2. Turín, 10 de marzo, festividad de san José, 1885
Mis queridos hijos en Jesucristo:
El Señor es testigo de cuán grande es mi deseo de veros, de estar con vosotros, de hablar con
vosotros sobre nuestros asuntos y consolarme con entrevistas personales, de corazón a corazón.
Lamentablemente, mis queridos hijos, mis fuerzas flaquean, los persistentes efectos de las
enfermedades sufridas y los asuntos urgentes que requieren mi presencia en Francia en este
momento, me impiden, al menos por ahora, seguir este impulso de mi amor por vosotros. Y por
eso, ya que no puedo visitaros personalmente, lo hago por medio de esta carta. Estoy seguro de
que estaréis contentos de saber que estoy pensando en vosotros, que sois mi orgullo y mi
sostén.
Y, de acuerdo con mi deseo de veros crecer cada día en celo y méritos ante Dios, no dejaré de
sugeriros de cuando en cuando medios que harán esta tarea cada vez más provechosa.
3. Uno de estos medios, el que deseo recomendaros más vivamente, es la difusión de buenas
lecturas. No dudo en llamar a dicho trabajo «divino», porque el mismo Dios hace uso de él para
la regeneración de la humanidad.
Los libros que él inspiró fueron el medio por el que la verdadera doctrina llegó al mundo. Él
quiso que esos libros estuviesen disponibles en cada pueblo y ciudad de Palestina, y que fuesen
leídos cada sábado en las asambleas religiosas. Al principio, estos libros estaban en posesión
exclusiva de los hebreos, pero después de que las tribus sufrieran el exilio en Asiria y Caldea, se
tradujeron a la lengua sirio-caldea, para que todo Oriente Medio pudiera acceder a ellos usando
su propio idioma. Cuando se impuso la potencia griega, los judíos establecieron colonias por
todo el mundo, y los Libros Sagrados fueron copiados y distribuidos.
Una nueva traducción de las Escrituras encontró su lugar en las bibliotecas de los gentiles. Así,
oradores, poetas y filósofos de aquella época recurrieron a la verdad de la Biblia en no pocas
ocasiones. A través de estos escritos inspirados, Dios estaba preparando al mundo para la venida
del Salvador.
4. Por tanto, nos incumbe imitar la obra de nuestro Padre celestial. La difusión de
buenas lecturas entre la gente es uno de los medios mediante los cuales el Reino
del Salvador puede establecerse y mantenerse en muchas almas. Las ideas, los
principios y la enseñanza moral de un libro católico vienen de los libros divinos y
de la tradición apostólica.
Los libros católicos son mucho más necesarios hoy en día, cuando la irreligiosidad
y el uso inmoral de la prensa son un arma para saquear el rebaño de Jesucristo y
arrastrar a la perdición al incauto y al desobediente. Debemos, por tanto,
contraatacar con armas semejantes.
5. Hay que decir, no obstante, que los libros, incluso sin tener la fuerza
de la palabra vivida, cuentan con ventaja en ciertas situaciones. Un
buen libro llega a una casa en la que el sacerdote no es bienvenido.
Será guardado como recuerdo o aceptado como regalo incluso por
una mala persona. Un buen libro entra en una casa sin sonrojarse. Si es
rechazado, no se desalienta. Si se toma y se lee, enseña la verdad con
calma. Si es apartado, no se queja, pero espera pacientemente el
momento en que la conciencia reavive el deseo de conocer la verdad.
Quizá se le deje tomar polvo en una mesa o en una estantería, y no se
le preste atención durante largo tiempo. Pero llegará la hora de la
soledad, del dolor, del aburrimiento, de la necesidad de relajarse o de
la ansiedad por el futuro. Entonces este fiel amigo sacudirá su polvo,
abrirá sus páginas y, como les ocurrió a san Agustín, al beato Columba
y a san Ignacio, llevará a una conversión. Un buen libro es amable con
aquellos a quienes el respeto humano presenta dificultades y se dirige
a ellos sin levantar sospechas. Se lleva bien con las buenas personas y
está siempre preparado para dar buena conversación e ir con ellos a
cualquier parte en todo momento.
6. ¡Cuántas almas se han salvado, han sido apartadas del error, alentadas
en la práctica de la virtud a través de los buenos libros! La persona que
regala un buen libro adquiere gran mérito ante Dios, incluso aunque
así no consiga provocar un pensamiento sobre Dios. En muchas
ocasiones, sin embargo, el bien que se hace es mucho mayor. Incluso
aunque la persona que recibe el libro no lo lea, una vez que se lleva a
una familia, puede ser leído por un hijo o una hija, por un amigo o un
vecino. En una ciudad pequeña puede tocar las vidas de cien personas.
Solo Dios sabe cuánto bien puede hacer un libro en una ciudad, en
una biblioteca pública, en un sindicato o en un hospital en donde el
cariñoso regalo de un libro es tan apreciado.
El miedo a que alguien rehúse el regalo de un buen libro no debe
detenernos, al contrario. Un hermano nuestro en Marsella solía visitar
el puerto y llevar una buena provisión de buenos libros para dar a
estibadores, técnicos y marineros. Dichos regalos eran siempre
aceptados, y muchas veces esos hombres se ponían inmediatamente a
ojearlos con curiosidad.
7. Bastan estas simples reflexiones preliminares. Me gustaría ahora
llamar vuestra atención sobre alguna de las razones por las que
nosotros, como cristianos y especialmente como salesianos,
deberíamos hacer todos los esfuerzos y usar todos los medios
posibles para difundir los buenos libros.
8. Es uno de los apostolados más importantes que me han sido
encomendados por la Divina Providencia y sabéis cómo he
trabajado en él incansablemente, incluso cuando estaba
empeñado en otras mil tareas. El odio mostrado por los enemigos
del bien y las persecuciones desatadas contra mí son una prueba
clara de que el error consideraba a esos libros como un
adversario formidable, y que esta obra contaba con la bendición
de Dios.
9. De hecho, es solo con la ayuda especial de Dios por lo que somos
capaces de difundir las buenas lecturas hasta ese punto. El
número de copias de opúsculos y libros que hemos hecho llegar
a la gente durante un período de menos de treinta años
sobrepasa los veinte millones. Aunque algunos, seguramente,
pasaron sin ser leídos, otros pueden haber llegado a alcanzar la
cifra de cien lectores. Así el número de gente al que llegan
nuestros libros sobrepasa grandemente el número de copias
distribuidas.
10. La difusión de buenas lecturas es uno de los apostolados
principales de nuestra Congregación. Nuestras Constituciones, en
el capítulo 1, artículo 7, establecen que los salesianos «deben
aplicarse para la difusión de buenos libros entre la gente,
empleando todos los medios que la caridad cristiana les inspire.
Finalmente, deben intentar tanto de palabra como por escrito
levantar una barrera contra la irreligiosidad y la herejía, que
intentan abrirse camino entre los incultos e ignorantes a través de
muchos medios. Con este fin también pueden darse homilías
ocasionales, triduos y novenas, y la difusión de buenos libros»
[Constituciones Salesianas (1875), Fines, art. 7].
11. Consecuentemente, los libros que se escogen para ser
distribuidos son generalmente buenos, morales y religiosos. Más
aún, aquellos editados por nuestras imprentas deben tener
preferencia por dos razones. Primero, los beneficios derivados
pueden canalizarse para ayudar a muchos jóvenes necesitados.
Segundo, nuestras publicaciones pretenden cubrir el campo
sistemáticamente y a gran escala, y así llegar a cada capa de la
sociedad.
12. No hay necesidad de extenderse en este punto. Pero con gran
satisfacción me gustaría hacer un comentario sobre el hecho de
que a través de los años no he escatimado esfuerzos, bien de
palabra o por escrito, para ayudar a una clase de la sociedad en
particular: los jóvenes. Con las Lecturas Católicas he tratado de
llegar a la gente en general y entrar en sus casas. Pero al mismo
tiempo intenté dar a conocer el espíritu que dominaba en
nuestros colegios e incitar a los jóvenes a la virtud a través de
escritos como las biografías de Savio, Besucco y otros.
A través de El joven cristiano pretendía acercar a los jóvenes a la
Iglesia, inculcarles el espíritu de piedad y llevarlos a una recepción
frecuente de los sacramentos. Con las colecciones expurgadas de
clásicos latinos e italianos, la Historia de Italia y otros libros de
carácter histórico y literario, traté de hacerme presente entre
ellos en el aula.
13. Mi objetivo era prevenirlos contra muchos errores y contra las
pasiones que seguramente serían fatales para ellos en este
mundo y en el venidero. Siempre he intentado seguir siendo su
compañero en el recreo, como en los viejos tiempos. Para ellos
estoy planeando una colección de libros de esparcimiento, que es
de esperar, vean pronto la luz. Finalmente, a través del Boletín
Salesiano quise, entre otras cosas, mantener vivos el espíritu y las
enseñanzas de san Francisco de Sales en los jóvenes que se
habían graduado en nuestros colegios y habían regresado con
sus familias.
Mi esperanza era que fueran, a su vez, apóstoles para otros
jóvenes. No estoy diciendo que haya conseguido lo que me
propuse. Solo quiero hacer hincapié en que ahora depende de
vosotros el continuar el proyecto y coordinar todos los esfuerzos
para llevarlo a cabo en todas sus fases.
14. Por tanto, os pido encarecidamente: no descuidéis este
importantísimo sector de nuestra misión. Comenzadla no solo
entre los mismos jóvenes que la Providencia os ha confiado, sino
que, con vuestras palabras y vuestro ejemplo, haced de ellos
otros tantos apóstoles de la buena prensa.
15. Al principio de cada curso académico, nuestros alumnos,
especialmente los nuevos, están ansiosos por unirse a los clubes
de lectura que hay en nuestros colegios, tanto más cuanto que
las cuotas son bastante módicas. Aseguraros, sin embargo, de
que se unen a estos clubes por su propia voluntad y no a la
fuerza. Intentad persuadirlos de que lo hagan razonando con
ellos y mostrándoles cuántas cosas buenas pueden obtener de
estos libros y cuánto bien pueden hacer a otros enviándoselos,
tan pronto salgan publicados, a sus casas, a sus padres, madres,
hermanos o benefactores.
Los familiares, incluso sin ser católicos practicantes, aprecian ese
gesto por parte de un hijo, hermano, etc., y serán, por tanto,
impelidos a leer esos libros, aunque solo sea por curiosidad.
Dejad que los chicos, sin embargo, vean por sí mismos que enviar
esos libros no significa ni remotamente sermonear a la familia.
16. Que esa acción se tome por lo que realmente es, un regalo o
recuerdo hecho con cariño. Finalmente, cuando los alumnos
vayan a casa [en vacaciones], dejadlos continuar y extender su
buena obra dando libros a amigos y parientes. El regalo de un
libro es una muestra de aprecio por un favor recibido. También
deberían entregar libros al párroco con la petición de que los
distribuya y reclute nuevos miembros [suscriptores].
Os aseguro, mis queridos hijos, que estos esfuerzos os traerán a
vosotros y a vuestros muchachos las bendiciones del Señor.
17. Estos son mis argumentos. Después de leer esta carta, sacad vuestras
propias conclusiones. Ved que nuestros jóvenes aprenden moral y
principios cristianos especialmente a través de nuestras publicaciones,
pero sin despreciar las de otros. Dejadme que os muestre mi
descontento al saber que en algunas de nuestras casas, libros editados
por nosotros específicamente para los jóvenes son o bien
desconocidos o bien poco apreciados.
No améis ni hagáis amar a otros aquella ciencia que, según dice el
apóstol, inflat [hincha]. Recordad que san Agustín, que era un
renombrado maestro de las letras y elocuente orador, una vez
nombrado obispo, escogió el lenguaje común y la poca elegancia de
estilo para evitar el riesgo de no ser comprendido por su pueblo. La
gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con vosotros. Orad
por mí.
Afectísimo en Jesucristo,
Sac. Gio. Bosco [Fr. J. B.]