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“SER DOMINICA, SER CONSTRUCTORA DE FRATERNIDAD”
1. INTRODUCCIÓN.
LECTURA DE LA CARTA QUE ESCRIBIÓ EL APÓSTOL SAN PABLO A LOS
CRISTIANOS DE ROMA (Rom 12, 1-3.9-18)
Por el cariño que Dios nos tiene os pido, hermanos,
que no os dejéis embaucar por este mundo consumista.
Sabed valorar las cosas:
Lo bueno, como bueno y lo malo como malo.
Valorad a los demás tal y como ellos se merecen;
y no olvidéis que todos los hombres merecen lo
mismo
por haber sido hechos a imagen y semejanza de Dios.
Que vuestro amor no sea una farsa ni una mentira.
Vivid la vida no de cualquier modo, sino con ilusión y
coraje.
Ayudad con vuestro ejemplo a que otros sean felices.
Vivid siempre alegres y llenos de esperanza.
Manteneos firmes en los momentos difíciles.
Orad al Señor en todo momento
y poned a Dios en el centro de vuestra vida.
Desvivíos por los pobres y necesitados;
no olvidéis que siempre que una persona sufre
es Dios quien sufre en él.
Alegraos con los que se alegran
y llorad con los que lloran.
Sed todo para todos.
Si algún hombre es enemigo vuestro, perdonadle;
porque esto es lo más maravilloso del Evangelio de
Jesús.
No devolváis a nadie mal por mal.
En cuanto os sea posible
- y en esto depende en gran parte de vosotros-
vivid siempre en paz con todo el mundo.
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2. LA COMUNIDAD, DON Y SIGNO PARA NUESTRO TIEMPO
“Toda la fecundidad de la vida Religiosa depende de la calidad de
la vida fraterna. Más aún, la renovación actual en la Iglesia y en la
vida religiosa se caracteriza por una búsqueda de comunión y
fraternidad. Por ello, la vida religiosa será tanto más significativa
cuanto más logre construir comunidades fraternas en las que,
por encima de todo, se busque y se ame a Dios; en cambio
perderá su razón de ser cuando olvide la dimensión de una
pequeña “familia de Dios” con quienes han recibido la misma
llamada” (Juan Pablo II)
Cualquiera que conozca hoy la vida religiosa, sabe que “la comunidad” se va haciendo cada vez
más el centro del proyecto de la vida de los religiosos y religiosas, por fidelidad al Evangelio del
Amor y a la llamada que nos convoca a vivir juntas, en proyecto de vida, el deseo de ser “la
memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo Encarnado”. (La Vida
Fraterna en Comunidad. VFC).
Es un hecho incuestionable que la vida comunitaria está en un proceso de evolución:
De un talante de vida más rígido se ha pasado a otro más dinámico y flexible, que enfatiza
mejor las relaciones interpersonales. Se valora mucho la comunicación cordial, la
responsabilidad compartida, el acercamiento personalizado.
De una vida en común se ha pasado a una comunidad de vida, rica de relaciones
humanas, donde cobra gran importancia la amistad, el diálogo, la acogida y aceptación
mutua, la valoración y el respeto de la propia libertad, la realización plena y gozosa de
cada una.
De un estilo de vida que ponía el énfasis en la presencia física se ha pasado a una nueva
forma de vida que valora más la compenetración de espíritu. Sin esta interior unión de
todas, hasta los actos comunitarios resultan fríos, rutinarios e insoportables. Buscamos la
unidad desde un razonable y legítimo pluralismo.
De una vida más bien pasiva y sumisa se ha pasado a una vida más responsable y madura
que se expresa en una mayor corresponsabilidad y diálogo. Hay más apertura y
trascendencia y menos dependencias psicológicas; más participación y más oración
compartida, en diálogo sincero, humilde y leal.
¡UNA NUEVA VIDA COMUNITARIA ESTÁ NACIENDO!!.
La Trinidad no sólo es el origen de toda COMÚN-UNIÓN sino también el modelo. Dios es el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo en comunión recíproca. “La Trinidad no es una comunión terminada
pero sí una comunión que eternamente se hace por la participación de cada persona en la vida
de la Santísima Trinidad. Cada una participa a su modo, según sus propiedades. SIN
PARTICIPACIÓN NO HAY COMUNIÓN. Comunión no es subordinación. Es un amor que crea
igualdad. En la Trinidad no hay manipulación ni dominación. No hay superioridad ni inferioridad”.
(VFC). Comunión es la manera de ser de Dios y la manera de realizarnos como hermanas. La
comunión trinitaria es la fuente de la comunión fraterna.
Nuestro ser de mujeres dominicas se desarrolla en comunidad. Necesitamos construir espacios
de calor humano, de encuentro y de acogida, de apoyo estimulante, de serenidad y de fiesta, de
un compartir en amistad lo que somos y tenemos. Nuestra primera responsabilidad es hacer fácil
a las hermanas el camino de la vida.
“Porque vivir la fe cristiana dentro de la Orden
dominicana es vivir desde la libertad personal para la liberación
de los otros, de las otras, de los más cercanos; es vivir la
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construcción de la fraternidad; es vivir con tensión de alegría y
esperanza para que las demás vivan con más paz, más justicia,
más humanidad” (J.A. Solórzano OP)
Por eso hambreamos comunidades donde nos queramos y nos lo demostremos, que sean como
esos espacios verdes en las ciudades donde se respira aire de Dios y de humanidad. Donde se
hace realidad el perdón y la reconciliación. Estas comunidades purifican el aire y disipan el
egoísmo empequeñecedor y la soledad estéril. Sabemos que crear comunidad pasa por poner en
juego un tipo de relaciones personales que posibiliten el crecer juntas humana y espiritualmente
y actuar sobre el mundo con un compromiso común compartido.
Este es el estilo de Comunidad que Santo Domingo ha querido para sus seguidores:
“La caridad y compasión de Domingo se muestra sobre
todo en la convivencia cotidiana con los suyos. Es un hombre
de trato cálido y afable, con detalles y delicadezas, atento a la
necesidad ajena. Nunca renuncia a la verdad, pero sabe decirla
en el momento oportuno, para conseguir el mayor fruto con el
menor sufrimiento ajeno. Es experto en la corrección” (Testigos
Canonización)
Construir comunidad dominicana, nos exige integrar nuestra vida con las hermanas, que no nos
hemos buscado nosotras mismas sino el Señor, que nos ha querido compañeras en el mismo
camino.
Anhelamos vivamente comunidades que tengan mucho de hogar, donde manifestemos el calor
del afecto, en una verdadera compenetración de espíritu, y busquemos animarnos y apoyarnos
para vivirlo con radicalidad y con gozo. En el que vayamos tallando nuestra figura apostólica de
mujeres dominicas, donde elaboramos juntas nuestros proyectos, en discernimiento y
fraternidad, donde los realizamos y evaluamos juntas. Donde se palpa la madurez evangélica
porque intentamos hacer fácil el camino a las hermanas.
Sin embargo, no es raro que vivamos insatisfechas, que nos quejemos de nuestras comunidades
que ni llenan nuestras expectativas ni se convierten en una interpelación estimulante de amor
desinteresado y gratuito en un mundo aprovechado y utilitario. No somos honestas vecinas del
lugar, sino “amigas en el Señor”.
• ¿Por qué hay hermanas que, a pesar de estar juntas, viven solas?.
• ¿Sabemos lo que siente, lo que sueña, lo que sufre y lo que goza la hermana que
está a mi lado?
No basta ser educadas y respetuosas. Hay que ir mas allá. Sin una comunicación normal, fluida y
sincera, la comunidad se estanca, se deteriora y muere. No faltan ocasiones en que nos
ensimismamos tanto en nuestra misión, que pasamos junto a las compañeras de comunidad
como el sacerdote o el levita de la parábola.
• ¿Es que mi misión no es misión de todos mis compañeras de comunidad? y la misión
de ellas ¿no es misión mía?.
Por una parte añoramos una comunidad acogedora con mucho sabor de hogar estimulante y
retadora. La necesitamos vitalmente para crecer. Y por otra, nos desalentamos, a veces, frente a
experiencias, propias o ajenas, de egoísmo, de indiferencia,… Nuestra falta de humor contamina
el clima que respiramos todas, de desconfianza, de prejuicios o de poco tino en nuestra relación.
Para hacer fácil a los otros, a las hermanas, el camino al que estamos llamadas juntas hace
falta primero hacernos fácil la vida cada una de nosotras. ¿Nos tratamos con ternura, nos
amamos?. Sólo hace falta que repases la ternura de Dios en tu vida, la lectura creyente de
tantos regalos que Dios nos ha ido dando en nuestra vida y en la vida de los otros cercanos.
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Sólo la ternura, la atención a la fragilidad, a lo que es pequeño como un grano de mostaza (Mt.
13, 31-33) puede liberarnos de ir por la vida como perfectas, sin ilusiones. Donde hay ternura
hay calidez, expresión del afecto, hay libertad de palabra y movimiento, hay hueco siempre para
lo nuevo o lo no esperado.
Detente unos momentos y orando recuerda, desde el corazón, estos regalos
entrañables e inolvidables.
“El rostro del otro es a la vez maestro y mendigo”. ¿Dónde está tu hermana?. Esta es la base
bíblica de la responsabilidad humana, descubrir que el otro es tu hermano. Es una Palabra que
me llama en el rostro del otro a una relación que se llama servicio, amor gratuitito. Así se
entiende la responsabilidad como una vocación no sólo porque es algo gratuito que se me ha
dado sino también porque responde a mi iniciativa. Y a esto se responde con el “heme aquí” y
no con el “yo te doy para que tu me des”.
El amor solo se comprende desde la vulnerabilidad, la debilidad que me ayuda a comprender mi
responsabilidad activa hacia la otra hermana. El amor es verdadero si hace crecer mi autoestima
y la de cada hermana.
3. ¿CÓMO CONSTRUIR NUESTRA COMUNIDAD?
“La comunidad dominicana es una escuela de caridad fraterna. La
caridad es el núcleo fundamental de la vida de comunión entre los
miembros de la comunidad. El vivir los hermanos en comunión es una
proclamación viviente del mensaje cristiano” (Domingo de Guzmán,
Evangelio viviente. Felicísimo Martínez).
Es verdad que el principio vital unificador y aglutinante de los miembros de una comunidad es el
Espíritu de Jesús que nos “congrega”. Pero una comunidad de fe no se edifica sin cimientos
humanos. Hay que edificar sobre roca, no sobre arena. Se forma una comunidad humana
construyendo una red de relaciones interpersonales entre todas. No se construye una
comunidad humana si no se acepta a la hermana como es, sin negar los defectos, pero
tocándolos desde su profundidad de persona.
Construir comunidad dominicana consiste en consentir y valorar lo que la otra es, perdonar las
debilidades de las demás como quiero y necesito que me perdonen las mías. Actitudes que
debemos expresar en un profundo respeto y aceptación hacia la otra persona, compañera del
mismo camino.
“Construimos comunión usando palabras que
crean comunión, que dan la bienvenida al extraño, que
anulan distancias”. Si abundaran, mucho mas, entre
nosotros los rasgos de cercanía humana, si
revitalizáramos las palabras sencillas ¿No sería nuestra
convivencia mas fraterna, más limpia? (Timothy Radclife)
Respeto ante el misterio de la otra. Respetar es personalizar, es dejarle a la otra ser ella misma,
permitirle pensar, opinar, expresar, elegir, optar y decidir por si misma, en libertad responsable.
Personalizo cuando comprendo, acepto, confío y me abro a las demás; cuando acojo y sintonizo
efectivamente, cuando dialogo sin imponerme, cuando aprecio sin adulación, cuando doy el
primer paso de acercamiento. Sólo un trato personal estimula a ser, a crecer, a perdonar,
construir, orar…
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Nada anhela más la persona que el ser aceptado como es, por lo que es: único e irrepetible. Así
nos acepta Dios. Somos únicas ante Él. No hay otro como tú. Para Él eres insustituible.
Ser aceptada significa que las otras están contentas de que sea quien soy. Significa que me
invitan a ser yo misma. Sólo cuando soy amada en este sentido profundo, puedo llegar a ser la
persona original que estoy llamada a ser y se me acepta por lo que soy.
Pero esta aceptación recíproca supone y exige una donación recíproca en todos los órdenes y
por consiguiente, también en el terreno de la amistad, del afecto y de la comunicación. Ahora
bien, no siempre estamos dispuestas a ese “morir” que entraña la mutua aceptación para
permitir que el otro
sea, crezca, se relacione conmigo, no solamente como un antagonista de mi vida –reducido a
conflicto de opiniones o tomas de posición- sino como una persona a la que puedo y debo
valorar, como alguien importante para mi, a quien pueda asistir, acompañar y amar. Aquí radica
la esencia misma de toda vida cristiana y por tanto de la vida dominicana. Recordemos lo que
dijo Dios a Sta. Catalina de Siena:
“Habría podido hacer a los seres
humanos de tal manera que todos lo tuvieran todo, pero
preferí dar a cada uno dones diferentes, para que todos
tuvieran necesidad de todos” (Diálogos de Sta. Catalina)
4. CONSTRUIR COMUNIDAD EXIGE INTEGRAR NUESTRAS VIDAS
“Nuestra comunidad ha de ser un lugar en que nos demos
ánimo cuando el corazón de alguno se debilita, perdón cuando
alguno falle y veracidad cuando uno corre el riesgo de
engañarse. Hemos d creer en la bondad de nuestros hermanos
y hermanas incluso cuando ellos han dejado de creer en sí
mismos”. (El manantial de la esperanza. Timothy Radcliffe)
Esta verdad es fundamental. Y se trata de integrar nuestra existencia con la de las hermanas que
yo no he buscado ni elegido, hasta el punto de que una sienta que ya no puede realizarse, si no
es con esos otros compañeras, a los que tengo que hacer fácil el camino.
La verdad es que la otra no es un compañera inevitable de viaje, ni una competidora desleal. Es
exactamente al revés. Yo no he sido llamada a vivir en solitario, sino que he sido convocada con
otras al seguimiento de Jesús. ¿Qué significa esto? Que los demás miembros de la comunidad
tal y como son, son un DON para mí, y hasta un don necesario, ya que sin ellas yo no podría
realizarme.
Uno de los mayores obstáculos para amarnos es la diferencia de ideas, de teologías, de
mentalidades, de políticas, … que provocan sentimientos encontrados. Las dominicas tenemos
que ser obstinadas BUSCADORAS DE LA UNIDAD precisamente a partir de situaciones
conflictivas. Tenemos que ser capaces de crear al interior de nuestras comunidades una vida
más humana, un ambiente más agradable y un vivir más evangélico. La solución no va a venir,
por lo menos a mediano y corto plazo, por la unificación de criterios y lenguajes en todas las
hermanas de la comunidad. Cada uno no podrá dejar de ver las cosas como las ve, pero para
comulgar con una persona no es necesario comulgar con sus ideas y proyectos. La mayoría de
las verdades no son ecuaciones matemáticas con las que todo el mundo tenga que
necesariamente coincidir. Da la impresión de que queremos más a las ideas que a las personas.
El momento supremo de la Verdad que unifique los ánimos de todas está más allá de nuestro
horizonte peregrino. Construimos la comunidad dando, no destruyendo las verdades parciales
que somos y tenemos. Con todo lo que estas verdades tienen de limitado.
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El pluralismo dominicano es fuente de tensiones enriquecedoras y creativas, no de divisiones o
de destrucción. El pluralismo puede vigorizar la búsqueda de la verdad.
5. NADA SE CONSTRUYE SI NO ES DESDE EL DIALOGO
Una comunidad no avanza ni humana ni espiritualmente si la amistad no se alimenta, se expresa
y se sacramentaliza con gestos, actitudes y palabras. Una amistad se deteriora y se marchita si
no se la riega con una comunicación vital.
Si queremos que la comunidad sea el espacio donde verdaderamente compartamos nuestras
vidas en sus diferentes dimensiones, es imprescindible el diálogo entre nosotras.
En un mundo cada vez más marcado por fundamentalismos de toda índole y por una incapacidad
creciente de dialogar y buscar consensos, estamos llamadas a dar testimonio de una actitud
dialogante. Saber dialogar es un arte que exige de cada una un aprendizaje continuo. Por ello es
importante que nuestras comunidades sean “escuelas de diálogo” donde practiquemos y nos
perfeccionemos en el arte de dialogar y contribuyamos así a que la Iglesia sea cada vez más una
Iglesia dialogante. El diálogo es un instrumento imprescindible para crear comunidad pues
posibilita la comunicación, el conocernos en profundidad. El diálogo nos lleva a salir de nosotras
mismas y abrirnos a las demás. Nos permite comunicar nuestros puntos de vista, nuestras
inquietudes y escuchar lo que piensan y sienten las otras. El diálogo ayuda a construir puentes
entre nosotras y aceptarnos en nuestras diferencias, a vivir y trabajar juntas teniendo, a veces
enfoques distintos e interpretaciones diferentes de los mismos valores.
AVANZAR JUNTOS… es lograr objetivos comunes, es
ponerse de acuerdo en sitios y momentos de encuentro, es
coincidir en estilos y en dar importancia a lo que la tiene; es
dedicarse momentos para el diálogo, el encuentro, la charla
amigable, el acompañamiento fraterno al que lo pasa peor,
está despistado o angustiado. De esta manera, sí tiene sentido
dar pasos juntos . (¡Sumérgete en lo dominicano! II, 5.3.3)
Este diálogo constante, animado por la caridad, exige una comunicación abierta y sincera. Pero
ésta no se dará si falta un ambiente de confianza. Y confiarse es fiarse totalmente de la otra, es
ser creído digno de fe. El hacernos vulnerables a las demás es solamente posible cuando
descubro, cuando siento que los demás apuestan por mí, se fían de mi y me aceptan, creen en mi
y me apoyan en mis esfuerzos por mejorar. Nada se construye, y menos una comunidad, si no es
desde la sinceridad. A lo mejor la sinceridad es decir que no estoy dispuesta a ser sincera. Esto
no para paralizar, sino para avivar nuestro esfuerzo, para seguir trabajando terca y porfiadamente
por crear las condiciones en las que no pueda dejar de ser yo misma y expresarme como tal.
Cuando la confianza y la sinceridad tocan el corazón, se ha abierto el camino de la comunidad.
Nos relacionamos no sólo en el mundo de las ideas, de las que somos expertas, sino en el de los
sentimientos, lo que realmente sentimos y vivimos, un silencio, a veces es más elocuente que
muchas palabras.
El crecimiento comunitario no es decir lo que se me ocurre, ni lo que pienso, ni ser espontáneo y
decir lo que me viene a la cabeza. Comunicarme es decirme a mismo, es siempre dialogar y
prestar atención a las otras personas, al grupo, para saber dónde caen mis palabras y cómo son
escuchadas. Para ello necesitamos también sensibilizarnos y aprender. Acertar con el momento
justo. Saber escuchar es tan importante como saber comunicarse, dejarse afectar por lo que dice
la otra, haciéndome vulnerable a su manera de ser y de ver. Escuchar hasta el final, para
encontrar las dos una nueva manera de acercamiento a la verdad. Y saber aceptar la reacción de
los demás, positiva o negativa.
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6. APRENDEMOS A HABLAR JUNTAS DE NUESTRA EXPERIENCIA DE DIOS
Un elemento clave para fortalecer la vida de comunidad dominicana es la oración comunitaria. La
oración compartida no es una mezcla despersonalizante de voces, sino la armonía que forman
personas de oración. La sonoridad que da cada una condiciona la cualidad de la melodía de la
Comunidad. No es oración comunitaria tampoco la unión material de personas que rezan en un
mismo lugar, sino de personas que “por tener un solo corazón y una sola alma” dan gracias al
Padre con una misma voz. Para ello es fundamental que aprendamos a hablar de nuestra
experiencia de Dios y que no consideremos nuestra oración un secreto que guardamos para
nosotras mismas. Una oración comunitaria que nos inspire y que fortalezca nuestra fe y
enriquezca nuestra esperanza exige tiempo para prepararla y para saborearla. Una buena
preparación de la liturgia es un buen servicio fraterno. Compartimos la misma vocación de ser
compañeras de Jesús y de seguirle es esa comunidad. Los tiempos de oración comunitaria nos
pueden ayudar a crecer en el amor mutuo, valorando los talentos de los hermanas, aceptándonos
con nuestras limitaciones y perdonándonos nuestras faltas.
“Entender lo que es el otro, distinto de nosotros
mismos, expande nuestro propio ser. La contemplación es
estar presente desnuda y humildemente ante otro”
(Sto. Tomás de Aquino. De Veritate art. I -431b 21)
En la oración en común, la comunidad percibe, en forma siempre lúcida y más ardiente, la
vocación común: el amor de Dios que nos hizo hermanas y que a través de una historia común
nos ha ido mostrando sus caminos. Y así la comunidad se dirige al Dios de su propia historia.
En la oración en común, además, la comunidad se compromete en la misión que le ha sido
confiada. Se ha notado con mucha sabiduría que la renovación de la vida religiosa brotará, en
gran parte de la renovación de la misión. Igualmente hay que decir que la vitalidad de la oración
personal y comunitaria dependerá grandemente de nuestra misión apostólica que exija a fondo
nuestro testimonio del Dios vivo y nuestra búsqueda de su encuentro en la oración.
La comunidad es una realidad en construcción: la comunión de corazones, la vocación, la misión
son dones de Dios y al mismo tiempo, son una meta continua que debe ir conquistándose. Esta
búsqueda de la comunidad debe reflejarse en una oración viva que no se deja aprisionar en
formulas estereotipadas. Si bien es cierto que deben existir expresiones comunes tradicionales
que manifiesten la unidad de todos los que viven un mismo carisma, también es cierto que la
vida siempre nueva de una comunidad debe traducirse en una verdadera creación litúrgica que
sepa interpretar los acontecimientos.
Contemplación, misión, comunidad, liturgia, estudio, … todo ello en armonía expresa el equilibrio
dominicano que estamos llamadas a vivir.
7. LA COMUNIDAD ES PROFECÍA AL SERVICIO DEL REINO
En una sociedad a la que precisamente la injusticia desune y divide y que se nos está
convirtiendo en una especie de jaula, cada vez más pequeña, ¿nos ponemos al servicio
incondicional de los otros, de los más cercanos, de los hermanas-compañeras de camino,
compartiendo en comunidad y amistad todo lo que somos y tenemos?
Frente a un mundo desgarrado y agresivo, al que se le han muerto las ilusiones de fraternidad
real y es incapaz de soñar utopías, nosotras como dominicas queremos ser mujeres de paz,
creadores de comunión, despertadoras de esperanza.
La comunidad es levadura que fermenta, que cambia la masa. Demuestra que el mundo es
cambiable y como lo es. Si muchos viven como hermanas, aun siendo tan distintas, es que la
fraternidad es posible porque es posible el amor.
Creen algunos que la inversión más rentable es el espíritu de competencia y rivalidad. Hay que
mostrar lo contrario; que la rivalidad destruye y la comunión edifica; que la competencia es
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demoledora y que la amistad es la única fuerza capaz de reconstruir por dentro y ensanchar el
corazón de la persona.
Una vida comunitaria dominicana vivida en radicalidad es una crítica a una sociedad agresiva,
individualista y ambiciosa que margina a las grandes masas de los desposeídos y una invitación
a la justicia y a la reconciliación.
o ¿Somos las dominicas por nuestras actitudes, nuestros gestos, nuestros hechos y
palabras, levadura de comunión, de cercanía y de solidaridad en medio de un mundo
dividido, lejano, indiferente?.
o ¿Se va convirtiendo nuestra comunidad en un signo provocador de esperanza ya que está
llamada a ser “espacio verde” en nuestros entornos donde se respire algo de Dios y de
humanidad auténtica?
o ¿Somos expertas en comunión?
o ¿No hay aquí un aporte profético que las dominicas estamos llamados a testimoniar?
“La audacia de Sto. Domingo es la de quien se apoya en
los valores esenciales y permanentes del pasado para mirar de
frente e ir adelante”. (La audacia del futuro. Fr. Vicente de
Couesnongle)
En este camino queremos ser memoria viva de "quien pasó haciendo el
bien...". Y sabemos que no es fácil. Por eso es necesario acercarnos a Él, nuestro
modelo de caminante, y preguntarle en este día de retiro: ¿Cómo caminar por los
caminos de nuestra historia, cómo hacer fácil el camino al hermano, en definitiva, como
tener las mismas actitudes y sentimientos de Cristo Jesús...
(Filp 2,6-11).
Seguramente a lo largo de esta reflexión se te han planteado algunos
interrogantes, que están en el texto o no. Dedícales un espacio y sencillamente comunica
a las hermanas tu reflexión y todo lo vivido durante este día.
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