidor, los que apedrearon
a San Esteban, los que mataron al Apóstol Santiago en Jerusalén, etc.

  Respecto al proceso contra Jesús, el padre Marcel Mauclair afirma que tanto los Santos Evangelios como
Hechos de los Apóstoles demuestran:

1. Que Cristo acusó a los judíos y no a los romanos ni a la humanidad de quererle matar.
2. Que fueron los judíos y no los romanos ni la humanidad en general los que planearon en varias ocasiones el
   asesinato del Redentor.
3. Que los Apóstoles culparon a los judíos y no a la humanidad ni a los romanos de la muerte de Nuestro
   Señor.

  El padre Mauclair recoge abundantes citas de la Sagrada Escritura que corroboran lo anterior. En el propio
pueblo natal de Cristo, por ejemplo, los habitantes trataron de despeñarle desde lo alto de un monte, tal como
nos lo refiere San Lucas (IV, 28 y 29).

  En el Evangelio de San Juan (Cap. VIII), al discutir Cristo con unos judíos les dice: «Yo sé que sois hijos de
Abraham; mas me queréis matar porque mi palabra

no cabe en vosotros.» San Pablo, refiriéndose a los judíos, les dice a los tesalonicenses en su primera Epístola:
«También mataron a Jesucristo y a los Profetas y nos han perseguido a nosotros y no son del agrado de Dios y
son enemigos de todos los hombres.»


  Afirmar - como hacen algunos filosemitas - que fueron los romanos los que juzgaron a Jesucristo supone un
desconocimiento total de cómo se administraba la justicia en el Imperio Romano. Aun bajo el gobierno de los
procuradores, los romanos respetaron la organización judicial que los judíos se habían dado a la vuelta del
cautiverio de Babilonia, y que estaba inspirada en la tradición mosaica.
En tiempos de Cristo, el tribunal supremo era el Sanedrín, compuesto por 70 miembros, presididos por el
Sumo Sacerdote, y que representaban al clero, a los magistrados y al pueblo. El Sanedrín podía apresar, azotar
con 40 golpes (aunque para evitar sobrepasarse sólo daban 39) y dar sentencia de muerte. Sólo la ejecución
correspondía a los romanos. (En la Edad Media tampoco la Inquisición solía ejecutar las sentencias, pues esa
función correspondía al brazo secular.) En San Pablo vemos que el pueblo judío tenía una gran estima por el
Sanedrín y no quería saber nada de la justicia romana.

   Desde un punto de vista humano, la actitud de los judíos hacia Cristo es fácilmente comprensible. San Juan
(Cap. V, vers. 18), al sanar Cristo a un paralítico en sábado, nos relata: «Y por esto los judíos tanto más
procuraban matarle: porque no solamente quebrantaba el sábado, sino también porque decía que era Dios su
Padre, haciéndose igual a Dios.» Por ello, y en consecuencia, los judíos dirían después a Pilatos: «Nosotros
tenemos una Ley, y según esta Ley debe morir» (San Juan, 19, 7). La pugna entre los judíos ortodoxos y los
cristianos era, pues, inevitable. Y aunque no se admita, la culpabilidad colectiva, el hecho de que cuando Pilatos
preguntó qué mal había hecho Cristo, el grupo más representativo afirmase «sea crucificado... caiga su sangre
sobre nosotros y sobre nuestros hijos» prueba plenamente que ellos deseaban que el hecho tuviera
consecuencias colectivas.

  Recientemente, en 1962, el judío A. Memmi ha escrito en Francia una obra sumamente interesante: «Retrato
de un judío». En ella expone el punto de vista tradicional de la comunidad hebrea del siguiente modo:

  «¿Se dan cuenta siempre, los cristianos, de lo que el nombre de Jesús, su Dios, puede significar para
un judío?... Para el judío que no ha dejado de creer y de practicar su propia religión, el cristianismo es la
mayor usurpación teológica y metafísica de su historia; es una blasfemia, un escándalo espiritual y una
subversión.»

  La Iglesia católica ha procurado tender últimamente un puente de amistad hacia el pueblo judío, mediante un
texto pacificador, de carácter conciliar, que pueda abrir una nueva era en las relaciones entre ambas
comunidades.
En junio de 1962, los dignatarios judíos Label A. Katz y Nahum Goldmann se reunieron con el cardenal
Bea. En dicha reunión señala la prestigiosa revista de los jesuitas «Civilitá Cattolica», en su edición del
18 de julio de 1964 Katz, jefe del B'nai B'rith, entregó al cardenal Bea un largo memorándum destinado al
Concilio. En él se contenían íntegramente las tesis del llamado «decreto sobre los judíos» que la
Secretaría para la unión de los cristianos presentaría después a la sesión plenaria del Concilio.

   El 19 de noviembre de 1963, cuando el proyecto ya iba adquiriendo forma, el diario «Le Monde» divulgó lo
siguiente:

  «La organización judía internacional B'nai B'rith ha expresado su deseo de establecer, relaciones más
estrechas con la Iglesia católica. Dicha orden acaba de someter al Concilio una declaración en la cual se
afirma la responsabilidad de la humanidad entera en la muerte de Jesucristo. Si esta declaración es
aceptada por el Concilio, ha declarado Mr. Label Katz, presidente del Consejo internacional de la Bnal
B'rith, las comunidades judías estudiarán los medios de cooperar con las autoridades de la Iglesia.»

   Otro defensor de la tesis de que los judíos fueron perseguidos injustamente por los cristianos durante veinte
siglos, y de que sólo estos últimos deben rectificar su actitud y reparar el mal, es el judío Jules Isaac, promotor
de las asociaciones de «Amistad judeocristiana». Monseñor de Provencheres, obispo de Aix, al inaugurarse en
esta ciudad, en enero de 1965, la avenida Jules Isaac, afirmó que «el origen del esquema (conciliar) se
encuentra en una petición de Jules Isaac al Vaticano, estudiada por más de dos mil obispos». Al menos, el
escritor judío logró ser recibido por el Papa Juan XXIII en junio de 1960.

  Sin embargo, Isaac ha visto con gran perspicacia que el origen religioso del conflicto secular cristianojudaico
está en los cuatro Evangelistas. Esta tesis la expone a lo largo de las páginas de su «Jesús e Israel» (París,
1959), libro del que Rabí ha afirmado que «constituye la máquina de combate más específica contra una
enseñanza cristiana particularmente nociva». Resolver el problema es harto difícil, pues los Evangelios para
Isaac, «inicuos», «inverosímiles», etc. son para el cristiano Sagrada Escritura.
Isaac, según el cual el antisemitismo más peligroso es el de carácter teológico, en la página 428 de su libro
afirma textualmente lo siguiente:

  «El partidismo de los Evangelistas se hace más evidente, más acentuado con la lamentable ausencia
de documentación no cristiana en la historia de la Pasión... Sin embargo, salta a la vista que los cuatro
tuvieron la misma preocupación: reducir al mínimo las responsabilidades romanas para agravar tanto
más las responsabilidades judías. Son desiguales, por añadidura, en su partidismo: a este respecto,
Mateo destaca con mucho, no solamente sobre Marcos y sobre Lucas, sino incluso sobre Juan. El
hecho no es sorprendente.
   Los enemigos más encarnizados son los de la propia sangre: y Mateo es judío, sustancialmente judío,
el más judío de los Evangelistas... Pero ¿sale bien parada la verdad histórica? Cabe dudarlo. No tiene
nada de sorprendente que, de los tres Sinápticos, Mateo sea el más parcial, su relato de la Pasión el más
tendencioso ... »

  Los antisemitas según parece desprenderse de algunas de las publicaciones repartidas a los padres
conciliares pensaron en un principio que estos últimos Iban a hacer más caso a las tesis del trío Isaac Bea Katz
que a los mismos Evangelios. Pero monseñor Carli, obispo de Segni, en su trabajo «La Questione guidaica
davanti al Concilio Vaticano II», expuso las inamovibles bases teológicas que confirman que la muerte de Cristo
fue un deicidio.

  La polémica se agrió por la intervención de los musulmanes, que no podían comprender que los padres
conciliares actuaran únicamente por razones religiosas y no de carácter político. El hecho de que el
Secretariado para la unión de los cristianos no tuviera importantes contactos al menos conocidos con los
grandes rabinos, y sí los mantuviese con organismos políticos como el B'nai B'rith y el Congreso Mundial Judío
les resultaba sumamente sospechoso. Afirmaban además que los pueblos musulmanes veneran a Jesucristo
como a un profeta. Para los judíos, por el contrario, Jesús no es más que «un artista en parábolas» (Klauzner),
o como expone Rabí en un reciente libro “para nosotros... la conversión al cristianismo es necesariamente
idolatría, porque representa la blasfemia suprema, es decir, la creencia en la divinidad de un hombre”.
La amorosa disposición de muchos padres conciliares hacia los judíos según el parecer de los antisemitas,
muy superior a la que mostraban hacia otras religiones que, creen en Cristo, como las protestantes y
musulmana parecía que iba a llevar a la aprobación de la declaración propuesta por el cardenal Bea. Con
arreglo a ella se exoneraba a los judíos del deicidio y se condenaba el antisemitismo.

  Pero el párrafo fundamental del esquema ha quedado aprobado sin duda alguna tras la intervención del
Espíritu Santo del siguiente modo:

   «Aun cuando las autoridades judías, con sus partidarios, llevaron a Cristo a la muerte, lo que
aconteció durante su pasión, no puede imputarse indistintamente a todos los judíos que vivían en aquel
tiempo ni a los judíos de hoy. Si bien es cierto que la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no
deben ser, por la misma razón, presentados como reprobados por Dios, ni como malditos, como si esto
se dedujera de la Sagrada Escritura. Por tanto, todos deben cuidar, en la catequesis y en la predicación
de la palabra de Dios, de no enseñar nada que, no sea conforme a la verdad del Evangelio y al espíritu
de Cristo.

  Además, la Iglesia, que reprueba todas las clases de persecuciones contra cualesquiera de los
hombres, teniendo presente el patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas,
sino por la caridad religiosa del Evangelio, deplora los odios, las persecuciones y las manifestaciones
de antisemitismo, que cualesquiera que sean la época y sus autores, se han promovido contra los
judíos.»

   Unas firmes manos, con la debida autoridad, habían suprimido la expresión «o deicidas» que figuraba tras las
palabras «ni como malditos», y el término «y condena» que al final del mismo párrafo iba a continuación de
«deplora». También es digno de mención que en el esquema aprobado por los padres conciliares el 20 de
noviembre de 1964 se decía: «Que todos procuren, pues, no enseñar en las catequesis ni en la predicación de
la palabra de Dios nada que pueda hacer nacer en el corazón de los fieles el odio o el desprecio hacia los
judíos.» En la redacción definitiva, las últimas palabras se sustituyen por «no enseñar nada que no sea
conforme a la verdad del Evangelio y al espíritu de Cristo».
Como es de suponer, a los dirigentes del judaísmo político les ha hecho poca gracia lo sucedido. Oigamos
sus quejas a través del editorial publicado en «La Terre Retrouvée» (15 de octubre de 1965), órgano oficioso
del sionismo:

  “Después de vivas polémicas, en su última sesión de noviembre de 1964, el Concilio adoptó el
esquema sobre «Ia actitud de la Iglesia hacia las religiones no cristianas», el cual llevaba la explícita
mención «especialmente hacia los judíos».

El texto del esquema resonó en el mundo como un clarinazo. Se decía en él que el Concilio «deplora y
condena el odio y las persecuciones contra los judíos, perpetrados sea en el pasado, sea en nuestros
días». Se añadía que el pueblo judío «no sea presentado nunca como una raza réproba o maldita o
culpable de deicidio».

   Desde entonces ha pasado casi un año, y parece ser que la influencia de aquellos que, en el seno de
la Iglesia, sueñan todavía con un «glorioso» pasado, y la precisión política de las misiones árabes, han
conseguido dar a aquel primer texto un aspecto caricaturesco.

Véase si no. La mención «especialmente hacia los judíos» ha desaparecido..., Sí, los judíos y no ya el
pueblo judío no son indistintamente culpables de la crucifixión de Jesús, no se concreta ya que no sean
deicidas. Pero lo más desconcertante es lo siguiente: según la nueva redacción, la Iglesia no condena ya
el odio y las prosecuciones contra los judíos, se limita a deplorar las persecuciones y las
manifestaciones del antisemitismo.

A menos que ese texto sea rectificado en lo esencial, todos los esfuerzos del Papa Juan XXIII, de Jules
Isaac, del cardenal Bea y de los cristianos de buena voluntad habrán desembocado en una declaración
platónica, la cual sólo conseguirá volver a abrir la llaga que se había querido cicatrizar.
Nunca habíamos esperado que la Iglesia fulminara un día con la excomunión a los asesinos o a sus
cómplices, los cuales, cristianos y en una sociedad cristiana, escarnecieron la doctrina fundamental de
la caridad y de la justicia. Sin embargo, no era descabellado creer que, habiendo adquirido consciencia,
después de dos mil años de enseñanza del odio y del desprecio, de su verdadera responsabilidad, la
Iglesia iba a condenar sin equívocos aquel crimen contra la civilización humana.

Cuando una autoridad que se llama a sí misma universal y que influye sobre la existencia de centenares
de miles de hombres se limita a deplorar un crimen, abdica de sus deberes de juez para convertirse en
un simple testigo, por no decir un espectador. Condenar es poner en acción todos los medios de que se
dispone; deplorar es reconocer su impotencia y dejar que cada cual sea libre de obrar a su antojo.»

  No lo comentaremos. Simplemente deseamos recordar "que al frente de la Iglesia católica se encuentra un
eminente Pontífice, colaborador íntimo de Pío XII, y que conoce, por tanto, el verdadero fondo de los
acontecimientos que han sido y son decisivos en la gigantesca lucha subterránea entre las cuatro o cinco
fuerzas importantes que mueven al mundo y a los hombres.

  Muchas han sido las acusaciones que los judíos y la extrema izquierda han lanzado en los últimos años
contra la figura de Pío XII. Para comprender la actitud del Papa Pacelli hemos de verle en primer lugar en su
época de Nuncio, cuando en 1919 vivió en Munich la experiencia de la «república soviética» local. Al entrar los
soldados rojos en la Nunciatura para saquearla, Pacelli en persona tuvo que hacerles frente. Unos minutos
después, el crucifijo que llevaba sobre el pecho y cuyos restos conserva hoy el cardenal Spellman saltaba en
pedazos al ser golpeado con la culata de la pistola por el jefe de los asaltantes. Aquellos días, cierto que no
debió olvidarlos. Por eso su deseo fue siempre incluso a pesar del gobierno hitleriano el ver una Alemania,
fuerte como único muro de contención del comunismo en Europa. Esta es la razón de que hoy se le ataque con
saña.

  La primera andanada que se ha lanzado contra Pío XII la disparó Rolf Hochhut con su obra «El Vicario»,
pieza teatral escasamente probatoria. En unas declaraciones sobre ella, el padre jesuita Robert Leiber,
secretario particular de Pío XII, ha afirmado:
«La inconditional surrender, la capitulación sin condiciones, que fue declarada objetivo de guerra en
Casablanca en enero de 1943, la consideró el Papa como una desgracia... De ambos sistemas del
nacionalsocialismo y bolchevismo, lanzando una amplia mirada hacia el futuro, estimó Pío XII el
bolchevismo como el más peligroso. Los militares, políticos y estadistas de los aliados, que desde junio
de 1944 visitaron al Papa en gran número, pueden confirmar esto... En la segunda guerra mundial, e
incluso después, han sido cometidos por casi todas las partes actos de violencia y crueldades en forma
inimaginable, de modo que el grito de protesta del Papa no hubiese tenido fin, si no hubiera querido
parecer parcial.»


   Estas palabras confirman como consta igualmente en los documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores de
Von Ribbentrop que a partir de la derrota de Stalingrado, Pío XII trabajó incansablemente por unir a Alemania y
a los aliados occidentales frente a Rusia, esfuerzos que fracasaron por la actitud de Roosevelt
y Churchill.

   Por esta razón, y a pesar de todas las dificultades surgidas entre el III Reich y la Iglesia, ni un solo obispo
católico - ha dicho recientemente Augstein, director del “Spiegel” – estuvo un solo día en prisión durante el
régimen hitleriano. Así lo ha demostrado Gunter Levy con sus investigaciones. Es más, cuando el padre Franz
Reinisch fue detenido por haberse negado a prestar el juramento de fidelidad al Führer, el capellán católico de
la prisión le negó incluso la Sagrada Comunión.

   No ha de extrañar, pues, que el obispo castrense católico Rarkowski, bajo cuya jurisdicción estaban también
los católicos que militaban en las divisiones de las SS, predicara al ejército en agosto de 1942: «Lo que este
tiempo exige en esfuerzos, sangre y lágrimas, lo que el Führer y jefe supremo os manda y la Patria espera de
vosotros, soldados: tras todo ello se encuentra Dios con su voluntad y su mandato.»
Un año después de haberse publicado la Encíclica «Mit brennender Sorge», una declaración colectiva del
Episcopado austríaco en favor del nacionalsocialismo resultó decisiva para el “Anchluss”. Fue entonces cuando
al llegar Hitler a Viena fue saludado por el cardenal Innitzer brazo en alto y con un sonoro « iHeil Hitler! », al que
el Canciller replicaría con tono amable: «Cardenal, no es preciso llegar a tanto.»

  La campaña iniciada por Hochhut contra Pío XII ha sido proseguida ahora por el judío Saúl Friedlánder, que
durante tres años fue secretario de Nahum Goldmann, y que es una de las escasas personas que han logrado
acceso a las actas secretas del Ministerio de Asuntos Exteriores del III Reich. La labor de Friedlánder ha sido la
de suministrar base documental a las simples hipótesis lanzadas por Hochhut.

   Esta acción conjunta contra Pío XII ha provocado una fuerte reacción por parte del actual Pontífice. Frente, a
lo que algunos pudieran pensar, parece que la iglesia está lejos de tener vocación de víctima y de plegarse a
las presiones de fuerzas políticas, por muy poderosas que éstas sean.

  Al realizar Pablo VI su viaje a Tierra Santa supo declinar cortésmente el dudoso honor que se le hacía de
encender personalmente la llama del monumento a los seis millones de judíos muertos en Europa. El hecho no
pasó desapercibido para los enemigos de la Iglesia. La defensa que hizo en aquellas tierras de Pío XII provocó
igualmente un duro ataque de Hochhut hacia su persona, que fue recogido por, las agencias informativas.
Transcribimos a continuación la noticia, tal como la publicó el 20 de marzo de 1964 el diario «ABC» de Madrid:

   “Tel Aviv, 19. El autor de la obra teatral «El Vicario» ha criticado a Pablo VI por la defensa que hizo
durante su peregrinación a Tierra Santa de la actuación y la figura de Pío XII El escritor judío Rolf
Hochhut, atacó al Papa en el curso de una entrevista difundida por la emisora La Voz de Israel cuando
afirmó que Pablo VI no debía haber asumido la defensa de Pío XII, porque «no puede ser objetivo al
enjuiciar la actuación del fallecido Pontífice», ya que fue su brazo derecho e incluso llegó a negociar con
el secretario de Estado alemán, Weiszacker.- Efe.»
La modificación de dos términos en la declaración final del Concilio sobre las religiones no cristianas, ya
expusimos anteriormente que tampoco ha agradado a los judíos. Anotemos finalmente que la predicación de
Pablo VI, el 4 de abril del presente año, en una iglesia del barrio romano de Monte Mario causó «dolorosa
extrañeza» entre los judíos, tal como manifestaron en un telegrama de protesta al cardenal secretario de
Estado, Cicognani, el presidente de la Unión de Comunidades Israelitas de Italia, Sergio Piperno, y el rabino
supremo, Elio Toaff, en nombre del Consejo de Rabinos de Italia.

4. El judaísmo provocó la segunda guerra mundial y mitificó sus víctimas para construir Israel.

  Para conocer el desarrollo de los acontecimientos que llevarían a Europa a la segunda guerra mundial hemos
de prestar una atención previa a los que determinaron el enfrentamiento entre las comunidades alemana y
judía.

   La historia milenaria de los hebreos establecidos en suelo alemán se caracterizó en el transcurrir de los siglos
por frecuentes incidentes entre la mayoría germana y la minoría hebrea. Los primeros edictos de emancipación
de estos últimos son los prusianos del año 1812, y podemos afirmar que durante el siglo XIX apenas hubo algún
otro pueblo que satisficiera en tan alto grado las reivindicaciones judías.

   ¿Cómo se desarrolló en los años veinte el antisemitismo que durante largos lustros había permanecido en
estado latente? La causa principal podemos hallarla en la derrota alemana y en sus posteriores consecuencias.
   En el aspecto exterior, el Tratado de Versalles imponía al Reich unas durísimas sanciones; inesperadas por
otra parte, ya que el país entró en el conflicto de 1914 únicamente para ayudar a Austria-Hungría. Aparte de las
grandes modificaciones territoriales, los 56.000 kilómetros de vías férreas que levantaron e incautaron los
aliados, las pérdidas de las colonias, etc., merece señalarse que el país quedaba forzado a pagar unas
enormes indemnizaciones hasta el año 1988. Fue precisamente un judío francés, el ministro de Finanzas, Klotz,
el que acuñó la fórmula que caracterizaría la mentalidad de Versalles: «Le Boche payera tout».
En la política interna, poco después de estallar la conflagración europea, ya hubo asociaciones hebreas que
tomaron un carácter antinacional al fomentar el derrotismo, destacando entre ellas la «Neues Vaterland», que
posteriormente se transformaría en la «Liga alemana de los derechos del hombre». Ciertamente no
representaban a todos los judíos, pero al llegar la derrota en 1918 el número de éstos que militaban en los
movimientos revolucionarios era altamente significativo.

   Las principales figuras de la etapa subversiva que produjo y luego siguió al fin de las hostilidades eran todas
judías. Así tenemos a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg ambos jefes de la Liga Spartakus, que desencadenó
la revolución en Berlín, el diputado Hugo Haase instigador de la sublevación de los marinos de Kiel y Kurt Eisner
- presidente del gobierno revolucionario de Baviera que vivió el Nuncio Pacelli -. Fracasaron en su intento de
establecer la república soviética alemana, pero la opinión nacional no olvidó lo sucedido.

  Por otro lado, la prensa estaba controlada en gran parte por los judíos Ullstein a los que en 1952 se les ha
devuelto sus imprentas, las mayores de Europa. Otras grandes editoriales, como Fischer, Springer y
Flechtheim, estaban parcialmente en manos judías. Estos medios informativos se pusieron al servicio de la
política de los vencedores, atacando lo que era más apreciado y querido por los alemanes. Así es como durante
la República de Weimar se iría abriendo un profundo foso entre un pequeño grupo de influyentes
personalidades y políticos judíos (Wassermann, Rathenau, Oscar Oppenheimer, Warburg, Preuss, Landsberg,
Schiffer, Bernstein, Hirsch, Rosenfeld, Landauer, etc., y el resto del pueblo alemán sumido en la miseria. De
cada ocho horas de trabajo se calculó que el obrero alemán tenía que dedicar cinco como pago de
indemnizaciones a los vencedores, lo cual no tardaría en dar origen al nacionalsocialismo.

  En plena República de Weimar, en 1925, el comercio y el tráfico de Prusia estaban en un 58 por 100 en
manos judías, en Wurttenberg ascendía a un 64,6 y en Hesse llegaba a un 69 por 100. En la industria las cifras
eran respectivamente del 25,8, 24,6 y 22 por 100. En la agricultura sólo suponían el 1,7, 1,8 y 4 por 100. De los
11.795 abogados que ejercían en Prusia en 1933, eran judíos 3.350. De las 603 empresas que vendian
productos metalúrgicos, 346 eran judías.
La influencia judía se extendió asimismo a toda la economía alemana a través de los grandes Bancos y los
Consejos de Administración. En 1930, el banquero hebreo Jakob Goldsmidt acaparaba según el Anuario de
directores y miembros de Consejos de Administración 115 cargos en Consejos de Administración. Era la
principal figura. Tras él iba Louis Hagen, también judío, con 62 cargos. En un tercer puesto figuraba un no judío,
al que seguían otros cuatro banqueros judíos con un total de 166 cargos en Consejos de Administración. Entre
1925 y 1929, de los seis miembros del Consejo General del Reichsbank, cuatro eran judíos o semi-judíos. Esta
acumulación de cargos en manos de un reducido grupo de traficantes de valores sería un eficaz fermento para
despertar el antisemitismo de las masas alemanas.

   La proliferación de judíos entre los mayores poderes económicos del país y en los grandes focos
revolucionarios cuando los judíos apenas sumaban el uno por ciento de la población total de Alemania permitiría
a Hitler concentrar dialécticamente el marxismo y el capitalismo en un único enemigo, cuya figura concreta era
el elemento tópico del judío. Por eso, al contar la historia de los hermanos Moisés e Isidoro, en la etapa de
lucha de su partido, solía decir: «Moisés era banquero, Isidoro era comunista...»

   Para el pueblo alemán, con el malestar derivado de la derrota, sumergido en el paro y en la crisis económica
el judío llegó a ser de este modo su enemigo, el «extranjero». Por otra parte, 108.000 de los Judíos que vivían
en el Reich en 1925 tenían efectivamente nacionalidad extranjera.

  La aversión de los alemanes hacia los judíos, comunidad que vivía al margen de los sufrimientos del país
aunque vivía de él, fue creciendo de tal modo que ya en 1925 un profesor judío, Richard Willstätter, decidió
abandonar su cátedra en la Universidad de Munich, a causa de la creciente animosidad de los estudiantes.

  La Iglesia luterana, a través de sus más altos dignatarios, Otto Dibelius y Wilhem Haefmann entre otros, alzó
su voz contra la insolidaria actitud de los judíos. Otro tanto podemos decir de la católica, en la que el cardenal
Faulhaber en 1933 escribió un interesante libro, hoy difícil de adquirir, titulado «Judentum, Christentum,
Germanentum» (Judaísmo, cristianismo, germanismo).
En una obra de la Görresgesellaschaft publicada en 1926, el «Staatslexikon», que suponía la opinión oficial
de la Iglesia católica por las personalidades que colaboraron en su redacción (obispo Berning, de Osnabrück;
cardenal arzobispo Schulte, de Colonia; arzobispo Gröber, de Friburgo; canciller Seipel, de Austria, etc.) se
afirma lo siguiente:

  «En el antisemitismo se mezcla lo justo con lo falso. Es licito combatir con los medios jurídicos y
morales disponibles, tanto por escrito como de palabra, la influencia de los judíos en el aspecto
económico, su predominio en la literatura, prensa, radio, etc., en tanto que esto ocasione daños, así
como el hacerles retroceder con todos los medios morales permitidos.»

   La situación del país se agravó en 1932. Gracias al Plan Young, la renta nacional había descendido en dos
años de 70.000 a 46.000 millones de marcos, mientras que el número de parados había aumentado de tres a
seis millones. El número de empresas que quebraron, suicidios, abortos, etc., alcanzó una cifra jamás conocida.
Mientras los demás partidos políticos desaparecían de la escena, la lucha se polarizó entre el nacionalsocialista
y el comunista, que en 1932 contaban con 230 y 100 diputados, respectivamente. De la lucha que se entabló
entre ambos, y que no terminaría hasta que los nazis alcanzaron el poder en la siguiente legislatura, da idea el
siguiente cuadro de bajas sufridas por los nacionalsocialistas":

  Hasta 1929, 51 muertos y 1.241 heridos.
  En 1930, 17 muertos y 2.506 heridos.
  En 1931, 42 muertos y 6.307 heridos.
  En 1932, 84 muertos y 9.715 heridos.
  Enero de 1933, 6 muertos y 550 heridos.

   En cuanto Hitler fue nombrado Canciller, la lucha que había sostenido en el plano nacional se amplió a escala
internacional. De este modo, cuando aún no había comenzado Hitler su lucha indiscriminada y cruenta contra
toda la comunidad hebrea, la judería mundial estableció en 1933 el boicot contra Alemania.
Estas medidas, decretadas contra una nación cuya economía estaba terriblemente debilitada sólo sirvieron
para enconar los ánimos. El 24 de marzo de 1933, el diario londinense «Daily Express» anunciaba:

  «El pueblo judío del mundo entero declara la guerra económica y financiera a Alemania... La adopción
de la cruz gamada como símbolo de la nueva Alemania ha hecho revivir el viejo símbolo de combate de
Judá»

   Poco después, el uno de abril de 1933, el Reich adoptaba las primeras medidas antisemitas de boicot de las
tiendas judías. El 10 de diciembre de 1934, un judío sionista, Wladimir Jabotinsky, escribía en la revista judía
rumana «Natcha Retch» lo siguiente:

  «La batalla contra Alemania será entablada por todas las comunidades judías, por todas las
asambleas y congresos judíos, por las uniones comerciales judías y por cada judío individualmente... La
lucha contra Alemania en todo el mundo, será así estimulada ideológicamente y fomentada. El peligro
para nosotros, judíos, está en toda la población alemana, en Alemania en conjunto.»

  El gobierno hitleriano adoptó hasta septiembre de 1935 diversas medidas restrictivas, mediante las cuales se
prohibía ejercer cargos públicos a los judíos, se les vedaba el servicio militar, el izar la bandera alemana,
etcétera. Poco después saldrían las leyes de Nuremberg, en las que se les prohibía el matrimonio con
alemanes.

  Un incidente que tuvo lugar en la noche del siete de noviembre de 1938, la muerte del secretario de la
Embajada alemana en París, Ernst von Rath, que fue asesinado por el judío polaco Herschel Grünspan, dio
lugar dos fechas después al primer progrom sangriento. En la noche «de los cuchillos largos» del nueve de
noviembre fueron incendiadas 815 tiendas y 191 sinagogas. Perdieron la vida en estos sucesos 36 judíos, lo
cual aceleraría la salida de los restantes del país.
Una publicación editada en Nueva York por el Instituto de Asuntos Judíos, con el título de «Diez años de
guerra hitleriana contra los judíos», señala que de los 525.000 hebreos que había en Alemania en 1933, al
estallar la segunda guerra mundial sólo quedaban allí 215.000, pues el resto había emigrado. De los que
quedaron añade la misma publicación perecieron durante el conflicto por penalidades, campos de
concentración, muerte natural etc., de 170.000 a 190.000. La cifra es muy semejante a la calculada después de
1945 en la Alemania Federal, que es de unos 173.000 judíos muertos.

   Los mandos políticos de la judería mundial tenían su principal sede en los Estados Unidos. La figura más
relevante que al parecer ha sido también jefe supremo de la masonería universal era Bernard M. Baruch. Con
sus colaboradores Meyer, Rosenwald, Eisenmann, Loeb, etc., trazó todo el plan económico de los Estados
Unidos durante la guerra de 1914. A él estaban sometidas más de cuatrocientas ramas industriales. Después le
tomó Roosevelt como «consejero», formándose de este modo una importante camarilla judía cuyas figuras más
conocidas por el público como destaca el profesor Von Leers en su libro «Kräfte hinter Roosevelt»serían Henry
Morgenthau (secretario del Tesoro), Felix Frankfurter (juez del Tribunal Supremo), William C. Bullitt (embajador
en París), Walter Lippman, Nelson Rockefeller, James Warburg, etc.

   Roosevelt, como afirmaría él mismo públicamente en un discurso, era igualmente judío, y así consta como
descendiente del hebreo holandés Claes Martenszen van Roosevelt en el árbol genealógico que se conserva en
el Carnegie Institut de Washington. En la masonería tenía además un alto grado, y era miembro de la Logia
Holanda núm. 8, miembro de honor de la Logia de Arquitectos 519 y grado 32 del rito escocés. Aparte del
secretario de Estado Cordell Hull, casado con la judía Witz, contaba este grupo con el decidido apoyo en
Europa de otros judíos, como fueron Leslie Hore Belisha secretario de Estado para la guerra en Inglaterra, León
Blum en Francia y Litvinof en Rusia.

   Una vez consolidadas sus posiciones, decidieron el aniquilamiento de Alemania. Este país, que insistía una y
otra vez en que los aliados aplicaran en Danzig, Pomerania, Silesia, Posnania, etc., el principio de la
autodeterminación de los pueblos por el que decían haber combatido en 1914, había conseguido recuperar el
Sarre, Memel y los Sudetes.
Hitler había prometido renunciar a la Alsacia y la Lorena y a cualquier modificación en las fronteras
occidentales, pero había afirmado igualmente que no renunciaría a que los alemanes del Este volvieran al
Reich. Pedía inicialmente un plebiscito en Danzig. Si se le negaba, lo tomaría por la fuerza.

  Un judío eminente, el profesor H. J. Laski, director de la «Fabian Society» inglesa, observó cinco años antes
de estallar el conflicto de 1939: «Si el experimento del cual es responsable Roosevelt, fracasara seriamente de
algún modo, el primer resultado sería, por la relación con él de un buen número de dirigentes judíos
americanos, el desencadenamiento en los EE.UU. de una enemistad, hacia los judíos que alcanzaría mucho
más profundamente que nunca el interior de la civilización anglosajona.»

  Oswald Pirow, ex ministro de Defensa de Sudáfrica, en una entrevista publicada por el «News Chronicle» de
Londres el 15 de enero de 1952, puso de manifiesto que cuando habló en 1938 con el primer ministro británico
Chamberlain, éste le dijo que se encontraba bajo una enorme presión de toda la judería mundial.

  También en 1938, un escritor judío, Pierre Creange, afirmaba en su libro «Epitres aux Juifs»: «Nuestra lucha
contra Alemania se llevará hasta donde sea posible, Israel ha sido atacado. ¡Defendamos, pues, Israel! Frente a
una Alemania despierta, pongamos también un Israel despierto. Y el mundo nos defenderá”.

  Uno de los textos en los que se refleja más fielmente la presión antialemana de Roosevelt y la judería, es
precisamente el «Diario», de Forrestal. Este último cuya muerte nunca fue aclarada relata con fecha 27 de
diciembre de 1945 una conversación que sostuvo con el padre del futuro presidente de los Estados Unidos. Se
expresa así:

  «Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy. (Joseph P. Kennedy, embajador de Roosevelt en la Gran
Bretaña en los años inmediatos al estallido de la guerra.) Yo le pregunté sobre la conversación
sostenida con Roosevelt y Neville Chamberlain en 1938. Me dijo que la posición de Chamberlain en 1938
era la de que Inglaterra no tenía que luchar y que no debería arriesgarse a entrar en guerra con Hitler.
Opinión de Kennedy: que Hitler habría combatido a Rusia sin ningún conflicto ulterior con Inglaterra,
si no hubiese sido por la instigación de Bullitt (William C. Bullitt, después embajador en Francia), sobre
Roosevelt en el verano de 1939 para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses
ni los ingleses hubieran considerado a Polonia causa de una guerra si no hubiese sido por la constante
presión de Washington. Bullitt dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían;
Kennedy replicó que ellos lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el
mundo judío habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra.»

  Llegamos así al año 1939. Tras la entrevista Beck-Hitler del 8 de enero, parecía que Polonia estaba dispuesta
a negociar sobre el pasillo polaco. Por otra parte, el 12 de enero, el conde Potocki, embajador polaco en
Washington, escribía estas palabras:

   «Para esta Internacional judía, que ante todo tiene presentes los intereses de su raza, el
encumbramiento del presidente de los Estados Unidos a este puesto ideal de defensor de los derechos
humanos fue una jugada genial... A Roosevelt le han sido puestas en la mano las bases para reanimar la
política exterior de Norteamérica y crear asimismo por este medio los colosales efectivos militares para
la guerra futura que fomentan los judíos con plena conciencia.»

  El 30 de enero, Hitler afirmaba públicamente ante el Reichstag:

  «Quiero hoy hacer de nuevo una profecía. En caso de que los financieros internacionales judíos de
dentro y fuera de Europa logren una vez más enfrentar a los pueblos en una guerra mundial el resultado
será, no la bolchevización de Europa y con ella el triunfo de la judería, sino el aniquilamiento de la raza
judía en Europa.»

  El día 18 de febrero, un observador neutral, el rey Alfonso XIII de España, exponía en Roma al conde
Szembek sus ideas sobre el desarrollo de los acontecimientos.
Este último escribía:

  «El Rey juzga la situación internacional con pesimismo. Las Internacionales empujan a la guerra. El
judaísmo y la masonería juegan en estas maquinaciones un gran papel».

  El mes de abril, el grupo belicista inglés (Churchill, Duff Cooper, Belisha, Eden y Vansittard) fue forzando a
Chamberlain a que animara a Polonia a no negociar con Alemania. Un conocido historiador inglés, el general J.
P. C. Fuller, ha escrito recientemente en su libro «Batallas decisivas del mundo occidental»:

  «Que a partir de este momento (abril de 1939) la guerra había sido decidida también por otros que no
eran Hitler, es un hecho claro. Weigand, el periodista norteamericano en Europa de mayor edad, cuenta
que el 25 de abril de 1939 fue llamado por el embajador norteamericano en París, Bullitt, el cual le
declaró: «La guerra en Europa es una cuestión decidida... América entrará en la guerra, detrás de
Francia y la Gran Bretaña» Esto será confirmado por los «White House Papers», de Harry Hopkins, con
arreglo a los cuales Winston Churchill hacia el mismo tiempo dijo a Bernard Baruch: «La guerra vendrá
muy pronto. Nosotros entraremos en ella y ellos (los Estados Unidos) lo harán también. Usted arreglará
las cosas al otro lado y yo prestaré atención aquí.»

  El 1 de septiembre los alemanes entraban en Danzig, y dos días después Inglaterra y Francia declaraban la
guerra a Alemania. El 5 de septiembre, Chaim Weizmann manifestaba por Radio Londres: «Los judíos están por
Inglaterra y lucharán al lado de las democracias.» Con esta declaración de guerra los judíos se sumaban al
conflicto, y 30.000 de ellos afirma Leon Uris vestirían el uniforme polaco durante la campaña de 1939.

   A finales de 1942 el Reich construyó cinco grandes campos de concentración para judíos. En febrero de 1940
el judío Theodor N. Kaufman ya había editado en Estados Unidos el libro «Germany Must Perish», en el que
explicaba minuciosamente cómo empleando 20.000 médicos se podría esterilizar en pocos meses a todos los
varones y mujeres de Alemania.
En sesenta años no quedaría un solo alemán en Europa. Las enseñanzas de este «perfecto manual del
genocidio» fueron aplicadas después en Theresienstadt sobre algunos de los compatriotas de Kaufman.

   En el órgano judío de Nueva York «Forwarts», también puede leerse con fecha de 22 de septiembre de 1943
que «Baruch está convencido de que con un suficiente número de aviones Alemania y el Japón podrán ser
transformadas en un montón de cenizas». Al final no sólo hubo cenizas germanas, sino también judías.

  En un principio el Reich pensaba en trasladar los judíos a Madagascar. En el texto; que aún se conserva; se
habla de que esa isla podría albergar finalmente a cuatro millones de hebreos, es decir, a casi todos los que
residían en Europa. El plan fracasó por la negativa francesa. Pero otras tentativas germanas de solucionar el
problema fracasaron precisamente por el rechazo obstinado de la judería mundial. Veamos las razones.

  El judío J. G. Burg, en su excepcional obra «Schuld und Schicksal», cuenta cómo en 1938 el doctor Hjalmar
Schacht sostuvo en Londres una entrevista con Chaim Weizmann. En ella le presentó una propuesta suya, a la
que había accedido Hitler, para que salieran pacíficamente de Alemania los judíos que aún quedaban allí,
Schacht, que contaba con que su oferta sería recibida con gran satisfacción, quedó asombradísimo al recibir
una rotunda negativa por parte de Weizmann.

   Durante la guerra hubo otras propuestas germanas que tampoco fueron coronadas por el éxito. La más
conocida es la que tuvo por protagonista a Joel Brand, a quien se le ofrecía concretamente por Eichmann la
evacuación de todos los judíos húngaros y que en vez de recibir ayuda fue internado, por los ingleses en Egipto.
   En la primavera de 1944, un notable filósofo judío, Martin Buber, lanzó en Jerusalén una durísima acción
contra los jefes de la judería mundial y del sionismo, por conocer perfectamente las calamidades de Auschwitz y
no decir una palabra de ello, que hasta hubieran podido evitarlas. Denunciaba cómo hay elementos en el
sionismo que «ven su suerte en la radicalización de la situación, y que para alcanzar sus fines están dispuestos
a sacrificar vidas humanas.»

  El filósofo añadía: «Y aquí acontece realmente lo más horrible: la explotación de nuestra catástrofe. Lo que
se determina con esto no es ya la voluntad de salvación, sino la voluntad de aprovechamiento”.
Una acusación aún más concreta fue lanzada, terminado el conflicto mundial, por el doctor Kasztner,
representante de la judería húngara, que intervino en 1954, en un proceso en Jerusalén. Según él, en 1944
tuvieron lugar en Suiza conversaciones entre representantes del Gobierno alemán y del «American Joint
Committee», con el propósito de cambiar por divisas a todos los judíos internados en campos de concentración.
Kasztner afirmó que dicho Comité se había negado a emplear las grandes sumas recibidas de los judíos del
mundo entero para salvar a los recluidos en los campos, y lo que es aún más grave, que el presidente del A.
J.C., Saly Mayer, había intervenido ante las autoridades suizas para que no abrieran sus fronteras a los judíos
fugitivos. El proceso no pudo terminar, pues como es fácilmente comprensible poco después Kasztner fue
encontrado muerto en la habitación de su hotel.

  William S. Schlamn, importante escritor judío, observa en su libro «Wer ist Jude?» que las calamidades que
se abatían sobre los judíos en Auschwitz eran una gran suerte para los «realpolitiker» sionistas, ya que cuanto
peor les fuera a los judíos europeos tanto más fuertes serían las exigencias sionistas respecto a Palestina. El
historiador judío Bruno Blau abunda en la misma opinión en su trabajo «Der Staat Israel im Werden»
(Frankfurter Hefte, dic. 1951), en el que sostiene:

  «El Estado de Israel debe su instauración, por extraño que esto pueda parecer, a los acontecimientos
que tuvieron lugar durante los doce años del «Reich milenario». Es muy dudoso que las Naciones
Unidas hubieran hecho realidad este Estado judío, ansiado por Theodor Herzl y sus partidarios, sin
aquellos acontecimientos.»


  Corroborando todo lo anterior, tenemos las afirmaciones hechas en Montreal, en 1947, por el presidente del
Congreso Mundial Judío, Nahum Goldmann:

  «Los judíos podríamos haber obtenido Uganda, Madagascar y otros lugares para el establecimiento de
una patria judía; pero no queríamos absolutamente nada excepto Palestina.
No porque el mar Muerto, evaporado, pueda producir por valor de cinco trillones de dólares en
metales y metaloides; no por el significado bíblico o religioso de Palestina; no porque el subsuelo de
Palestina contenga veinte veces más petróleo que todas las reservas combinadas de las dos Américas;
sino porque Palestina es el cruce de Europa, Asia y Africa porque Palestina constituye el verdadero
centro, del poder político mundial, el centro estratégico militar para el control mundial.»


  Así resulta más fácil de comprender la leyenda de los seis millones de judíos gaseados. Por otra parte,
minuciosos estudios realizados por varios historiadores, y en especial por el resistente francés Paul Rassinier
en sus obras «El verdadero proceso Eichmann» y «La mentira de Ulises», demuestran que el número de
muertos no pudo sobrepasar el millón. La cifra es elevada, pero en todo caso muy inferior a la de víctimas de la
población civil alemana o polaca.

   Podríamos resumir lo sucedido a los judíos en la guerra, en las declaraciones hechas por el coronel Stepen
F. Pinter a la revista norteamericana «Our Sunday Visitor», de Huntington. Pinter, que a principios de 1946 fue a
Alemania como juez militar, con el rango de coronel, y que en la esfera de sus funciones fue en Dachau el
oficial de mayor categoría, afirma:

  «En Dachau no hubo ninguna cámara de gas. Lo que a los visitantes y, a los curiosos les señalado
como «cámara de gas» era una cámara de incineración. Tampoco hubo cámaras de gas en otros
campos de concentración en Alemania.

   Se nos dijo que había habido una cámara de gas en Auschwitz, pero como este lugar se encontraba en
la zona de ocupación rusa no pudimos investigar la cuestión, ya que los rusos no nos lo permitieron. Se
cuenta también siempre el viejo cuento propagandístico de que «millones de judíos fueron muertos por
los nacionalsocialistas. Según lo que pude descubrir durante seis años de postguerra en Alemania y
Austria, realmente fueron muertos judíos, pero la cifra de un millón ciertamente que no fue alcanzada.»
5. Los judíos difaman a Alemania, pero viven a expensas de ella.

  Poco antes de morir Roosevelt envió a la Alianza Israelita Universal, en 1945, una expresiva carta en la que
subrayaba su gozo por lo Acordado en la. Conferencia de Yalta, y añadía que de acuerdo con Stalin había
decidido dividir el mundo en dos esferas de influencia. Stalin retendría el Asia continental y Europa hasta el
Elba, mientras que él se quedaba con el resto.

  Unas semanas después, el plan del judío Morgenthau, firmado por Roosevelt y Churchill en la Conferencia,
de Quebec en 1944, pasaba a su fase de ejecución. Se trataba de desmembrar Alemania en diversas regiones
y de convertir a éstas en zonas de cultivos agrícolas. Para ello el presidente Harry Salomón Truman firmó el 14
de mayo de 1945 la disposición JCS/1067/6 dirigida al gobernador militar norteamericano, Lucius D. Clay.
Mientras tanto, el actual general judío Haim Leskow, con los voluntarios de la Brigada judía de Palestina, unidad
del ejército británico estacionada en Alemania, formaba unas unidades de ejecución. Estas escuadras se
dedicaron durante seis meses largos a visitar los domicilios alemanas por las noches y eliminar a todas las
personas que les desagradaban.

  El Plan Morgenthau se llevó inicialmente a efecto en casi su totalidad en lo referente a las fronteras
alemanas. La desindustrialización del país también fue promovida minuciosamente, de tal modo que las
patentes y marcas que se llevaron sólo los norteamericanos eran superiores a las sumas que después recibirían
los alemanes federales a través del Plan Marshall. En octubre de 1941 el general Clay anunció que aún
quedaban por desmantelar en las tres zonas occidentales cerca de 900 fábricas. Sólo la creciente amenaza
soviética obligó a los aliados del Oeste a rectificar su actitud.

   La creación de la República Federal sirvió para establecer un precedente único en la Historia. Por vez
primera, un Estado vencido en una guerra pagaba indemnizaciones a otro que durante el conflicto aún no
existía.
Cuando el Bundestag creó en 1953 la Ley de Indemnizaciones, los técnicos del Parlamento calcularon que
éstas alcanzarían unos 7.000 millones de marcos (105.000 millones de pesetas). En años posteriores la cifra se
elevó a los 15.000 millones. En 1958, el ministro federal de Finanzas, Fritz Schäffer, anunció que ascenderían a
los 28.000 millones, y muchos no le creyeron. El 19 de julio de 1963, Schäffer, en una entrevista publicada por
el semanario «Deutsche National. Zeitung», declaró:

  «Han pasado dieciocho años desde el final de la segunda guerra mundial y tras este lapso de tiempo
considero como un auténtico contrasentido nuevas indemnizaciones. Pues, ¿qué debemos indemnizar
ahora? El tiempo ya ha hecho que con nuestra ayuda se levanten de nuevo las existencias.»

  En noviembre de 1963, el nuevo ministro de Finanzas, Dahlgrün, dijo ante el Bundestag que las
indemnizaciones ya pasaban de los 40.000 millones de marcos. Un año después, al anunciarse que Alemania
iba a dar punto final a tales reparaciones, Nahum Goldmann, presidente del Congreso Mundial Judío, se
presentó en Bonn en el mes de diciembre.

   Poco después de su llegada convocó una conferencia de Prensa y dio unos «consejos» a la República
Federal para que no se viera en dificultades con la «opinión pública mundial». Uno de esos consejos fue el de
que la Alemania Federal ayudara a los judíos de los países orientales emigrados a Israel a partir de 1953. Hasta
la fecha sólo recibían indemnizaciones los que las habían solicitado antes de 1953, por eso Goldmann pedía
para los nuevos 180.000 judíos el modesto óbolo de mil millones de marcos (15.000 millones de pesetas). De lo
contrario afirmóse borraría por completo la «buena impresión» que habían causado entre los judíos las
anteriores donaciones. El Gobierno alemán concedió dicha cantidad y una propina, todo por un total de 1.200
millones de marcos.

   En marzo de 1965, Nahum Goldmann pidió al ministro de Finanzas, Dahlgrün, otra indemnización
suplementaria por 4.500 millones de marcos. Por último, el 26 de mayo aprobó el Bundestag la cláusula final de
la Ley de Indemnizaciones. Dahlgrün aprovechó la ocasión para dejar bien claro que hasta ese momento la
Alemania Federal había abonado 28.000 millones de marcos, y que aún le quedaban por entregar otros 17.000
millones.
Es decir, que Alemania está pagando 45.000 millones de marcos (675.000 millones de pesetas) a
cuenta principalmente de la leyenda de los seis millones de muertos.

   Lo más curioso es que en los medios sionistas se habla de que la URSS posiblemente dejará salir de su
territorio a tres millones de judíos muchos de los cuales, según la propaganda, fueron transformados por los
nazis en pastillas de jabón, con lo cual las indemnizaciones seguirían aumentando «ad infinitum».

   La mayor parte de estas inmensas sumas la reciben los judíos a través de dos canales. Uno es el acuerdo
concertado entre la República Federal e Israel en 1952, y el otro es el estipulado por Bonn y la «Conference on
Jewish Material Claims against Germany». Teniendo en cuenta que en 1939 la judería de toda Europa apenas
llegaba a los seis millones de seres, es indudable que si ciertamente hubieran sido exterminados hoy se habría
ahorrado sus pagos la Alemania Federal.

   Aunque pudiera admitirse la reparación individual de los judíos perjudicados, resulta mucho más dudosa la de
Israel. Por eso Austria se ha negado a dar un solo céntimo, ya que, como indicó su ministerio de Finanzas, para
indemnizar a Israel «faltan las bases jurídicas, ya que este Estado no existía aún durante el dominio del
nacionalsocialismo, por lo cual tampoco pudo ser perjudicado en el territorio de la República de Austria». Por
otra parte, de los dos millones de judíos israelíes más de la mitad no tuvieron nada que ver con Alemania, ya
que proceden del Norte de Africa y de Asia.

   Sabido es que Israel fue creado en 1948 mediante un acto de violencia, y el millón de árabes expulsados no
recibieron un solo céntimo por ello. Raro es el día en que no habla la Prensa de las maravillas del «vergel
israelí», que antes sólo era un erial habitado por árabes piojosos. Unicamente se silencia que los capitales
invertidos proceden de los Estados Unidos y de Alemania. Si han podido crear o reformar 30 ciudades y 450
colonias aldeanas se debe, por tanto, a los 7.000 millones de dólares recibidos del extranjero. Cincuenta
buques mercantes, por un total de 450.000 toneladas, y entre ellos esa maravilla que es el «Theodor Herzl»,
han sido dados gratuitamente a Israel por los alemanes. Otro tanto ha sucedido con los equipos para 500
empresas industriales.
Como a pesar de todo los israelíes viven por encima de sus posibilidades y su balanza comercial arroja un
déficit anual de 23.000 millones de pesetas, Nahum Goldman confesó en 1964 (diario «Le Mondé» del 40 de
febrero) que «es principalmente gracias a las divisas alemanas cómo Jerusalén ha podido eliminar los déficits
crónicos en su balanza de pagos». Sólo olvidó decir que, los israelíes mantienen un ejército de 250.000
hombres frente a los 240.000 de todos los países árabes.

  Así es como se ha renovado aquella simbiosis observada por Pío Baroja entre el mono germánico y la pulga
judía. Y de ella se han derivado infinidad de casos lamentables.

  En la Ley de Indemnizaciones de 1956 se especificaban los requisitos necesarios para solicitar una pensión
como «víctima» de los nazis. Pero varias disposiciones posteriores fueron reduciendo las pruebas
correspondientes, bastando a menudo con una simple declaración jurada. Estas facilidades excitaron de tal
modo la codicia de algunos de los hijos de Israel, que muchos de ellos enviaron peticiones a nombre de difuntos
para vivir de éstos. El Gobierno alemán apenas prestó atención al principio. Pero si el apetito es desmesurado,
675.000 millones de pesetas tampoco dan mucho de sí. Por eso, en los últimos tiempos, las autoridades
federales examinaron más detenidamente las solicitudes. Se descubrieron numerosos casos de estafa y como
recogió en marzo de 1965 el semanario «Deutsche National Zeitung»unas 20.000 peticiones de indemnización
de ciudadanos israelíes quedaron bloqueadas.

  Hoy resultaría imposible averiguar las cantidades que se han sacado fraudulentamente al contribuyente
alemán. Pero en 1964 la Policía descubrió un caso sumamente curioso. Hace unos diez años regresó a Viena
de la que había emigrado en 1938 el judío Hans Deutsch. Su maleta, como abogado especialista en
indemnizaciones, estaba llena de formularios de este tipo. A sus clientes, por la tramitación de las instancias,
les solía cobrar unos honorarios que a veces llegaban al 50 por 100. Sólo de los Rotschild recibió cerca de un
millón de francos suizos, y en total de unos 40 casos obtuvo los cien millones de marcos.

  El antiguo abogado de Tel Aviv se hizo de este modo multimillonario.
Deutsch planeó su mejor jugada. Entró en contacto con los herederos del barón húngaro Ferenc Hatvany,
más concretamente con la viuda y la hija. De común acuerdo y comprando dos falsos testigos reclamaron al
Gobierno alemán 400 millones de marcos en compensación por la colección de cuadros del barón que habían
incautado las S.S. en Budapest en 1944. En ella figuraban 255 cuadros de Manet, el Greco, Renoir, etc., y 625.
dibujos. Después de arduas negociaciones, Bonn accedió a abonar por dichos cuadros desaparecidos 35
millones de marcos. Deutsch, tras muchas lamentaciones, aceptó la oferta. Así recibió 17 millones y medio de
marcos, es decir, 262 millones de pesetas. No pasó nada. Creó la «Fundación Europea», con sede en Berna, y
el gran filántropo estableció una serie de premios para personas amantes de la paz y del progreso. El primero,
dotado con 50.000 francos suizos, le correspondió al español Salvador de Madariaga.

  Cuando a finales del pasado año Deutsch apareció por el ministerio alemán de Finanzas para cobrar los 17
millones restantes, la Policía federal le recluyó entre rejas. ¿Qué había sucedido? Sonja, la hija del difunto
barón, había recurrido a las autoridades alemanas para que no dieran un pfennig más a Deutsch. Habían
surgido disputas entre ella y el astuto hebreo al repartirse el botín.

De este modo intervino la Policía y descubrió que la colección de cuadros del barón había sido incautada por
los rusos en 1945. Las unidades de la S.S. mencionadas por Deutsch tampoco estuvieron en Budapest en julio
de 1944. Los falsos testigos confesaron. Como es de suponer, ni un solo diputado se ha atrevido a mover el
caso en el Bundestag. Incluso cuando la Prensa se ha referido a él, le ha nombrado como «abogado suizo» o
«austríaco». Austria ha anulado en los últimos días su pasaporte, al comprobar que desde hace muchos años
ya posee otro israelí.

   Un judío sincero, Hedzi Zoltan, cuenta en el capítulo 14 de su libro «Izrael, Azigeretek Földje» (Israel, país de
las promesas) lo sucedido a otro hebreo húngaro con las autoridades judías. Al presentarle éstas un formulario
de indemnizaciones, el húngaro puso de relieve que él nunca había estado en ningún campo de concentración.
Ellos le replicaron que firmase, pues ya se arreglaría lo de los testigos y todo lo demás. Para tranquilizarle le
aseguraron que gran parte de los documentos de los campos de concentración habían sido destruidos, y que
«de ello viven muchos de nuestros hermanos».
Otros casos recientes han sido dados a conocer en las últimas semanas por el diario «Jedieth Chadashoth»,
de Tel Aviv. He aquí dos de las noticias al respecto:

   «El abogado israelí Jakow Gregore, que vive actualmente en Brasil, y sus cómplices, el trabajador de
la construcción Abraham Goldberg y el comerciante Arnold Sukar, han sido acusados ante el Tribunal de
Distrito de Tel Aviv de intentar obtener de las autoridades alemanas, mediante la presentación de
hechos falsos, 250 millones de marcos (3.750 millones de pesetas) ... »

  «La policía israelí ha iniciado una investigación contra diez abogados, sospechosos de la falsificación
de documentos y la emisión de falsas certificaciones para las autoridades alemanas de indemnización ...
»
  Otro caso digno de comentarse es el del reciente crédito especial de 40 millones de marcos otorgado por
Bonn para los italianos «perseguidos por el nacionalsocialismo». A comienzos de 1965 el presidente de la
Comisión especial de víctimas de los nazis, Felici, declaró en Roma que él había calculado que habría unos
20.000 peticionarios para gozar de esos 40 millones; sin embargo, las solicitudes recibidas superaban las
320.000.

  Uno de los pocos diputados del Bundestag que han lanzado una leve protesta por lo que sucede con las
indemnizaciones es el socialista Martin Hirsch. En una entrevista concedida al periódico «Frankenpost», el 11
de marzo de 1965 afirmó:

«El consulado general alemán en Nueva York da mensualmente unos 200.000 dólares para gastos de
dictámenes médicos. Esta es una cantidad absurda. Hoy, veinte años después del final del dominio nazi,
aún tienen que aclarar los médicos si un enfermó también lo hubiera estado si no hubiera sido
perseguido, o si está enfermo porque fue perseguido.»

  No puede afirmarse en modo alguno que las indemnizaciones hayan originado una corriente de simpatía, o al
menos de neutralidad, entre los judíos con respecto a Alemania. Si el Gobierno de Bonn ha tratado de comprar
amistades con sólidos marcos, sus esfuerzos han sido inútiles.
El Antisemitismo Actual.- Benjamín De Roncesvalles-
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  • 1. EL ANTISEMITISMO ACTUAL Por Benjamín de Roncesvalles NOTA OBLIGADA En este libro, salido de la pluma de un escritor holandés residente en España, no se hace ninguna acusación contra un pueblo en particular. Como el lector comprobará, en sus páginas se alaba a los judíos de buena voluntad Spinoza, rabino Goldstein, etc. a la vez que se denuncia a los elementos ultrajudíos que, a lo largo de los siglos, llevaron a su propio pueblo a la catástrofe, o bien al avasallamiento financiero o militar de otras naciones. La opresión que sufre el pueblo palestino es el mejor ejemplo de esclavitud bíblica de nuestros días. El sionismo ha sido condenado como movimiento racista por la Organización de Naciones Unidas. Por eso una significativa parte del pueblo israelí (la más noble, sin duda), frente a la vesanía de muchos de sus dirigentes políticos, desea conceder la independencia a los sufridos palestinos. Por BENJAMÍN RONCESVALLES
  • 2. Una vez más otra, el antisemitismo está de moda. Pocos saben, sin embargo, que tal "antisemitismo" no es más que un arma hábilmente esgrimida por el judaísmo mundial con el objeto de desinformar y reeducar la opinión pública mundial. ¿Por qué existe un "antisemitismo" y no existe algo semejante denominado "antiesquimalismo" o "antiarabismo"? ¿Se fundamenta el antisemitismo en la maldad y tontería de todos los pueblos que han convivido con los judíos o en el pueblo "elegido" en sí?. El antisemitismo, palabra insulto utilizada por los profesionales del antirracismo, tiene sin embargo raíces políticas, económicas, históricas, sociales y religiosas. A nadie puede escapar el hecho, por lo demás revelador, de que la alta finanza internacional está en manos de judíos (Rotschilds, Rockefellers, Wartburgs, Schiffs, etc), así como el marxismo (Marx (Kissel Mordekay), hijo de un banquero judío; Zinoniev (Apfelbaum); Andropov (Lieberman); Kamenev (Rosenfeld); Trotsky (Bronstein); Kruschev (Pearlmutter), etc), la gran prensa mundial, medios de comunicación en general y la Meca del cine, Hollywood. Este pequeño libro ha de servir de iniciación sobre tan importante tema, del que apenas se encuentra información seria en ningún lugar. Ahora que el arma propagandística denominada "antisemitismo" vuelve a ser esgrimida a nivel mundial para justificar leyes antieuropeas en nuestros propios países o el comportamiento despótico de los judíos en Israel y otros países del mundo hay que coger al toro por los cuernos y leer de una vez por todas la versión que sobre el antisemitismo tienen los "antisemitas" (!?), rompiendo de una vez por todas el monopolio informativo que sobre el "antisemitismo" nos ofrecen los judíos. Primera edición: 1967 Segunda edición: Junio 1990 Depósito Legal: M109411967 Se permite la reproducción total o parcial de la obra, siempre que se cite la procedencia.
  • 3. EL ANTISEMITISMO ACTUAL Supuesto previo TESIS DEL ANTISEMITISMO DE NUESTROS DIAS: 1. El judío vive en conflicto con las demás comunidades y consigo mismo. 2. El judaísmo desarrolla el imperialismo más oneroso, el del dinero. 3. Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son amigos de los cristianos. 4. El judaísmo provocó la segunda guerra mundial y mitificó sus víctimas para construir Israel. 5. Los judíos difaman a Alemania, pero viven a expensas de ella. FIN DEL ANTISEMITISMO No resulta fácil perfilar el «antisemitismo», cuando su propio objeto, el elemento judío, nunca ha podido ser definido unívocamente. De todos modos hemos de señalar que antisemitas, en el sentido propio de la palabra, nunca los ha habido. Dado que en la actualidad los mayores enemigos de Israel son los árabes, si considerásemos acertado el término de «antisemitismo», vamos al absurdo de que los antisemitas son semitas. Sería, pues, más conveniente hablar de «antijudaísmo» o «antisionismo». No obstante, recogeremos la de «antisemitismo» por el uso generalizado que de ella se hace. ¿Cómo hemos de considerar el vínculo que, une a los judíos? ¿Es de tipo racial, o más bien religioso? Los judíos discuten sobre esto, y naturalmente los antisemitas no podrán decidir por sí mismos la disputa. Parece más razonable estimar que los judíos, más que confesión religiosa, representan un pueblo, con unos rasgos físicos y espirituales muy acusados.
  • 4. Dos Investigadores israelíes, el doctor Leo Sachs, del Instituto Weizmann, y el doctor M. Bat-Miriam, del Instituto Israelí de Investigaciones Biológicas, llegaron, hace tres años, a la conclusión de que los judíos del mundo entero pertenecen a una vieja raza mediterránea con factores genéticos comunes. Este resultado lo obtuvieron tras estudiar las huellas digitales de 4.000 judíos procedentes de Irak, Polonia, Alemania, Egipto, Marruecos, Yemen y Turquía, que viven actualmente en Israel. Con los 40.000 rasgos característicos, y basándose en las líneas de los nudos, remolinos y curvas, formaron unas series de valores numéricos. Tras compararlas con huellas de no judíos llegaron a la conclusión de que los judíos mostraban unos rasgos inconfundibles. Las huellas dactilares, escogidas por ambos investigadores, por no estar subordinadas a los llamados factores selectivos, distinguen perfectamente a los judíos de aquellos que no lo son y con los cuales han convivido durante siglos. El doctor Sachs, que actualmente estudia los grupos sanguíneos de los judíos, distingue en éstos tres grandes grupos migratorios. El primero, que tuvo lugar durante la cautividad de Babilonia, hacia el año 580 antes de Jesucristo, ha dejado un pequeño núcleo en el Irak. El segundo, que siguió a la expansión griega con Alejandro hacia el año 330 a. de J, C., llevó a los judíos a Egipto, Siria, los Balcanes y Crimea. La tercera oleada, tras la destrucción del Templo por los romanos el año 70, les llevó a España, Alemania, Italia y Francia. Los judíos que huyeron a España (sefardíes)y Alemania (askenazis) emigrarían también posteriormente hacia Polonia, Inglaterra, Rusia, América, etc. Sin, adentrarnos en la polémica entre judaístas y sionistas, hemos de observar, no obstante, que, si bien lo religioso y lo racial está muy entremezclado en la Comunidad hebrea, parece que predomina el último aspecto. Por ello, uno de los presidentes de la Orden Bnai B'rith, Leon Stuart Levi, afirmaba: “¿Quién puede atreverse, pues, a afirmar que los judíos no son una raza? La sangre es la base y el símbolo de la idea de raza, y ningún pueblo del mundo puede reclamar con tanto derecho la pureza y uniformidad de su sangre como el judío”.
  • 5. Este predominio de lo biológico: explica la creación del Estado dé Israel en pleno siglo XX. Basándose en los abuelos y bisabuelos vivieron en esas tierras hace dos mil años, los judíos han logrado reinstalarse en ellas, y no son pocos los árabes y antisemitas que prevén que tratarán de recuperar toda la Palestina apoyándose en las mismas razones. No ha sido fácil para elaborar este trabajo sobre el antisemitismo recoger material documental. En la actualidad no sólo no hay ningún Gobierno que fomente tales tendencias, sino que muchos las persiguen. En Alemania, si bien se permite a los ciudadanos hablar libremente del Gobierno, de la Bundeswehr, de la Iglesia, etc., unas simples palabras despectivas acerca de los judíos le pueden costar al autor bastantes meses de cárcel. Publicaciones periódicas de carácter antisemita no hay aunque traten de este tema (ciertamente en forma muy elemental) los escritos esporádicos de los movimientos neonazis de Inglaterra y Estados Unidos. Para combatir estos focos, en enero del año actual, las organizaciones judías británicas pidieron al ministro del Interior que acelerara las medidas restrictivas de cualquier difusión de ideas antisemitas. Nos hemos ceñido, por tanto, al estudio sintético de algunas obras editadas en Sudamérica, al reflejo de varios libros de autores hebreos y a la lectura de la prensa diaria. Ciertamente sólo hemos recogido los aspectos negativos del judío, tal como los exponen sus detractores, dado que en otra parte de este mismo volumen se dan a conocer los factores positivos. Si tratásemos de estos últimos, no quedaría debidamente reflejado el fenómeno antisemita. Por ello, nos abstenemos de este propósito y nos limitamos a exponer la visión parcial antisemita.
  • 6. TESIS DEL ANTISEMITISMO DE NUESTROS DIAS 1. El judío vive en conflicto con las demás comunidades y consigo mismo. El antisemitismo es tan viejo como el propio judío. Un destacado escritor hebreo, Bernard Lazare, ha afirmado que el origen del antisemitismo está en el mismo judío. En todo caso, surge el gran interrogante, ¿por qué han sido maltratados los judíos por los egipcios, griegos, romanos, persas, españoles, árabes, rusos, turcos, alemanes, etc.? Lazare resume sus estudios al respecto en unas pocas palabras: el judío es insociable, y, además, le resulta simpático todo lo que tiende a disolver las sociedades tradicionales. Esta puede ser una explicación para el histórico problema. Recordemos que los antisemitas siempre han afirmado que su actitud no respondía a un afán de persecución u odio hacia los judíos, sino más bien a un sentimiento de autodefensa. A este propósito, ha escrito Rénán: “La antipatía contra los judíos era, en el mundo antiguo, un sentimiento tan general, que no había ninguna necesidad de estimularlo. Aquella antipatía señala uno de los focos de separación que quizá no se rellenen nunca en la especie humana... Tiene que existir algún motivo para que ese pobre Israel haya pasado por tan dolorosos trances. Cuando todas las naciones y todos los siglos os han perseguido, es preciso que exista, algún motivo para ello.” En otro pasaje refiere el mismo autor acerca del judío: «Quería las ventajas de las naciones, sin ser una nación, sin participar en las obligaciones de las naciones. Ningún pueblo ha podido tolerar eso...
  • 7. , no es justo reclamar los derechos de miembro de la familia en una casa que no se ha ayudado a edificar, como hacen esos pájaros que se instalan en un nido que no es el suyo, o como esos crustáceos que toman el caparazón de otra especie.» Sólo así podría explicarse el sentimiento despectivo con el que nos hablan de los judíos numerosos pensadores (Séneca, Tácito, Lutero, Voltaire, Goethe, etc.), cuando podrían contarse con los dedos de la mano los testimonios favorables a la idiosincrasia hebrea. Durante tres mil años se han hecho infinidad de intentos para resolver el problema judío: segregación, Conversión, expulsión, asimilación, “progroms”, etc., y apenas se resolvió nada. Roudinesco, Lazare, Steed y otros insisten en que el aislamiento del judío ha sido fomentado además por el triunfo de sus rabinos. Al lograr éstos que sus fieles se ciñesen al Talmud abandonando en parte la Torah, les encerraron en estrechas prácticas rituales y en el fariseísmo, anulándoles la fraternidad con los otros pueblos. Al exacerbar su exclusivismo religioso, el judío se aísla de los demás y quiere vivir aparte. De aquí se deriva el que jamás haya tratado de hacer proselitismo. Indica Fejtö en «Dios y su pueblo» (París, 1960) que al judío le resulta inadmisible compartir a Dios con otros, y de su fe en la propia predestinación ha derivado el desprecio hacia los demás pueblos, que, a su vez, y por este motivo, le han despreciado a él. Resulta, por ello, curioso cómo un autor judío, Leon Uris, en su obra «Exodo» pone las siguientes palabras en labios del personaje David Ben Ami: «Fíjate en los descendientes de los judíos españoles, Durante la Inquisición simulaban convertirse al catolicismo y rezaban las oraciones latinas en voz alta, pero al final de cada frase susurraban por lo bajo una oración hebrea» No percibe el novelista que precisamente esa mentalidad aumentó a la judería sus tribulaciones, ya que para los otros pueblos en general lo noble ha sido siempre lo contrario, tal como atestiguan los millares de mártires cristianos que en épocas de persecuciones prefirieron perder la vida a negar su fe.
  • 8. Las costumbres judías tampoco han sido muy propicias para fomentar la comprensión por otros pueblos. Juvenal nos refiere cómo en el sábado el judío no es capaz de mover un dedo, ni siquiera por humanidad. Durante las veinticuatro horas del sábado no se podía realizar el menor trabajo, ni siquiera hacer un nudo, coser dos puntadas, escribir dos letras ó andar más de dos mil pasos. Los rabinos llegaron incluso a discutir si era lícito comer un huevo puesto en sábado, pues evidentemente la gallina había trabajado en día prohibido. Alberto Vidal en su libro “Tras las huellas de San Pablo”, (Madrid, 1963), recoge algunas de las prohibiciones del Talmud (Trat. Shabbath): “¿Qué pesos puede uno transportar el sábado sin violar el reposo prescrito? Respondían (los rabinos): No es licito transportar ni un higo seco; la mujer no puede salir de casa llevando cintas, ni collares, ni pendientes nasales, ni ramos de flores, ni pomos de perfume, ni cajitas de mirra, ni algodón en el oído o en las sandalias, ni un niño en brazos. El sastre no puede salir con la aguja ni el escriba con su pluma. Pero se permitía salir con un diente postizo, y un cojo podía salir con su pata de palo, aunque algunos, como Rabbi José, lo prohibían”. Aun hoy en día, el judío no gasta un céntimo en sábado. Los más severos ni siquiera fuman, pues en la Biblia se dice que no encenderán fuego. El judío ortodoxo—refería recientemente la conocida revista «Der Spiegel »— se niega incluso a avisar en sábado a una ambulancia o a los bomberos. El nuevo Estado de Israel señalan los antisemitas es la mejor prueba del exclusivismo de sus fundadores. Conocida es la resonancia mundial que tuvieron las leyes raciales de Nuremberg, durante el III Reich, y con arreglo a las cuales se prohibía el matrimonio de germanos con judíos. Pues bien, las víctimas de entonces, siguiendo los preceptos del Talmud, han establecido en el nuevo Israel una ley que prohibe terminantemente los matrimonios mixtos, es decir, con no judíos.
  • 9. Los hebreos que huyeron a Palestina de Europa y de las persecuciones del III Reich, tampoco demostraron tener hacia los árabes la clemencia que para sí mismos habían reclamado. El acuchillamiento de toda la población árabe de Deir Yassin en abril de 1948, el asesinato del Conde Bernadotte, las matanzas de Nasirud- din, Wadi Araba, Qibiah, Deir Ayub, etc., y la expulsión de casi un millón de árabes de sus tierras, han motivado que un notable historiador, Arnold Toynbee, tras recordar que «lo más trágico en la vida humana es el que los hombres que han sufrido hagan sufrir a otros», haya comentado este hecho del siguiente modo: «Las iniquidades cometidas por los sionistas judíos contra los árabes palestinos pueden compararse a los crímenes contra los judíos por los nazis.» Corroboran el juicio de Toynbee las palabras que un destacado político israelí, Menahim Beigim, líder del partido Herut, expresó ante una conferencia de veteranos de guerra: «Vosotros los israelitas no debéis ser sensibles matando a vuestros enemigos ni debéis sentir piedad de ellos. Tenemos que destruir la llamada civilización árabe para sustituirla por la nuestra encima de sus escombros.» Recordemos asimismo que una vez pasado el peligro, los judíos europeos tampoco demostraron tener agradecimiento hacia los países que les ayudaron durante la guerra mundial. Tal fue el caso de España. Veamos lo sucedido En marzo de 1942. gracias a la intervención de la España en Vichy, las autoridades alemanas reconocieron la protección española sobre los 3.000 sefardíes residentes en Francia. En 1943, el mariscal Antonescu accedía igualmente, y con carácter excepcional, a que los sefarditas de Rumania quedaran bajo la protección del Gobierno español. Medidas similares fueron adoptadas por España en otros países.
  • 10. Isaac Weisman, delegado del Congreso Mundial Judío en Lisboa, manifestaría posteriormente ante una asamblea de esta organización en Atlantic City: «En el principio de 1944 recibimos un telegrama urgente de nuestros amigos de la Agencia Judía en Estambul interesándonos para que Intercediésemos o auxiliásemos a cuatrocientos judíos sefarditas de origen español que se encontraban en el campo de concentración de Haldari, en Grecia, y los cuales iban a ser deportados por los alemanes hacia Polonia. En respuesta a nuestra petición, don Nicolás Franco, embajador de España en Portugal y hermano del general Franco, se puso en contacto inmediatamente con su Gobierno. Más tarde, el embajador nos informó que el Gobierno español había determinado proteger a los judíos en cuestión y había comunicado a los alemanes este propósito suyo. De esta manera los cuatrocientos judíos sefarditas del campo de Haidari fueron salvados de la deportación a Polonia. Las gestiones emprendidas por nuestra parte obtuvieron también del Gobierno español la decisión de tomar bajo su protección a todos los judíos sefarditas de origen español de los países ocupados, tanto si estuviesen en posesión de documentación española como si careciesen de ella.” Años después, muchas de las personas salvadas por España olvidarían los peligros pasados. En mayo de 1949, al discutirse en la Asamblea de la ONU la propuesta hispanoamericana favorable a España, el delegado de Israel, Mr. Evan, cuyo voto resultó de excepcional importancia, manifestó en un discurso: «Durante la época de terror del nazismo un millón de nuestros niños fueron lanzados a los hornos y cámaras de gas. No es que afirmemos en manera alguna que el régimen español tuvo parte directa en esta política de exterminio, pero sí afirmamos que fue un aliado activo y simpatizante del régimen responsable de esa política y como tal contribuyó a la eficacia de la alianza bajo un punto de vista global.»
  • 11. El Jefe del Estado español, ante el premeditado olvido internacional de la labor realizada por España en favor de los refugiados, diría posteriormente en una entrevista concedida para el «Daily Mail» de Londres: «Cuanto España hizo durante la contienda en el auxilio de los emigrados, salvamento de aviadores ingleses y de otros países, que con el auxilio español o por vía española se salvaron y alcanzaron sus patrias, ha respondido a un sentimiento natural del pueblo español, que por innato en él no aspira a reconocimiento. Grande fue, sin duda alguna, la ayuda que muchos judíos perseguidos del centro de Europa recibieron de nuestros representantes diplomáticos y que nos acarrearon incomprensiones, sinsabores y dificultades y, sin embargo, cuando debían acordarse de ello, en las reuniones internacionales, nos pagaron con ingratitudes». Dentro de la comunidad judía, y en toda las épocas de la Historia, han surgido unas individualidades cuyo estudio seria más propio de un tratado de sicología. Estas figuras, que no se destacaron precisamente por su solidaridad hacia el resto de la judería, y cuya vida, por tanto, no fue fácil, son típicas de este pueblo. Sin necesidad de acudir al relato evangélico, podríamos señalar la impresionante vida del filósofo Spinoza. Que los grandes perseguidores de la judería, de Torquemada a Heydrich, hayan sido judíos constituye otro insondable misterio de la Historia. Recientemente, el «gran dragón» del Ku-Klux-Klan de Nueva York, Daniel Burros, se suicidó al divulgar el “New York Times”, que era judío y había estudiado durante varios años en la escuela de la sinagoga de Queens, en Nueva York. No menos curioso es el hecho de que en el pasado mes de octubre, James H. Madole, jefe de la organización antisemita norteamericana «Renacimiento nacional» anunciara en Nueva York que varios judíos forman parte de su asociación. 2: El judaísmo desarrolla el imperialismo más oneroso, el del dinero. Desde tiempo inmemorial se habla en el Deuteronomio de la siguiente norma: «Prestarás a mucha gente, pero tú de nadie recibirás prestado.» El profeta Isaías anatematizó duramente la inclinación de sus compatriotas a la avaricia.
  • 12. Nunca fueron fáciles en la Historia - acusan unánimemente los antisemitas -las relaciones económicas- sociales de los judíos con los demás pueblos. En la Edad Media se les prohibía a los judíos tener nodrizas cristianas, confeccionar la seda, dedicarse al comercio de mercaderías nuevas, ejercer la medicina entre los cristianos o la carrera de las armas, etc... Se les permitía, sin embargo, ser banqueros, joyeros, corredores, etc..., profesiones que se suponía no implicaban un peligro directo para los cristianos, y en las que los judíos mostraban singulares aptitudes favorecidas por su apátrida. El año 1338 el emperador Luis de Baviera concedía a los burgueses de Francfort un privilegio especial para que pudieran obtener de los judíos empréstitos a sólo el 32,3 por 100 de intereses anuales. En Ratisbona, Viena, Augsburgo y otras ciudades el interés legal al que prestaban los judíos subía frecuentemente hasta el 86 por 100. Para conocer las relaciones entre los judíos y los españoles durante la Edad Media, hay un interesante libro de Sánchez Albornoz («España, un enigma histórico, en el que se refleja la realidad de aquella época, en versión muy distinta a la ofrecida por el autor filosemita Américo Castro. Cuando Felipe Augusto expulsó a los judíos de Francia, en el siglo XIV recoge el padre Meinvielle en su libro «El judío» ya eran propietarios de la tercera parte de las tierras. Habían acaparado de tal modo el numerario del reino que cuando se fueron apenas se encontró dinero en el país. Así es como San Pío V, tras recordar «los muchos modos de usura con los que los judíos arrebatan los recursos de los cristianos pobres», estableció una serie de medidas a las que acompañó con la siguiente introducción: «... Por fin tenemos perfecto conocimiento de cuán indignamente tolera esta raza perversa el nombre de Cristo, cuán peligroso sea para todos los que llevan este nombre, y con qué engaños busca poner asechanzas contra sus vidas. En vista de éstas y otras gravísimas cosas y movidos por la gravedad de los crímenes que diariamente aumentan para malestar de nuestras ciudades, y considerando, además, que la dicha gente, fuera de algunas provisiones que traen de Oriente, de nada sirven a nuestra república ... »
  • 13. Se ha afirmado por algún autor que los judíos únicamente se dedicaron al prestamismo forzados por el antisemitismo, que no les permitía el acceso a las Universidades, a la milicia, etc. Sin embargo, no es menos cierto que en general no se les vedó el trabajo manual y la agricultura, actividades a las que apenas se dedicaron por el afán de predominar en el comercio y en el dinero. Por eso cuando abandonaron España, la zona del Levante, en la que vivían grandes núcleos hebreos, siguió tan próspera como antes. La cuestión ha adquirido un gran relieve con el desarrollo del mundo contemporáneo. Dado que a menudo sólo el judío ha dispuesto de grandes cantidades de dinero en metálico, esto le ha facilitado dicen los antisemitas la introducción en los Parlamentos y en los Gobiernos. De pequeño cambista, enemistado siempre con el pueblo, ha pasado progresivamente a banquero. Donde más nítidamente se percibe la importancia de esa nueva condición es en la familia Rothschild, acerca de la cual un gran historiador, Mommsen, ha dicho: «Sería más interesante escribir la historia de la familias Rothschild que la de muchas dinastías reales.» Sin duda alguna, algo parecido podría decirse de las grandes familias de los Warburg, Schiff, Morgan, etc. La dinastía bancaria de los Rothschild en la que una dama ha podido afirmar con orgullo: «Si mi hijo no quiere, no habrá guerra» fue fundada por Anselmo Rothschild (1743-1812) que estableció en Francfort un negocio de Banca, y obtuvo grandes beneficios reclutando soldados alemanes para ejércitos extranjeros. El negocio pasó luego a su hijo mayor, y posteriormente los otros cuatro hijos fundaron Bancos autónomos en Londres, París, Viena y Nápoles, pero manteniendo un estrecho contacto entre sí. El Rothschild de Londres se haría célebre con el famoso «golpe de Waterloo». A partir del Congreso de Viena de 1815 creció su influencia en los numerosos Estados que les eran deudores. Una publicación que no puede ser calificada de antisemita, «The Jewish Enciclopedia» (vol. X, pág. 495) recoge detalladamente los préstamos hechos por los Rothschild entre 1817 y 1848. La cifra total de 654.847 dólares era enorme para aquellos tiempos. Prusia obtuvo préstamos en 1817, 1818, 1822, 1830, etc.; la Gran Bretaña en 1819 y 1835; Austria en 1820, 1821, 1823, 1834 y 1842.
  • 14. Otros países deudores fueron Nápoles, Rusia, Sicilia, Francia, Brasil, Estados Pontificios, Bélgica, etc. Recientemente, uno de los hombres de confianza de Rothschild, René Mayer, fue presidente de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y otro, el señor Pompidou, es jefe del Gobierno francés. Sería muy prolijo reseñar la intervención de los judíos en la economía contemporánea, y para ello remitimos al lector a una obra del destacado catedrático de Economía de la Universidad de Berlín, Werner Sombart, titulada «Los judíos y la vida económica». En ella se pone de manifiesto la influencia hebrea en la creación del capitalismo, y cómo sin ella no se podría explicar este régimen económico. Otro autor, Henry Ford, ha expuesto en su libro «El judío internacional» las peculiaridades que según él distinguen a los judíos: «Es característico de los judíos el que no concurran donde haya tierras libres, o donde se produzcan materias primas, sino allí siempre donde más estrechamente convivan las masas populares. Este hecho adquiere especial importancia ante el constante clamoreo judío, de que de todas partes sean proscritos. A pesar de ello, se concentran siempre y especialmente en aquellos puntos donde menos bien recibidos resultan. La explicación más corriente de ello es que responde a su carácter el vivir de y sobre otras personas, no de la tierra, no de la transformación de las materias primas en productos útiles para la vida humana, sino de su vecindario inmediato ... » Es digna de mención una carta que un judío, Baruch Levy, dirigió a Carlos Marx: «El pueblo judío tomado colectivamente será su propio Mesías. Su reino sobre el universo se obtendrá por la unificación de las otras razas humanas, la supresión de las fronteras y de las monarquías, que son la muralla del particularismo, y el establecimiento de una república universal, que reconocerá en todas partes los derechos de ciudadanía a los judíos... De este modo se realizará la promesa del Talmud de que, cuando hayan llegado los tiempos del Mesías, los judíos tendrán en sus manos los bienes de todos los pueblos del mundo.»
  • 15. La opinión de Marx sobre sus compatriotas queda reflejada de otro modo en lo que escribió en los «Anales germanofranceses» en 1844: «Cuando el judío quiere ser emancipado del Estado cristiano le exige que el propio Estado renuncie a su prejuicio religioso. ¿Renuncia el judío a su prejuicio religioso? ¿Tiene, entonces, el derecho de pedir al otro que renuncie a su religión? No busquemos el misterio del judío en su religión, sino busquémosle en el judío real. ¿Cuál es el fin real del judaísmo? La demanda práctica, el egoísmo. ¿Cuál es el culto material del judío? La usura. ¿Cuál es su dios real? El dinero... El judío se ha emancipado a la manera judaica, no sólo, apropiándose el poder financiero, sino porque éste, con el judío y sin él, se ha convertido en un poder mundial, y el espíritu práctico del judío es el espíritu práctico de todos los pueblos de la cristiandad. La emancipación de los judíos es la judaización de los cristianos.» Chesterton, por su parte, ha observada lo siguiente: «El capitalismo y el comunismo están basados en la misma idea: la acumulación de bienes que suprime la propiedad individual. Desde el punto de vista ético, el capitalismo y el comunismo se hallan tan cerca el uno del otro que no sería nada de extraño que sus jefes y caudillos procedan también de los mismos círculos raciales.» Un eminente pensador español, Ortega y Gasset, ha expresado certeramente en unas pocas líneas el cauce por el que discurre inconscientemente el mundo de nuestros días: «Lo importante es evitar la concepción económica de la Historia, que hace de la historia entera una monótona consecuencia del dinero. Porque es demasiado evidente que en muchas épocas humanas el poder social de éste fue muy reducido y otras energías ajenas a lo económico informaron la convivencia humana. Si hoy poseen el dinero los indios y son los amos del mundo, también lo poseían en la Edad Media y eran la hez de Europa...
  • 16. Nadie, ni el más idealista puede dudar de la importancia que el dinero tiene en la Historia, pero tal vez pueda dudarse de que sea un poder primario y sustantivo... Si ceden los verdaderos y normales poderes históricos - raza, religión, política, ideas - toda la energía social vacante es absorbida por él. Diríamos, pues, que cuando se volatilizan los demás prestigios queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento material, no puede volatilizarse. O de otro modo: el dinero no manda más que cuando no hay otro principio que mande.» ¿Qué es lo que sucede hoy en el mundo occidental? Corroborando la afirmación de Ortega y Gasset vemos que el hombre actual ya no gravita en torno a un dogma metafísico o político, sino que lo hace en pos de una nueva fuerza de gravitación universal, que es el dinero. Para remediar sus desdichas acude a los Bancos, las nuevas catedrales del siglo XX. El financiero sabe que es el sacerdote de las multitudes actuales, y de la destilación de su cerebro que ya se atreve a anunciar la muerte de todas las ideologías ha surgido el subproducto de la idea del bienestar. Nadie parece darse cuenta de que en la alquimia capitalista el dinero produce más dinero. El Banco, que se enriquece tanto por el préstamo como por el interés, con un fondo relativamente pequeño puede realizar operaciones hasta diez veces superiores. Como el dinero significa hoy poder, es inevitable que el banquero internacional intervenga activamente en la política mundial. No se trata, pues, de la acción aislada de algún financiero que en muchos pueblos puede tener un carácter nacional autóctono, sino de la existencia de una cadena internacional de carácter uniforme y cuyo poder se incrementa paulatinamente. Finalizaremos este capítulo recogiendo unas palabras de Bernard Baruch, «consejero» de todos los presidentes norteamericanos desde Wilson, y que aparecen en el llamado «testamento económico» que dio a conocer antes de su muerte:
  • 17. “El capitalismo de mañana será distinto. Se levantará sobre la base de un acuerdo entre las potencias occidentales. Pues también aquellos que hasta ahora quieren cerrarse al capitalismo las potencias del Este no se podrán cerrar a las nuevas formas que ellos mismos configuran. Pero una cosa es importan- te: la política nunca fue decisiva para los acontecimientos mundiales. Ella solo fue siempre un factor, resultado del poderío económico. Esta ley fundamental nos obliga a la alteración de nuestras reglas de juego político, mientras que el bloque del Este se verá obligado a superar sus puntos de partida económicos. El capital de mañana será algún día uno, común. Esto lo pronostico con toda seguridad.» Así es como en pleno siglo XX continúa la lucha entre la mentalidad judaica y el pensamiento clásico grecorromano. 3. Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son amigos de los cristianos. Las relaciones entre los judíos y los cristianos nunca fueron cordiales. Así consta por parte cristiana en los duros ataques que infinidad de santos dirigieron hacia el pueblo que había crucificado a Jesucristo. Citemos, entre otros, a San Hilario de Poitiers, San Gregorio, San Efraín, San Ambrosio, San Epifanio judío de nacimien- to, San Cirilo, San Juan Crisóstomo, San Agustín y San Agobardo. La peligrosidad de los judíos ha sido expuesta por lo menos en quince documentos pontificios, destacando en especial los promulgados por Inocencio IV, Gregorio X, Juan XXII, Julio III, Paulo IV y Pío IV. Sin embargo, los Papas siempre defendieron a los judíos cuando eran sometidos a injustas vejaciones o a derramamientos de sangre, tal como lo reconocieron públicamente los rabinos reunidos en París en 1807. Un buen ejemplo de ello es el del gran Pontífice Inocencio III, que prohibió, bajo pena de excomunión, forzar al bautismo a ningún judío o desenterrar sus cadáveres para quitarles el dinero. Ojeando la historia de los comienzos del cristianismo vemos que hay una durísima lucha entre la nueva religión y la mosaica. San Justino, en su famoso «Diálogo con el judío Trifón», nos dice que los judíos en cuanto podían quitaban la vida a los cristianos.
  • 18. Tertuliano escribe: «Las Sinagogas de los judíos son las fuentes de nuestras persecuciones.» San Basilio, refiriéndose a lo mismo, dice que los judíos ya no luchan contra los paganos, sino que se han unido a ellos para combatir el cristianismo. De este modo veremos a los judíos de Esmirna en el año 155 reclamando torturas para San Policarpo, y después harán lo mismo durante el martirio de San Poncio de Cimiez, de San Marciano de Cesárea, etc. Es decir, y en resumen: en los principios del cristianismo la comunidad hebrea atizó el fuego de las persecuciones contra los seguidores de Cristo, situación que sólo cesó lógicamente cuando el cristianismo aumentó su fuerza. Es muy de lamentar, por tanto, pero no es sorprendente que durante la Edad Media los judíos se encontraran relegados a una calamitosa situación. A ello contribuyó, además - indica el padre Maticlair -, el «crimen ritual» judío, consistente en reproducir en el Viernes Santo la pasión de Jesucristo sobre algún niño cristiano capturado. Prueba irrefutable de este delito del que hay más de cien casos perfectamente registrados y cuya última versión conocida tuvo lugar en Damasco en 1840 es el hecho de que la Iglesia, por tal motivo, ha canonizado a varias de las víctimas, entre las cuales podemos mencionar a San Dominguito del Val, en España, a San Simón de Trento, en Italia, y a San Ricardo, de París. La conveniencia de que los judíos queden claramente identificados es subrayada también por Santo Tomás de Aquino. Al preguntarle la duquesa de Brabante si los judíos debían llevar una señal distintiva para diferenciarse de los cristianos, le responde el Santo: «Fácil es a esto la respuesta, y ella de acuerdo con lo establecido en el Concilio General (IV de Letrán), que los judíos de ambos sexos en todo territorio de cristianos y en todo tiempo deben distinguirse en su vestido de los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, a saber, que en los cuatro ángulos de sus mantos haya orlas por las que se distingan de los demás.» En la controversia judeocristiana, los elementos cardinales de fricción han sido dos: el concepto de culpabilidad colectiva y la muerte de Jesucristo.
  • 19. La culpabilidad colectiva de los pueblos tiene una raigambre en el relato del Antiguo Testamento, si bien en el Deuteronomio parece marcarse una responsabilidad individual. ¿Cabe una culpa colectiva de los judíos en la muerte de Cristo? En la actualidad, semejante tesis goza de poco crédito. Su aplicación suele traer además con frecuencia odiosas consecuencias. Lo más notable, no obstante, es que la teoría de la culpa colectiva fue remozada y puesta en circulación en 1945 para castigar a los vencidos de la segunda guerra mundial. Un celoso propagador de ella fue Karl Jaspers, al tratar de la «culpabilidad colectiva» del pueblo alemán. En septiembre de 1959, el padre Guillet, profesor de la Universidad Teológica de Fourviére (Lyon), definía en las Conversaciones Internacionales Católicas de San Sebastián el origen del pecado colectivo del siguiente modo: «La actitud de éste (el pecador) consiste en desolizarizarse y en declarar que él no tiene nada que ver con la falta y afirmar que es el resultado de una especie de fatalidad, ya que «con este pueblo no hay nada que hacer». En cambio, el justo, que no participa en el pecado y que lucha con todos sus medios contra la injusticia, acepta sufrir las consecuencias del pecado colectivo. ... hay pecado colectivo donde la comunidad, aunque no sea con total unanimidad, asume una actitud pecaminosa.» Cuando la teoría fue practicada en 1945 sobre las víctimas de la «rendición incondicional», nadie protestó. Sólo cuando el arma de doble filo se ha vuelto contra los que la patrocinaban se pide su supresión. Lo más significativo es que, haciendo caso omiso de la lógica, muchos de los que tratan de exonerar al pueblo hebreo de un pecado colectivo, procuran no suprimir éste, sino lanzarlo sobre toda la humanidad. ¿No habrá mayor relación entre un judío de hoy y uno de los que condenaron a Cristo que la que pueda haber entre este último y, pongamos por caso, un canadiense? Para el cristiano es dogma de fe que el Hijo de Dios se hizo hombre para redimir a los hombres del pecado, pero esa redención hubiera podido hacerla sin necesidad de ser crucificado por los judíos. Cierto que Cristo sabía lo que iba a suceder (Mt. 20, 28; Mc. 10, 45, y Lc. 22, 19), pero que ofreciera su vida por todos los hombres no significa en modo alguno que todos los hombres tomaran parte físicamente en aquel crimen. Por tanto, si bien es cierto que no todos los judíos le condenaron, no lo es menos que todos los que le condenaron eran judíos.
  • 20. Al matar a Jesucristo, los judíos fueron, por consiguiente, causa primaria y no un simple efecto de todas las vejaciones que luego sufrirían bajo el cristianismo. No es un argumento muy concluyente observan los antisemitas recordar que Cristo fue hebreo, pues también lo fueron Caifás, Judas el traidor, los que apedrearon a San Esteban, los que mataron al Apóstol Santiago en Jerusalén, etc. Respecto al proceso contra Jesús, el padre Marcel Mauclair afirma que tanto los Santos Evangelios como Hechos de los Apóstoles demuestran: 1. Que Cristo acusó a los judíos y no a los romanos ni a la humanidad de quererle matar. 2. Que fueron los judíos y no los romanos ni la humanidad en general los que planearon en varias ocasiones el asesinato del Redentor. 3. Que los Apóstoles culparon a los judíos y no a la humanidad ni a los romanos de la muerte de Nuestro Señor. El padre Mauclair recoge abundantes citas de la Sagrada Escritura que corroboran lo anterior. En el propio pueblo natal de Cristo, por ejemplo, los habitantes trataron de despeñarle desde lo alto de un monte, tal como nos lo refiere San Lucas (IV, 28 y 29). En el Evangelio de San Juan (Cap. VIII), al discutir Cristo con unos judíos les dice: «Yo sé que sois hijos de Abraham; mas me queréis matar porque mi palabra no cabe en vosotros.» San Pablo, refiriéndose a los judíos, les dice a los tesalonicenses en su primera Epístola: «También mataron a Jesucristo y a los Profetas y nos han perseguido a nosotros y no son del agrado de Dios y son enemigos de todos los hombres.» Afirmar - como hacen algunos filosemitas - que fueron los romanos los que juzgaron a Jesucristo supone un desconocimiento total de cómo se administraba la justicia en el Imperio Romano. Aun bajo el gobierno de los procuradores, los romanos respetaron la organización judicial que los judíos se habían dado a la vuelta del cautiverio de Babilonia, y que estaba inspirada en la tradición mosaica.
  • 21. En tiempos de Cristo, el tribunal supremo era el Sanedrín, compuesto por 70 miembros, presididos por el Sumo Sacerdote, y que representaban al clero, a los magistrados y al pueblo. El Sanedrín podía apresar, azotar con 40 golpes (aunque para evitar sobrepasarse sólo daban 39) y dar sentencia de muerte. Sólo la ejecución correspondía a los romanos. (En la Edad Media tampoco la Inquisición solía ejecutar las sentencias, pues esa función correspondía al brazo secular.) En San Pablo vemos que el pueblo judío tenía una gran estima por el Sanedrín y no quería saber nada de la justicia romana. Desde un punto de vista humano, la actitud de los judíos hacia Cristo es fácilmente comprensible. San Juan (Cap. V, vers. 18), al sanar Cristo a un paralítico en sábado, nos relata: «Y por esto los judíos tanto más procuraban matarle: porque no solamente quebrantaba el sábado, sino también porque decía que era Dios su Padre, haciéndose igual a Dios.» Por ello, y en consecuencia, los judíos dirían después a Pilatos: «Nosotros tenemos una Ley, y según esta Ley debe morir» (San Juan, 19, 7). La pugna entre los judíos ortodoxos y los cristianos era, pues, inevitable. Y aunque no se admita, la culpabilidad colectiva, el hecho de que cuando Pilatos preguntó qué mal había hecho Cristo, el grupo más representativo afirmase «sea crucificado... caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» prueba plenamente que ellos deseaban que el hecho tuviera consecuencias colectivas. Recientemente, en 1962, el judío A. Memmi ha escrito en Francia una obra sumamente interesante: «Retrato de un judío». En ella expone el punto de vista tradicional de la comunidad hebrea del siguiente modo: «¿Se dan cuenta siempre, los cristianos, de lo que el nombre de Jesús, su Dios, puede significar para un judío?... Para el judío que no ha dejado de creer y de practicar su propia religión, el cristianismo es la mayor usurpación teológica y metafísica de su historia; es una blasfemia, un escándalo espiritual y una subversión.» La Iglesia católica ha procurado tender últimamente un puente de amistad hacia el pueblo judío, mediante un texto pacificador, de carácter conciliar, que pueda abrir una nueva era en las relaciones entre ambas comunidades.
  • 22. En junio de 1962, los dignatarios judíos Label A. Katz y Nahum Goldmann se reunieron con el cardenal Bea. En dicha reunión señala la prestigiosa revista de los jesuitas «Civilitá Cattolica», en su edición del 18 de julio de 1964 Katz, jefe del B'nai B'rith, entregó al cardenal Bea un largo memorándum destinado al Concilio. En él se contenían íntegramente las tesis del llamado «decreto sobre los judíos» que la Secretaría para la unión de los cristianos presentaría después a la sesión plenaria del Concilio. El 19 de noviembre de 1963, cuando el proyecto ya iba adquiriendo forma, el diario «Le Monde» divulgó lo siguiente: «La organización judía internacional B'nai B'rith ha expresado su deseo de establecer, relaciones más estrechas con la Iglesia católica. Dicha orden acaba de someter al Concilio una declaración en la cual se afirma la responsabilidad de la humanidad entera en la muerte de Jesucristo. Si esta declaración es aceptada por el Concilio, ha declarado Mr. Label Katz, presidente del Consejo internacional de la Bnal B'rith, las comunidades judías estudiarán los medios de cooperar con las autoridades de la Iglesia.» Otro defensor de la tesis de que los judíos fueron perseguidos injustamente por los cristianos durante veinte siglos, y de que sólo estos últimos deben rectificar su actitud y reparar el mal, es el judío Jules Isaac, promotor de las asociaciones de «Amistad judeocristiana». Monseñor de Provencheres, obispo de Aix, al inaugurarse en esta ciudad, en enero de 1965, la avenida Jules Isaac, afirmó que «el origen del esquema (conciliar) se encuentra en una petición de Jules Isaac al Vaticano, estudiada por más de dos mil obispos». Al menos, el escritor judío logró ser recibido por el Papa Juan XXIII en junio de 1960. Sin embargo, Isaac ha visto con gran perspicacia que el origen religioso del conflicto secular cristianojudaico está en los cuatro Evangelistas. Esta tesis la expone a lo largo de las páginas de su «Jesús e Israel» (París, 1959), libro del que Rabí ha afirmado que «constituye la máquina de combate más específica contra una enseñanza cristiana particularmente nociva». Resolver el problema es harto difícil, pues los Evangelios para Isaac, «inicuos», «inverosímiles», etc. son para el cristiano Sagrada Escritura.
  • 23. Isaac, según el cual el antisemitismo más peligroso es el de carácter teológico, en la página 428 de su libro afirma textualmente lo siguiente: «El partidismo de los Evangelistas se hace más evidente, más acentuado con la lamentable ausencia de documentación no cristiana en la historia de la Pasión... Sin embargo, salta a la vista que los cuatro tuvieron la misma preocupación: reducir al mínimo las responsabilidades romanas para agravar tanto más las responsabilidades judías. Son desiguales, por añadidura, en su partidismo: a este respecto, Mateo destaca con mucho, no solamente sobre Marcos y sobre Lucas, sino incluso sobre Juan. El hecho no es sorprendente. Los enemigos más encarnizados son los de la propia sangre: y Mateo es judío, sustancialmente judío, el más judío de los Evangelistas... Pero ¿sale bien parada la verdad histórica? Cabe dudarlo. No tiene nada de sorprendente que, de los tres Sinápticos, Mateo sea el más parcial, su relato de la Pasión el más tendencioso ... » Los antisemitas según parece desprenderse de algunas de las publicaciones repartidas a los padres conciliares pensaron en un principio que estos últimos Iban a hacer más caso a las tesis del trío Isaac Bea Katz que a los mismos Evangelios. Pero monseñor Carli, obispo de Segni, en su trabajo «La Questione guidaica davanti al Concilio Vaticano II», expuso las inamovibles bases teológicas que confirman que la muerte de Cristo fue un deicidio. La polémica se agrió por la intervención de los musulmanes, que no podían comprender que los padres conciliares actuaran únicamente por razones religiosas y no de carácter político. El hecho de que el Secretariado para la unión de los cristianos no tuviera importantes contactos al menos conocidos con los grandes rabinos, y sí los mantuviese con organismos políticos como el B'nai B'rith y el Congreso Mundial Judío les resultaba sumamente sospechoso. Afirmaban además que los pueblos musulmanes veneran a Jesucristo como a un profeta. Para los judíos, por el contrario, Jesús no es más que «un artista en parábolas» (Klauzner), o como expone Rabí en un reciente libro “para nosotros... la conversión al cristianismo es necesariamente idolatría, porque representa la blasfemia suprema, es decir, la creencia en la divinidad de un hombre”.
  • 24. La amorosa disposición de muchos padres conciliares hacia los judíos según el parecer de los antisemitas, muy superior a la que mostraban hacia otras religiones que, creen en Cristo, como las protestantes y musulmana parecía que iba a llevar a la aprobación de la declaración propuesta por el cardenal Bea. Con arreglo a ella se exoneraba a los judíos del deicidio y se condenaba el antisemitismo. Pero el párrafo fundamental del esquema ha quedado aprobado sin duda alguna tras la intervención del Espíritu Santo del siguiente modo: «Aun cuando las autoridades judías, con sus partidarios, llevaron a Cristo a la muerte, lo que aconteció durante su pasión, no puede imputarse indistintamente a todos los judíos que vivían en aquel tiempo ni a los judíos de hoy. Si bien es cierto que la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben ser, por la misma razón, presentados como reprobados por Dios, ni como malditos, como si esto se dedujera de la Sagrada Escritura. Por tanto, todos deben cuidar, en la catequesis y en la predicación de la palabra de Dios, de no enseñar nada que, no sea conforme a la verdad del Evangelio y al espíritu de Cristo. Además, la Iglesia, que reprueba todas las clases de persecuciones contra cualesquiera de los hombres, teniendo presente el patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la caridad religiosa del Evangelio, deplora los odios, las persecuciones y las manifestaciones de antisemitismo, que cualesquiera que sean la época y sus autores, se han promovido contra los judíos.» Unas firmes manos, con la debida autoridad, habían suprimido la expresión «o deicidas» que figuraba tras las palabras «ni como malditos», y el término «y condena» que al final del mismo párrafo iba a continuación de «deplora». También es digno de mención que en el esquema aprobado por los padres conciliares el 20 de noviembre de 1964 se decía: «Que todos procuren, pues, no enseñar en las catequesis ni en la predicación de la palabra de Dios nada que pueda hacer nacer en el corazón de los fieles el odio o el desprecio hacia los judíos.» En la redacción definitiva, las últimas palabras se sustituyen por «no enseñar nada que no sea conforme a la verdad del Evangelio y al espíritu de Cristo».
  • 25. Como es de suponer, a los dirigentes del judaísmo político les ha hecho poca gracia lo sucedido. Oigamos sus quejas a través del editorial publicado en «La Terre Retrouvée» (15 de octubre de 1965), órgano oficioso del sionismo: “Después de vivas polémicas, en su última sesión de noviembre de 1964, el Concilio adoptó el esquema sobre «Ia actitud de la Iglesia hacia las religiones no cristianas», el cual llevaba la explícita mención «especialmente hacia los judíos». El texto del esquema resonó en el mundo como un clarinazo. Se decía en él que el Concilio «deplora y condena el odio y las persecuciones contra los judíos, perpetrados sea en el pasado, sea en nuestros días». Se añadía que el pueblo judío «no sea presentado nunca como una raza réproba o maldita o culpable de deicidio». Desde entonces ha pasado casi un año, y parece ser que la influencia de aquellos que, en el seno de la Iglesia, sueñan todavía con un «glorioso» pasado, y la precisión política de las misiones árabes, han conseguido dar a aquel primer texto un aspecto caricaturesco. Véase si no. La mención «especialmente hacia los judíos» ha desaparecido..., Sí, los judíos y no ya el pueblo judío no son indistintamente culpables de la crucifixión de Jesús, no se concreta ya que no sean deicidas. Pero lo más desconcertante es lo siguiente: según la nueva redacción, la Iglesia no condena ya el odio y las prosecuciones contra los judíos, se limita a deplorar las persecuciones y las manifestaciones del antisemitismo. A menos que ese texto sea rectificado en lo esencial, todos los esfuerzos del Papa Juan XXIII, de Jules Isaac, del cardenal Bea y de los cristianos de buena voluntad habrán desembocado en una declaración platónica, la cual sólo conseguirá volver a abrir la llaga que se había querido cicatrizar.
  • 26. Nunca habíamos esperado que la Iglesia fulminara un día con la excomunión a los asesinos o a sus cómplices, los cuales, cristianos y en una sociedad cristiana, escarnecieron la doctrina fundamental de la caridad y de la justicia. Sin embargo, no era descabellado creer que, habiendo adquirido consciencia, después de dos mil años de enseñanza del odio y del desprecio, de su verdadera responsabilidad, la Iglesia iba a condenar sin equívocos aquel crimen contra la civilización humana. Cuando una autoridad que se llama a sí misma universal y que influye sobre la existencia de centenares de miles de hombres se limita a deplorar un crimen, abdica de sus deberes de juez para convertirse en un simple testigo, por no decir un espectador. Condenar es poner en acción todos los medios de que se dispone; deplorar es reconocer su impotencia y dejar que cada cual sea libre de obrar a su antojo.» No lo comentaremos. Simplemente deseamos recordar "que al frente de la Iglesia católica se encuentra un eminente Pontífice, colaborador íntimo de Pío XII, y que conoce, por tanto, el verdadero fondo de los acontecimientos que han sido y son decisivos en la gigantesca lucha subterránea entre las cuatro o cinco fuerzas importantes que mueven al mundo y a los hombres. Muchas han sido las acusaciones que los judíos y la extrema izquierda han lanzado en los últimos años contra la figura de Pío XII. Para comprender la actitud del Papa Pacelli hemos de verle en primer lugar en su época de Nuncio, cuando en 1919 vivió en Munich la experiencia de la «república soviética» local. Al entrar los soldados rojos en la Nunciatura para saquearla, Pacelli en persona tuvo que hacerles frente. Unos minutos después, el crucifijo que llevaba sobre el pecho y cuyos restos conserva hoy el cardenal Spellman saltaba en pedazos al ser golpeado con la culata de la pistola por el jefe de los asaltantes. Aquellos días, cierto que no debió olvidarlos. Por eso su deseo fue siempre incluso a pesar del gobierno hitleriano el ver una Alemania, fuerte como único muro de contención del comunismo en Europa. Esta es la razón de que hoy se le ataque con saña. La primera andanada que se ha lanzado contra Pío XII la disparó Rolf Hochhut con su obra «El Vicario», pieza teatral escasamente probatoria. En unas declaraciones sobre ella, el padre jesuita Robert Leiber, secretario particular de Pío XII, ha afirmado:
  • 27. «La inconditional surrender, la capitulación sin condiciones, que fue declarada objetivo de guerra en Casablanca en enero de 1943, la consideró el Papa como una desgracia... De ambos sistemas del nacionalsocialismo y bolchevismo, lanzando una amplia mirada hacia el futuro, estimó Pío XII el bolchevismo como el más peligroso. Los militares, políticos y estadistas de los aliados, que desde junio de 1944 visitaron al Papa en gran número, pueden confirmar esto... En la segunda guerra mundial, e incluso después, han sido cometidos por casi todas las partes actos de violencia y crueldades en forma inimaginable, de modo que el grito de protesta del Papa no hubiese tenido fin, si no hubiera querido parecer parcial.» Estas palabras confirman como consta igualmente en los documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Von Ribbentrop que a partir de la derrota de Stalingrado, Pío XII trabajó incansablemente por unir a Alemania y a los aliados occidentales frente a Rusia, esfuerzos que fracasaron por la actitud de Roosevelt y Churchill. Por esta razón, y a pesar de todas las dificultades surgidas entre el III Reich y la Iglesia, ni un solo obispo católico - ha dicho recientemente Augstein, director del “Spiegel” – estuvo un solo día en prisión durante el régimen hitleriano. Así lo ha demostrado Gunter Levy con sus investigaciones. Es más, cuando el padre Franz Reinisch fue detenido por haberse negado a prestar el juramento de fidelidad al Führer, el capellán católico de la prisión le negó incluso la Sagrada Comunión. No ha de extrañar, pues, que el obispo castrense católico Rarkowski, bajo cuya jurisdicción estaban también los católicos que militaban en las divisiones de las SS, predicara al ejército en agosto de 1942: «Lo que este tiempo exige en esfuerzos, sangre y lágrimas, lo que el Führer y jefe supremo os manda y la Patria espera de vosotros, soldados: tras todo ello se encuentra Dios con su voluntad y su mandato.»
  • 28. Un año después de haberse publicado la Encíclica «Mit brennender Sorge», una declaración colectiva del Episcopado austríaco en favor del nacionalsocialismo resultó decisiva para el “Anchluss”. Fue entonces cuando al llegar Hitler a Viena fue saludado por el cardenal Innitzer brazo en alto y con un sonoro « iHeil Hitler! », al que el Canciller replicaría con tono amable: «Cardenal, no es preciso llegar a tanto.» La campaña iniciada por Hochhut contra Pío XII ha sido proseguida ahora por el judío Saúl Friedlánder, que durante tres años fue secretario de Nahum Goldmann, y que es una de las escasas personas que han logrado acceso a las actas secretas del Ministerio de Asuntos Exteriores del III Reich. La labor de Friedlánder ha sido la de suministrar base documental a las simples hipótesis lanzadas por Hochhut. Esta acción conjunta contra Pío XII ha provocado una fuerte reacción por parte del actual Pontífice. Frente, a lo que algunos pudieran pensar, parece que la iglesia está lejos de tener vocación de víctima y de plegarse a las presiones de fuerzas políticas, por muy poderosas que éstas sean. Al realizar Pablo VI su viaje a Tierra Santa supo declinar cortésmente el dudoso honor que se le hacía de encender personalmente la llama del monumento a los seis millones de judíos muertos en Europa. El hecho no pasó desapercibido para los enemigos de la Iglesia. La defensa que hizo en aquellas tierras de Pío XII provocó igualmente un duro ataque de Hochhut hacia su persona, que fue recogido por, las agencias informativas. Transcribimos a continuación la noticia, tal como la publicó el 20 de marzo de 1964 el diario «ABC» de Madrid: “Tel Aviv, 19. El autor de la obra teatral «El Vicario» ha criticado a Pablo VI por la defensa que hizo durante su peregrinación a Tierra Santa de la actuación y la figura de Pío XII El escritor judío Rolf Hochhut, atacó al Papa en el curso de una entrevista difundida por la emisora La Voz de Israel cuando afirmó que Pablo VI no debía haber asumido la defensa de Pío XII, porque «no puede ser objetivo al enjuiciar la actuación del fallecido Pontífice», ya que fue su brazo derecho e incluso llegó a negociar con el secretario de Estado alemán, Weiszacker.- Efe.»
  • 29. La modificación de dos términos en la declaración final del Concilio sobre las religiones no cristianas, ya expusimos anteriormente que tampoco ha agradado a los judíos. Anotemos finalmente que la predicación de Pablo VI, el 4 de abril del presente año, en una iglesia del barrio romano de Monte Mario causó «dolorosa extrañeza» entre los judíos, tal como manifestaron en un telegrama de protesta al cardenal secretario de Estado, Cicognani, el presidente de la Unión de Comunidades Israelitas de Italia, Sergio Piperno, y el rabino supremo, Elio Toaff, en nombre del Consejo de Rabinos de Italia. 4. El judaísmo provocó la segunda guerra mundial y mitificó sus víctimas para construir Israel. Para conocer el desarrollo de los acontecimientos que llevarían a Europa a la segunda guerra mundial hemos de prestar una atención previa a los que determinaron el enfrentamiento entre las comunidades alemana y judía. La historia milenaria de los hebreos establecidos en suelo alemán se caracterizó en el transcurrir de los siglos por frecuentes incidentes entre la mayoría germana y la minoría hebrea. Los primeros edictos de emancipación de estos últimos son los prusianos del año 1812, y podemos afirmar que durante el siglo XIX apenas hubo algún otro pueblo que satisficiera en tan alto grado las reivindicaciones judías. ¿Cómo se desarrolló en los años veinte el antisemitismo que durante largos lustros había permanecido en estado latente? La causa principal podemos hallarla en la derrota alemana y en sus posteriores consecuencias. En el aspecto exterior, el Tratado de Versalles imponía al Reich unas durísimas sanciones; inesperadas por otra parte, ya que el país entró en el conflicto de 1914 únicamente para ayudar a Austria-Hungría. Aparte de las grandes modificaciones territoriales, los 56.000 kilómetros de vías férreas que levantaron e incautaron los aliados, las pérdidas de las colonias, etc., merece señalarse que el país quedaba forzado a pagar unas enormes indemnizaciones hasta el año 1988. Fue precisamente un judío francés, el ministro de Finanzas, Klotz, el que acuñó la fórmula que caracterizaría la mentalidad de Versalles: «Le Boche payera tout».
  • 30. En la política interna, poco después de estallar la conflagración europea, ya hubo asociaciones hebreas que tomaron un carácter antinacional al fomentar el derrotismo, destacando entre ellas la «Neues Vaterland», que posteriormente se transformaría en la «Liga alemana de los derechos del hombre». Ciertamente no representaban a todos los judíos, pero al llegar la derrota en 1918 el número de éstos que militaban en los movimientos revolucionarios era altamente significativo. Las principales figuras de la etapa subversiva que produjo y luego siguió al fin de las hostilidades eran todas judías. Así tenemos a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg ambos jefes de la Liga Spartakus, que desencadenó la revolución en Berlín, el diputado Hugo Haase instigador de la sublevación de los marinos de Kiel y Kurt Eisner - presidente del gobierno revolucionario de Baviera que vivió el Nuncio Pacelli -. Fracasaron en su intento de establecer la república soviética alemana, pero la opinión nacional no olvidó lo sucedido. Por otro lado, la prensa estaba controlada en gran parte por los judíos Ullstein a los que en 1952 se les ha devuelto sus imprentas, las mayores de Europa. Otras grandes editoriales, como Fischer, Springer y Flechtheim, estaban parcialmente en manos judías. Estos medios informativos se pusieron al servicio de la política de los vencedores, atacando lo que era más apreciado y querido por los alemanes. Así es como durante la República de Weimar se iría abriendo un profundo foso entre un pequeño grupo de influyentes personalidades y políticos judíos (Wassermann, Rathenau, Oscar Oppenheimer, Warburg, Preuss, Landsberg, Schiffer, Bernstein, Hirsch, Rosenfeld, Landauer, etc., y el resto del pueblo alemán sumido en la miseria. De cada ocho horas de trabajo se calculó que el obrero alemán tenía que dedicar cinco como pago de indemnizaciones a los vencedores, lo cual no tardaría en dar origen al nacionalsocialismo. En plena República de Weimar, en 1925, el comercio y el tráfico de Prusia estaban en un 58 por 100 en manos judías, en Wurttenberg ascendía a un 64,6 y en Hesse llegaba a un 69 por 100. En la industria las cifras eran respectivamente del 25,8, 24,6 y 22 por 100. En la agricultura sólo suponían el 1,7, 1,8 y 4 por 100. De los 11.795 abogados que ejercían en Prusia en 1933, eran judíos 3.350. De las 603 empresas que vendian productos metalúrgicos, 346 eran judías.
  • 31. La influencia judía se extendió asimismo a toda la economía alemana a través de los grandes Bancos y los Consejos de Administración. En 1930, el banquero hebreo Jakob Goldsmidt acaparaba según el Anuario de directores y miembros de Consejos de Administración 115 cargos en Consejos de Administración. Era la principal figura. Tras él iba Louis Hagen, también judío, con 62 cargos. En un tercer puesto figuraba un no judío, al que seguían otros cuatro banqueros judíos con un total de 166 cargos en Consejos de Administración. Entre 1925 y 1929, de los seis miembros del Consejo General del Reichsbank, cuatro eran judíos o semi-judíos. Esta acumulación de cargos en manos de un reducido grupo de traficantes de valores sería un eficaz fermento para despertar el antisemitismo de las masas alemanas. La proliferación de judíos entre los mayores poderes económicos del país y en los grandes focos revolucionarios cuando los judíos apenas sumaban el uno por ciento de la población total de Alemania permitiría a Hitler concentrar dialécticamente el marxismo y el capitalismo en un único enemigo, cuya figura concreta era el elemento tópico del judío. Por eso, al contar la historia de los hermanos Moisés e Isidoro, en la etapa de lucha de su partido, solía decir: «Moisés era banquero, Isidoro era comunista...» Para el pueblo alemán, con el malestar derivado de la derrota, sumergido en el paro y en la crisis económica el judío llegó a ser de este modo su enemigo, el «extranjero». Por otra parte, 108.000 de los Judíos que vivían en el Reich en 1925 tenían efectivamente nacionalidad extranjera. La aversión de los alemanes hacia los judíos, comunidad que vivía al margen de los sufrimientos del país aunque vivía de él, fue creciendo de tal modo que ya en 1925 un profesor judío, Richard Willstätter, decidió abandonar su cátedra en la Universidad de Munich, a causa de la creciente animosidad de los estudiantes. La Iglesia luterana, a través de sus más altos dignatarios, Otto Dibelius y Wilhem Haefmann entre otros, alzó su voz contra la insolidaria actitud de los judíos. Otro tanto podemos decir de la católica, en la que el cardenal Faulhaber en 1933 escribió un interesante libro, hoy difícil de adquirir, titulado «Judentum, Christentum, Germanentum» (Judaísmo, cristianismo, germanismo).
  • 32. En una obra de la Görresgesellaschaft publicada en 1926, el «Staatslexikon», que suponía la opinión oficial de la Iglesia católica por las personalidades que colaboraron en su redacción (obispo Berning, de Osnabrück; cardenal arzobispo Schulte, de Colonia; arzobispo Gröber, de Friburgo; canciller Seipel, de Austria, etc.) se afirma lo siguiente: «En el antisemitismo se mezcla lo justo con lo falso. Es licito combatir con los medios jurídicos y morales disponibles, tanto por escrito como de palabra, la influencia de los judíos en el aspecto económico, su predominio en la literatura, prensa, radio, etc., en tanto que esto ocasione daños, así como el hacerles retroceder con todos los medios morales permitidos.» La situación del país se agravó en 1932. Gracias al Plan Young, la renta nacional había descendido en dos años de 70.000 a 46.000 millones de marcos, mientras que el número de parados había aumentado de tres a seis millones. El número de empresas que quebraron, suicidios, abortos, etc., alcanzó una cifra jamás conocida. Mientras los demás partidos políticos desaparecían de la escena, la lucha se polarizó entre el nacionalsocialista y el comunista, que en 1932 contaban con 230 y 100 diputados, respectivamente. De la lucha que se entabló entre ambos, y que no terminaría hasta que los nazis alcanzaron el poder en la siguiente legislatura, da idea el siguiente cuadro de bajas sufridas por los nacionalsocialistas": Hasta 1929, 51 muertos y 1.241 heridos. En 1930, 17 muertos y 2.506 heridos. En 1931, 42 muertos y 6.307 heridos. En 1932, 84 muertos y 9.715 heridos. Enero de 1933, 6 muertos y 550 heridos. En cuanto Hitler fue nombrado Canciller, la lucha que había sostenido en el plano nacional se amplió a escala internacional. De este modo, cuando aún no había comenzado Hitler su lucha indiscriminada y cruenta contra toda la comunidad hebrea, la judería mundial estableció en 1933 el boicot contra Alemania.
  • 33. Estas medidas, decretadas contra una nación cuya economía estaba terriblemente debilitada sólo sirvieron para enconar los ánimos. El 24 de marzo de 1933, el diario londinense «Daily Express» anunciaba: «El pueblo judío del mundo entero declara la guerra económica y financiera a Alemania... La adopción de la cruz gamada como símbolo de la nueva Alemania ha hecho revivir el viejo símbolo de combate de Judá» Poco después, el uno de abril de 1933, el Reich adoptaba las primeras medidas antisemitas de boicot de las tiendas judías. El 10 de diciembre de 1934, un judío sionista, Wladimir Jabotinsky, escribía en la revista judía rumana «Natcha Retch» lo siguiente: «La batalla contra Alemania será entablada por todas las comunidades judías, por todas las asambleas y congresos judíos, por las uniones comerciales judías y por cada judío individualmente... La lucha contra Alemania en todo el mundo, será así estimulada ideológicamente y fomentada. El peligro para nosotros, judíos, está en toda la población alemana, en Alemania en conjunto.» El gobierno hitleriano adoptó hasta septiembre de 1935 diversas medidas restrictivas, mediante las cuales se prohibía ejercer cargos públicos a los judíos, se les vedaba el servicio militar, el izar la bandera alemana, etcétera. Poco después saldrían las leyes de Nuremberg, en las que se les prohibía el matrimonio con alemanes. Un incidente que tuvo lugar en la noche del siete de noviembre de 1938, la muerte del secretario de la Embajada alemana en París, Ernst von Rath, que fue asesinado por el judío polaco Herschel Grünspan, dio lugar dos fechas después al primer progrom sangriento. En la noche «de los cuchillos largos» del nueve de noviembre fueron incendiadas 815 tiendas y 191 sinagogas. Perdieron la vida en estos sucesos 36 judíos, lo cual aceleraría la salida de los restantes del país.
  • 34. Una publicación editada en Nueva York por el Instituto de Asuntos Judíos, con el título de «Diez años de guerra hitleriana contra los judíos», señala que de los 525.000 hebreos que había en Alemania en 1933, al estallar la segunda guerra mundial sólo quedaban allí 215.000, pues el resto había emigrado. De los que quedaron añade la misma publicación perecieron durante el conflicto por penalidades, campos de concentración, muerte natural etc., de 170.000 a 190.000. La cifra es muy semejante a la calculada después de 1945 en la Alemania Federal, que es de unos 173.000 judíos muertos. Los mandos políticos de la judería mundial tenían su principal sede en los Estados Unidos. La figura más relevante que al parecer ha sido también jefe supremo de la masonería universal era Bernard M. Baruch. Con sus colaboradores Meyer, Rosenwald, Eisenmann, Loeb, etc., trazó todo el plan económico de los Estados Unidos durante la guerra de 1914. A él estaban sometidas más de cuatrocientas ramas industriales. Después le tomó Roosevelt como «consejero», formándose de este modo una importante camarilla judía cuyas figuras más conocidas por el público como destaca el profesor Von Leers en su libro «Kräfte hinter Roosevelt»serían Henry Morgenthau (secretario del Tesoro), Felix Frankfurter (juez del Tribunal Supremo), William C. Bullitt (embajador en París), Walter Lippman, Nelson Rockefeller, James Warburg, etc. Roosevelt, como afirmaría él mismo públicamente en un discurso, era igualmente judío, y así consta como descendiente del hebreo holandés Claes Martenszen van Roosevelt en el árbol genealógico que se conserva en el Carnegie Institut de Washington. En la masonería tenía además un alto grado, y era miembro de la Logia Holanda núm. 8, miembro de honor de la Logia de Arquitectos 519 y grado 32 del rito escocés. Aparte del secretario de Estado Cordell Hull, casado con la judía Witz, contaba este grupo con el decidido apoyo en Europa de otros judíos, como fueron Leslie Hore Belisha secretario de Estado para la guerra en Inglaterra, León Blum en Francia y Litvinof en Rusia. Una vez consolidadas sus posiciones, decidieron el aniquilamiento de Alemania. Este país, que insistía una y otra vez en que los aliados aplicaran en Danzig, Pomerania, Silesia, Posnania, etc., el principio de la autodeterminación de los pueblos por el que decían haber combatido en 1914, había conseguido recuperar el Sarre, Memel y los Sudetes.
  • 35. Hitler había prometido renunciar a la Alsacia y la Lorena y a cualquier modificación en las fronteras occidentales, pero había afirmado igualmente que no renunciaría a que los alemanes del Este volvieran al Reich. Pedía inicialmente un plebiscito en Danzig. Si se le negaba, lo tomaría por la fuerza. Un judío eminente, el profesor H. J. Laski, director de la «Fabian Society» inglesa, observó cinco años antes de estallar el conflicto de 1939: «Si el experimento del cual es responsable Roosevelt, fracasara seriamente de algún modo, el primer resultado sería, por la relación con él de un buen número de dirigentes judíos americanos, el desencadenamiento en los EE.UU. de una enemistad, hacia los judíos que alcanzaría mucho más profundamente que nunca el interior de la civilización anglosajona.» Oswald Pirow, ex ministro de Defensa de Sudáfrica, en una entrevista publicada por el «News Chronicle» de Londres el 15 de enero de 1952, puso de manifiesto que cuando habló en 1938 con el primer ministro británico Chamberlain, éste le dijo que se encontraba bajo una enorme presión de toda la judería mundial. También en 1938, un escritor judío, Pierre Creange, afirmaba en su libro «Epitres aux Juifs»: «Nuestra lucha contra Alemania se llevará hasta donde sea posible, Israel ha sido atacado. ¡Defendamos, pues, Israel! Frente a una Alemania despierta, pongamos también un Israel despierto. Y el mundo nos defenderá”. Uno de los textos en los que se refleja más fielmente la presión antialemana de Roosevelt y la judería, es precisamente el «Diario», de Forrestal. Este último cuya muerte nunca fue aclarada relata con fecha 27 de diciembre de 1945 una conversación que sostuvo con el padre del futuro presidente de los Estados Unidos. Se expresa así: «Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy. (Joseph P. Kennedy, embajador de Roosevelt en la Gran Bretaña en los años inmediatos al estallido de la guerra.) Yo le pregunté sobre la conversación sostenida con Roosevelt y Neville Chamberlain en 1938. Me dijo que la posición de Chamberlain en 1938 era la de que Inglaterra no tenía que luchar y que no debería arriesgarse a entrar en guerra con Hitler.
  • 36. Opinión de Kennedy: que Hitler habría combatido a Rusia sin ningún conflicto ulterior con Inglaterra, si no hubiese sido por la instigación de Bullitt (William C. Bullitt, después embajador en Francia), sobre Roosevelt en el verano de 1939 para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia causa de una guerra si no hubiese sido por la constante presión de Washington. Bullitt dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían; Kennedy replicó que ellos lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra.» Llegamos así al año 1939. Tras la entrevista Beck-Hitler del 8 de enero, parecía que Polonia estaba dispuesta a negociar sobre el pasillo polaco. Por otra parte, el 12 de enero, el conde Potocki, embajador polaco en Washington, escribía estas palabras: «Para esta Internacional judía, que ante todo tiene presentes los intereses de su raza, el encumbramiento del presidente de los Estados Unidos a este puesto ideal de defensor de los derechos humanos fue una jugada genial... A Roosevelt le han sido puestas en la mano las bases para reanimar la política exterior de Norteamérica y crear asimismo por este medio los colosales efectivos militares para la guerra futura que fomentan los judíos con plena conciencia.» El 30 de enero, Hitler afirmaba públicamente ante el Reichstag: «Quiero hoy hacer de nuevo una profecía. En caso de que los financieros internacionales judíos de dentro y fuera de Europa logren una vez más enfrentar a los pueblos en una guerra mundial el resultado será, no la bolchevización de Europa y con ella el triunfo de la judería, sino el aniquilamiento de la raza judía en Europa.» El día 18 de febrero, un observador neutral, el rey Alfonso XIII de España, exponía en Roma al conde Szembek sus ideas sobre el desarrollo de los acontecimientos.
  • 37. Este último escribía: «El Rey juzga la situación internacional con pesimismo. Las Internacionales empujan a la guerra. El judaísmo y la masonería juegan en estas maquinaciones un gran papel». El mes de abril, el grupo belicista inglés (Churchill, Duff Cooper, Belisha, Eden y Vansittard) fue forzando a Chamberlain a que animara a Polonia a no negociar con Alemania. Un conocido historiador inglés, el general J. P. C. Fuller, ha escrito recientemente en su libro «Batallas decisivas del mundo occidental»: «Que a partir de este momento (abril de 1939) la guerra había sido decidida también por otros que no eran Hitler, es un hecho claro. Weigand, el periodista norteamericano en Europa de mayor edad, cuenta que el 25 de abril de 1939 fue llamado por el embajador norteamericano en París, Bullitt, el cual le declaró: «La guerra en Europa es una cuestión decidida... América entrará en la guerra, detrás de Francia y la Gran Bretaña» Esto será confirmado por los «White House Papers», de Harry Hopkins, con arreglo a los cuales Winston Churchill hacia el mismo tiempo dijo a Bernard Baruch: «La guerra vendrá muy pronto. Nosotros entraremos en ella y ellos (los Estados Unidos) lo harán también. Usted arreglará las cosas al otro lado y yo prestaré atención aquí.» El 1 de septiembre los alemanes entraban en Danzig, y dos días después Inglaterra y Francia declaraban la guerra a Alemania. El 5 de septiembre, Chaim Weizmann manifestaba por Radio Londres: «Los judíos están por Inglaterra y lucharán al lado de las democracias.» Con esta declaración de guerra los judíos se sumaban al conflicto, y 30.000 de ellos afirma Leon Uris vestirían el uniforme polaco durante la campaña de 1939. A finales de 1942 el Reich construyó cinco grandes campos de concentración para judíos. En febrero de 1940 el judío Theodor N. Kaufman ya había editado en Estados Unidos el libro «Germany Must Perish», en el que explicaba minuciosamente cómo empleando 20.000 médicos se podría esterilizar en pocos meses a todos los varones y mujeres de Alemania.
  • 38. En sesenta años no quedaría un solo alemán en Europa. Las enseñanzas de este «perfecto manual del genocidio» fueron aplicadas después en Theresienstadt sobre algunos de los compatriotas de Kaufman. En el órgano judío de Nueva York «Forwarts», también puede leerse con fecha de 22 de septiembre de 1943 que «Baruch está convencido de que con un suficiente número de aviones Alemania y el Japón podrán ser transformadas en un montón de cenizas». Al final no sólo hubo cenizas germanas, sino también judías. En un principio el Reich pensaba en trasladar los judíos a Madagascar. En el texto; que aún se conserva; se habla de que esa isla podría albergar finalmente a cuatro millones de hebreos, es decir, a casi todos los que residían en Europa. El plan fracasó por la negativa francesa. Pero otras tentativas germanas de solucionar el problema fracasaron precisamente por el rechazo obstinado de la judería mundial. Veamos las razones. El judío J. G. Burg, en su excepcional obra «Schuld und Schicksal», cuenta cómo en 1938 el doctor Hjalmar Schacht sostuvo en Londres una entrevista con Chaim Weizmann. En ella le presentó una propuesta suya, a la que había accedido Hitler, para que salieran pacíficamente de Alemania los judíos que aún quedaban allí, Schacht, que contaba con que su oferta sería recibida con gran satisfacción, quedó asombradísimo al recibir una rotunda negativa por parte de Weizmann. Durante la guerra hubo otras propuestas germanas que tampoco fueron coronadas por el éxito. La más conocida es la que tuvo por protagonista a Joel Brand, a quien se le ofrecía concretamente por Eichmann la evacuación de todos los judíos húngaros y que en vez de recibir ayuda fue internado, por los ingleses en Egipto. En la primavera de 1944, un notable filósofo judío, Martin Buber, lanzó en Jerusalén una durísima acción contra los jefes de la judería mundial y del sionismo, por conocer perfectamente las calamidades de Auschwitz y no decir una palabra de ello, que hasta hubieran podido evitarlas. Denunciaba cómo hay elementos en el sionismo que «ven su suerte en la radicalización de la situación, y que para alcanzar sus fines están dispuestos a sacrificar vidas humanas.» El filósofo añadía: «Y aquí acontece realmente lo más horrible: la explotación de nuestra catástrofe. Lo que se determina con esto no es ya la voluntad de salvación, sino la voluntad de aprovechamiento”.
  • 39. Una acusación aún más concreta fue lanzada, terminado el conflicto mundial, por el doctor Kasztner, representante de la judería húngara, que intervino en 1954, en un proceso en Jerusalén. Según él, en 1944 tuvieron lugar en Suiza conversaciones entre representantes del Gobierno alemán y del «American Joint Committee», con el propósito de cambiar por divisas a todos los judíos internados en campos de concentración. Kasztner afirmó que dicho Comité se había negado a emplear las grandes sumas recibidas de los judíos del mundo entero para salvar a los recluidos en los campos, y lo que es aún más grave, que el presidente del A. J.C., Saly Mayer, había intervenido ante las autoridades suizas para que no abrieran sus fronteras a los judíos fugitivos. El proceso no pudo terminar, pues como es fácilmente comprensible poco después Kasztner fue encontrado muerto en la habitación de su hotel. William S. Schlamn, importante escritor judío, observa en su libro «Wer ist Jude?» que las calamidades que se abatían sobre los judíos en Auschwitz eran una gran suerte para los «realpolitiker» sionistas, ya que cuanto peor les fuera a los judíos europeos tanto más fuertes serían las exigencias sionistas respecto a Palestina. El historiador judío Bruno Blau abunda en la misma opinión en su trabajo «Der Staat Israel im Werden» (Frankfurter Hefte, dic. 1951), en el que sostiene: «El Estado de Israel debe su instauración, por extraño que esto pueda parecer, a los acontecimientos que tuvieron lugar durante los doce años del «Reich milenario». Es muy dudoso que las Naciones Unidas hubieran hecho realidad este Estado judío, ansiado por Theodor Herzl y sus partidarios, sin aquellos acontecimientos.» Corroborando todo lo anterior, tenemos las afirmaciones hechas en Montreal, en 1947, por el presidente del Congreso Mundial Judío, Nahum Goldmann: «Los judíos podríamos haber obtenido Uganda, Madagascar y otros lugares para el establecimiento de una patria judía; pero no queríamos absolutamente nada excepto Palestina.
  • 40. No porque el mar Muerto, evaporado, pueda producir por valor de cinco trillones de dólares en metales y metaloides; no por el significado bíblico o religioso de Palestina; no porque el subsuelo de Palestina contenga veinte veces más petróleo que todas las reservas combinadas de las dos Américas; sino porque Palestina es el cruce de Europa, Asia y Africa porque Palestina constituye el verdadero centro, del poder político mundial, el centro estratégico militar para el control mundial.» Así resulta más fácil de comprender la leyenda de los seis millones de judíos gaseados. Por otra parte, minuciosos estudios realizados por varios historiadores, y en especial por el resistente francés Paul Rassinier en sus obras «El verdadero proceso Eichmann» y «La mentira de Ulises», demuestran que el número de muertos no pudo sobrepasar el millón. La cifra es elevada, pero en todo caso muy inferior a la de víctimas de la población civil alemana o polaca. Podríamos resumir lo sucedido a los judíos en la guerra, en las declaraciones hechas por el coronel Stepen F. Pinter a la revista norteamericana «Our Sunday Visitor», de Huntington. Pinter, que a principios de 1946 fue a Alemania como juez militar, con el rango de coronel, y que en la esfera de sus funciones fue en Dachau el oficial de mayor categoría, afirma: «En Dachau no hubo ninguna cámara de gas. Lo que a los visitantes y, a los curiosos les señalado como «cámara de gas» era una cámara de incineración. Tampoco hubo cámaras de gas en otros campos de concentración en Alemania. Se nos dijo que había habido una cámara de gas en Auschwitz, pero como este lugar se encontraba en la zona de ocupación rusa no pudimos investigar la cuestión, ya que los rusos no nos lo permitieron. Se cuenta también siempre el viejo cuento propagandístico de que «millones de judíos fueron muertos por los nacionalsocialistas. Según lo que pude descubrir durante seis años de postguerra en Alemania y Austria, realmente fueron muertos judíos, pero la cifra de un millón ciertamente que no fue alcanzada.»
  • 41. 5. Los judíos difaman a Alemania, pero viven a expensas de ella. Poco antes de morir Roosevelt envió a la Alianza Israelita Universal, en 1945, una expresiva carta en la que subrayaba su gozo por lo Acordado en la. Conferencia de Yalta, y añadía que de acuerdo con Stalin había decidido dividir el mundo en dos esferas de influencia. Stalin retendría el Asia continental y Europa hasta el Elba, mientras que él se quedaba con el resto. Unas semanas después, el plan del judío Morgenthau, firmado por Roosevelt y Churchill en la Conferencia, de Quebec en 1944, pasaba a su fase de ejecución. Se trataba de desmembrar Alemania en diversas regiones y de convertir a éstas en zonas de cultivos agrícolas. Para ello el presidente Harry Salomón Truman firmó el 14 de mayo de 1945 la disposición JCS/1067/6 dirigida al gobernador militar norteamericano, Lucius D. Clay. Mientras tanto, el actual general judío Haim Leskow, con los voluntarios de la Brigada judía de Palestina, unidad del ejército británico estacionada en Alemania, formaba unas unidades de ejecución. Estas escuadras se dedicaron durante seis meses largos a visitar los domicilios alemanas por las noches y eliminar a todas las personas que les desagradaban. El Plan Morgenthau se llevó inicialmente a efecto en casi su totalidad en lo referente a las fronteras alemanas. La desindustrialización del país también fue promovida minuciosamente, de tal modo que las patentes y marcas que se llevaron sólo los norteamericanos eran superiores a las sumas que después recibirían los alemanes federales a través del Plan Marshall. En octubre de 1941 el general Clay anunció que aún quedaban por desmantelar en las tres zonas occidentales cerca de 900 fábricas. Sólo la creciente amenaza soviética obligó a los aliados del Oeste a rectificar su actitud. La creación de la República Federal sirvió para establecer un precedente único en la Historia. Por vez primera, un Estado vencido en una guerra pagaba indemnizaciones a otro que durante el conflicto aún no existía.
  • 42. Cuando el Bundestag creó en 1953 la Ley de Indemnizaciones, los técnicos del Parlamento calcularon que éstas alcanzarían unos 7.000 millones de marcos (105.000 millones de pesetas). En años posteriores la cifra se elevó a los 15.000 millones. En 1958, el ministro federal de Finanzas, Fritz Schäffer, anunció que ascenderían a los 28.000 millones, y muchos no le creyeron. El 19 de julio de 1963, Schäffer, en una entrevista publicada por el semanario «Deutsche National. Zeitung», declaró: «Han pasado dieciocho años desde el final de la segunda guerra mundial y tras este lapso de tiempo considero como un auténtico contrasentido nuevas indemnizaciones. Pues, ¿qué debemos indemnizar ahora? El tiempo ya ha hecho que con nuestra ayuda se levanten de nuevo las existencias.» En noviembre de 1963, el nuevo ministro de Finanzas, Dahlgrün, dijo ante el Bundestag que las indemnizaciones ya pasaban de los 40.000 millones de marcos. Un año después, al anunciarse que Alemania iba a dar punto final a tales reparaciones, Nahum Goldmann, presidente del Congreso Mundial Judío, se presentó en Bonn en el mes de diciembre. Poco después de su llegada convocó una conferencia de Prensa y dio unos «consejos» a la República Federal para que no se viera en dificultades con la «opinión pública mundial». Uno de esos consejos fue el de que la Alemania Federal ayudara a los judíos de los países orientales emigrados a Israel a partir de 1953. Hasta la fecha sólo recibían indemnizaciones los que las habían solicitado antes de 1953, por eso Goldmann pedía para los nuevos 180.000 judíos el modesto óbolo de mil millones de marcos (15.000 millones de pesetas). De lo contrario afirmóse borraría por completo la «buena impresión» que habían causado entre los judíos las anteriores donaciones. El Gobierno alemán concedió dicha cantidad y una propina, todo por un total de 1.200 millones de marcos. En marzo de 1965, Nahum Goldmann pidió al ministro de Finanzas, Dahlgrün, otra indemnización suplementaria por 4.500 millones de marcos. Por último, el 26 de mayo aprobó el Bundestag la cláusula final de la Ley de Indemnizaciones. Dahlgrün aprovechó la ocasión para dejar bien claro que hasta ese momento la Alemania Federal había abonado 28.000 millones de marcos, y que aún le quedaban por entregar otros 17.000 millones.
  • 43. Es decir, que Alemania está pagando 45.000 millones de marcos (675.000 millones de pesetas) a cuenta principalmente de la leyenda de los seis millones de muertos. Lo más curioso es que en los medios sionistas se habla de que la URSS posiblemente dejará salir de su territorio a tres millones de judíos muchos de los cuales, según la propaganda, fueron transformados por los nazis en pastillas de jabón, con lo cual las indemnizaciones seguirían aumentando «ad infinitum». La mayor parte de estas inmensas sumas la reciben los judíos a través de dos canales. Uno es el acuerdo concertado entre la República Federal e Israel en 1952, y el otro es el estipulado por Bonn y la «Conference on Jewish Material Claims against Germany». Teniendo en cuenta que en 1939 la judería de toda Europa apenas llegaba a los seis millones de seres, es indudable que si ciertamente hubieran sido exterminados hoy se habría ahorrado sus pagos la Alemania Federal. Aunque pudiera admitirse la reparación individual de los judíos perjudicados, resulta mucho más dudosa la de Israel. Por eso Austria se ha negado a dar un solo céntimo, ya que, como indicó su ministerio de Finanzas, para indemnizar a Israel «faltan las bases jurídicas, ya que este Estado no existía aún durante el dominio del nacionalsocialismo, por lo cual tampoco pudo ser perjudicado en el territorio de la República de Austria». Por otra parte, de los dos millones de judíos israelíes más de la mitad no tuvieron nada que ver con Alemania, ya que proceden del Norte de Africa y de Asia. Sabido es que Israel fue creado en 1948 mediante un acto de violencia, y el millón de árabes expulsados no recibieron un solo céntimo por ello. Raro es el día en que no habla la Prensa de las maravillas del «vergel israelí», que antes sólo era un erial habitado por árabes piojosos. Unicamente se silencia que los capitales invertidos proceden de los Estados Unidos y de Alemania. Si han podido crear o reformar 30 ciudades y 450 colonias aldeanas se debe, por tanto, a los 7.000 millones de dólares recibidos del extranjero. Cincuenta buques mercantes, por un total de 450.000 toneladas, y entre ellos esa maravilla que es el «Theodor Herzl», han sido dados gratuitamente a Israel por los alemanes. Otro tanto ha sucedido con los equipos para 500 empresas industriales.
  • 44. Como a pesar de todo los israelíes viven por encima de sus posibilidades y su balanza comercial arroja un déficit anual de 23.000 millones de pesetas, Nahum Goldman confesó en 1964 (diario «Le Mondé» del 40 de febrero) que «es principalmente gracias a las divisas alemanas cómo Jerusalén ha podido eliminar los déficits crónicos en su balanza de pagos». Sólo olvidó decir que, los israelíes mantienen un ejército de 250.000 hombres frente a los 240.000 de todos los países árabes. Así es como se ha renovado aquella simbiosis observada por Pío Baroja entre el mono germánico y la pulga judía. Y de ella se han derivado infinidad de casos lamentables. En la Ley de Indemnizaciones de 1956 se especificaban los requisitos necesarios para solicitar una pensión como «víctima» de los nazis. Pero varias disposiciones posteriores fueron reduciendo las pruebas correspondientes, bastando a menudo con una simple declaración jurada. Estas facilidades excitaron de tal modo la codicia de algunos de los hijos de Israel, que muchos de ellos enviaron peticiones a nombre de difuntos para vivir de éstos. El Gobierno alemán apenas prestó atención al principio. Pero si el apetito es desmesurado, 675.000 millones de pesetas tampoco dan mucho de sí. Por eso, en los últimos tiempos, las autoridades federales examinaron más detenidamente las solicitudes. Se descubrieron numerosos casos de estafa y como recogió en marzo de 1965 el semanario «Deutsche National Zeitung»unas 20.000 peticiones de indemnización de ciudadanos israelíes quedaron bloqueadas. Hoy resultaría imposible averiguar las cantidades que se han sacado fraudulentamente al contribuyente alemán. Pero en 1964 la Policía descubrió un caso sumamente curioso. Hace unos diez años regresó a Viena de la que había emigrado en 1938 el judío Hans Deutsch. Su maleta, como abogado especialista en indemnizaciones, estaba llena de formularios de este tipo. A sus clientes, por la tramitación de las instancias, les solía cobrar unos honorarios que a veces llegaban al 50 por 100. Sólo de los Rotschild recibió cerca de un millón de francos suizos, y en total de unos 40 casos obtuvo los cien millones de marcos. El antiguo abogado de Tel Aviv se hizo de este modo multimillonario.
  • 45. Deutsch planeó su mejor jugada. Entró en contacto con los herederos del barón húngaro Ferenc Hatvany, más concretamente con la viuda y la hija. De común acuerdo y comprando dos falsos testigos reclamaron al Gobierno alemán 400 millones de marcos en compensación por la colección de cuadros del barón que habían incautado las S.S. en Budapest en 1944. En ella figuraban 255 cuadros de Manet, el Greco, Renoir, etc., y 625. dibujos. Después de arduas negociaciones, Bonn accedió a abonar por dichos cuadros desaparecidos 35 millones de marcos. Deutsch, tras muchas lamentaciones, aceptó la oferta. Así recibió 17 millones y medio de marcos, es decir, 262 millones de pesetas. No pasó nada. Creó la «Fundación Europea», con sede en Berna, y el gran filántropo estableció una serie de premios para personas amantes de la paz y del progreso. El primero, dotado con 50.000 francos suizos, le correspondió al español Salvador de Madariaga. Cuando a finales del pasado año Deutsch apareció por el ministerio alemán de Finanzas para cobrar los 17 millones restantes, la Policía federal le recluyó entre rejas. ¿Qué había sucedido? Sonja, la hija del difunto barón, había recurrido a las autoridades alemanas para que no dieran un pfennig más a Deutsch. Habían surgido disputas entre ella y el astuto hebreo al repartirse el botín. De este modo intervino la Policía y descubrió que la colección de cuadros del barón había sido incautada por los rusos en 1945. Las unidades de la S.S. mencionadas por Deutsch tampoco estuvieron en Budapest en julio de 1944. Los falsos testigos confesaron. Como es de suponer, ni un solo diputado se ha atrevido a mover el caso en el Bundestag. Incluso cuando la Prensa se ha referido a él, le ha nombrado como «abogado suizo» o «austríaco». Austria ha anulado en los últimos días su pasaporte, al comprobar que desde hace muchos años ya posee otro israelí. Un judío sincero, Hedzi Zoltan, cuenta en el capítulo 14 de su libro «Izrael, Azigeretek Földje» (Israel, país de las promesas) lo sucedido a otro hebreo húngaro con las autoridades judías. Al presentarle éstas un formulario de indemnizaciones, el húngaro puso de relieve que él nunca había estado en ningún campo de concentración. Ellos le replicaron que firmase, pues ya se arreglaría lo de los testigos y todo lo demás. Para tranquilizarle le aseguraron que gran parte de los documentos de los campos de concentración habían sido destruidos, y que «de ello viven muchos de nuestros hermanos».
  • 46. Otros casos recientes han sido dados a conocer en las últimas semanas por el diario «Jedieth Chadashoth», de Tel Aviv. He aquí dos de las noticias al respecto: «El abogado israelí Jakow Gregore, que vive actualmente en Brasil, y sus cómplices, el trabajador de la construcción Abraham Goldberg y el comerciante Arnold Sukar, han sido acusados ante el Tribunal de Distrito de Tel Aviv de intentar obtener de las autoridades alemanas, mediante la presentación de hechos falsos, 250 millones de marcos (3.750 millones de pesetas) ... » «La policía israelí ha iniciado una investigación contra diez abogados, sospechosos de la falsificación de documentos y la emisión de falsas certificaciones para las autoridades alemanas de indemnización ... » Otro caso digno de comentarse es el del reciente crédito especial de 40 millones de marcos otorgado por Bonn para los italianos «perseguidos por el nacionalsocialismo». A comienzos de 1965 el presidente de la Comisión especial de víctimas de los nazis, Felici, declaró en Roma que él había calculado que habría unos 20.000 peticionarios para gozar de esos 40 millones; sin embargo, las solicitudes recibidas superaban las 320.000. Uno de los pocos diputados del Bundestag que han lanzado una leve protesta por lo que sucede con las indemnizaciones es el socialista Martin Hirsch. En una entrevista concedida al periódico «Frankenpost», el 11 de marzo de 1965 afirmó: «El consulado general alemán en Nueva York da mensualmente unos 200.000 dólares para gastos de dictámenes médicos. Esta es una cantidad absurda. Hoy, veinte años después del final del dominio nazi, aún tienen que aclarar los médicos si un enfermó también lo hubiera estado si no hubiera sido perseguido, o si está enfermo porque fue perseguido.» No puede afirmarse en modo alguno que las indemnizaciones hayan originado una corriente de simpatía, o al menos de neutralidad, entre los judíos con respecto a Alemania. Si el Gobierno de Bonn ha tratado de comprar amistades con sólidos marcos, sus esfuerzos han sido inútiles.